Me llamo Violette
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
– ¡Felicidadeeeees! – gritaron todos al unísono.
Alrededor de la mesa, se encontraban mis mejores amigos, mis hermanas y mis padres.
Al fondo, mi abuela, llorando de emoción de que su niña, por fin, había cumplido los 18 años, aunque la fiesta, parecía de una niña de 10.
Había sándwiches, tarta con 18 velitas, patatas, refrescos de cola.
Estaba deseando salir de allí y darme un respiro.
Sí, estoy contenta de haber cumplido los 18 años.
Ya podía hacer las cosas que me apeteciese sin temor a que me llamasen la atención o a que me pidiesen el carnet, pero tampoco sentí nada más.
No era más alta, mi pelo no era más largo y mis pechos seguían del mismo tamaño.
“¿Podrían ser más grandes?”, solía preguntarme, mientras me los palpaba.
Me llamo Violette y tengo 18 años.
Soy una chica normal, la verdad.
No es que esté muy delgada, pero me veo bien atractiva, tengo buenas curvas en las caderas, aunque mis pechos aún no han terminado de madurar.
Mi piel es blanca como el marfil y la cuido mucho, con aceites de almendras, dándome masajes todos los días.
Estudio en mi primer año de universidad.
Me estoy preparando la carrera de Arquitectura, porque mi sueño siempre ha sido decorar el horizonte con edificios diseñados por mí.
Mi familia me quiere mucho y soy indispensable en mi grupo de amigos, que me aceptan tal y cómo soy.
Es cierto… tal y cómo soy.
Tengo una imaginación increíble, demasiada desarrollada.
A veces, esa imaginación me asalta en mitad de la calle y cuando mis ideas recorren todo mi cuerpo, el resto de él, se queda apagado.
Lo peor de todo es que se pone en marcha cuando veo a chicos atractivos, alguna revista picante o incluso a alguna chica de pechos grandes.
Es como si mi mente, fuera capaz de sacarle provecho a todo… un provecho sexual… No sé cómo explicarlo.
– ¡Abramos los regalos! – gritó mi madre, impaciente.
Comencé a abrir los regalos uno a uno: un pijama, una diadema, unas zapatillas de conejo… “¿Qué tengo, 5 años?”, pensé.
Pero los recibía con una amplia sonrisa.
Se quedaron todos sobre la mesa, mientras todos comían pastel y los demás aperitivos.
Mi mejor amigo, Louis, empezó a hacerme señas desde la cocina, para que me acercara a él.
Estaba más guapo que nunca.
Siempre va en chándal y hoy llevaba unos vaqueros apretados y una camisa de color vino que se ceñía de maravilla, exponiendo su espalda ancha.
Se acercó a mí y me dio una cajita envuelta y adornada con un pequeño lazo rojo.
– No quería dártelo delante de todos, – decía Louis.
– porque pensarían que estamos enamorados.
Lo abrí y encontré un hermoso anillo plateado, con una inscripción en su interior.
“Amigos para siempre”, pude leer.
Era el mejor regalo que podría haber recibido.
Salté a su cuello para abrazarlo y él me recibió entre los suyos.
Me apretó con fuerza contra su pecho y pude conseguir palpar su cuerpo con el mío.
Me liberó de uno de sus brazos y lo pasó por la cintura, para arrimarme más a él y sorprendida de ese abrazo, noté cómo esos vaqueros estaban bien apretados, pero respetaban la forma de su miembro.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
Yo no quería separarme de él, quería restregarme un poco más y entonces fue cuando escuché cómo aspiraba con fuerza el aroma de mi pelo y de mi piel de almendras.
“Oh… no…”, me dije a mí misma.
De repente, todo lo que teníamos a nuestro alrededor se puso a oscuras y bajo un foco de luz, Louis y yo estábamos abrazados.
Noté cómo su otro brazo descendía hacia mi cintura, para apretarme fuertemente contra él, mientras yo no separaba mis caderas de las suyas.
Bajó hasta mi trasero y lo apretó fuerte contra él, mientras inclinaba sus caderas hacia mí.
Entonces noté con mucho gusto lo que tenía entre sus piernas, mientras un quejido agradable salía de su boca.
Mi respiración se volvió entrecortada, mientras seguía mirando al vacío.
Nuestros pechos se separaron durante un instante.
El tiempo justo que tardaría en buscar mis labios y hundir su lengua en su interior.
Me abracé a él, con más fuerza, para evitar que esa lengua saliese de mi boca, que estaba hambrienta desde el instante en que me abrazó.
Me levantó del suelo y me tumbó sobre la mesa de la cocina y mientras yo le miraba con deseo, dispuesta a dejarme hacer lo que él desease, Louis se desabrochaba la camisa, dejándome ver un cuerpo esculpido en la calle, tras partidos y partidos de fútbol.
Colocó sus manos a la altura de mis muslos y comenzó a subir lentamente, haciéndome cosquillas y haciéndome desearle más.
Alcanzó la goma de mis braguitas y comenzó a deslizarlas hacia abajo, mientras yo me desabrochaba los botones de mi blusa.
Entonces se acercó a mí, para besarme una vez más y descendió a mis pechos, que ya estaban erizados de excitación.
Su lengua comenzó a recorrerme los pezones, con habilidad.
Succionaba como si fuera a amamantarle, pero también me los mordía.
Con una mano, masajeaba mi otro pecho descubierto, y con la otra, que casi sin saberlo se había ido al piso de abajo, comenzó a deslizarse por los muslos.
Entonces noté sus dedos rozándome.
Sentí cómo acariciaba mis labios y buscaba, a través de ellos, un túnel para introducirse en él.
Un gemido salió de mi boca, al notar que su expedición tuvo éxito.
Porque introdujo dos dedos por mi sexo que estaba tan húmedo, que prácticamente, resbalaron a su interior.
Durante un buen rato, Louis, se dedicó a penetrarme con dos o tres dedos, mientras dejaba secos mis pechos.
Mi cuerpo se bamboleaba, contento de la penetración de mi amigo, hasta que se reincorporó y comenzó a bajarse la bragueta.
Yo aún estaba tirada sobre la meas de la cocina, chupándome dos dedos y acariciándome los pezones, mientras sacaba de sus pantalones, un enorme falo, que me miraba fijamente.
Recogí mis piernas, para hacer paso a ese descomunal miembro y noté cómo comenzó a sacudirlo sobre mi sexo, dándome pequeños golpecitos, que me volvían loca.
Y de un solo movimiento, me penetró con intensidad, pero sin ser brusco.
Noté cómo se acercaba y se alejaba de mí, mientras su pene, resbalaba hacia mi interior, con un apetito voraz.
El no me miraba a la cara, sólo miraba al techo, mientras gemía de gusto y yo me sujetaba los pechos.
Me agarraba con fuerza las piernas y las abría cada vez más, para que su amigo entrara más adentro.
Siguió golpeándome con su cadera, cada vez más fuerte, mientras yo gemía de gusto.
El ritmo se fue acelerando y su respiración también.
El roce de su pene, cada vez más grande, en mi interior, me estaba volviendo loca y el orgasmo estaba a la vuelta de la esquina.
La sacó, durante unos segundos, mientras me empujaba sobre la mesa.
Louis, se subió también y esta vez, de rodillas, volvió a penetrarme con más fuerza, porque ya inclinaba su cuerpo sobre el mío.
¡Qué maravilla de chico!, ¡con qué fuerza me penetraba! Notaba cómo su miembro jugaba en mi interior y vibraba de la misma tensión.
Comenzamos a jadear con más fuerza, él más que yo.
Estaba a punto de correrse, pero yo llegué antes, gritando de desesperación al cielo, mientras me agarraba fuertemente el pelo, porque en mi vagina llegó un orgasmo colosal que hizo vibrar todo mi cuerpo.
Entonces Louis, volvió a sacar su pene y rápidamente, me puse de rodillas para tratar de que mi mejor amigo llegara al orgasmo.
Me lo introduje en la boca sin pensármelo.
Estaba tan grande, estaba tan viscoso por haber estado tanto tiempo en mis entrañas.
Comencé a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás, succionando con fuerza y agarrando la piel del tronco, para que fuese a mi ritmo.
Escuché cómo Louis estaba llegando al orgasmo, porque gemía que daba gusto.
Agarró mi cabeza, para obligarla a moverse más rápido y de un gritó, noté cómo una leche calentita, salía del pene de mi mejor amigo, contento de haber trabajado tanto.
– ¿Te ha gustado? – preguntó Louis.
– Me ha gustado mucho.
– le respondí.
– ¿Te ha gustado?
– Sí, sí…
– ¿Te ha gustado?
Las luces volvieron al lugar de siempre.
El ruido de risas y canciones de radio, invadieron el aire y Louis y yo estábamos en la cocina.
Yo sostenía un anillo de la amistad y él me miraba con cara de sorprendido.
– Entonces… ¿te ha gustado o no? – insistió Louis.
– Eh… Sí.
Me encanta, Louis.
– Menos mal… por un momento creí que lo verías una cursilería.
– En absoluto, Louis.
– Genial.
No es que tenga un problema con el sexo.
He tenido varias relaciones y bastante satisfactorias, pero no lo puedo evitar… Y mi amigo… ni siquiera sé si es de una acera u otra, aunque se ve que da buenos regalos.
En mi imaginación, me ha dado uno increíble.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!