Marifher y las delicias de la inocencia (2)
No es creación mia, sino que es una historia escrita por mike80, borrada por la purga de Todorelatos.com.
Marifher y las delicias de la inocencia
Capítulo II
La señora Constanza Pellegrini se dirigía a la cocina a buscar el sacacorchos, mientras yo escuchaba los pasos apurados de Marifher dirigiéndose a su habitación; la escuché tarareando alegremente una canción infantil y escuché también cuando cerraba la puerta. Trataba de imaginar a esa princesita rubia en su cuarto. ¿Qué estaría haciendo? Tal vez poniéndose su ropa de dormir; estaría recostada en su cama, leyendo sus libros de estudio o estaría cepillándose esos dientes blanquísimos que brillaban con luz propia, cada vez que ella sonreía.
Me encontraba en ese estado imaginativo, cuando un tintineo me arrancó de tan sublime trance: era la tía Constanza; en su mano izquierda chocaban dos copas de cristal cortado, mientras que con la derecha sostenía la botella de vino. Me apresuré a ayudarla. Una vez que serví las copas, nos sentamos. Ella comenzó la charla. Me dijo que ya sabía que yo era escritor, pues la encargada de los departamentos se lo había comentado. Me contó también la historia de su llegada a México. Marifher había perdido a sus padres en un accidente automovilístico en la ciudad italiana de Modena, y ella decidió hacerse cargo de su sobrina; Constanza se había casado con un comerciante español, pero nunca tuvieron hijos, ella supo que él le era infiel y después de catorce años de vida en común, decidieron divorciarse. Decidió alejarse de Italia, así Marifher y ella lograrían con más facilidad olvidarse de los malos recuerdos y de la tragedia familiar. Ella era pintora, pero en realidad vivían del dinero que obtuvieron ambas, a causa del divorcio, la herencia familiar, de la compañía de seguros y de la venta de la casona y otras propiedades. Siguió hablando, evocando viejos recuerdos, de pronto se quedó en silencio, mientras daba otro sorbo a la copa de vino sus ojos se quedaron observando un punto fijo, esa mirada que delata los pensamientos la melancolía.
De pronto me miró y dijo:
– Diego, seguramente ya lo aburrí con tanto palabrerío. Pero la verdad es que nunca hablo con alguien de estas cosas, usted me inspira mucha confianza y debe ser también por los efectos del vino- dijo riendo.-pero ahora cuénteme de usted, ¿cómo decidió dedicarse a la escritura?- me cuestionó.
En estas pláticas se pasaron dos horas. Miré mi reloj y decidí despedirme.
– Bueno doña Constanza, creo que es usted una mujer excepcional, realmente espero que continuemos viéndonos, se hace un poco tarde, creo que es mejor que me retire- le dije.
– Cuando le plazca, venga y visítenos. Me di cuenta de que Marifher siente simpatía por usted. Pues nunca muestra tanta confianza, que pase buenas noches Diego y muchas gracias por su compañía.
Cerró la puerta y yo me dirigí a mi departamento. Mientras me preparaba para dormir, recordé el dulce encuentro que tuve con esa bella criatura y mi mente se llenaba de imágenes eróticas, de aromas era una sensualidad diferente una sensualidad inocente.
Los días de la semana pasaban lentos. Me sentaba frente a la máquina de escribir y algunas veces miraba por mi ventana a Marifher, jugando en el patio y tarareando la misma canción infantil una y otra vez. Las seguía visitando de vez en cuando, hasta que las dos me tuvieron como alguien de la familia. A veces pasaba por la juguetería y le compraba obsequios a Marifher, quien los recibía con alegría y entusiasmo. Se me hizo una costumbre desayunar con ellas los domingos. Después las invitaba al cine o a tomar un helado en el centro comercial. Realmente me encariñé con las dos.
Un día doña Constanza me comentó emocionada que se habían interesado en su colección de pinturas, para una exposición en Monterrey y que debía ausentarse casi una semana.
– Me voy el jueves y regreso el martes de la próxima semana- me dijo.
Marifher no podía ir por que presentaba examen en el colegio, pero la joven que contrataba para que la cuidara, solo estaba dispuesta a hacerse cargo el viernes y el sábado.
– Diego, tal vez le cause una molestia pero le encargo a Marifher desde el domingo. Es suficiente que venga por la noche a ver que esté bien. Le voy a dejar un duplicado de la llave. Y deséeme suerte. Es la primera vez que expongo mis cuadros en un evento tan importante- me dijo.
– No es ninguna molestia para mí, doña Constanza y despreocúpese. Marifher va a estar bien. Yo me encargo de eso. El domingo la llevaré a pasear. Me gusta mucho su compañía- le dije.
La niña nos miraba mientras conversábamos y brincaba de alegría, por que yo la llevaría a pasear, mientras repetía < ¡si, si, vamos al cine o al zoológico!>.
Los días jueves, viernes y sábado transcurrieron normalmente: yo iba por la noche y ayudaba a Marifher a estudiar, mientras la joven niñera miraba obsesivamente el televisor. Marifher se me acercaba al oído y me decía en secreto: < no me gusta que me cuide. No me habla. Solo ve el televisor>. Sus palabras entraban en mi oído izquierdo como mariposillas húmedas, se me erizaba la piel.
El domingo, muy temprano escuché que tocaban mi puerta. Eran apenas las 6:07 a.m. cuando abrí, me sorprendí. Era Marifher sólo traía puesta una blusita rosa y sus calzoncitos blancos. Venía descalza y tiritaba de frío. Noté que sus pezoncitos estaban erectos por el viento helado de noviembre. Se me abrazó. La cargué y cerré la puerta.
– Pero mira Marifher, cómo vienes. Por qué no te abrigaste. Vienes descalza. Te vas a enfermar.- le dije.
– La niñera me regañó ayer en la noche. Después de que te fuiste. Te extrañé mucho. Ya no quiero que ella me cuide. Le voy a decir a mi tía que te contrate a ti para que me cuides. Tú si me quieres, ¿verdad?- dijo con su vececita melosa.
La recosté en el sofá y la tapé con un cobertor.
– Marifher. Es muy temprano. Debemos dormir por que tenemos que estar descansados para el paseo de la tarde- le dije. Ella sonrió y asintió con la cabeza.
Me fui a mi habitación pensando en ella. En ese cuerpecito de mujer, en esos muslos de seda. En esa boquita de fresa, en esos cabellos rubios perfumados. De nuevo ese estremecimiento erótico recorrió mi cuerpo. Cómo una ráfaga.
Me fue difícil conciliar el sueño, pero poco a poco la pesadez invadió mi cuerpo y me dormí. Cuando desperté, Marifher estaba sentada en el extremo de mi cama. Abrazaba la almohada y sonreía pícaramente con sus mejillas sonrojadas. Que imagen angelical.
– Que te pasa. ¿Por que sonríes así?- le pregunté.
Bueno, te digo. Pero si me prometes que no te enojas.
Te lo prometo- dije.
– Es que no podía dormir en el sofá y vine a dormirme en tu cama. Pero no fue mi culpa. Tú estabas destapado Diego y te miré ahí. Tu cosa estaba parada y grande y se movía solita. Después se fue haciendo chiquita y arrugada. ¿Por qué?
Me quedé sin palabras. Marifher había sido testigo de una de mis erecciones matutinas. ¿Cómo explicarle? Le dije que era algo natural en los hombres. Traté de explicarle con palabras de su lenguaje infantil, que cuando un hombre se siente atraído por una mujer y se encuentran en la intimidad, con las caricias y los besos las erecciones sucedían. Me miraba con su boquita entreabierta, sorprendida por ese nuevo mundo que yo le estaba describiendo. Mostraba un interés total.
– Pero esta vez te sucedió. Y no estabas con una mujer- me dijo con una risita nerviosa.
Le expliqué el origen de los sueños húmedos. De pronto me dijo:
– ¿Te acuerdas cuando jugamos a limpiarnos el chocolate?; cuando yo estaba en mi cuarto me acordé y sentí ganas de tocarme ahí, nunca lo había hecho. Me gustó como me hacías cosquillas- me dijo sonrojada, pero complacida.
Me sentí halagado, por que yo le había inspirado su primera masturbación. Comenzaba a excitarme; tener a esa hermosa criatura en mi cama, a mi disposición. < Tengo frío> me dijo deslizándose por debajo de las sábanas, hasta llegar a mi. Sentí su cuerpo, que delicia que perfección. Automáticamente la abracé y ella me correspondió acurrucándose.
– Entonces- dijo con voz suave y misteriosa- Entonces si nos besamos y acariciamos, ¿te pasa lo mismo de hace rato?
– Tal vez, yo creo que si- le dije tímidamente.
– A ver .- me dijo, y comenzó a pasarme su manita por mis brazos, me empezó a besar el pecho, eran unos besitos fugaces. Yo le acariciaba el cabello, cerré los ojos y me dejé llevar. Siguió besándome, llegó a mi cuello; sus besos ahora eran más prolongados y ya no estaban acompañados de esa risita infantil y juguetona. Yo aún con los ojos cerrados sentí como esa lolita bella ahora me besaba las mejillas. Mi mano derecha recorría ahora su espalda, con la otra mano acerqué su rostro al mío, abrí los ojos y miré ese par de luceros azules entreabiertos, llenos de una lujuria temprana. Fue en ese instante cuando le di su primer beso. Que éxtasis, besar unos labios de cereza, vírgenes. Ella apretaba su boca contra la mía, inexperta naturalmente, pero poco a poco comenzó a hacerlo con sutileza, cariñosamente. Ahora mis manos recorrían sus muslos, sus nalguitas respingadas. Su cuerpecito se contraía, se retorcía, se restregaba al mío. Leves gemidos se le escapaban y yo verdaderamente me sentía totalmente excitado. De pronto se detuvo y sin dejar de mirarme pícaramente se hincó en el colchón y me dijo: < ¿ya?>, metiendo la mano por debajo de las sábanas llegó hasta mi miembro, lo tocó apenas y retiró la mano rápidamente.
Se cubrió parcialmente los ojos, con los dedos abiertos deliberadamente y sin dejar de sonreír.
– Destápate- me dijo con voz entrecortada, pero imperiosa.
Me destapé y ella miraba mi verga con esos ojos azules, pero llenos de fuego. Volvió a estirar su mano y titubeó, me miró como pidiéndome permiso. Le tomé su mano y la puse en mi pene, que palpitaba endemoniadamente. Sentía esa manita fría, esos deditos delgados y blancos, que se dejaban llevar por mi mano. Al principio tenía su manita quieta, pero pronto comenzó a moverla por sí misma. Me acariciaba de arriba abajo, hasta llegar a los testículos, pero dónde más se entretenía era en mi glande. < Se siente dura y calientita>, me decía susurrando. < Te gusta, ¿verdad?>, sin dejar de tocarme. Yo estaba envuelto en ese paroxismo de placer y le acomodé su mano para que me masturbara. Primero la guié mientras le decía: < así, así no te detengas>, después retiré mi mano y ella lo hacía sola. De pronto me llegó el orgasmo. Arqueé el cuerpo y sentí el placer más intenso que había experimentado jamás. Mi semen brotó y la salpiqué en el mentón, en la blusita rosa, en el cabello, en su manita.
¿Qué es eso?- dijo un poco asustada. – ¿Qué te hice?
– Nada Marifher, no te asustes. Me hiciste muy feliz. Te quiero. Estiré mi mano para alcanzar una toalla de la cómoda, mientras le explicaba la naturaleza de la eyaculación, y la limpiaba con ternura.
Volví a abrazarla y a besarla. Ella me hacía más preguntas y yo le contestaba de manera que pudiera entenderme. Cuando me repuse le dije:
– No es justo Marifher, tú ya me viste. Ahora me toca verte y tocarte a ti-
Se sonrojó y su carita se llenó de emoción y de entusiasmo. Ella misma se acomodó boca arriba y estaba a punto de despojarse de sus calzoncitos blancos, cuando la detuve. < Déjame a mí>. Yo quería disfrutarla cada centímetro. Volví a besarla en la boca. Después mis labios y mi lengua se entretuvieron en sus pequeños oídos. Recorrí su cuellito, mientras le metía la mano por debajo de la blusita, hasta llegar a sus tetitas. Ella gemía de nuevo y se estremeció cuando comencé a jugar con sus pezoncitos. Le quité le blusa y besé y lamí esos incipientes pechitos de pezones rosas. Fui bajando hasta su ombliguito y le introduje la lengua sentí que Marifher se retorcía. Mi rostro ahora se acercaba a sus muslitos blancos y sedosos. Los besé a mi antojo. Los mordía suavemente. Noté que le encantaba que le lamiera y acariciara esa zona de su cuerpo. Luego hundí mi nariz en su rajita, sin quitarle su ropita interior. Le besaba y le pasaba mi lengua por su rajita. Ya no pude más y le quité el calzoncito. Mis ojos se dirigieron con impaciencia hacia su entrepierna. Era una conchita de labios rosas. Su rajita lampiña y blanca me invitaba a besarla, a tocarla. Lo hice. Primero con mis dedos la toqué delicadamente. Ahora ella me imitaba: < Así, así no te detengas>, jadeaba. Incliné mi cabeza y primero besé ese coñito virgen de ninfa, después con mi lengua le di placer, mientras yo me masturbaba extasiado. Ese sabor todavía lo tengo metido en mi cabeza. Que delicia. Su vientre se lleno de espasmos, sentí que se tensaban sus piernas y sus manos se cerraban con fuerza, agarrando las sábanas. Sus gemidos fueron cortos y seguidos, hasta que dio uno prolongado: un orgasmo de niña. Que distinto al de una mujer. Un orgasmo natural, sincero. No fingido. Se vino en mi boca. Sentí que de su rajita brotaba un líquido, viscoso, ambarino. Lo degusté todo con mi lengua, bebiéndome sus juguitos vaginales.
Marifher dio un suspiro, se sentó sobre la cama y me dio un beso largo. Me abrazó mientras me decía todo lo que había sentido. Naturalmente le expliqué que no podía contar de esto a nadie, mucho menos a su tía. Ella sonrió y me dijo totalmente convencida: < Será nuestro secreto Diego, lo juro, que me muera si digo algo>.
Le dije que yo también guardaría el secreto. Dormimos abrazados otro rato. Por la fatiga placentera del sexo.
Fin del capítulo II
Muy excitante.
Gran relato!