Las Putas en la casa de un Tío y su Sobrino
Heriberto y Erick son tío y sobrino que las circunstancias de la vida unió, pero la convivencia de torna hostil con cada pelea, pero descubren qué como hombres no pueden parar sus instintos y convierten su cas en una pasarela de puntas qué ahora follan. .
Los recuerdos de 1992 seguían tan vívidos en mi mente como si apenas hubieran transcurrido unos días. Me llamó Heriberto Méndez, y jamás olvidaré aquel año en que mi vida cambió por completo cuando mi hermano Rodrigo y su esposa Leticia decidieron cruzar la frontera hacia Estados Unidos, dejándome a cargo de su hijo Erick, mi sobrino de 17 años.
Recuerdo perfectamente el día que llegó a mi pequeña casa en las afueras de la Ciudad de México. Una casa humilde, con apenas un cuarto, una cocina-comedor y un baño tan estrecho que apenas cabía una persona. No era el lugar ideal para que dos hombres convivieran, menos aún cuando uno de ellos era un adolescente.
«¿Dónde voy a dormir?» preguntó Erick esa primera noche, observando con desánimo el espacio reducido.
«Tendremos que compartir el cuarto,» respondí, pasando la mano por mi bigote prominente, un gesto que se había vuelto un tic nervioso. «Colgaré una cortina para darnos algo de privacidad.»
Erick me miró con esos ojos negros, tan parecidos a los míos, y asintió en silencio. El parecido entre nosotros era innegable—ambos con la misma tez morena y el mismo cabello negro rebelde—pero mientras él, con sus 1.71 metros, tenía esa delgadez atlética propia de la juventud, yo, a mis 32 años y con 1.78 metros, mostraba un cuerpo forjado por años de trabajo duro en el taller mecánico: pecho ancho, brazos fuertes, y ese vello abundante en el abdomen y las axilas que Erick no tardó en señalar como objeto de burla, llamándome «oso» cada vez que me veía sin camisa.
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El primer incidente ocurrió apenas tres semanas después de su llegada. Había salido temprano del taller; Don Gustavo me había dado la tarde libre porque no había mucho trabajo. Al abrir la puerta de nuestra casa, escuché risas y murmullos provenientes de la habitación. Me quedé paralizado en el umbral, escuchando sin querer los sonidos inconfundibles de dos personas en pleno acto íntimo.
— Andale, tragatelo todo que tu puedes — exclamó Erick — Ay! pero no me cabe todo en la boca! — respondió una voz femenina — Hasta los guevos Renata! — continuo él.
Mirando por la ventana que estaba ligeramente abierta vi a Erick sentado con sus piernas abiertas, mientras que en medio había una chica desnuda, arrodillada frente a él mientras le hacía una mamada…. Tenía una cintura muy linda, y se le veía un culo grande.
Andale más profundo! — le dijo Erick mientras la tomaba del cabello y la empujaba más abajo.
En el piso había ropa de colegiala… Parecía una chica de prepa, que aun con sus medias altas puestas estaba haciendo alarde de sus dotes para mamar verga.
Erick le estaba penetrando la garganta, y ella solo seguía sin parar.
Carraspeé sonoramente y golpeé la pared con fuerza. «¡Erick! ¡Estoy en casa!»
Los sonidos cesaron abruptamente, seguidos por susurros agitados y el crujido de la cama. Minutos después, la cortina que dividía nuestra habitación se deslizó bruscamente y una joven de cabello largo y oscuro salió apresuradamente, evitando mi mirada.
«Buenas tardes, señor,» murmuró, prácticamente corriendo hacia la puerta.
Erick apareció detrás de ella, apenas cubierto con una sábana enredada en la cintura, el torso desnudo brillando de sudor.
«Podrías avisar cuando vayas a llegar temprano,» dijo, con una mezcla de vergüenza y desafío en su voz.
«¿Avisar? Esta es mi casa, Erick. Yo no tengo que avisar nada. ¿Quién era esa muchacha?»
«Renata,» respondió secamente, «mi novia.»
«¿Desde cuándo tienes novia? Apenas llevas tres semanas aquí.»
«Desde hace una semana,» contestó, encogiéndose de hombros. «Y no es asunto tuyo.»
Me pasé la mano por el rostro, sintiendo la aspereza de mi bigote. «Mira, entiendo que tengas tus necesidades, pero debemos establecer algunas reglas. Esta casa es demasiado pequeña para—»
«¿Para qué? ¿Para vivir? Eso díselo a mis padres que me dejaron aquí como si fuera un paquete,» me interrumpió, con la voz cargada de resentimiento.
«Tus padres están haciendo un sacrificio para darte un futuro mejor,» le recordé, manteniendo la calma. «Y mientras estés bajo mi techo, vas a respetar ciertas normas. No quiero encontrarme con estas sorpresas.»
«Como digas,» murmuró, volviendo a cerrar la cortina.
La conversación había terminado, pero sabía que el problema apenas comenzaba.
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A medida que pasaban las semanas, la situación se volvía más tensa. Erick no solo no respetaba nuestra precaria privacidad, sino que parecía disfrutar desafiándome. En menos de seis meses, Renata fue reemplazada por Ximena, luego por Lucía, y finalmente por Fabiana. Cuatro novias diferentes, todas ellas pasando por nuestra pequeña casa como si fuera un hotel.
Una tarde particularmente calurosa de mayo, regresé del taller exhausto y sediento. Al entrar, escuché la ducha corriendo. Supuse que Erick se estaba bañando después de su entrenamiento de fútbol. Me dirigí a la cocina, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Estaba dando el primer sorbo cuando la puerta del baño se abrió.
Para mi sorpresa, no era Erick quien salió, sino una joven que reconocí como Lucía, la tercera novia de mi sobrino. Llevaba solo una toalla alrededor de su cuerpo, el cabello mojado goteando sobre sus hombros.
«¡Señor Méndez!» exclamó, claramente sorprendida. «No sabía que estaba en casa.»
Antes de que pudiera responder, Erick apareció detrás de ella, también envuelto en una toalla, con una sonrisa que no hizo ningún esfuerzo por ocultar.
«Llegaste temprano,» comentó casualmente.
Sentí que la sangre me hervía. «¿Es en serio, Erick? ¿En el baño ahora? ¿Dónde se supone que debo estar en mi propia casa?»
Lucía recogió apresuradamente su ropa, que estaba dispersa por el suelo, y se deslizó tras la cortina para vestirse. Erick se quedó allí, mirándome sin un ápice de vergüenza.
«¿Cuál es el problema? Tú no estabas. Y cuando estás, haces tanto ruido al entrar que tenemos tiempo de vestirnos,» explicó con una naturalidad que me dejó perplejo.
«El problema, Erick, es el respeto. El respeto a esta casa, a tus padres que confiaron en mí para cuidarte, y el respeto a ti mismo. ¿Es esta la forma en que quieres vivir? ¿Trayendo una chica diferente cada mes?»
«No todos tenemos la suerte de tener a alguien como Fernanda,» respondió, y por primera vez detecté algo de envidia en su voz. «Al menos yo no me conformo con migajas de amor.»
Sus palabras me hirieron más de lo que quise admitir. Fernanda, mi novia de tres años, venía cada vez menos a casa, precisamente por la falta de privacidad. Nuestros encuentros se habían reducido a visitas furtivas a su departamento compartido o momentos robados cuando Erick no estaba. ¿Eran migajas de amor? Tal vez tenía razón.
Esa noche, después de que Lucía se fuera, intenté hablar nuevamente con él, pero la conversación derivó en otra discusión que terminó con su clásico «No eres mi padre» y el portazo de la puerta principal.
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Fernanda era mi ancla en medio de esa tormenta. A sus 22 años, mostraba una madurez que muchas veces me hacía sentir que era ella quien me cuidaba a mí, y no al revés.
«Necesitas tener paciencia,» me decía mientras cenábamos en su pequeño departamento. «Está pasando por un momento difícil. La ausencia de sus padres, un nuevo hogar, una nueva escuela… No es fácil para un adolescente.»
«Lo sé,» suspiraba, «pero a veces siento que lo está haciendo a propósito. Como si quisiera provocarme, empujarme hasta el límite.»
«Tal vez es su forma de sentir algún tipo de control sobre su vida,» sugirió ella, con esa intuición que siempre me sorprendía. «Todo ha cambiado para él. Quizás desafiar tu autoridad es su manera de sentir que aún tiene poder sobre algo.»
Esa noche, por primera vez en semanas, nos quedamos juntos. Su compañera de departamento había salido de la ciudad, dándonos una privacidad que se había vuelto un lujo.
A ver grandote, te ayudo? — preguntó Fernanda mientras desabotonaba mi camisa — Claro chiquita! — respondí yo dejándome caer sobre la cama.
Tenimos 10 años de diferencia, pero eso no importa porque ambos nos hacíamos uno en la cama.
Ay que grande, ya la extrañaba — exclamó Fernanda mientras con sus 2 manos agarraba mi verga que ya estaba firme como un mástil.
No lo tengo grande, quizá unos 15cm, pero es bastbte gruesa y negra con una cabeza de hongo roja.
Te amo! — dijo Fernanda mientras metía toda mi verga en su boca, era como el cielo!, ya casi había olvidado que era una mamada.
Fernanda es bajita de unos 1.53mts, y una tez blanca como la leche, sus ojazos verdes me inotizaban. A pesar de ella tener una boca pequeña, lograba meter todo mi mástil dentro de su boquita. Sus labios rosados y su lipstick se quedaban en mi tronco a medida que ella continuaba.
Vengase mamacita! — Le dije mientras le quitaba su blusa y le bajaba su falda corta, y debajo… No tenía ropa interior.
¿Me esperabas no? — pregunté — claro que si! — respondió ella.
La subí sobre el borde de la cama y puse sus delicadas piernas en mis hombros…. Abriendo ligeramente su rajita, dejaba ver la pureza de una mujer que solamente había estado conmigo.
Con mi áspera lengua empecé a jugar con su clitoris, esto hacia que ella se quejara y gimiera como una perra. Y luego con toda mi boca engulli ese hermoso coño que con cada lamida se iba poniendo más rojo. Mi bigote se perdía entre sus piernas, mientra que con mi lengua probaba los jugos qué salían de su vagina.
Lo quieres todo mi vida? — pregunté — Metemelo Todo! — respondió ella.
Fernanda tenía unas piernas cortas, pero sus muslos eran gruesos y en ellos iba yo dejando un camino de chupetones.
Agarré mi verga con mi mano derecha, mientras que con la mano izquierda escupía y lubricaba su vagina.
Ahí va mi reina! — exclamé, mientras la cabeza roja de mi verga entraba en la estrecha vagina de Fernanda, mi novia.
Herí, mi amor, ay! — suspiraba ella en mi oido mientras que poco a poco le metí cada centímetro de mi miembro.
Me la cogí por más de 20 minutos, hicimos el amor con un abandono que hacía tiempo no experimentábamos, liberando toda la tensión acumulada.
Estabamos completamente sudados los dos en la cama, mientras que solté toda la leche acumulada dentro de ella… Nos dimos un beso y nos quedamos tirados y yo sin scar mi verga de su vagina. Dormimos así toda la noche.
Al día siguiente, decidí hablar con Erick. Era sábado y no tenía que ir al taller. Le propuse ir a desayunar fuera, un pequeño lujo que nos permitíamos ocasionalmente. Para mi sorpresa, aceptó y luego de una larga charla, hicimos las paces.
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La calma duró poco. Una semana después, decidí sorprender a Fernanda. Erick había dicho que dormiría en casa de un amigo después de un partido, así que invité a Fernanda a quedarse. Por primera vez en meses, tendríamos la casa para nosotros solos.
La noche comenzó perfectamente. Cociné para ella, vimos una película en el pequeño televisor de la sala, y cuando las caricias se volvieron más intensas, nos trasladamos a la habitación. Sin la preocupación de tener que guardar silencio o de ser interrumpidos, nos entregamos el uno al otro con completo abandono.
Estábamos en pleno acto cogiendo como animales, cuando escuchamos la puerta principal abrirse. Antes de que pudiéramos reaccionar, la cortina de la habitación se corrió bruscamente.
«¡Tío, perdí las llaves y tuve que…!» Erick se quedó paralizado, con los ojos como platos ante la escena que tenía frente a él.
Estábamos en la pose del Misionero, y yo tenia toda la verga dentro del culo de Fernanda, habíamos pasado toda la tarde follando y yo metiendo mi miembro en cada hueco de ella.
Fernanda gritó, cubriéndose con las sábanas. Yo salté de la cama, agarrando una almohada para cubrirme.
«¡Erick! ¡Se supone que estarías en casa de tu amigo!» exclamé, sintiendo cómo el calor subía a mi rostro.
«El partido se suspendió por la lluvia,» murmuró, apartando la mirada. «Lo siento.»
Cerró la cortina y lo escuchamos salir rápidamente de la casa, a pesar de la lluvia que comenzaba a caer con fuerza.
«Dios mío,» suspiró Fernanda, hundiendo el rostro entre las manos. «Esto es tan vergonzoso.»
Intenté tranquilizarla, pero la noche estaba arruinada. Una hora después, ella se fue, prometiendo llamarme al día siguiente. Erick no regresó hasta bien entrada la madrugada, empapado y evitando mi mirada. Ninguno de los dos mencionó el incidente durante días.
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El verdadero punto de quiebre llegó un mes después. Erick estaba en su entrenamiento de fútbol. Yo había llegado temprano del taller para arreglar una fuga en la cocina. Estaba en plena tarea cuando sonó la puerta.
Al abrir, me encontré con Ximena, la segunda novia de Erick, a quien no veía desde hacía semanas.
«¿Está Erick?» preguntó, con una sonrisa que me pareció extraña.
«No, está en su entrenamiento. No llegará hasta dentro de un par de horas.»
«Lo sé,» respondió, sorprendiéndome. «¿Puedo pasar? En realidad, quería hablar contigo.»
Dubitativo, la dejé entrar. Continuamos la conversación en la cocina, donde le ofrecí un vaso de agua mientras yo volvía a recostarme en el piso debajo del fregador y seguía trabajando en la tubería.
Ximena era una morena muy guapa de 1.52mts, aún en su último año de prepa, y solía siempre vestir su uniforme de colegiala con una falda muy corta. De todas las novias de Erick, es la que más hermosa me parecía. Su cabello era negro y tenía una sonrisa que rayaba entre lo angelical, y lo diabólica.
«¿De qué querías hablarme?» pregunté, sin siquiera mirarla y concentrado en mi reparar la tuberia.
«De ti,» respondió con una voz diferente, más baja, más insinuante.
Senti como sus manos se iban directo a la bragueta de mi pantalón, y bajandola tomo con sus pequeña manos mi verga, y la sacó de mi bóxer.
Levanté la mirada, confundido y algo excitado. Se había tomado una atribución qué no me esperaba, y aunque mi corazón palpitaba a mil por segundo, no la detuve.
«¿De mí?.. No entiendo, ¿Qué haces? .»
«Siempre me has parecido atractivo, Heriberto,» continuó, usando mi nombre por primera vez. «Ese bigote, esos brazos fuertes… tan diferente a los chicos de mi edad.»… Con sus manos hacia suaves movimientos de arriba hacia abajo… No demoré mucho hasta que ya estaba duro como una piedra.
Intenté agarrar su mano, algo incómodo pero excitado. «Ximena, eres la ex novia de mi sobrino. Y yo tengo novia. Esto no está bien.»
«Ex novia, exactamente,» sonrió ella. «Ya no estamos juntos. Y para ser honesta, solo salí con él para poder conocerte mejor.»
Lo tienes tan grueso y venoso — exclamó ella mientras mordía picaramente su su labio inferior.
Antes de que pudiera responder, se acercó aún más, acorralándome y sin dejarme salir de debajo del fregador. «Siempre me han gustado los hombres mayores, con experiencia.»
Pero, pero… — sin poder decirle más, Ximena se metió mi verga en su boca y sentir esa boquita de colegiala devorandome, me hizo solo cerrar los ojos y disfrutar de la mejor mamada de mi vida.
Soy una niña muy mala! — exclamó ella mientras me daba una mirada diabólica y seguía mamando como toda una mujer experta.
No manches que rico lo haces! — le dije, mientras que ella me tira una mirada, y aun con mi verga en su boca, se la saca y dice: … Te gusta?, mis hermanos me enseñaron desde chiquita, te gusta así?
Me quedé impresionado — tus hermanos enserio?, le pregunté — Si, cuando yo tenia 5 empecé y ellos tenían 13 y 16 — respondió y volviéndose a meter mi verga hasta el fondo.
Era toda una experta, su garganta me apretaba la cabeza de la verga… Sentía que iba a explotar. Esta Ximena era una experta mamsdora, sus propios hermanos la habían puesto a mamar verga desde n!ña y había aprendido muy bien.
«Esto no está pasando,» pensé, intentando apartarla suavemente. «Tienes que irte, esto no está bien.»
Pero en ese momento, sin aguantarse más se levanto y bajando sus panties blancos, se lanzó sobre mí y ella solita se sentó sobre mi verga, haciendo que toda entrara dentro de ella de un solo golpe. Por un segundo, la sorpresa me paralizó. Ese segundo fue suficiente.
La puerta principal se abrió de golpe y Erick apareció en el umbral de la cocina, con su uniforme de fútbol empapado de sudor y una expresión que jamás olvidaré: era puro dolor, pura traición.
«¡El entrenador se enfermó!» gritó, con la voz quebrada. «¡Por eso volví temprano! ¡Para encontrarte besando a mi novia!»
«Ex novia,» corrigió Ximena con una calma que me heló la sangre. «Terminamos hace dos semanas, ¿recuerdas?»
Erick la ignoró, sus ojos fijos en mí. «¡Eres un traidor! ¿Cómo pudiste? ¡Primero mis padres me abandonan y ahora tú…!»
«Erick, no es lo que parece,» intenté explicar sin embargo mi verga en ese mismo momento palpitaba y tiraba chorros de leche dentro de ella, apartando a Ximena definitivamente se vió como su vagina chorreada una combinación de semen y jugos vaginales…. «Ella vino aquí, me tomó por sorpresa» — intenté explicar.
«¡Te he visto mirarla! ¡Desde el principio!» acusó, con lágrimas en los ojos. «¡Eres igual que todos! ¡Solo querías deshacerte de mí!»
Antes de que pudiera responder, salió corriendo de la casa. Ximena intentó decir algo, pero la interrumpí.
«Vete,» dije con firmeza. «Y no vuelvas.»
Una vez solo, me desplomé en una silla, con la cabeza entre las manos. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo iba a arreglar este desastre?
—
CONTINUARÁ….
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