Layla y yo
Era una noche cálida y estrellada, perfecta para perderse en los brazos del otro. Layla y yo nos encontrábamos en mi apartamento, la tensión entre nosotros era palpable. Habíamos estado dando vueltas alrededor del tema toda la noche, y finalmente, decidimos dejar que la pasión tomara el control..
Empezamos a besarnos apasionadamente, nuestras bocas se fundieron en un beso profundo y hambriento. Layla y yo nos devorábamos, nuestras lenguas danzaban juntas, explorando cada rincón, cada sabor. La muy puta respondía con la misma intensidad, sus manos enredadas en mi cabello, tirando de mí hacia ella como si quisiera meterme dentro de su ser. «Pinche Layla, cómo me pones», pensé mientras la besaba con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se pegaba al mío.
Mis manos, impulsadas por el deseo, comenzaron a explorar su cuerpo. Bajé lentamente, acariciando su cintura, su cadera, hasta que mis dedos rozaron la tela de su ropa interior. Layla dio un respingo, pero no se apartó. Sus besos se volvieron más urgentes, más desesperados, como si estuviera tratando de decirme algo sin palabras. «Quiere más, el pinche deseo la está matando», me dije, sonriendo en nuestro beso.
Toqué su parte íntima con suavidad, sintiendo su calor y su humedad a través de la tela. Layla gimió en mi boca, un sonido que me encendió aún más. Pero entonces, sentí su resistencia. Sus manos, que antes me atraían hacia ella, ahora intentaban apartarme con suavidad. «No seas pendeja, déjate llevar», quise decirle, pero me contuve.
«No pares,» susurré entre besos, mi voz ronca por el deseo. «Déjame hacerte sentir bien, mírala, cómo está pidiendo a gritos que la toque.»
Layla vaciló, su respiración entrecortada. «Está bien,» dijo finalmente, su voz apenas un susurro. «Pero despacio, cabrón, no seas bruto.»
Asentí, besándola de nuevo mientras mis dedos se movían con cuidado, explorando, dándole placer. Layla se derritió en mis brazos, sus besos se volvieron más suaves, más tiernos, pero no menos intensos. Nos comimos a besos, perdiéndonos en el momento, en la pasión que nos consumía. «Cómo me gusta esta mujer, es una puta delicia», pensé mientras la acariciaba, sintiendo cómo su cuerpo respondía al mío.
Mientras la tocaba, recordé todas las veces que me había masturbado pensando en ella. Imaginaba su cuerpo, su sabor, su tacto, y ahora estaba allí, realidad, dándose a mí. «Pinche Layla, cómo me has hecho sufrir», pensé, sonriendo mientras la besaba. Mis movimientos se volvieron más seguros, más decididos, y ella respondía con gemidos suaves, susurrando mi nombre entre besos.
Fue una noche inolvidable, llena de deseo, resistencia y finalmente, rendición. Layla y yo habíamos cruzado una línea, y aunque sabía que había cosas de las que hablar a la mañana siguiente, en ese momento, todo lo que importaba era el aquí y el ahora. «Qué noche, pinche, qué noche», me dije, besándola una vez más antes de que nos quedáramos dormidos, exhaustos y satisfechos.
Mientras me corría en mi mano, imaginando que era su coño el que apretaba mi verga, pensé en lo puta que era la vida. Layla había sido mía, y ahora era un recuerdo, un fantasma de placer que me acompañaba en mis noches de soledad. «Pinche Layla, siempre serás mi puta favorita», pensé, sonriendo mientras me limpiaba la mano en la sábana, satisfecho y con una sonrisa en la cara.
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