Las noches de Green City – Capítulo 2
Continúan las aventuras de Elías que se ha reencontrado con la misteriosa mujer con la que tuvo una aventura de una noche en un bar. .
Mi mano se entrelazaba en su melena rubia mientras nuestras lenguas danzaban juntas al son de la versión amortiguada que entraba en el baño de “Sweet dreams” de “Eurythmics”. Ella estaba aplastada entre la pared y mi cuerpo. Nuestros pechos apretados entre si. Podía notar la dureza de sus pezones clavándose en mis tetas. Ella subió una pierna, rodeándome por la cadera, y atrayéndome más. En mi vientre podía notar el pequeño bulto que hacia su pubis y el calor que emanaba de ahí.
La puerta se abrió, provocando que la música sonara más fuerte, y un par de chicas entraron. Ni nos inmutamos, seguimos comiéndonos la boca como si estuviésemos sedientas una de otra. Pasé la mano libre entre nuestros cuerpos hasta llegar a la escasa tela del tanga que protegía su coño. Apartándola a un lado, empecé a acariciarla con dos dedos a todo lo largo de sus labios mayores. Un gemido escapó de su boca y sus besos se hicieron más salvajes.
Una gran cantidad de sus flujos empapó mis dedos en un segundo, haciendo que penetrarla con ellos no tuviera dificultad alguna. Dos dedos entraron hasta los nudillos. Comencé a moverlos dentro de ella. Las oleadas de placer que le estaba provocando hicieron que pusiera los ojos en blanco y alzara su cabeza para gemir interrumpiendo los besos que nos estábamos dando.
La chica se corrió en ese momento. Mis dedos salieron acompañados de una cascada de flujos y ella se quedó desmadejada colgando de mí. Recobrando aún el aliento, la arrastré hasta uno de los cubículos y la dejé arrodillada en el suelo. Levanté una pierna, poniendo el pie en la taza y el muslo por encima de su hombro. Aparté mi tanga y atrajé su cabeza hacia mi coño.
La chica sacó la lengua dándome un largo lametón, después comenzó a succionar los labios mayores. Succionaba y mordía estirando de ellos para después liberarlos. Mismo tratamiento sufrió mi clítoris, al que también le incluyó la punta de la lengua. Las oleadas de placer recorrían mi cuerpo. Era algo tan vigorizante. Cargaba mi energía, hacía que la sangre fluyera por mis venas. Cada succión era una infusión de vida en lo más hondo de mi cuerpo.
Su lengua empezó a explorar entre mis labios mayores, apartando cada pliegue hasta llegar a la entrada de mi coño. Introdujo su lengua dentro de mí, tragándose cada jugo que salía y penetrándome con ella. Una mano subió hasta mis tetas, sacando una del vestido y pellizcándome el pezón. La otra se agarraba a mi culo, apretándome más hacia ella. El placer fue tanto que, sin ningún aviso, me corrí en su cara dejándola empapada de mis flujos.
Se limpió la cara con las manos, lamiéndoselas cada vez que atrapaba una cantidad de mis jugos. Se sentó sobre la tapa de la taza y levantó las piernas, apoyándolas contra las paredes del cubículo. Se quitó el tanga completamente empapado y comenzó a tocarsé, mirándome fijamente con una mirada de vicio y lujuria.
Me agaché frente a ella, dispuesta a devolverle el favor. Sujetándola de los muslos, lamí su coño de abajo a arriba. Le daba ligeros toques con la punta de la lengua en su clítoris y lo succionaba de vez en cuando. Ella me agarraba del pelo, empujando mi cabeza hacia su coño cada vez con más fuerza. Comencé a succionar y, entre sus flujos, noté el dulce sabor de su esencia vital. Cuanto más bebía, más salía. Se corrió entre espasmos justo en el momento en el que dejó de manar ese dulce néctar.
Sentada en el váter, la chica luchaba por recuperar el aliento tras ese último orgasmo. Sus ojos estaban vidriosos, su mirada perdida. Mis feromonas y la pérdida de su esencia tenían ese efecto en todas las personas. Una sensación de euforia, un aumento en la percepción de energía de la persona, un aumento de la libido y una pérdida por completo de la capacidad de decisión, quedando subyugada a mí.
– Ve a esperarme a un callejón que hay a un par de manzanas calle abajo. Enseguida me reúno contigo y seguimos esto en otro sitio. – le susurré al oído mientras le pellizcaba un pezón.
– Sí, claro, podemos ir a mi casa, está vacía.
– Perfecto, mejor espérame en tu casa.
La chica asintió con la cabeza mientras se lamía los labios. Se levantó, se vistió rápidamente y salió del cuarto de baño. Saqué un pequeño espejo que tenía en el bolso. Por desgracia, alimentarme hacía que perdiera un poco del control sobre mi cuerpo. Mis ojos se volvían rojos, mis dientes se volvían más grandes y afilados, mi tono de piel se oscurecía. Por todo esto, no podía salir hasta asegurarme de estar otra vez perfecta.
La comida no había estado mal y dejar los restos en su casa en vez de en un callejón levantaría menos sospechas. No es que me importara demasiado, era una ciudad muy grande y un muerto más o menos solía dar igual, pero este bar me gustaba y si podía atraer menos miradas hacia él, mejor.
Había dejado de venir a ese bar durante dos semanas después del último tío. No había muerto en el parking, donde le había dicho que me esperara, pero tampoco había visto ninguna noticia de ningún muerto por la zona. Tal vez lo cogiera alguna banda, en el estado en el que se quedaban mis presas cuando acababa con ellas las hacía vulnerables a cualquier matón de poca monta. Aun así, no quise arriesgarme demasiado y dejé de venir durante dos semanas. Además, tampoco había tenido tanta hambre estos últimos días, su esencia me había dejado bastante satisfecha. Algunas veces ocurría, encontraba algún pardillo con los suficientes problemas emocionales para que su esencia vital estuviera especialmente sabrosa.
Cuando mis ojos volvieron a la normalidad, que era lo que más tiempo me llevaba, salí del cuarto de baño. Miré la hora en el móvil, casi las dos de la mañana. Aún era temprano y quizá encontrara algún otro pardillo, la rubia había estado bien como aperitivo.
Me acerqué a la barra y, entre la multitud, vi una cara conocida. El chico de hacía dos semanas estaba apoyado en la barra bebiendo una cerveza. Me giré de inmediato y di un pequeño rodeo para ponerme a sus espaldas. No sabía si me había visto o no y no quería arriesgarme. Las preguntas asaltaban mi mente.
“¿Cómo es que estaba vivo? Lo había dejado seco y lo había mandado a morir al parking, era imposible que estuviera con vida.” Lo único que se me pasó por la cabeza es que fuera un ángel, pero, de ser así, me habría sentido antes siquiera de que me hubiera acercado a él. “Me habría matado, no acostado conmigo.”
“¿Quizá fuera un informador humano? Un informador potenciado con la esencia de un ángel podría sobrevivir, pero si me ha descubierto, no habría vuelto aquí él, sino ellos.”
“¿Un nephilim? Los casos de ángeles teniendo relaciones con humanos son bastante escasos, y menos que hayan tenido descendencia. Los nephilim son escasos y raros, si fuera uno estaría trabajando con ellos también. La probabilidad que sea uno y no lo sepa o no esté con ellos es bastante baja.”
Fuera lo que fuera, tenía que averiguarlo y deshacerme de él. Esta ciudad me gustaba y no iba a irme si no tenía más remedio. Poco a poco, me acerqué por su espalda. En ningún momento se giró o se dio la vuelta, por lo que no me vio venir. Cuando estaba justo detrás suyo aparté las dudas que me quedaban y envolví su cuerpo entre mis brazos.
– ¿Me estabas buscando? – le susurré a la oreja.
Él se giró, mirándome. Había sorpresa en sus ojos, como supongo que había en los míos. Sin fuerza, pero con firmeza, apartó mis brazos y se separó de mí. Miró por encima de mi hombro, entre la multitud de la gente, como si buscara a alguien.
– Yo… Sólo estaba bebiendo.
– Bueno, puedo hacerte compañía.
– ¿No estás con la chica rubia? ¿O a esa también la vas a dejar tirada en el parking?
– Ahmm. Vale. Ya veo por dónde van las cosas. La chica es una amiga con la que he venido y… Mira, siento lo del otro día, pero te vi así en la barra y pensé que podríamos pasarlo bien un rato, que quizás te animaría y a mí también me venía bien, pero no buscaba nada más que eso.
– ¿Y no podrías habérmelo dicho? Lo habría entendido y no me habría comido tanto la cabeza estos días.
– Ya, bueno, puede ser. En ese momento sentí que era mejor así para mí.
– Ya.
Un muro de silencio se alzó entre nosotros. Aún con la música y el ruido de la gente en el bar, el silencio incómodo era palpable.
– Bueno, ya que nos hemos vuelto a encontrar, ¿podemos tomar algo?
– Vale. – respondió tras unos segundos más de silencio.
Me abrí un hueco en la barra a su lado y le pedí un Blue Lagoon al camarero. Él estaba apoyado en la barra, pero se tambaleaba un poco. Sin duda ya estaba algo borracho, eso me facilitaría las cosas. Aun así, estaba bebiendo una cerveza, directamente desde la botella. Lo tendría complicado para poder influirlo con mis feromonas, inhaladas eran menos potentes que en mi saliva.
– El otro día no nos presentamos. Me llamo Evelyn.
– Elías.
Me acerqué hacia él para darle un beso. Intenté aprovechar su estado para que en vez de ser en la mejilla poder dárselo en la boca, así entraría en contacto nuestra saliva y mis feromonas comenzarían a hacer efecto. Se dio cuenta y se giró en el último momento, haciendo que nuestras mejillas chocaran entre sí, quedando todo en un saludo inocente.
El camarero me puso delante el Blue Lagoon y le di un largo trago. Se lo acerqué a él, apuntándole directamente con la pajita.
– Aún sigues con la cerveza. Te gustó este cóctel, ¿no? Toma, dale un trago.
– No, gracias.
La incomodidad seguía presente. Necesitaba hacer algo pronto o se iría.
– Mira, lo siento mucho por lo del otro día. No estaba lista, simplemente, eso no quiere decir que no me gustes, ni que te odie, ni que quiera que tú me odies a mí.
– No te odio, pero tras lo que me había pasado con mi ex, tus acciones no es que me ayudaran demasiado.
– ¿Qué puedo hacer para compensártelo?
– Nada, en serio. No pasa nada. Pásatelo bien con tu amiga, voy a irme a casa.
Lo retuve de la mano cuando intentó irse y tiré de él hacia la pista de baile.
– Un baile. Concédeme un baile y luego, si aún quieres, dejo que te vayas.
– Muy bien.
Abriéndonos paso entre la gente, llegamos hasta el centro de la pista de baile cuando comenzaba a sonar “Tainted love” de Marilyn Manson.
“Sometime I feel I’ve got to run away”
Empecé a bailar dando pasos alrededor de él, haciendo que pivotara y cambiando el sentido de vez en cuando. Mi mano pasaba por su mejilla, girando su cara para que sus ojos no dejaran de mirarme.
“I’ve got to get away”
Lo abracé por el cuello, entrelazando mis manos por detrás de su cabeza. Movía las caderas al compás de la música, provocando un pequeño vaivén.
“From the pain you drive into the heart of me”
En ningún momento perdimos el contacto visual. Sus ojos marrones casi parecían negros con la luz del bar. Poco a poco, la distancia entre nosotros se fue acortando.
“The love we share seems to go nowhere”
Me mordí el labio inferior, poniendo esa mirada pícara que, de tantas veces que la usaba, ya me salía automática. Sus ojos se desviaron a mis labios. Podía notar como sus defensas bajaban.
“And I’ve lost my life”
“Como dice la canción, deberías de haber huido. Ahora ya eres mío.” Pensé justo antes de recorrer los últimos centímetros que separaban nuestros labios. Al principio un ligero beso, apenas un contacto entre los labios. Luego, con un poco más de presión y esperar a que entreabra la boca. Una vez ahí, sacar la punta de la lengua para hacer un ligero contacto con los labios seguido de un estrecho baile entre las lenguas.
Tras el beso, mis feromonas ya estaban en su sistema. Pude notar como toda su resistencia desaparecía. Sus manos bajaron a mi culo y me estrechó más entre sus brazos. Al primer beso le siguió un segundo, un tercero y hasta un cuarto. Seguíamos bailando en el centro de la pista, rodeados de gente, girando sobre nuestro eje y pegados por nuestras bocas. Entonces, se terminó la canción.
Él se separó de mí y se alejó en dirección a la puerta del bar. No podía ser, no daba crédito a lo que estaba pasando. Nos habíamos besado, no debería de tener ningún tipo de voluntad a no ser que fuera un ángel, pero ningún ángel habría bailado ni se habría dejado besar por una súcubo. Lo seguí entre la gente y lo vi saliendo por la puerta.
Al salir del bar, él ya estaba cruzando la calle hacia el parking. Corrí detrás de él, alcanzándole cuando ya estaba abriendo la puerta de un coche.
– Elías, espera. Espera un momento. Yo…
– ¿Qué?
– Yo…
– Mira, mi novia me puso los cuernos. Tú y yo follamos y después desapareciste. No quiero volver a sentirme utilizado, ¿vale?
– Vale, lo siento. Es solo que… Me gustaste bastante y me dio algo de miedo, por eso me fui. Yo no soy de relaciones largas y verte hoy me ha sorprendido bastante, y… No sé. Quizá podamos ver cómo va.
– ¿Cómo va, qué?
– Tú y yo.
– ¿En serio?
Asentí mientras sacaba el móvil y hacía como que enviaba un mensaje a alguien.
– Le he dicho a mi amiga que me iba con alguien.
– Muy bien, sube.
Durante el trayecto a su casa no hablamos demasiado. Él era informático, desarrollador de software para una empresa bastante conocida. Yo le hablé poco de mí, no quería arriesgarme demasiado con él. Le conté que trabajaba de cantante en un par de locales sin llegar a darle el nombre de los sitios. Como no quería hablar de más por si algo se torcía, en el ascensor de su edificio me abalancé sobre él, dándole un intenso morreo. Él intentó apartarme un poco al principio, pero enseguida se dejó llevar. Entre besos llegamos a su apartamento.
Era más pequeño de lo que me había imaginado que sería cuando me había dicho de qué trabajaba, pero al menos tenía una cama. Me encaminé hacia ella mientras desanudaba mi vestido. Una vez suelto, este cayó hasta el suelo, dejándome solo con un tanga. Le miré por encima del hombro, mordiéndome el labio y poniéndole una de mis más sugerentes miradas.
Llegué hasta la cama y subí una rodilla. Echándome hacia delante, apoyé las manos sobre el colchón y eché la cadera hacia atrás, sacando culo. Volví a mirarlo y no podía sacar los ojos de mí. Desde su posición podía ver el pequeño bulto que intentaba tapar el tanga y como este se perdía entre mis nalgas. Él se acercó a mí hasta que su cadera chocó con mi culo.
Pasó una mano por mi costado, subiendo hacia mi pecho hasta agarrarme una teta. Con sus dedos jugaba con mi pezón. Me plantó un ligero beso en el cuello y, agarrándome por el pelo, giró mi cara para llegar hasta mis labios. Nuestras lenguas se encontraron en el aire y nos fundimos en un caliente beso.
Bajó, dándome besos y lametones a lo largo de la columna, hasta llegar a mi culo. Me bajó el tanga hasta las rodillas y, con las manos en ambas nalgas, enterró su cabeza en mi coño. Su lengua lamía cada pliegue, buscando una manera de meterse en mí. Al final lo consiguió, clavándome la lengua en mi interior, como si de una polla se tratase. La verdad es que Elías no tenía nada que envidiarle a la señorita rubia del bar.
El placer que me provocaba escapaba de mí en forma de gemidos. En un momento, me vi apretando las sábanas entre mis puños y con la mejilla apoyada sobre la cama. Pero cuando estaba a punto de correrme, se detuvo. Se levantó, quitándose la ropa, y apoyó la punta de su erecta polla sobre los labios de mi coño.
Mi instinto hizo que me echara hacia atrás para clavármela, pero él la elevó, haciendo que mi coño se deslizara por toda la longitud de su polla hasta llegar a sus huevos. Se hizo hacia atrás y la volvió a pasar por mi coño, esta vez metiéndola entre mis piernas. Comenzó un ligero vaivén, como si me estuviera penetrando, pero solamente deslizándola entre mis piernas. Mi coño estaba empapado y su polla se deslizaba perfectamente. Mi clítoris hinchado se rozaba a lo largo de toda su polla, dándome ligeros calambrazos sin parar.
– Estoy empapada. Métemela ya. – dije entre gemidos mientras le miraba por encima del hombro.
– Aún no.
Me apartó hacia un lado, quedando tendida bocarriba en la cama. Se subió a la cama y puso sus rodillas a ambos lados de mi cabeza, quedando mis hombros bajo sus piernas. Se sujetó la polla y la acercó a mi boca. Me metí la cabeza en la boca dando un fuerte chupón y él me cogió la cabeza con ambas manos. Con ligeros movimientos de cadera y moviendo mi cabeza con sus manos, comenzó a follarme la boca. Su polla salía y entraba rápidamente, llegando hasta mi garganta y provocándome ligeras arcadas.
Aunque ya estaba empapada, ser tratada así provocó que un torrente de fluidos saliera de mí, empapando la cama. Bajé una mano hasta mi coño, donde empecé a frotarme el clítoris con dos dedos fuertemente. Él sacaba de vez en cuando la polla de mi boca y me la restregaba por la cara untándomela en mis propias babas. Luego seguía follándome la boca. A veces, me metía la polla hasta el fondo, hasta que apenas podía respirar y la dejaba allí unos segundos antes de sacarla acompañada de babas y toses por mi parte.
Tras unos minutos y dos orgasmos míos, se levantó de encima de mí. Me arrastré hacia atrás, hasta apoyar la cabeza contra la almohada, para dejarle más espacio en la cama. Él se arrodilló entre mis piernas y puso mis tobillos en sus hombros. Con una mano guió su polla hasta la entrada de mi coño y me ensartó con una sola embestida. Su polla entraba en mí como un cuchillo caliente en la mantequilla.
Desde el primer momento, el ritmo de sus penetraciones era muy rápido. Sus caderas chocaban con las mías haciendo que nos rodeara el sonido de la carne golpeando entre sí, sumado a nuestros gemidos y bufidos. Me arrancó otro par de orgasmos antes de que bajara el ritmo. Cuando esto pasó, bajó mis piernas hasta poner mis rodillas sobre mis tetas y, apoyándose en ellas, comenzó a penetrarme a un ritmo lento pero fuerte, sacando casi por completo la polla y dejándose caer, enterrándola por completo de un solo golpe.
Mi coño se agarraba a esa polla, succionándola cada vez que intentaba salir y apretándola cada vez que entraba. Cuando noté que esta se hinchaba en mi interior le dije entre gemidos:
– ¡Córrete! ¡Córrete dentro de mí! ¡Lléname!
No me respondió, pero un solo vistazo a sus ojos me dejó claro de que no tenía ninguna intención de sacármela. Con un último envite, me la clavó hasta el fondo y comenzó a correrse. Sus gemidos iban acompañando al calor de su semen entrando en lo más profundo de mí. Una sensación aún más cálida me llenó al sentir como su esencia vital entraba en mí a la vez.
Se agachó sobre mí y me besó, esta vez algo más dulce y delicado que antes, pero con la misma pasión. Poco a poco, sentí que su polla se iba deshinchando dentro de mí. Se apartó, quedando acostado a mi lado. Me giré hacia él, acariciándole el pecho.
– ¿Aún puedes un poco más? – le dije con voz melosa y poniéndole morritos.
– Dame unos segundos. – me respondió, pasando un brazo bajo mi cabeza y acariciándome la espalda.
Con una ligera sonrisa, bajé hasta su cadera para encontrarme con su flácido pene. Lo masajeé con una mano y, cuando ganó un poco de firmeza, me lo metí en la boca. Se fue hinchando mientras lo chupaba y sólo lo deje salir cuando estaba completamente erecto.
Me subí sobre él, colocándome a horcajadas sobre su cadera. Orienté su polla hasta mi coño y me senté, clavándola hasta el fondo. Botar sobre su polla no era tan fácil como había pensado. Al estar la cama empotrada en la pared, el techo lo tenía bastante bajo y me daba fácilmente con él al subir. Tuve que echarme hacia delante y follármelo subiendo y bajando la cadera solamente.
En esta posición, mis tetas quedaban casi en su cara y, con sólo incorporarse un poco, comenzó a lamer y morder mis pezones. Pasaba de uno a otro dejando un reguero de saliva con su lengua a su paso.
Tras unos minutos, me abrazó por la cadera y empezó una serie de penetraciones muy rápidas. No grité de placer porque había sellado mi boca con sus labios y su lengua me la invadía. Siguió así durante diez minutos en los que encadené tres orgasmos seguidos hasta que me la clavó con un potente envite y se volvió a correr dentro de mí.
El calor de su semen y su esencia invadiéndome, desencadenó en mí un cuarto orgasmo que me dejó rendida. La fuerza me falló y me quedé tumbada sobre él, con la cabeza apoyada en su pecho y su polla aún dentro de mí. Sin darme cuenta, me quedé dormida.
Todavía era de noche cuando me desperté. Ambos seguíamos en la misma posición y, por cómo subía y bajaba su pecho, él aún respiraba. De la manera más sigilosa que pude, salí de entre sus brazos y me levanté de la cama. Él simplemente se dio la vuelta y siguió durmiendo.Me metí al baño y comprobé que aún no había cambiado. Mis ojos seguían rojos, los dientes seguían estando largos y afilados, la piel aún tenía ese tono más oscuro y, lo que es peor, entre el pelo podía notar los dos pequeños bultos que hacían mis cuernos. Nunca había perdido tanto el control sobre mi cuerpo. Poco a poco, fui cambiando todo para que nada delatara mi naturaleza demoníaca.
“¿Y si me ha visto?” pensé horrorizada. Salí del cuarto de baño y miré hacia la cama. Aún seguía acostado, durmiendo. “Aún sigue vivo, desde luego no puede ser humano”
“Además, si hubiera visto mi verdadera forma se habría levantado, se habría alejado de mí, no me habría despertado sobre él cómo he hecho.” Intenté tranquilizarme y pensar las cosas fríamente. Desde luego no era humano. De ser un ángel no habría caído en mi influjo ni se habría acostado conmigo. Un demonio u otro súcubo tampoco, nos habríamos reconocido. La única explicación que me encajaba es que fuera un nephilim. Sea como fuera, no podía arriesgarme más con él.
Fui a la cocina y saqué de un cajón un cuchillo, el más grande que encontré. Tragando saliva y agarrándolo fuertemente por el mango, me acerqué hacia la cama.
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