Marifher y las delicias de la inocencia (1)
Este relato no es creación mia, sino que fue escrito por mike80, pero fue una de las historias que se borraron a causa de la purga de Todorelatos.com.
Marifher y las delicias de la inocencia (1)
Desperté un poco alarmado; los golpes en la puerta eran intermitentes y cada vez más sonoros. Acababa de mudarme a un apartamento al sur de la ciudad, a causa de las recomendaciones de mis amigos que insistían era la mejor opción. Esa parte de la ciudad es menos ruidosa, te sentirás más tranquilo, trabajarás con más fluidez, ya veras.- me dijo Ignacio, el mejor de mis amigos.
Era un sábado cuando me mudé y al siguiente día esos retumbos en la puerta ya me habían interrumpido el sueño. Me levanté refunfuñando y renegando entre dientes <así que esta es la parte más tranquila de la ciudad si como no>. Miré el reloj despertador y éste marcaba las 8:17 a.m. Mi mano se dirigió directamente a la chapa y antes de girarla con violencia, dije alzando la voz < ¡que pasa, que golpes son esos!> Al abrir la puerta completamente, ante mí apareció una visión de ensueño: una criatura de cabellos rubios, de tez blanca y ojos azules, me miraba sumisa y con asombro. En sus manos pequeñas sostenía una pelota de básquetbol y sus dedos delgados y blancos semejaban delicados cristales de hielo a punto de desmoronarse.
– Perdone señor- dijo. Pensé que el departamento seguía desocupado, por eso jugaba con mi pelota-.
Cuando hablaba apenas movía sus labios rojos y pequeños; parecían en sangre viva. En mi había desaparecido todo rastro de enojo.
– No te preocupes, discúlpame a mi por haberte gritado, es que me siento un poco cansado- le dije con voz pausada y suave.
Ella esbozó una pequeña y tímida sonrisa adornada por el rubor de sus mejillas, dio media vuelta y su delgada silueta se desvaneció al fondo del pasillo, todavía oscuro. Se le notaba una incipiente adolescencia, pero su anatomía ya figuraba un cuerpo de mujer. <Que niña tan bella> pensé. Regresé a mi cama y dormí con soltura. Cuando volví a despertar ya eran las 11:30 a.m. Me di a la tarea de acabar de instalarme y cuando lo hice, agotado y sudando decidí ducharme. Me vestía para salir, cuando escuché que llamaban a mi puerta. Pensé que se trataba de Ignacio y hasta lo imaginé desvelado y con tremenda resaca. Pero al salir, una mujer desconocida, en edad madura pero de ademanes avispados me saludó cortésmente.
-Buenos días joven- dijo estirando su mano.-Soy su vecina, vivo en el 34 y vengo a darle la bienvenida-.
Estreché su mano y le agradecí. En su mano izquierda cargaba una canasta llena de fruta y pan, adornada con un moño azul. Me la entregó en señal de obsequio. Es extranjera pensé. Esas costumbres y ese acento definitivamente la delataban.
-Muchas gracias, la verdad no sé que decir, es usted muy amable y si en algo puedo servirle no dude ni un momento, Me llamo Diego y usted -
-Constanza, Constanza Pellegrini; Marifher se siente un poco apenada con usted-
-¿Marifher?- dije un poco extrañado.
-Mi sobrina, ya sabe, por haberlo despertado- dijo.
-Ah si, si. Dígale que no se preocupe. Es una niña muy amable y agradable. Además ella no sabía que el departamento estaba desocupado. Pero dígame, sabe usted de algún centro comercial cercano, es que me hacen falta varias cosas y -
-Muy cerca de aquí, tan solo a unas cuadras por la avenida principal encontrará uno-.
Nos despedimos, metí la canasta y me dirigí al centro comercial. Tengo que devolver el buen gesto pensé; y sin más compré una caja de chocolates y una botella de vino tinto. Por la tarde me dirigí al departamento 34. Toqué un par de veces y abrió la puerta la misma criatura rubia de la mañana.
-Hola- dijo.
-Hola, ¿Marifher verdad? ¿Se encuentra tu tía Constanza?- le cuestioné.
-No, mi tía llega después de las 7:00 p.m., a esa hora cierra la galería.
Miré mi reloj de pulsera y vi que faltaban treinta minutos. Iba a decirle que regresaba después. Pero ella me dijo amablemente:
-Si gusta puede pasar a esperarla- me dijo con su vocecita melodiosa.
Entré a una sala amueblada elegantemente, llena de cuadros artísticos al óleo.
– Siéntese donde guste- me dijo.
– Mira, les traje algo. Para ti son los chocolates y esta botella es para tu tía-
La niña traía puesto un vestidito azul con detalles de florcitas blancas, que dejaba apreciar sus tersas, blancas y torneadas piernas; parecían de mármol, por supuesto lisas y sin ningún bello.
– Me llamo Diego, perdona por haberte gritado. Quiero ser tu amigo, ¿por que no pruebas un chocolate?
– Si usted prueba uno también- me dijo con una sonrisa plena y llena de confianza.
-Claro, abre la caja y dame uno Marifher- le respondí.
Al dármelo, rocé levemente sus dedos, hacía calor y el chocolate se sentía viscoso, un poco derretido. Ella sonreía y llevaba el chocolate a su boca cuando de pronto la golosina se resbaló de entre sus dedos y aterrizó justo entre sus piernas. Sus mejillas se sonrojaron. Vaya escena; un estremecimiento erótico recorrió mi cuerpo: el contraste de colores el chocolate oscuro, entre esos muslos de nieve.
– Que pena. Me he embarrado de chocolate; usted debe pensar que soy una boba- me dijo.
– No digas eso Marifher, a cualquiera le pasa, mira-
Y sin pensarlo más me pasé el chocolate por la mejilla a propósito, para embarrarme también. Todo esto para que ella no se sintiera avergonzada. A penas iba a decirle que trajera una servilleta para limpiarse y limpiarme, cuando ella, impulsada como por un resorte se me acercó a la mejilla y con su lengua húmeda y tibia comenzó a lamer el rastro de chocolate. Me quedé inmóvil, petrificado. Cerré los ojos y sentía como esa pequeña ninfa de cuento de hadas, acercaba su cuerpecito perfecto al mío y escuchaba esa respiración entrecortada, y esa risita juguetona. Salí de ese trance cuando sentí que se separaba. Abrí los ojos y la vi; sin dejar de sonreír y de manera inocente me dijo:
-Te toca, ahora tú me limpias a mí-
Se me acercó y levantando su vestidito, arqueo sus piernas hacia delante. ¿Cómo negarme?, ella lo hace con inocencia, es un juego. No puedo decepcionarla. La tomé por la cinturita e hincándome en el suelo para facilitar la dulce tarea, acerqué mi rostro a esos muslitos deliciosos; pude oler el suavizante de su ropa y me cegué de placer. Al primer lenguetazo ella soltó una carcajada infantil y su pequeño vientre se llenó de espasmos.
– No te muevas, porque así no puedo Marifher- le dije con voz temblorosa.
– Es que siento cosquillitas, pero me gustan mucho; hazme más- dijo emocionada.
La tomé con un poco de más fuerza y con mis labios y mi lengua degustaba sus muslos internos con sabor a chocolate, mientras ella reía y trataba de escurrírseme con intentos fingidos, pero la verdad es que le estaba gustando. De cuando en cuando notaba que su risa se transformaba a veces en pequeños jadeos y leves gemidos. Cuando sentí una inevitable erección, me separé de ella y me senté de nuevo en el sillón.
– Ya, ya te limpié bien- le dije.
Y ella en un gesto inocente levantó más su vestidito, dejándome ver sus calzoncitos, para cerciorarse que no le quedaba más rastro de chocolate entre sus piernas.
– Yo quería más- me dijo con un tono meloso, casi como un puchero.
– Después podemos jugar más, por que ya somos amigos; ahora hay que esperar a tu tía, que no tarda en llegar.
– Bueno, pero me lo prometes verdad. Que eres mi amigo y vamos a jugar más.- dijo.
– Te lo prometo, de verdad- le dije.
En eso nos dimos cuenta de que la puerta se abría y entraba la misma elegante mujer que conocí en la mañana. Sonriente me dijo:
-Pero que agradable sorpresa Diego, que bueno que nos visita; dígame, Marifher se a portado bien con usted, es una niña muy sola, aunque va al colegio no tiene amigos y por aquí no hay niños con los que pueda divertirse un rato; por lo regular la cuida una joven que contrato, pero hoy no estaba disponible. Aquí las dos nos hacemos compañía; Marifher es muy joven, pero responsable. A veces ella se hace cargo del departamento.- dijo la mujer en su soliloquio.
-Es una niña muy linda y agradable, me invitó a pasar. Mire les he traído algo. Realmente espero que le guste el vino tinto de Navarra. A Marifher le he traído unos chocolates- dije.
La niña me miró con complicidad.
– Pero muchas gracias Diego, me fascinan los tintos españoles, por aquí tengo un sacacorchos, brindemos por esta ocasión; Marifher ve a tu habitación, estudia un poco y duerme, ya sabes que mañana tienes colegio, anda despídete del joven.-
Marifher se me acercó alegremente, me dio un beso en la mejilla y me dio las buenas noches y se retiró.
Fin del capítulo 1.
Interesante historia.
Excelente relato.