Lazos Inquebrantables: primera parte:
En un pequeño pueblo del interior una amorosa y sobre protectora madre y su hijo de 17 años, se verán envueltos en un oculto romance y jueguitos de complicidades, que los llevará más allá de los limites..
Lazos Inquebrantables: primera parte:
En un pequeño pueblo del interior una amorosa y sobre protectora madre y su hijo de 17 años, se verán envueltos en un oculto romance y jueguitos de complicidades, que los llevará más allá de los limites.
En el pequeño y tranquilo pueblo de Valverde, la vida de Ana María y su hijo Matías tomó un giro inesperado. La estrecha relación que compartían se vio desafiada por emociones prohibidas y deseos ocultos en la mente del chico, que con el tiempo se fueron acrecentando y profundizando.
Matías, un joven estudiante en la secundaria, en búsqueda de su identidad y porvenir, se debatía entre el amor filial y una atracción desconocida hacia su madre. Sus pensamientos se volvían tumultuosos, persiguiendo deseos que sabía que estaban más allá de lo moralmente aceptable.
Cómo Ana María era una mujer divorciada de 45 años de edad, Rubia con el pelo hasta los hombros, tetas grandes y ojos marrones.
Todo su amor y atención de madre estaban volcados en su único hijo Matías un amoroso rapaz de 19 años, al que Ana María amaba profundamente con todo su corazón, consintiéndolo en todos sus caprichos y demandas, hasta le permitía dormir con ella, para seguir sobreprotegiéndolo hasta por las noches a la hora de dormir, situación que con el transcurrir del tiempo fueron generando hechos no esperados y creando sentimientos poco claros en la mente del chico.
La tensión crecía entre madre e hijo, ambos sintiendo una atracción (que en un principio fue cómo algo inadvertido tanto por él cómo por ella) que no se atrevían a verbalizar.
Matías luchaba con sus propios impulsos que en más de una vez lo llevaban a masturbarse a escondidas con la imagen de su madre en la cabeza, mientras Ana María se debatía entre la vergüenza y la excitación que despertaba en ella la situación, y el hecho de con el correr del tiempo irse descubriendo deseada por su hijo.
Con el verano llegaron días calurosos que intensificaron las emociones en la casa.
Ana María, dejando atrás la vergüenza, comenzó a mostrar una actitud más liberada frente a Matías, llevando a cabo pequeños gestos que reflejaban su complicidad silenciosa con él y con toda la situación que ella se estaba dando cuenta que ocurría entre ella y Matías.
Muchas veces la mamá de Matías pasaba días enteros vestida solo con camisones cortos, escotados y hasta a veces en ropa interior, despertando los más incontenibles impulsos del chico quien en más de una vez fue sorprendido por ella misma comiéndosela con la mirada, y dejándole notar sus repentinas e inoportunas enormes erecciones, que a veces incomodaban hasta ruborizar a Ana María, u otras veces le provocaban sonrisas complices y hasta calenturientos pensamientos auspiciados no solo por lo que veía en su hijo, sino también por el largo tiempo de inactividad sexual a causa de la inexistencia de una vida amorosa, y por consiguiente muchas veces terminaba arrepintiéndose más tarde.
En ocasiones las miradas entre madre e hijo se cargaban de significados ocultos y muy sugerentes, de complicidades no dichas con palabras pero que se podían percibir en el ambiente hogareño muy fácilmente.
La tensión entre ellos era palpable, el deseo latente entre ambos llenaba cada rincón de la casa.
Una noche, en la penumbra de la habitación compartida, donde acostados en la cama mantenían una de sus habituales charlas nocturnas antes de dormir, Matías reunió valor y en aquella inocente conversación entre madre e hijo confesó a Ana María los deseos reprimidos que lo consumían.
La madre, con una mezcla de sorpresa y complicidad, enfrentó la verdad que ambos habían estado evitando desde hacía ya un largo tiempo hasta aquí.
En ese instante, las barreras morales se desvanecieron y los lazos familiares se transformaron en algo más profundo y complejo. Madre e hijo se adentraron juntos en un territorio desconocido, explorando los límites difusos entre el amor familiar y la pasión prohibida reinante entre ellos, ahora ya de manera oficial para ambos.
Pero todo quedó ahí en esa profunda y sincera charla entre ellos.
En los días siguientes, Ana María siguió deleitando a su hijo con sus exhibiciones en ropa interior, tanto al acostarse por las noches, cómo al levantarse y vestirse por las mañanas.
Ahora ya eran los dos quienes disfrutaban de estos momentos. Matías disfrutaba al verla desvestirse frente a él, y su mente en ese momento se llenaba de juegos de ilusiones y fantasías, donde se imaginaba llevando una vida de pareja con ella, y que Ana María se estaba desnudando frente a él para hacer el amor.
Pero la fantasía que lo elevaba hasta más allá de las nubes se cortaba abruptamente dejándolo caer sin piedad en la más dura realidad, cuando ella se vestía con su pijama para dormir normalmente cómo en cada nueva noche. Haciendo que el momento más glorioso y emocionante de cada noche y cada mañana, sea ver a mamá en bombacha y corpiño.
El chico se fascinaba hasta alucinar, cuando ella usaba bombachas blancas de encaje y así le dejaba ver la sombrita negra de su espeso monte de venus. Ese montículo de vellos negros que indicaban el lugar exacto donde mami tenía ese tesorito tan deseado por su amado hijo.
Matías disfrutaba realmente de verla en bombacha y corpiño, luciendo conjuntos de los más diversos colores, o combinándolos entre ellos.
Un día Matías llegó del entrenamiento de futbol, muy cansado por la tardecita ya casi noche, y al llegar a casa Ana María se estaba duchando en el baño, y Matías le explicó a mamá que tenía ganas de hacer pis y ella le permitió pasar mientras Ana María permaneció en la ducha.
Era la primera vez que se daba una situación así entre ambos, o por lo menos desde que Matías pudo aclarar las cosas en su mente y llegar a la conclusión de que se sentía atraído por mamá.
Al entrar al baño vio la ropa de ella tirada en el piso. Terminó de mear y lleno de curiosidad tomó la bombacha rosada que había en el piso y la olió mientras miraba la silueta desnuda de su mamá atreves de la mampara de la ducha.
El aroma combinado de flujo y meo, junto a la humedad que tenía esa bombacha, y sumado al reflejo del cuerpo desnudo de su madre transluciéndose por la mampara de la ducha, llenaron de excitación y morbo al chico, que desde ese momento se juró a sí mismo no parar hasta alcanzar la meta de cogerse a su mamá y concretar una vida “matrimonial” con ella.
El tiempo continuó su curso, tejiendo una nueva dinámica entre Ana María y Matías. Una conexión única se estableció entre ellos, basada en la complicidad, el deseo y una intimidad que trascendía lo convencional.
En Valverde, donde los lazos familiares se entrelazaban de manera inquebrantable, Ana María y Matías descubrieron que a veces, los límites del amor pueden difuminarse, dando paso a una conexión que va más allá de las convenciones sociales, pero que permanece eternamente poderosa.
La relación entre madre e hijo era tan fuerte que parecía desafiar las leyes del universo, estableciendo lazos inquebrantables entre sus corazones, pero además también fuertes y constantes deseos de uno por el otro, un amor de entre Madre e hijo, que se entre mezclaba con el amor y deseo de un hombre por una mujer y viceversa.
Ana María, con su mirada serena y su sonrisa cálida, era el pilar de la familia. Su amor por Matías trascendía lo terrenal, siendo su guía en medio de temporales emocionales y dudas juveniles. Para él, su madre era sinónimo de seguridad, amor incondicional, pero también la desencadenadora de las pasiones de macho de su propio hijo y el artífice de sus mejores y más oscuras fantasías.
Por otro lado, Matías, un joven en búsqueda de su identidad, se encontraba en una encrucijada emocional. Sus sentimientos hacia Ana María oscilaban entre el cariño filial y un despertar abrupto de pasiones prohibidas. La atracción física se entrelazaba con el respeto y la admiración que sentía por su madre, creando un torbellino de emociones que lo consumía por dentro.
El momento crucial llegó una noche lluviosa, cuando la barrera entre lo permitido y lo prohibido se desvaneció entre susurros, risitas complices y miradas cargadas de significado. Matías anhelaba más que simples caricias nocturnas; ansiaba explorar territorios desconocidos, desafiando los límites impuestos por la sociedad y la moral.
Los sentimientos encontrados invadieron el corazón de Matías, y sus deseos se volvieron insaciables. Quería experimentar el amor en su forma más pura, desgarradora e intensa, aunque eso implicara desafiar todas las normas establecidas.
La tensión entre madre e hijo alcanzó su punto álgido, dejando al descubierto la complejidad de sus emociones y la fragilidad de los lazos que los unían.
En medio de la tormenta torrencial de esa noche, Ana María despertó sobresaltada, enfrentando la verdad cruda que se había gestado en la intimidad de su hogar. Y es que ni bien la mamá se quedó profundamente dormida, Matías con sus manos empezó a explorar el cuerpo de Ana María, acariciándola cómo ya lo había hecho durante tantas y tantas noches a lo largo de todo este tiempo. Pero esta vez intentó cruzar un nuevo límite en sus “incursiones nocturnas” por el cuerpo de mama.
Comenzó a acariciarle los senos, y a bajar suavemente por su vientre hasta toparse con el elástico del pantalón del pijama.
Esto lo detuvo por unos instantes, mientras tomaba coraje para algo nuevo.
Entonces con un rápido y ágil movimiento logró meter la mano por dentro del pantalón pudiendo tocar la suave tela de la bombacha blanca con la que esa noche dormía ella.
Al despertarse justo en ese momento, con gran sabiduría y ternura, recordó a Matías los límites infranqueables que debían respetar, preservando la pureza de su relación madre-hijo por encima de todo.
Matías lo entendió, comprendió el limite que le estaba poniendo su mamá, pero en su interior se negaba a aceptarlo, y así fueron transcurriendo los días, semanas y meses.
Madre e hijo siguieron durmiendo juntos, porque al ver la amargura y tristeza de su amado hijo cuando ella lo confrontó por última vez recriminándole dulce pero firmemente haberle querido tocar la vagina, le partió el alma, y le pareció demasiado cortar todo de raíz y de una vez.
Además, para ser sincera consigo misma, ¡Le hubiera encantado que jamás se hubiera detenido! Pero tenía un hijo demasiado bueno, obediente y amoroso, cómo para retarla a tener que ser más drástica con él.
El tiempo fue pasando y Ana maría paulatinamente fue olvidando y perdonando aquel incidente y empezó a mostrarse más liberal con su hijo.
En los días cálidos ella usaba ropas cálidas y vestidos cortos, lo que provocaban varoniles y hormonales reacciones en Matías, quien la observaba descaradamente, haciendo que a veces su madre se sonroje y otras veces se excitara con la idea de estar seduciendo a su propio hijo.
En una calurosa noche de verano, en la que ella llegó tarde a la casa después de haber celebrado el cumpleaños de una de sus amigas, y haber bebido bastante durante la fiesta madre e hijo fueron a dormir juntos en la cama matrimonial cómo de costumbre, y Matías tomó la determinación de arriesgarlo todo esa misma noche, aprovechando el visible estado de embriaguez de su mamá, y esperando poder contar con él a su favor para lograr cruzar la última barrera que le quedaba por cruzar con su bella mamá.
Al momento de ir a la habitación, cómo ya era de costumbre Ana María se desvistió frente a él, mientras el chico la miraba con adoración, devoción amor y lujuria cómo de costumbre, lo que en ocasiones desataban risitas o sonrisas complices en su amorosa madre.
Ellos se acostaron y ella se quedó profundamente dormida.
Cómo era habitual por las noches Matías empezó a acariciarle el cuerpo a su madre que dormía plácidamente dándole la espalda.
Matías la acaricia tiernamente desde los pechos hasta el vientre, bajando cada vez un poquito más, al tiempo que su excitación aumentaba cada vez más hasta hacerle alcanzar una gran erección al sentir el contacto de su cuerpo con el de su mama.
La dureza y tamaño de su aparato reproductor pegado a las nalgas de su mamá, hizo que ella se despertara sobre saltada, pero al entender lo que estaba ocurriendo, se quedó inmóvil disfrutando de las placenteras caricias de su hijo.
En un nuevo envalentonamiento Matías se atrevió a acariciarla por el vientre bajando su mano hasta llegar a tocar el elástico del pantalón del pijama de Ana María. Entones allí se detuvo solo para ver cómo reaccionaría su mamá quien se quedó totalmente inmóvil.
Luego de algunos minutos y con un repentino y hábil movimiento con la mano, Matías logró introducirle la mano dentro del pantalón pudiendo tocarle la bombacha de algodón con la que esa noche dormía Ana María.
Un torbellino de emoción y excitación los invadió a los dos en ese momento.
Ana María ya muy excitada y dispuesta a colaborar con su hijo y dejarse llevar, suavemente se giró en la cama hasta quedar bocarriba y abrió un poco sus piernas para dar mayor comodidad a Matías.
Al sentir con el contacto con la bombacha de su mamá, el chico no pudo evitar recordar en su mente lo bella que se veía Ana María vistiendo solo con bombacha y corpiño. Cada noche al acostarse, cada mañana al levantarse, Matías podía ver a su mamá vistiendo bombacha y corpiño de diferentes colores, y eso era algo que lo excitaba al máximo, sobre todo cuando Ana María usaba bombachas blancas de encaje y se translucía su negro y abundante monte de venus.
Muchas veces Matías había tenido que ir a masturbarse al baño o mientras se duchaba con esas imágenes en su mente
Al ver la quietud de su mamá y sentirse seguro de sí mismo y de lo que estaba haciendo, Matías bajó lentamente su mano deslizándose entre la bombacha y el pantalón hasta empezar a sentir con el tacto la zanjilla de mamá.
Entonces desbordado ya por su excitación, adrenalina y muchas emociones más. Centra sus caricias sobre la vagina maternal de Ana María, quien al sentir las caricias de su hijo en su zona más íntima empieza a despertar a la realidad y darse cuenta de la situación que estaba viviendo nuevamente con su amado hijo.
En su mente trata de hilvanar formas, métodos y palabras para detener este nuevo intento de su hijo por poseerla de una vez por todas, pero en vez de encontrar alguna forma de detenerlo, el placer y la excitación ganan terreno en ella quien, sin atreverse a coordinar palabra alguno o movimiento, sigue inmóvil y callada disfrutando y calentándose más y más con todo aquello.
Al continuar acariciándole esa preciosa zanjita solo oculta por la bombacha, Matías sintió enormes deseos de besarla en la boca por primera vez, y en un repentino impulso se abalanzó sobre Ana María y la besó en los labios, recibiendo una tibia, pero dulce respuesta por parte de los labios de su mamá.
Esta fue la confirmación absoluta para el chico de que mami estaba despierta y receptiva consiente de todo lo que se estaba desatando entre ellos en ese momento.
El chico volvió a besarla y en esta oportunidad ella abrió la boca, momento que Matías aprovechó para introducirle torpe, apasionada e inexpertamente toda su lengua en la boca, y Ana María algo entorpecida aún por su borrachera, solo se limitó a lamérsela dulce y tiernamente.
Al verla por fin entregada a él, Matías se decidió por dar el siguiente paso, e introdujo de manera casi brusca su mano por dentro de la bombacha de Ana María, sintiendo por primera vez en su vida el contacto con aquellos pelitos del espeso monte de Venus de su mamá.
Bajó un poco más su mano hasta finalmente llegar a la tan deseada concha de su amada madre, y entre torpes besos pudo sentirla estremecerse y abrir aún más las piernas en ese momento exacto.
– ¿Te gusta mamá? Le preguntó murmurándole al oído muy emocionado él al verla cooperando con todo esto.
– Digamos que ya lo necesito, ya llevamos mucho tiempo de tontos jueguitos insinuantes. Confesó Ana María entre temblequeos cuando sintió el dedo de Matías penetrándole la concha.
– Yo también lo estoy necesitando mamita hermosa. Le respondió el chico y comenzó a masturbarla suavemente.
Ella se estremeció nuevamente con cada movimiento suave y delicado de la mano de su hijo, apretó sus puños, Cerró sus ojos y permaneció totalmente callada mientras disfrutaba de la increíble paja que le estaba haciendo su hijo, provocándole la aceleración de su corazón cómo si quisiera salir de su pecho.
Al sentir este nuevo estremecimiento por parte de su madre, Matías se envalentona para ir por más
Se levanta rápidamente de la cama y se desviste tan rápido cómo le es posible, mientras Ana María permanece inmóvil en la cama, aturdida con todo lo que estaba pasando, y sin ser capaz de oponer resistencia alguna.
Entonces el chico ayuda a su madre a levantarse de la cama y comienza a desvestirla.
Ella estaba paralizada, emocionada y muy excitada, pero a la vez asustada e incapaz de detener toda esta locura.
En parte porque su estado de ebriedad le impedía pensar claramente las cosas, también era cierto que no quería herir a su amado y sensible hijo, quien era el único compañero y amor de su vida tras su divorcio. Y por otro lado y no por ello menos importante, era que ella estaba disfrutando de todo esto tanto o más que su hijo, ya que, desde su divorcio con el padre de Matías, ella jamás volvió a estar con otro hombre.
Matías se apresuró a bajarle el pantalón del pijama a su madre, y en la penumbra de la habitación alcanza a divisarse la bombacha negra que llevaba puesta esta noche Ana María.
El chico la ayuda a sacarse el corpiño azul, y comienza a mamar de la teta derecha de su madre, mientras le manosea la vagina por encima de la bombacha.
Todo esto eleva la excitación a niveles a los que Ana María no llegaba ya hacía muchos años, hasta le daba pena de sí misma estar tan pasada de copas en el mejor momento de su vida íntima en tantos años.
Ella separó sus piernas, se acomodó su rubio pelo largo hasta los hombros, y se entregó completamente al tan enorme placer que su único hijo y gran amor de su vida le estaba dando con las caricias que le hacía a su peluda vagina por encima de la bombacha negra y la mamada de teta que le daba al mismo tiempo.
Así permanecieron los dos en el más absoluto silencio en aquel cuarto en penumbras parados uno en frente del otro junto a la cama matrimonial que los aguardaba.
Para Matías fue muy excitante poder llegar hasta acá con ella, valió la pena esperar tanto tiempo e ir avanzando de a poco y con paciencia y meticulosidad, hasta una noche cualquiera cómo la de hoy, acabar teniéndola así de entregada y sumisa a mamá. Era tan excitante que se le olvidaba tener en cuenta lo pasada de copas que estaba esa noche Ana María, y no daba la ocasión para detenerse a sopesar el papel o la relevancia que este estado tenía en la actitud pasiva, receptiva en la que se mostraba ante el impúdico, decidido y arriesgado avance que esa noche estaba teniendo el chico sobre su mamá.
Pero entonces le pareció mucho más excitante poder oírla a Ana María, su propia madre pidiéndole ser penetrada por él, ese sería quizás el recuerdo más inolvidable que el chico tendría de esta noche, para el resto de su vida. Y es que en ese momento a Matías no le pareció para nada descabellada la idea de pensar seriamente en que quizás esta sería la única vez en la que le haría el amor a su tan amada y deseada madre, teniendo en cuenta que él no sabía cómo podría reaccionar ella mañana cuando despertara, y quizás le recrimine haberse aprovechado de ella, estando alcoholizada esa noche.
Pero esto no lo detuvo, entonces Matías la comenzó a besar en la boca, a lo que ella le volvió a corresponder muy animadamente, y acto seguido metió su mano por dentro de la bombacha negra, pudiendo volver a alcanzar con sus dedos la peluda concha de Ana María que al sentir la mano de su hijo allí y ya sin el estorbo de su ropa interior, volvió a estremecerse toda y hasta ponérsele la piel de gallina, cuando uno de los dedos de su hijo la penetró así sin más.
Matías empujó su dedo tan adentro cómo pudo en las profundidades de Ana María, y ella le correspondió tomándolo por el hombro y clavándole las uñas en ellos, al tiempo que sus ojos se abrieron enormemente y lo miraron fijamente a sus ojos.
Matías comenzó a masturbarla y ella flexionó sus rodillas y lo miraba con una expresión llena de lujuria y deseo, entonces el chico dejó de besarla apasionadamente, solo para contemplar esa expresión en el rostro de su madre, que él jamás había visto.
En la penumbra de aquella habitación contemplar a su madre disfrutando de la paja que él le estaba haciendo, era lo más excitante que le había pasado hasta acá en la vida de Matías.
Y es que Ana María lo miraba fijamente casi sin pestañear, abría su boca cómo para lanzar el mayor grito de su vida, pero no le salía nada más que algún que otro pequeño jadeo, o bien solo tomaba bocanadas de aire llenando sus pulmones, para después volver a quedar en silencio durante varios segundos y acabar con una larga y sonora exhalación o jadeo entre cortado.
Matías ya la masturbaba con dos dedos, y Ana María empezaba a luchar con sus impulsos de no tener allí mismo y sobre la mano de su hijo lo que parecía ser el mayor orgasmo de su vida.
Ella continuaba abriendo y cerrando su boca sin poder coordinar palabras o emitir sonidos.
Fue entonces que ya Matías no pudo esperar más a que mamá le pida o suplique que se la coja, lisa y llanamente le retiró la mano con la que la estaba pajeando, y ante la atónita mirada de la mujer se chupó los dedos, saboreándolos cómo nunca había saboreado las exquisitas comidas de mami y le bajó hasta los tobillos la bombacha negra.
Una vez hecho esto Matías la acostó en la cama de forma transversal, y acto seguido se sacó su calzoncillo rojo y quedó completamente desnudo cómo su madre.
Ana María en la penumbra de aquel cuarto forzaba la vista, tratando de verle bien el pene a su hijo, después de muchos años sin vérselo.
Matías se tomó su firme palo y lo encastró en la entrada de su madre.
– ¡Aj! Se quejó Ana María al sentir el encastre del pene de su hijo con su concha.
Y Matías había alcanzado un nuevo logro en aquella increíble noche en su vida. Y es que ese “¡Aj!”, que Ana María no pudo evitar dejar escapar de su boca al ser encastrada por su hijo, fue la primera señal sonora de placer, que su mamá le dejó escuchar interrumpiendo el infranqueable silencio de la noche en aquel cuarto en penumbras.
Matías sin pensarlo mucho, empujó su pelvis hundiéndole sus 14 cm de carne en barra a su mamá que al recibirlo todo en su interior y de un solo empujón, arqueó todo su cuerpo, cerró sus ojos y abriendo la boca se metió en ella su mano derecha y mordió sus dedos mientras miraba hacia la derecha, evitando el contacto visual con su hijo, cómo si quisiera algo de privacidad en ese momento de tan incontenible inmenso placer después de tantos años de “soledad” e inactividad.
Matías empezó a moverse aumentando progresivamente el ritmo de las embestidas sobre su madre, quien permanecía con la cabeza girada hacia su derecha mordiéndose los dedos de su mano en un intento por acallar el inmenso placer que sentía y que la hacía respirar muy agitada casi como un jadeo por sus fosas nasales.
Las envestidas de Matías hacía crujir la cama matrimonial de su madre, sonido que disparaba aún más el nivel de calentura tanto en el hijo cómo en la mamá.
No pasaron más de 3 minutos, cuando Ana María arqueó su cuerpo, clavó su mirada en el techo del cuarto y abrió su boca y empezó a jadear desesperadamente, mientras levantaba las piernas.
– ¡Ahahahahahahahahahahahahah! Jadeaba Ana María con su orgasmo.
– ¡Aaaaaaaaa, mami, mamá, aaaaaaahhhhh, mamita te amo! Gimió y gritó Matías, quien no pudo resistir su orgasmo al verla a ella teniendo el suyo y oírla jadear desesperadamente.
Después de recuperar energías acostado al lado de mamá, Matías se metió en la ducha, para refrescarse luego de semejante momento tan caliente con su mamá.
Al regresar a la cama, ella dormía profundamente, él se acostó a su lado y abrazándola se durmió pensando con gran incertidumbre en cómo irían a continuar las cosas entre ellos a partir de mañana después de semejante desahogo carnal entre Madre e Hijo.
Esa mañana de domingo, Ana María despertó con una sensación de nerviosismo en el estómago. El sol apenas comenzaba a asomarse por la ventana cuando sintió un brazo cálido rodeándola. Al abrir los ojos, vio a Matías, su hijo amado, profundamente dormido a su lado. Sin embargo, algo en esa imagen parecía fuera de lugar.
Al mirarse a sí misma, Ana María se dio cuenta de que ambos estaban desnudos. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar la noche anterior, cuando los deseos más oscuros y prohibidos se convirtieron en realidad. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras el peso de la culpa se asentaba en su pecho.
Matías finalmente despertó y al ver la expresión de angustia en el rostro de su madre, supo que todo lo ocurrido era real, y por más macho que lo haya hecho sentir la experiencia de haberse cogido de una buena vez a su hermosa y deseada madre, ahora ahí estaba ella, llorando de arrepentimiento y quien sabe las cosas que le diría ahora. Los reproches que le haría y las consecuencias que esto le traería de ahora en más en su relación con ella, ¿Será que todo quedará cómo la mejor aventura sexual de su vida, y nunca más se repita?, ¿O acaso realmente su madre también lo deseaba y a partir de ahora serían los mejores amantes?, pero quizás, aunque ella le confesara que también lo estaba deseando, le pida por favor que jamás se repita y quede cómo una simple aventura entre madre e hijo y el mayor secreto de sus vidas. Estos pensamientos invadieron la cabeza del muchacho, mientras la veía sentada en la cama llorando sin para, y mirándolo cómo pidiéndole perdón.
Sin decir una palabra, se acercó a ella y la abrazó con ternura, tratando de calmar su tormento interno.
Entre sollozos, Ana María confesó sus miedos y preocupaciones, y es que ella no quería que lo de anoche modificara de manera relevante e irreversible la relación de madre e hijo.
Y también ella temía el juicio y el rechazo de quienes los rodeaban. Sin embargo, Matías la miró a los ojos con una mezcla de amor y determinación, prometiéndole estar a su lado pase lo que pase, y jamás contarle a nadie lo que pasó anoche.
A lo largo de los días que siguieron, madre e hijo lucharon contra sus propias emociones encontradas, Finalmente, decidieron seguir adelante juntos, construyendo una nueva vida donde el amor y la aceptación reinaban por encima de todo
En el silencio de aquella mañana de domingo, Ana María y Matías encontraron la paz en su amor mutuo, sabiendo que, a pesar de todo, siempre tendrían el uno al otro para apoyarse en los momentos de oscuridad. La verdad cruda y excitante de su relación secreta se convirtió en la fuerza que los unía, desafiando al mundo y demostrando que, a veces, el verdadero amor trasciende todas las barreras. Por lo que madre e hijo se juraron que nunca jamás nadie en Valverde sabría el secreto de su relación prohibida, y acordaron seguir llevando una vida plena entre ellos, tanto cómo madre e hijo, y cómo una pareja no convencional.
Nota del autor: Relato escrito con alguna ayuda de la IA
cCONTACTOS CON EL AUTOR: [email protected]
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