Las delicias de Marifher
Continuación de Marifher y las delicias de la inocencia. Escrito por mike80 pero fue borrado durante la purga de Todorelatos.com.
LAS DELICIAS DE MARIFHER
La señora Constanza Pellegrini regresó de Monterrey, un día sábado de Diciembre; un día nublado y frío. Desde que Marifher y yo la pudimos distinguir, abriéndose paso entre la gente que caminaba errática por los andenes del aeropuerto, pude notar en ella un cambio notable: regresaba rejuvenecida y aun más avispada que antes; no venía sola. El encuentro fue muy efusivo. Marifher se arrojó a los brazos de su tía, quien le decía palabras dulces y cariñosas en italiano mientras le acariciaba el rostro. Solo cuando Constanza me abrazó, pude apreciar de manera discreta a su acompañante; era un hombre maduro y robusto de ademanes pulcros e impecablemente vestido, su sonrisa sincera hacía olvidar inmediatamente su calvicie total.
– Hola Diego, que gusto de verlo. Siento haberle causado muchas molestias estos días. De verdad que los extrañé mucho.- dijo Constanza, con su respiración jovial y exaltada.
– Nosotros también la extrañamos sobremanera doña Constanza, ¿no es así Marifher?; y le reitero que no es ninguna molestia sino al contrario- añadí.
– Bien, Marifher. Diego, quiero que conozcan a alguien. Se trata de un gran amigo que conocí en Monterrey, una gran persona que me hizo sentir como en casa, pero sobre todo un caballero que insistió en no dejar que viajara sola- introdujo doña Constanza.
Se llamaba Rodrigo Valencia, un empresario exitoso y viudo, originario de la sultana del norte, dueño de una importante cadena de joyerías establecidas en los estados del norte de la República y un notable coleccionista de arte. Efectivamente se trataba de un hombre amable y caballeroso, al momento de saludarlo, estrechó mi mano con firmeza, como lo hacen los hombres emprendedores y seguros de si mismos pensé.
Decidimos celebrar la bienvenida de doña Constanza en un elegante restaurante, camino del aeropuerto. Pedimos una mesa para cuatro. Marifher pidió permiso para dirigirse a los sanitarios. Los tres vimos a la pequeña rubia caminar elegantemente entre las mesas de los demás comensales. En ese momento me di cuenta de las miradas furtivas entre el señor Rodrigo y doña Constanza: era obvio que se gustaban, él no dejaba de elogiar las pinturas de ella, su inteligencia y belleza. Doña Constanza por su parte, resaltaba las atenciones y la caballerosidad de él. Yo en cambio, no dejaba de pensar en Marifher; nuestros últimos encuentros amorosos, me habían dejado en una perpetua embriaguez erótica. Durante la cena, la niña se portó de manera normal y alegre, conversaba con los tres, mientras degustaba su platillo con modales de aristócrata mi pequeña dama, mi musa.
Al salir del restaurante, los cuatro subimos a mi auto y nos dirigimos a los departamentos. Al llegar, nos dirigimos al 34. Constanza, ayudada por Marifher, preparó un buen café. El señor Rodrigo conversaba conmigo, interesado por mis obras literarias. Marifher se sentó a mi lado y como de costumbre recargó su hermoso rostro en mi brazo. La charla duró alrededor de una hora. Noté que doña Constanza miraba a Marifher, giré mi cabeza y me di cuenta de que mi pequeña mujercita se había quedado dormida. Me ofrecí para llevarla en mis brazos a su habitación, Constanza asintió. Al llegar a la cama, Marifher abrió sus ojos de cielo y su sonrisa pícara la delató: había fingido dormirse para quedarnos tan solo por un momento a solas, me impresionó su astucia; nos besamos sigilosamente pero con pasión, mientras me decía: < Diego, mañana es domingo; quiero decir que mañana se cumple una semana que somos novios>. La arropé con el edredón de seda, besé su frente y le dije buenas noches.
Mientras caminaba por el pasillo hacia la sala, escuché que doña Constanza insistía en hospedar a don Rodrigo.
– De ninguna manera Constanza. Yo estaré muy bien en un hotel. Llamaré a un taxi para que me lleve. Mejor mañana vengo muy temprano para desayunar- dijo con ademanes corteses.
– Si usted lo desea, puede quedarse en mi departamento. Vivo solo y hay mucho espacio- le dije.
– Gracias Diego. Es usted muy amable. Pero me sentiré más cómodo en un hotel, además ya lo había reservado- añadió.
Los tres nos despedimos y me ofrecí a acompañar a don Rodrigo hasta que llegara el taxi. Me ofreció un cigarrillo y lo acepté; charlamos hasta que llegó el auto de alquiler, subió y se despidió < Mañana nos vemos Diego y gracias por todo>. Caminé a mi departamento, soñoliento y con un poco de desilusión; Marifher no dormiría conmigo esa noche.
Rodrigo Valencia se quedó tres días en la ciudad. El día de su partida prometió regresar muy pronto. Doña Constanza se despidió abrazándolo y tratando de disimular su tristeza. Los días volvieron a la normalidad. Marifher regresaba del colegio y de cuando en cuando se escapaba a mi departamento, con el pretexto de que le ayudara a hacer su tarea; hacíamos el amor, algunas veces de manera desfogada y salvaje y otras de manera dulce y amorosa. Terminamos por conocernos como amantes viejos; conocíamos nuestros rincones secretos a la perfección: los rincones que nos hacían estremecer, temblar de placer y de lujuria.
Las tardes se volvieron noches: doña Constanza abría la galería y cuidaba de ella hasta las 7 p.m., mientras Marifher y yo descubríamos y explorábamos los enmarañados laberintos del sexo y del placer. Una de esas tardes, mientras tecleaba la máquina de escribir, Marifher tocó a mi puerta, con su uniforme del colegio, un poco agitada, con las mejillas sonrosadas, entró y sin decirme palabra alguna se encerró en mi habitación. Yo no le dije nada, sabía de la capacidad de su imaginación para crear situaciones y escenarios que me excitaban sobremanera. Seguí escribiendo, aun cuando escuché que se abría la puerta, disimulé no notar su presencia. De pronto sus manitas frías me cubrían los ojos: < Te tengo una sorpresa Diego cierra los ojos. Solo cuando yo te diga puedes abrirlos>. La obedecí; me tomó de la mano, pude adivinar que me llevaba a mi habitación. Me ayudó a sentarme en la cama. < Ya puedes abrirlos> me dijo con voz misteriosa y sensual. La miré y quedé petrificado ante tanta perfección: se había puesto la lencería negra; de alguna manera se me había olvidado ese conjunto fino de seda y encaje. Parecía que había sido diseñado para ese pequeño cuerpo de piel blanca y suave. Sus muslos de porcelana resaltaban sobre las medias y ligueros oscuros. El babydoll transparente dejaba traslucir sus pechitos puntiagudos y carnosos, sus pezones rosas. El calzoncito negro de encaje, ajustado aprisionando su capullito rosado y tibio, adornando su culito respingado y firme. Su cabello dorado y liso descansaba sobre sus hombros y espalda. Marifher oh Marifher serás a caso descendiente de una de esas deidades romanas, de Afrodita, de Venus ; se fue acercando lentamente a mí. Sus caderas se balanceaban sutilmente a cada paso. Cerró sus ojos y juntó sus labios a los míos que temblaban de amor, de lujuria, de felicidad. Me dispuse a adorarla de pies a cabeza; es decir, me incliné para besar, lamer y mordisquear suavemente cada uno de los dedos de sus bellísimos y finos pies, mientras mis ojos recorrían y devoraban de abajo a arriba su anatomía de diosa, hasta llegar a su rostro que sonreía lleno de erotismo. Fui subiendo de a poco, hasta que mi boca llegó a su rodilla, mientras mis manos acariciaban sus muslos anteriores. Sentía su piel perfecta y elástica entre las yemas de mis dedos. Mis labios y mi lengua se posaban ahora en sus muslitos internos, empecinados en causar placer a mi princesita rubia, que ya empezaba a gemir de manera discreta y sin abrir su boca rojísima. De pronto, con un movimiento que me sorprendió a mi mismo, rasgué los calzoncitos y los arrojé en el suelo. Su conchita suave y lampiña quedó descubierta. Marifher inclinó su vientre hacia delante, impaciente por sentir mi lengua caliente voraz, que ya dibujaba círculos y ochos en su rajita húmeda. < Diego, ah ah Diego ahí ahí si Diego mmm>. Con movimientos bruscos y apurados me quité el cinturón y desabroché mi pantalón, me bajé los boxers y mi verga palpitante y erecta surgió en busca del placer acostumbrado. Marifher quiso hacerme el sexo oral, pero yo la tomé por la cintura y la levanté. Ella instintivamente me rodeó el cuello con sus brazos, mientras yo le separaba sus piernas. Mi pene fue entrando de a poco en su cuevita carnosa y húmeda. Le hice el amor de pie, por primera vez. Con mi mano izquierda la sujetaba por la espalda; ella había enredado sus piernas a mi cintura. De esa forma la penetración es más profunda. Los dos gemíamos exaltados. Sentía como las medias negras raspaban mi espalda baja, mi cintura. Su aliento caliente se alojaba en mi pecho y en mi cuello. Sus jadeos dulces y agudos, jadeos de niña eran un eco que me guiaban hacia la cúspide del placer. Sus uñas me arañaban el cuello, los cabellos, cada vez de manera más intensa un gemido intenso y ahogado se escapó de sus labios su orgasmo. Casi de inmediato, mi cuerpo rígido y tenso junto con todo el placer acumulado, se desfogaban a través de la expulsión de mi semen abundante y caliente el mío.
Exhaustos nos recostamos en mi cama. Después de reposar un momento, ella se despojó de la demás lencería, se limpió la rajita con una toalla de papel y volvió a vestirse con su uniforme de colegiala. Me besó y se marchó sin decir palabra alguna, pero sonriente y satisfecha
Fin del Capitulo I
Esta saga de marifher, me encantó,es sublime, excelente, fabulosa, el que la escribió es un maestro, así se debe tratar a una niña, no como otros relatos que leí, que las trataban con violencia, con brutalidad, es una niña no una puta de la calle
Excitante Y erotico.