La señorita y el negro.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Sagesse.
Quería irme con él, pero tenía miedo de lo que pudiera pasar. Desde el día que entré como voluntaria lo vi. Era difícil de no ver. Desde siempre me han gustado los negros. Son tan sensuales, tan fuertes por lo general, con un toque tan salvaje y un buen busto entre las piernas… Pero a mí siempre me habían tratado como una princesa. Una princesa que siempre huele a flores, que es dulce y sensible, y que se puede romper si le haces algo. Aunque simplemente aparento ser una chica dulce y sensible, que viste con vestidos y zapatos, realmente todas mis fantasías son salvajes y muy apasionadas. En el fondo siempre deseo que haya alguien capaz de no pensar que soy una simple señorita sensible, porque estoy segura de que soy algo más que eso.
Y el parecía notarlo desde la primera vez que lo ví trabajar en los jardines, y que me presenté como nueva voluntaria para cuidar a niños enfermos. Sólo había que ver la mirada que me echó de arriba abajo mientras relamía sus labios. Nerviosa me puse, pero también sentí calor, deseo de que me cogiera y ahí mismo me desnudara y me hiciera todo lo que quisiera….
Todas las mañanas pasaba delante de él y saludaba amistosamente. Él no solía saludarme. Yo a veces me enojaba con él, aunque él no lo supiera. Lo veía un grosero. Yo le saludaba simpáticamente y él ni un simple saludo me dedicaba, me ignoraba completamente. Pero esta vez no lo hizo y me asusté. Prefería que no me hubiera dicho nada. Una parte de mí se hubiera ido con él, pero la otra me decía que yo era una señorita y que a saber lo que iba a pasar si me iba con él.
Tres días después tuve que ir al almacén. Los días anteriores me había negado a pasar nuevamente por el jardín, nerviosa después de esa conversación. Puse una excusa pero no me sirvió. Es más, me dijeron que tenía que pedir ayuda al jardinero para llevar unas cajas. Me acerqué hasta él medio temblando:
– ¿Me ayudas con unas cajas?
No me dijo nada pero me siguió. Cogimos las cajas y las llevamos.
– Falta una caja – me dijo cuando llevamos todas y no había nadie.
– No, no falta ninguna – le dije.
– Si, falta una.
– No la vi ¿Por qué no lo dijiste?
– Porque no podíamos llevar más cajas.
– Bien, vamos.
La situación era incómoda. No sabía de qué hablar. No quería estar delante porque notaba su mirada posándose en mi trasero. Tampoco quería estar detrás porque veía su cuerpo y me ponía nerviosa. A su lado tampoco era buena idea porque de vez en cuando me rozaba con él. No sólo no sabía de qué hablar, tampoco sabía dónde ponerme.
– ¿Dónde está? – dije cuando llegamos de nuevo al almacén.
Y entonces comprendí la mentira cuando escuché la puerta cerrarse. No había caja y me encontraba a solas con el negro. Empecé a temblar. Me empezó a dar mucho miedo ¿Qué iba a hacerme? Pensé en gritar, pero algo dentro de mí tampoco quería gritar.
– ¿Qué quieres? Me has mentido. Déjame salir o grito.
– ¿Ahora también va a gritar la señorita? Te propongo un juego.
– ¿Cuál?
– Voy a enseñarte una nueva faceta de la vida – y se iba acercando lentamente mientras yo iba retrocediendo mucho más lentamente, porque en el fondo no quería retroceder, así que al final él siempre se iba encontrando más cerca de mí -.
“Para empezar, ese pelo está demasiado peinado – y me quitó mi diadema y la tiró. Luego con sus manos grandes, fuertes, gastadas y medio sucias despeinó mi pelo – Mucho mejor – dijo -. Y ahora quítate esas sandalias o las romperás – y me las quité, aunque empezaba a morirme de miedo- ¿Y qué haremos con ese vestidito verde? Creo que será mejor que lo quitemos.”
– ¡No vas a quitarme mi vestido verde! – le grité.
– ¿Ah, no?
Puso su mano en mis genitales por encima de mi vestido y empezó a apretar fuerte y aflojar, una y otra vez. Yo quería negarme, pero no podía. Empezaba a excitarme. Sin embargo, puse mi mano sobre la suya y traté de quitarla, aunque con pocas fuerzas; entonces él se puse detrás de mí, me cogió la mano que tenía encima de él y me las puso sobre mis pechos mientras su polla estaba pegada en mi culo y se movía. Y yo notaba ese gran bulto pegada a mi culo y me estaba excitando mucho más.
Me hizo tocarme mis pechos con una mano y la otra no tenía movimiento porque me tenía agarrada. La mano del negro que estaba en mis genitales encima de mi vestido, empezó a rozar mis piernas por debajo del vestido hasta que llegó a mis braguitas y empezó a hacer lo mismo pero más fuerte.
– Vaya vaya, encima usas braguitas, ¿eh? – me dijo.
Y así era. Eran mis braguitas rosas con lunares. Nunca me habían gustado los tangas. Siempre me gustaba llevar braguitas bonitas. Metió entonces su mano debajo de mis braguitas. En ese momento pensé que estaban medio sucias e intenté impedírselo pero no podía porque estaba agarrada. Eso le excitó aún más y me pegó contra la pared, moviéndose mucho más. Empecé a sentir su polla mucho más sobre mi culo; ya me había levantado el vestido y parecía que iba a romperme las braguitas de tanta fuerza con la que lo hacía. Su mano estaba debajo de mis bragas y me había metido un dedo, y luego otro. Yo empezó a sentirme muy excitada, como nunca. La vergüenza que había tenido tiempo atrás y que me impedía hacer esas cosas, se me había perdido. Dentro de mí gritaba un “¡Fóllame! ¡Fóllame!”. Pero no me salían las palabras, aunque gemía y deseaba con todas mis fuerzas que me maltratara y me follara.
Me soltó las manos y puso sus manos sobre mis caderas. Yo entonces me bajé las bragas y puse el culo en pompa, apretándome yo también a su polla.
– ¿Ves como a mí no me engañas? – me dijo. – No vas a conseguir nada de mí hasta que lo digas. Dime que quieres que te folle.
Pero no podía decirlo. No me salían las palabras. Yo nunca había dicho palabras obscenas con nadie. Me parecía suficiente que me hubiera comportado así. Sin embargo, estaba muy caliente y deseaba con todas mis fuerzas que me penetrara. Tenía que decirlo
– Fó…llame… – dije en voz muy baja,
– ¿Cómo?
– Fóllame… – volví a decirlo, pero un poco más fuerte.
– ¿Cómo dices?
– ¡Fóllame! ¡Fóllame!
– ¿Así que la señorita me está pidiendo que le meta la polla por donde a mí me de la gana, eh?
Y mis deseos sucedieron. Con el vestido aún puesto, y sin bragas, me bajó la parte de arriba y tiró mi sujetador. Me entrampó literalmente contra unas cajas y empezó a penetrarme muy rápidamente. Yo gemía y no recordaba si quiera el lugar donde me encontraba. El garaje de un lugar en donde era voluntaria. No podía si no gritar por un poco de todo. Su polla era demasiado grande para mí. Nunca había visto una tan grande. Tampoco había tenido una gran delicadeza al metérmela lo cual me había producido daño y al mismo tiempo ese dolor me había excitado aún más. Me estaba hincando las cajas de los golpes que iba llevándome al ser penetrada tan fuertemente. Pero todo eso empezaba a excitarme mucho más. El dolor no era nada comparada con el placer que estaba sintiendo.
Entonces llegó lo que más me temía. Nunca había tenido una relación sexual anal y el negro estaba metiéndome un dedo en el culo. Empecé a quitarme y a impedir que lo hiciera pero él no me dejaba
– Ahora eres mía, putita. Y te voy a meter la polla en el culo te guste o no.
Yo estaba asustada, aunque también excitada con sus palabras. Él comenzó entonces a decirme más y más palabras mientras en lugar de un dedo me metía dos. Tan excitada estaba que ni siquiera sentía el dolor. Ya había tratado una vez de hacerlo analmente, pero me dolía mucho y lo dejé. Sin embargo, me estaba metiendo dos dedos gordos en el culo y no me estaba quejando, si no que estaba tan cachonda que no me importaba.
– ¿Nadie te ha follado como yo, verdad? ¿Te gusta, verdad que si? En el fondo yo ya sabía que eras una putita que iba de mosquita muerta.
Me excitaban tanto sus palabras que hasta empecé yo a hablar también, aunque tímidamente.
– Si, me gusta.
– ¿Qué te gusta? ¿Qué te folle un negro con una gran polla?
– Si…
– Lo que te gusta es que te follen fuerte, que te maltraten, porque en el fondo eres una puta ¿Verdad que lo eres?
– Si…
– Ahora eres mía y no te vas a olvidar de mí tan fácilmente ¿Eres mi puta?
– Soy tu puta.
Lo único que había echado sobre mi culo fue saliva. Nada más. Y había metido dos dedos dentro de él. Aún así, a él no le importaba. Estaba dispuesto a meterme su enorme polla a pesar de que mi culo fuera virgen y no hubiera lubricante. Lejos de tener miedo, que era lo que antes sentía, me excitaba la idea. Al menos antes de sentir tanto dolor.
Empezó a meterme su gran polla. Yo retrocedí y me quité del daño que sentí, pero entonces él me cogía fuertemente con sus manos de la cadera y acercaba mi culo hacia él. No tenía escapatoria. No estaba dispuesto a retroceder y cambiar de opinión. Aunque yo intentara huir, él me tenía fuertemente agarrada y metía su polla en mi culo. Con una mano agarró mis brazos y con la otra entrampó mi cabeza contra las cajas. Estaba acorralada, sin escapatoria. No podía moverme. La metía un poco y la sacaba, la volvía a meter el mismo poco, y la sacaba, e iba metiendo más y más su polla, hasta que finalmente la metió hasta el fondo y entonces sentí un gran dolor. Se apiadó un poco de mí y me dio unos segundos. Los segundos en los que él estaba gimiendo de placer y que yo aproveché para recomponerme.
El dolor iba desapareciendo conforme me iba acostumbrando. Empezó a tocar mi clítoris también, por lo que estaba sintiendo un gran placer que me hacía olvidar de algún modo el daño que también estaba sufriendo. Al rato la sacó de mi culo y volvió a metérmela por el otro lado y pude olvidarme del dolor que seguía sintiendo aunque él no tuviera su polla en mi culo.
Esta vez me dio la vuelta y me tiró encima de las cajas boca arriba. Me quitó el vestido y levantó mis piernas mientras me penetraba fuertemente. De repente, dio un fuerte gemino y paró. Entonces se quitó y me dijo que se la comiera. Encima de la caja yo, de rodillas, empecé a comerle la polla
– No me quites la mirada. Quiero que me mires mientras te comes mi polla.
Y yo le miraba y casi sin creerlo, empezaba a gemir y poner miradas seductoras.
– Así me gusta, que me mires como una puta. Ahora trágatelo.
Jamás me había tragado el semen de nadie, pero no podía decir que no. Ya estaba echándomelo. Me había caído en la cara, en los pechos y en la boca. Cuando terminó, se subió el pantalón, porque ni siquiera se había quitado la ropa, abrió la puerta y se fue sin decir nada. Yo me quedé desnuda, llena de mierda, encima de una caja. Entonces volví a la realidad y me di cuenta de que tendría que salir sucia a la calle e intentar salir sin que me vieran los del voluntariado… Pero había disfrutado por primera vez en mi vida tanto que merecía la pena, a pesar de seguir sintiendo el dolor en mi culo.
Entonces sonó el despertador, y volví a levantarme para ir al voluntariado, esta vez con la esperanza de que el jardinero negro, u otro cualquiera, pudiera sacar mi mejor parte de mí y pudiera dejar de que estas fantasías fueran simplemente fantasías, y se convirtieran en realidad ¿Algún día lo encontraré?
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