LAS DOS MUJERES DE MI CASA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No voy a decir que desde entonces vivíamos con estrecheces, pero si que al vernos privados del padre de familia que era la única fuente de ingresos de la familia, vivíamos con dignidad pero dentro de una modestia tremenda. Nuestra casa era un pequeño piso de protección del Estado, mi madre tenía que atendernos a esa edad tan difícil para nuestro posterior desarrollo, ya que no teníamos más familia en la misma ciudad, y fuimos a un colegio nacional, nada de internados ni de colegios religiosos ni distinguidos.
No obstante, nuestra madre, que era una gran mujer, en todos lis sentidos, lleno nuestra vida con su entrega absoluta. Pese a su juventud al enviudar, nunca más tuvo hombre alguno a su lado, para ella sólo existíamos mi hermana Inés y yo. Perdón, había olvidado mencionar que me llamo Carlos, como el difunto de mi padre.
Pasaron algunos años y mi hermana empezó a notar las naturales transformaciones de la edad. En casa sólo había dos dormitorios, y por un tiempo, teniendo yo ya 11 años, vi como un día se presentaron en Eliseo dos operarios con un sofá. Pregunte por ello a Carmen, mi madre, que me explico que era para mi, ya que a partir de ese día yo dormiría en el salón, ya que mi hermanas estaba haciendo una mujercita y no estaba bien que Inés y yo durmiésemos en el mismo dormitorio.
Yo acepte a regañadientes, ya que, siendo todavía un niño, me había acostumbrado a la presencia de Inés y a la cercanía de su cama junto a la mía, y ello me infundia seguridad y sentimiento de protección ¡Era mi hermana mayor! Ya en el colegio, los chicos me habían contado todo lo real o imaginado sobre sexo, aparte de que los libros ya me habían enseñado las principales nociones de la reproducción humana. Por su parte, mi madre, que al fin y al cabo era una mujer joven de 30 años recién cumplidos, y por lo tanto, de mente abierta, también había satisfecho mi curiosidad cuando yo experimente mis primeras erecciones y recurrí a ella para que me explicara por que pasaba "eso".
Tres años me lleve durmiendo en el sofá-cama del salón de mi casa, y a los 14 años yo ya era todo un chicharrón, alto, fuerte ( el deporte siempre fue mi actividad favorita) y según las chicas de secundaria (.pues ya estaba en esa etapa educativa) guapo y simpático. En estos tres años fueron numerosas las ocasiones que al entrar al dormitorio de mi hermana de forma casual, bien para coger ropa del armario, bien para buscar algo en la cajonera común, había visto a mi hermana en ropa interior, e incluso una o dos veces, sin el sujetador, por estar ella cambiando se de ropa. Naturalmente que eso me motivaba muchísimo, porque mi hermana, a los 14,15 y 16 años era ya toda una mujer, con una bonita figura y unas tetas que a ojo de buen cubero, era mayores que las de mi madre.
Un buen día, mi madre, sin duda informada por Inés de mis incursiones en su cuarto, por otra parte siempre justificadas, tomó la decisión de que yo volvería al primer dormitorio, pero que Inés pasaría a su cuarto, durmiendo ellas dos juntas, y yo, como varón de la casa, estaría sólo en mi pieza. Eso me satisfizo mucho, pues así podría tener la intimidad de la que no gozaba en el salón, siempre expuesto a la vista de las dos mujeres de la casa. Pero por otra parte, en mi fuero interno, sabía que se habían acabado las posibilidades de volver a ver el cuerpo escultural de Inés en ropa interior, sin sujetador o quien sabe si algún día, completamente desnuda. Pero creo que salía ganando con el cambio.
Por aquel entonces, yo ta tenía mis escarceos con chicas de mi edad, mis "ligues" con los que empece mis primeras experiencias sexuales: besos, toqueteos en las tetas, caricias de nalgas, al tiempo que también sentí el placer de las primeras masturbaciones, primeramente en solitario, y luego practicada por alguna chica que se ponía caliente cuando la basaba o le acariciaba las tetas. Aprendí que tras la caricia del pecho, siempre convenía desabrochar el sujetador de la chica, pues esta era la señal de que ella ya estaba facultaba para bajar la cremallera de mi pantalón y hurgar entre mi bóxer hasta coger entre su mano mi polla erecta, lo que a su vez, me autorizaba a mi a coger sus tetad y apretar sus pezones con mis dedos hasta hacer gemir de placer a la chica.
Pero de ahí no se pasaba, bueno, a veces si, había caricia del coñito por encima de las bragas, pero nunca se llegaba al sexo oral ni a la penetración, estábamos entre compañeros de instituto y lo máximo que nos permitíamos era que yo eyaculase sobre la mano de ella… y sobre todo lo que alcanzase la erupción de mi polla, lo que a veces nos ocasionaba algún contratiempo inesperado. Estos fueron mis inicios en el sexo, lo que lleve a efecto con 6 o 7 chicas con la mayor naturalidad. No sabía yo que, por lo visto, estaba muy disputado entre mis compañeras, que llegaban a enfadarse entre ellas cuando yo tenía una de estas escapadas en el parque con una compañera distinta a la anterior. Me gustaban todas ellas, pero ninguna en particular, de ahí que estos actos sólo tuviera para mi el simple valor del necesario desahogo para mis hormonas, ya aceleradas a mi edad.
Pero pasemos página. Mi madre cumplió 35 años en un estado físico envidiable. Salir con ella a dar un paseo o a resolver un trámite era una constante sucesión de piropos, elogios y requiebros, que ella sobrellevaba de manera muy reservada, y que yo sentía como pinchazos en mi amor propio. Nunca le interesó más tener un hombre a su lado, pese a estar en lo mejor de su vida, y cuando nos hablaba a mi hermana y a mi siempre nos decía que la memoria de nuestro padre era sagrada para ella, y que aunque como mujer, sentía su necesidad fisiológica, había aprendido a controlar su sexo sin necesidad de dar entrada en su vida a un extraño. Tanto mi hermana como yo intuíamos ya en que consistía ese conteo sobre la necesidad fisiológica de su sexo, o sea, en sesiones de placer solitario que se procuraría en las horas de nuestra ausencia del hogar. Y muy bien que hacia.
Inés tenía ya 17 hermosos años, era una chica espectacular en cuanto a su belleza y su físico, lo que se suele decir un tipazo, alta, rubia con ojos azul claro, un pecho precioso, abundante pero sin exagerar, y unas caderas y un culo de infarto. Yo la había visto con bastantes chicos, en plan amistoso,o poco más, pero nunca hablo conmigo ni con mama de tener novio, cosa que se hubiera sabido de inmediato pues el grado de confianza, de intimidad y de complicidad entre los tres era muy alto.
Nuestra situación era más o menos similar a la ya escrita: sencillez en el modo de vida, austeridad en el vestido y el calzado, nada de lujos, y sobre todo, una administración excelente por parte de mi madre. Parecía mentira que con la sola pensión que le correspondía por la muerte de mi padre pudiésemos vivir los tres, y además, que incluso tuviésemos nuestra paguita semanal. Carmen, nuestra madre, supo administrar perfectamente no sólo el dinero mensual que percibía, sino la buena suma que un tiempo después de fallecer mi padre, había cobrado como seguro de vida, al haber fallecido mi padre en accidente de trabajo. Nosotros correspondíamos a ese ejemplo materno gastando lo menos posible de nuestra paguita semanal, y tanto Inés como yo hasta ahorrábamos para cualquier gasto imprevisto que pudiera surgir. Nuestros primeros pc, nuestros primeros móviles… Los compramos con ese dinerito ahorrado, sin tener que pedirle a mama que hiciera esfuerzos que se saliesen de la cuenta mensual de gastos.
Yo era o me consideraba el rey de la casa. Tenía el dormitorio de dos camas, que habían sido de Inés y mía, para mi sólo. Mi hermana dormía con mi madre en el antiguo dormitorio matrimonial, y aunque Mama le había ofrecido a Inés cambiar la cama grande ir dos individuales, mi hermana se había negado, ya que siempre adujo que le quedaría menos sacio para su mesita de trabajo, y que la gran cama de matrimonio permitía que ambas durmiesen con comodidad.
Pero las cosas no podían mantenerse tan idílicas como vengó narrando. Creo que yo fui el detonante. La primera vez que una chica fue a mi casa para un trabajo del instituto, mi madre no puso buena cara. Juro por Manitu que sólo trabajamos sobre la materia que nos habían ordenado los profesores, bueno, algún que otro Morreo si que hubo, pero sin mayor trascendencia. Aquello paso, pero tuve que aguantar el sermón de mi madre, en presencia de Inés: "Carlos, hijo, tu sabes que nuestra casa es modesta pero honrada, y que desde que falta tu padre aquí no ha entrado otra persona para tener sexo bajo este techo.
Yo comprendo que ya eres casi un hombre, pero fíjate en mi y en tu hermana mayor, a quien le sobran lis hombres para poder tener sexo si ella quisiera, pero por favor te pido, no me des un disgusto de traer aquí a ninguna compañera para otra cosa que no sea para estudiar". Yo no tuve más remedio que aceptar se razonamiento, al que siguió la visita de Inés a mi habitación aquella misma noche, ya con su pijama para meterse en la cama. "Carlos, comprende a mama, no te disgustes, pero figúrate que sería de esta casa si yo me trajes a un chico, o si ella se transé a un hombre cuando se le apeteciera, tu como vería eso? Le tuve que dar la razón, aún cuando no me entere muy bien su razonamiento, ya que mi mirada se iba sin querer a los pezones que marcaba debajo de la tela del pijama, coronando las dos hermosas tetas de su cuerpo juvenil. Hasta que me sorprendió con su grito: " ¿Tu que miras, calentón? ¿A tu hermana también le vas a mirar las tetas? " todo dicho con una sonrisa en los labios y un tremendo sonrojo en sus mejillas. Creo que ese fue el momento en el que Inés se dio cuenta de que en mi había un hombre en la edad de follarse hasta a una mosca que pasase volando. Tras alguna broma más y darme un cachete en la cara de forma cariñosa, yo alcance a darle otro en el culo, lo suficiente ora aprobar lo duro y hermoso del mismo, todo entre risas de hermanos bien avenidos.
Pero ya se sabe eso de que el hombre propone y Dios dispone. A la semana siguiente de lo narrado, otra nueva chica se acercó a casa con el problema de que al siguiente día teníamos examen de matemáticas y de que no era capaz de resolver ni una ecuación. Yo le expuse a mi madre la situación, y como la chica era hija de una conocida de mama, dio su visto bueno. Rosa, que así selva abra mi compañera, no aprendió aquella tarde a resolver ecuaciones, pero si que aprendió y me enseño a mis casi 16 años a hacer el amor.
A poco de sentarnos en mi habitación a la mesa de studio, ella empezó a quejarse de calor. Fui por agua fría a la cocina, pero tampoco eso bastaba. Se quitó el jersey quedando en camisa, de la que desabrocho dos botones añadidos al que ya traía abierto. Rosa era una de las compañeras más cuajadas de la clase, habéis cumplido lis 16 pero era una auténtica mujer. Cuando al desabrocharse ls dos botones de la camisa comprobé que no llevaba sujetador, y que al menor movimiento, dejaba ver casi por completo sus hermosas tetas, ya me di cuenta de que lo que menos le importaban eran las ecuaciones.
Rosa había ido a mi casa a buscar un lío conmigo. Yo no se lo dije claramente, pero cuando al pico tiempo ella me pidió mi libro de matemáticas para ver la resolución de algunos ejercicios, y al levantarme percibió mi gran erección, ya no se anduvo con tapujos, y su mirada a mi polla era tan desafiante como la mía a sus tetas. Sin mediar palabra nos volvimos locos. Los besos en la boca, acariciando nuestras lenguas, dieron paso a la cogida de sus tetas por mi parte, ante lo cual, ya surgieron sus primeras gemidos. "Al fin Carlos, al fin te das cuenta de lo loca que estoy por ti" decía entre gimoteos y suspiros, que aumentaron en volumen cuando se quitó completamente la camisa y empujo mi cabeza contra sus tetas, que yo,kamikaze primero con delectación, para después empezar a succionar sus pezones, a lo que ella respondía con verdaderos gritos de placer.
Cuando levantándole la falda coloque mi mano en su entrepierna para acariciar su coño mientras chupaba sus pezones, quede perplejo al ver que no estaba mojada, sino que literalmente chorreaba a través de la tela, chorro que impregno mis manos de líquido viscoso y para mi desconocido. En el momento de sentir su sexo acariciado, ella salto como una autómata y quitándome el cinturón y soltando la cremallera, me bajo los pantalones hasta sacarme la polla sobre mi bóxer empezando a chuparmela primero sólo el glande osar en seguida, empezar a introducírsela casi enteramente en su boca iniciando un mete y saca delicioso que me hacia estremecer de placer mientras sentía por vez primera las maravillas del sexo.
Sólo fueron necesarias un ora de docenas de chupadas para que instintivamente yo acompasará con el movimiento de mi pelvis lis chupetones de su boca, lo que hizo surgir de inmediato un torrente de leche, que yo expulsaba entre alaridos de placer.
Rosa recibió mi semen en la boca al principio con sorpresa, pero después con delectación hasta el punto de saborearlo con cara de gusto y terminar trabándolo en su totalidad. Mi orgasmo había dejado mi miembro fláccido, pero ella tras decirme que era su turno, me desnudo por completo, se desprendió de su falda y me pidió que yo le bajase las braguitas, lo que hice con una ansiedad sin límite. Cuando vi ese precioso coño ante mi, con su bien cuidado y recortado vello, con los labios completamente impregnados de su flujo vaginal, la erección me volvió como un resorte. Me baje a su pilón y empece a lamer sus inglés, sus labios, alce su trasero para legar a su culto, que me supo delicioso -sin duda había preparado previamente el "examen de las ecuaciones"- y por fin, busque su clítoris con cierta torpeza, siendo ella quien me ayudo a poner mi lengua en el punto acto de su mayor fuente de placer. Su corrida fue inmensa, toda mi boca, mi cara, se llenaron de ese riquísimo néctar de sabor tan indefinible.
De nuevo volvieron sus gemidos, convertidos en alaridos, a mi ya no me importaban ni las buenas recomendaciones de mi madre y de Inés, ni que ambas pudieran escandalizarse al oír nuestros gritos de amor, ni que luego hubiese regañinas o malas caras. Todo me daba igual… Menos el coñito de Rosa que se abría ante mi, como pidiendo que mi polla fuese a su encuentro. Así fue, con un leve empujón chillo, la cabeza de mi polla empezó su triunfal recorrido por el interior del cuerpo de Rosa, y a pesar de la extremada lubricación, de no ser ella virgen, y de que mi polla no es excesivamente gruesa (aunque sí larga), el avance fue algo trabajoso por lo cerrada que ella estaba, pero cada centímetro de penetración, un inmenso placer recorría nuestros cuerpos como sólo el sexo disfrutado en plenitud es capaz de provocar en hombre y mujer.
Cuando ya todos mis 17 cm de polla encontraron alojamiento, empece a mover mi abdomen en suaves metidas y sacadas, mientras Rosa acompasaba sus movimientos a lis míos. Todo lo hasta ahora descrito queda empequeñecido ante el inmenso placer de un polvo como dios manda. Cada nuevo recorrido por las paredes de su útero, era un triunfo glorioso para mi cuerpo. Cada vez que ella llegaba con su culo hasta mis huevos, era un gozo inenarrable.
Cuando en ese éxtasis surgió la mutua corrida, que era nuestro segundo orgasmo de la tarde, los gritos ya indisimulados superaron a todo lo que hasta entonces había salido de nuestras gargantas. Ni que decir tiene que tras esta primera postura en la que su espalda staba cagada sobre mi cama mientras sus piernas descansaban en mis hombros y yo de rodillas la penetraba, siguieron otras muchas, cabalgando ella sobré mi, tanto de frente como de espaldas, colocándonos ambos de costado mientras yo la penetraba por detrás hasta llegar a lo más profundo de su coño. Como no faltaron el misionero, ni un buen 69 entre uno y otro acto, hasta que ya dispuestos a terminar, se puso Rosa a cuatro, mientras me invitaba a clavársela por detrás. En efecto, agarrándola por la cintura y sujetando sus hermosos muslos entre lis míos, me la clave en su coño por detrás en el más delicioso momento de la tarde. Estábamos los dos a punto de venirnos de nuevo, y entre gemidos intensos, jadeos por la actividad ya desarrollada y sentimientos de placer que nos llenaban hasta el alma, tuvimos una cogida tremenda que desemboco en una eyaculación no tan abundante como las dos anteriores, pero si más gustosa que ninguna, mientras que Rosa, al sentir mi caliente leche en sus entrañas, alcanzo un clímax tremendo que le hizo arrojar de nuevo sus líquidos, esta vez en una cantidad inmensamente mayor que las anteriores.
Ambos caímos sobre la cama rendidos, exhaustos. Hablamos de intentarlo por el culo, pero ninguno de ls dos nos sentíamos capaces de reiniciar la actividad. Quedo aplazado para otro día. Tras casi tres horas de sexo, ambos nos preparamos para vestirnos de nuevo, disimular como podíamos los restos de nuestra actividad, peinandonos como pudimos, y guardando Rosa sus braguitas en el bolso, nos dimos un largo beso con nuestras lenguas conservando el sabor de nuestros sexos, y nos preparamos para aguantar el chaparrón de las dos mujeres de mi casa cuando nos vieran salir del dormitorio. Para mi sorpresa, no era así, y al ver que no había nadie en el salón, acompañe a Rosa hasta la puerta, nos dimos otro beso fugaz y cerré con cuidado de no hacer el menor ruido.
Pero, oh sorpresa! Nada más volverme empiezo a oír como en un aparato reproductor los mismos sonidos de gemir, jadear, gritar tenuemente que hasta hace poco habíamos emitido Rosa y yo. En un principio creí que Inés nos había grabado y que ahora me los ponía para afearme mi conducta. Pero a medida que iba acercándome a la zona de ls dormitorios y me Oriente correctamente, comprobé que estaba equivocado, y que tales sonidos provenían del dormitorio de mi madre. "Alguna se estará haciendo un dedo", pensé, pero a medida que me acerque y pegue mi oído a la puerta, descubrí que no, que eran jadeos de dos personas, diferentes en sonido e intensidad.
Con mucho cuidado abrí una pequeña rendija de la puerta, y el espectáculo que pudieron ver mis ojos no pudo ser más extraordinario. Inés y Mamá estaban desnudas en la gran cama, y en ese momento frotaban con frenesí sus coños uno contra el otro, en una tijera colosal. Inmediatamente mi erección fue tremenda, entreabrí un pico más la puerta y pude deleitarme en el spectaculo. El cuerpo de Ines ya tenía una ligera idea de como era, pero es que el de mama no le iba a la zaga, a sus treinta y tantos años era toda una diosa, con unas tetas perfectas, unas caderas sensacionales y un coño peludito que al chocar con el de mi hermana producía un s ido de lo más estimulante, hasta tal punto ambas estaban inundadas de sus jugos vaginales. Al ver ese panorama, me quede como petrificado, aunque pude reaccionar a tiempo y cerrar la puerta antes de ser descubierto.
La sesión de sexo lesbico duro horas, que yo viví estoicamente sentado en el salón, oyéndolo todo, pues ya tampoco disimulaban lo que estaban haciendo ninguna de las dos. Hasta tres veces más me levanté para echar vistazos fugases, y pude ver como se besaban como locas, como tenían un69 majestuoso y como incluso Inés refregaba su coño por la boca de mama. Algo inenarrable.
Cuando los quejidos cesaron, me retire a mi habitación, dejando la puerta abierta. Algo así como media hora más tarde, oí que alguien salía del dormitorio y entraba en el baño. Al pico rato, la puerta del dormitorio se abría de nuevo, y sentimos pasos de la otra, también encaminados al baño. Una vez concluida su higiene personal, ambas salieron sonrientes y arreboladas del dormitorio, perfectamente vestidas. Al sentarse en el sofá, mi madre me llamo: "Carlis, pueds venir?" Yo prepare de inmediato varias estrategias para responder a la presumible regañinas que me superaba. Pero no fue así.
– Hijo, dijo mama, te dijimos Inés y yo que no estaba bien que trajeses chicas a casa para algo que no fuera estudiar. No nos has hecho caso, y hoy te has traído a Rosa y has hecho con ella de todo, y no lo niegues, porque te hemos oído.
– si, pero vosotras dios tampoco me podéis negar que también habéis tenido sexo entre ambas, les respondí.
– Pues claro que si, me contesto Inés, tu no sabes lo que es tener a dos mujeres al lado oyendo como un chico se folla a otra chica. ¿Qué querías, que no nos pusiéramos calientes? Pues aprende que cuando dos mujeres nos ponemos cachondas tenemos mil formas de satisfacernos.
– Hijo, volvió a intervenir mi madre, espero que hayas disfrutado con Rosa. Hemos hablado Inés y yo, y si algún otro día vas a volver con ella a casa, no te preocupes, ya nosotras sabemos como disfrutar mientras te oímos disfrutar a ti.
Evidentemente, tener dos mujeres en casa puede producir estos efectos MUY RECOMENDABLES PARA LA SALUD.
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