Lo que hice por amor.
Me llamo Carla, y cuando tenía 12 años conocí al Dr. Francisco, un hombre extraordinario, quien con sus buenos tratos me hizo sentir algo que nunca había sentido; ser especial..
Me llamo Carla, nací en una familia mexicana disfuncional; una madre sumisa, y un padre controlador y celoso. Mis primeros años de vida fueron caóticos, ya que mi padre abusaba verbalmente tanto de mi madre, como de mí. Resultado de esta situación, yo desarrollé varios comportamientos extraños para mi edad, como el orinarme en mi cama todas las noches, el replicar los abusos verbales con mis compañeros de guardería y primaria, y el de dormir en clase, a falta de sueño debido a las constantes pelas de mis padres, etc.
Pero todo cambió cuando al fin mi madre decidió dejar a mi padre cuando yo tenía 6 años. Recuerdo que mi padre estaba de viaje, cuando mi madre me dijo que iríamos a visitar a mis abuelos. El resto es historia, nos mudamos de ciudad, a un lugar en donde éramos completas desconocidas. Mi madre logró divorciarse gracias a la ayuda de un abogado amigo suyo. Y pasamos a ser mi madre y yo contra el mundo.
Me costó mucho adaptarme a mi nuevo hogar, aunque con el tiempo logré hacer nuevas amigas, aunque no demasiadas, ya que soy muy tímida y retraída. Además, muchos de mis anteriores comportamientos fueron desapareciendo con el tiempo, lo cual alegró mucho a mi mamá.
En cuanto a mi madre, ella comenzó a trabajar en distintos rubros, lográndose acomodar como mesera en un café bastante popular entre la comunidad literaria de nuestra ciudad. Allí conoció a afamados escritores e investigadores que daban clases en la Universidad local, quienes para mi sorpresa aceptaron con agrado a mi madre dentro de su círculo, pese a que ella no tenía la preparación académica del resto.
Esto me llevó a que yo también me involucrara en este mundo de literatos e investigadores, quienes también me aceptaron de buen grado en sus reuniones, y de los cuales me nutrí mucho, ya que con ellos comencé mi afición por la lectura. Al principio me daban a leer cuentos de niños, pero yo comencé a cansarme rápidamente de ellos, y comencé a pedir novelas para mayores, y aunque no entendía el 70% de lo que se hablaba en esos textos, yo me sentía soñada de poder leer “cosas de adultos”. Por este motivo, a mis 10 años, tenía actitudes de una mujer, lo cual no hacía, sino fascinar a propios y extraños.
Cuando tenía 12 años conocí al Dr. Francisco de Cisneros (Nombre ficticio), un renombrado historiador y literato, quien recientemente se había mudado de la capital con el fin de tomar posesión de una cátedra en la Universidad de mi ciudad. Francisco tenía 56 años en entonces, era de estatura media, bastante bien parecido a pesar de su leve sobrepeso. Pero lo que más llamaba la atención de él, era su gran habilidad de oratoria, ya que cuando él tomaba la palabra en las pláticas, hipnotizaba de inmediato a todos los presentes.
Mi madre quedó flechada de él desde el primer momento en que lo vio, y aunque Francisco parece ser que le siguió el juego al inicio, pronto se cansó de ella. Sin embargo, conmigo fue diferente, ya que, desde nuestra primera interacción, noté de inmediato como centró toda su atención en mí, alabando siempre mi inteligencia y madurez.
Los cumplidos de Francisco rápidamente llenaron mi necesidad de aprobación masculina. Por lo que comencé a buscarlo en las reuniones que se organizaban en el café de mi madre. Mi progenitora no vio mal estos acercamientos, ya que para ella era una excusa de poder estar cerca de Francisco. Durante las “tertulias” en el café, yo me sentaba junto a él, y platicaba por horas sobre temas que a mis compañeros desconocían por su ignorancia.
Una noche, al salir de una de las reuniones, mi madre les ofreció a Francisco y otros profesores que vivían cerca de nosotras, un aventón. Todos aceptaron con gusto, y yo terminé sentada en el asiento trasero junto a Francisco, quien aprovechando lo estrecho del coche, puso su mano sobre mi pierna. Esto me estremeció, ya que nunca me habían tocado de aquella forma, sin embargo, no me disgustó, por lo que Francisco pudo masajear mi muslo durante todo el trayecto.
A los pocos días, recibí mi primera carta de Francisco. Resulta que, en aquel aventón, mi madre le dio santo y seña de nuestro hogar, lo cual él aprovechó para poder acercarse a mí durante las horas en las que yo estaba sola en la casa. En dicha carta me confesaba su amor, diciéndome con unas palabras hermosas sobre su enamoramiento a primera vista, y como desde aquel día en que nos sentamos juntos en el carro, no podía de dejar de pensar en mí. Me rogaba que no fuese cruel y que le permitiese poder conocerme mejor, que, si yo quería, me esperaría al día siguiente enfrente de mi casa para así poder vernos y platicar de una manera más íntima.
Yo me emocioné al instante, ya que no podía creer que un hombre tan maravilloso se hubiese fijado en mí, y es que para mis 12 años yo no era ajena al mundo de los mayores, ya que mi madre siempre fue muy liberal con la sexualidad, sobre todo desde que se separó de mi padre, por lo cual el ser cortejada por primera vez, por un hombre del calibre de Francisco me hizo sentir que no era aquella niña retraída y fea que decían mis compañeros, sino que era objeto de deseo de un hombre sumamente inteligente y atractivo. Con mucha emoción me preparé para verlo, aunque antes de esto, guardé la carta con mucho esmero en mi habitación, ya que sabía que si mi madre se enteraba se iba a enojar mucho conmigo, por haberle quitado su oportunidad con Francisco.
Al día siguiente me puse mi mejor vestido, y salí muy emocionada de mi casa buscándolo por toda la calle. No pasó mucho tiempo hasta que Francisco se me acercó. Yo no lo hubiese reconocido si él no me hubiese hablado, ya que llevaba una larga gabardina, lentes de sol y cachucha. Nos saludamos con mucho gusto y me pidió que lo siguiese. Yo pensé que iríamos a un café o a un restaurante a hablar, pero grande fue mi sorpresa cuando me llevó a su departamento.
El departamento era bastante pequeño, contaba con una sala-comedor conectada con la minúscula cocina, y dos recámaras con un baño completo. En la primera recámara dormía Francisco, y la segunda la utilizaba como un estudio, el cual al igual que el resto de la casa, estaba repleto de libros. Un olor a café viejo y a humedad impregnaba el ambiente del departamento, aunque esto solo lo hacía mucho más entrañable para mí.
Una vez dentro de su casa, Francisco me pidió que lo esperase en su habitación, mientras él preparaba algo de café para los dos. Yo con bastante curiosidad entré primero a su estudio, aunque una pila de libros impedía el fácil acceso a la habitación, por lo que al final desistí y me dirigí a su recámara. Allí encontré muchos más libros, apilados en todos lados menos en la cama y en una silla que utilizaba para escribir en su escritorio.
Con algo de nervios me senté en la silla y esperé paciente a Francisco, quien, al cabo de unos minutos, ingreso a la recámara con dos tazas humeantes de café recién hecho.
Francisco. – Cuidado, que está caliente.
Carla. – Si, gracias.
Francisco. – No hay de qué. Y dime, ¿te gustaron mis cartas?
Carla. – Sí, gracias.
Francisco. – Me alegro, la verdad no pensé que fueras a venir, pero estoy tan contento de haberme equivocado. Verás, todo lo que te escribí acerca de cómo me siento por ti es completamente real, desde el primer día en que te conocí quedé completamente flechado de ti, y quiero saber si ¿tú quisieras ser mi novia?
Esto me dejó boquiabierta, ya que no esperaba aquella pregunta. Al ver mi duda Francisco retomó la palabra.
Francisco. – Sé que tenemos una buena diferencia de edad, pero yo siempre he creído que para el amor no hay edades, además, tú eres muy madura para tu edad, eres hermosa e inteligente, y no puedo permitir que alguien más te tenga. Así que te imploro que me aceptes.
Carla. – Está bien.
Francisco. – ¿Eso es un sí?
Carla. – Sí.
Francisco. – No sabes lo feliz que me haces.
Después de eso platicamos un buen rato, en donde Francisco me preguntó acerca de la escuela y otros temas, para luego él platicarme cosas extraordinarias sobre sus viajes por el mundo, sobre sus investigaciones en la Universidad, y sobre sus más nuevos intereses literarios. En ese momento yo solo escuchaba embobada, imaginando todo aquello que me describía, hasta que de improviso Francisco se levantó de la cama, me tomó de la barbilla y me dio un beso en los labios.
Francisco. – ¿Te asusté?
Carla. – Sí.
Francisco. – No era mi intención, pero te veías tan bella, que no pude resistirme.
Yo me quedé callada.
Francisco. – ¿Quieres otro?
Asentí lentamente.
Este segundo beso fue más largo e intensó, ya que noté como Francisco comenzó a introducir su lengua en mi boca. Yo solo me dejé llevar. Tras este segundo beso, siguieron otros varios, y de un momento a otro, ya estaba acostada bocarriba en su cama, siendo besada apasionadamente por Francisco. De no ser por el toquido en la puerta, no sé hasta donde hubiéramos llegado ese día.
Francisco al escuchar como tocaban a la puerta se levantó y se dirigió a ver quién era, mientras que yo recuperaba el aliento y la compostura. Pude escuchar como Francisco abría la puerta, para acto seguido hablar con una señora, aunque no le preste atención a su conversación. En cuanto Francisco cerró la puerta y volvió conmigo, le dije que ya me tenía que ir, o si no mi madre me regañaría. Él me dijo que lo entendía, y me imploraba que lo volviese a visitar, a la par que me prometía seguir escribiéndome.
Al regresar a mi casa, todavía sentía como mi corazón latía a mil por hora. Por suerte mi madre aún no regresaba a casa, por lo que tuve tiempo de tranquilizarme y pensar en todo lo que había pasado aquel día. Esa noche dormí muy poco, por lo que al día siguiente me quedé dormida en mi clase de física, lo cual me conllevó una visita a la dirección.
Al salir de clases y volver a mi casa, me encontré con una nueva carta de Francisco, la cual no tenía sello postal, lo cual me indicó que el propio Francisco la había pasado debajo de mi puerta. El contenido de la carta era una mezcla de poema y carta de amor, además, venía impregnada con el olor del perfume de Francisco, aspecto que me encantó, pasando el resto de la tarde oliendo y leyendo aquella carta, la cual oculté muy bien para que mi madre no la viese.
El día siguiente recibí otra carta idéntica a la del día anterior, aunque esta se diferencia por la posdata en la cual Francisco me pedía que nos viésemos al día siguiente, justo en el mismo lugar de nuestro primer encuentro. Al ver esto me emocioné mucho, aunque una vez más no pude dormir mucho.
Llegado el día de nuestra cita, yo me apresuré a regresar a mi casa lo más pronto posible, al llegar, me cambié lo más rápido y mejor que pude y salí disparada a la calle, y justo como la vez anterior, fue Francisco quien se me acercó. Yo sabía que no debíamos saludarnos efusivamente en público, por lo que me limité a darle un abrazo, para luego seguirlo una vez más a su departamento.
Esta vez al entrar en su departamento, Francisco me arrinconó entre la pared y la puerta de la entrada, para luego agacharse y darme sendos besos en la boca. Yo al inicio me quedé inmóvil, pero la excitación se fue apoderando de mí, lo cual me llevó a irme soltándome cada vez más, hasta que al fin nuestras lenguas se entrecruzaron al interior de nuestras bocas. No sé en qué momento me levantó y me llevó a su cama. Entre los besos que nos dábamos me fue quitando la ropa, hasta que al fin quedé solo con mi calzón, lo cual me hizo cubrirme instintivamente con mis manos mis pechos y mi vagina.
Esto hizo que Francisco se detuviera por un momento, para después pedirme, implorarme que lo dejase verme desnuda. Yo bastante apenada me negué, aunque terminó por convencerme, por lo cual lo dejé ver mis incipientes pechos, los cuales él besó con mucha delicadeza, diciéndome en todo momento que era lo más bello que él había visto. Después sus labios fueron descendiendo a mi ombligo, lo cual me dio muchas cosquillas, llevándome a tratar de alejar su cabeza con mis brazos, aunque él era más fuerte.
Por fin sus labios terminaron encima de mi vagina, la cual seguía recubierta por mi delgado calzón. En ese momento se detuvo, me volteó a ver, y me dijo. – Mi amor, ya no puedo esperar más, ¿puedo?, a lo cual yo soló acerté a asentir con la cabeza. En cuanto vio mi señal de asentimiento, Francisco me despojó de mi última prenda, para luego abrir mis piernas con sus manos y sumergir su cabeza en mi vagina.
Su respiración fue lo primero que sentí en mi vagina, para luego sentir sus labios y su lengua besando y lamiendo cada parte de mi vagina. Al inicio sentí muchas cosquillas, pero luego comencé a sentir un placer que nunca había experimentado. No sé cuánto tiempo Francisco me lamió, pero sí sé que sentí mucho placer. Y justo cuando estaba sintiendo como si me fuera a orinar, Francisco se detuvo, me volteó a ver, me sonrió, bajo sus pantalones y calzones, dejándome ver su pene erecto, el cual rápidamente dirigió a mi vagina.
En cuento su pene erecto empezó a ingresar en mi interior, sentí un dolor muy agudo, lo cual me hizo retorcerme y cerrar mis piernas, pero Francisco no detuvo su avancé, sino que sostuvo mis piernas con mucha más fuerza. Yo le imploré que se detuviese, que me dolía mucho, pero él no me escuchó, sino que siguió metiendo cada vez más su verga en mi interior, actuando como si estuviese poseído, su cara incluso me dio mucho miedo. Y de pronto se dejó caer por completo sobre mí, enterrando lo que faltaba de su miembro hasta el interior de mi útero, acción que me hizo soltar un gran grito de dolor, el cual ahora si Francisco ahogó con un beso.
Para mi fortuna, una vez completamente dentro de mí, Francisco se quedó quieto, lo cual me permitió recuperar el aliento. Pero antes de que yo pudiese decir algo, comenzó a sacar lentamente su verga, para luego volverla a introducir en un bombeo rítmico. Ante cada estocada yo sentía un ardor horrible en mi vagina, y aunque una vez me quejé, él no me hizo caso.
Tras varios minutos que fueron eternos para mí, noté que el dolor poco a poco iba disminuyendo, aunque no se iba por completo. Cuando al fin me estaba acostumbrando al ritmo de sus movimientos, Francisco comenzó a moverse aún más rápido, además que noté que su pene se volvía mucho más grande en mi interior, para de la nada detenerse por completo, momento en que sentí un líquido caliente en mi interior.
En cuanto Francisco depositó su, en aquel momento desconocido para mí, semen en mi interior, se desplomó a mi lado, y con una voz entrecortada por el cansancio me dijo. – Amor, estuviste increíble, no sabes lo bien que me sentí, ahora sí ya eres mi mujer. Después se levantó como pudo y se dirigió al baño.
Yo me quedé tendida bocarriba en la cama, completamente desnuda, sudada y adolorida, pero contenta por las últimas palabras de Francisco. Para mí el hecho de ser su mujer justificaba el dolor que acababa de sentir. Por fin mi cuerpo reflejaba la madurez que tanto decían tenía.
Francisco al regresar del baño se dirigió a mí, me dio un beso en los labios, para luego sentarse al borde de la cama, momento en que se me quedó viendo. Esto me incomodó y me llevó a preguntarle sobre qué tanto veía, a lo cual él me contesto que solamente estaba admirando mi belleza, se levantó nuevamente y se comenzó a vestir, para luego decirme que yo también debía hacerlo, ya que pronto mi madre saldría del trabajo.
Al intentar ponerme la ropa, noté que todo mi cuerpo me dolía, a la vez que sentía una gran pesadez, pero mi apuración a ser descubierta me llevó a vestirme con rapidez. Realmente no sé cómo pude llegar a mi casa, ya que todo el cuerpo me pesaba, pero en cuento llegué a mi cama me recosté y me quedé profundamente dormida, aspecto que llamó la atención de mi madre, a quien le expliqué que aquel día habíamos hecho muchos deportes en la escuela.
A partir de entonces recibía una carta de Francisco a diario, las cuales comencé a guardar con gran celo en mi habitación, lejos de la vista de mi madre. Cada tercer día las cartas variaban con una posdata en donde Francisco me imploraba que nos viésemos. Esos días yo sabía que iba a tener sexo con Francisco. Si bien al inicio me dolía cuando Francisco me penetraba, poco a poco me fui acostumbrando, e incluso comencé a sentir placer, aunque sin duda alguna quien más disfrutaba de los dos era Francisco, quien poco a poco comenzó a pedirme que lo viese más seguido, o que me quedase más tiempo junto a él. Y, a pesar de que estas peticiones eran riesgosas para mí, él tenía una extraordinaria forma de convencerme, lo cual me llevó a arriesgarme mucho, simplemente por seguir siendo su mujer.
Espero que les haya gustado el relato, si es así, por favor califíquenlo y coméntenlo.
Dios este relato es muy pero muy bueno. Refleja muchas cosas de la realidad. Pero
Excelente erótico, excitante, con morbo y amor.
Lo más erótico que he leído, con una muy buen la historia. Qué envidia de ese doctor.