Marifher y las delicias de la inocencia (3)
No es creación mia, sino que es un relato escrito por mike80 que sufrió la purga de Todorelatos.com.
Marifher y las delicias de la inocencia (3)
Abrí los ojos y miré el reloj despertador. Los números rojos y luminosos me indicaron las 8:26 a.m. Marifher dormía plácidamente, su rostro angelical ahora me inspiraba paz y tranquilidad. La observé dormir por unos pocos minutos y decidí despertarla. Le hablé, mientras besaba su pequeña frente, < Marifher, Marifher, despierta ya preciosa. Se nos hace tarde>. Apenas abrió sus ojos y sonrió. Me sentí afortunado. Ella se incorporó y estiró sus bracitos.
– Marifher, voy a ducharme, no me tardo; puedes ver el televisor si quieres- le dije entregándole el control remoto. Rápidamente encendió el televisor, manejaba el control con sus dos manitas, pronto encontró un canal de caricaturas. Fui al cuarto de baño y abrí la regadera; de pronto escuché sus risas un poco apagadas por el ruido del agua. Mientras me jabonaba recordaba cada detalle de lo sucedido y yo no podía creer que esa nena que ahora reía inocentemente, fuese la misma amante impulsiva y seductora que tanto placer me provocó al llegar el alba. Salí del baño envuelto en una toalla y me apresuré a vestirme; mentalmente planeaba el paseo: ¿a dónde iríamos?, primero a desayunar pensé. Cuando estuve listo me dirigí a Marifher y le dije:
– Tenemos que ir a tu departamento para que te alistes.
– Si, yo también quiero ducharme. ¿A Dónde me vas a llevar?, quiero que sea divertido para ti también.
– Lo será preciosa. Contigo todo es divertido.
Tomé una sábana y con ella envolví a Marifher. La cargué entre mis brazos y salimos de mi departamento. Rumbo al departamento 34, Marifher recargaba su cabecita dorada en mi hombro y me murmuraba dulcemente < te quiero, te quiero mucho>. Llegamos, abrí con la llave que me había dejado doña Constanza. Dejé de cargarla y le dije que se apresurara, que yo la esperaba en la sala. En cuanto ella se metió al cuarto de baño, tomé la sabana con la que había cubierto a mi mujercita y regresé a mi departamento solo para dejarla caer en el sofá. Volví para esperarla, como le había dicho. Luego de unos minutos, se abrió la puerta del baño y una densa nube de vapor se escurrió por el umbral, salió Marifher; traía puesta su bata de baño y una toalla le envolvía la cabeza. < No me tardo, Diego> dijo, y se dirigió a su habitación. Luego de unos minutos volví a escuchar esa vocecita melodiosa que ya se había vuelto indispensable para mis oídos. < Diego, ven necesito que me ayudes>, me gritó. Me dirigí a su habitación, la puerta estaba abierta. Había varias prendas de vestir sobre su cama.
– ¿Qué me pongo Diego? Es que no me decido.- me dijo.
– Lo que tú quieras Marifher. Tú te ves hermosa siempre. Le dije.
Se quitó la bata sin dejar de mirarme y me lanzó un beso volado. La criatura irradiaba una sensualidad natural. Me quedé en estado hipnótico: miraba cómo esa niña se vestía delante de mí. Escogió una blusa color azul, una minifalda y una chamarrita de mezclilla y unas sandalias de color azul claro. Se veía espectacular. Parecía una barbie de carne y hueso. A pesar de su edad sus movimientos eran hábiles. < ¿Diego, me cepillas el pelo, por favor>. Me senté en su cama y ella se sentó en mis piernas. Tomé el cepillo y comencé a peinar sus cabellos rubios, un poco húmedos. Mientras lo hacía le dije < Marifher, cuando salgamos los dos solos, como ahora, si alguien preguntara qué somos tu y yo, tu les dirás que yo soy tu papá. Sólo como un juego, ¿me entiendes?>. <Sí, papi como tu digas> me dijo con su risita alegre. Cuando terminé de cepillarle el pelo, ella misma se hizo dos trenzas de manera diestra y rápida. De su cómoda, sacó un maquillaje infantil, que yo mismo le había regalado días antes y se aplicó un poco de chispitas de colores bajo sus ojos. Se untó el dedo índice con un color rosa pálido y se lo pasó por los labios; ya era una experta jugando a ser mujer, pensé.
– Ya estoy lista, ya podemos irnos- me dijo con voz entusiasmada.
– Te ves preciosa.
Marifher se me acercó, estiró sus bracitos y cerró sus ojos; esperaba que la besara y lo hice. Salimos directamente al estacionamiento. En el camino nos encontramos a la encargada de los departamentos y nos sonrió. En ese momento recordé a la señora Pellegrini y decidí llamarla. Me contestó amablemente, como siempre. < Diego, ¿cómo está? Gracias por llamarme. Marifher no lo ha molestado, ¿verdad?> < Muy bien doña Constanza, Marifher está conmigo y no me ha causado ninguna molestia. La llevaré a pasear, yo le vuelvo a llamar después de las 7:00 p.m.; le pasé el celular a Marifher para que hablara con su tía. La niña le contaba emocionada que yo la iba a llevar a pasear. Se despidieron y subimos a mi auto. Comencé a conducir y de cuando en cuando miraba a Marifher, ella centelleaba alegría: miraba por la ventanilla, giraba su cabecita hacia mí y me sonreía.
Llegamos a un restaurante elegante, al oriente de la ciudad. En la entrada nos recibió un mesero conocido para mí.
– Buenos días, señor Diego. ¿La mesa de siempre?
– Sí gracias. La misma mesa por favor.
Cuando estuvimos instalados, Marifher pidió una rebanada de pastel de fresa y una malteada de vainilla. Yo me desayuné una ensalada de frutas y un jugo de naranja. Marifher era toda una damita usando los cubiertos, no apoyaba los codos en la mesa, su espaldita siempre recta. Cortaba pedazos pequeños de pastel y después de llevarlos a su boca, se limpiaba los labios de manera sutil y elegante. Yo estaba fascinado.
– Marifher. ¿A dónde te gustaría ir? Te llevaré a dónde tú quieras, te lo mereces preciosa.
– ¿Dónde yo quiera? ¿De verdad?…bueno. Nunca he ido a six flags por que sé que a mi tía Constanza le da miedo ese tipo de juegos. Si le dijera, ella me llevaría. Lo sé. Pero es tan buena conmigo y yo sé que se aburriría. Pero no es importante, yo iré a dónde tu me lleves Diego.
– No se diga más. Iremos a ese parque de diversiones. A mí también me parece una buena idea.
Marifher se levantó de su silla, caminó hacia mí y de manera discreta me abrazó. Me agradeció de manera sincera y dijo < este es el día más feliz de mi vida. Gracias Diego. Te quiero de aquí a la luna> <y yo te quiero a ti Marifher, de aquí al sol>. Me sorprendí de mis palabras cursis, me di cuenta de que estaba aprendiendo su lenguaje infantil. Antes de pagar la cuenta, le pregunté al mesero si sabía la ruta más adecuada para llegar al parque. El mesero trazó unas líneas rectas sobre una servilleta y después me explicó. No era tan complicado. Salimos del restaurante y el ballet rápidamente me entregó las llaves de mi auto. Subimos al vehículo y nos dirigimos a nuestro destino. Marifher se me acercó y recargó su cabeza en mi brazo derecho. Nos detuvimos en una luz roja y de pronto sentí que me miraba. Giré mi cabeza y en sus ojos y en su sonrisa noté la misma picardía de la mañana. Con su manita derecha comenzó a frotar mi pene por encima del pantalón. La erección fue instantánea. Yo volteaba a todas partes, pero no había de que preocuparse. Los domingos hay poco tráfico y pocos transeúntes. Sus deditos encontraron la cremallera; bajó el cierre y sin sacarme el pene, comenzó a masturbarme de nuevo. De nuevo sentía esa pequeña mano cuyos dedos delgados y frágiles parecían diseñados para darme placer. Se puso la luz verde. La avenida estaba libre, sin darme cuenta comencé a acelerar un poco más. Que placer. De nuevo una luz roja. Las calles libres, sólo algunos comerciantes cuidaban sus puestos, leyendo o viendo esos pequeños televisores a blanco y negro.
Marifher no dejaba de mirarme con sus párpados medio caídos y mordiéndose el labio inferior. Luz verde. No puedo más ahora ella abre sus muslitos torneados. Mi mano derecha busca desesperadamente su entrepierna, la encuentra. Mis dedos temblorosos acarician su conchita que delicia. En un movimiento rápido retiro mi mano y mojo mis dedos con mi saliva. Le hago el calzoncito para un lado. Su rajita queda descubierta y mis dedos húmedos y resbaladizos se concentran en ese capullito rosado ella gime a discreción. Comienza a masturbarme más fuerte, cierra sus muslitos y aprieta mi mano que serpentea de todos modos en esa carne blanca y tibia. Marifher ahora saca mi pene, para facilitar sus movimientos y yo sigo manejando, trato de concentrarme en la avenida para no chocar. Ahora ella se moja los dedos con su saliva y sigue masajeándome la verga. De pronto comienza a gemir con respiración entrecortada. Sus jadeos me excitan aún más. Mis músculos se tensan y me llega la muerte chiquita. Eyaculo sobre el volante, sobre el tablero, ella sigue el sube y baja con su manita. La miro, tiene los ojos cerrados y de pronto de su boquita se escapa un gemido largo, intenso ella también acaba de venirse, respira con fatiga, se acomoda en su asiento y deja caer su cabecita en el espaldar. Abre sus ojos, sonríe y me señala con el dedo índice < Mira>, apunta al volante y al tablero. Ríe con malicia. Lo bueno es que siempre cargo toallitas en el auto. Iba a limpiar el volante, cuando ella me quitó la toalla de papel, < Diego, yo limpio. Tu maneja>. Limpió el volante, el tablero y su manita. De repente me dice. < Entonces yo te gusto verdad. Tú me dijiste que cuando te pasaba eso, era por que te gustaba la mujer con quien lo hacías. < Marifher, no solo me gustas. Me encantas y ya te he dicho muchas veces que te quiero>. < Yo te quiero también> lo dijo convencida.
Antes de llegar al parque nos detuvimos en una gasolinera. Nos dirigimos a los sanitarios. Noté que el conserje de los baños miraba a Marifher en las piernas, de manera lujuriosa. No me molestó. Esa criatura tan bella, llamaba la atención de todos los que la miraban. Me lavé las manos y me enjugué el rostro. Salí a esperarla, mientras le preguntaba al conserje la dirección del parque sólo para estar seguro. < Ya casi llegan, siga derecho, el parque está como a un kilómetro y medio>. Le di las gracias y le di una propina. Marifher salió, me tomó de la mano y de nuevo nos dirigimos a mi auto.
Fin del capítulo 3.
Excitante Y tiene morbo.