Mercaderes de Adolescencia
A modo de la presentación de la historia de Alicia y de otras jóvenes que son captadas por corruptores, que las explotan, las corrompen, las degradan y las explotan..
AVISO PREVIO A LA LECTURA
El autor hace constar que está abiertamente en contra de todo tipo de violación, violencia física, explotación de la mujer, sexo no consentido, uso de drogas para doblegar voluntades, y todo lo que suponga actuar en contra del libre albedrío de cualquier individuo, hombre o mujer, y, por supuesto, en los casos en que se ejerce contra menores de edad, cualquiera que sea su sexo. Y que tampoco pretende hacer apología de ninguna de esas conductas ni de ninguna otra que suponga contravenir las leyes establecidas.
Sin embargo, al igual que un autor, en el uso de su libertad de expresión y creatividad literaria, puede concebir una obra del tipo de la llamada “novela negra” en la que se relaten y describan asesinatos y otro tipo de delitos, sin que ello signifique que los aprueba ni los propugna, ni pretende hacer apología de ellos, en este caso me permito escribir una historia sobre determinado tipo de conductas que se describen en esta obra, porque son acontecimientos que en mayor o menor grado se están produciendo.
Todos los personajes y circunstancias que concurren en esta historia novelada son pura ficción, fruto única y exclusivamente de la imaginación del autor, y cualquier similitud con personajes o hechos reales será una mera coincidencia.
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El contenido de la historia está dirigido solo a personas adultas.
Por ello, deberán abstenerse de su lectura todos los menores de edad, -18 años en España-, y aquellos que estén por debajo de la que determine la legislación de sus respectivos países.
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MERCADERES DE ADOLESCENCIA
Introducción: Alicia nos cuenta su historia de pre adolescencia y adolescencia; sus experiencias, vicisitudes, alegrías, sinsabores, decepciones y su complicada relación con el alcohol, las drogas, el sexo, la prostitución, o la actividad pornográfica, en sus diferentes variedades. Pero no solo es la historia de Alicia; también es la de Lucía, Beatriz, Carolina, Susana, Nati, Stela, y tantas y tantas otras chicas que caen inmersas en un mundo de placeres que las deslumbra y les oculta la realidad del mundo en que viven.
P R O L O G O
La adolescencia es una etapa muy importante y fundamental en la formación de la personalidad del individuo adulto.
Es un periodo intermedio en el que el ser humano pasa de la niñez a la adultez, donde tiene lugar todo un proceso de cambios, a distintos niveles.
En el plano corporal se completa el desarrollo y maduración de los órganos vitales, las singularidades inherentes a cada sexo y la producción de hormonas que actúan sobre la sexualidad. En el psíquico se produce un cambio en la percepción de los entornos, que están en fase de continua ampliación, incitando al adolescente a implicarse y participar activamente en ellos. El adolescente comienza a buscar una identidad propia, a la vez que intenta insertarse en la sociedad en la que se desarrolla, como un elemento más de su ámbito cotidiano. Para él comienza una relación más individual y directa con todo aquello que le rodea. Empieza a tener conciencia de ser el protagonista de su historia y siente el deseo y la necesidad de tomar decisiones que afectarán a su futuro.
Durante la adolescencia adquiere mucha importancia la autoestima, todavía muy precaria, consecuencia de su inseguridad y de la impresión que le producen sus constantes descubrimientos y la forma en que los asimila. La manera en que el adolescente afronta las nuevas situaciones que se le presentan, y sus repercusiones, es una fuente de datos muy importante y necesaria para definir su carácter, así como el análisis que realice de los resultados de sus pruebas, asimilando aquellos que considera buenos y desestimando los malos. Los conocimientos así adquiridos forman la base de su experiencia, y deberían servirle de pauta para saber cómo actuar en futuras situaciones similares. Depurar sus experiencias para extraer conclusiones positivas es lo que, a mi juicio, acaba siendo la base que conformará la personalidad de cada individuo como tal.
Estos importantísimos procesos deben estar tutelados por los adultos más próximos al niño, que ya está dejando de serlo. Generalmente serían los padres y el resto del entorno familiar quienes deberían encauzarlos, sin desdeñar la influencia que pueden y deben tener sus educadores, desde el parvulario y durante toda su etapa escolar, orientándole en el sentido correcto. Para ello es imprescindible un acercamiento entre las dos formas, tan dispares, en que ambos, -niño y adultos que le rodean-, perciben la realidad. Esta aproximación, absolutamente imprescindible, la debe realizar en mayor medida el que está más capacitado para ello: el adulto. A él le compete recorrer la mayor parte de ese camino para acercarse al niño, comprenderle, enseñarle y orientarle.
En la etapa final de ese difícil camino a recorrer son muy frecuentes los conflictos que conducen a encontronazos entre el pre adolescente y sus padres o educadores. Los episodios de rebeldía, incluso de ruptura, protagonizados por aquel, están a la orden del día, debido a que el adolescente suele cuestionarse de forma permanente todas aquellas normas que vienen a alterar, limitar, e incluso prohibir, todo o parte de lo que se le permitía realizar durante su etapa anterior: la infancia. Estos enfrentamientos suelen saldarse con una apreciable incidencia negativa en el principio de autoridad de los padres y tutores, menoscabándolo.
En la adolescencia cada individuo comienza a ganar parcelas de libertad. Pero esa mayor libertad, recién estrenada, debe implicarle la asunción de la responsabilidad inherente a las consecuencias de sus actos. Las consecuencias derivadas de sus acciones no quedan solo en él, sino que también trascienden a otros. El adolescente debe aceptar normas que limitan lo que él empieza a considerar su libertad. Es más; se le exige su cumplimiento. Algunos se sienten excesivamente controlados y coartada en gran medida su capacidad de decisión.
En nuestra civilización occidental, sociedad desarrollada, o economía de mercado, -como queramos llamarla-, concurre, además, otro parámetro de gran importancia: un alto grado de consumismo.
La adolescencia es un “nicho de mercado” que no podía pasar desapercibido para cierto mundo empresarial. En torno a esos millones de potenciales consumidores se ha creado un variado tipo de industrias que procuran dar satisfacción a ese segmento de la sociedad, tan amplio como fácil de impresionar y estimular.
Desde la niñez hasta llegar a la juventud, los niños, preadolescentes, adolescentes y jóvenes viven bombardeados a diario por el contenido de hábiles campañas publicitarias destinadas a crear en el adolescente la “necesidad” de poseer y utilizar todo tipo de productos. Soportan continuamente un machaqueo constante de mensajes emitidos por diferentes marcas, sobre artículos diseñados especialmente para ellos. Esos mensajes pretenden llevar al ánimo del adolescente lo esencial que para él es su posesión, ya que su carencia les acabará generando frustración.
Una vez conseguido que los adolescentes “sientan” esa imperiosa necesidad, las empresas corren a ofrecerles aquello que antes les han hecho creer que les es imprescindible, obteniendo de ello pingües beneficios. Eso sí; todo ello a plena luz y lícitamente. Es una de las normas básicas del sistema de ventas: primero se genera una necesidad en el destinatario del mensaje y luego se le ofrece al necesitado el producto que la satisface.
El adolescente es un objetivo ideal para ese sistema de ventas. A esto se ha unido un fenómeno reciente generado en las llamadas “redes sociales”, me refiero a “los influencers”. Esa figura que consiste en que determinadas personas, con un amplio grupo de “seguidores”, hacen ostentación de prendas y objetos muy diversos que muestran en las diferentes imágenes o grabaciones que suben a sus respectivas redes. En sus seguidores se dispara un automatismo que les hace desear todo aquello que lucen sus ídolos.
Pero también hay otro mercado, no por oculto y sórdido menos importante, en el que los adolescentes no son los destinatarios de la “mercancía”, sino que son ellos la propia mercancía: ellos no son los consumidores, sino los “consumidos”. Los ofertantes de ese otro mercado suelen ser adultos innominados y, al contrario que los influencers, permanecen en la sombra. Ese mercado no se publicita abiertamente pero acaba llegando a sus clientes por caminos siniestros, ocultos, misteriosos, clandestinos y, generalmente, no son los adolescentes los que lo eligen, sino que son los elegidos. Ellos son el objetivo.
Aquellos que dominan y dirigen ese mercado, con el que se enriquecen extraordinariamente, procuran “pescarlos” para sus intereses y para vincularlos echan sus redes allá donde creen que la pesca puede serles más productiva. Como cebo en el anzuelo, prometen a los adolescentes un disfrute intenso de todas sus apetencias; la superación de sus timideces y frustraciones y el alcance de un éxtasis como jamás podrían imaginar.
Les hacen creer que les van a sacar de un mundo, que consideran tedioso e insulso, para llevarles a otro en el que todo es muy guay, aunque solo sea momentáneamente. Los captadores siempre buscan atraer a su red a aquellos individuos más frágiles y fáciles de convencer, a los que presentan un mundo paralelo y placentero donde pueden evadirse fácilmente de todos sus problemas.
Generalmente, el cebo, el producto “milagroso”, suele serles ofrecido gratis al principio, o a muy bajo coste, para que le sea fácilmente accesible, y cuando el prosélito ya está dentro de la red y se le ha vinculado, se le brindan las oportunidades y caminos para que él mismo genere los ingresos necesarios para adquirir su elixir, manteniéndosele así formando parte indisoluble del engranaje.
Oscuras organizaciones mueven los hilos de ese tenebroso mercado, que genera millones y millones de beneficio diario para quienes lo dirigen. Su preciada mercancía es la adolescencia y pre adolescencia. Es una materia prima que nunca escasea: siempre está en una eterna y permanente renovación.
Esos adolescentes y los mercaderes que trafican con ellos son los ingredientes principales de este relato.
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Como toda creación literaria novelada, esta historia es una ficción. Todos los personajes, situaciones y acontecimientos que se desarrollan, solo existen y son fruto de la imaginación del autor. No tienen origen directo en ningún caso concreto y específico que haya sucedido. Sin embargo, se nutre en muchas ocasiones de hechos reales, que acontecen con más frecuencia de lo que cada uno de nosotros imaginaría.
Cualquier lector que se acerque a esta historia encontrará ciertos paralelismos con sucesos acaecidos, más o menos recientes, en la sociedad en que habitualmente se desenvuelve, o habrá tenido conocimiento de ellos a través de diversos medios de comunicación. Sin embargo, es muy difícil que todas las situaciones que se relatan en esta historia lleguen a darse en la vida real de un solo protagonista, con la misma intensidad y en el mismo periodo espacio-tiempo en que se han situado. De ahí su característica fundamental de ficción.
Todos los hechos que se narran son verosímiles por separado y suceden en la actualidad. Cuando coinciden todos en un mismo personaje, como ocurre en esta historia, interaccionan entre sí y generan efectos y consecuencias insospechados.
La historia del personaje central, Alicia, no es solo el producto de sus propias decisiones, que también. En su origen, desarrollo y desenlace juegan un papel muy importante las circunstancias que la rodean: carencias afectivas; soledad; desarraigo; cuándo y cómo se le presentan los conflictos que debe afrontar; la forma y el entorno en que se ve abocada a vivir y su escasa preparación para tomar decisiones.
Es un relato duro; sin concesiones; en el que se huye de lo políticamente correcto y se llama a las cosas por su nombre, aunque no guste. A veces se hará difícil de entender, o de aceptar, pero describe con crudeza algunas conductas truculentas y los abusos de que suelen ser víctimas algunas jóvenes, cuya frágil e inmadura personalidad y/o falta de afecto familiar les convierte en una presa fácil para unos desaprensivos que las engatusan, las seducen, las engañan, y luego las explotan sin ningún tipo de escrúpulo.
Alicia nos relata, en primera persona, todas las vicisitudes por las que pasa a lo largo de su corta vida.
No nos oculta nada, por escabroso que resulte. La extrema intensidad de sus vivencias y la honda huella que le producen, le hace sentir la necesidad de darlas a conocer, como si fuera una especie de aviso a navegantes.
Sin embargo, no pretende trasladar ninguna moralina. No trata de establecer una especie de fácil maniqueísmo, totalmente innecesario. Hasta en la conducta más abyecta se puede encontrar un atisbo de empatía.
Cualquier situación, intrínsecamente, no es ni buena ni mala, per se. Las hay que por sí mismas ya suponen un riesgo, incluso conllevan peligros evidentes con alta probabilidad de concretarse en daños reales, en ocasiones, irreversibles, pero es la actitud que frente a ellas toman aquellos que las protagonizan lo que viene a determinar su resultado. Definitivamente, ellos son los únicos responsables de sus consecuencias finales.
Como casi todo en la vida, los acontecimientos arrancan lentamente y, sin apenas apreciarlo, se aceleran hasta alcanzar su velocidad de crucero.
Antes de que Alicia tome plena conciencia de ello los acontecimientos que vive desembocan en un torbellino de sensaciones desenfrenadas, sin ningún tipo de control por su parte, y dan lugar a consecuencias desastrosas.
Por ello os pido a todos los que me leáis un poco de paciencia con el ritmo que gobierna la historia. Confío en no defraudaros con mi relato.
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