Marion
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Valmont2018.
Relato secuela de Cindy, escrito por alguien llamado Francisco y que encontré en internet.
Disfrútenlo.
MARION
Por Francisco
Estaba en una sucia taberna de barrio tomando cerveza, solo, dejando vagar la mente, distraído pero algo expectante en espera de Ramón que me había citado en ese lugar.
¿Todavía recordando a Cindy…?”, la voz me sobresaltó.
Sonriente, Ramón se sentó y luego de pedir también cerveza soltó: ¿A poco no te fue de maravilla con Cindy? (para los que no pasaron por ahí, ver el relato titulado Cindy).
Hacía dos días que había estado en esa casa que me había sugerido y donde había pasado momentos de intenso placer.
Realmente maravilloso, dije, y agregué que estaba considerando seriamente la perspectiva de volver por ese lugar.
“Si quieres experimentar algo diferente, pero que seguro te va a gustar,” –me dijo en tono de complicidad–, “vuelve al mismo sitio pero pregunta por Marion, ya después me platicarás que te pareció.
”
Más confiado que la primera vez, llegué a esa casa y subí al departamento que ya me empezaba a resultar familiar, toqué y salió la misma mujer de la vez pasada.
“¿Está Marion?” Pregunté.
Y ella sin decir nada sólo me franqueó el paso.
Me senté en el mismo sillón de la vez pasada y antes de dar tiempo a hablar entró Cindy que al verme se alegró y coqueta, cantarina, vino y se sentó en mi pierna derecha, me pasó su bracito izquierdo por mis hombros y me dio un tierno beso en los labios.
“¿Viniste a verme otra vez?” Preguntó pero antes de que pudiera responder, la voz seca, impersonal, de la mujer señaló: “Viene por Marion”.
Cindy, sin carga de reproche en su voz sólo dijo “Es mi hermanita y está más bonita que yo”.
Antes de que pudiera responder una tierna vocecita saludó y al dirigir mi mirada hacia donde provenía quedé alelado.
Era una liadísima niña que apenas había rebasado los seis años pero de una perfección corporal increíble.
Un poco más blanca que Cindy de cara con un ovalo perfecto, grandísimos ojos grises, labios gruesos y sumamente sensuales coloreados naturalmente por un fuerte tono carmesí.
Vestía un ligero vestido de verano amarillo que dejaba sus brazos al descubierto que se advertían firmes, redondos, voluptuosos, su cuello era grácil y largo y en su mirada había inocencia y coquetería.
Por abajo se veían dos piernas blancas con un cierto tono dorado por el sol, también rellenas que permitían suponer dos muslos sólidos y bien torneados.
A pesar de su edad, su cuerpo era el de una pequeñita mujer que sin duda se transformaría en una delicada belleza con el tiempo.
Toda ella era la encarnación de tierna lujuria.
Su pelo le daba a media espalda y lo llevaba suelto sólo atado por atrás con una cinta verde limón.
La mujer con esa voz sin matices ordenó: “Vete a la habitación y espera”.
Y sin transición le dijo a Cindy, quien la celestial aparición había hecho que se me olvidara de sobre mi pierna izquierda, “Tú vete a hacer tus deberes”.
Nos quedamos solos y la mujer me advirtió: “Con Marion no puede ir muy lejos, no tiene edad para contener a un hombre, pero si sabe cómo, le aseguro que se va a entretener.
Debe comprometerse a no hacer lo que no se puede, y si está de acuerdo es el mismo precio y también dos horas”.
Sin decir nada, con mi pensamiento puesto en la habitación que ya conocía y relamiéndome por anticipado por lo que me esperaba, pagué sin chistar y me dirigí a la habitación que ya conocía.
Entré y ahí estaba Marion, de pie y un poquillo nerviosa, me acerqué a ella y me di cuenta de que su altura apenas iba algo más arriba de mi cintura.
Me senté en la cama, la tomé por una manita y la ubiqué frente a mí.
Eres hermosísima, dije con sinceridad y ella respondió con una risilla cohibida.
Tomé su linda carita con mis dos manos y la acerqué para darle un beso ligero en sus labios.
Ella se dejó hacer pero sin corresponder.
Comprendí que para ella yo sólo era un perfecto desconocido y no podía pretender que me respondiera con pasión ni nada por el estilo, así que suavemente la fui besando para hacerle espacio a que se acostumbrara a mis caricias.
Tampoco me hacía ilusiones, sabía muy bien que esa pequeñita ya había estado con algún otro pero no me detuve en esa idea pues no quería que celos retrospectivos absurdos enturbiaran mi momento.
No tuve que esperar mucho y en cuanto Marion rodeó mi cuello con sus bracitos, supe que el hielo estaba roto.
Intensifiqué mis besos y pronto ya nos estábamos besando con verdadera lujuria, al menos, verdadera desde mi punto de vista.
La besé con pasión desinhibida, empecé a lamer esa tierna carita, el lóbulo de sus orejas, sus ojos, su frente, de vuelta a su boquita, su cuello, mientras mis manos comprobaban lo que ya había anticipado, que debajo de ese ligero vestido había un cuerpecito firme y bien formado, algo que sin dificultad constaté al deslizar mis manos por su tierna espaldita y bajarlas hasta la rotundez de sus nalguitas, y luego las bajé más hasta tocar la piel de sus piernas para subirlas por abajo del vestido y por sobre sus firmes muslos.
Las llevé por la cara interna y subí hasta llegar a su entrepierna y solazarme en sus nalguitas y vulvita todavía sobre el calzón, y mientras esto hacia la seguí besando con verdadera lujuria.
“Mi amorcito”, le dije, “¿Porqué no te desnudas?”.
Y ella, con la cara roja por la intensidad de las primeras caricias, aventó sus sandalias, se subió a la cama y con su mirada plena de picardía y fija en mis ojos pero con movimientos de vaivén algo torpes que querían simular un desabillé empezó a quitarse su vestidito amarillo y lo botó fuera.
Luego, con el mismo juego de mujer fatal que seguramente alguien le había enseñado, metió los dedos en su calzón y lo empezó a bajar, y una vez fuera esa prenda hizo algo que me enardeció aún más: se dio la vuelta para darme la espalda, inclinó su cuerpo mostrándome su tierno, perfecto, hermoso y singular culito y lo movió hacia los lados exhibiéndolo, luego volteó a verme y soltó una risita sumamente sexy con desfachatez.
Tan rápido como me lo permitía mi urgencia me desnudé a mi vez y subí a la cama con ella.
La abracé con ardor y la magree por todas partes.
Mis manos parecían tener vida propia, corrían por toda la superficie de su pequeña humanidad, gozaba sus muslos, su culito, su espalda, sus brazos y con un dedo inicié un suave recorrido por su pequeña y tierna vulva donde no había ni la más ligera sombra de vello alguno ni signos de que pronto habría, pero al hacer algo de presión en su cosita y meter un poco más allá mi dedo comprobé algo que me maravilló: ¡Estaba húmeda!
Yo estaba acostado sobre mi lado derecho y Marion a mi lado bien pegada a mí.
Un poco para ver qué pasaba y otro poco para constatar hasta donde podríamos ir, puse mi mano izquierda sobre la cabeza de la niña e hice un poco de presión hacia abajo.
Ella no se resistió y sin más demanda bajo su torso hasta llegar a mi verga que estaba más firme que un poste, la tomó con sus manitas y la empezó a acariciar suavemente y en seguida la cubrió con su hermosa boquita.
¡Cielos!, nada más sentir esa calidez, la saliva con que la bañaba y las succiones que empezó a dar casi me corro pero me controlé y me dispuse a gozar.
No quise cerrar los ojos y abandonarme a la caricia, quería grabar en mi corazón la imagen de esa liadísima nenita con mi verga en su boquita y contemplé extasiado el espectáculo del que yo y ella éramos protagonistas.
Después de unos minutos de estar chupando, la subí hasta la altura de mi cara y la besé con enorme pasión bien correspondido por sus gruesos labios.
El sabor de mi pene transmitido por su boquita me supo delicioso.
Quise corresponder y empecé a bajar por su pequeño cuerpecito, gocé su cuello, me detuve en sus pezones planos, luego en su estómago dónde hice algo que la hizo soltar una risa de complicidad y alegría: sobre su ombligo soplé aire para hacer ese ruido que semeja un pedo y seguí camino abajo hasta llegar directamente a su tierna rajita.
Ella abrió bien sus piernitas esperando la caricia que ya sabía que vendría y yo comí la ambrosia que los dioses comparten con los mortales a los que les profesan cariño.
Sus juguitos me supieron a maravilla, lamí y lamí en tanto que Marion se retorcía, tomaba mi cabeza y la presionaba más contra su cavidad.
Me separé, le di la vuelta y acaricié sus perfectas nalguitas, las abrí para conocer el espectáculo de ese hermoso asterisco que me prometí llegaría a ser mío en algún momento de la vida y mientras eso hacía Marion volvió a sorprenderme pues subió su culito para hacer más fácil y cómoda la maniobra.
Metí la lengua cuanto pude en su agujerito posterior, besé sus nalguitas, les di unos suaves mordisqueos y luego con mis manos la alcé un poco más hasta hacer que sus rodillas la sostuvieran y su cabecita quedará sobre la cama, me coloqué detrás, arrodillado y apunté mi fierro a su hoyito posterior, pero al sentir la cabeza de mi verga que tocaba a esa puertecita para entrar,
Marion me susurró: “No me lo vayas a meter que todavía estoy pequeña y no cabe, pero si quieres puedes meter un poco tu dedito pero ponte crema”.
No lo hice pero la volvía recostar sobre su viente con una almohada bajo su panza para que sus nalguitas quedaran alzadas, acomodé mi verga en el surco de su culito e inicié una lenta y deliciosa masturbación contra su cola, sintiéndo cómo su perfecto trasero quedaba pegado en mi pubis; ella correspondió a la maniobra y se movía con suave lubricidad.
Después intentamos un 69 aunque no se pudo completar porque ella era tan pequeña que no nos alcanzábamos mutuamente, así que le pedí que me la volviera a chupar y una vez que estaba al borde de la eyaculación la separé para colocarme de otro modo.
Me acosté de espaldas y monté a Marion sobre mis piernas a la altura de mi pubis, acomodé mi verga acostada hacia arriba, apuntando a mi ombligo (no, no presumo, no llega hasta ahí, pero en esa dirección) y en seguida hice que Marion se montara sobre ella de modo que sus pequeños labios vaginales la abrazaran como si se tratara de un lascivo hotdog.
La niña comprendiendo bien mi intención se asió firme de mi costillar e inició un delicioso vaivén a lo largo de mi enhiesto mástil y así fui dejando que la pasión se desbordara.
Veía la hermosa cara de deleite de Marion transfigurada por la excitación, su frente perlada de sudor, quien con esa imagen me gritaba que también gozaba al rozar su pequeño clítoris contra mi pene y fui dejando que la satisfacción llegara a mí acompasada por los suaves gemidos que salían de su garganta y eran el incontestable heraldo que anunciaba que ella también participaba del disfrute carnal.
Un inmenso placer fue subiendo desde lo profundo de mis testículos, sentí que me electrizaba, me tensé, y con esa maravilla de nenita que tenía montada sobre mí y se deslizaba suave pero firmemente dejé que una potente corrida saliera por mi verga y los chorros nos bañaron a los dos.
Ella se desplomó sobre mi abdomen y yo la abracé con enorme ternura y luego la besé con mucho, mucho agradecimiento por lo que me había regalado esa inolvidable tarde.
FIN
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!