Las noches de Green City – Capítulo 1
Elias despierta con una gran resaca y sin acordarse de que hizo el día anterior. Un viaje al bar donde estuvo puede que le refresque la memoria y se acuerde de la señorita con la que estuvo. .
Lo primero que noté al despertarme fue la boca seca, como si no hubiera bebido en días. La cabeza me mataba y sentí un estallido de dolor cuando mi perro ladró al verme despierto. Me incorporé en la cama y bajé los pies al suelo. Me había quedado dormido con sólo unos vaqueros.
Mi casa es, prácticamente, una sola habitación. Esa habitación es a la vez un salón, una cocina y un dormitorio. Los armarios, tanto de ropa como los que utilizo para la cocina, están empotrados en las paredes, al igual que la cama. En una de las paredes, hay una cortina que separa el cuarto de baño del resto de la casa.
Me levanté y fui hacia el cuarto de baño. Me lavé la cara y me miré al espejo. Me devolvió la mirada un hombre joven que no aparentaba ni los treinta años. Una barba de tres días crecía en su mentón de líneas rectas y angulosas. Su pelo corto, casi con un corte militar. Me revisé más de cerca los ojos y los tenía surcados con una red de venas rojas.
– Sin duda, ayer tuvo que ser una buena noche.
Salí de vuelta a la habitación y vi a Baxter, mi bóxer marrón que recogí de la calle, con su cuenco de comida en la boca. Miré el reloj y marcaba las siete de la tarde. Me había quedado dormido casi todo el día. Cogí el cuenco de Baxter y se lo llené de pienso, se lo dejé en el suelo y se abalanzó sobre él, devorándolo. Aproveché que estaba al lado de la nevera y saqué una cerveza. Como siempre decía un amigo: “No hay mejor remedio para la resaca que el mal que te lo ha causado.”
Me tiré sobre el sofá esquinero de cinco plazas que tenía y, cuando iba a encender la televisión, sonó el tono de llamada de la casa. Delante del sofá había una mesa baja con una pantalla y botones para controlar todo, desde las luces hasta las persianas o la televisión. En esa pantalla apareció el nombre de Bobby, un viejo amigo mío. Le di al botón para coger la llamada y, enseguida, escuché su voz por los altavoces.
– Buenos días, me alegro de comprobar que, al menos, estás en tu casa.
– Buenas. ¿Y eso?
– No sé si lo sabes, pero tienes el móvil muerto, al menos no da señal, y supongo que tampoco te acuerdas que hoy habíamos quedado para comer.
Llevaba razón, ni me acordaba de ello. Miré a mi alrededor, buscando el móvil, pero no lo vi por ninguna parte.
– Pues, siéndote totalmente sincero, me acabo de levantar hace cinco minutos con la madre de todas las resacas.
– ¿Saliste anoche? ¿Tú solo?
– Ni idea, no me acuerdo de nada de anoche.
– Joder, Elias. No deberías hacerte eso. Sé que estás mal con lo de la ruptura con Rose y no es bueno que te quedes encerrado en casa, pero si querías salir por ahí, podías haberme llamado.
Al escuchar el nombre de Rose me vino a la cabeza, como un golpe de un boxeador, los recuerdos de ella. Cómo habíamos empezado a salir, nuestra relación, cómo me había puesto los cuernos con su jefe y la dolorosa ruptura. El sentimiento de traición y el dolor me llenó de súbito.
– Tienes razón tío. Supongo que necesitaba despejarme o algo. – mientras decía esto, me vino una palabra a la cabeza y que dije casi sin pensar. – Nivalis.
– ¿Cómo?
– No lo sé, me ha venido a la cabeza. Nivalis. ¿Te suena?
– Sí, hay un garito en el barrio Eliseo con ese nombre. ¿No me digas que estuviste allí? ¡Y encima solo!
Encendí la televisión y, con el teclado de la mesa, busqué el nombre. La búsqueda me devolvió la página web del bar y una imagen de su fachada. En la imagen era de noche y bastante oscura. La fachada era de hormigón gris. Sólo dos cosas rompían la monotonía de esa fachada, un letrero de neón rojo en su parte superior con el nombre del bar, Nivalis, y una puerta de metal negra en el centro de la fachada con un hombre, casi tan grande como la puerta, al lado. Esa imagen me resultaba familiar, muy familiar.
– Me parece que sí, que estuve bebiendo allí.
– Pues menos mal que te has despertado hoy en tu cama y no en una bañera con hielos y pesando un riñón menos.
– Estás haciendo un drama, Bobby.
– ¿Un drama? Búscalo, siete muertos anoche en ese barrio.
Lo busqué rápidamente y tenía razón.
– Siete muertos en un tiroteo entre bandas. Te recuerdo que no pertenezco a ninguna de ellas.
– Ya, pero podría haberte pillado cerca, o que te hubieran secuestrado unos buitres.
– Bueno, sabes perfectamente que, si me hubieran pillado los buitres, no me faltaría un riñón, directamente no me habría despertado.
– Y lo dices tan tranquilo, no sé cómo fuiste allí.
– El barrio es muy grande, hay mucha gente. Estadísticamente, no suceden más delitos allí que en cualquier otro barrio.
– Tú y tus estadísticas.
– Aham. – respondí mecánicamente, aún mirando la imagen del bar.
– No. No. Sé lo que estás pensando. Tú vas a volver a ir hoy, ¿verdad?
– Sí. Puede que recuerde algo más si voy.
– ¿Qué más quieres recordar? Ya sabes que estuviste allí.
– No lo sé, pero tengo un presentimiento extraño.
– Vale, voy contigo. Ya que no te voy a poder quitar la idea de la cabeza.
– Bueno, como quieras. Vamos a cenar y luego nos damos una vuelta por el bar, ¿vale?
– Bien. Paso a recogerte.
Tras la conversación, me metí a la ducha para prepararme. Era un cubículo estrecho en el que solamente cabía una persona con una alcachofa en el techo. El agua caliente caía por todo mi cuerpo. Cerré los ojos, alzando la cabeza, para sentir el agua caer por mi cara. Me ayudaba a despejarme la cabeza y a calmar un poco el dolor.
Estando ahí, me venían imágenes a la cabeza. Un vaso con hielos y un líquido de color azul sobre una barra de bar. Luces de neón rojas. El letrero de un cuarto de baño. Unos ojos con una miríada de tonos de verde, más oscuro llegando a la pupila, formando una nebulosa contenida en un iris.
Terminé de ducharme y me vestí de manera sencilla. Unos vaqueros, una camisa negra y unos zapatos. Busqué el móvil por todo el piso, estaba en el suelo, debajo de la camisa que llevaba la noche anterior.
Asegurándome que lo llevaba todo encima, salí del apartamento. Baxter hacía tiempo que había salido por la gatera. El pasillo estaba vacío, al menos de personas. Al lado de la puerta que daba a la terraza, un espacio comunitario donde poder juntarse la gente que convivían en los múltiples apartamentos del edificio, había unas máquinas expendedoras con una gran variedad de artículos, desde comida hasta condones. Por el suelo había cajas con cosas viejas, revistas, flyers de clubs y bares. Las paredes grises estaban decoradas con pintadas de mayor o menor gusto.
Me dirigí hacia los ascensores, echando un ojo a la amplia terraza por si veía a Baxter. En la terraza había bastante gente, algo de lo más normal porque en este edificio había una terraza como esta por cada quince plantas y con una media de casi 30 apartamentos por planta. En las terrazas había varias tiendas, casi todas de alimentación o artículos básicos.
El edificio tenía cuatro ascensores, con una gran capacidad, y aún así tuve que esperar mi tiempo para que llegara uno. Tampoco es que me extrañara, yo vivía en el piso 34 y había 90 plantas en este edificio. Marcando el cero en el ascensor me bajó hasta el nivel de calle, acompañado todo el tiempo por anuncios de una gran variedad de productos.
Los ascensores del edificio me dejaron en la galería, una zona de tiendas y puestos de comida rápida que daba a la calle por una escalera como única separación. La calle estaba abarrotada de gente y coches, algo bastante común en una ciudad de más de cinco millones de habitantes como Green City.
Siempre me había parecido curioso el nombre de la ciudad, Green City, bastante irónico para esta jungla de hormigón, acero y cristal. Aunque había algunos parques en la ciudad, sobre todo en la zona centro, eran muy pocos y estaban mal cuidados. Lo que predominaba en la ciudad eran los grandes rascacielos de apartamentos como del que acababa de salir.
Bajé a la acera y me encaminé hacia la entrada del aparcamiento del edificio a esperar a Bobby. No quería quedarme en las escaleras que comunican la galería con la calle, ahí se colocaban los camellos y no quería tener problemas quedándome demasiado tiempo en ese lugar. Al poco, vi aparecer el Ford Focus de mi amigo. Lo tenía desde hace mucho tiempo, pero era bastante reacio a separarse de él. Paró a mi lado y me subí al asiento del copiloto.
– Muy buenas. ¿Dónde cenamos? – me preguntó nada más entrar.
– ¿Vamos al Tommy’s? Nos pilla de camino.
– Muy bien, hamburguesas entonces.
Tras cenar, nos dirigimos al bar. Enfrente de este había un aparcamiento que, a estas horas, las nueve y media de la noche, estaba bastante vacío. Bobby aparcó el coche encarado hacia el bar. Al ver la fachada, ahora con mis propios ojos, sí que recordaba haber estado aquí.
– Bueno. ¿Vamos? – le pregunté, al ver que no detenía el motor del coche.
– Sí, déjame coger una cosa.
Bobby se echó hacia mí, abriendo la guantera del coche. Sacó una pistola, comprobó el cargador y, sólo entonces, paró el coche y salió. Se guardó la pistola en el cinto del pantalón, tapándola con la chaqueta que llevaba.
– ¿De verdad? ¿Vas a entrar con una pistola?
– Sí. Mira tío, no voy a meterme desarmado en esta mierda de barrio.
– ¿Y si te la pillan los de seguridad del bar?
– Aquí la gente no mira una mierda, sino nadie de este barrio entraría a ningún bar.
– Bueno, haz lo que quieras. Vamos.
La calle que separaba el bar del aparcamiento no era muy frecuentada y la cruzamos a paso rápido cuando no venía nadie. Al lado de la puerta del bar había un hombre grande, muy grande, casi del tamaño de la puerta que estaba guardando. Cuando nos acercamos a él, apareció desde su sombra una chiquilla menuda.
La chica llevaba unas medias disparejas hasta medio muslo, una de ellas rosa y negra a rayas verticales y la otra de rejilla. Aún llevando plataformas no le llegaba al hombre ni a la altura de sus hombros. Un pantalón vaquero cortado a la altura en la que empezaban sus muslos y una camiseta de tirantes completaba todo su vestuario. Con un bate metálico nos cortó el paso hacia el bar y nos echó una mirada de arriba abajo.
– Humm. Pasar, y cuidadito con lo que hacéis. No quiero tener ningún tipo de movidas esta noche. ¿Eh? – nos dijo, poniéndose el bate sobre los hombros y apartándose de nuestro camino.
El gran hombre, aparte de una ligera mirada, no dio ninguna muestra de estar siquiera vivo.
– Ves, ya te dije que no iban a ver el arma. – me dijo Bobby en voz baja cuando entramos al bar.
El Nivalis era un bar de dos plantas. Nada más entrar a la derecha se encontraba la escalera de subida a la planta superior y a la izquierda la barra. La planta superior estaba dividida entre reservados a lo largo de las paredes, formados por sillones en forma de U con una mesa en el centro, y pequeñas mesas circulares con sillas altas en el centro. Tenía una balconada con vistas a la pista de baile de la planta inferior, en el centro de esa balconada se encontraba una cabina cerrada donde un DJ ponía la música. La planta inferior estaba dividida entre una gran pista de baile y unos pocos reservados, iguales a los de arriba, situados bajo la balconada.
Todo el bar estaba iluminado por luces de neón rojas. Líneas de estas luces recorrían la barra, justo por debajo del borde de la encimera, y la barandilla de la escalera y balconada. Otras se encontraban por paredes y techos por igual. Aunque el edificio no tenía ventanas, unas grandes pantallas incrustadas en las paredes simulaban ser ventanas en las que los dueños podían variar la imagen del exterior. En este momento se podía ver, a través de esas ventanas, la ciudad de Green City vista desde lo alto de la montaña que se encontraba a las afueras.
No había mucha gente en el bar todavía, era demasiado temprano. El DJ ponía en ese momento la canción “Days of thunder” de “The midnight” y unas pocas parejas bailaban en la pista mientras solo un reservado estaba ocupado en la planta inferior. Tras la barra se encontraba un hombre que aparentaba tener menos de 30 años.
– ¿Qué os pongo? – preguntó en cuanto nos acercamos a la barra.
– Un Blue Lagoon. – respondí instintivamente, sin saber bien porqué me había salido de dentro pedir eso.
– A mí, una cerveza.
El camarero se alejó para preparar el cóctel y mi amigo me echó una mirada rara, como preguntándome qué era lo que me había pedido. Yo sólo pude contestarle con un encogimiento de hombros. En ese momento, me vino a la cabeza una voz dulce y femenina diciendo: “Yo tomaré un Blue Lagoon.”
Cuando el camarero nos sirvió las bebidas, nos fuimos a la planta superior. Si abajo había poca gente, aquí había menos. Nos sentamos en uno de los reservados.
– Así que aquí viniste ayer. Al menos ponen buena música.
– Sí, no está mal. – respondí sabiendo su gusto por la música antigua.
Le di un largo trago al cóctel, tenía un sabor muy dulce, con un regusto amargo al final.
– ¿Y bien? ¿Has recordado algo?
– Poca cosa. Recuerdo el bar, al camarero y creo recordar que estuve aquí con alguien. Alguien que se pidió esto. – dije alzando la copa.
Unos golpes de bombo indicaban que la canción había cambiado. Enseguida fueron acompañados con unas guitarras eléctricas haciendo un rift que invitaba a moverse. Entonces entraba una voz masculina: “Have you got colour in your cheeks?”
Una imagen se abrió paso en mi cabeza, una pista de baile abarrotada de gente moviéndose al compás de esos bombos y guitarras. Entre la gente, un pelo rojo que danzaba junto al resto.
“Are there some aces up your sleeve?”
Su cabeza se giró un poco, dejándome ver que el pelo lo tenía recogido tras la oreja izquierda mientras el resto lo tenía suelto y peinado hacia la derecha. En la oreja tenía siete pequeños aretes que iban subiendo desde el lóbulo hasta la parte superior, todos ellos unidos por una pequeña cadena negra, que quedaba colgando desde el arete del lóbulo, con un pequeño diamante engarzado al final.
“Have you no idea that you’re in deep?”
Siguió girando, dejándome ver su cara. Una nariz fina y respingona con un piercing en la aleta derecha. Unos labios pequeños, pintados de un rosa pálido. Unos pómulos ensalzados con un ligero rubor. Unos ojos verdes, profundos, que me miraron fijamente.
“I dreamt about you nearly every night this week”
En el momento en que sus ojos hicieron contacto con los míos, desapareció todo. La gente no importaba. La cerveza que tenía en la mano no importaba. El calor del ambiente no importaba. Sólo estaban esos ojos, la música y yo.
«Do I wanna Know” de “Arctic Monkeys” seguía sonando. Yo estaba sentado en un taburete en la barra. Ella se acercó hacia mí. Cuando salió de entre la multitud, pude ver el vestido negro anudado al cuello que llevaba, con un escote que le caía hasta casi el ombligo y una falda asimétrica que le colgaba más por la pierna izquierda, dejando la derecha prácticamente entera al aire.
La cintura no era ni muy grande ni muy pequeña, de la medida exacta para que pudieras rodearla con un brazo al caminar con ella o sujetarla con ambas manos mientras follabas. Las tetas del tamaño justo para la mano y erguidas, desafiando a la gravedad.
Cuando se apoyó en la barra para pedir, a mi lado, pude ver que su espalda estaba totalmente descubierta y terminaba en un culo que era tal y como me lo había imaginado, bien proporcionado y justo para su cuerpo y que atraía las miradas tanto de hombres como de mujeres cercanos. Situado estratégicamente al inicio de unas largas y estilizadas piernas que terminaban en unos zapatos de tiras negros con un tacón de diez centímetros, haciendo que su metro ochenta naturales alcanzara el metro noventa.
La imagen de aquella increíble mujer desapareció de mi cabeza tan rápido como había llegado.
– Me encontré con alguien aquí. Una mujer.
– ¿Saliste a ligar? ¿Tan pronto?
No, no había salido a ligar, pero tampoco quería decirle que había salido a emborracharme, mucho menos sin él. Yo seguía mirando la copa, sin contestar, e intentando recordar algo más de ella.
– ¿Y qué? ¿Estaba buena?
– Mucho. Pelirroja, alta, con unas buenas curvas. Bebía esto. – dije dándole un largo trago al Blue Lagoon.
Cuando el camarero le puso la copa delante, ella se giró hacia mí. Con una media sonrisa, me miró de arriba a abajo, como yo acababa de hacer con ella. Yo aparté la vista, volviendo a mirar a la pista de baile y llevándome el botellín de cerveza a los labios, apurando su contenido.
– ¿No bailas? – me preguntó.
– ¿Yo? No, gracias. No estoy de humor. Esta noche me limito a beber.
– Ya veo. ¿Mucho que olvidar?
– Bastante.
– Prueba esto, puede que te ayude más a olvidar que esa cerveza.
Ella me ofreció la copa, llevando la pajita hasta mi boca. Di un ligero trago, suficiente para notar el sabor del cóctel y lo suave que entraba. Apartó la copa de mí y, levantando la mano para atraer la atención del camarero, pidió otro igual.
– ¿Y si me cuentas eso que quieres olvidar?
– No, prefiero no amargarte la noche. Te veías muy feliz bailando hace un momento.
– Tampoco estoy mal aquí. Y se baila mejor en compañía. – me dijo con una ligera caída de ojos.
Tuve que apartar la vista, esos ojos profundos, embaucadores, me turbaban y me ponían nervioso. Sin embargo, tampoco podía pasar mucho tiempo sin que mi vista volviese a desviarse hacia ella. El camarero me trajo la bebida y, de un trago, apuré la mitad. Ella me acompañó con otro trago largo, vaciando su copa.
– Termínatela rápido. Sé de algo que te puede ayudar a olvidar.
Apurándome la copa, me cogió de la mano y me arrastró a la pista de baile.
Seguimos bebiendo mientras las horas pasaban. De vez en cuando, uno de los dos bajábamos a volver a pedir algo mientras el otro se quedaba arriba, guardando el sitio. Yo buscaba entre la gente ese pelo rojo. Algo dentro de mí quería volver a encontrarse con ella. Ese sentimiento se iba haciendo más profundo cuanto más recordaba.
Con el alcohol en mis venas y aquella preciosa mujer danzando a mi alrededor, se me olvidaron todas las preocupaciones. La manera en que sonreía, mostrando esa dentadura perfecta. La manera en que su cuerpo seguía el ritmo de la música, chocando y rozándose contra el mío. La manera en la que se apoyó contra mí, dejándome sentir la firmeza de esas tetas en mi pecho, cuando empezó a sonar la canción de “I wanna be yours” de “Arctic Monkeys” para decirme al oído que le encantaba esa canción.
Seguimos bailando, dejándonos llevar por la música. Cada vez estábamos más juntos, siempre había alguna parte de nuestros cuerpos haciendo contacto entre sí. La mayoría de las veces era su culo con mi entrepierna. Los momentos en que me cantaba al oído los versos de la canción, me subía un escalofrío por la columna. Una de esas veces, al retirar la cara de mi oreja, se quedó muy cerca de mí, tanto que nuestros labios casi se tocaron. Sin importarme ya nada, la besé.
Ella no se echó hacia atrás, ni se quedó quieta. Me correspondió el beso con tanta energía y pasión como yo le ponía.
Una de las veces en las que bajé a pedir, fui al baño. Habia uno en cada planta y ambos eran unisex. La pared izquierda del baño estaba ocupada con un gran espejo ubicado encima de una fila de lavamanos, en la pared derecha había una media docena de cubículos con su respectivo retrete. También estaba iluminado con luces de neón, como el resto del bar.
Al entrar vi a una pareja besándose, ella sentada encima de la barra que formaban los lavamanos. Eso, por supuesto, me trajo más recuerdos.
Nada más entrar al baño me empujó contra la pared. Aprisionado entre el hormigón y sus tetas, aproveché la libertad de mis manos para tocar su culo, metiendo una de ellas por debajo de la falda, por el lado más corto.
Nunca me habían besado con tanta pasión, con tanto énfasis, con tanta hambre. Alguna vez llegaba a darme ligeros mordiscos en labios y lengua. Su cuerpo se restregaba sobre el mío. Mi pene erecto se rozaba contra su entrepierna, aún con la ropa de por medio.
En un momento que nuestras bocas se separaron, bajé a su cuello para darle un amplio lametón, casi desde la clavícula hasta la oreja. Después, fui dando besos y mordiscos por su largo cuello blanco.
– Sí. Muérdeme. Más fuerte. Desfógate conmigo esta noche.
Cogiéndola desde la cintura, giré para ponerla ahora contra la pared. Mordí su cuello, esta vez más fuerte, hasta casi hacerle sangre. Ella gimió en voz alta como única respuesta. Metí la mano entre sus piernas, subiendo por la parte interna del muslo hasta llegar a la poca tela que protegía su coño de mis avances. La tela estaba empapada.
Volví a besarla para acallar sus gemidos mientras apartaba el tanga con la mano para tocar su coño directamente. Estaba caliente y empapado y no me costó ningún esfuerzo colar dos dedos dentro. Ella no se quedó atrás, y me abrió la bragueta del vaquero sacando mi polla y empezando a pajearla.
Aunque estábamos en medio del baño, con nuestros cuerpos tan pegados y la baja iluminación, apenas se podía ver bien que estábamos haciendo. Aun así, la cogí de la muñeca y la arrastré hacia uno de los cubículos.
Ya eran casi las tres de la mañana e íbamos los dos bastante perjudicados. Yo seguía buscando con la mirada a aquella mujer, pero no había aparecido por ningún lado. Se me hizo obvio que esa noche ya no la vería, por lo que le dije a mi amigo de irnos ya. Aunque tenía tan mala opinión del barrio y el bar, me puso pegas para irnos, pero al poco tiempo conseguí convencerlo y nos fuimos a por el coche.
Aunque en el parking había un grupo de gente con música alta, bebiendo y drogándose, no tuvimos ningún problema y salimos de allí tranquilamente. Bobby me dejó en mi calle, donde me había recogido. En las escaleras de acceso al edificio seguían estando algunos camellos de guardia, Green City no dormía y ninguna hora era demasiado tarde para comprar lo que quisieras.
En mi piso, comprobé que Baxter se encontraba ya acostado en su cojín que le hacía de cama. Cerré las persianas metálicas del gran ventanal y me desnudé por completo. Los recuerdos de la noche anterior me tenían caliente y apenas me bastaron unos pequeños toques para que se me pusiera dura por completo.
Empecé a subir y bajar a lo largo de mi erecta polla pensando en ella. Pajeándome con el recuerdo de la noche anterior.
Bajándome el pantalón y los calzoncillos, me senté sobre la tapa del retrete. Ella se inclinó hacia delante sin doblar las rodillas para meterse la cabeza de mi polla en la boca. Mientras su lengua giraba alrededor de mi glande, yo le subí la falda dejando a la vista esas nalgas separadas por la fina tela negra de su tanga. Enganché el tanga con un dedo y tire hacia mí, haciendo que se le incrustase en su coño.
Aumentó el ritmo de la mamada, tragándose casi sin esfuerzo mis diecisiete centímetros de polla y llegando con su nariz hasta chocar con los pocos y recortados pelos que tenía en la entrepierna. Me la chupaba con mucha intensidad, como si quisiera que me corriera en su boca y cuando estaba a punto, paró.
Se alzó y me buscó con sus labios. Su lengua inundó mi boca dejándome un sabor raro, la mezcla entre su saliva y el sabor de mi pene. Nos seguimos besando mientras se sentaba a horcajadas sobre mí. Llevó una mano atrás para orientar mi polla hacia su interior y se dejó caer, metiéndosela entera de una sentada.
Comenzó a saltar encima de mí, desde el principio lo hacía con mucha velocidad y fuerza. Casi parecía que estaba poseída. Gemía y aullaba cuando no estaba comiéndome la boca o el cuello. Yo intentaba no correrme por todos los medios, pero era una tarea imposible con tal demonio sexual botando sobre mí.
– Estoy a punto de correrme. – le avisé entre gemidos.
– Shhh. Un poco más. Un poco más.
Se desanudó el vestido, haciendo que las dos tiras cayeran y quedarán ante mí sus dos preciosas tetas. Se echó hacia delante, metiéndome una en la boca para callarme mientras seguía moviendo su cadera arriba y abajo.
Le sujeté el culo con ambas manos y ella me las apartó, llevando una a la teta que no tenía en la boca. Se movía mejor si no la sujetaba. Haciendo caso omiso de mis advertencias, siguió con la follada hasta que exploté dentro de ella. Al notarlo, soltó un largo gemido y se sentó sobre mí, dejando mi polla completamente incrustada en ella. Me besó mientras ambos notábamos, uno a uno, los disparos de mi corrida en su interior.
– ¿Aún puedes seguir? No me he corrido y me gustaría que me dieras por detrás. – me susurró al oído.
Con su susurro y los apretones que me daba en la polla en su interior, ésta no perdió ni un ápice de su dureza. Nos levantamos y se subió de rodillas sobre la tapa del retrete, quedando su culo en pompa hacia mí. Me agaché tras ella y comencé a lamerle el culo hasta llegar al ano. Lo noté bastante suelto y, lubricándolo bien, le metí un dedo que se tragó sin ninguna dificultad. Enseguida pasé a dos y no noté ninguna resistencia hasta que añadí el tercero.
– Dame duro. Me encanta que me follen fuerte cuando me dan por el culo.
Me puse detrás de ella, encarando mi polla con su agujero. La cabeza se introdujo fácilmente en ella y, sujetándome a sus caderas con ambas manos, la metí entera de un solo empujón. Ella dio un alarido, pero acompañó la penetración echándose también hacia atrás.
Iba variando el ritmo de las penetraciones. Cuando la penetraba más rápido, ella dejaba el culo casi quieto, dejándome usarla a mi antojo. Cuando disminuía la velocidad, ella aumentaba los vaivenes del culo, empotrándolo contra mi cadera.
– Más fuerte. Más fuerte. – gritaba entre jadeos.
Bajé la velocidad de mis arremetidas, cambiándolas por profundas y duras penetraciones. Sacando mi polla casi por completo, aguantando un momento así y volviéndosela a meter hasta el fondo con un golpe seco.
Con unas pocas arremetidas, sentí como su culo vibraba mientras ella se corría entre gemidos y alaridos. Yo seguí follándomela mientras se corría y encadenaba orgasmos unos con otros. Buscaba correrme y volver a llenarla, pero ella llevó su mano hacia mi pecho, indicándome que parara un poco. Se la saqué y ella se levantó. Volvió a besarme mientras me pajeaba lentamente.
– Quiero que te corras en mi boca. Déjame probar tu leche.
Sin esperar respuesta, se agachó y comenzó a chupármela. Con una mano seguía pajeándome, acompañando a los movimientos que hacía su boca. En cuestión de minutos acabé corriéndome. Ella mantuvo todo el tiempo la cabeza de mi polla en su boca, tragándose todo el semen que salía mientras seguía con la paja.
Se levantó con una mirada satisfecha, orgullosa de sí misma. Se acercó y me susurró al oído:
– Espérame fuera, en el parking. Voy a arreglarme y despedirme de unas amigas y salgo.
Con todo el semen de la corrida por la paja sobre mi pecho, me acordé de esas palabras. Las últimas palabras que oí de ella, pues nunca apareció por el parking. Desde ese momento, esa mujer, que ni siquiera me dijo su nombre, se convirtió en mi obsesión. Desde luego había conseguido que me olvidara de Rose. Varias noches volví al bar, pero no llegué a encontrarla hasta dos semanas más tarde.
Eran las doce y media cuando entré al bar y me encaminé directamente hacia la barra. Cuando estaba esperando a que me sirvieran, busqué entre la gente ese pelo rojo. Al ser una mujer alta, no me fue difícil de divisar. Estaba al otro lado de la pista de baile, casi en los reservados de la planta baja.
Con la copa en la mano, me abrí paso entre la gente para acercarme a ella. Cuando estaba cerca, pude ver cómo iba hacia el cuarto de baño, llevando por la muñeca a una mujer rubia una cabeza más baja que ella. Vi en esos ojos verdes una lujuria y una sed iguales a los que tenía cuando me llevó a mí hacia el baño. Antes de que se cerrara la puerta del baño pude ver como sus labios se encontraban.
Volví a la barra apurando de un trago el Blue Lagoon y pedí una cerveza. Cerveza tras cerveza, pasó una hora y yo me comía la cabeza. Cómo había podido ser tan imbécil de obsesionarme con una mujer que sólo conocía de una noche. Sólo me había utilizado para echar un polvo, al igual que estaba haciendo con esa rubia y al igual que habría hecho con muchos otros. Cómo podía haber sido tan iluso.
Estaba tan centrado en mis pensamientos, que no noté a la persona que se me acercaba por la espalda hasta que sus brazos me rodearon y dos firmes tetas se apretaron contra mi espalda. Una lengua pasó por el exterior de mi oreja, desde el lóbulo hasta la parte superior. Una voz dulce y femenina me dijo al oído:
“¿Me estabas buscando?”
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