LOLITA VERSION 2024
La version de la novela que Nabokov hubiera escrito en el siglo XXI. .
LOLITA VERSION 2024
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas.
Con estas palabras comienza una de las novelas más famosas y controvertidas de la historia. Una novela que leí hace tiempo y que nunca supuse que terminaría haciéndose realidad en mi vida.
No diré mi nombre, prefiero mantener el anonimato por las cosas que aquí sucedieron producto de las circunstancias que me tocaron vivir, y sobre todo por respeto a mi Lolita. Si, porque mi Lolita se llama igual que la protagonista de la novela, Dolores, Lolita, mi pequeña nínfula de pelo rubio y ojos azules, un azul eléctrico que te envuelve por completo, te sube al cielo y luego te baja, después de habértelo dado todo. Su pelo rubio es como el de un ángel, si es que esos seres poseen pelo, aunque si lo poseyeran, sin duda el color rubio de mi nínfula debería ser el color del pelo de esos seres celestiales. Ay, cuantas veces toqué el cielo de la mano de mi Lolita, y cuantas veces volví a caer a tierra envuelto en sus brazos.
Ahora debo ordenar mis pensamientos si quiero contar todo lo que mi memoria recuerda, todo lo que pasó en esos días que ahora me parecen tan lejanos.
Para empezar, sin decir mi nombre, usaré el mismo seudónimo del protagonista de la novela, Humbert Humbert. Soy un hombre maduro, tampoco diré mi edad, como si el pecado que cometí pudiera desvanecerse al ocultarla, pero a estas alturas ya nada puedo hacer.
Volvamos a lo que importa, como empezó todo y como conocí a mi nínfula.
Llegué a la ciudad en calidad de escritor de novela negra un lluvioso y frio día del mes de Marzo. Mi agencia me había proporcionado un generoso adelanto para mi próxima novela, pero nada de hospedaje. Afortunadamente conocía a un buen amigo, el pequeño Robert, que no era pequeño por edad, sino por estatura, que conocía a una viuda de más o menos mí misma edad que disponía de una habitación de huéspedes en una antigua casa en el centro de la ciudad. Robert convivía ya con otros compañeros de piso, por lo que no podía alojarme con él.
Me encontraba ese día bajo la marquesina de la parada de autobús, cubierto con un viejo paraguas y mi maletín en la otra mano tratando de que no se mojara, era casi más viejo que el paraguas, y una de mis pocas pertenencias ya que el resto de mi equipaje llegaría en un par de días aproximadamente, según me aseguró mi amigo Robert. Pese a estar a cubierto el agua era tan abundante que apenas la marquesina y el paraguas servían para cubrirme.
Al poco vi unas luces que se aproximaban. Eran las de su viejo vehículo que venía en mi dirección y que reconocí casi inmediatamente.
Paró justo a mi lado y se bajó del vehículo tapándose con su gabardina. Me ayudó a guardar mi maletín y mi paraguas y tras subir a el coche, partimos rumbo a mi nuevo destino.
La casa de la señora Haze, mi nueva patrona, se encontraba en lo alto de una colina a la que sin embargo no era difícil acceder. Una casa de dos pisos de madera, pintada en color claro, tal vez marrón, que en ese momento la lluvia no me dejaba ver apenas más que la forma de esta.
Nos detuvimos junto a la acera, pero separados de ella, debido a un gran charco que se había acumulado junto a la entrada. Robert me ayudó, siempre tan solicito, a sacar mi maletín y el paraguas, y me acompañó hasta la casa rodeando el charco mientras yo le cubría a él con el paraguas y casi nada a mí.
-Ya verás. Es una mujer muy amable. -dijo mientras tocaba el timbre de la casa y yo cerraba el paraguas al estar al fin a cubierto bajo el pequeño tejado de la entrada.
La lluvia no me impidió oír unos pasos que se acercaban a la puerta. Sin duda debía calzar unas simples zapatillas pese al tiempo que reinaba fuera.
Nos abrió la puerta la señora Haze que me miró como si en un principio no supiera quienes éramos, y luego nos invitó a pasar.
-Robert. Usted debe ser el señor Humbert. -le dijo a mi amigo para después señalarme a mí-. Discúlpenme, llevo todo el día tratando de pensar que hacer con la colada que acabo de tender. No tenía ni idea que se iba a poner a llover de esta manera, y además Dolores no para de darme quebraderos de cabeza. La pobre niña se aburre en casa si hace mal tiempo y no puede salir a jugar con sus amigas.
Así que la casa también se encontraba habitada por una niña. Pensé en ese momento mientras seguía cargado con el maletín y el paraguas que empezaba a empapar el suelo.
-Perdone, no me di cuenta de que llevaba usted paraguas. -me dijo la señora Haze cogiéndolo y depositándolo sobre un paragüero de metal que sacó de una pequeña estancia que se encontraba detrás de ella y que en un primer momento no pude saber que era.
-Gracias señora Haze. -le contesté amablemente.
-Me ha comentado Robert que se quedará con nosotras por un tiempo indefinido. Está escribiendo una nueva novela, ¿es así verdad? Es usted escritor, pero necesita tiempo para completarla, ¿no es eso? -me dijo mientras seguía sosteniendo el paragüero frente a ella.
-Charlotte. -le apresuró Robert-. Mi amigo solo necesita un lugar donde descansar, mañana puedes hablarle sobre el precio de la habitación. Por mi parte ya te pagué anticipadamente el primer mes, y él se encargará del resto. ¿Verdad Humbert?
-Así es. Estoy seguro de la hospitalidad de la señora Haze y que hará todo lo posible por hacer mi estancia más agradable. No tengo fijado un plazo para terminar la novela, por lo que estaré aquí todo el tiempo que me sea necesario para acabarla. -le dije.
-Discúlpeme nuevamente señor Humbert. Le enseñaré su habitación y podrá cambiarse de ropa. -me dijo ella.
-Aún no ha llegado el resto del equipaje. -comentó Robert.
-No se preocupe, podrá ponerse alguna camisa de mi difunto marido y un pantalón si le quedan bien. No he tirado aun nada de él. -dijo la señora Haze bajando la cabeza. Sin duda su perdida debía de ser reciente.
-Dolores. Baja a saludar a nuestro huésped. -llamó a su hija que debía encontrarse en el piso de arriba.
-No se preocupe. Ahora la veré cuando suba. -le dije para tratar de quitarle hierro al asunto. Además, me estaba empezando a quedar helado de frio.
-Si no me requieren para nada más, debo irme. -dijo Robert-. Saludó a la señora Haze y me dio a mí un fuerte apretón de manos. Nos veremos el lunes si te parece.
A las 11 en punto. Por supuesto. Allí estaré. -le dije y Robert salió a la carrera para volver a su coche sin esquivar el charco que habíamos rodeado antes.
En ese momento como si los ángeles del cielo se hubieran detenido unos instantes sobre nosotros, se hizo el silencio al partir el coche de Robert, y vi en lo alto de la escalera a la que sin duda era Dolores.
Me miró con sus ojos azules mientras se tocaba con la mano izquierda el pelo rubio que en ese momento le colgaba en pequeños tirabuzones. Con su mano derecha apoyada en la escalera me miró unos segundos más antes de comenzar a bajar.
Su estatura menuda, calculé un metro y medio de altura, no hacia justicia a sus curvas desarrolladas para su edad. Sus caderas incipientes y sus pechos pequeños, pero perfectamente redondeados que apuntaron a mí en cuanto bajó de la escalera. La que aún no era mi nínfula poseía unos labios carnosos, bien perfilados, unas mejillas redondeadas y una barbilla perfecta, rematadas por una nariz respingona, pero en su justa medida.
-Dolores, saluda al señor Humbert. Será nuestro inquilino los próximos meses. -la apremió la señora Haze.
Extendió su manita poco desarrollada en comparación con su cuerpo y me la dio con un suave apretón que devolví con la misma intensidad para no hacer daño a la preciosa niña que tenía en ese momento ante mí.
-Encantado señor Humbert. -me saludó la pequeña mariposa poniéndose unos instantes de puntillas haciendo que el escote de su vestidito me mostrara sus pechos por arriba.
Un escalofrío me recorrió la espalda, no sabía ni fruto del frio o de su visión, cuando Dolores me soltó la mano y la colocó detrás de su espalda junto a la otra mientras me miraba de nuevo con sus ojos escrutadores, imaginando tal vez que venía a quitarle a su madre.
-Enséñale la habitación de invitados al señor Humbert. -le dijo su madre a Dolores.
-Hay un pequeño problema. -le contestó la pequeña mariposa.
-¿Qué has hecho Dolores? -le preguntó su madre.
-Dejé la ventana abierta para que se ventilara como me dijiste mamá, pero con la lluvia la cama se ha mojado un poco. -dijo Dolores.
-Pero cuando empezó a llover debiste haberla cerrado Dolores. Te lo he dicho muchas veces. La habitación de invitados se llena de agua cuando llueve si dejas la ventana abierta. -le recriminó a su hija-. Ya ve señor Humbert, no va a poder dormir en ella hasta que el colchón no se seque. Pequeño diablillo, ahora el señor Humbert no tiene donde descansar y dormir. ¿Qué te parece si duerme en tu habitación esta noche? -le propuso a su hija regañándola.
-No pasa nada, dormiré en el sofá si dispone de uno señora Haze, incluso en una silla en mi habitación, no quiero molestar. -le dije tratando de solucionar el problema.
-Déjelo. Dormirá usted en la habitación de mi hija. Así se dará cuenta de que no puede hacer lo que le viene en gana cuando quiere. Últimamente te estás portando muy mal Dolores. -le volvió a recriminar.
-Lo siento señor Humbert. -se disculpó la niña sin dejar de quitar sus brazos de su espalda-. Mi cama es suficientemente grande para dos personas.
-No pasa nada. Ya dije que puedo dormir en el sofá señora Haze. -volví a decir.
-Dolores, acompáñale a tu habitación. -le dijo su madre-. Yo le llevaré ropa seca en unos minutos. Y llevó el paragüero a lo que deduje que era la cocina.
Subí la escalera con mi maletín en la mano detrás de la pequeña mariposa que no demostraba prisa por subir y llevarme a su habitación. En ese instante me pareció que no necesitaba a ningún ángel para protegerla, porque ella era en si ese ángel.
Me precedió antes de entrar en su habitación, pero enseguida se dio cuenta de su pequeño error, y se hizo a un lado invitándome primero a entrar.
Su habitación era como la de cualquier niña de entonces. Amplia, un poco desordenada, con una cómoda a un lado, un gran ventanal y un par de mesillas a ambos lados de la cama, con una lampara en cada una de ellas, y una cama de matrimonio que presidia la habitación.
Dejé mi maletín a un lado de la cama. Dolores me pidió permiso y se sentó en el borde de la cama por el lado que daba a la ventana, dejando sus zapatillas en el suelo. Supuse que era el lado en el que solía dormir.
-Voy a quitarme los calcetines. Me aprietan un poco y no estoy cómoda con ellos. -me dijo la bella niña mientras alzaba la pierna derecha para quitarse el calcetín.
-¿No tendrás frio sin ellos? -le pregunté mientras no pude evitar mirar su muslo izquierdo que apenas cubría el pequeño vestidito que llevaba. Después hizo lo mismo con la otra pierna y pude contemplarlo también en todo su esplendor.
Cuando terminó la bella mariposa, se alzó en la cama dándome la espalda, pero regalándome la visión de sus braguitas blancas ceñidas por completo a sus nalguitas redondas y perfectas. Sin duda la señora Haze no debía disponer de mucho dinero porque las braguitas de su hija eran muy estrechas y su color un poco desvaído, cosa que me hizo deducir que tenían mucho tiempo y que la pequeña habría engordado un poco desde que las compraron.
Intrigado me acerqué sin ánimo libidinoso a ver que buscaba mi pequeño angelito, y descubrí que era una cinta para el pelo que debía haber dejado olvidada sobre la almohada.
Cuando se giró para ponerse de frente me encontré con que su vestidito se había levantado casi del todo por la parte delantera, y pude ver su entrepierna cubierta por sus braguitas, aparte de su tripita que lucía una piel bastante clara rematada por un ombligo casi inexistente.
La pequeña nínfula me miró a la cara, terminó de ponerse la cinta en el pelo, y se levantó de la cama dejando sus pies descalzos en el suelo.
-Ya está. Me gusta hacerme una coleta cuando tenemos visita. -me dijo mi pequeña mariposa.
-Vas a coger frio Dolores, ponte al menos las zapatillas. -le dije a mi compañera de habitación mientras notaba como algo se iba apoderando de mí. Era algo que me había producido la pequeña mariposa y que revoleteaba por mi estómago. Pese al frio exterior, mi cuerpo se hallaba caliente fruto de la visión de la pequeña que me acababa de mostrar la casi totalidad de su cuerpecito.
Intenté reaccionar de la mejor manera posible, pero solo me salió coger a la pequeña en brazos y depositar sus pies sobre sus zapatillas.
-Así mejor. ¿No crees Dolores? -le pregunté mientras sudaba a chorros.
-Es usted muy amable señor Humbert. -me contestó ella con su mirada limpia y pura.
Más tarde me enseñó el resto de la casa junto con el pequeño baño de que disponían. Me comentó que podría disponer de toallas limpias siempre ya que su madre se encargaba de todo, excepto hoy que la ropa no estaría disponible.
Afortunadamente la señora Haze repartió la ropa por los diferentes radiadores de la casa permitiendo que se secaran más rápido.
Cenamos los tres, puré de patatas con salchichas que había preparado la señora Haze ayudada por Dolores.
Cada vez que mi nínfula se llevaba la cuchara o el tenedor a la boca de labios carnosos, no podía evitar echar un vistazo disimuladamente a su boquita que ahora me parecía lo más bello del mundo junto con el resto de su cuerpo, evidentemente.
Llegó la hora de recoger la mesa. La señora Haze no me dejó ayudarla a recoger y fregar los platos, alegó que casi acababa de llegar de viaje y que estaría muy cansado, además de la metedura de pata de su pequeña hija, que me haría dormir en su habitación, y que ya tendría tiempo de sobra para ayudarla con las tareas del hogar, siempre que la escritura de mi novela me lo permitiera.
Al levantarme de la mesa rocé sin querer el culito de Dolores y me disculpé, aunque ella apenas se dio cuenta. Mi lujuria no hacia sino aumentar con cada hora que pasaba en esa casa, y lo peor de todo ello era que en unas horas me tocaría dormir en su cama.
Después de ver un poco la televisión, nada interesante la verdad que emitieran en esa época, decidimos ir a acostarnos.
No sabía como comportarme en presencia de Dolores en su habitación, aunque la niña se adelantó a mis pensamientos sentándose de nuevo en el borde de la cama, quitándose de nuevo las zapatillas y los calcetines y metiéndose primero en la cama.
Me miró con sus ojos azules como esperando mi reacción, cosa que hice dándome la vuelta y tratando de esconderme detrás de la cómoda que apenas me llegaba a la cintura. Pese a ello me las apañé como pude para quitarme la ropa y ponerme el pijama que me había proporcionado la señora Haze junto con el resto de la ropa de su difunto esposo.
Apagué la lampara de la mesilla de mi lado, y Dolores hizo lo mismo después de desearme buenas noches.
Afortunadamente la cama era lo suficientemente grande para que los dos durmiéramos separados el uno del otro.
Amanecí al día siguiente sin tener ni idea de que hora era. Tampoco es que me preocupara mucho por los horarios, ya que mi tiempo ahora estaría dedicado a escribir mi novela sin prisas, y disfrutar de la compañía de mi casera y su hijita tan hermosa. Solo que Dolores no estaba en su habitación.
Cuando me levanté me dirigí directamente al lavabo sin tener en cuenta que era el único de la vivienda, y que éramos tres personas las que la habitábamos, y al abrir la puerta me encontré de bruces con mi nínfula, solo vestida con sus braguitas de color blanco gastado, sin nada en la parte superior. Sus pechos no eran como describí demasiado grandes, pero en ese momento me pareció que estarían mejor cubiertos de cualquier tela, aunque fuera la de su vestidito.
-Lo siento mucho Dolores. No sabía que estaba ocupado. -le dije dándome la vuelta y saliendo del baño.
Azorado me dirigí de nuevo a su habitación, pero oí por el pasillo como la pequeña me llamaba por mi nombre invitándome a que volviera con ella al lavabo, pero no tuve fuerzas para volver, aunque mi mente me decía una cosa y mi cuerpo otra muy distinta.
Al poco rato, que en mi cabeza fueron horas, Dolores salió del lavabo y llegó hasta la habitación tan solo cubierta por una toalla de color rosa desgastada por el tiempo. Me miró desde el umbral de la puerta y me habló.
-¿Por qué no ha querido bañarse conmigo? -me preguntó haciendo un gesto muy tierno con su boca-. Mi padre se bañaba siempre conmigo.
-Porque yo no soy tu padre Dolores. Soy tan solo un inquilino que ahora va a vivir en vuestra casa con tu madre y contigo. -le contesté tratando de parecer lo más tranquilo posible, aunque mi corazón bombeaba con fuerza.
-Usted me parece buena persona señor Humbert. Lo noto en sus ojos. No pasa nada si la próxima vez quiere bañarse conmigo. -me dijo ella demostrando una madurez inédita hasta ahora-. De todas formas, ¿podría ayudarme a secarme?
Como negarse cuando me pidió que la secara, y acto seguido entró en la habitación abriéndose la toalla y dejándome ver por primera vez su cuerpo desnudo.
Una pequeña rayita dibujaba su coñito pequeño y casi sin vello púbico, con sus labios casi ocultos.
-¿Me seca señor Humbert? -volvió a pedirme la niña.
Sin demostrar nerviosismo, aunque era un manojo de nervios, me acerqué hasta ella, me arrodillé, y comencé a secarla suavemente tratando de evitar las partes pudendas, cosa bastante difícil si tenía en cuenta que la tenía casi pegada a mí.
Empecé por la cabeza que era la parte menos comprometida de todas secando su pelo y su cara y detrás de las orejas. Después pasé a sus brazos, axilas, y luego a sus piernas, evitando las zonas comprometedoras.
-Ahora termina tu Dolores. -le dije dejándole que fuera ella la que secara sus partes íntimas.
La niña cogió la toalla, se dio la vuelta dándome la espalda y comenzó a secarse su culo de forma bastante sensual, cosa que hizo que casi tuviera que apartar la vista, aunque ella me miraba de vez en cuando. Luego, poniéndolo en pompa secó mejor sus piernas, hasta que se dio la vuelta y se secó sus pechos de forma suave, hasta que finalmente llegó a su cuevita del placer donde terminó de secarse.
En ese momento, sentado en el borde de su cama, yo trataba por todos los medios de disimular una erección incipiente que me había producido la que en ese momento se convirtió en mi nínfula, mi pequeña mariposa, mi perdición.
Por un extraño embrujo o sortilegio, la ropa limpia de mi nínfula había aparecido en un costado de la cama, o tal vez la lujuria que me despertaba la niña había hecho que para mí pasara inadvertida hasta ahora.
Aunque ese día no llovía, estábamos en Marzo y la señora Haze parecía que no hubiera encendido aun la calefacción, cosa que si hizo el día anterior, por lo que hacía frio, y aunque yo iba vestido con el pijama del difunto señor Haze, Dolores debía de sentir frio, por lo que le aconsejé que se vistiera prestamente.
-Puede llamarme Lo. -me dijo ella mirándome con sus ojos azules y desarmando mi alma lujuriosa-. Mi padre siempre me llamaba así.
-Está bien. Si tú me llamas Humbert en lugar de señor, ¿de acuerdo? -le dije yo.
-Si. Humbert. Le llamaré Humbert en vez de señor. -me contestó mirándome con sus ojos que me parecieron más bellos que nunca.
Oímos que la señora Haze nos llamaba desde la planta de abajo.
Bajé sin darme cuenta de que Lo bajaba detrás de mí ya vestida, y me encontré con Robert que traía mi equipaje.
-Hola Robert. -le saludé dándonos la mano.
-Humbert. Al final el equipaje se ha adelantado un día. Les dije a los chicos de correos que si ya lo tenían me lo dejaran para que te lo trajera. Les soborné un poco, y aquí lo tienes. -dijo guiñándome un ojo.
Mi equipaje consistía únicamente en tres maletas grandes y una más pequeña, a la que mi nínfula no le quitaba ojo.
-¿Y esto que es? -preguntó la niña tocando la pequeña maleta.
-Esto es mi máquina de escribir Lo. -le contesté y Charlotte se asombró de que llamara a su hija Lo, pero no dijo nada.
-¿Puedo verla? -volvió a preguntarme mi pequeña mariposa.
-Claro. -le respondí tumbándola en el suelo y abriendo la maleta.
Lo, como decirlo sin parecer pedante, se agachó casi como si no tocara el suelo, y puso su mano preciosa sobre el teclado de la máquina de escribir y luego recorrió las teclas emitiendo un sonido metálico que a mí me pareció algo celestial.
Cuando se levantó y me dio las gracias por dejarme tocarla se convirtió en Lolita.
Lo li ta. Tres silabas que forman un todo. Dolores, Lo, Lolita. Al igual que dijo el Humbert de la novela, ella era mi nínfula, mi nenita, mi pequeña mariposa. Por un momento quise hacerla mía mientras se quedó prendada de mi máquina de escribir, aunque estuvieran delante su madre y el pequeño Robert.
-Bueno, veo que te ha sorprendido que te llegara tan pronto el equipaje. -me dijo Robert sin quitar la vista de mi cara al ver la expresión que se me había quedado en el rostro, y haciéndome salir de mi ensoñación, aunque no supiera del porqué de mi cara.
Traté de acércame lo más posible a Lo para rozar su culito con mi entrepierna, pero tropecé sin querer con una baldosa del suelo algo más levantada que el resto, y Charlotte me ayudó a que no me cayera.
-Al final no voy a poder quedar el lunes a las 11. -me dijo el pequeño Robert mirando su reloj-. Creo que podríamos quedar el martes. ¿Qué te parece?
-Me parece bien. -le contesté tratando de que el tiempo pasara lo más rápido posible y quedarme a solas con mi Lo.
-Pues entonces aquí está todo el equipaje. ¿Te ayudo a subir las maletas? -me preguntó Robert.
-No, no hace falta. Ya lo subo yo. -le contesté.
-Yo le ayudaré con la máquina de escribir. -me dijo Lolita manteniendo para nosotros solos el llamarnos de tú.
-Está bien Dolores. ¿Podrás tu sola con ella? -le pregunté acariciando su pelo.
-Claro señor Humbert. -y cogió la pequeña maleta no sin esfuerzo, y subió las escaleras mientras yo cogía una de ellas.
Robert se despidió de mi con un fuerte apretón de manos como solía hacer, y salió de la casa, y vi como subía a su auto.
Después de sacar mis cosas, ropas y otros objetos personales, le comenté a Charlotte que le devolvería el pijama de su difunto marido cuando estuviera lavado ya que el resto de la ropa no la había llegado a utilizar.
Ella me dijo que no habría ningún problema. Que en cuanto mejorara el tiempo, pondría otra colada.
De repente me vino a la cabeza una idea.
-Dolores, ¿quieres venir conmigo a comprar papel de escritura? -le pregunté a mi nínfula.
-Claro señor Humbert. -me respondió ella muy contenta con mi proposición.
-Pues dicho y hecho. Nos vestimos y nos vamos. Desayunaremos fuera señora Haze. -le comenté a Charlotte.
Lolita bajó la escalera vestida con ropa distinta a la que llevaba cuando la conocí. Llevaba un vestidito de color azul y blanco que le llegaba hasta encima de sus rodillas, zapatillas lindas de color verde claro, su pelo peinado en tirabuzones, y cubría su cabeza con un sombrerito de paja.
-Nos vamos mamá. -le dijo mi pequeña mariposa a Charlotte.
-De acuerdo. Se buena, ¿eh? Pórtate bien con el señor Humbert.
-Claro mamá. -le contestó ella.
Salimos a la claridad del día. No me había dado cuenta antes de salir de preguntarle a mi nínfula donde podríamos desayunar y ya de paso comprar papel de escritura.
-Lo, ¿conoces alguna cafetería por aquí cerca y alguna papelería? -le pregunté mientras ella se sujetaba el sombrerito para colocárselo mejor.
-En el barrio hay una a la que suelo ir con mamá. Y casi al lado hay una papelería donde me compra lo que necesito para el colegio.
-Muy bien. ¿Y podrías guiarme? -le pregunté.
-Claro Humbert. -y comenzó a andar delante de mí haciendo que sus caderas se bambolearan produciendo en mí un efecto hipnótico. El pensamiento de hacerla mía volvió a aflorar, y pensé en qué momento podría quedarme a solas con ella y abrazarla, besarla, y poseerla finalmente en mi lecho hasta que no pudiera aguantar más del placer que le produciría.
Nos detuvimos frente a la cafetería que me comentó Lo. Ella se quedó mirando el amplio ventanal que recorría todo el local como buscando a alguien, pero me fijé que en realidad solo buscaba el mostrador donde se encontraban todos los dulces que una niña de su edad, y más mi nínfula, podría desear, porque a ella como nínfula que era, ni siquiera todo ese montón de azúcar acumulado en el mostrador podría engordarla. Me hizo un gesto con la mano invitándome a entrar y los dos nos adentramos en ella.
Sentados frente a uno de los ventanales podíamos contemplar todo lo que pasaba en la calle. El taller mecánico enfrente. La farmacia, un restaurante, y demás comercios a los que acudían los habitantes de ese barrio.
Aunque pude ver a diversas niñas cogidas de la mano de sus padres o madres, ninguna le hacía justicia a mi Lolita con su belleza que se resaltaba aún más cuando el sol se reflejaba en su pelo rubio que quedaba al descubierto ahora que se había quitado el sombrerito, dejándolo en un banco situado bajo el ventanal donde nos encontrábamos.
Mi querida Lo saboreaba unas tortitas con nata y sirope de chocolate, aparte de un gran tazón de leche con cacao que bebía a pequeños sorbitos que me encantaba admirar, haciéndola más dulce todavía cuando sus carnosos y sensuales labios se mancharon de cacao y tuvo que limpiárselos con una servilleta, lo que hizo que temblara en mi interior, y mi pene saltó dentro del calzoncillo provocándome mi nínfula una pequeña erección.
A punto estuve de quemarme la lengua con el café al tener esa visión, aunque unas gotas del preciado líquido saltaron a mi pantalón, manchándolo y haciendo que mi pequeña Lo dejara el tazón sobre la mesa y acudiera presta con una servilleta a mi lado para limpiarme el pantalón.
Aunque inocente, se dio cuenta enseguida de que algo abultaba en mi pantalón.
Me miró con sus ojos aun inocentes, y comenzó a limpiar el bulto justo donde habían caído las manchas de café. No pude evitar estremecerme al sentir mi glande frotado por sus inocentes manos, y de un respingo me levanté del asiento.
-Vamos al lavabo a limpiarme mejor. -le dije a Dolores-. En mi cabeza dio vueltas una idea. ¿Estaba dispuesto a seguir dejándome limpiar por Lo?
Cogí de la mano a mi nínfula como si fuera mi propia hija y la llevé al lavabo, a donde ella me acababa de indicar al fondo del local.
Entramos los dos en el lavabo de caballeros sin que nadie se fijara en nosotros, ni siquiera uno de los camareros que salía del almacén situado en la parte de atrás de la cafetería de tan ocupado que estaba por su trabajo.
Eché el pestillo de la puerta del pequeño cubículo donde se encontraba la taza del váter, y bajándome los pantalones me senté sobre ella.
Lo me miro muy seria como pidiéndome permiso para seguir. Asentí con la cabeza para que siguiera, y ella sacó otras servilletas del bolsillo derecho de su vestido, que no me fijé en qué momento las había cogido, y me limpió como pudo el pantalón, mientras de vez en cuando echaba un vistazo al bulto de mi calzoncillo que marcaba mi pene ya completamente erecto.
Cuando terminó de limpiarme el pantalón, la curiosidad pudo más que ella, y estiró su mano hasta tocar mi pene por el glande lo que hizo que volviera a estremecerme.
-Puedes tocarla. -fue lo que único que me salió decirle debido a mi lujuria creciente y el calor que hacía en un lugar tan estrecho-. Imagina que es un plátano y agárralo con la mano. No sabía que se había apoderado de mi en ese momento.
Liberé mi pene de la prisión del calzoncillo que saltó casi como un resorte para sorpresa de mi Lo, que pese a ello me obedeció y lo cogió con su mano izquierda.
Yo puse mi mano sobre la suya y la ayudé a bajarla y subirla por mi tronco, pero al contrario que antes, algo se encendió en mi cabeza y me incorporé dejando a mi nínfula sorprendida, y me subí de nuevo la ropa.
Pero algo volvió a golpear mi cabeza porque entonces le di la vuelta a Lo poniéndola de cara a la puerta del cubículo, y a punto estuve de bajarle las braguitas, pero no lo hice y me conformé con levantarle un poco el vestidito y frotarme contra su culo como un animal en celo, mientras ella pegó sus manitas en la puerta del cubículo, dejándose hacer sin oponer resistencia, señal de que estaba disfrutando en algún sentido que aun desconocía.
Unos golpes en la puerta nos interrumpieron haciendo que me detuviese y arreglase el vestido a mi nínfula, y quitando el pestillo, abrí la puerta.
Un padre con su hijo esperaba al otro lado de la puerta visiblemente molesto.
-Disculpe, mi hija se hizo pis y el lavabo de señoras estaba ocupado. -le dije para disculparme.
Cogí a mi Lo de la mano y volvimos al salón, donde pagué lo que habíamos pedido y le solicité a unos de los camareros que nos lo preparara para llevar, cosa que hizo en pocos minutos, y cogiendo las bolsas de papel que me entregó, y el sombrerito de paja de Lo, salimos de la cafetería.
Caminé a grandes zancadas pasando de largo la papelería, sin preocuparme de que la gente con la que nos cruzábamos nos mirara, ya que nos consideraría padre e hija, hasta que Lo me detuvo y se puso a un paso delante de mí y me miró con esos ojos azules que me volvían loco diciéndome con ellos que lo acababa de pasar no estaba mal, que no era un pecado, y que ella también lo había deseado.
Cogió una de las bolsas de papel y sacó el resto de las tortitas que habían quedado, y le dio un sorbo a la leche con cacao que el camarero también puso en la bolsa dentro de un vasito de papel. Finalmente nos sentamos en un banco y terminamos el desayuno.
-Me gustaría volver a hacer lo me enseñaste Humbert. -me dijo de repente mientras terminaba de limpiarse la boca con otra servilleta.
Yo miré a ambos lados de la calle, pero la gente que pasaba ni nos prestaba atención, ya que nuestra diferencia de edad nos hacía pasar por padre e hija perfectamente. Luego la volví a mirar y le respondí:
-Tesoro, ¿de verdad quieres que hagamos eso?
-Si Humbert. Desde hace tiempo noto algo que viene de la parte baja de mi cuerpo. De mi entrepierna exactamente. No sé lo que es, pero comenzó a ser más fuerte desde que empezó a venirme la regla. -me dijo-. Es algo que no puedo explicarle a mamá. Ella apenas me contó que era la regla cuando la tuve por primera vez. Siento que tengo confianza contigo, aunque acabamos de conocernos. Humbert por favor, ayúdame. Me siento tan débil a veces, y noto como mis braguitas se manchan cuando me siento así, y desde que llegaste tu a casa lo siento cada vez más a menudo. Y creo que solo contigo podré aliviarlo. ¿Me ayudarás?
Me quedé callado. Mi Lo se excitaba como cualquier niña de su edad, y ahora además era yo la fuente de todo su deseo. Si hasta ahora había encontrado algo con lo que tratar de evitar mi lujuria, un pensamiento fugaz, una distracción en otro sentido, con lo que me acababa de contar Lolita hacía que la deseara aun más. Pero aún no podía contarle que era lo que realmente le pasaba. Quería estar en casa a solas con ella y explicarle todo. No solo estar con ella, sino acariciarla, sentir su piel contra la mía, abrazarla, besarla, lamerla, todos los verbos que significaban acción deseaba hacérselos a mi nínfula. Debía ser paciente y no rendirme a mi lujuria. Que dios me perdonara por lo que iba a hacer.
Entonces posé mi mano derecha sobre su pierna y ella puso su mano izquierda sobre la mía. Nos miramos por primera vez como si fuéramos amantes. Miré a ambos lados de la calle, y al ver que no venía nadie en ese momento, acerqué mi cara a Lo, y le di un casto beso en la mejilla.
Ella no dijo nada, se limitó a sonreír, se quitó el sombrerito de paja, y me devolvió el beso en la mejilla.
Fui un paso más allá y metí mi mano bajo el vestido hasta acariciar la suave y dulce piel de mi Lolita mientras ella sonreía. Acaricié todo lo que pude su pierna, sintiendo el tacto de su piel mientras mis dedos la recorrían. Lo cruzó la otra pierna, y me permitió llegar hasta su muslo izquierdo, y en ese momento todos los ángeles del deseo cantaron a coro sobre nosotros.
Me acerqué aun más de lo que ya lo estaba a mi nínfula, y sin mirar a nada más que a su cara, le di un beso en la boca, su dulce boca que me supo a tortitas, leche con cacao, su saliva mezclada con la mía, y me dio el placer más inmenso que pudo sentir nunca un hombre adulto besando a una nínfula como ella. Ardía de gozo pese a mi pecado.
Nos recompusimos después del arrebato de pasión, y nos separamos y miramos al frente como si nada de aquello que he contado acabara de pasar.
En ese instante un padre con su hija de la mano pasó junto a nosotros y nos miró, pero sin duda pensó que éramos otro padre y su hija que estaban sentados juntos en un banco una luminosa mañana de domingo.
-No nos olvidemos de comprar el papel de escritura. -me dijo Lo sonriendo, haciendo que se iluminara toda la calle.
La cogí de la mano como si de mi hija se tratase, y entramos en la tienda.
Al final compré 3 paquetes de papel para escritura y un par de recambios de tinta para la máquina de escribir, aunque pensaba que tal vez me había excedido en mis compras. No creí que viviendo bajo el mismo techo que mi Lolita pudiera escribir demasiado, aunque intentaría avanzar lo más que pudiera en mi novela.
El dependiente de la papelería era un joven que acababa de empezar a trabajar hacia solo un par de días, hecho que favoreció que no conociera a mi Lo ni a su madre, por lo que pudimos mantener la ilusión de que éramos padre e hija, y no nos soltamos de la mano en todo el tiempo en que estuvimos dentro de la tienda.
-Qué, ¿lo ha habéis pasado bien? -nos preguntó la señora Haze cuando volvimos a casa prudentemente con las manos separadas-. Espero que traigáis ganas de comer. He preparado lentejas y pollo asado.
-Si mamá. Tenemos mucha hambre. ¿Verdad señor Humbert? -me preguntó mi nínfula mirándome.
-Claro Charlotte. Traemos mucha hambre. Voy a cambiarme de ropa y a lavarme las manos y os ayudaré con la mesa. -dije yo.
Comimos los tres juntos. Pese al desayuno, los nervios de mi encuentro con Lolita me habían producido mucha hambre. No nos dirigimos la mirada ni Lo ni yo, aunque no creía que su madre se hubiese dado cuenta de nada, aunque lo hubiésemos hecho.
Después de comer a mi nínfula le entró sueño, cosa que demostró bostezando y poniéndose la manita delante de su boca de labios carnosos, y comentó que quería echarse la siesta. Yo me quedaría un rato en el salón leyendo.
Charlotte encendió el viejo televisor que esa época no emitía casi nada interesante debido a los escasos canales de tv, y yo apenas le hice caso al periódico deseando subir a ver a mi Lo, pero ella todavía estaba en el salón con nosotros.
Cuando expuse mi intención de echarme la siesta, la señora Haze me comentó:
-El colchón no se ha secado aun del todo señor Humbert, así que si quiere echarse la siesta tendrá que ser en la cama de Dolores. ¿Ves lo que has hecho por dejar la ventana abierta mientras llovía? -le recriminó de nuevo enfadada su madre a mi pequeña mariposa.
-Lo hice sin querer mamá. -Lolita hizo un mohín con la cara que me volvió loco. Mi querida y deseada Lo.
-Tal vez mañana ya esté seco del todo, pero no garantizo nada si no sigue haciendo buen tiempo. -dijo ella alzando la mano y haciendo un gesto como indicando que no tenía nada que ver en aquello-. Lo he puesto apoyado contra la ventana para que le dé bien el sol, esperemos que así se seque del todo.
-A mí no me importa que el señor Humbert duerma en mi habitación. -dijo mi nínfula tratando arreglar la situación.
Pues a mi si me importa que duerma de nuevo en tu cama un desconocido, aunque sea un amigo común del pequeño Robert. Pareció decirle Charlotte a su hija con la mirada.
Al poco un rato y al ver que mi Lo ya había subido a su habitación, me disculpé con Charlotte, y subí a mi cuarto con la excusa de tomar unos apuntes para redondear mi novela.
Miré por la rendija de la puerta de la habitación de mi nínfula y vi como Lo estaba bajo las sábanas haciéndose la dormida.
Escribí lo que pude en mi cuaderno de notas, pero al final me acabaron saliendo más mis pensamientos por Lo, que lo tenía imaginado para mi novela.
Unos ronquidos provenientes del salón me hicieron saber que por fin Charlotte se había dormido en el sofá.
Me asomé a la escalera para asegurarme de que tenía el camino libre, y al ver como la señora Haze dormía con la cabeza hacia un lado, abrí la puerta de la habitación de mi nínfula, y ella me recibió con una sonrisa.
-Hola Lo. Estoy contigo por fin. Tu madre se ha quedado dormida en el sofá. -le dije mientras ella retiraba las sábanas-. Yo me quité las zapatillas y me metí con ella en la cama. Le pedí que se quitara el pijama y el sujetador y las braguitas. Ella obedeció sin preguntarme nada.
La miré como hipnotizado y le aparté el pelo de la cara. Acaricié sus mejillas y cuando no pude resistirme más la tumbé en la cama.
Lo cerró los ojos dejándome hacer. Yo le besé primero la frente y luego sus mejillas que se habían comenzado a encender. Me fijé en las pecas que iluminaban su rostro, y me concentré luego en besar su barbilla y pasar a su cuello donde lamí su piel tan dulce y suave a la vez.
Mi tesoro se agarró a las sábanas con sus manitas, señal de que estaba sintiendo placer, y la estaba liberando al fin de todo lo que había encerrado en su interior.
Entonces me puse sobre ella como un amante y la besé en la boca. Primero solo posé mis labios en los suyos, y luego metí mi lengua lujuriosa en su boca. Lo abrió los ojos sorprendida. Sin duda estaría acostumbrada a los besos de su padre y de su madre, pero nada como lo que estaba sintiendo ahora mismo.
Me devolvió el beso con lengua y las dos se entrelazaron en un torbellino de ansia y pasión. Cogí a mi Lo y la abracé cuando dejamos de besarnos, luego la volví a dejar sobre la cama y besé sus pechos que temblaban suavemente mientras obraba.
Volvió a agarrarse a las sábanas cuando me dediqué a besar y tocar sus pezones con mis dedos que obraban delicadamente haciendo que mi nínfula casi llegase al orgasmo, pero aún no quería que llegase ese momento.
No me cansaba de besarla, pero aún me quedaba mucho cuerpo por besar, por lo que pasé a besar su ombligo.
Mi Lo se retorció de placer mientras lo hice, y le tapé la boca con mi mano derecha para que no emitiera un gemido tan alto que hiciera que su madre nos oyera. Ella se calmó un poco al notar mi mano en su boca, y respiró ahogadamente mientras gozaba como nunca por primera vez en su vida.
Luego recorrí la cara interna de sus muslos con mi lengua, llevando a mi nínfula casi al paroxismo.
Cuando terminé de recorrerla, le abrí suavemente las piernas, y me quité la camisa que llevaba y el pantalón.
Separé con cuidado los labios escondidos de su vulva. Se abrieron ante mí como si fueran una flor. La flor de mi nínfula que se entregaba a mí.
Saqué de nuevo mi lengua y la pasé suavemente por su vulva, volvió a abrir los ojos y me miró desde arriba, hasta volver a agachar la cabeza y volver a gemir, pero sabiendo que no podía gritar.
Entonces recorrí con mis dedos su vulva suave y sonrosada que hizo que mi pene se pusiera del todo duro, apretando mi calzoncillo como en la cafetería.
La abrí un poco más hasta dejar a la vista su clítoris escondido, su botoncito del placer, lo más hermoso que poseía mi nínfula. Lo recorrí suavemente con mi dedo índice sabiendo que obraba bien por los gemidos ahogados que volvía a emitir mi Lo. Su coñito se fue humedeciendo mientras yo seguía acariciándolo, hasta que no pude más, e introduje mi dedo meñique en su cuevita del placer, y Lo alcanzó el orgasmo por primera vez en su corta vida.
Me miró abriendo los ojos de nuevo y respiró con fuerza ahogando varios gritos corriéndose como la nínfula que era, sensualmente, pero también sexualmente porque no dejaba de ser una niña con su sexualidad a flor de piel, y experimentando el mayor placer de su vida.
Lo poco a poco fue recuperando la respiración, se fue calmando poco a poco, y su vulva humedecía las sábanas. Yo la acaricié untando mis dedos con sus flujos y llevándome un dedo a la boca y saboreándolo.
Lo se acercó a mí y me dio un beso en la boca, pero un beso tierno, de amor, y no de deseo y de pasión.
Cuando separamos nuestras bocas, acerqué a mi nínfula a mi pecho, y ella apoyó la cabeza contra el, y poco a poco se fue quedando dormida mientras yo volví a taparnos con las sabanas con nuestros cuerpos pegados y mi pene rozando su tripa.
Llegó el lunes, y mi nínfula me privó de su compañía al menos durante la mayor parte de la mañana, ya que tuvo que volver a la escuela donde se encontraría con sus amiguitas. Otras niñas que sin duda no podrían compararse en belleza a mi Lo y que nunca llegarían a la categoría de nínfula, porque no podría encontrar nunca a nadie como ella.
Para mi desgracia, ese mismo lunes, la señora Haze me comentó que el colchón de mi habitación ya se había secado del todo, por lo que me prepararía la cama para que pudiera dormir en mi cuarto después de un par de días. Le dije que no tenía porque molestarse, que yo mismo me encargaría de prepararla, pero ella me volvió a pedir perdón, y me dijo que era la única forma de disculparse por el error de su hija, y que, si se lo permitía, no tendría que pagarle el alquiler del mes de abril, cosa que le agradecí sinceramente.
Aprovechaba las mañanas en ausencia de Lo para tratar de avanzar en mi novela, aunque el manuscrito acabó convirtiéndose en mi propio diario donde terminé reflejando mis encuentros con mi nínfula escritos como taquigrafía para que, si a la señora Haze se le ocurría leerla, no pudiera entender nada. Mientras mi nínfula pasaba los días en clase, los dos anhelábamos que terminaran pronto para poder encontrarnos furtivamente en su habitación, y poder amarnos a escondidas mientras su madre dormía la siesta, ya que era la única forma de encontrarnos.
Mi nínfula cada día más experimentada en las artes amatorias, me sorprendía cada vez que con sus manos ejecutaba una dulce masturbación que a mi me sabia riquísima, y que con el transcurrir de los días y mis indicaciones, se convirtió en una paja majestuosa e increíble que me hizo correrme a chorros sobre el pecho de mi nínfula, hasta que un día en el que el deseo la inundó, me pidió que me derramara en su cara. Le pregunté si estaba segura de lo que me pedía, y tras asentir con la cabeza, y decirme que si con apenas un suspiro que salió de sus labios, eyaculé sin dudarlo sobre su cara con cuidado de que nada de mi semen cayera en sus ojos ni en su boquita de labios carnosos, porque aún consideraba que era demasiado pronto para que mi Lo probara mi semilla, y me limitaba simplemente a regarla con ella cual flor para hacerla aún más hermosa de lo que ya lo era.
Cosa aparte fue el descubrimiento de mi semilla. Una tarde en que Charlotte no se encontraba en casa, a eso de mediados del mes de Marzo, mi Lo se inquietó al ver como unas gotas de líquido preseminal ansiaban por salir de mi rosado glande, durante nuestros juegos amatorios, como describirlos si no, y con los ojos muy abiertos miró el motivo de su inquietud, explicándole yo que no era más que la mitad de la que estábamos hechos todos los seres humanos, y entonces mi nínfula me preguntó si ella también, y yo le dije que sí, que hasta las más bellas criaturas de la creación estaban hechas de la misma materia, por lo que a partir de ese momento quiso saber cómo ese liquido salía mi interior, y así fue como comencé a enseñarla a masturbarme, cosa que poco a poco, y poniendo mucho empeño, logró hasta proporcionarme uno de los mayores placeres que ni siquiera yo hasta ahora había logrado conseguir.
Recuerdo que el último viernes del mes de Marzo, la señora Haze me pidió si podía recoger a Dolores a la salida del colegio, ya que unos asuntos requerían de su atención en la ciudad. Yo por supuesto en calidad de su amante acepté encantado, y ella misma se encargó de escribirme la dirección y hacerme un pequeño plano con indicaciones precisas para que encontrara el colegio.
Mi estancia en la ciudad se limitaba la verdad a pocas salidas, ya que la mayor parte del tiempo me encontraba en mi habitación tratando de escribir lo que iba a ser mi novela, y que se había convertido como dije al final en mi diario taquigrafiado, ya que para entonces me había olvidado por completo de mi agencia literaria, y ya vería que excusa pondría cuando ellos me reclamaran algún adelanto de mi novela.
Solo conocía bien la parte del barrio a la que había ido aquel día con Lo a desayunar y donde empezó nuestra pasión, y pocos sitios más, ya que la que ahora era mi vivienda se encontraba algo apartada del centro de la ciudad.
Llegué unos minutos antes de la salida de las clases. Miré alrededor tratando de encontrar a mi Lo, cuando vi que un grupo de alumnos salían del edificio, pero no pude verla a ella, hasta que como iluminada por el sol, su cabello rubio produjo un destello que me maravilló, y pude ver a mi nínfula rodeada de otras niñas, sus amigas y compañeras de colegio sin duda, pero como había expresado anteriormente, ninguna de ellas, aunque de su misma edad, podía compararse en belleza a ella, pese a ir vestidas con el mismo uniforme del colegio, la blusa azul claro, la falda azul oscuro y granate por encima de las rodillas, mi nínfula caminaba entre ellas como si no tocara el suelo, como si sus pies flotaran a unos centímetros de altura, hasta que me vio, y sorprendida al no saber que su madre no iría a recogerla, se despidió de sus amigas, y echó a correr hasta donde yo estaba, aunque para mí fue como si corriera a cámara lenta haciendo que pudiera recrearme en su belleza, hasta que llegó a mi altura, dio un salto y se abrazó a mi como si fuera su padre.
Le di dos castos besos en la mejilla y saludé a una mujer de mediana edad, a la que Lo me presentó como la señora Rutherford, su profesora de Literatura. Charlotte le había comentado al parecer por teléfono a su profesora que en el día de hoy seria yo la persona que pasaría a recogerla en lugar de su madre. Dolores me presentó como un antiguo amigo de la familia, y aunque no era del todo verdad, en parte si lo era por tener como amigo común al pequeño Robert.
Saludé con un fuerte apretón de manos a la señora Rutherford, y tras coger la cartera de mi amada, nos despedimos y comenzamos a andar de regreso a casa hasta que la distancia que nos separaba del colegio fue lo suficientemente lejana para que nadie de la escuela nos viera, cogí a mi Lo de la mano, la besé apasionadamente como un antiguo caballero, y caminamos juntos como una pareja de amantes.
Cada cierto tiempo nos deteníamos a sentarnos y descansar en uno de los numerosos bancos que se disponían en el camino, y lejos de miradas indiscretas, mi nínfula y yo nos besábamos en la boca compartiendo nuestras lenguas y nuestra saliva, aunque a veces nos arriesgáramos demasiado, sobre todo cuando yo traté varias veces de meter mi mano bajo la falda de mi Lo y acariciar la anatomía de su cuerpo que tantas veces me había hecho disfrutar.
Miré el reloj en una de las ocasiones, y me di cuenta de lo tarde que era. Besé una última vez a mi nínfula sentados en uno de los bancos en los que acabábamos de descansar, y volvimos andando hasta casa.
Ese día preparé yo la comida. A mí Lo se le habían antojado puré de patatas para comer y también pescado al horno, cosa que se me dio bastante bien preparar.
Llegó la hora de la siesta, el momento más esperado por Lo y por mí de todo el día. Charlotte subió a acostarse a su cuarto, cosa que hizo más difícil que mi nínfula y yo pudiéramos encontrarnos.
No esperé demasiado tiempo a que mi casera empezara a dormir, cuando casi a gatas caminé hasta la habitación de Lolita y me colé en su cama donde ella me recibió con una sonrisa y el brillo de sus ojos que fueron suficientes para que se me pusiera dura en ese mismo instante, una dureza tremenda que hacía que casi me doliera el pene de tan rígido que estaba.
Nos besamos apasionadamente con lengua, algo que en lo mí Lo ya era una experta, y cuando separamos nuestras bocas empapadas de nuestra saliva, oímos una voz que venía del cuarto de la señora Haze.
-Dolores, ¿estás ahí? -oímos que preguntaba.
Silencio de mi nínfula durante unos instantes. Charlotte volvió a preguntar.
-Dolores, ¿estás ahí?
-Si mamá. -contestó ella haciéndose la dormida.
-He pensado que el fin de semana que viene podemos ir de picnic con el señor Humbert. ¿Qué te parece? -le preguntó.
-Me parece bien mamá, pero estaba durmiendo. -le contestó ella.
-También he pensado que podríamos ir a comprarte unos bañadores nuevos. -dijo la señora Haze-. Te gustaría, ¿verdad Dolores?
-Si mamá. Luego lo hablamos. Te quiero mucho. -le contestó ella cortando la conversación.
Pero cuando terminaron de hablar, yo me había quedado dormido.
Sin que Charlotte se enterara, cuando me desperté de la siesta, volví a mi habitación. Cerré la puerta y escribí un poco, hasta que llegó la hora de la cena.
Sobre la diez de la noche me entró sueño. Me disculpé con mis anfitrionas, Lo me dedicó una mirada que era pura pasión, y subí a mi cuarto a dormir.
Amaneció el sábado un día bastante soleado. Al despertar miré mi máquina de escribir situada en la mesilla del lado derecho de la cama y me incorporé en la misma. Me senté en la silla de mi habitación, metí una hoja de papel en el carro de la maquina y pensé en escribir un poco, pero luego me di cuenta de que podría despertar a mi Lo, y lo que era peor, a mi casera, y desistí y me fui al lavabo a afeitarme.
Estaba afeitándome desnudo de cintura para arriba, cuando noté a alguien que se abrazaba a mí.
Era Lolita que estaba completamente desnuda detrás de mí.
-Hola Humbert. -me saludó-. Sabes lo que te deseo y ayer no pudimos hacer nada. La pesada de mamá subió a dormir a su habitación.
-Ya lo sé amor. Te quiero tanto, y ahora tampoco podemos hacer nada. -le dije.
-¿Cuándo vas a estar dentro de mí? -me preguntó cuando me soltó y yo me di la vuelta para mirarla a la cara.
Me agaché frente a ella, con la barba aun mojada de espuma y le acaricié la cara y las pecas que tanto me gustaban.
-No lo sé cielo. ¿Es demasiado pronto aun? Eso debes decidirlo tú. -le dije y la cogí en brazos y la senté en el lavabo. Besé sus pechos y sus pezones mientras mi nínfula comenzó a humedecerse.
Lolita gemía en voz baja mientras yo obraba. Acariciaba su vulva mientras ella se agarraba a mi espalda mientras la masturbaba. Ella besaba mi cuello que sabía que era mi punto erógeno como el suyo, mientras yo seguía masturbándola. Mi pene estaba duro, y entonces me desnudé del todo. En mi cabeza daba vueltas la imagen de que la estaba penetrando, pero me resistía.
Lo me dejó cogerla de nuevo en brazos y así nos quedamos un rato hasta que ella no pudo resistir más el deseo y comenzó a frotar su vulva contra mi pene. Mi liquido preseminal comenzó a asomarse a mi glande, pero en ese momento oímos subir las escaleras, y mi nínfula se soltó y salió corriendo hasta su habitación seguramente maldiciendo no haber podido hacerme eyacular.
Yo me recompuse y me vestí de cintura para abajo, pero en ese momento la señora Haze me sorprendió desnudo de cintura para arriba y se fijó en mi pecho sudoroso, y se mordió el labio inferior. Sin duda se había excitado con mi visión.
Una mujer como ella que llevaba 4 años viuda, según me había contado, y a la que no se le habían conocido amantes, estaría deseosa seguramente de probar a un hombre después de tanto tiempo, de ahí su gesto al verme semidesnudo.
-Lo siento señor Humbert. -me dijo disculpándose-. ¿Ha visto a Dolores?
-No, no la he visto aún. Seguramente sigue durmiendo en su habitación. -le respondí subiendo el tono de voz a propósito para que ella me oyera y supiera que su madre entraría enseguida en su habitación.
Cuando entró las oí hablar a lo lejos. Charlotte le dijo a su hija que irían hoy a comprar los bañadores que le había prometido.
-¿Puede ir el señor Humbert con nosotros? -le preguntó Dolores a su madre.
-Bueno. Está bien. -le contestó ella-. Veo que te llevas bien con él, ¿eh? Pero recuerda que no es como tu padre, un día terminará su novela y tendrá que dejarnos. No te encariñes con él. ¿De acuerdo tesoro?
-Si mamá. Es nuestro inquilino, pero es buena persona y le aprecio. -le contestó ella.
Llegamos los tres al mediodía a una de las tiendas que conocían mi Lo y la señora Haze.
Ropa de todo tipo se disponía colgada en sus perchas a lo largo de la tienda.
Una señora regordeta con gafas y de aspecto muy agradable saludó a Dolores y a su madre.
Charlotte me presentó como el señor Humbert su inquilino, y me estrechó la mano. Yo le devolví el saludo y me dediqué a explorar la tienda mientras madre e hija pasaban a los probadores con dos bañadores que había escogido mi nínfula, uno de color rosa y otro verde claro.
Dejé de oírlas cuando entraron en el probador, hasta que al cabo de unos minutos oí la voz de mi Lo.
-Está bien. -le contestó Charlotte-. Señor Humbert. -dijo asomando la cabeza por la cortina que cubría el probador-. Dolores dice que entre usted para ver que tal le queda el bañador.
La señora Haze salió del estrecho probador y me dejó pasar.
Allí se encontraba mi Lo vestida con el bañador rosa que marcaba sus curvas y sobre todo su rajita que aún no había sido horadada por mi pene, aunque si por mis dedos que la habían llevado al orgasmo en tantas ocasiones, y ahora mi nínfula ansiaba en ser penetrada por mi pene y perder su virtud a tan tierna edad.
-¿Qué tal me queda Humbert? -me preguntó llamándome de tú.
La chisté regañándola para que su madre no pudiera oírla ni supiera la confianza que teníamos.
-Te queda muy bien Dolores. -le contesté recreándome en sus curvas-. Aunque ya estaba acostumbrado a verla tantas veces desnuda en mis brazos, la tela del bañador cubría su cuerpo como una segunda piel, y me resultó tan erótica como verla sin nada encima.
Se me pasó por la cabeza acariciar con mi dedo índice su rajita, pero sabiendo lo rápido que mi Lo se humedecía decidí ignorar ese movimiento ya que mancharía el bañador que iba a llevarse, aunque le cubrieran su vulva las braguitas.
En menos de lo que una mariposa aletea sus alas, mi nínfula había desabrochado mi pantalón y con sus dedos liberó mi pene que en ese momento se encontraba flácido. Como si de una experta se tratara, abrió su boca y sacó su lengua y la pasó por mi glande, algo que por un instante me pareció una ensoñación.
Me retiré hacia atrás no solo por la sorpresa de su movimiento inesperado, sino por el lugar en que nos encontrábamos, un pequeño probador donde su madre estaba fuera esperándonos y la señora de la tienda.
-Joooo. -protestó mi Lo al ver que escapaba de su alcance-. Humbert no te vayas-. Me suplicó poniendo cara de niña buena.
Al ver que salía del probador, ya con la ropa recompuesta por supuesto, Charlotte me preguntó que me había parecido el bañador y yo le contesté que me había parecido muy bonito, y como cumplido le dije que le sentaba muy bien.
Cuando la señora Haze pagó la compra, regresamos a casa con Lo y yo a unos pasos detrás de ella. Mi nínfula no me quitaba ojo de encima. No podía preguntarle, ya que su madre nos oiría, porque había reaccionado de así en el probador, y sobre todo quien le había enseñado las artes felatorias si conmigo solo había practicado la masturbación, y después de enseñarle yo.
El sábado siguiente nos preparamos para ir de picnic. Charlotte había preparado comida suficiente para los tres. De hecho, en mi opinión, sobraría bastante, pero no dije nada por respeto a mi casera, y sobre todo a mi pequeña amante.
Ese día me pareció más guapa aun que de costumbre, si es que tal cosa podía suceder. Su pelo refulgía al sol como cuando la recogí en el colegio. Sus pecas destacaban por encima de su cara, y había añadido una nota de color rojo a sus labios carnosos. Como buena nínfula sabia como destacar entre todas las demás niñas. Es algo que las nínfulas llevan en su interior, y que no necesitan aprender, y que vuelven locos a los hombres como yo.
Completaba su atuendo con el conocido sombrerito de paja, y con un vestido nuevo que no conocía hasta ahora. Zapatillas cómodas y un bolsito que consideré más propio para ir a la playa, que para un simple picnic.
La señora Haze llevaba un vestido ancho que me dejó adivinar sus curvas. Me pareció más guapa ese día que en todo el tiempo que había estado en su casa.
Su difunto marido poseía un vehículo que desde su fallecimiento seguía guardado en el garaje. El día anterior había comprado que funcionase correctamente, ya que Charlotte poseía el carnet de conducir.
Luego Lo y yo esperamos en la acera a que sacase el coche del garaje.
Parados en la puerta de la casa estiré la mano y comencé a masajear el culo de Lo. Blando y duro a la vez, era todo lo que un hombre podría esperar del culo de una nínfula. Mi Lolita se excitaba al sentir mi mano en el.
Su madre nos interrumpió al llegar el vehículo a nuestra altura. Subimos al coche, yo en la parte de delante y mi Lo atrás. Debíamos guardar las formas, aunque el deseo nos inundase.
Nos dirigimos al lago Reiden, a unos 40 kilómetros de la ciudad según me comentó Charlotte. Lo en la parte de atrás contemplaba el paisaje sin decir nada, y de vez en cuando lanzaba una mirada a mi cogote.
Llegamos relativamente pronto, porque aún no se veían demasiados campistas.
Lo y su madre extendieron unas toallas para tumbarnos en el césped y la arena que rodeaba el lago. Mi nínfula se quitó el vestido y me dejó ver su cuerpo que tan loco me volvía cubierto por el bañador rosa. La señora Haze hizo lo mismo, y yo también me quedé en bañador.
-Vete a bañarte si quieres con el señor Humbert. -le dijo su madre-. Tenías muchas ganas después de tanto tiempo, ¿verdad?
-Si mamá. desde el verano pasado. Voy a meterme el agua. ¿Viene conmigo señor Humbert? -me preguntó mi nínfula.
Nos metimos juntos en el lago. Yo la cogí de la mano, pero en un mero gesto de protección, nada que hiciese pensar a su madre lo mucho que nos deseábamos ambos.
Caminamos un rato, hasta que nos alejamos de la vista, y encontramos unas ramas que nos taparon todavía más.
-¿Cuándo vas a hacerme tuya? -me preguntó mi nínfula.
-¿Dónde has aprendido ese vocabulario pequeño diablillo? -le pregunté levantándola del agua en mi brazos.
-Mamá solía leer novelas románticas. -me contestó ella levantando los hombros haciéndose la inocente.
Ella se acercó a mí y nos besamos apasionadamente como siempre intercambiando nuestras salivas. Lo respiró agitadamente, me bajó el bañador y liberó mi pene.
Lo agarró con su mano derecha, y comenzó a bajar y subir por mi tronco, descapullándome y haciéndome una paja deliciosa. Mi nínfula sabía cómo llevarme al orgasmo en cada ocasión. Mis lecciones la habían convertido en una experta en pajas, pero aún quedaba tiempo para que tuviéramos sexo.
En este caso fue distinto, la excitación nos podía más de lo habitual. Yo acaricié el sexo de mi Lolita mientras ella seguía obrando, hasta que no pude más y le anuncié que me corria.
-Me corro Lo, me corro, no puedo aguantar más. -le anuncié mientras me retorcía de placer.
Mi nínfula se agachó frente a mi pene, y abrió la boca recibiendo la primera descarga de semen que eyaculé. Luego el resto cayeron en sus mejillas y barbilla, pero se tragó la primera.
Yo me quedé sorprendido al ver como se tragaba mi semen. Quería retrasar que lo probara lo más posible, pero al final fue iniciativa suya el tragárselo.
Puso cara rara y acabó bebiendo agua del lago y la escupió.
Yo le limpié el resto de las manchas.
-No pasa nada cielo si no te gusta. A muchas mujeres no les gusta el sabor del semen. -le dije para tranquilizarla-. De todas formas, seguiré regándote con mi semilla.
-Quiero que me hagas tuya Humbert. -volvió decirme-. Quiero que riegues mi flor, pero por dentro.
-Vaya vocabulario Lo. -le dije sonriendo-. Seguro que tu madre no leía solo novelas eróticas, ¿verdad? Si estas tan segura de hacerlo, debemos encontrar algún momento donde podamos quedarnos a solas bastante tiempo.
-¿Por qué quieres retrasarlo Humbert? -me preguntó mirándome con sus ojos azules que me volvían loco.
-Porque no quiero hacerte daño Lo. -le contesté.
-¿Hacer el sexo duele? -me preguntó mirándome fijamente.
-Hacer el sexo como dices tú, cielo, es lo más hermoso que pueden hacer un hombre y una mujer, pero la primera vez a la mujer le duele, porque tiene algo ahí, que…-no sabía como seguir.
-No me importa Humbert. Se que contigo no debo temer nada. Tú me quieres, yo te deseo tanto como tú a mi. No puede ser tan malo la primera vez, ¿no? -me preguntó.
-Claro que no cielo. Anda, dame un abrazo. -le dije-. Quería sentirla cerca.
Lo me abrazó como mi amante, no como mi hija, hasta que vi como más gente entraba en el lago y nos soltamos.
Después de unos minutos más bañándonos, decidimos salir del agua.
Charlotte nos esperaba en la orilla. Se había untado el cuerpo con crema protectora.
Al llegar a su altura cogimos las toallas y nos secamos. Lo extendió la suya y fue a tumbarse en ella justo cuando la señora Haze se levantó para meterse en el agua.
-Dolores, ¿no iras a tomar el sol? -le preguntó su madre.
-Si, mamá ¿por? -le contestó mi Lo.
-Deberías ponerte crema protectora. Estás muy blanca, ¿y ya no te acuerdas de la última que vez que te quemaste en Santa Mónica?
-Si mamá. -gruñó mi pequeña mariposa.
-Señor Humbert, ¿podría ponerle crema protectora a mi pequeño diablillo? -me preguntó ella quitándose el pareo, y dejándome ver la anatomía de sus caderas y su trasero, que a sus 40 y tantos años tampoco estaban nada mal. De tal madre, tal hija, pensé.
-Claro que si señora Haze. -le contesté.
Ella comenzó a andar dirigiéndose al lago, y yo le dirigí un generoso vistazo a su culo.
-Oye guarro, no le mires el culo a mamá. -me dijo Lo riéndose y dándome un puñetazo sin fuerza con su puñito.
-Bueno, ya sé de dónde has sacado tú ese culo tan precioso que tienes Lo. -le contesté devolviéndole la sonrisa. -Ahora túmbate y te pondré la crema.
Ella obedeció y se tumbó flexionando sus piernas perfectas.
Eché un poco de crema en mi mano y comencé a extenderla por el cuerpo de mi Lo. Mi dulce niña de cuerpo perfecto. Mis manos se recreaban en todas y cada una de las curvas de su cuerpo mientras iba untando la crema.
Lo se estremeció cuando llegué a sus nalgas y me concentré en ellas untado generosamente un poco más de crema.
A pesar de que acababa de correrme, estaba a punto de tener una nueva erección mientras untaba de crema a mi nínfula.
En ese momento vi como la señora Haze caminaba saliendo del agua. Me volví a fijar en sus curvas cuando salió del agua y mi Lo me volvió a regañar.
-Creo que le gustas a mamá. -me dijo-. No te quita ojo de encima ahora que vamos en bañador.
-Pero ya sabes que yo solo tengo ojos para ti mi querida Lolita. -le dije antes de que su madre llegara a nuestra altura.
Espero que te hayas portado bien con el señor Humbert. -le dijo ella a su hija.
-Claro mamá. El señor Humbert es muy amable. -le contestó Lo.
-Por supuesto. Perdóneme, señor Humbert, no es que dude de usted, es que Dolores es a veces un poco rebelde, usted ya me entiende.
-No se preocupe señora Haze, las niñas de hoy en día. -y miré a Lo de refilón sin que su madre se diera cuenta.
Comimos mientras el lago se fue llenando de familias con sus hijos e hijas, amigos, y gente joven que esperaban pasarlo bien.
Volvimos a casa bien entrada la tarde. La señora Haze conducía con la vista fija en la carretera. Yo a su lado sin nada en que pensar, aparte de lo que era mi supuesta novela, de la que solo llevaba dos páginas, el resto eran las hojas taquigrafiadas donde reflejaba como dije todos mis pensamientos y mis encuentros con mi nínfula, donde mi deseo por ella era todo lo que importaba en esos momentos.
No tardarían desde mi agencia en reclamarme algo de la novela, un pequeño manuscrito o algunas hojas ya corregidas, pero la verdad es que en ese momento no me apetecía seguir adelante con ella. Solo quedarme con mi nínfula para siempre.
Mi Lo iba en el asiento de atrás cubierta por el sombrerito de paja, con las mejillas algo rojas debido a que se nos había olvidado darle crema en la cara, y mi semilla no servía como protector solar.
Lunes por la mañana. Estaba en la cama medio dormido cuando sonó el teléfono en el salón. Charlotte acababa de salir para llevar a su hija al colegio. Dieron más timbrazos por lo que tuve que levantarme y bajar hasta el salón.
Contesté y me dijeron que llamaban del hospital Cedars Sinaí ya que la madre de Charlotte se había caído y tuvieron que trasladarla inmediatamente. Tras comentarle que era un inquilino de su vivienda, me preguntaron que donde podrían localizarla. Les dije que acababa de salir para llevar a su hija al colegio, y que, si me daban su teléfono, yo la localizaría y la avisaría de lo que ocurría.
Tras quedar de acuerdo en eso, colgué el teléfono y busqué el número del colegio en la agenda que poseía Charlotte.
Contestó la señora Rutherford. Le comenté quien era y lo que ocurría. Como la señora Haze acababa de llegar, la avisaron por megafonía y enseguida me la pasaron por teléfono.
Le conté brevemente lo que ocurría.
-Dolores acaba de entrar en clase. -me dijo muy preocupada-. ¿Le han dicho como se encuentra mi madre?
-No. Solo me comentaron que se cayó y la trasladaron al hospital. Apunte por favor el número del hospital y llámeles en cuanto pueda.
-Eso haré. Muchas gracias señor Humbert. Avisaré a los profesores y les diré que debo irme cuanto antes. ¿Podría recoger a Dolores cuando terminen las clases?
-Por supuesto. -le contesté-. Espero que su madre se encuentre bien señora Haze.
-Muchas gracias. Trataré de contárselo a Dolores de forma que no se preocupe demasiado. Tendré que ir en tren hasta California. Tengo confianza con usted para contarle que desde la muerte de mi marido mi situación económica no es lo suficientemente holgada, porque, aunque él disponía de un seguro de vida, debo arreglarme con trabajos temporales, y el alquiler de su habitación.
Creyó que en una semana a lo sumo estaría de vuelta, y que como me llevaba muy bien con Dolores, no echaría tanto en falta mi ausencia, y me pidió si podría también echarle un mano con los deberes del colegio cuando dispusiera de tiempo, ya que no quería robármelo de la escritura de la novela.
Me agradeció mi preocupación y se despidió ya que debía partir para la estación.
Aunque era debido a un accidente, algo inesperado, por fin podríamos quedarnos solos mi Lo y yo.
Egoísta de mí, aprovechar una desgracia ajena para poder quedarme con mi nínfula, a la que había llevado tantas veces a pecar en el poco tiempo que llevábamos juntos.
Pero algo me quemaba por dentro. Sin duda no era el arrepentimiento por el accidente de la abuela de Lo. Era la lujuria que me ardía en el pecho por poder quedarme a solas por fin con mi nínfula y poder hacerla mía.
De todas formas, quería estar preparado para contarle a mi Lo que había ocurrido con su abuela, aunque previamente se lo hubiera contado su madre. Me vestí, me arreglé bien, cogí algo del dinero del adelanto de mi novela, y salí de casa.
No me hizo falta usar el plano que la señora Haze me dibujó el primer día que fui a buscar a Lolita, enseguida encontré el colegio.
Llegué unos minutos antes de que salieran de clase. Nervioso, di un puntapié a unos granos de tierra del suelo y esperé a que mi pequeña mariposa saliera del colegio.
Un rato después que a mí me pareció eterno, por fin la vi salir un poco adelantada a sus compañeros.
Se paró frente a mí, y tras los consabidos castos besos en las mejillas, le cogí la cartera, y fui a saludar a la señora Rutherford. Me comentó lo que le habían explicado a Dolores, la caída de su abuela no fue tan grave como pensaron en un principio, Charlotte ya les comentó lo que le dijeron en el hospital, tras varias horas de tren, por fin había llegado a Los Angeles, y no tendrían que operarla de la pierna como pensaron en un principio.
Salimos del colegio y miré un par de veces atrás. Nadie nos podía ver ya, y cuando pasó un taxi lo paré y mi nínfula y yo subimos a el.
Los dos estábamos sudorosos, presa de un deseo y una excitación que nos devoraba por dentro, pero que no podíamos demostrar en el taxi.
En cuanto se detuvo en casa, pagué la carrera y salimos con paso rápido, pero sin que el taxista sospechara nada. Para él solo éramos un padre que venía de recoger a su hija del colegio.
Corrí las cortinas del salón, aunque nuestro pecado se desarrollaría en la planta de arriba. Mi Lo soltó la cartera sobre el sofá, y después de quitarse el uniforme, la cogí en brazos y la subí conmigo por las escaleras.
Entramos en su habitación, ya que disponía de la cama más grande, tiré de las sábanas y deposité a mi Lo en ella.
Me desnudé enseguida, y me metí con ella dentro. Nos besamos apasionadamente libres por primera vez de miradas indiscretas.
Después de sacar nuestras lenguas de nuestras bocas, me concentré en besarla en su preciosa nariz, luego en sus mejillas, recreándome en sus pecas, y finalmente en su barbilla.
Cuando ya no pude más, la desnudé del todo y como aquella primera vez, me recreé en cada parte de su cuerpo.
Mi Lo se humedeció enseguida. Ella me miraba con pasión, pero sin decirme que la hiciera suya. Yo sabía que lo deseaba, pero no se atrevía a decírmelo.
-Tesoro, voy a hacerte mía por fin. -le dije mirándola fijamente a los ojos.
Ella asintió con la cabeza. Pero no entendió porque me levanté de la cama.
-¿Tienes una toalla vieja? -le pregunté.
-Casi todas son viejas Humbert. Ya sabes que mamá no tiene mucho dinero. -me comentó.
-Te compraré todas las toallas del mundo. le dije y me fui al baño.
Volví con dos. Levanté un poco a mi nínfula, y las coloqué bajo su culito.
-Ahora debes estar preparada cielo. Te dolerá un poco, pero intentaré que sea el menos tiempo posible.
Lo asintió con la cabeza. Mojé el dedo índice en mi boca, y con sus flujos mi dedo entró casi sin oponer resistencia. Quería dilatarla lo más posible antes de penetrarla.
Nos volvimos a besar en la boca apasionadamente, y entonces guie mi pene con la mano hasta la entrada de su cuevita. Puse mi glande en su vulva, y fui introduciéndolo despacio, con cuidado. Mi nínfula dio un respingo.
-Lo siento Lo. Iré despacio. -le dije.
-No, hazlo rápido, quiero que pase cuanto antes. -me contestó.
Asentí con la cabeza y con lo excitado que estaba se la metí casi de un tirón. Lo gritó en la soledad de la casa, y su himen se rompió.
Me clavó las uñas, pero lo consideré justo por el placer que me iba a provocar.
La saqué un momento y las toallas se mancharon de sangre y flujos.
La volví a penetrar y comencé a bombear despacio. Evidentemente su coño virgen era estrecho y le costó acostumbrarse a mi pene, duro a más no poder.
Pero mi lujuria no me permitió detenerme pese a que oía a mi Lo sufrir en esas primeras embestidas.
En un momento de lucidez paré y le pregunté si le dolía.
-No me importa Humbert, sigue por favor, no te pares. Me duele, pero a la vez siento placer. No te pares Humbert, por favor, no te pareeeeeeess.
Eso me animó a seguir bombeando y con más rapidez. De tan extasiado que estaba, no pensé en que podía dejarla embarazada si me corría dentro. Es un mito que una mujer no se pueda quedar embarazada en su primera vez.
Pero en cuanto oí gemir ya de placer a mi Lo, no me detuve. Seguí follándome a mi Lolita mientras ella se agarraba a mi espalda y me encerró con sus piernas para que no pudiera escaparme. Me abrazaba con ellas mientras yo seguía bombeando y bombeando y nuestros cuerpos sudorosos seguían pecando en la soledad de su habitación.
No sé cuanto tiempo transcurrió. Si fueron minutos u horas desde que empezamos a amarnos, hasta que finalmente no pude más y debido a la presión de su coñito estrecho me corrí dentro de mi nínfula.
Casi podía notar como mi semen la inundaba. Al poco de sentir mi semen dentro ella empezó a correrse también. Se convulsionaba mirando al techo gozando como una loca, experimentando su primer orgasmo gracias a mi pene.
Aunque ya había terminado de eyacular, seguí bombeando un rato más, temeroso de que cuando la sacara la perdiera para siempre.
Pero no fue así. Cuando agotado la saqué de su interior, mi nínfula me abrazó y luego nos quedamos tumbados uno junto al otro sin nada de que preocuparnos.
Acabábamos de terminar de pecar. Lo había hecho por primera vez con mi nínfula, y ya no podíamos arrepentirnos. Pero nos amábamos, ¿y a quien le importaba? El mundo era para nosotros solos.
Al día siguiente Lo recibió una llamada de su madre. Se quedaría un tiempo más con su abuela, y al colgar vi que mi nínfula estaba preocupada.
-¿Por qué tienes esa cara Lo? -le pregunté.
-Mamá quiere que cuando mejore la abuela nos vayamos a vivir con ella a California. Dice que allí hay más oportunidades de trabajo y sobre todo mejor clima. La soleada California. La playa de Santa Mónica. Hollywood. Beverly Hills. Las grandes estrellas de cine. Querrá que sea una de ellas cuando sea mayor. -dijo ella sin demostrar el menor interés en cambiar de vida.
-¿Y cuándo os iríais? -le pregunté temiéndome lo peor, que iba a perder a mi nínfula.
-Aunque ya esté mejor, a finales de Junio, cuando terminen las clases. Pero yo no quiero ir. Quiero estar contigo Humbert. Venderá la casa y tendrás que irte. No me van a separar de ti. Esa bruja de mi abuela nunca me ha querido.
Y salió del salón y se metió en la cocina dando un portazo.
No quise entrar en la cocina y decirle algo para consolarla. Esperaría a que saliera y hablaríamos. Pero tenía que pensar en algo para no perder a mi nínfula.
Si os ha gustado, que espero que sí, y queréis comentar, escribidme a: [email protected]
Súper excitante versión alternativa. Que talento para subirle el morbo a la historia original.