Más que intercambio, hicimos el amor y usamos a nuestros maridos
Ya había fantaseado con mi marido el intercambio con Pedro y Dalita desde hace más de dos años, nos ponía calientes. También, gracias a esas fantasías, mi esposo aprendió a chuparme la panocha. Hace unos días hicimos realidad el intercambio..
En realidad, dos semanas antes, Dalita y yo decidimos hacer el intercambio. Pero no salió como quisimos (ver “La borrachera” y “La resaca”) y terminamos cogiéndolos sin que ellos se enteraran, aunque ¡salió mejor! Porque descubrimos nuestro amor lésbico (Ver “MiércoLES”). Así que, previo acuerdo con nuestros consortes, nos reunimos para hacer un intercambio.
Los convencimos fácilmente pues ambos ya habían fantaseado en cogerse a la esposa del otro, motivados por nosotras cuando les preguntábamos “cómo te la cogerías”, y ellos, de bulto, nos demostraban cómo le harían a la otra hasta que se derramaban en nuestra vagina. ¡Sí que nos tenían ganas! Por ello, un día, los esperamos para darles de comer y, antes de que llegaran de trabajar, nos vestimos muy putillonas: con falda corta y blusas adecuadas, sin ropa interior. Además de asombrarse, los calentamos, una al esposo de la otra, con flashasos de chiches y caricias en nuestras pepas, metiéndoles su mano bajo nuestra falda. Querían cogernos ahí mismo, a mitad de la comida, pero les aclaramos que nosotras sí queríamos, pero tendría que ser otro día, un sábado. A regañadientes tuvieron que aceptar.
Y ese día llegó… Sería en mi casa, adonde Pedro y su esposa llegarían invitados a comer, y a coger… Dalita y yo nos repartimos las tareas del menú. Por mi parte, desde la mañana anterior, saqué del congelador, para pasarlos al refrigerador, los cortes de carne (dos «Prime Rib» y dos «Rib Eye»), los cuales mi amante Bernabé había aportado secretamente como un agradecimiento a los cuernos de Ramón, mi marido.
El viernes en la noche, después de sazonar con sal de mar y pimienta, los dejé reposar. Nos acostamos tarde para no coger exageradamente, como es nuestra sana costumbre los fines de semana, y para que mi marido tuviese las bolas llenas, salvo lo de mi biberón matutino al que estoy habituada. Desayunamos, fuimos a comprar unas botellas de licor, y otras de vino (blanco, rosado y tinto).
La cita era para las una de la tarde y en ese momento comenzaría yo el ritual del horno para que a las tres de la tarde iniciáramos sirviendo el vino rosado con una deliciosa crema de jaiba. Antes, nuestros maridos ya habían consumido un coctel de ostiones que ellos prepararon, “Para estar en forma”, dijeron. Mientras degustaban la crema dijo Ramón “¡Sabe tan rica como la panocha de mi mujer!”, a lo que Pedro contestó “Ya lo veré…”, llegó el momento culminante para mí, a ver si mis cálculos de tiempo y medidas de temperatura resultaron correctos. Dalita había preparado la guarnición y la crema de rábano, yo puse en un recipiente pequeño el jugo que soltó la carne con una cucharita.
Vino tinto y los cortes, los cuales fueron devorados casi en silencio. Por lo que veo sí les gustó, dije poniéndome de pie para traer una copa de agua. “¡Qué rica está esta carne, Mar!”, me dijo Pedro y yo de inmediato detuve mi paso, me acerqué a él por detrás, levantándome la blusa; “Al rato probarás una más rica todavía”, le contesté untándole mi pecho en su nuca, sosteniendo su cabeza, pues yo no traía sostén. Lo solté y continué mi viaje mientras Dalita y Ramón se carcajeaban por el gesto de sorpresa que lo tenía paralizado (también muy parado del pene).
Terminamos de comer y nos fuimos a la sala. Ellos tomaban coñac y nosotras café.
–La condición para que cojan con nosotras es que no se emborrachen –les advirtió Dalita, retirando la botella de coñac.
–Es sólo mientras reposamos la comida –replicó mi marido.
–Aún tienes esa copa –contestó Dalita y, con un movimiento de prestidigitador, se quitó el brasier, dejándose el vestido puesto. Un vestido azul eléctrico, sumamente brillante, entallado y sin tirantes–. ¿Quieres bailar conmigo? –le dijo mostrando el sostén.
Ramón había puesto una música de boleros y, dejando la copa de lado, movió afirmativamente la cabeza para asentir, poniéndose de pie. “Yo también prefiero bailar que tomar”, me dijo Pedro abrazándome. El baile estuvo cachondísimo: besos de lengua y manoseos por todas partes. Ramón me tomó de una nalga, y, metiendo la otra mano bajo mi blusa me abrazó acariciándome la espalda. Yo no sabía qué me calentaba más: sus besos, sus caricias o su trancota tan crecida que sentía en mi pubis. El caso es que, al ver que Dalita desabotonaba la camisa de mi marido, entretenido en besar los hombros y la parte superior de las chichotas de mi amiga, me puse a hacer lo mismo con su marido, siguió la camiseta…
A la siguiente pieza del baile, mi marido le bajó el cierre del vestido a Dalita, el cual ella no se había subido por completo cuando se quitó el brasier, y el vestido cayó al piso, quedando sólo en tanga y con sus zapatos de tacón (¡linda imagen de encueratriz de cabaret!). Ella lo retiró con un movimiento rápido de pie y sus nalgas se bambolearon tan hermoso que me mojé.
Me quité la blusa. Ahora sí se justificaba un baile pegadito, frotando pecho con pecho. Pedro, al mirar cómo acariciaba mi marido las nalgas de su esposa, se le antojó hacer lo mismo. “¿Cómo se afloja el cierre de esta falda?, dijo al forcejear con el broche. “Si me mamas las chiches, me la quito…”, le respondí ofreciéndole el pecho. Se prendió a dos manos, una en cada teta, y me mamó tan rico que me encueré totalmente, sin zapatos quedé. Pedro se hincó y tomándome de las nalgas, se puso a chupar mi panocha…. “Verdad que ésta carne es más rica que la que comimos?”, pregunté. Él siguió con su bocado en la boca y sólo dijo “Sí, más rica”.
Para entonces, Dalita era la que le mamaba la verga a Ramón, mientras le desabrochaba el cinturón del pantalón. En poco tiempo todos estábamos desnudos. Dalita se acercó a su marido y, ella aún babeante con leche en las comisuras de los labios, lo tomó del pene para acercarlo más y plantarle un beso blanco que disfrutó Pedro. En eso estaban y ella se colgó de Pedro asiéndole la cintura del marido con las piernas, quien le enterró toda la gran lanza de un golpe, al cargarla de las nalgas.
Mi marido y yo veíamos embelesados, aunque Ramón un poco sorprendido pues sabía que Dalita le dio a su marido un beso con la leche que ella le había sacado al mío. Dalita se movió un poco y, al sentir que se vendría pronto su marido, se bajó y me tomó de la mano e hizo que me pusiera a mamársela a su marido quien se vino casi de inmediato, dando un suave alarido. Dalita me dijo al oído “Dásela a tu marido, le va a gustar” y me retiró para exprimírsela ella a Pedro con la boca. Por mi parte, fui con Ramón e hice lo que había visto hacer a Dalita… Ramón se vino en mí cargándome y saboreando el beso con lefa. “!Puta…!” me dijo al tomar aire y siguió besándome recorriendo el interior de mi boca con su lengua. ¡De verdad me sentí muy amada por mi esposo!
Descansamos en sofá, sobre el regazo de nuestros consortes, con la verga dentro, aunque ya flácida…
–¿Todavía traes sabor a leche? –me preguntó Dalita y yo hice un movimiento afirmativo con la cabeza–. Dame –dijo acercando su cara y yo la besé. Nos abrazamos y nos magreamos las tetas aún revoloteando en las vergas que pronto crecieron.
Me puse de pie, serví dos copas de vino blanco, le di una a Dalita y a los machos les regresé sus respectivas copas de coñac. “Quiero brindar por ustedes tres: por mi marido a quien amo y ordeño diario con amor y por ustedes que nos han abierto otras opciones para refrendar lo que siento”, expresé callando que me sentía muy puta.
–Yo también quiero brindar –dijo Dalita–. Brindo por la sabrosísima leche de nuestros maridos, por sus ganas de poseernos y por la belleza de Mar, a quien también amo, ¡Salud! –dijo dejando al descubierto lo nuestro.
–¡Salud por las tortilleras tan ricas! –gritó Pablo.
–¡Salud por estas hermosas mujeres tan buenotas! –dijo mi marido acariciándome las nalgas.
Tomamos hasta ver el fondo de nuestras copas. Los invité a pasar a la recámara para estar más cómodos. Allí, yo puse hincado en una esquina a Pedro y levanté una pierna sobre su hombro y la otra rodilla sobre la cama. “¡Cógeme, papacito!” le supliqué.
Mi marido miraba cómo me perforaba metiendo con suavidad toda la largura, hasta que topaban los huevotes de Pedro en mi panocha, luego él veía encandilado cómo su amigo me la retiraba para volverla a meter más rápido cada vez, quedándole a mi marido muy tiesa la verga al verme tan arrecha. Dalita se apresuró a mamársela obligando a Ramón a agacharse pues ella se puso boca arriba y la verga de mi esposo estaba apuntando horizontalmente; Dalita extendió sus piernas hacia mí, dejando su panocha abierta y jugosa al alcance de mi boca y… ¡No me pude resistir…! Mi lengua navegó en su raja.
Sentí, como un choque eléctrico cuando el calor de un potente chorro de semen que pegó muy arriba, seguramente inundó mi cérvix pues sentí contracciones parecidas a las del parto, y transmití con mi lengua a la panocha de Dalita esa electricidad, le sorbí los enormes labios y el clítoris queriéndolos devorar. Ella se colgó con los labios de los testículos de mi marido, mientras arreciaba el movimiento masturbatorio que le daba a Ramón en el tronco del pene y me apretó la cabeza disfrutando mi lamida. La verga de mi marido soltó un chorro de leche que llegó a mi cara; me limpié la lefa de mi rostro y la puse donde yo chupaba sin control. “¡Putas… aghhh!”, gritó Pedro y soltó otro disparo en el interior de mi vientre. Sentí cómo me escurrían los jugos sobre la pierna en la que descansaba, mientras que bebía los de mi amada que parecía que se estaba meando… Unos segundos más, agotados los cuatro caímos en la cama.
Yo sentía en mi nuca el aire que entraba y salía de la boca de Pedro, su peso sobre mi cuerpo, y cómo se desinflaba rápidamente su vergota en mi vagina. En mi cara, mojada por el chorro de amor que había destilado Dalita, también sentía la respiración de Ramón. Abrí los ojos, nos miramos con una sonrisa de satisfacción. Nos dimos un beso y él se puso a lamer los jugos que mojaban mi rostro; a veces se interrumpía mostrando una sonrisa, porque Dalita seguía saboreando sus huevitos, los dos dentro de la boca…
Dormitamos un poco y escuché “¡Salud por nuestras putas tortilleras!”, “¡Salud por nuestros cuernos!”. ¡Ya se habían traído la botella de coñac y estaban brindando! Me acomodé frente a Dalita, nos abrazamos y nos dimos un beso. Nosotras seguimos durmiendo y ellos siguieron tomando.
No sé cuánto tiempo después, pero despertamos escuchando una discusión de borrachos: “Me gustan sus nalgas. Yo por el culo y tú por la panocha para que la consueles con besos, por si le duele”, decía Pedro. “Pero ponle aceite para que lubricada y no le duela tu pitote”, advirtió mi marido. Hicieron a un lado a Dalita y se acomodaron para ponerme lubricante. Yo, resignada, me dejé hacer. Sentí cómo resbalaba poco a poco el palo de Pedro en mi culo y el de mi marido en la vagina. ¡Sí, grande y grueso! No sentí mucho dolor, Pedro sabe meterlo… A los pocos segundos todo era placer: me cogían sincronizadamente y sentía cómo se acariciaban sus glandes al resbalar en mi interior entre sus respectivos conductos. Por si fuese poco el placer, Dalita me acariciaba y besaba los pies, también soltaba uno que otro besito a las pantorrillas de los machos.
Cuando redoblaron los movimientos empecé a sentir un desmayo de placer y me abandoné. Al volver en mí, los movimientos eran suaves y la verga de Pedro se quedó quieta. Mi esposo besaba mis ojos y Pedro lo hacía en mi nuca.
Descansamos ensartados un buen rato, hasta que Pedro sacó la verga y con esto escurrió el río causado por la anegación del semen en mi recto. Dalita me lamió las nalgas y besó a su marido. Volvimos a dormir, yo abrazada a Ramón, y Pedro y Dalita también durmieron en un abrazo.
“¿Ya descansaron, mis putos? Ahora toca que me hagan sándwich a mí”, exigió Dalita enérgicamente y me desperté. Los machos dieron un sorbo a su copa y la dejaron. “Acuéstate mamacita, yo otra vez por delante, ¡quiero chuparte esas chichotas!”, expresó mi esposo acariciándole vigorosamente el pecho a Dalita. Después de embarrarse aceite en el palo y en el ano de su esposa, Pedro comenzó a meter el falo, con la misma delicadeza con la que me lo metió a mí. Ramón también la penetraba, y lamía los dos pezones, pues los había juntado apretándole las tetas hacia el centro. Me fui hacia abajo de la cama a lamer los dedos de los pies de mi amada. A Dalita se le iba en quejidos ante cada embestida, fuese por delante o por detrás, y se notaba cómo lo gozaba. Las manos y la boca de mi marido le quedaban chicas para el banquete de ubre que se daba, yo tomaba nota para darle gusto a esa dama mía tan linda cuando fuera mi turno. Aumentó la febrilidad de los movimientos, y vino un crescendo en los quejidos de los esposos y los gritos de Dalita que desembocaron en un orgasmo simultáneo. Yo chupé los dedos de Dalita con tanta vehemencia como lo haría con la verga de marido al tener un orgasmo durante la ordeña… ¡Todos nos sentimos felices con el estallido de amor!
Descanso otra vez, llevé las copas de Dalita y mía y las regresé con más vino blanco frío “Pa’l calor”, le dije cuando se la di. Obviamente esto motivo a que los maridos se sirvieran más coñac. Dalita y yo nos dábamos la copa en los labios, y luego, aún con vino en la boca, nos besábamos, intercambiando vino y saliva. Los machos nos veían, se acariciaban el pene (cada quien el suyo, no piensan mal) y tomaban su copa como agua, sirviéndose más. Saqué el dildo de dos puntas del cajón. Bocabajo, cada una mamándosela a su esposo, nos penetramos con el juguetito; ellos nos jalaron de las piernas para que el dildo entrara bien y se pusieron a acariciarnos la cabeza mientras disfrutaban de nuestras lenguas y boca.
Si yo y Dalita ya andábamos mareadas, imaginen cómo estaban ellos ya… Se quedaron dormidos, los ayudamos a que se acostaran bien, les dimos unas últimas mamadas en el pene y en los huevos. A mí me encantan las bolotas de Pedro y a Dalita le gusta jugar con las bolitas de Ramón metiéndoselas juntas en la boca.
Los dejamos dormidos y nos fuimos a la otra recámara para disfrutarnos; primero en un 69, luego en tijeritas, con y sin juguete y así quedamos dormidas. En la mañana, nos fuimos a la habitación principal a tomar el biberón de leche: yo, de la verga del esposo de Dalita, y ella, de la del mío. Ni se despertaron, aún estaban en el viaje que les dio el alcohol. Una vez consumada la ordeña, Dalita y yo nos besamos como posesas, degustando el sabor del semen que habíamos extraído. Luego, en el sofá de la sala, paseamos nuestras lenguas por toda la piel de la otra, dando atención especial al culito y las nalgas.
Nos metimos a bañar, enjabonándonos muy bien, una a la otra, ¡claro! Nos enjuagamos y nos secamos. Nos pusimos un vestido holgado, sin ropa interior. Tomamos una olla y salimos a comprar el menudo. Caminamos moviendo las nalgas para levantar piropos y vergas a nuestro paso. Reíamos de lo que decían los puesteros del mercado y de las malas caras que ponían algunas mujeres. “Aquí hay plátano macho, muy rico para las damas”; “Tengo un par de aguacates en su punto, son una delicia, pruébenlos”; “Me gusta sentir cómo rebotan mis hormonas al ver los melones haciendo lo mismo, cuando pasan apresuradas las clientas bonitas”, y otras cosas más, ninguna vulgar.
–Hoy sí llegaron temprano, hay para escoger: libro, pata, callo, surtido, ¿qué les doy? Ustedes pidan lo que quieran y las surto –dijo el puestero al tomar nuestro recipiente.
–Cuatro órdenes bien surtidas, son para unos briagos que dejamos acostados –respondí.
–Cualquiera desmaya en sus brazos de tanto amor que les han de dar. ¡Pura envidia me causan ellos! Pero con esta pancita se van a reponer y se lo agradecerán… –contestó al servir.
En unas bolsas de plástico puso orégano, cebolla, cilantro y salsa picosa. Nos las entregó, pagamos y al retirarnos, como caminan las putas, lanzó un suspiro tan alto que nos hizo reír. Llegamos a casa y los machos seguían dormidos, así que nosotras nos fuimos a la cama otra vez. Encueradas y abrazadas nos dormimos.
Oí que se prendió el hidroneumático, señal de que alguien se estaba bañando. “Vamos a secarlos”, le dije a Dalita y esperamos un tiempo prudente para ir a la recámara.
–Venimos a secarlos –dijimos al entrar.
–Como anoche ya nos ordeñaron mucho, estamos secos –dijo mi marido quien seguía en la cama.
–No, tú eres muy lechudo, me consta. En la mañana tomé un chorrito de leche de aquí… –dijo Dalita dándole jalones a la verga mientras besaba a mi marido.
–¡¿De veras?! Yo no te sentí. Hazle otra vez… –ordenó Ramón acariciándole las tetas y con la verga bien parada.
–Mi mujer se va a enviciar con tu leche –dijo Pedro, quien salió del baño con la toalla en la mano.
–Sí, es muy rica. Te consta pues Dalita te la dio en un beso y te gustó –le dije, quitándole la toalla de la mano para terminar de secarlo. Yo le besaba las nalgas y las piernas conforme lo secaba y su verga se estiraba bastante–. Ahora estos huevotes tan hermosos que tienes, por lo visto mi marido trabaja más que tú –dije jugando con la idea de la palabra “huevón” que usamos en esta tierra para los flojos y perezosos– los cuales me puse a lamer y tratarme de meter uno en la boca. Luego fui hacia el glande y se lo mamé tan rico que por un poco se cae al cerrar los ojos y soltar su miel.
–Te toca baño, cariño, mientras divertiremos a mi esposo… –le dijo Dalita a mi marido.
Así, desnudos desayunamos entre cariños besos y metidas de mano en la raja. Tomamos un par de cervezas bien heladas y volvimos a irnos a la cama. “En parejas, una en cada recámara”, dije dándole la mano de Dalita a mi marido. Tomé de la verga a Pedro y me fui con él a la recámara de las visitas.
–Quiero cogerte sin que nos distraigan –le dije empujándolo a la cama–. Quiero cabalgar en burro… –dije al subirme en él –¡Dame duro que te voy a reventar los huevos con mis nalgas! –precisé al momento que inicié mi cabalgata.
Me moví y pensé en la cabezota de Diego (el machín que me manda fotos y videos de un pene que se antoja) “creo que sí la soportaría”. En mis nalgas sentía cómo rodaban hacia afuera los huevotes de Pedro y en cada sentón sentía el golpe del glande en mi cérvix. Con cada embate me parecía que se me abría un poco, era un dolor con calambre que me anestesiaba rico. “¡Ricooo!, gritaba yo en cada sentón y orgasmo. Me vine varias veces y seguí cabalgando hasta que sentí un mareo y luego… ¡nada! Caí sobre Pedro, quien me consideró exhausta por tantos orgasmos y me abrazó. Desperté mareada y no quise abrir los ojos, sentía dentro de mi vagina toda la herramienta de Pedro. La mano derecha de Pedro acarició mi espalda y bajó hasta llegar a mis nalgas; la volvió a subir y recorrer el mismo camino una y otra vez. Sentía el palote rígido y que daba un respingo cada vez que sus dedos pasaban por mi culo. Yo le respondí con unos apachurrones de mis músculos vaginales. Abrí los ojos y le sonreí, le di un pico en agradecimiento a no protestar por haberlo usado a mi antojo.
–¿Estuvo rico el paseo sobre el burro? –me dijo dándome una nalgada.
–Sí, gracias. Tu vergota es de burro, la siento muy bien… –contesté apretando las piernas para estrechar sus huevos.
Sonreímos cuando escuchamos los gritos orgásmicos de Dalita, quien gritó “¡Dame más leche, puto! ¡Quiero que me escurra tanto como si me meara! ¡Cógeme más!”.
–No te preocupes, mi viejo aguanta varios palos seguidos, Dalita va a quedar tan satisfecha como yo –dije acariciándole las cejas.
–Bueno, tú ya me cogiste, ahora me toca a mí. Dijo haciéndome rodar hacia la cama y me puso boca abajo.
Su pene seguía erguido y brillaba por el flujo con que lo bañé. Me abrió las piernas. Metió los dedos en mi raja inundada mientras me lamía las nalgas haciendo énfasis con su ápice en mi culo, que poco a poco se fue abriendo. Metió un dedo lleno de mi baba, lo sacó y repitió otras dos veces antes de meter dos, luego tres. Yo sentía delicioso y esperaba ansiosa, aunque temerosa al ver su enorme verga en el espejo. Me colocó una almohada bajo la pelvis y comenzó el ritual que tiene muy estudiado para no hacer daño a su mujer.
–¡Tienes unas nalgas hermosas! –dijo abriéndomelas para que no estorbaran en el tránsito de su pene.
Sentí cómo entraba suave y poco a poco. Dos veces se detuvo, lo retrajo un par de centímetros y avanzó más hondo en cada ocasión. Yo estaba maravillada por la maestría y paciencia con la que me enculaba. Por fin sentí los huevos en mis labios exteriores e inició el vaivén. Primero lento, luego más rápido, con mayor amplitud en el recorrido hasta que sólo se escuchaba el “clap clap” de sus embestidas fúricas. “¡Toma puta nalgona, trágatela toda!” y yo me la tragaba entre quejidos de placer… “¡Qué aguante!”, pensaba yo por tanto tiempo que me estuvo bombeando, hasta que sentí más grosor y luego la lava en mi intestino que hizo subir la magnitud de mi orgasmo hasta hacerlo anidar en mi conciencia, ¡nunca había tenido una enculada tan sabrosa!. “¡Qué rica estás Mar!” dijo antes de caer sobre mi espalda. Durante dos minutos estuve empalada, sintiendo el aliento de Pedro en mi nuca y la opresión de sus 70 kilos de peso en mi espalda. A punto de quedar sofocada, me moví y Pedro me abrazó para quedar de cucharita en la cama. Dormitamos hasta que su pene quedó fuera de mí. Aproveché para irme al baño a hacer mis necesidades, que se volvieron urgentes cuando dejé de sentir la barra de carne dentro de mi cola.
Al jalar la palanca del retrete, me metí a la regadera, que había abierto cuando entré y me lavé de las nalgas hacia abajo. Tomé una toalla chica para secarme, quedó húmeda. Mojé una toalla facial y armada de estos dos paños, fui a limpiarle el falo y los huevos a Pedro. Regresé al baño a dejar los trapos y regresé a hacerle cariños al escroto y jugar con sus bolas, metiéndoselas en las ingles y esperar a ver cómo descienden. Le metí ambos testículos en las ingles y me metí todo el escroto en la boca, tomé el pellejo entre mis dedos y besé la parte de las ingles donde se apreciaba el refugio de los huevos, por la bola que se hacía en la piel.
Pedro miraba con curiosidad divertida lo que yo hacía, así que me coloqué en posición de 69 diciéndole “Ten, para que tú también te entretengas”. Se sonrió y de puso a sorber mis labios interiores. Desde la recámara se escuchaba la súplica de Dalita hacia Ramón “Ahora cógeme por el culo, sólo quieres por delante…” y la respuesta de mi marido: “Te la meteré en el culo, pero no dejaré de mamar tus chichotas, puta”. Me imaginé a Ramón poniéndole dos almohadas en la espalda y flexionándole las piernas para encularla de frente. Efectivamente, al rato se escucharon los aplausos, el “clap-clap” causado por los golpes del pubis en las nalgas.
No le salió leche a Pedro, a pesar de mis esfuerzos, pero él si me hizo gemir de placer con sus labios y su lengua. “Sabes muy rico, Mar, a sopa de mariscos”, dijo después de saborear mi río de jugos. “Mi marido dice que así saben las putas, ¿es cierto?”. “No sé, la única puta que había saboreado era Dalita, y ahora tú, más rica”, contestó. “¿Será porque cojo dos o tres veces al día?” Rematé.
Más tarde, Pedro vio el dildo, lo sopesó. “¿Les gusta más que la pescuezona de verdad?”, preguntó. Tomé el dildo, le di a Pedro un beso en la boca y poco a poco fui metiéndole la punta del juguete. “Tú dime…” le dije. Se lo sacó despacio y lo lamió. “También sabe a puta”, contestó con displicencia al sacárselo, como quien se quita un chupón de la boca. “¿Se la chuparías a mi marido cuando la saque después que me haya cogido?”, le pregunté. Se quedó pensando, o quizá imaginándolo, “No sé, tal vez… si sabe tan rico como tú”, contestó y recordé a Ber con Bernabé cuando hice un trío con ellos, con lo cual me contesté que “sí”.
Salimos al comedor para picar algo y ver en la pantalla los chismes políticos que cuentan los yotuberos. Al poco tiempo llegaron los tórtolos de la otra habitación.
–Se tardaron tanto cogiendo que pensamos que tal vez deberíamos irnos al otro nodo que estaba vacío –dije.
–Nos quedamos dormidos y nos despertó el ruido de la televisión –dojo mi marido.
–Tu marido duerme como el mío, con una teta en la boca –precisó Dalita.
–Pues te voy a llamar para que vengas a dormirlo, amiga, sobre todo cuando llega borracho –dije viendo los pezones muy estirados a mi amiga, pero, no sé por qué razón, me acordé de que no había ido a misa–. ¡Chispas, no fui a misa! –exclamé.
–Pues ya ni modo, no te van a estar esperando todo el día para darte el vino en la boca… –dijo Dalita con mala leche, seguro porque le conté de mis escapadas con Amador en algunas mañanas domingueras en lugar de ir a misa.
–¡Qué mala leche! Obvio que no va a estar con el cáliz afuera, a media calle –le contesté para acusar de recibido su sarcasmo.
–No, amiga, tu marido tiene buena leche y muy rica, la da con generosidad y abundancia. ¿Verdad, mi amor que te gustó a ti también? –le dijo Dalita a Pedro, recordándole, como lo hice yo, que él disfrutó el beso blanco.
–¿Sólo hay jamón? –preguntó Ramón apretándome las nalgas.
–No, mi amor, también hay huevos muy ricos… –le dije mostrándole los testículos de Pedro en la palma de mi mano.
–Ya tengo, de gorrión, pero tengo –contestó enseñándome la sección productiva de su herramienta.
Cada una sobre las piernas de su marido nos pusimos a ver las quinielas sobre el Gabinete que formaría la futura Presidenta. Discutimos, desde nuestra ingenuidad e ignorancia políticas, sobre las propuestas de lo que la doctora daría a conocer hasta el jueves siguiente. Cenamos unos frijolitos con chorizo y tortillas de harina. Al terminar nos vestimos después de darnos los últimos abrazos y chupadas de despedida.
En la noche platicamos mi marido y yo sobre lo bien que la habíamos pasado.
–Yo no sabía que eran lesbianas, ¡hasta pareja son! –dijo mi marido como un reclamo suave.
–Ambas lo supimos el miércoles que nos arreglamos para convencerlos del intercambio. La cercanía, el tema, la plática sobre nuestros gustos sexuales, y probar cuáles serían las prendas más provocativas, hicieron que afloraran esos instintos, de los cuales no me arrepiento, te gocé, gocé a Pedro y muy especialmente, gocé a Dalita –dije para concluir con ese tema–. Pobre Dalita, le dejaste las chiches muy adoloridas, las mías no están tan grandes, pero puedes dormir con ellas en la boca, así como a veces me duermo con tu pene de biberón –dije y me puse a mamar.
¡Tantas horas usando a dos machos y una hembra para satisfacer tus ímpetus de puta! La verdad, yo me aventé un maratón de una semana, casi todo el tiempo en la cama, los sillones, una mecedora y una hamaca, con Eduardo en nuestra «luna de miel» (digo así porque así la sentíamos ya que Saúl se había ido de casa pues nos íbamos a divorciar) y teníamos que ponernos pomada en el sexo excoriado de tanto usarlo, pero no se nos quitaban las ganas de seguir haciendo el amor.
Seguramente las tetas de Dalita fueron sumamente usadas por tu marido y por ti y ella quedó adolorida, pero le gustaba ser deseada (así me ha pasado a mí, sobre todo con un romance nuevo). Las chiches, siempre las chiches…
¿Ahora qué seguirá?: Lunes, Bernabé; martes (y algunos domingos) Amador; ¿miércoles Dalita?: y todos los días y noches, ordeña a Ramón. ¡Puta! (es envidia).
Sí, fue maravilloso. Dalita se fue adolorida, pero muy contenta de saber cuánto la deseábamos y se lo mostramos a apretones y mamadas de teta.
Pues no sé si habrá solamente un día para Dalita…
¡Mi amor, qué calentadota me puse leyéndote! ¿Qué ha dicho Dalita respecto a mi presencia cuando sus maridos salgan a trabajar fuera? ¡Quiero verte en modo lesbiana! Bueno, más bien verlas en modo bisexual, auxiliándolas en sus deseos.
Después de ver tus fotos y contarle de tu dedicación, ella está lista para que te recibamos a la primera oportunidad que tengamos. Entre los tres nos la pasaremos muy bien, mi amor.
¡Eres una Venus, amiga, todos queremos contigo! ¡Hasta las mujeres!
Yo también quiero saber cómo amas tú.
Hasta hoy, ninguna se ha quejado. Ponle lugar y fecha…
¡Felicidades! Es delicioso estar empiernados dos días seguidos, bueno, con los intervalos de rigor: cambio de postura, cambio de verga, cambio de pareja, ir al baño, comer, etcétera.
cuando sus maridos salgan de comisión fuera de la ciudad, hasta podrán dormir juntas. Aunque, sabiendo cómo eres de pita, en una de esas salidas al mercado, regresan con alguien que les cargue el mandado y luego les dan la propina con «carné»
Pues tu idea de elegir quién nos cargue el mandado hasta la casa no es mala, hay mucho de donde elegir…
¡Qué rico, leche del biberón de carne!, también la tomaste, por interpósita persona (Dalita), de la pucha; y le diste en un beso a tu marido la de su amigo, además de que, esa misma la tomó de tu panocha.
¡Cómo me gustaría hacerle eso a mi viejo: tomar de su leche, y darle la de otro en un beso con los labios de arriba o con los de abajo. ¡Rico! Pero si yo soy acomplejada, mi marido más. Lo bueno es que tengo amigos y queridos con quienes sí puedo hacer eso y más.
La leche es riquísima, tanto en su envase original, como en recipientes calientes que lo fermenten bien. Anímate a buscar quién pueda acompañarte (mujer) con tu marido.