Maripher y las delicias de la inocencia (6)
No es creación mia, sino que es un relato escrito por mike80 que fue borrado durante la purga de Todorelatos.com.
Marifher y las delicias de la inocencia (6)
… escuché que mi teléfono timbraba, pero no le di importancia. Marifher y yo enjuagábamos nuestros cuerpos desnudos. Cerré la regadera, tomé una toalla y con ella sequé cada centímetro de esa piel tersa y perfecta; de su cabello húmedo escurrían gotas de agua que se deslizaban por su espalda lentamente, como saboreando su piel.
Salimos del cuarto de baño y nos encaminamos desnudos a mi habitación. Me recosté en la cama y miré extasiado a Marifher gateando en el colchón hacia mí. Tuve la visión de una gatita tierna que se acurrucaba a mi lado ronroneando. Después de estar en el agua, la piel del ser humano adquiere una consistencia suave y fresca; la piel de Marifher me brindaba ahora esa sensación maravillosa.
– Diego - me dijo melosamente- Quiero ver la película otra vez. Anda, ¿si? Es que me gustó mucho.
– Claro muñeca. Lo que tú quieras- le dije.
Recordé que había dejado el documental en la sala. Fui por él. En ese momento mi curiosidad me llevó a revisar mi teléfono: la llamada perdida era de doña Constanza; le marqué, timbró un par de veces y me contestó. < Hola doña Constanza, ¿cómo está? Discúlpeme pero hace rato no alcancé a contestarle> < No se preocupe Diego. Le llamé para saber cómo están Marifher y usted> < Bien doña Constanza, los dos estamos bien. Ella está aquí conmigo. ¿Quiere que se la comunique?> < Si Diego gracias, pero antes debo pedirle otro grandísimo favor. Mire, la exposición ha tenido más éxito de lo que esperaba. La directora de arte me ha pedido que me quede unos días más, se han portado maravillosamente conmigo y no puedo negarme. Mi llegada se retrasaría hasta el sábado; llamé a la niñera pero no me contesta. Tal vez le estoy causando muchas molestias Diego, pero me haría usted el favor de hacerse cargo de Marifher por estos días, es que no puedo confiar en alguien más >. Saboree esas últimas palabras. < Pero claro doña Constanza. Yo la cuidaré. Y le repito que no es ninguna molestia>. Marifher, que seguramente había escuchado la conversación, llegó a mi lado. Le pasé el teléfono. < Tía Constanza, ¿cómo estás? Te extraño mucho si me he portado bien y ¿sabes? Creo que sacaré una nota alta en mi examen si tía me portaré bien. No se te olvide traerme algo de Monterrey>. Colgó. Mi excitación, mi felicidad y mi imaginación se entrelazaban en un dulce deleite. Marifher me miraba con sus ojos de cielo y me sonreía: era mi cómplice.
Tomé el documental, cargué entre mis brazos a mi princesita rubia y me encerré con ella en mi habitación. De nuevo nuestros ojos miraban a la pantalla que reflejaba cuerpos desnudos, imágenes eróticas, sexualidad. Marifher tomó mi mano y la llevó a su entrepierna. Las yemas de mis dedos rozaban su sexo lentamente. Le acariciaba su monte de Venus, lampiño y delicioso al tacto. Su respiración se aceleraba y sin dejar de ver la pantalla comenzó a acariciar mi verga, que lentamente dejaba ese estado de flacidez para erguirse extasiada por las caricias sutiles de esos deditos blancos y flexibles. Empezó a gemir con sus labiecitos cerrados. Respiraba profundamente y arqueaba su espaldita. Su cadera ondulaba, subía y bajaba. Mi erección era plena y mi glande se hinchaba por el placer. Mi dedo índice se hundía exquisitamente en la entrada de su hoyito virginal. La besaba en los labios y ella me correspondía furtivamente. Me senté en la cama y abrí mis piernas lo más que pude. La tomé por la cinturita y la senté en mi pelvis, dándome la espalda. Le cerré sus muslitos de seda y mi falo quedó de nuevo atrapado entre esas dos columnas torneadas de mármol. Puse mis dos manos en su cintura y comencé a levantarla y a bajarla suavemente, mientras yo realizaba movimientos de cadera. Marifher se retorcía y movía su cadera también. < Ah ah Diego. Que bien se siente ah > decía agitadamente. Yo le besaba el cuello y le mordía suavemente sus oídos, sus pequeños hombros. Su pelo me acariciaba el pecho y acrecentaba mis sensaciones. Nuestros movimientos eran más rápidos. Nos unimos en un mismo ritmo salvaje. La cabecera de la cama chocaba con la pared. Los resortes del colchón rechinaban y formaban una melodía erótica con nuestros gemidos. De nuevo sus piernitas se tensaban y apretaban mi pene. Un líquido algo viscoso y caliente, que provenía de su rajita me bañaba los testículos. Ella apoyaba sus manitas en mis muslos y de pronto sentí cómo me encajaba sus uñas, su cabecita echada hacia atrás, su espalda baja curveada. De sus labios se escapaba un gemido largo y agudo: otro orgasmo. Yo le seguí casi inmediatamente. Mi semen caliente brotaba y escurría todo mi miembro, hasta llegar a sus muslitos. A su entrepierna. Que delicia placentera.
Nos recostamos de nuevo y nos abrazamos. Nos miramos sin decir palabra alguna. Yo contemplaba ese rostro perfecto. Esos felinos ojos azules. Mi mente se deleitaba con la idea de tener a esa barbie a mi cuidado por otros días más.
El reloj marcaba las 3:15 p.m.
– Marifher. Que te parece si vamos al cine y luego a cenar- le dije
– Si. Me gustaría ir al cine Diego- me dijo entusiasmada- voy a vestirme para ir al 34 y cambiarme de ropa.
– Está bien mi amor. Espérame un momento. Me visto y te acompaño- le contesté.
En poco menos de una hora estábamos listos. Ella se puso un short ajustado muy sexy de mezclilla que acentuaba sus caderas y hacía lucir su delgada cinturita; una blusita negra con estampados de mariposas doradas. Sus bellos y blanquísimos pies, lucían un par de huarachitos azules. Su cabellera blonda relucía lacia; como delgados hilos de oro. Tomó una chamarrita de mezclilla, por si hacía frío más tarde.
Llegamos al cinema del centro comercial. Había poca gente, era lunes. Cuando escogimos una de las películas en cartelera, obviamente una permitida para la edad de Marifher, nos dimos cuenta de que la función ya había comenzado y teníamos que esperarnos al menos una hora y media, para verla desde el inicio. Compré los boletos y fuimos a caminar para matar el tiempo; compramos dos rebanadas de pizza y dos gaseosas de sabor naranja y comimos sentados en una banca; algunas personas pasaban frente a nosotros y yo me daba cuenta de que se maravillaban con la belleza de esa chiquilla rubia; terminamos de comer y decidimos caminar de nuevo. Pasamos por una tienda de ropa muy exclusiva y me llamó la atención un par de camisas expuestas en el aparador. Le dije a Marifher y entramos. Después de probármelas decidí comprarlas. La niña me esperaba viendo el televisor en una pequeña sala instalada justo en medio de la tienda. Cuando estaba pagándolas, miré hacia mi izquierda; mis ojos se toparon con el departamento de lencería. Mi cerebro impulsó mi imaginación erótica. La encargada dobló el par de camisas, las puso en una bolsa de papel pardo y me las entregó. Me dirigí a donde estaba Marifher, le di la bolsa y le dije que me esperara un momento, que no se moviera de ahí. < Si Diego, aquí te espero>. Caminé disimuladamente y me escurrí en el departamento de lencería fina. Rápidamente se me acercó una joven esbelta y muy bella. Amablemente me preguntó < ¿Le puedo ayudar en algo?> < sabe eh quisiera comprar algunas prendas para mi novia. Nos vamos a ver esta noche y quiero que sea una sorpresa. Usted podría ayudarme ¿no?> < por supuesto, no se sienta nervioso. Muchos hombres vienen a comprar lencería para su pareja ¿qué talla es su novia? De mi boca surgió una palabra pausada y melodiosa: < pequeña>, con mis manos le describí la anatomía de mi mujercita rubia, es realmente sorprendente; hay lencería para todo tamaño de mujer. La empleada me mostró un catálogo lleno de ligueros, medias, corpiños satinados de seda.
Me decidí por dos conjuntos muy sensuales: un babydoll en color negro transparente, con un calzoncito de encaje, medias y ligueros del mismo color. El otro era del mismo diseño, pero en color blanco. Mi mente se deleitaba imaginando a Marifher luciendo las magníficas prendas. Las pagué. Fui con Marifher, la tomé de la mano y salimos de la tienda rumbo al estacionamiento, sólo para dejar lo que había comprado; no le dije nada a Marifher sobre la lencería. Regresamos al centro comercial y continuamos vagando y curioseando. Esperando que llegara la hora para ver la película.
Fin del capitulo 6
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!