Los gratos recuerdos
Imagínate con diez años de edad. Seguramente también a esa edad jugaste al papá y la mamá; o al doctor, incluida la enfermera. Se te erizó la piel cuando te hacían una auscultación o una curación; también cuando el papá le hacía a la mamá lo que se debe hacer mientras se besan y acarician..
Desde hace unos días tengo correspondencia con “Worth”, a quien le gustan los relatos de incesto y aventuras sexuales de infantes pues alguno se relaciona con el recuerdo de episodios que tuvo cuando era niño. Hemos intercambiado algunos comentarios y experiencias al respecto. Él dice que no se atreve a publicarlas. Yo creo que sí debería hacerlo.
Ayer me mandó un relato que de niño tuvo con uno de sus amiguitos y lo describe con suficiente detalle y muestra las emociones que tuvo en esas experiencias. Al leerlo, de inmediato me acordé de los juegos que de niños hacíamos los primos con los motivos del doctor (también la doctora) y con el papá y la mamá. Nunca me tocó ver doctor entre dos hombres o dos mujeres. Supongo que algunos primos lo harían si no había fémina presente, pero no lo puedo asegurar.
Al leer, en mi mente se conectaban algunas neuronas que me recordaron escenas de esos juegos. Por ejemplo, los que platiqué en uno de mis relatos («Uno de los casos de incesto en mi familia») donde a una primita se la cogió completamente uno de los primos (ella la hacía de hija), y a mí me tocó hacerla de mamá y “el papá” me punteó el ano con la verga. Aún sin terminar de leer, me pejeé con mis recuerdos.
La verdad, esos juegos los teníamos cada vez que había oportunidad. ¡A mí me fascinaban!, y me mojaba casi inmediatamente. Me gustaba jugar con los huevitos de mis primos, quienes siempre tenían el pito parado, pues, al igual que yo, se excitaban desde que proponíamos el juego. “Worth” me solicitó que contara sobre mis recuerdos de esos juegos y le prometí que lo haría, y aquí cumplo mi promesa.
Una de las veces que estaba con dos de mis primos, a quienes aquí llamaré Lencho y Pancho, me propusiéramos que jugáramos al doctor, lo cual ya había hecho separadamente antes con ellos. Así que de ninguna manera me negué. Al contrario, les pedí que me dejaran ver la “medicina” con la que me iban a curar y ellos rápidamente se bajaron los pantalones, y yo me acosté después de Darle unos jaloncitos a sus “frascos medicinales”.
–A ver, ¿cuál frasco tiene más medicina? –les dije acercando sus penes uno al frente de otro para compararles el tamaño de los penes.
–Son de igual tamaño –dijo Lencho, clavando su glande en los testículos de Pancho, quien los tomó juntos y cambió la posición colocando ahora su pitito abajo del otro. Era evidente que les gustaba el juego de compararse.
–¿También de acá son iguales? –dije y les tomé los huevos jalando los costalitos de los testículos, tratando de juntárselos, pero no pude porque ambos se quejaron de dolor por la rudeza con que los estiré.
–Mejor acuéstate para examinarte –ordenó Lencho levantándome el vestido arriba del ombligo y yo me acosté en la cama.
–Díganos ¿dónde le duele?, señora –preguntó uno poniendo sus manos en mi barriga y las subió despacio hacia mis pezones.
–Yo creo que ha de ser aquí –dijo el otro bajando sus manos dentro de mi calzoncito y pronto me los quitó.
Me manosearon muy rico por todas partes. Lencho me apretaba los pezones, los cuales ya estaban resaltando un poco en mi pecho a esa edad de diez años. (A los doce ya tenía yo unas bubis a las que les gustaba masajear cuando me auscultaban.) Pancho me tallaba la rajita y yo tenía sensaciones de orgasmo.
–¿Esta inflamación le duele? –preguntaba Lencho pellizcándome levemente los pezones que se me habían endurecido un poco.
–No, no me duele, me gusta… –respondía yo muy arrecha.
–Algo debe tener la señora, porque se está haciendo pipí, ¡está muy mojada! –señalaba Pancho, metiéndome el dedo en la pepita.
–¡Pónganme su medicina! ¡Cúrenme! –exigía con urgencia y ellos pasaban sus penecitos por mi panza y mi rajita.
Luego me volteaban boca abajo y restregaban “la medicina” entre mis nalgas, “curándome durante mucho tiempo. Luego cambiamos, Pancho era el paciente y Lencho el doctor. A mí me tocaba hacerla de enfermera. Entre los dos auscultábamos al paciente, cuatro manos revisaban el pito simultáneamente.
–Sí, esos masajes me están curando, ¡háganle más rápido! –exigía Pancho.
–Ahora hay que ponerle la medicina –le dije a Lencho cogiéndolo del pito para que se acercara más a la cama.
Pancho se puso de lado para que quedaran los dos penes en contacto y yo tallé los glandes uno contra otro. Las caras de mis primos denotaban una excitación manteniéndose pasivos pero muy receptivos de mis manipulaciones, luego “unté la medicina” de Lencho en los huevitos de Pancho y yo gozaba del manejo que hacía de sus sexos pues empecé a sentir que me escurría el flujo por mis piernas ya que yo no traía puestos los calzones. “Voy a recargar este frasco de medicina”, expliqué tallando el pene de Lencho en mi rajita muy mojada y con ella mojé el pito de mi primo para volver a acariciar un glande con otro. Luego, traté de friccionar un escroto con otro, pero ambos se quejaron de dolor por el jalón brusco de huevos que les di.
–Mejor súbete en Pancho para ponerle bien la medicina –le ordené a Lencho.
Ambos hacían movimientos de fornicación tallándose los pubis y, entre ellos metí mis manos para frotarlos juntos.
–¿Quieren chocolate molinillo? –pregunté moviendo mis palmas de las manos como si estuviera batiendo un molinillo.
En fin, los juegos abundaron en justificaciones médicas. Me volvió a tocar de paciente y me quitaron el vestido. Pancho también se desvistió completo y se subió en mí para ponerme una inyección de su medicina, resbalando su pene completamente duro y muy mojado por mis nalgas, el cual llegaba a veces hasta la entrada de mi panocha y me sentía muy bien.
–Ahora yo la inyecto –pidió Lencho.
Al quitarse Pancho, Lencho me volteó bocarriba antes de subirse en mí. Puso su penecito en la entrada de mi vagina para “inyectar la medicina” y mamó mis incipientes tetas mientras se movía, pero no logró penetrarme, creo que porque no abrí las piernas ya que sentía delicioso el masaje del glande en mi clítoris y no sentí la necesidad de que me metiera toda “la medicina”.
Esa vez suspendimos abruptamente el juego cuando escuchamos que abrieron la reja de la cochera. Mis tíos habían llegado y nos vestimos precipitadamente. Tomamos unas revistas y, en lugares diferentes nos pusimos a ver los cómics para que así nos encontraran los tíos.
El juego del papá y la mamá era mi preferido porque yo trataba que mis primos me trataran como había visto lo que hacía mi papá a mi mamá.
–¿Has visto lo que hacen tus papás en la noche? –le pregunté a mi primo Heriberto cuando nos acariciábamos los sexos uno al otro.
–No, sólo una vez que estaba la puerta abierta, miré que mi mamá levantó una pierna y mi papá se la empezó a acariciar y besar desde los pies, y su boca fue bajando hasta que se perdió entre los pelos que tiene mamá abajo –comentó Heriberto.
–Mi mamá es la que chupa a mi papá en su cosa que está chiquita y le cabe toda, pero le crece hasta que se le sale de la boca a mi mamá –le dije.
–A ver, hazme a mí como ella le hace –pidió mi primo acercando su pene a mi cara.
–No, mejor tú hazme como tu papá le hace a tu mamá –le dije rechazándolo porque me disgustó el olor a orines de su pene.
–¡Pero tú no tienes pelos! –reclamó Heriberto.
–¡Tú tampoco! –retobé y me retiré a mi casa.
Otro de los juegos clásicos es el de “Las escondidillas”, donde se aprovechaba para irse a esconder con quien querías tener algo más. En mi caso, siempre nos escondíamos juntos mi primo Diego y yo y ahí recibí su primer beso de lengua y muchas de las caricias que yo ya había aprendido con otros de los primos, como son los apretones de pene y las manos bajo la falda. Antes de Diego, me escondía con quienes estaba más a gusto en los juegos del doctor o el del papá y la mamá, además del de “Las cebollitas” donde nos sentábamos en fila, casualmente un hombre atrás de una mujer y otro hombre adelante. La idea era la de tratar de separar a quienes estábamos en fila, jalando al primero de la fila. Para evitar que la separación se diera, el de atrás sostenía al de adelante fuertemente de la cintura (y hacerlo de más abajo era lo mejor del juego).
Cuando “Worth” me pidió que le platicara insistió en que le gustaría saber más de esto (“¿Cómo llegaron a eso? ¿Te calienta recordarlo?”), le prometí escribir algo al respecto, pero decidí no incluir los casos que ya he comentado en otros relatos donde sí incluyo los detalles de cada uno desde el inicio.
La verdad es que las experiencias con los primos inician desde que éramos muy pequeños, quizá a los ocho años y conforme crecíamos ya no había preámbulos seductores, ya que en la mayoría de los casos “íbamos a lo que íbamos” y había que aprovechar el mayor tiempo posible, al menos en los casos de primos con primas; porque en los casos de hermano y hermana, o padre e hija, el asunto era muy fácil y consensuado tácitamente después de la primera o la segunda vez, además de que las oportunidades se ampliaban tremendamente. En mi familia materna, sí sé que varios de mis tíos también practicaron de niños el incesto, y continuaron haciéndolo de adultos.
Lo anterior me lleva a otro asunto planteado por “Worth”, pues se dio cuenta que “la mamá de mi amiguito le contó a mi mamá algo de lo que había sucedido. Pero… ¿por qué no nos interrumpió? Me gusta pensar que nos descubrió desde el principio, hizo silencio, y se quedó mirando sin perderse detalle”.
“Worth” me pregunta directamente “¿Tú nos habrías espiado, Ishtar? ¿Te habrías quedado mirando esa escena sexual entre ese niño que fui y mi amiguito?”. La respuesta a mi reacción la pueden encontrar en el relato «Cuidando a unos primitos». Pero me quedé pensando si alguna vez nos habrán visto. No lo sé, pero creo que si la mamá o el papá que los descubre, o los espía, son incestuosos, habrán hecho algo similar a lo que yo hice y cuento en el relato mencionado.
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