La secundaria
La secu fue una de las mejores etapas de mi vida, ahí pude desvirgar por primera vez a una chica y también otra experiencias muy excitantes..
La Secu, una hermosa etapa
Como ya les había comentado en el relato anterior, mi tío Daniel no quería que yo siguiera perdiendo el tiempo sin estudiar, por lo que al estar soltero, le dijo a mi papá que él se haría cargo de los gastos de la secundaria, así que después de un año de solo pasarme el tiempo jugando fútbol, vagando, espiando mujeres o chiquillas, haciéndome chaquetas, cogiendo con Minerva y algunas hembras de cuatro patas, mi tío me inscribió en una secundaria que estaba en un pueblo cercano, pero teníamos que caminar por una terracería de cuatro kilómetros a través de cafetales, platanares y árboles muy frondosos. Para mí no era algo pesado, me gustaba estudiar y me emocionaba la idea de conocer nuevos amigos y por supuesto, amigas. Yo ya tenía catorce años cuando entré a primer grado de secundaria, por lo que era uno de los mayores del grupo, pues habían algunos compañeros incluso de once años, pero habían también algunas niñas ya grandecitas que tenían más de quince. Antes se reprobaba mucho y no se veía tan extraño que alguien del mismo grado tuviera cinco años más que otros, así que me acoplé a mi nueva escuela y empecé a hacer amigos y sobretodo, amigas. De mi pueblo, asistíamos solo cinco alumnos, dos chicas de tercer grado que eran primas, Blanca y Silvia, la primera de 14 años, casi 15, güerita, muy hermosa y sonriente; la otra morena clara de 17 años, su cuerpo ya estaba muy desarrollado para su edad, también hermosa, con un carácter pícaro y burlón; en segundo solo iba Juan, un niño de 13 años, pequeño y de cara redonda, muy tranquilo y callado; en primero íbamos Virginia, una niña de 12 años y yo. Vicky, como le decían a mi compañera de grado, era sumamente amable, frágil, inocente y aplicada, por lo que siempre trataba de llegar primero a una tiendita que había casi en la salida del pueblo, que era el punto de reunión para que nos fuéramos juntos. En la escuela conocí a muchos compañeros, niñas y varones que por el momento no vienen al caso, pero entre ellos, habían dos chicos de segundo, Marcelino y Ángel, de mi misma edad, eran una pesadilla para muchos, en su mayoría, menores que ellos, eran los típicos abusones de la escuela. A algunos compañeros como a Juan, les quitaban el dinero que era para su receso y a algunas niñas, les agarraban las nalgas o las tetas y huían, si los reportaban con los profesores, solo les llamaban la atención de palabra, así que seguían haciéndolo. Cuando yo llegué, cabe aclarar que mi tío me había enseñado algunos trucos para defenderme, que incluía boxeo y artes marciales, no era un experto, pero era un hueso duro de roer. Así que cuando vi que a Juan le quitaron unas papas fritas que había comprado y mi compañero solo se les quedó mirando con ganas de llorar, yo me puse loco y los perseguí, sin siquiera correr, cuando los alcancé, ya estaban saboreando las frituras, llegué ante ellos y sin decir “agua va”, le puse un derechazo a Ángel, que era el más tosco, su mandíbula crujió como piñata al ser alcanzada por el palo, cayó cuan largo era en el pasto, su amigo ni siquiera alcanzó a reaccionar cuando ya tenía mi puño entre la nariz y la mejilla, no logré derribarlo también, pero la sangre ya brotaba de su nariz. El primero ya corría tambaleante para alejarse, Marcelino se apretaba la nariz levantando la cara para contener la hemorragia.
—Págame las “Sabritas” —le dije a Marcelino—, si no, te voy a acabar de partir tu madre.
—No traigo —respondió con dificultad—, fue Ángel quien le quitó la bolsa.
Me di la vuelta para seguir al compinche y vi a Juan con una sonrisa de admiración, de orgullo y satisfacción por haberlo defendido, se sentía feliz porque los abusones por fin habían recibido su merecido.
Le dí una moneda para que comprara otra bolsita de papas fritas, pero dijo que no eran las papas, era la impotencia que sentía porque siempre le hacían lo mismo. Ahora tenía un amigo que lo defendía. Ese día me mandaron a la dirección castigado, pero yo me volví popular en toda la escuela, había nacido un héroe y la mayoría de las niñas me miraban con admiración, respeto y algo de coquetería. Ese pequeño acto, marcó un parteaguas en mi vida de estudiante, perdí el miedo a las peleas, las niñas pasaban junto a mí y me invitaban de sus frituras, me regalaban chocolates, me sonreían o me hacían plática. La que más se me acercaba y hasta como que me espantaba el ganado, era Vicky, porque iba en mi salón y nos sentábamos juntos en los pupitres, antes eran bancas para dos. Cuando regresábamos caminando, siempre iba junto a mí, a veces se sujetaba de mi brazo o me me cubría con su sombrilla. Muchos pensaban que era mi novia, pero yo la veía flaquita y no se me antojaba tanto como Silvia, que ya tenía una nalgas bien ricas. Ella también me trataba mejor que antes, pero Vicky no se me despegaba y yo queria que Silvia fuera mi novia; sin embargo, no tenía oportunidad de hablarle. En esa época, hacía frío y mucho viento, una vez Vicky soltó su sombrilla y tuve que ir a atraparla porque el viento se la llevó arrastrando como trescientos metros, al entregársela, Vicky me dió un abrazo y me dijo muy despacito al oído:
—Gracias, te quiero mucho.
Yo no supe que decirle, pero sentí muy bien ese abrazo que me dio, ella era delgadita, pero muy bonita y tenía unos labios hermosos. Al soltarla, sonreía nerviosa y estaba muy roja de sus mejillas, se sostuvo de mi brazo y apoyó su cabeza en mí, noté que Silvia se molestó, pero no dijo nada, solo torció la boca y seguimos caminando por la terracería. Esa tarde, hablé con mi tío y le conté el problema a mi tío, yo tenía la impresión que él podía resolverlo todo y en parte así era, leía muchos libros y tenía una mente ágil, su vocabulario era diferente al de las demás personas de mi pueblo y yo lo admiraba porque sabía muchas cosas.
—Tío, me quiero coger a mi amiga Silvia, la hija de don Leonardo, pero mi amiga Vicky siempre anda pegada a mí y no me da chance de hablarle a otra chica.
—Sí, las conozco —dijo mi tío—, deberías hacerle caso a Vicky, ella se ve que es “quintita”, en cambio Silvia, ya no, supe que desde la primaria ya varios primos y hasta unos maestros se la andaban cogiendo, por eso tiene ya sus nalgas bien ricas.
Era la primera vez que yo escuchaba la palabra “quintita”, ni siquiera entendí lo que significaba, es más, ni siquiera sabía que las mujeres nacían con un hímen que se rompía la primera vez que tenian relaciones sexuales. Así que le pregunté a mi tío.
—¿Qué es eso, tío?
—Que es virgen o señorita, como le dicen aquí. O sea que nunca ha cogido, por eso mejor cógete a Vicky, ahí vas a romper, con Silvia vas a disfrutar, pero ya tiene camino.
Yo me quedé sorprendido, pero no entendía muy bien como era eso de “romper”, mi mente pendeja, pensó que era algo así como fabricarle la panocha, que tendría que utilizar algo como una navaja y abrirle la raja para poder coger, que la pepita estaría completamente cerrada, incluso me dió algo de temor.
Mi tío al ver mi cara de menso, sonrió comprensivamente y me explicó detalladamente todo, lo que es el himen, el clítoris, los labios menores, los mayores, incluso me mencionó el punto G y los orgasmos múltiples. Me mostró una revista pornográfica donde un hombre de unos 30 años tenía a una chica de unos 20 montada en sus piernas de frente, completamente desnudos en un acto sexual en el que ella iba a tener su primera vez, las gráficas mostraban cuadro a cuadro la cara de la chica desde la sorpresa, el miedo, la excitación y al final un gesto de dolor cuando se iba introduciendo poco a poco la verga gruesa de aquel hombre en su apretado coño y él la la abrazaba por la cintura, presionándola hacia abajo e incrustando su miembro en esa pequeña raja lampiña. Los diálogos mostraban la resistencia de la chica que dudaba en hacerlo y él con voz de convencimiento, acomodaba en la punta de aquel trozo de carne la hendidura de la muchacha, una vagina de piel blanca y el interior rosa, que al ser desflorada, emanaba la sangre procedente del himen roto. Yo tenía ya la verga parada y el cuerpo caliente. Mi tío me explicó a detalle la diferencia entre una chica virgen y una que no lo era, la dificultad que presentaba desvirgar a una chica, desde convencerla, hasta que no se embarazara a la primer cogida. Me explicó acerca de la menstruación y el método del ritmo. Esa tarde tuve que ir a buscar a Minerva hasta su casa para decirle que me urgía verla, ella preocupada, me esperó en la noche en un baldío que había cerca de su casa, cuando supo que mi urgencia era lo inflamada que yo traía la verga, se molestó un poco, pero luego entendió que también ella traía urgencia y ahí recargados en un árbol, cogimos como locos.
Después de la plática que tuve con mi tío, mi curiosidad por saber qué se sentía estrenar una almejita virgen, era incontrolable, así que dejé de desear a Silvia y me enfoqué en Vicky, ya que ella también estaba muy enamorada de mí, no tuve mayor dificultad en que aceptara ser mi novia y la suerte me sonrió un miércoles que la maestra que nos daba clases, tuvo un problema con la mamá de un compañero y para que no estuvieran todos de metiches, nos mandaron a casa temprano. Esa mañana de abril, hacía mucho calor y era temporada de mangos, así que al ir solos mi novia y yo, caminábamos abrazados y de vez en cuando, nos besábamos y a mitad del camino, se me ocurrió decirle que fuéramos a cortar mangos.
—Mi amor, vamos a cortar mangos aquí en la finca de don Carlos —le dije, tratando de disimular mi interés—, han de estar bien ricos y con este calor, se me antojan mucho.
—¿Dónde es? —preguntó ella de forma inocente— ¿No está muy lejos?
—No, que va. Está bien cerquita. Ven, por aquí hay un caminito.
Antes de que reaccionara, la jalé de la mano y ella me siguió. Nos metimos por una veredita entre una finca de cafetos y avanzamos unos cien metros, ahí había un árbol de mangos, con sus ramas bajas por la abundancia de frutos, podíamos cortarlos sin siquiera subirnos, pero eso no tendría chiste, yo quería cargar a Vicky para manosearla, esperando calentarla y así desvirgarla, ahora que estaríamos solos, así que le dije que quería un mango que estaba justo unos cuarenta centímetros arriba de mi alcance, así que le propuse que la cargaría por la piernas para que ella lo alcanzara, se rehusó un poco pero terminó aceptando. Cortó varios y yo la cargaba abrazándola de las piernas, su coño quedaba a la altura de mi nariz y no perdí la oportunidad de olfatear su rajita a través de la ropa, ella se inquietó un poco y me lo hizo saber.
—¿Qué haces? —dijo entré apenada y molesta—, no hagas eso, mejor bájame ya.
—No pasa nada, eres mi novia y esto es muy normal —le dije, fingiendo calma—, es como darnos un beso.
—Sí, pero no me gusta. Ya bájame.
La bajé suavemente, resbalando su cuerpo sobre el mío y mis manos se metieron debajo de su falda para luego levantarla hasta arriba de su cintura, como un paraguas cuando se voltea. Traté de besarla mientras hacia esto, para distraerla, pero reaccionó y se me soltó como pudo, componiéndse la falda rápidamente.
—¿Qué te pasa? —dijo molesta—, no quiero que hagas eso.
—Somos novios, no tiene nada de malo que lo haga.
—Es que me da pena —dijo ya un poco más calmada—, nadie me había visto así.
—Pero somos novios, podemos hacerlo —le dije al tiempo que me bajaba los pantalones—, a mí no me da pena que me veas así, porque te quiero.
Ella al verme con los pantalones hasta las rodillas, solo se cubrió la cara, pero alcanzó a ver mi verga parada, queriendo salir de mi truza. Ella volteaba para otro lado y se tapaba la cara con una mano, pero volteaba a verme disimuladamente.
—¿Qué haces?, —dijo, apenada y divertida—, súbete el pantalón.
Yo tenía el pepino bien duro, por la situación que estaba viviendo, por haber tocado sus nalguitas y ver sus calzones color rosa de niña aún, que cubrían esa panochita virgen que yo me quería comer lo mas pronto posible.
—Súbete el pantalón —dijo fingiendo molestia—, yo ya me voy.
Obedecí y salimos por el mismo camino que habíamos entrado, durante el resto del camino, no hablamos, ni siquiera nos comimos los mangos, ella los llevaba en la bolsa donde metía sus útiles para cuando llovia. Faltaban escasos cien metros para entrar al pueblo cuando le hablé.
—¿Te enojaste?
—No —respondió ella—, pero no quiero que hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Que me manosees las pompis o que me levantes la falda.
—¿Entonces ya no quieres ser mi novia?
—Sí, pero no hagas eso, me pones nerviosa, no me gusta.
—Es que es normal que como novios nos demos besos, nos abracemos y nos acariciemos. Pero si te molesto, entonces ya no me vuelvo a acercar a ti.
Comencé a caminar hacia el pueblo y no le dí tiempo de responder, era nuestra primera pelea de novios y ella no sabía que decir. Me siguió en silencio. Cuando nos separamos, ni siquiera nos despedimos. Yo iba un poco molesto, estaba acostumbrado a que las cosas no fueran complicadas y por primera vez, una chica me bajaba de mi nube.
Al día siguiente, salí media hora después, mi plan era no hablarle y llegué a la escuela al trote, por lo que casi alcanzaba al grupo antes de llegar a la escuela. Vi a Silvia e intencionalmente le hablé. Vicky ya estaba en el aula.
—¿Cómo estás, Silvia?
—¿Por qué se te hizo tarde?
—Se le acabó la pila a mi despertador.
—Tu noviecita venía muy preocupada, a cada rato volteaba a ver si ya venías —hizo un gesto de fastidio—, vete a consolarla.
—No es mi novia, solo éramos amigos.
—¿Eran?, ¿ya no lo son?
—No, es muy pequeña, yo quiero una novia como tú.
A Silvia se le iluminó la cara, su sonrisa era pícara.
—Yo ya tengo novio.
—No importa. Dije una como tú, no precisamente tú.
Sabía que eso le picaría el orgullo y así fue, los días siguientes Vicky trataba de acercarse y yo la evadía. Silvia me sonreía y yo le respondía con una sonrisa insípida, demostrándole que no tenía ningún interés en ella, hasta que un día encontré un papelito doblado en mi libreta, decía: “Te espero en la casa abandonada a las cinco de la tarde”. Yo sabía que era Silvia, porque Vicky no caminaba por ahí. La casa abandonada era una casa donde había vivido una pareja y que el esposo encontró a la mujer con el amante y los mató en la misma cama donde estaban, pasó el tiempo y otra pareja llegó a vivir ahí, pero a los pocos meses, ocurrió lo mismo, desde entonces nadie más la ocupó y la habían vandalizado, quedando las puertas sin cerraduras, por lo que cualquiera podia entrar y salir por alguna de las seis puertas que tenía y a pesar de estar sucia, aún habian mesas, sillas y algunos muebles, excepto la cama, que se la llevaron cuando levantaron los cuerpos, nadie entraba a la recamara, pues el mejor lugar era una especie de bodega que tenía, donde había una mesa de madera fuerte que servía de cama en la que mi tío me había platicado que se había ido a coger a varias señoras casadas y algunas solteras de varias edades. Así que a las cuatro de la tarde yo estaba dentro de la casa buscando el lugar idóneo para coger a Silvia, porque sabía que eso es lo que quería y no la iba a dejar escapar.
Faltaban tres minutos para las cinco cuando por una de las ventanas del segundo piso, vi que Silvia se acercaba por la parte de atrás y me bajé rápido para recibirla. Entró y me llamó por mi nombre, le respondí de inmediato, cerró la puerta y sonrió con ese gesto que tienen las mujeres cuando se quieren hacer las inocentes pero saben claramente que son unas diablesas. La abracé y la quise besar, pero se resistió suavemente, buscando escapar de mis brazos.
—Espérate —me dijo—, solo vine a platicar contigo.
—¿De qué quieres platicar? —le dije sin soltarla—.
—No sé, solo quería verte —dijo sonriendo—, ¿ya encontraste una novia como yo?
No respondí, la volví a abrazar y ahora sí la besé, acariciaba sus nalgas, ya no se resistió, traía una falda larga de tela delgada tipo gasa en color azul holandés, arriba una blusa tejida de color amarillo que dejaba ver su sostén blanco. Mis manos ya subían su falda cuando me detuvo.
—Vámonos a la mesa que hay allá dentro —dijo ella, señalando el lugar, ella sabía exactamente dónde estaba todo, no era la primera vez que iba a la casa abandonada, de hecho, supe después por ella misma, que ahí la había desvirgado un maestro de la primaria que rentaba un cuarto en casa de sus papás—, pero te apuras, no nos vayan a ver.
Yo ya le traía unas ganas enormes de cogerla, me encantaba su rostro, era hermosa, tenía un parecido a “Lucerito” cuando era niña, solo que más sabrosa. Le saqué la blusa, el sostén y la falda, quedando solo en calzones, unos muy anticuados en color negro, que aún así la hacían verse hermosa y se acostó en la mesa, a la cual le había puesto un cartón que encontré oculto en la bodega y por las manchas que tenía, supuse que no era la primera vez que lo utilizaban para coger. Yo me desnudé como de rayo y me le trepé rápidamente, chupando sus pechos, unos senos bien ricos, grandes y con unas tetas que se notaba que ya habían recibido varias chupadas antes, ella sola se sacó la pantaleta y la dejo en una orilla de la mesa. Ni siquiera le tuve que chupar la papaya, estaba muy mojada y mi verga entró como cuchillo en mantequilla. La hundí hasta el fondo, ella soltó un gemido de placer y se movía debajo de mí, de una forma que me hacía sentir muy rico. La besaba en la boca y le daba duro y rápido, mis manos acariciaban sus senos, sus hombros, sus piernas y sus nalgas, tenía la piel muy suave, su cuerpo era firme y la panocha apretaba delicioso. Su vulva era peluda, hermosa, caliente y apretada, a pesar de que ya se había comido varias vergas de maduros, pues eso lo supe después por ella misma, le gustaba coger con hombres mayores y conmigo solo lo hizo porque le gustaba mi forma de ser. Terminamos bien rico, le aventé toda la leche dentro, con ella no me preocupé por el embarazo, sabía que con su experiencia, algo hacia para evitarlo. Nos despedimos y quedamos en que lo repetiríamos pronto.
Yo seguía con la obsesión de romper el coñito de Vicky y mi plan de darle picones, iba en marcha, los próximos días Virginia se mostraba molesta conmigo y yo la ignoraba, ella no me buscaba, pero cuando notó que yo platicaba mas de cerca con Silvia y que en el camino me tomaba de la mano y me abrazaba, ahí sí se animó a reclamarme. Una tarde de regreso, casi para llegar al pueblo, me habló.
—Manuel, ¿puedo hablar contigo? —dijo con un tono molesto—, es algo importante.
—Uy, pensé que no eras casado —me dijo Silvia con tono de burla—.
Yo fingí estar apenado, pero por dentro me alegraba, porque sabía que me iba a reclamar por ignorarla y además andar con Silvia.
—¿De qué quieres hablar? —le dije, mientras me detenía antes de dar vuelta en un recodo del camino, los demás siguieron caminando—, yo no tengo nada que hablar contigo.
Ella no podía hablar, bajó la mirada y se le salieron unas lágrimas, comenzó a llorar mientras me abrazaba fuerte por debajo de mis brazos. Yo tomé su cabeza por los lados, levanté su rostro y le di un beso lleno de pasión, ella correspondió de la misma forma, sus brazos rodearon mi cuello y mis manos bajaron a sus nalgas, ella no opuso resistencia, solo disfrutaba el momento.
—Mi amor —me dijo entre sollozos y una sonrisa—, perdóname por ser tan tonta, no debí comportarme como niña. Yo te amo, no quiero que me dejes otra vez.
Ni siquiera me reclamó que le hablara a Silvia, con tenerme a su lado se sintió feliz y yo también lo estaba, solo la volví a besar y la abracé fuerte por la cintura, me encantaba sentirla así, mía y abnegada, sabía que pronto ese cuerpo iba a ser mío, solo era cuestión de tiempo.
Hasta la próxima, amigos. Recuerden comentar y reaccionar, el que no lo hiciere, que el pito se le cayere.



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