La secretaria de mi jefa
La historia es muy común, pero no deja de ser sicalíptica..
Una de mis tareas correspondía a redactar oficios y memorándums, así como revisar la mecanografía (ahora se le conoce como “captura”). Por tanto, mi relación con, Afrodita, la secretaria de mi jefa, era muy estrecha. A veces, a la hora del desayuno, el cual comíamos en nuestros escritorios o en la mesa de trabajo, platicábamos sobre diversos asuntos, incluida la política o los asuntos personales.
–¡No se equivocaron tus padres en el nombre! –exclamé cuando Afrodita llegó vestida elegantemente un viernes, pero además de manera muy provocativa.
–Gracias. Lo que pasa es que, al salir de aquí, iré con mi marido a un convivio con su jefe –explicó–, y la vestimenta él me la eligió –yo sólo levanté las cejas como gesto de sorpresa.
Sí, a cualquiera le gusta presumir que tiene una mujer hermosa, más lo hacen quienes tienen complejos de inseguridad. “¿También le habría dicho cómo se maquillara? ¿Por qué pedirle a su mujer que se vista de manera tan seductora?”, me pregunté mientras me apretaba el pene sobre la ropa, amparado porque me ocultaba el escritorio; y es que en verdad su figura me produjo en el miembro una gran erección. Las respuestas las tuve una semana después cuando me pidió que fuéramos a tomar un café ya que ella quería platicar conmigo.
–Gracias por aceptar que platiquemos –dijo cuando ya estábamos instalados en el rincón de la terraza de una cafetería discreta.
–Al contrario, es encantador estar al lado de una diosa de la belleza –dije–. Sin embargo, desde ese día que nos deslumbraste con el vestuario y maquillaje fuera de tu costumbre, he notado que te has puesto más apagada. ¿Qué pasa? –le solté sin darle mayor oportunidad de preámbulos.
Como respuesta, puso la cara muy compungida, haciendo gestos por evitar llorar, pero fue inútil, ¡soltó un llanto tan fuerte que los ocupantes de una mesa relativamente alejada voltearon de inmediato! En el acto me levanté, sacando mi pañuelo y se lo ofrecí. Cambié mi silla de lugar para sentarme junto a ella y pasé un brazo por su espalda. Afrodita se fue calmando al tomar mi mano.
–Perdóname, no pude evitarlo. Tu pregunta hizo que me vinieran a la mente, de golpe, muchas cosas tristes y sobre las cuales quería conversar con alguien –justificó, secando las lágrimas que habían escurrido.
–Cuéntame, confía en mi discreción –supliqué soltando su espalda y uniendo esa mano a la otra que sostenía la mía.
–Sé que puedo confiar en ti. Eres la mejor persona de la oficina y, por otra parte, no he continuado el cultivo de las grandes amistades que otrora tuve y hoy no sé ni dónde localizarlas.
Así, sólo soltando nuestras manos para tomar el café y las pastas, Afrodita me contó sus pesares. Hacía más de dos años que su marido la tomaba muy pocas veces, y lo hacía cuando llegaba tomado, al parecer no se había satisfecho con quienes andaba, y eso lo colegía por la manera en que él la trataba en esos momentos: “¡Encuérate toda!, tú no me puedes decir que no, eres la puta de mi propiedad”, mencionó este y otros ejemplos.
–El colmo fue en la reunión para la que me llevó. Empezando por pedirme cómo me vistiera y maquillara. “Vístete como yo te digo, quiero que vean que tengo a la mujer más antojable”, ordenó cuando le repliqué y le dije que parecería estrella de cabaret barato –me dijo y su mirada era interrogante.
–Te veías muy seductora. Quizá un poco exagerado el maquillaje, pero eso no demeritaba tu belleza, y el vestido la realzaba… –dije para contestar suavemente a la pregunta implícita de su mirada.
–Pues él me contestó que “quería presumir a su puta”, así, con esas palabras –señaló y no me tocó otra que abrir los ojos y la boca en señal de asombro.
–¡Qué mal gusto! Sí, te veías muy antojable, pero de eso a compárate con otra cosa… –dije, y recordé la erección que tuve al verla ese día, pero no se lo iba a decir.
Continuó su narración con lo ocurrido en la reunión, donde ella era la única esposa de alguno de los presentes. Varias eran empleadas, como su marido, y otras simplemente acompañantes, pero todas con vestidos pegados, escotes pronunciados y maquilladas con exceso de sombras y rubor, “todas parecíamos putas”, señaló y yo no pude evitar un movimiento de asentimiento.
–El caso es que, cuando ya las bebidas habían hecho estragos en todos, los toqueteos no se hicieron esperar: unas dejaban que su acompañante les metiera la mano en el corpiño o bajo la falda, otras tenían las manos de dos hombres en sus nalgas; llegué a ver casos donde algunas desaparecían bajo la mesa, haciendo una felación –explicó sin más detalles.
–¿Qué pasó? ¿Tú también tomaste en exceso? –pregunté para saber lo que ella hizo, además de ver escenas sumamente calientes.
–Yo raras veces tomo, y lo hago cuando estoy a gusto y en buena compañía –dijo lanzándome una sonrisa–, y en esa ocasión estaba muy a disgusto –concluyó agriando el gesto por el recuerdo.
Afrodita escuchó que el jefe de su marido, le reclamaba a éste que ya sabía que “le pedaleaba la bicicleta”. “Sé que te acuestas con mi secretaria”, insistía refiriéndose a quien tenía abrazada a lado de él y la estaba morreando. “Si quieres te la paso, pero déjame contratar a tu esposa para que ocupe su lugar”, le dijo al marido, mirando libidinosamente a Afrodita. Y ella se levantó en ese momento saliendo de allí sin que los demás se enteraran. Tomó un taxi y se fue a llorar a su casa.
–¿Qué te dijo cuando llegó? –pregunté curioso.
–Lo de costumbre: “Encuérate porque estoy muy caliente”. Afortunadamente se durmió antes de tomarme, pero en la mañana me salí y le dejé un recado donde le indicaba que volvería después de comer.
Las cosas que pasaron después entre ellos, al discutir lo sucedido en esa reunión, y que el marido alegaba que él estaba tomado, pero que insistía en que él podía hacer y decir lo que quisiera, aunado a los golpes que ella recibió “para que lo entendiera” los orillaron al divorcio. Mientras se define la situación financiera, ella se ha encontrado más tranquila y me ha pedido “ayuda sexual” para cuando se dicte la sentencia sobre los bienes. Ayuda que sí le daré…
¡¿Hasta cuando concluya el juicio de divorcio?! Pudiera ser tardado si el gañán no acepta. Quizá te pida la ayuda antes. Por lo pronto, tú tranquilo, no la presiones…
¡Nooo!, al contrario, procuro mantenerme alejado para no darle problemas, aunque, cada vez que la veo, tengo que ocultar mis ganas…
Sí, ayúdala, hay muchas necesitadas…
Ya lo sé, pero todo a su tiempo.
Pues claro que cuando una está caliente necesita apoyo masculino…