Matrimonio Abierto C-7
Aunque había escuchado hablar de los clubes de swinguers, nunca me llamaron la atención. Ahora que iba a ir a uno, sólo sentía curiosidad. No es fácil entrar a un club de ésos, tienes que ser invitado por un miembro y con pareja, no se puede ir solo..
Mi esposa estaba nerviosa, iba y venía. No encontraba qué ponerse, buscó la mejor combinación de ropa interior, el mejor vestido y el mejor perfume. Bien depilada, como corresponde. Aunque yo también me depilaba, no era por gusto sino por necesidad. A mi esposa le gustaba, a Mariana y también a Alberto. Por una parte era mejor para todos especialmente cuando hacíamos sexo oral entre los cuatro. Primero en un sentido y luego en el otro.
Finalmente llegamos temprano al departamento de Alberto y Mariana, tanto apuro por escoger ropa para llegar y sacársela de inmediato.
Por suerte para mí, es que Mariana era linda, cariñosa, sabía hacer el amor y me hacía sentir bien. Entre nosotros había una relación tierna y cariñosa, mientras que entre mi esposa y Alberto había una relación apasionada y hasta violenta.
– Te gusta como te da Alberto? – le pregunté un día de sexo salvaje que tuvieron.
– Me encanta – dijo ella.
– Pero te duele, te he visto como te quejas y sufres – le dije extrañado.
– Me gusta que sea así, me gusta que me duela y me haga gozar – me respondió. Claro, no era lo mismo conmigo, se diría que yo no sabía hacer el amor como a ella le gusta. Pero no es éso, a mi no me gusta el amor violento.
Y ahí estaban, en la cama desnudos, Alberto cabalgando a mi esposa que estaba boca abajo en la cama mientras Alberto la montaba por atrás y la cabalgaba a todo galope, mi esposa gemia de dolor en cada estocada, su cuerpo iba y venía por los empujes de Alberto, la cama crujía con cada embate.
Yo, acostado sobre Mariana, metido entre sus piernas, con mi erección en su vagina hasta el útero, ella con sus piernas por mi cintura, no movíamos lenta y acompasadamente, viendo el espectáculo que daba mi esposa. Pero la verdad que eso no nos asustaba, nos gustaba, nos excitaba y aunque imitaba los movimientos de Alberto, los míos eran más suaves, con amor. Creo que éso era lo que le gustaba a Mariana.
Mi esposa tuvo dos orgasmos antes de que Alberto tuviera uno. Con Mariana habíamos tenido el nuestro, habíamos ido al baño y cuando volvimos, ella aún no había tenido el segundo.
Después de unos tragos y haciendo la hora, Alberto me propuso ir a la cama, lo único que le pedí es que no fuera tan violento como con mi esposa.
– Yo sé lo que a ella le gusta, y también sé lo que a ti te gusta y como te gusta, no te preocupes. – y así fue, suave, lento, profundo y cariñoso. Me sentía muy bien con él haciéndome el amor, no me dolía, entraba y salía suave, y si en algún momento me dolía, era parte del momento y uno siempre está preparado para esos pequeños dolores, que en al momento casi no se sienten.
Desde de ducharnos y vestirnos, una copa más no fuimos al club poco antes de la media noche.
Alberto pagó las entradas, llegamos a un vestíbulo con luz verde, nos quitamos la ropa y entramos al salón azul, lleno de sillones y sofás alrededor con parejas desnudas haciendo el amor.
Era como ver porno en vivo, no había ninguna restricción, lo que es más, a las parejas les gustaba que los vieran haciendo el amor.
– Aquí el amor es sólo entre las parejas, no hay intercambios, en el otro salón, el salón rojo sí, ahí se pueden hacer todos los intercambios que quieras siempre que tu quieras, nadie te puede obligar ni violar – dijo Alberto.
– Vamos al rojo – dijo mi esposa. A mi me hubiera gustado quedarme un rato más, habían lindas parejas tenido sexo.
En el salón rojo, las luces tenuas eran rojas, estaba todo pasando, parejas y trios, mujeres con mujeres y hombres con hombres. Sentí como mi estómago se apretaba, estando desnudo entre tanto hombre desnudo sentí o presentí que eso me iba a pasar.
– Quieres hacerlo? – me preguntó Alberto en la nuca.
– Si, lo quiero – dije mirando otros hombres coger. Me pude de rodillas en un sillón, apoyé los brazos en el respaldo y mi mentón en mis brazos. Alberto se puso detrás y me embistió suavemente, como el sabe que me gusta. El echo de estar mirando como otros hacían el amor me hizo tener dos orgasmos. La obligación del local es usar condones y estos están por todos lados, no se tiene sexo sin condón, sólo en el salón azul, porque ahí no se permiten intercambios.
Eyaculé dos veces en el condón, luego fui al baño, oriné, boté el condón, me lavé y salí del baño, busqué con la mirada a Alberto y no lo vi, tampoco a Mariana. Mi esposa estaba entre dos hombres.
– Quieres que te lo meta? – me di vuelta y había un tipo con una erección cubierta con un condón, mi corazón palpitó y antes que dijera nada, me tomó por la cintura y me penetró, no me resistí, a éso había ido, no podía engañarme a ni mismo. No necesité condón, sólo él, que me tuvo ocupado un buen rato. Lo bueno del condón es que no tienes que ir al baño cada ves que eyaculan dentro. Creo que fue porque era nuevo y nadie me conocía, porque otro hombre, casi sin preguntar me penetró de inmediato, y después otro y otro, no me resistí a ninguno, tampoco me dolía salvo que fuera muy grande, pero igual lo acepté.
Cuando quise irme, busqué a Alberto, a Mariana o mi esposa y no los encontré. Me vestí, salí y tomé un taxi al departamento. Ya estaba de día, tomé mi auto y me fui a mi casa.
Al llegar me duché, estaba bañado en sudor y no sólo el mío, además estaba bañado de semen, no todos usaban condón o en algún momento se terminaron y no me di cuenta, además que sentía mi ano como adormecido, traté de mirarme al espejo pero no pude.
Después del baño fui a la cocina y me tomé un whisky doble. Me hacía falta, tenía como fatiga. Luego me fui a la cama y dormí todo el día.
En la noche llegó mi esposa, a desnudarse, ducharse y acostarse a dormir.
Al fin de semana siguiente le dije que no iría a ninguna parte. Que ya no quería seguir con ése sistema.
Ella igual fue, entonces decidí que tenía que vivir sólo.
Un día pedí permiso, tomé todas mis cosas, las eché al auto y me fui.


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