Los placeres de Camila (parte 2)
En sus juegos, una chica había descubierto las delicias de poner bolitas en su ropa interior. Pero la curiosidad la hizo ir más allá y entonces… (ADV: Ligero SCAT).
Mi nombre es OXE. Perdí los datos de mi cuenta. Pero no quería dejar inconclusa la historia que empecé. Veré como ponerme en contacto con los admins para recuperarla. Si es posible, publicar bajo esa cuenta, y eliminar este párrafo. Gracias.
———-
En sus juegos, Camila había descubierto las delicias de poner bolitas en su ropa interior. Pero la curiosidad la hizo ir más allá y terminó metiéndose dos en el trasero. Sin saber cómo solucionar lo que para ella era una pesadilla, decide recurrir a Román, el encargado de mantenimiento de su casa, tratando de evitar por vergüenza que Noni, su niñera, se entere de lo ocurrido.
(ver “Los placeres de Camila (parte 1 // Cat: Masturbación Femenina // Link: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/masturbacion-femenina/los-placeres-de-camila-parte-1/)
Noni no me dejaba hacer nada antes de terminar el desayuno. De manera que no fue hasta casi la diez de la mañana que pude ir a la casita. Román arreglaba algo, no se si era una tostadora o un ventilador. No me importaba. Tenía todas las puertas y ventanas abiertas, y me saludó amable como siempre cuando entré a verlo. Me quedé parada al lado suyo, sin decir una palabra por un buen rato. Por fin, notando que algo me ocurría, Román rompió el silencio para decir «¿Que pasa que estás tan callada?».
No tardé mucho en hablar y le dije «Se me ha metido una bolita». «¿Cómo que se te ha metido una bolita? ¿Dónde?», me preguntó con cara de extrañado. «Aquí», le dije poniéndome un dedo justo en el medio de los cachetes de mi colita, y antes de que Román pudiera decir la siguiente cosa agregué «Dos….».
En ese tiempo yo ya tenía mucha confianza con él. Me gustaba ir a ´conversar a la casita, aunque Noni decía que yo era muy pesada, y lo molestaba. Me había visto un montón de veces en bombachas, cuando entraba a la casa a reparar algo, pero creo nunca completamente desnuda. Era cariñoso sin ser molesto y me contaba historias, casi siempre alegres, pero si eran tristes, o de miedo, al final me hacía reír con alguna broma.
«Pero cómo… Qué te… Cómo… ¿Ahí? ¿Adentro?». Román no lograba organizar una frase completa así que finalmente admití la realidad: «Estaba jugando y me las metí». Sentía la cara caliente de vergüenza, pero ya lo había dicho. Román se tomó unos segundos antes de decir nada. Creo que durante ese tiempo entendió que aquello había sido producto de mis juegos sexuales. «Vamos a ver a Noni», me dijo poniéndose de pié, «vamos al hospital». «No, no, no» le contesté tomándolo de las muñecas. «No, eso no», le rogué mientras me empezaban a salir las lagrimas sin control pensando en las consecuencias de iba a tener eso. «¿Y yo que puedo hacer?» me preguntó con gesto de preocupación. «No se, pero eso no, por favor no» le supliqué sin lograr que dejaran de caerme las lágrimas.
Román se volvió a sentar y yo me acerqué a él apoyando mis manos en sus rodillas, esperando un milagro, o al menos una solución. Él, que era un tipo práctico e ingenioso, debe haberse dado cuenta de lo que cualquiera que conozca mínimamente el cuerpo humano entenderá: si aquello tan pequeño había entrado, tarde o temprano iba a salir, aunque a mi todavía no se me ocurría tal cosa. En esa situación estábamos, con Román de frente a mí, yo apoyada en sus rodillas, mi la cara bañada de lágrimas y en completo silencio, cuando apareció Noni, que nos traía unos refrescos. «¿Qué pasa?», preguntó. «Camila, estás bien?» me dijo tocándome la frente, como se hace para medir la fiebre. Román encogió los hombros, y lanzó una sonrisa con la cabeza para un lado, como diciendo «no es nada, cosas de chicos». «Venga Camila» me dijo Noni con la mano en mi espalda. «Vamos así se recuesta un rato y descansa».
Noni me vio nacer, y ya por segundo día actuando tan raro, ella sabía que algo me pasaba. Salimos de la casita y camino a la casa me preguntó mil veces si había pasado algo malo, si estaba bien, si me dolía algo. También me preguntó si había pasado algo con Román, porque aunque todos confiaban en él, Noni se tenía que asegurar. Me acompañó hasta mi habitación, me ayudó a quitarme las zapatillas y cerró las cortinas. «Descanse un ratito», me dijo mientras salía de la habitación, entornando un poco la puerta.
La penumbra de la habitación me hizo pensar en mi situación, en que tal vez tendría que contarle a Noni, y lo que le había dicho a Román. Pensé que ahora el sabía de mis juegos sexuales, y las relacionaría conmigo haciéndome la paja. Y me dieron muchas ganas de hacerme la paja, igual que el día anterior, con el short y las bombachas en los tobillos, de lado, para poder tocarme el chochito, y la cola. Pero me acordé que justo eso me había llevado a esa rara situación en la que estaba. Sentía muchísimas ganas de masturbarme, pero no quería. No se si a los varones les pasa lo mismo, tener ganas pero no querer. Pensé en al menos meterme una o dos bolitas en la bombacha, como hacía siempre. Pero me imaginé toda clase de cosas que empeoraban el escenario. Sin tocarme, empecé a contraer todos los músculos de mi intimidad. La vejiga, la vagina, el ano, las nalgas. No era una paja, pero me consolaba. Y así me dormí.
Me desperté con el ruido que hacía al abrirse y cerrarse el portón lateral, ya pasado el mediodía. Alguien se iba o volvía. Me asomé a la ventana, sin abrir las cortinas, y vi a Román acercarse a la puerta de la cocina, con unas bolsas en la mano. «¿Noni?», grito. Noni apareció de inmediato. Román preguntó «¿Como está la Camila?», y ella le respondió que yo todavía descansaba. Y entonces el dijo «Cuando despierte dígale que venga a verme. Le compré unas cositas, a ver si la animamos».
Me invadió una curiosidad que no había experimentado nunca. Sentí una ansiedad enorme por saber si al fin se terminaba mi pesadilla. Mientras me calzaba las zapatillas, Noni me llamaba desde la planta baja, al pie de la escalera: «¡Camila!, ya está el almuerzo». Creo que bajé volando, sin tocar ni un solo escalón. Comí apuradísima unos pocos bocados, mientras Noni me contaba que Román tenía algo para mí. Creo que no la dejé terminar la frase, y salí corriendo para la casita.
Román me recibió con el cariño habitual y me preguntó como estaba, y si ya se me habían salido las bolitas. Le dije que no y escuchamos que Noni avisaba que, como era común, se iba a hacer alguna compra. Aquel hombre, en el que yo confiaba, me mostró dos peluches pequeños y con broche que eran la excusa para haberme llamarme a la casita. Me tomó de la mano y me llevó hasta hacerme sentar en una mesita que había casi en el fondo de la casita. Me preguntó si de verdad quería que me ayudara y le dije que sí. Me hizo recostar sosteniéndome de la nuca y me hizo subir los pies a la mesa, hasta dejarlos pegados a los cachetes de mi cola. «¿Segura?», preguntó una vez más, y cuando moví la cabeza diciendo que sí se fue a buscar una de las bolsitas que le había visto cuando llegó. En realidad yo no solo lo permitía. fuese lo que lo fuese lo que me iba a hacer. Lo necesitaba. Jamás había sentido tanta angustia, y menos por tanto tiempo. De la bolsa sacó una botellita chiquita con un líquido transparente, y una jeringa finita y larga. Dejó las cosas a un lado y Sin preguntarme más me desprendió el pantaloncito, y haciéndome levantar la cadera, lo deslizó, con bombacha y todo, hasta mis rodillas.
Me tomó de los pies y los levantó, siguió deslizando mis short y mis bombachas hasta dejarlos en mi tobillos, justo como a mi me gustaba para hacerme la paja. Creo que naturalmente mis rodillas se separaron, y allí estaba yo, con mi chocho abierto de par en para, esperando que me ayudaran.
Román abrió la botellita del líquido transparente, que luego supe se llamaba vaselina líquida, sacó la jeringuita del blister que la protegía, y metiéndola en la botellita, la llenó. También metió un dedo en la botella y lo sacó brillante de fluído y me lo empezo a pasar por entre los cachetes de la cola, sobre todo por mi agujerito. Ya no hablaba ni me miraba. Con la izquierda sujetaba la jeringa llena de vaselina, y con la derecha, me estaba dando un masaje anal que me estaba volviendo loca.
Estaba como anestesiada hasta que noté que aquél dedo quería meterse en mí. Abrí los ojos y vi mi short y mis bombachas a mitad de camino entre mis tobillos y mi rodillas. Mis pies descansaban en el pecho de Román, y mi mundo era todo lo que sentía en mi cola. «Shhhh, tranquila» me dijo Román viéndome un poco agitada. Y en breve, con mi cuerpo más relajado logró que su dedo entrara en mi cola. Después de algunos otros exitosos intentos por entrar en mi culito llegó el turno de la jeringa. La sentí toda, claro que la sentí, pero no me dolió que me la metiera. Tampoco sentí nada cuando la vació en mis tripas. Pero sí sentí cuando la sacó, y quise más.
Román me puso los dos pies a un lado de su cabeza y buscó el agujerito con su dedo. Entró perfectamente, supongo que por la actividad y el lubricante. Con la otra mano se dedicó a apretarme la panza. Lo que sentía con el mete y saca de su dedo en mi cola era demencial. Quería decirle que lo hiciera más rápido, mas profundo, y me tocara el chocho, y que me abrazara, y que me mirara, y que me comiera. Lo que se dice en éxtasis. Pero ocurrió lo que estaba previsto. Me entraron unas ganas tremendas de ir al baño. Enormes.
Era delicioso sentir como me apretaba la panza, y me cogía con el dedo en la cola. No quería que parara, pero la sensación de temor a hacerme encima fue mayor. Le alejé las manos a Román, me bajé de la mesa y me acomodé el short y lo calzones para poder caminar. Sabía que no llegaba al baño de la casa, así que me fui directo al bañito que había en la casita. Llegué con lo justo para no hacerme encima, y ocurrió algo maravilloso: mientras soltaba todo lo que había haciendo fila por salir, escuché un «tin tin», y luego otro «tin». Por fin habían salido y había terminado mi tortura. Creo que ese día, liberar mi panza, mis tripas y sobre todo mi mente de aquella pesadilla fue un alivio parecido a un orgasmo. Muy parecido, o incluso mejor.
Tiré de la cadena sin siquiera dudar un segundo en perder para siempre aquellas bolitas que tanto me habían hecho sufrir. Salí sin tener muy claro si me había limpiado lo suficiente. Me sentía tan liviana que creía que iba a salir flotando. Román me preguntó si estaba mejor…. «Mejor» dije suave. Mi cara de bien cogida y satisfecha le deben haber dado una mejor respuesta: se había solucionado el mayor de los problemas de mi vida, había sentido un placer indescriptible, y él, mi cómplice, me hablaba como si nunca hubiese pasado nada. Se acercó y me dio un osito de esos que venían con broches, para justificar aquello que había dicho que tenía para darme, y se lo recibí con una risita tierna y agradecida.
No sentía las piernas mientras caminaba para la casa. Noni todavía no volvía, pero yo necesitaba hacer algo con mi cuerpo. Me metí a la ducha, y el agua tibia se sentía como diez mil caricias. Me puse de rodillas con las piernas bien abiertas, justo debajo de la lluvia. Me lavé entera, el pelo, las axilas, el chocho… Me pasé no se cuánto tiempo frotándome la cola con jabón, porque la sensación era riquísima. Al rato llegó Noni y se sorprendió de que yo, sin que ella me lo pidiera, estuviera bañándome. Me puse ropa ligera y le dije a Noni que iba a dormir. Acostada, apenas antes de caer en un sueño profundo, supe que mi cuerpo iba a querer más de todo eso que había sentido: había empezado mi vida sexual.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!