Marifher y las delicias de la inocencia (7)
No es creación mia, sino de mike80 pero fue borrado durante la purga de Todorelatos.com.
Marifher y las delicias de la inocencia (7)
La sala de cine estaba semivacía y ligeramente iluminada. En la pantalla se proyectaban promocionales de películas de estreno. Algunas familias buscaban las localidades preferentes. Marifher y yo, decidimos sentarnos en la parte superior, justo debajo del proyector cinematógrafo que escupía rayos de luz intermitentes que se estrellaban en la mampara gigante. Marifher degustaba unas golosinas que le compré en la dulcería del cinema, cuando las luces se apagaron totalmente; desde ese lugar se podía ver a los pocos grupos de gente dispersados en diferentes filas de asientos y a otras siluetas oscurecidas por el resplandor que emitía la pantalla y que caminaban torpemente buscando lugares para sentarse. Marifher miraba atenta el comienzo de la película y de cuando en cuando tomaba un caramelo con sus finísimos dedos y lo acercaba a su boca lentamente y con suspenso: lo sostenía a unos cuantos centímetros de sus labios, que se abrían levemente, para luego depositarlo en su lengua juguetona; yo la miraba con frenesí, todo en esa criatura me parecía extremadamente erótico.
Mi mente, ocupada con otros pensamientos, no prestaba atención a las imágenes que algunas veces le arrancaban a Marifher risas alegres e infantiles. Mi cerebro se concentraba en planear una noche eufórica de placer: para ella y para mí. De repente sentí la mirada atigrada de mi muñeca rubia; giré mi cabeza para mirarla también y me sorprendió el fervor y la sumisión que reflejaban ese par de manantiales azules; ¿será amor ? De pronto, su rostro angelical se llenó de nuevo de esa picardía que ya era necesaria para mí; soy un adicto de sus caricias, de sus miradas furtivas pero sobre todo de su esencia de mujer precoz: mi pequeña y bella lolita. Los dos instintivamente miramos alrededor. No había nadie que pudiera vernos. Marifher juntaba sus muslos sedosos y estos se frotaban mutua y sutilmente pero con ardor; su diminuto short parecía encogerse. Se mojaba los labios con su lengüita y entrecerraba sus ojos: ella también le había perdido interés al filme. Sus manos se entrelazaron y lentamente se posaron en su entrepierna, su cuerpecito se agitaba sutilmente y yo adivinaba su respiración entrecortada, sabía que se estaba masturbando y comencé a excitarme. Sus nalguitas, ahora posadas sobre el filo de la butaca parecían palpitar y tener vida propia; su espalda se curveaba y sus manos pequeñas, una posada encima de otra, presionaban su entrepierna frenéticamente. Mi pene se hinchaba bajo el pantalón y parecía pugnar por salirse: de nuevo mi erección era plena.
Ella continuó solazándose, mientras yo me frotaba ligera y discretamente: los dos entendimos el juego de inmediato; un juego en el que decidimos no interactuar físicamente. Solo nuestras miradas chocaban llenas de lujuria. Su cuerpecito se llenó de pequeños espasmos, apretó sus labios para aprisionar sus gemidos y cerró sus ojos. Un orgasmo silencioso recorrió sus entrañas, desenredándose por su espina dorsal hasta su cabecita. Respiró profundamente por unos segundos y su cuerpo agotado por los esfuerzos placenteros, se dejó caer en el respaldo del asiento. Sonreía satisfecha con su mirada clavada en mi entrepierna: yo no había terminado aun y no lo hice. Decidí esperarme y disfrutar plenamente la noche que se acercaba lentamente y que sería testigo de nuestra loca pasión.
La película terminó. Se encendieron las luces y me sentí extraño, como si no hubiese visto la luz en varios días. Caminamos hacia la salida, mientras escuchábamos a los niños que comentaban emocionados entre sí los pormenores de la película. Nos dirigimos directamente al estacionamiento; el firmamento ya estaba casi oscuro. Le pregunté a Marifher si le apetecía algo para cenar, me dijo que no. Yo tampoco tenía hambre al menos no de «esa» hambre.
Conduje por avenidas iluminadas con detalles navideños. El tráfico era abundante y Marifher charlaba alegremente conmigo. La gente cruzaba de un lado a otro las calles, de forma apurada: la llamada hora pico estaba en su máximo apogeo; pero mi princesita y yo éramos indiferentes a toda esa agitación. Pronto llegamos a los departamentos. Bajamos del auto y me dirigía la cajuela para sacar las prendas que había comprado en la tienda. Miré mi reloj de pulsera, que marcaba las 7:24 p.m., tomé a Marifher de la mano y nos encaminamos a mi departamento.
Cuando llegamos, Marifher entró al cuarto de baño y la escuché orinar, mientras la esperaba sentado en la sala. Imaginé el chorrito fino y dorado que brotaba de esa fuente de carne rosada y húmeda; cuando salió, corrió a mis brazos y se me colgó del cuello. Comenzó a besarme mientras yo le acariciaba su cabello suave y brillante.
– Marifher, ve a mi habitación y espérame. Voy a ducharme, no me tardo. Te tengo una sorpresa.
– Mmm. ¿Una sorpresa para mí? Bueno Diego. Te espero.
Entré al cuarto de baño y rápidamente me duché. Casi con desesperación me sequé y me puse mi ropa de dormir. Cepillé mis dientes, perfumé mis axilas y mi pecho con un aroma suave, dejé la tina de baño llenándose con agua caliente y salí rumbo a mi habitación. Marifher me esperaba recostada en la cama. Me recliné a su lado y la abracé. Volvimos a juntar nuestros labios dulcemente.
– ¿Confías en mí, amor?- le dije susurrando.
– Si Diego. Claro que confío en ti. Pero, ¿por qué me lo preguntas?
– Por nada chiquita. Era solo una pregunta.
– Y ¿cuál es la sorpresa? Estoy impaciente- Me dijo pícara y vivaz.
Recordé que tenía un pañuelo de seda en mi ropero. Fui por él. Me acerqué a Marifher.
– Para esta sorpresa tengo que vendarte los ojos. Pero si no te sientes cómoda, me dices y yo te quito el pañuelo inmediatamente. ¿Qué dices Marifher?- le dije suavemente.
– Claro. Me parece divertido Diego- me dijo sonriente.
Le recogí sus cabellos dorados. Doblé el pañuelo en varias partes y le cubrí sus hermosos ojos. Volví a besarla a mi antojo; ella quiso responderme con caricias, pero le dije que no se moviera, que era parte de la sorpresa. Empecé a quitarle la blusita negra y ella levantó sus bracitos ágilmente para facilitarme la tarea. Mis labios y mi lengua se entretuvieron en sus pezones rosas, que se endurecieron rápidamente. Me incliné para quitarle lentamente sus huarachitos; primero su pie izquierdo. Luego el derecho. Le besé sus piecitos desnudos con ternura, ella sonreía y decía < me haces cosquillas Diego >. Procedí a quitarle el pequeño short de mezclilla. Lo fui desabotonando mientras le besaba su vientre. Se lo bajé y descubrí unos calzoncitos azules con un arcoiris estampado. Mi deleite fue total. Le levanté una piernita para que saliera el short y luego la otra. Lo arrojé a la cama, junto a la blusita. Besé y mordí de manera sublime sus muslitos internos; ella volvía a respirar agitadamente mientras yo le acariciaba sus nalgas perfectas. Le quité el calzoncito y de nuevo su desnudez total me deslumbró. Mi boca se dirigió impaciente a su almejita y mi lengua probó el delicioso sabor salado por los rastros de orina. Que texturas, que aromas nunca lo olvidaré.
La cargué en mis brazos hacia el cuarto de baño lleno de vapor por el agua caliente. La fui bajando lentamente y primero sus pies entraron al agua. La deposité suavemente y su cuerpo quedó sumergido; le recogí el cabello y lo dejé fuera de la tina para que no se mojara y tomé el shampoo para burbujas. Vertí un poco y con mi mano agité el agua. Rápidamente se formó una espuma blanca que flotaba en el agua. < ¿Cómo te sientes muñeca?>, <me siento bien Diego. Creo que me estoy relajando> me dijo con su vocecita dulce y melodiosa. Tomé la esponja y comencé a pasársela por su cuerpo: su piel sedosa relucía aun más en ese ambiente de humedad. Le pasaba la esponja por sus pechitos y la besaba en los labios. Se la pasaba por sus muslos, hasta llegar a su rajita, la nena se estremecía. Yo adivinaba sus ojos cerrados bajo el pañuelo. La saqué de la tina y sequé su espalda, su pecho, sus piernas. La tomé de nuevo entre mis brazos y la llevé a mi habitación. La dejé de pie a un lado de la cama y salí en busca de la lencería. Cuando me acerqué de nuevo a ella, noté que su cuerpecito temblaba un poco, tal vez por el baño, la emoción. Me decidí por el conjunto en color blanco. Primero le puse el calzoncito de encaje y le quedó perfectamente, sus labios vaginales se acentuaban eróticamente, justo a la medida, pensé con satisfacción; ella reía sutilmente con mis movimientos y me decía < qué es Diego qué > < espera Marifher ya lo verás.> Luego le puse las medias con los ligueros: imaginen lo más erótico que hayan visto y multiplíquenlo por mil, así se veía Marifher. Por último le puse el babydoll transparente. Que cuerpo que silueta. < Eres una pequeña diosa Marifher> murmuré entre dientes, < ¿Qué dijiste diego?>. < Nada mi amor que te ves preciosa>. Le tomé su mano y la llevé al espejo.
– Te voy a quitar el pañuelo Marifher. Cierra tus ojos yo te digo cuando los abras
Peiné sus cabellos con mis dedos y le descubrí sus ojos cerrados. Le dije que los abriera despacio. Lo hizo, parpadeó un par de veces y se miró en el espejo. Su reacción fue espontánea, sus ojos miraban su figura reflejada en el espejo. < ¿Esta soy yo ?> dijo sorprendida. < Si mi amor. Claro que eres tu>. Se miraba de varios ángulos: de perfil, levantaba sus nalguitas, se recogía el cabello; estaba descubriendo su potencial femenino, dándose cuenta de las armas seductoras con las que había nacido. Caminó hacia mí con su andar cadencioso, sus brazos me rodearon y nos besamos con pasión, nuestras bocas se devoraban una a la otra, me mordía suavemente y su lengua se remolinaba en mi paladar. Con determinación me empujó y quedé recostado completamente: sabía sus deliciosas intenciones. Me desabotonó el bóxer casi con furia, sacó mi verga dura y caliente y comenzó a lamerla y a engullirla con euforia. Yo me retorcía de placer, sentía sus labios carnosos y sus dientes finísimos saciándose con mi masculinidad. Estuve a punto de alcanzar el orgasmo, pero me detuve. La jalé hacia mí y la puse boca arriba y le quité únicamente el calzoncito; era mi turno. < Chúpame Diego así como siempre lo haces> me decía jadeando. Me esmeré en darle la mejor mamada. Mi lengua surcaba sus labios vaginales y mi dedo índice hacía círculos pequeños en su coñito de doncella. Ella gemía con soltura y levantaba su vientre. Un orgasmo intenso le sacudió el cuerpo. Unas gotas pequeñas y calientes escurrían de su rajita. Me disponía a acomodarla para masturbarme entre sus muslos, cuando me dijo: < quiero que me hagas el amor completamente Diego como la pareja de la película. Méteme tu pene aunque sea un poco>. Yo no podía creer la magnitud de sus palabras, estaba dispuesta a entregarme a mí su virginidad. < Princesa. No quiero lastimarte te deseo tanto > su manita tocaba mi falo. Su mirada azulada esperaba con impaciencia mi respuesta. Decidí hacerlo. Suavemente al primer signo de dolor me detendría. Nos acomodamos de costado, viéndonos de frente, aunque su cabecita me llegaba a la altura del pecho. Le abrí sus piernas en compás y acerqué mi miembro a su capullito rosado. Me puse saliva en mi glande y empecé a juguetear en su pubis. Ella volvía a gemir con ímpetu. Me dispuse a penetrarla mi mente se enmarañaba en remordimientos, preocupaciones pero estos sentimientos se opacaban con la excitación de ambos. Lo hice lentamente: su pequeño orificio se dilataba con cada movimiento y ella se mordía los labios. < Cuando te duela me dices Marifher >. Luego de varios intentos gráciles, mi glande entró en su agujerito húmedo. Cuando intenté más, noté que Marifher hacía esfuerzos por disimular el dolor, sus uñas se clavaban en mis brazos. Le dejé la cabeza de mi pene dentro de su conchita y con mi mano derecha comencé a masturbarme. Ella empujaba su caderita tenazmente; poco a poco mi pene atravesó por completo su hoyito carnoso, en un mete y saca lento y erótico. Sus paredes vaginales por fin se dilataron, facilitando el coito; los dos gemíamos como gatos en celo, me llegó un orgasmo intenso y placentero mi semen caliente le bañaba su útero y su himen recién estrenado; en las sábanas miré los rastros de nuestra batalla amorosa, gotas de esperma y sangre. No sé si Marifher disfrutó plenamente su primera vez, no se lo pregunté por que tuve miedo de su respuesta, lo más seguro es que no. Yo sé que lo hizo por amor.
También se que su inocencia ha desaparecido; tal vez no totalmente. Pero se ha roto el ligero cascarón y ha surgido una bellísima ave nocturna diseñada para el placer y el amor. Destinada a hacerme feliz por el resto de mis días .
Fin del capitulo 7
Hermoso puro erotismo y amor.