Marcos y Carlota
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Gatita84mimosa.
Pero voy a empezar por el principio, porque aunque me encantó la experiencia, esa no era mi idea de cómo iba a terminar la noche…
Mi nombre es Carlota y a mi mejor amiga, Paula, su novio le había puesto los cuernos. Era una relación seria y cuando Paula se enteró de que su novio la engañaba, estuvo varias semanas realmente mal. Así que intenté animarla a que saliéramos juntas ese fin de semana por lo de que “una mancha quita otra mancha”, “hay muchos peces en el mar”, etc. Al principio, se negó en redondo, por si nos encontrábamos a su ex, pero la prometí que saldríamos por una zona alejada, por la que no solíamos salir, para no encontrarnos con él.
Era viernes, y le propuse a otra amiga mía que saliera con nosotras, pensando que entre las dos podríamos animar a Paula y hacerla ver que no debía deprimirse tanto, ya que si su ex era tan tonto como para engañarla con otra, él se lo perdía.
Decidimos ponernos espectaculares, nada mejor para subirnos la autoestima que sentirnos admiradas. Yo llevaba mi habitual atuendo para salir de “caza”, falda cortita, tacones de vértigo y una camisa con mucho escote, ya que para mí lo mejor de mi cuerpo son mis pechos, y me gusta destacarlos. Creo que no me he descrito, lo cierto es que no soy ninguna belleza espectacular, pero soy resultona y me gusta cuidar mi atuendo. Soy pequeñita, mido 1,60m., soy muy blanquita de piel, pelo negro y muy largo y unos ojos verdes que, dicen, me hacen parecer una gatita. Mis pechos, de los que estoy muy orgullosa, son de la talla 95. Estoy delgadita, pero no excesivamente, tengo curvas.
Mi amiga Paula sí que es una belleza clásica, es rubia, ojos azules, 1,77m. de estatura, tiene un cuerpazo, aunque está algo acomplejada con sus pechos, porque son de la talla 85. Se puso un vestido muy corto negro y zapatos planos, así estábamos a la misma altura, yo con mis tacones y ella con sus bailarinas.
La tercera en discordia era Silvia, una amiga con la que hacía un par de meses que no quedábamos. Silvia es también pequeñita, pero no tanto como yo, 1,66m., pelo negro, piel morenita, ojazos negros. Tampoco es una belleza, pero sabe destacar sus cualidades. Y ese día llevaba unos pantalones negros de cuero que destacaban esas piernas interminables que tiene, y una camisa negra también, muy ajustada, que la hacía parecer Catwoman.
Quedamos primero en mi casa para tomarnos la primera copa allí, y así salir ya un poco entonadillas. Silvia trajo una botella de tequila, unos limones y sal, y decidimos que esa noche lo íbamos a dar todo, así que nos bebimos casi la botella entera entre las tres. Por supuesto, cuando salimos de casa, íbamos ya más que contentas.
Nos fuimos a una discoteca bastante alejada, para no encontrarnos con nadie conocido. Al bajarnos del taxi en la puerta de la discoteca, los hombres que estaban fuera de la discoteca fumando se nos quedaron mirando, y eso nos animó a actuar un poco y contonearnos de camino a la puerta de la discoteca. En realidad, ninguna de las tres éramos así, pero estábamos en una zona en la que nadie nos conocía, podíamos actuar cómo quisiéramos, comportarnos como divas caprichosas, y eso era exactamente lo que queríamos.
En la discoteca, nos pedimos unas copas, ya que habíamos decidido pillarnos una buena esa noche, y nos pusimos a bailar como locas. Al principio, estuvimos bailando las tres riéndonos de cualquier cosa. Pero poco a poco se fueron acercando hombres que estaban también bailando, imagino que esperando ligar con alguna de nosotras.
Paula estaba desatada, pero parecía divertirse, así que cuando empezó a bailar en plan zorreo con un tío (que no estaba nada mal) no hice nada por impedírselo… La idea era que echara el “polvo del desengaño” y empezara a olvidarse de su ex, y por lo que podía ver ese chico estaba ganando puntos por momentos, porque la cogió por la cintura desde atrás, y se pegó a su cuerpo mientras ella se contoneaba, frotando claramente su culito contra él… Silvia no estaba buscando nada esa noche, ella tiene pareja, una chica encantadora, pero esa noche no había podido acompañarnos. Me di cuenta de que intentaba disimular un bostezo, así que la dije que podía irse a casa, que yo me quedaría cuidando de Paula. Silvia es enfermera, y la pobre llevaba toda la semana haciendo turnos dobles, así que me lo agradeció y se fue a casa.
Eso provocó que, mientras Paula bailaba de una forma cada vez más sexual con su desconocido, yo me quedara “sola” en la pista de baile… y eso, obviamente, atrae a más moscones. Pero yo no quería nada esa noche, sólo quería ayudar a mi amiga. Un par de hombres se me acercaron, pero no quise alentarles a quedarse. Yo me centré en la música, y bailaba cada vez más desinhibida, ya que la música y el baile han sido siempre mi pasión.
Pusieron una canción muy típica pero que me encanta bailar, “Mr Saxobeat” de Alexandra Stan. Empecé a bailar de una forma muy sensual, a contonearme como no haría nunca en la situación en la que me encontraba: sola, intentando no entablar conversación con los hombres que me rodeaban y me miraban bailar, y cuidando de mi amiga (que, por cierto, ya estaba besando al desconocido mientras él la metía mano)…
Mientras bailaba, sentí que alguien se chocaba contra mi espalda y como un líquido se derramaba sobre mi ropa, empapándome la parte trasera de mi camisa y sobre todo de mi falda, y bajando por mis piernas… Me giré para ver qué había sucedido (aunque lo suponía) y me encontré con un hombre que empezaba a gritarme:
– PERO NO TE DAS CUENTA QUE LLEVABA DOS COPAS EN LA MANO??? –me gritó, a escasos centímetros de mi cara, lo cual, obviamente, me sorprendió bastante, ya que si alguien tenía que enfadarse ahí, creo que era yo. Mientras me gritaba, creo que se sorprendió de verme, porque su cara cambió por completo, ya no reflejaba furia, sino una especie de calculación fría. No sé, me resultó un poco raro.
– Perdona, pero el que me ha tirado una copa encima has sido tú, yo estaba tranquilamente bailando, no sé si te has dado cuenta –dije señalando a mi alrededor- pero esto es una pista de baile.
– Y encima listilla –dijo, esta vez evitando elevar la voz-, hasta que volvamos a vernos, guapa.
¡Y se fue! Me dejó completamente planchada. ¡Me había llamado listilla! Me había tirado una copa encima y ni siquiera se había disculpado, y encima ¡me había llamado listilla! Eso hizo que mis ganas de bailar desaparecieran… así que busqué a Paula con la mirada, esperando encontrarla donde la había dejado, a unos metros de mí, enrollándose con el atractivo desconocido de antes, pero no estaba, seguí buscando a mi alrededor y al fin la localicé, estaba junto a la barra, esperando a que el chico pidiera unas copas. Me acerqué y la dije que creía que era hora de irnos a casa, y la conté lo que me había pasado. Pero me dijo que ni hablar, que ella que quería quedarse, que yo me cogiera un taxi para no estar esperando a estas horas el autobús yo sola y que mañana me contaría.
Así que me fui de la discoteca. Serían las 5 de la madrugada o así y como era de esperar, no había ningún taxi a la vista. Un poco más arriba de la calle estaba un chico de espaldas hablando por su móvil. Al estar de espaldas, pude apreciar su cuerpo… tenía unas piernas largas y un culo que, intuí, eran de los que te daban ganas de morder. La verdad es que tenía un cuerpo bastante cuidado… y en esas me encontraba, mirándole de arriba abajo, sin darme cuenta de que estaba mirando en mi dirección hasta que volví a escuchar su voz. Y sí, he dicho volví. Porque la había escuchado hace unos minutos, dentro de la discoteca. Era el chico que me había lanzado las dos copas encima y me había gritado. Fruncí de inmediato el ceño. A pesar de estar buenísimo, me caía fatal.
Me fijé en su cara. Me miraba como si me hubiera vuelto loca. Creo que me había preguntado algo, y yo había estado tan ensimismada mirándole que no le había prestado atención.
– ¿Me decías algo? –le pregunté, sin ser demasiado simpática.
– ¿Me estabas mirando el culo? –contestó, una media sonrisa en su rostro.
Tenía una sonrisa bonita. ¡Vaya! ¡Y qué dientes! Sí, sí, una sonrisa preciosa. La verdad es que era guapete. No guapo en el sentido tradicional, más bien atractivo. Sus facciones eran un poco irregulares, los ojos grandes, los labios muy sensuales (pero sin ser excesivos), el pelo oscuro, el flequillo le caía ligeramente por encima de los ojos, la nariz ligeramente torcida… en conjunto, tenía unos rasgos atractivos. Había algo que le daba un aire de… no sé, no sabría describirlo… era, definitivamente, sexy, al mismo tiempo que un poco… ¿oscuro? No sé si le he hecho justicia, seguramente no… En ese momento, me quedé mirando sus labios, la verdad es que eran unos labios que apetecía besar, pero no sólo besar, apetecía darle un pequeño mordisquito en el labio inferior justo antes de coger su…
– ¿Hola? ¿Estás ahí? ¿Vas a contestarme en algún momento o piensas pasarte el resto de la noche comiéndome con la mirada?
– ¿Qué? –contesté. ¿Pero qué me pasaba? ¿¿Por qué no era capaz de contestarle como se merecía??- No sé de qué hablas. No te estaba comiendo con la mirada. Estoy esperando a que pase un taxi.
– ¿No me estabas comiendo con la mirada? ¿De verdad? ¿Eso significa que no te gusta mi culo?
Y en ese momento, mi cuerpo me delató por primera vez esa noche. Me puse colorada. Pero no ligeramente. Me puse roja como un tomate. Me imagino que el alcohol tendría algo que ver, y que el tío fuera tan atractivo no ayudó a la situación. Pero mi cara estaba roja brillante. Yo lo sabía y me di cuenta de que él se había dado cuenta. Era, literalmente, imposible que pudiera parecer más patética. En serio. Imposible. Me sentía como una niña de 13 años que fantasea con su profesor favorito (que seguramente ni siquiera esté bueno) y la pillan garabateando su nombre.
Así que decidí empezar a controlar la situación, porque no quería parecer tontita delante de ese chico.
– Pues la verdad es que sí, que me gusta tu culo. Te lo habrán dicho mil veces. Es que tienes un culo bastante mordible, la verdad. Una lástima que no vaya con tu personalidad, porque…
Mientras yo decía todo eso, él se había ido acercando a mí. En silencio. Sin decir nada. Solo sonreía. Pero era una sonrisa algo fría, calculadora. Como un tiburón acercándose a su presa.
Cuando llegó a medio metro de mí, se paró y simplemente se quedó mirándome a los ojos. Tenía unos ojos de color miel que hipnotizaban. ¡Qué ojazos tenía! Me quedé mirándole a los ojos, no quería ser la primera en retirar la mirada. Creo que hasta le estaba mirando con la boca abierta, pero no estoy segura… En este tipo de situaciones, no sé controlar la tensión. Así que sin darme cuenta, empecé a mirar por el rabillo del ojo lo que estaba pasando en la calle. Nada. Absolutamente nada. No había pasado ni un coche desde que yo había salido de la discoteca.
No sé aguantar la presión. Y me sentía muy presionada. Así que empecé a hacer lo que siempre hago cuando estoy nerviosa. Empecé a hablar, cada vez más rápido y de cualquier cosa, cualquier tema que tapara el silencio y alejara el nerviosismo.
– Bueno, pero que tengas un buen culo no quiere decir nada. Hay mucha gente que tiene buen culo. Muchísima. Podría decirte el nombre de cien tíos que tienen mejor culo que tú. Lo que pasa es que ahora no quiero ponerme a recitar ese tipo de cosas, pero podría, en serio. Podría. Claro que sí. De todas formas, da igual que tengas buen culo. Porque me pareces un gilipollas. ¡Ya está, ya lo he dicho! Me has tirado no una, sino dos copas encima y ni siquiera te has disculpado. Porque ha sido tu culpa, eso está clarísimo. Y por tu culpa estoy súper mojada, y no es nada cómodo estar así… ¡Y encima no pasa ni un puto taxi por esta mierda de calle! –ya me estaba empezando a poner nerviosa con tanto silencio. Justo entonces, decidió interrumpirme.
– Así que hago que te mojes –concluyó, con una sonrisita de medio lado, seguro de su superioridad dialéctica en ese momento.
– ¡Eso no es lo que yo he dicho!
– Pero yo sí. Me gusta que estés mojada. Y que te sonrojes –se acercó un poco más-. Y lo que más me gusta es que sea por mí.
Me rozó la mejilla con su pulgar. Fue un roce ligero, suave. Me parecía que no iba con él para nada. Al sentir ese roce, sentí cómo mi piel se iluminaba, se electrizaba. Me parecía que una corriente pasaba de su piel a la mía. Le miré a los ojos ahora que le tenía aún más cerca. Además de tener los ojos bonitos, tenía unas pestañas largas y espesas que le oscurecían la mirada.
– ¿Q… Qué? –tartamudeé.
Sin dejar de mirarme, pasó su mano hacia mi espalda. Yo esperaba que me acercara a él, pero no fue así. Casi sin tocarme, rozó mi camiseta para comprobar que estaba mojada, y después hizo lo mismo con mi falda. Si hubiera ejercido un mínimo de presión sobre mi ropa, hubiera podido sentir mi cuerpo. Pero no quiso. Y eso me decepcionó.
Al parecer, se me notó en la cara porque, en un tono divertido, me dijo:
– Si quieres que te toque, sólo tienes que pedírmelo, guapa.
Ahí sí que me ruboricé… porque era exactamente lo que estaba pensando, que quería que me tocara. Ese chico me tenía totalmente descolocada.
– Yo no… yo no… -respiré hondo-. Yo no quiero que me toques. ¡Eres un engreído! ¿Te lo habían dicho alguna vez?
– ¿Estás segura de que no quieres? –dijo en tono burlón-. Porque puedo ver cómo se te marcan los pezones a través de esa camisa que llevas… -me susurró, acercándose cada vez más a mi cuerpo.
Bajé inmediatamente la vista. ¡Me había engañado! No se me notaban, con el sujetador que llevaba era imposible… Pero si bajé la vista fue porque los pezones se me habían puesto duros, y no me preguntéis cómo, pero él lo sabía. Volví a ruborizarme. Y él vio mi rubor y sonrió. Aunque debió apiadarse de mí, porque me dijo:
– Por aquí no va a pasar ningún taxi, guapa. No sé si lo sabes, pero a partir de ciertas horas de esta discoteca hay que salir por la otra puerta, que da a la calle principal. No eres de la zona, ¿no?
Negué con la cabeza, aún ruborizada y enfadada porque ese chico parecía saberlo todo. Sabía que era un enfado tonto, que podía darme la vuelta y no volver a verle nunca. Pero no quería que pasara eso. Me intrigaba demasiado a la vez que me asustaba un poco. Una mezcla que resultó explosiva.
– Si me dices tu nombre, te acerco a casa. Tengo el coche aquí al lado. Aunque sea un engreído, no conduzco del todo mal –dijo, y parecía que lo decía no sólo de verdad, sino en un tono mucho menos burlón.
– Carlota. Soy Carlota… Pero vivo un poco lejos. No te preocupes… Creo que voy a llamar para que me manden un taxi. Gracias por el ofrecimiento…
Me di la vuelta porque su mirada me ponía nerviosa y saqué el móvil del bolso. Mientras marcaba, escuché sus pisadas alejándose. Me di la vuelta rápidamente y le observé montarse en un coche negro. Se puso el cinturón justo cuando me saltó el contestador de la empresa de taxis pidiéndome paciencia, que en breves minutos me atenderían. Él estaba sentado en su coche, con esa media sonrisa tan desconcertante para mí, mirándome. Arrancó el motor sin dejar de mirarme. Avanzó con el coche hasta donde yo estaba, parando el coche para que la puerta del copiloto quedara a mi altura.
– Anda, sube, guapa, que a esta hora no te van a mandar un taxi a esta zona ni de coña –dijo mientras abría la puerta desde dentro.
Me quedé allí, titubeando, sin saber qué hacer. “Nunca te montes en el coche de un desconocido” era algo así como la primera norma de seguridad básica. Pero si no me montaba, me arriesgaba a quedarme en esa calle sin que pasara ni un maldito taxi, y de la puerta de la discoteca hacía tiempo que no salía nadie. No conocía esa zona de la ciudad, eran las 5.30 de la madrugada y los zapatos me estaban matando.
Él se dio cuenta de que titubeaba, así que sonrió más abiertamente, se desabrochó el cinturón y se bajó del coche. Se acercó con rapidez a mí, me agarró (sin fuerza) del brazo y me condujo hasta el coche.
Se quedó allí, muy cerca de mi cuerpo, mirándome. Ya he dicho que soy bajita, aunque llevaba mucho tacón. Él era alto, mediría 1,82 o 1,83 m., por lo que para mantenerle la mirada, debía mirar hacia arriba.
– No te conozco –le dije.
– Hemos estado hablando un rato –dijo medio riéndose.
– No te conozco –repetí. Estaba seria, y eso hizo que él se pusiera también serio.
– Me llamo Marcos, Carlota –me dijo, y sentí que todo mi cuerpo se erizaba al escuchar mi nombre en sus labios-. ¿Nos damos dos besos y formalizamos la presentación?
Y me plantó dos besos bien dados. Yo apenas pude reaccionar y darle dos besos casi al vuelo como contestación a los suyos.
– Y ahora que ya nos conocemos… ¿Subes?
¿Y qué iba a hacer? Pues subirme, claro…
Antes no me había fijado en el coche, pero era uno de estilo deportivo, así que cuando me monté me di cuenta de que no llevaba el atuendo más apropiado porque la falda se me subía por los muslos hasta ser casi indecente… Él cerró mi puerta y rodeó el coche para volver a montarse. Cuando se subió, no me miró las piernas, ni siquiera de reojo. Pero me dijo:
– Me gustas en mi coche, tus piernas desnudas pegan con la tapicería –me soltó. Y se echó a reír, muy seguro de sí mismo.
Y entonces hice algo que juro que fue inducido por el alcohol, porque no me reconocía ni yo en ese momento… Mirándole a los ojos y sonriendo, abrí lentamente mis piernas mientras pasaba muy ligeramente mis uñas sobre mi piel, desde la rodilla subiendo por el muslo y pasando por debajo de la tela de la faldita… y ahora sí, ahora sí que se me quedó mirando las piernas. Y esa sonrisita de superioridad estuvo a punto de desaparecer. Aunque me temo que era un rival mucho más fuerte que todo eso, porque la recuperó casi de inmediato.
– Así que te gusta jugar, ¿eh? –dijo, y acercó su cara a la mía hasta dejarlas a escasos centímetros-. ¿Puedo yo también? ¿Puedo acariciarte las piernas? Porque seré un engreído –me cogió la cara con sus dos manos, con delicadeza pero de forma firme, para que le mirase mientras me hablaba- pero ese show me parece que me lo has dedicado a mí…
Y sin esperar más, empezó a besarme con firmeza… Al tener esos labios tan sensuales junto a los míos, me olvidé de que ese chico me parecía un gilipollas, en ese momento sólo me acordaba de que estaba buenísimo, de que quería besarle. Y le respondí al beso. ¡Vaya si le respondí! Su lengua jugaba con la mía, me besaba como quien sabe que tiene el control, que derrite con ese tipo de besos. Mientras me seguía besando separó una de sus manos de mi rostro para colocarla en mi pierna mientras la otra mano la situaba firmemente en mi nuca, acercándome un poco más a su cuerpo.
Él pasaba sus dedos por mi muslo y yo pasaba mis dedos por su mano y sus dedos, hasta que entrelazó sus dedos con los míos y me acariciaba con nuestras manos entrelazadas… esa caricia despertaba cada uno de mis poros… era muy excitante…
Mientras, seguíamos besándonos, cada vez con más urgencia. Yo le acariciaba el pelo, lo tenía muy sedoso, pasé mis dedos hasta situarlos en su nuca y agarré un mechón de su pelo para acercar su cara aún más a la mía, aunque eso era ya imposible.
Nos separamos para coger aire. Esos ojos me estaban volviendo loca, me comían con la mirada, me lanzaban promesas que quería que se cumplieran.
– Te deseo… -rompió él el silencio-, te he deseado desde que te tiré esas copas en la pista de baile, y cuando has aparecido en la calle… mmmm con esa ropita de barbie cachonda que llevas, he deseado hacerte mía…
Sus palabras me encendieron aún más. Tenía ganas de discutir lo de “ropa de barbie cachonda”, pero sabía que no era el momento.
– Yo también te deseo… aunque seas un chulo engreído… pero tienes algo, no sé qué, que me pone a mil… -le contesté.
– Entonces… ¿A qué esperamos? –dijo mientras deslizaba su asiento hacia atrás, para tener más espacio.
– Pero te deseo ya… ¡no quiero esperar! –le dije, y me miró algo sorprendido por mis prisas.
– Tienes razón, ya tendremos tiempo de hacerlo durante horas… quítate el tanga –me ordenó. Lo decía con una autoridad increíble. Y me apetecía obedecerle. Así que me lo quité bajo su atenta mirada, aunque sin retirar mi falda, para que no viera (todavía) que llevaba el coñito totalmente depilado…
– Tócate para mí, quiero ver cómo te tocas…
Me sentía muy caliente, me gustaba que Marcos me diera órdenes, que me dijera lo que quería que hiciera, que quisiera mirarme.
Así que me recosté en mi asiento y llevé mis dos manos por encima de mi falda…
– Con una condición, yo…
– Sin condiciones. Hazlo. Ahora.
En cualquier otra ocasión, que un tío me hablara así me hubiera cabreado muchísimo. Pero en ese momento, me puso aún más cachonda. Me gustaba sentirme sumisa, obedecerle, hacer lo que me pidiera.
Empecé a acariciar mi coñito, primero mis labios mayores, acariciándome lentamente… creo que no hace falta decir que ya estaba mojadita, que sus palabras me habían puesto a mil y que su mirada me hacía mojarme cada vez más…
Me llevé el dedo corazón a la boca y de una forma bastante sensual, lo chupé y lo humedecí para después llevarlo de nuevo hasta mi coñito. Mientras lo introducía en mi interior, mis ojos se entrecerraban, sentía mucho placer, me estaba gustando darle esa exhibición.
– ¿Habías hecho esto antes? ¿Te habías hecho un dedo delante de un desconocido? –me preguntó.
Negué con la cabeza, sin molestarme en abrir los ojos. Mi dedo seguía moviéndose en mi interior, me estaba dando mucho placer acariciarme junto a ese desconocido. Saqué el dedo, lo llevé a mi boca y justo cuando estaba a punto de chuparlo, él me sujetó la mano, así que abrí los ojos y, sin dejar de mirarme fijamente, se lo llevó a la boca y lo chupó, saboreando mi sabor íntimo al hacerlo. Me soltó y con una sonrisa le ofrecí mi otro dedo para que me lo humedeciera igual que el otro. Lo hizo igual y al sacarlo de su boca, me dio un pequeño mordisco en mi dedo. Sentí como ese mordisco me parecía más sensual que cualquier cosa que pudiera haberme dicho en ese momento.
Llevé de nuevo mi mano a mi coñito, pero esta vez me metí los dos dedos que Marcos había lubricado para mí. Estaba disfrutando muchísimo y me parecía que él no lo estaba pasando demasiado mal porque en su expresión se reflejaba un poco menos de control y un poco más de excitación.
Escuché el sonido de una cremallera bajándose y le miré. Se había sacado la polla y la tenía entre las manos. No era desmesurada, pero era bastante grande… era perfecta. Parecía que el líquido preseminal ya mojaba su glande, porque lo tenía brillante. Me quedé mirándosela, como hipnotizada.
– Carlota… Carlota… -insistió.
Subí mi mirada hasta sus ojos, que me miraban burlones.
– Quiero que me la chupes… -sin esperar más me incliné para empezar a hacerlo, porque era exactamente lo que me apetecía hacer a mí, pero no me dejó. Me sujetó por los hombros suavemente y volvió a dejarme en la posición que estaba. No entendía nada. ¿Por qué me había detenido?
– Quiero que me la chupes y probar esa boquita que tienes, te lo juro, quiero probarla. Pero antes me dijiste que me deseabas y que me deseabas ya… así que quiero metértela. Ahora.
Os juro que ese hombre sabía qué decirle exactamente a una mujer para que hiciera lo que él quería que hiciera, porque en ese momento sentí que eso era exactamente lo que deseaba hacer. Deseaba que me la metiera. Ya. Sin esperar ni un segundo. La necesitaba dentro de mí.
Pasé una de mis piernas sobre las suyas para ponerme sobre él y mi faldita se rindió y me dejó completamente expuesta. Mi coñito estaba húmedo por el dedito que me había hecho para él. Se me quedó mirando y me pidió que le diera un minuto. Volví a mi asiento pensando que iba a sentarse de otra forma para que fuera más fácil o algo, pero lo que hizo fue salir del coche.
– ¿Qué haces? ¿Dónde vas?
Mientras yo decía eso, él rodeaba el coche. Abrió mi puerta, cogió mis piernas y me giró para ponerme con los pies en el asfalto. Yo no entendía nada. Hasta que se agachó entre mis piernas y empezó a pasar su lengua por mi coñito.
– Mmmmmmmmmmmmmm eso no me lo esperaba… -dije entre jadeos.
Él seguía ajeno a mi conversación, acariciando mi coñito con su boca y sus labios y su lengua, y mis pechos con sus manos. Su lengua se movía con maestría, me estaba haciendo temblar. Me tenía completamente entregada, me hubiera podido pedir cualquier cosa que en ese momento hubiera dicho que sí. Cualquier cosa, de verdad. Lo que fuera.
Se separó de mi cuerpo ligeramente para decirme:
– Y ahora quiero follarte. Aquí. ¡Ahora!
Y diciendo esto, me ayudó a levantarme del asiento y me giró 180 grados, es decir, me situó mirando al coche. Metió la mano por dentro de mi camisa y acarició mis pezones. Yo recosté mi cabeza sobre su hombro, dejándome hacer, porque se notaba que sabía lo que hacía y lo hacía muuuuuy bien. Tenía los pezones muy duritos, y sus expertos dedos me estaban dando muchísimo placer, pero le necesitaba dentro de mí. Empecé a frotar mi culo con su cuerpo, sintiendo su polla, ya erecta, dentro del pantalón. Al frotarme contra él, sentí que su cuerpo se tensaba y sus manos abandonaron mis pechos. Se desabrochó el pantalón y lo dejó caer hasta sus tobillos, sin importarle el lugar en el que nos encontrábamos. Lo cierto es que a mí tampoco me importaba, no me importaba que pudiera haber alguien viéndonos. Sólo quería sentirle, y quería sentirle cuanto antes… Le necesitaba desesperadamente dentro de mí… Y no me hizo rogarle, porque en ese momento sentí como sus dedos acariciaban mis muslos, subiendo con sus caricias hasta llegar a mi coñito… y, cuando por fin pensaba que iba a sentirle dentro de mí, se lo saltó en sus caricias y acarició mi estómago…
– Por favor… -le rogué.
– Por favor, ¿qué, preciosa? –me contestó.
– ¡Métemela ya! –le supliqué con una voz que no parecía la mía.
– Tus deseos –dijo colocando su polla a la entrada de mi coñito- son órdenes para mí –y al decir esto, empezó a empujar, metiéndomela despacio pero sin parar hasta que la tenía dentro entera y me tenía completamente empalada, le sentía llenarme completamente, sentía como esa polla me tenía atravesada y aún sin moverse me estaba haciendo sentir oleadas de placer. Se quedó quieto dentro de mí mientras los dos disfrutábamos de la sensación que provocaba su polla dentro de mi coñito.
Se agarró a mis caderas y, poniendo una de sus manos en la parte inferior de mi espalda, me hizo inclinarme un poco, así que me quedé medio inclinada con la cabeza dentro del coche. Aproveché para agarrarme al reposa cabezas de mi asiento porque preveía que iba a necesitar el apoyo.
Y ¡vaya si lo necesité! Empezó a sacar su polla y me la metía con embestidas duras y rápidas, haciendo que todo mi cuerpo las sintiera. Mis pechos saltaban dentro de la prisión del sujetador hasta que Marcos, con un movimiento rápido, lo desabrochó. Ahora estaban saltando dentro de mi blusa, pero al ser blanca y tener los pezones tan duritos se me transparentaban completamente.
– Voy. A. Follarte. Muy. Duro –decía, cada palabra acompañando una de sus embestidas. Yo no quería que parase, quería que siguiera, que me siguiera dando esa polla que tan bien manejaba.
– Síiiiii… Síii, por favor, sigue… Sigue dándome fuerteeeeee… -mientras le decía eso, él incrementaba la velocidad y yo ya no podía más… Sé que había pasado muy poco tiempo, pero entre los movimientos de su cuerpo contra el mío, su polla llenándome completamente y el morbo de la situación estaba a punto de correrme… No sabía si podría aguantar mucho más, así que se lo dije:
– Marcooosss… Por favor… Creo que me voy a correr yaaaaaa… yaaaaa… mmmmmmmmmmmmmmm
– Aaaaaaaaaaaaahhhhhh siiiiiiiiiiiiiiii que coñito tienes… Córrete y déjame la polla empapada, ¡quiero sentir cómo te corres! ¡YA!
Fue escuchar esas palabras y empezar a contraer los músculos de mi coñito en un intenso orgasmo. Creo que grité. No lo sé. Sólo sé que fue un orgasmo de los largos, de los que te dejan completamente agotada. Me agarraba al asiento con desesperación mientras su polla no dejaba de penetrarme, pero ahora con movimientos mucho más lentos, dejando que me recuperase un poco.
– Y ahora date la vuelta. Quiero ver tus tetas –dijo mientras me la sacaba del coñito y la sujetaba con su mano.
Esas palabras hicieron que volviera a mojarme. Instantáneamente. Nunca había dejado que un hombre me tratara así. Nunca. Pero con Marcos era distinto. Igual era su tono de voz, su forma de decírmelo en el momento adecuado o quizá era el alcohol que había tomado, pero necesitaba obedecerle, darle placer, hacerle sentir lo que él me había hecho sentir a mí.
Me giré rápidamente, sentándome en el asiento con mis piernas una a cada lado de las suyas, con el coñito abierto para él. Se inclinó sobre mí y con un fuerte tirón abrió mi camisa, haciendo que todos los botones saltaran por los aires.
– Deberías llevarlas siempre al aire, Carlota… ¡Tienes unas tetas espectaculares! –dijo acariciando mis pezones con una mano mientras con la otra se hacía una paja prácticamente en mi cara. Saqué la lengua para intentar chupársela, pero negó con la cabeza.
– Ahora no, ya habrá tiempo. Ahora quiero llenarte las tetas de mi leche.
Y pude ver cómo su polla estaba a punto de explotar, Marcos estaba a punto de correrse. Mi coñito estaba empapado por sus palabras, por tener su polla tan cerca de mi boca y por el tremendo orgasmo que me había provocado. Empecé a acariciármelo y a meterme un dedito y eso le hizo estallar, no pudo más. Sentí cómo la lefa salía de su polla y caía sobre mis pechos, el primer chorro y también el segundo, pero el tercero no dejé que llegara tan lejos, porque me acerqué a su polla y abrí la boca y allí recibí el resto de su leche. Mmmmmmmmmmmmm me encantó sentir su leche caliente en mi boca mientras sentía como chorreaba también desde mis pechos hasta mi estómago. Marcos me miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisa de satisfacción. Sin dejar de mirarle a los ojos, eché mi cabeza para atrás y me lo tragué. Un gemido se escapó de sus labios y observé que tenía los ojos bien abiertos ahora, mirándome. Parece que le gustó lo que veía, porque se inclinó y me dio un beso apasionado, profundo, mientras sus manos esparcían todo su semen por mis pechos y mi estómago.
– Eres una putita a la que le gusta tragárselo, ¿verdad? –me dijo, y me dejó completamente anonadada. Nunca en mi vida había dejado que un hombre me insultara, ni siquiera como un juego.
Cuando le iba a responder, visiblemente enfadada, me dijo- No me lo discutas. Quiero que sigamos follando. Pero no aquí. Nos vamos a mi casa.
Y con una ternura que sus palabras no dejaban entrever, se quitó la camisa para que yo me la pusiera y acarició mis pechos mientras me la ponía.
– Eres un gilipollas –le solté.
– Pero no puedes evitar que te guste, Carlota. Te gusta que te diga lo que tienes que hacer. Te gusta mi cuerpo. Y, sobre todo, te gusta que te folle como no te han follado en la vida. Venga, deja de protestar, ya hablaremos de esto –dijo mientras rodeaba el coche para subirse y poner el motor en marcha- en mi casa –dijo una vez que estuvo de nuevo dentro del coche.
Arrancó el coche, nos pusimos el cinturón y salió disparado del parking. Conducía con seguridad, demasiado rápido para mi gusto, pero me sentía segura, se veía que sabía lo que hacía.
Mientras conducía no paraba de acariciar mi pierna. Pensé que me sentiría sucia o usada, pero todo lo contrario, me sentía mejor que en mucho tiempo. Me di cuenta de que tenía razón, me gustaba que me tratara así, que me dijera lo que tenía que hacer, que me diera esa polla que me había vuelto loca. Pero no sabía si quería ir a su casa. Era un desconocido, después de todo. Habíamos follado en medio de una calle como dos animales. Me había dado un placer inconmensurable y se había corrido encima de mis tetas y mi estómago, pero… ¿significaba eso que podía confiar en él? Quizá lo más sensato sería llamar a un taxi y volver a mi casa… ¿¿Qué debía hacer??
Cuando quise darme cuenta, ya había aparcado otra vez. No tenía ni idea de dónde estábamos. Se bajó del coche y vino a abrirme la puerta. Me ofreció su mano para ayudarme a salir del coche y, como si pudiera leer mis dudas en mi mirada, me preguntó:
– ¿Vienes, Carlota?
(CONTINUARÁ)
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