Mercaderes de adolescencia – II –
La visita.
AVISO PREVIO A LA LECTURA
El autor hace constar que está abiertamente en contra de todo tipo de violación, violencia física, explotación de la mujer, sexo no consentido, uso de drogas para doblegar voluntades, y todo lo que suponga actuar en contra del libre albedrío de cualquier individuo, hombre o mujer, y, por supuesto, en los casos en que se ejerce contra menores de edad, cualquiera que sea su sexo. Y que tampoco pretende hacer apología de ninguna de esas conductas ni de ninguna otra que suponga contravenir las leyes establecidas.
Sin embargo, al igual que un autor, en el uso de su libertad de expresión y creatividad literaria, puede concebir una obra del tipo de la llamada “novela negra” en la que se relaten y describan asesinatos y otro tipo de delitos, sin que ello signifique que los aprueba ni los propugna, ni pretende hacer apología de ellos, en este caso me permito escribir una historia sobre determinado tipo de conductas que se describen en esta obra, porque son acontecimientos que en mayor o menor grado se están produciendo.
Todos los personajes y circunstancias que concurren en esta historia novelada son pura ficción, fruto única y exclusivamente de la imaginación del autor, y cualquier similitud con personajes o hechos reales será una mera coincidencia.
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El contenido de la historia está dirigido solo a personas adultas.
Por ello, deberán abstenerse de su lectura todos los menores de edad, -18 años en España-, y aquellos que estén por debajo de la que determine la legislación de sus respectivos países.
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MERCADERES DE ADOLESCENCIA
Capítulo II – 26 MAYO DE 2012; LA VISITA
Una compañera del Insti llevaba varias semanas detrás de mí tratando de conquistarme para que me uniera a su grupo, compuesto de varios chicos y chicas, -en total cosa de una docena-, con el señuelo de que lo pasaban “bomba” cuando se juntaban. Elena, que así se llama esa compañera, es un par de años mayor que yo, repetidora, a pesar de lo cual va un curso más adelantado que el mío; está en tercero, y todos sus compañeros son aproximadamente de su edad. Solían quedar en la playa de una calita muy discreta y contaba y no paraba sobre las “cosas” que hacían. Con esos argumentos trató de convencerme haciéndome ver lo bien que lo pasaría si me unía a ellos.
– Flipamos mogollón cuando nos reunimos, Alicia. Lo pasamos guay. Ya te puedes imaginar; hacemos de todo y a veces nos despendolamos un poco, pero merece la pena quitarse las telarañas. Hay que disfrutar de la vida.
– La verdad, Elena, es que tengo bastante que estudiar; quiero subir la nota y no me veo con ganas, -me excusé-.
– Anda, Alicia, no te hagas la estrecha y únete a nosotros. No te faltará buen rollo. Tienes a más de uno del grupo que está babeando por tí. Anímate. Fliparás en colores. ¿Es que no tienes ganas de… ya me entiendes?
Traté de escabullirme y no parecer demasiado tajante en mi negativa, para no quedar muy mal y acabar discutiendo.
– Sois todos mayores que yo, Elena. Les pareceré una cría y no querrán saber nada de mí. Desentonaré entre vosotros y pareceré una especie de pegote. Lo siento.
– No te preocupes por la edad. Pareces mayor de lo que eres y no tendrás ningún problema. Encajarás muy bien con todos. Ya he sondeado el terreno. Los tíos están loquitos porque vengas. Ten por seguro que te aceptarán sin reservas. Y tendrás oportunidades de darte un buen morreo. Venga; no me digas que no te apetece un revolconcito.
– Lo pensaré, Elena. El sábado nos vemos en la playa por la mañana y te doy una respuesta.
– Como quieras, pero que sepas que cuento contigo. No me vayas a fallar. Llévate unos bocatas para comer.
A mí la verdad es que me atraía mucho la idea. Estaba en esa edad en que las hormonas se revolucionan y hacía ya tiempo que empecé a ser receptiva a los impulsos y deseos sexuales; que me ponía algo cachonda observando a las parejitas que se iban formando. Me corroía la envidia viendo cómo se morreaban y a veces se metían mano por algún pasillo -en ocasiones en el propio patio-, buscando algún lugar un poco más escondido. También los comentarios en los corrillos sobre lo que hacía tal o cual, hicieron que se despertase en mí el deseo de protagonizar algo de aquello de lo que era testigo, o de lo que oía contar. La verdad es que ver esas cosas me ponía cachonda a más no poder y, sobre todo, imaginar que era yo la receptora de esas caricias.
Pero tenía mucho miedo a meterme en algún lío de ese tipo, por las consecuencias que podría producirme. Era una lucha conmigo misma en la que, al menos de momento, podía más el miedo que el deseo. Todas las tentaciones, por intensas que fueran, las solucionaba en casa masturbándome en la soledad de mi dormitorio; de momento iba tirando. Así es cómo me aliviaba.
El sábado 28 de Mayo, tal como había quedado con ella, nos vimos en la playa para pasar la mañana y darle una respuesta. Pasamos toda la mañana juntas en la playa, bañándonos y charlando de todo y de nada, sin sacar el tema principal de nuestra cita. Nos comimos los bocatas a mediodía y a media tarde llegó el momento que yo tanto temía.
– ¿Qué, Alicia? ¿Te has animado y te vienes con nosotros? Yo voy ahora para allá.
– Lo siento, Elena. Pero aún no estoy decidida. -Pensaba, sobre todo, que irme con ellos significaba perderme mi ración diaria de ginebra que tanta falta me estaba haciendo ya-. La echaba de menos; estaba ya muy necesitada de no prescindir de ella.
– No sé por qué, pero me lo imaginaba, -refunfuñó Elena con manifiesto mal humor-. Sigo pensando que eres una estrecha, Alicia. No hablas casi con nadie. No te has unido a ningún grupo. Todo lo haces por libre. Cualquiera pensaría que nos rehúyes a todos. Bueno; tú te lo pierdes. Toma; a lo mejor esto te anima y la semana que viene cambias de opinión. Que te haga buena compañía. Por lo menos hazte una buena paja cuando lo veas. El lunes me contarás qué te ha parecido la fiestecita. Pero no vayas a hacer el capullo. No se lo cuentes a nadie. A ver si ahora lo vas a ir pregonando por ahí.
Y Elena, mientras me hacía todas esas recomendaciones, me entregó un dvd casero.
La primera caída.
En cuanto llegué a casa, pasadas ya las siete de la tarde, fui directa al mueble bar y agarré la botella de ginebra. Bebí casi seguidos un par de chupitos y me entoné un poco. Después de tanto nadar en la playa, con tan solo un bocata a mediodía, estaba realmente hambrienta. Fui a la cocina y me preparé un par de buenas hamburguesas, una generosa ración de patatas fritas, cogí mayonesa, kétchup, un par de latas de Coca-Cola y unos ganchitos; lo puse todo en una bandeja y fui al salón, dispuesta a medio cenar.
Encendí la tele, puse en marcha el reproductor de dvd que había conectado, coloqué el que me había dado Elena, me planté los cascos para que no se oyera el volumen de la tele y me dispuse a verlo mientras cenaba.
Elena y un grupito de chicos y chicas del instituto estaban en aquella cala. Conocía de vista a varios. Todos eran de bachillerato, más mayores que yo. Al principio todo era de lo más normal, hasta que poco a poco la fiesta se animó y empezaron a salir volando prendas. Al principio solo desapareció la parte superior de los bikinis, pero pronto se iniciaron los toqueteos, las bromitas subidas de tono y todos se fueron calentando y los más audaces comenzaron a desprenderse de los restos de sus respectivos trajes de baño, no quedando ningún vestigio de tela que cubriera parte alguna de sus cuerpos: acabaron todos en pelotas.
Yo me había situado cómodamente medio tumbada en el sofá, frente a la tele, casi sin ropa porque hacía bastante calor, y la visión del video contribuyó a que mi temperatura interna aumentase. ¡Hay que ver la polla que lucía alguno! –Para mí eran las primeras que veía casi al natural; bueno, que no fuera en láminas o ilustraciones de anatomía-.
Tenía cerca la botella de ginebra y pronto prescindí del chupito y comencé a beber a morro, aunque tragos muy pequeñitos. Pensaba que ya tenía dominado el consumo de ginebra, porque hasta entonces bebía mis copitas de fin de semana tranquilamente y nunca me pasaba de rosca, pero el contenido del vídeo actuó en mí como un elemento inesperado y un tanto perturbador. Muy perturbador, para ser más exacto.
Las escenas de la grabación aumentaban sin cesar el nivel de su carga sexual y muy pronto se formaron algunas parejas que se apartaron un poco del grupo y empezaron primero a morrearse, luego a toquetearse, meterse mano de una forma descarada y finalmente poniéndose a follar, sin esconderse demasiado, a pesar de saber que les estaban filmando. Al final, tal como me había anunciado Elena, todo se despendoló por completo y la fornicación se hizo general, terminando todos follando indiscriminadamente.
Contemplar aquellas escenas me puso tan cachonda que no tuve más remedio que poner en pausa el dvd, dirigirme a la cocina, sacar un buen plátano de la nevera, lavarlo bien, volver al salón y empezar a metérmelo en el coño, imaginando que estaba en aquella playita y formaba parte de ese grupo. Todo fue bien con el plátano, hasta que llegué al himen; toparme con él me molestó tanto, que me detuve. El dolor que sentí hizo que cesara en mis intentos de meter aquel plátano hasta el fondo de mi coño, pero no frenó mi excitación ni mis visitas a la botella de ginebra, que se hicieron más frecuentes.
Cuando la grabación acabó, -duraba poco más de una hora-, la inicié de nuevo y volví a mi lucha con el plátano y mi himen, sin dejar de lado, por supuesto, la botella de ginebra y el manoseo continuo al que sometí a mi clítoris, hasta que conseguí correrme y aliviar algo mi excitación sexual.
A las diez de la noche casi había vaciado la botella, que tenía bastante menos de la mitad cuando empecé a beber. Estaba ya algo borrachita, -bastante más que de costumbre-, pero yo aún quería más; de todo: más video y más ginebra.
Como pude me levanté del sofá, me estabilicé a duras penas, llegué al mueble bar y cogí otra botella de ginebra.
Puse el reproductor en función de “repetir” y seguí viendo el dvd, -para mí era una absoluta novedad; ¡la primera cinta porno que veía en mi vida!- y, además, bebiendo ginebra y masturbándome, -recuerdo haber tenido un par de orgasmos más-, hasta el momento en que debí quedarme dormida. Ni idea de qué hora sería, pero seguro que alrededor de la medianoche, o algo más tarde, quizá.
Aquella fue la primera vez en que, sin apenas darme cuenta, me emborraché.
De mi primera borrachera apenas me enteré; me quedé dormida como un bebé viendo el dvd que me había dejado Elena.
Tenía yo entonces trece años; -me faltaba menos de tres meses para cumplir catorce-.
Aquel episodio no tendría que haber significado nada importante en mi vida. Simplemente habría sido la primera vez que me habría pasado de rosca bebiendo ginebra. Al día siguiente me despertaría, sería domingo, tendría resaca y me dolería la cabeza, pero seguiría estando sola en casa. Como siempre. Y nadie se habría enterado de nada.
La visita
Pero ese sábado, precisamente ese sábado, a mi madre, -que hacía siglos que no aparecía por casa-, se le ocurrió venir a dormir. Bueno, lo de dormir es un decir. Venir, vino, pero a otra cosa muy diferente que dormir. Y no llegó sola, sino que apareció acompañada de un “cliente”, al que tenía pensado follarse y desplumarlo, pero fuera del bar en el que trabajaba y así no tener que compartir el producto del negocio: esta vez el beneficio sería todo para ella, sin compartirlo con su jefe. Un pequeño escamoteo, convertido en un ingreso extra. Puro dinero negro.
Mi madre pensaba que yo estaría bien dormidita en mi habitación, bajo los efectos de la ginebra, y que no me despertaría, hicieran el ruido que hiciesen, -como tantas otras veces antes ya había ocurrido antes-.
En realidad eso que mi madre pensaba es lo que ocurría; yo estaba bajo los efectos de la ginebra y bien dormidita, pero no en mi habitación: ¡¡estaba tirada en medio del salón, dormida, muy borracha, en pelotas, y con un plátano medio metido en el coño!!
Creo que mi madre llegó bien pasadas las tres de la madrugada, encontrándose con ese cuadro, que no se esperaba ni de coña. Este es el espectáculo que ofrecí a mi madre cuando entraron los dos en el salón:
La siguiente descripción la hago por referencia de lo que mi madre me contó el domingo por la tarde.
1- Una tv encendida, reproduciendo imágenes procedentes de un dvd, de algo que se asemejaba mucho a una orgía juvenil playera, con escenas de sexo a tutiplén.
2- Una cría de trece años, con unos cascos puestos, tirada en medio del salón, desnuda, con un plátano metido a medias en el coño, durmiendo una apreciable borrachera. ¡Ah! y una botella de ginebra a su lado en el suelo, milagrosamente en pie.
– ¡Será puta esta cría! creo que explotó mi madre, -medio borracha también-, al verme en ese estado.
– Hermosa sorpresa, balbuceó, igualmente borracho, el tío que la acompañaba, -un tipejo que andaría por los cincuenta, largos-. Voy a tener a dos putas por el precio de una. Hoy es mi día de suerte -creo que dijo-.
– ¡De eso nada, capullo! La niña no folla. Ella no es puta. Aquí solo folla la madre, que es la puta oficial de la casa.
– Pues entre tú y ella, ¡qué quieres que te diga!, yo prefiero a la cría. ¿Cuánto quieres por dejar que me la folle? Si no me la follo yo ahora, lo hará cualquier capullo otro día y tú te perderás una buena pasta. Eso, si no ha follado ya antes ¿O piensas que todavía es virgen?
– Bueno, supongo que lo será; pero, aunque no lo fuera, si quieres follártela tendrás que pagar como si lo fuese. Si no, no hay trato. ¿Por qué no discutimos el precio?
– Vale. Discutámoslo. Quinientos Euros por follarme a la cría.
– Ni lo sueñes, capullo. Eso es una miseria. Mil. Y si no te parece bien, me follas a mí. Es a lo que veníamos.
– No te pases, Susi, –es el nombre de guerra de mi madre-. No quieras abusar. Todavía no estoy tan borracho. La cría puede que lo valga, sobre todo si todavía es virgen, cosa que está por ver, pero tú no vales, ni con mucho, más allá de doscientos. Setecientos por follaros a las dos. Es más de lo que os merecéis.
– Ochocientos y no bajo un puto euro.
– Qué jodía eres, Susi. ¡A que te quedas sin nada! Ni pa tí ni pa mí: ¿Hacen setecientos cincuenta?
– Hecho, pero a tocateja; contante y sonante. Es la norma habitual de este negocio. Ya lo sabes.
– Voy a los cajeros a sacar pasta. No tengo suficiente aquí. Tú, mientras voy y vuelvo, procura ir despertando a la Bella Durmiente. Por esa pasta no quiero follarme a una putilla que está borracha y dormida. Para esos alivios están las muñecas hinchables, y son mucho más baratas. Quiero follármela bien despierta. Quiero oírle quejarse bien fuerte cuando le meta la polla y le rompa el coño, y ver cómo llora a moco tendido; eso me pone cantiduvi. O a lo mejor le gusta el programa a la moza y lo pasamos todos todavía mejor.
El tipejo aquel salió del salón a buscar unos cajeros para sacar la pasta.
Mi madre me llevó al baño, puso mi cabeza en la bañera y me la roció con agua fría procedente de la ducha. En cuanto sentí el frescor del agua en el cogote, pegué un respingo de cojones.
– ¡¡Hostias!! ¿Qué coño me estás haciendo? ¡Joder!
– Despertarte, hija de puta; despertarte. ¿Cuánta ginebra te has bebido, desgraciada?
– Yo qué coño sé. Hasta que me he quedado dormida. ¿Tanto te importa lo que bebo? Nunca estás conmigo. Bebo lo que me da la gana ¿Vale?
– Me importa un huevo lo que bebas, niñata de mierda ¿Te enteras? Pero ahora espabílate rápido porque enseguida va a venir un cliente al que tenemos que atender.
– Querrás decir que tú tienes que atender a un cliente. Aquí la única puta eres tú. Yo no soy puta. A mí no me metas en eso.
– ¿De qué coño te crees que vives, gilipollas? ¡De éste! –Exclamó, señalándose el coño-. A partir de ahora tú también vas a ser puta; al menos lo serás hoy…, si es que no lo eres ya. Buen plátano tenías medio metido en el coño.
– Me quedé dormida y no me lo pude sacar.
– ¿Dormida? Borracha perdida querrás decir.
– Bueno; pues borracha, ¿Y qué?
– ¿Desde cuándo follas? ¿Eh? ¿Desde cuándo? Si ya me imaginaba yo que esto tenía que acabar pasando cualquier día.
– No he follado nunca. Sigo siendo virgen. El plátano lo tenía a medio meter; quería metérmelo todo pero no me entraba más. Me dolía mucho y dejé de intentarlo.
– Pues ahora vas a tener que joder de verdad. Mejor dicho. Ese cabrón que ha ido al cajero a sacar pasta es el que te va a desvirgar en cuanto vuelva. Ha tragado en pagar una buena pasta por follarte. No puedes dejar pasar esta oportunidad. Nos va a pagar la mitad de lo que gano en un mes. Así que, vamos, ¡espabílate de una puta vez!
– Pero mamá, es que si me folla seguro que me va a doler mucho. Yo no he follado nunca y el plátano no podía metérmelo más porque me hacía mucho daño.
– Pues si te duele, te jodes y bebes ginebra; ya he comprobado que eso sí que sabes cómo hacerlo.
En esta discusión oímos llegar el coche del tipejo y bajamos las dos al salón.
Mi madre me dejó en el sofá y fue a abrir la puerta. Volvió al salón; y tras ella su repugnante cliente.
La violación.
– ¿Has preparado ya a la putita de tu hija? –fueron sus primeras palabras.
– ¡Que suerte tienes, cabrón! La niña todavía es virgen. Al menos eso es lo que me ha dicho ella, y yo la creo. Ya lo comprobarás, pero tendrás que esperar un rato mientras te la preparo; no voy a consentir que te la folles así, a lo vivo. Mi niña no es una puta; al menos por el momento.
Mi madre me sentó en un sillón, me separó las piernas y se puso a lamerme el coño, buscando dónde tenía el clítoris. Tan jovencita aún, mi clítoris estaba muy poco desarrollado, pero si encontró ese botoncito que lo presagiaba. Me lo lamió con la punta de la lengua, a la vez que me separó los labios de la vulva y empezó a meter en mi rajita uno de sus dedos. No me dolió mucho, porque yo me ponía tampones cuando tenía la regla y ese grosor lo admití bien. Luego siguió con su otra mano, haciéndome caricias en las tetas. Mis pezones se endurecieron y ella los presionó un poquito entre los dedos. Aquello me produjo mucha excitación y creo que llegue a tener un amago de orgasmo, pero no lo disfruté en absoluto.
Esa fue mi primera experiencia sexual con otra persona; lo que me hizo mi madre aquella noche. Fue un estreno lésbico y con incesto, aunque yo solo fui un elemento absolutamente pasivo, insensible, inane. Estaba despierta y me daba cuenta de todo lo que mi madre me hacía, pero aún no me había librado de los efectos de la borrachera y no disfruté nada con ello. Fue como si estuviera vegetando. Gocé mucho más cuando me masturbaba yo sola viendo el dvd, imaginándome que estaba follando en aquella cala. Lo que vino a continuación es algo que a pesar de los años transcurridos aún no se ha borrado de mi mente.
– Creo que ya la tienes encendida, cabrón. Así que fóllatela de una puta vez, córrete y déjanos en paz a las dos. Pero antes, ¡venga la pasta! Aquí no se jode si no es con previo pago. Ya conoces las normas.
– Bueno, ya veremos lo encendida que está. Toma: la pasta, y ahora; venga, chúpamela y pónmela dura. El primer polvo será como un regalo para la princesita. Espero que se lo merezca, pero no estoy muy seguro. La veo muy cría.
Mi madre se puso a chupar la polla del individuo y yo los miraba alucinada. Había visto a mi madre muchas veces borracha, pero nunca la había visto chuparle la polla a nadie. Ni siquiera a Ginés. Me impresionó mucho y me asqueó.
La visión de mi madre, arrodillada ante ese tipo feo y gordo, metiéndose aquella gran polla hasta el fondo de la boca, me produjo tanto rechazo que mi cara se giró, mirando a otro sitio. No quería ver lo que mi madre le estaba haciendo a aquel cabrón, pero aquello me abrió los ojos ante una realidad que no conocía. Eso que estaba viendo ahora en primera fila, es lo que hacía mi madre todos los días para que las dos pudiéramos vivir.
Para mí fue un verdadero shock. No es lo mismo saber que tu madre hace de puta, que verla a tu lado chupando una polla apestosa. Puede que a ella le gustase lo que hacía, -que lo dudo-, pero a mí todo lo que estaba sucediendo ante mis narices me parecía repugnante y repulsivo. Muy asqueroso.
Poco a poco fui tomando conciencia de lo que me iba a pasar a mí. Recordé las escenas de la playa y observé cómo crecía y crecía aquella polla, que una y otra vez entraba y salía de la boca de mi madre. Sentí pánico ante lo que me esperaba y me puse a temblar y a gimotear como lo que en realidad era: como una miedosa y desvalida chiquilla.
El tío aquel resollaba, se congestionaba y su cara se ponía cada vez más colorada, hasta que ordenó a mi madre:
– Basta. Déjalo ya. Ahora que me la chupe la niña. Quiero ver si se ha fijado cómo se hace y ya ha aprendido cómo me gusta.
– Vamos, puta: ¡chupa tu primera polla! Verás cómo te gusta. Mi polla es de primera calidad, putilla.
Mi madre protestó, diciendo que ese no era el trato. Que solo se trataba de que me jodiese, pero él respondió que o se la chupaba yo también o que se despidiera de la pasta.
– Te la he dado ya, pero te juro que la recuperaré, ¡aunque sea moliéndote a hostias!
Llevada por mi inconsciencia quise hacerme la valiente, me puse muy chula y me envalentoné.
– No te preocupes, mamá. La culpa es mía por haber bebido tanto. Se la chuparé. Que me joda, que te pague y que nos deje en paz.
Más que hablar, casi escupí las palabras con toda la rabia que pude, en medio de un llanto de lo más desconsolado.
Me arrodillé delante del aquel tipo, -como había visto ponerse antes a mi madre-, y abrí la boca todo lo que pude.
El muy cabrón metió de inmediato su polla en mi boca, sin contemplaciones, y me la llenó con solo introducir el capullo. Pero él quería más, mucho más: quería que yo me la tragara entera. Comenzó por coger mi cabeza entre sus manos, sujetándola con fuerza para que no pudiese apartarme, mientras empujaba como un salvaje, intentando meter su polla cada vez más dentro de mi boca.
Pronto se me saltaron unos enormes lagrimones, empecé a sentir náuseas y unas arcadas muy grandes y profundas, pero aquel cabrón seguía en su intento de que me tragase toda su polla, y volvía a metérmela una y otra vez, más fuerte y más rápido, sin importarle para nada mis lamentos desesperados y mis lloros, hasta que me hizo vomitar violentamente. Llené su polla y su pelo púbico con los restos de mi cena y la bebida que todavía tenía en el estómago.
Mi vómito le enfureció y se puso frenético. Me abofeteó, pero siguió metiendo su polla todo lo dentro que podía mientras gritaba desaforado algo parecido a esto.
– ¡Mira cómo me has puesto, gilipollas! ¡Límpiamelo con la lengua, imbécil! y ¡Mámamela otra vez!, puta. Eres como tu madre. Pídele a ella que te explique cómo lo tienes que hacer. Quiero que te comas mi polla entera. ¿Lo has oído, niñata? ¡Cómetela toda entera o te reviento la cara a hostias!
Me abofeteó con fuerza tres o cuatro veces más, bailando mi cabeza de un lado a otro según me golpeaba.
Mi madre se asustó mucho, pero no le recriminó.
Lo que hizo fue aconsejarme cómo debía procurar que su polla me entrase más, haciéndome el menor daño posible y me daba de vez en cuando un poco de ginebra para que me animase y no sufriera tanto. Eso es lo que hizo mi madre, en vez de protegerme.
– Alicia; escúchame bien y hazme caso. Tienes que sacar la lengua para que su polla se deslice sobre ella y abrir la boca todo lo que puedas; coge mucho aire, como si fueras a bucear, y aguanta; sobre todo, aguanta, y no vomites más, -me decía-. Se cabreará.
Seguí llorando desconsoladamente, impotente para tragarme aquella espantosa verga. No pude evitarlo y vomité otras dos o tres veces más, llenándole el pubis de babas y de mocos, que luego tuve que recoger con la lengua, pero no consiguió que me la tragara. Era imposible que yo pudiera hacerlo. Al cabo de un buen rato se dio por vencido.
Viendo que no conseguiría que me tragase su polla, por muchos esfuerzos que yo hiciera para intentarlo, y a pesar de que recibí al menos tres o cuatro fuertes hostias más, tal y como me había anunciado, decidió no intentarlo más.
Yo tenía la cara muy enrojecida por aquellas tremendas bofetadas; gruesos lagrimones rodaban por mis mejillas y caían sobre mis tetas, que estaban ya muy mojadas de todas las babas que habían escurrido de mi boca y caído sobre ellas mientras se la estaba chupando a ese cabrón, además de los restos de los diferentes vómitos que sufrí. Pero nada de eso le conmovió ni hizo que desistiera de sus deseos. Había pagado una buena pasta por desvirgarme y lo quería conseguir cuanto antes, aunque para ello tuviera que seguir martirizándome.
– Bueno; pues si no te la puedes tragar por la boca, entonces tendrás que tragártela por el coño. Ese sí que tendrá espacio para que te la meta entera. ¿Cuántos años dices que tienes, putilla?
– Trece. Me faltan solo tres meses para cumplir catorce.
– Entonces ya tienes edad más que suficiente para que te desvirgue. Lo extraño es que todavía no hayas follado. A tu edad muchas crías ya saben lo que es meterse una buena verga por el chumino. Y les gusta. Les gusta mucho. Venga, colócate en el suelo a cuatro patas; como si fueras un perrito.
-Y tú, -le dijo a mi madre-: sujétala bien; no quiero que se derrumbe del susto cuando sienta cómo le meto la polla hasta los huevos.
No tardé nada en sentir cómo su verga, tiesa y dura a causa de nuestras mamadas, se colocó a la puerta de mi coño, que aún no se había cerrado del todo después de la medio metida del plátano.
El muy cabrón no se anduvo con chiquitas. Comenzó a empujar con fuerza desde el principio y sentí cómo se abrían mis entrañas a medida que esa tremenda polla intentaba hacerse con un espacio en mi interior.
Empecé a quejarme lastimosamente y a llorar a moco tendido, pues era tal el dolor que sentía que pensaba que iba a morirme. Aquello era inaguantable. Sentía arder mis entrañas como si fueran traspasadas por un hierro al rojo. Creí que no saldría viva de aquello. El dolor era para mí insoportable.
Chillé y chillé todo lo que pude, en un intento de ver si ese cabrón tenía un poco de humanidad y dejaba de hacerme tanto daño.
– ¡¡Para!! ¡¡Para!!, por favor; para. Me duele mucho.
Grité y grité todo lo que pude, hasta enronquecer, pero no conseguí absolutamente nada.
Aquel hijo de puta malnacido no se apiadó de mi sufrimiento; al revés, parecía que mis súplicas le enardecían y que disfrutaba oyéndome llorar y pedir clemencia. Él, al contrario; empujaba y empujaba, cada vez con más fuerza y ferocidad.
– ¡Dale ginebra a esta pequeña zorra! -gritaba a mi madre mi violador-. Parece una rata chillona. Y dile que calle, o tendré que amordazarla, y os juro que soy capaz de hacerlo. Como siga gritando así, la van a oír en Sebastopol.
– No te preocupes; no la oirá nadie. Los vecinos no viven aquí; solo usan las casas cuando están de vacaciones, dijo mi madre. Déjala que grite y se desahogue. Y no seas tan bestia, cabrón. Es solo una cría.
Mi madre me acercó la botella a los labios y permitió que bebiera un buen trago de ginebra.
Me atraganté un poco, pero eso me tranquilizó, aunque solo fue un ratito. Enseguida el dolor volvió y se hacía cada vez mayor y más intenso, hasta que mi violador dijo.
– No te ha engañado la muy zorra. Es virgen. Pero va a dejar de serlo enseguida. Su virgo parece una pared, de lo duro que está, pero no se me resistirá. Se lo voy a taladrar, o la reviento. Dile que se prepare que le voy a meter la polla hasta el fondo.
Yo pensaba que aquel terrible dolor era porque ya me había desvirgado y era producido por la rotura del himen, pero al escucharle me eché a temblar. Si aún no estaba desvirgada ¿Cuánto me dolería cuando lo hiciera?
Me aterroricé al pensarlo. A lo mejor hasta me podía reventar por dentro. Temblaba como si estuviera desnuda en medio de una nevada. Me contraía y tiritaba, perdido por completo el control de mis nervios. Debí estar al borde del desvanecimiento pero, para mi desgracia, eso no sucedió y no pude librarme de vivir todo el horror que aún me quedaba por delante.
– Toma, Alicia; bebe todo lo que quieras. Es lo único que puedes hacer. Hará que no sientas tanto el dolor, -dijo mi madre- al tiempo que me daba la botella de ginebra.
– Que beba de una puta vez y que se prepare, que la voy a reventar, -gritó aquel cabrón malnacido-.
– Tranquila Alicia, cariño. Solo será un momento. Una vez que te desvirgue seguro que enseguida pasará el dolor y te gustará que siga jodiéndote. Mientras, sigue bebiendo todo lo que quieras. No te importe si te emborrachas otra vez. Yo te cuidaré.
– Vale, mamá. Si tiene que pasar, que pase; dile a ese cabrón que me la meta cuanto antes. Quiero que esta tortura acabe de una puta vez. No puedo aguantar más. ¡Me va a matar! ¿Qué digo?: ¡¡me está matando!!
– No exageres, guapa, ni dramatices, que no es para tanto. Nadie se ha muerto por follar. Allá voy.
Dicho eso, sin otro aviso más, me agarró fuerte por las cachas del culo y metió su polla hasta que tropezó con el himen. Luego, la sacó un poco, la puso en la entrada de mi coño, pegó un tremendo empujón y fue cuando me desvirgó.
Entonces sí que supe lo que era un dolor agudo. Los anteriores me parecieron una broma. Al romperme el himen la carne desgarrada me produjo un dolor tan grande, tan intenso, tan insufrible, tan insoportable, como nunca había sentido antes.
-¡¡¡Noooooooooooooooooooooo!!! ¡¡¡Paaaaaaaaaaaaaaaraaaaaaa!!!
Cuando aquel hijo de puta violador me desvirgó, no fue un grito lo que lancé; fue un verdadero alarido; un aullido de dolor. Creí que me iba a morir; que de esa no salía. Sentí que algo me taladraba, me encogí sobre mí misma y pegué un grito, tan desesperado y de tal intensidad, que debieron oírlo hasta en Madagascar.
Mi madre me tapó la boca, temerosa de que alguien pudiera oírme, pero yo le dije que me diera ginebra, porque a lo mejor así no me dolería tanto. Era lo único a lo que pensé que me podía agarrar. Bebí ávidamente hasta sentir que me quemaba la garganta.
Durante más de un cuarto de hora estuve recibiendo la polla del violador en mis entrañas y poco a poco el dolor fue remitiendo, al tiempo que la ginebra también hacía sus efectos en mi cuerpo, como si se tratara de una anestesia. Mi cerebro dejó de recibir los mensajes de dolor que mi coño le enviaba y perdí vagamente la noción de lo que me rodeaba, sin quedar inconsciente del todo.
– Parece que ya no te quejas tanto, -dijo mi violador-. No me digas que ya te va gustando. Anda. Dime que te gusta. Si ya no te duele y te empieza a gustar es que muy pronto serás tan puta como tu madre. La conozco bien. Es más guarra que ninguna.
– No me gusta que me jodas, lo que de verdad me gusta es la ginebra, cabrón, dije entre hipos. Pero no pares de meterla y córrete cuanto antes. Quiero acabar de una puta vez con este suplicio. Me sigue doliendo mucho el coño ¡¡HIJO DE PUTA!! Le grité con una voz que ya era estropajosa por efecto de tanta ginebra.
Mis palabras hicieron que redoblase sus embestidas y su polla entraba y salía de mi coño una y otra vez, en un mete y saca interminable y agotador. En algún instante puede que sintiera algo parecido al placer, porque imaginaba su polla como si fuera el plátano que no logré meterme esa tarde, pero la verdad es que aquello no podía calificarse de que me gustara; vamos, ni por asomo.
Unos minutos más tarde sentí que sus esfuerzos se hacían más y más frenéticos, sus penetraciones más rápidas, más intensas, al tiempo que su respiración era cada vez más agitada. Pronto noté que algo caliente se derramaba en mi interior, como si me dieran disparos con una pistola de chorros de agua, como cuando jugaba siendo una cría. El muy cabrón se acababa de correr dentro de mí coño. Pero su polla ya no me producía tanto dolor y no me importó que no me la sacase enseguida, sino que me siguiera follando otro ratito, pero más lentamente. Era menor el dolor de mantenerla dentro que el que me producía el roce de meterla y sacarla. Además, pensé que al sacarla me volvería a doler.
Cuando al fin me sacó la polla, mi coño estaba tremendamente dolorido y me escurría por los muslos parte del semen que iba saliendo de su interior.
Mi madre me dio la botella de ginebra.
– Toma, Alicia; bebe lo que quieras; ya ha terminado todo.
No me lo tuvo que repetir. Agarré la botella y bebí de un tirón todo lo que quedaba dentro, sentí como si mi cabeza me pesase una enormidad, que las fuerzas me abandonaban, que mi visión se difuminaba, perdí el equilibrio y caí redonda en medio del salón, completamente borracha y exhausta.
Fue mi primer desmadre con el alcohol y la primera vez que tuve unas relaciones sexuales. Mejor dicho: no las tuve; las padecí y las sufrí. No fue un estreno sexual: fue una violación en toda regla; sin paliativos; y con mi madre de testigo.
Algo que no deseo al peor de mis enemigos.
Aquella experiencia no fue placentera en absoluto. Resultó dolorosísima, terrorífica y traumatizante.
Algún lector pensará cómo puedo recordar ahora tan detalladamente, a mis casi veintitrés años, aquella primera experiencia que tuve hace ya más de nueve. Es muy sencillo: aquello no lo olvidaré nunca, pero, además, posteriormente me he visto en alguna situación similar a aquella, y de esas tengo pruebas gráficas irrefutables. Me han servido para poder escribir esto.
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En cuanto a la violación en sí… no quiero recordarla más; una vez descrita aquí volveré a enterrarla en el fondo de mi memoria, donde lleva ya tantos años. Pero una violación es algo que no se olvida nunca. JAMÁS. Siempre estará presente ahí, en lo más profundo de mi alma. Permanente. Indeleble.
El único castigo que considero adecuado para un violador es la castración. Nada de medias tintas. Así de tajante y así de duro. Es el único medio para que no reincida en ese horrible delito. Hay quién dice que es un castigo que no tiene vuelta atrás. Es cierto. Pero ¿Tiene vuelta atrás una violación? ¿Se le puede restituir a la víctima aquello que perdió? Ambos; delito y castigo, conllevarán consecuencias irreversibles: El delito ya las tiene para la víctima; el castigo debe tenerlas para el autor.
PERO AUNQUE ASÍ FUERA NO SERÍA LO MISMO PARA LOS DOS; NO ES EQUITATIVO. HAY UNA GRAN DIFERENCIA. La misma que existe entre víctima y victimario. Inocente y culpable. A delito irreversible; castigo irreversible. Sí. Es de justicia. PERO, AUN ASÍ, LA VÍCTIMA SIEMPRE SALDRA PERDIENDO. El culpable PAGA POR LO QUE HA HECHO. Pero, ¿Qué ha hecho la víctima? NADA; LA VÍCTIMA NO HA HECHO ABSOLUTAMENTE NADA; SOLO SUFRIR. PERO YA HA PERDIDO. ESO SÍ QUE ES IRREVERSIBLE.
Y todo el amor, cariño, comprensión y ayuda de todo tipo para las víctimas. Es lo mínimo que se le puede exigir a una sociedad que pretende ser justa, igualitaria y solidaria con ellas. O al menos, dice que lo pretende.
¡Que lo demuestre con hechos!
A todas las víctimas hay que ampararlas, comprenderlas, recuperarlas, animarlas, estar a su lado siempre, en todo aquello que necesiten. A las víctimas no les sirven de nada los discursitos biensonantes y tanta palabrería como emplean quienes pueden y deben actuar. Hechos. Hechos es lo que necesitan las víctimas.
Esto sirve también para toda aquella violación que sufre el género masculino: niños; adolescentes u hombres que, aunque en menor medida, también los hay. Bastaría que solo fuese uno para igualarse a lo que sufren tantas mujeres, adolescentes y niñas. No es una cuestión de cantidad. La violación no tiene sexo; es intrínsecamente abyecta, aborrecible, execrable, perversa y abominable.
Estos párrafos salen de lo más profundo de mi alma. No importa lo que una mujer haya hecho antes o pueda hacer después. La violación es intemporal. Sucede en ese momento; los precedentes no pueden ser utilizados como atenuantes. Una violación es eso; solo eso. Una violación. Y como tal debe tratarse.
Este es mi pensamiento actual, como mujer adulta, a mis casi veintitrés años. Cuando ocurrió lo narrado no tenía formada una opinión en relación a este asunto. Ni siquiera pasaba por mi mente que pudiera ocurrirme algo así. Tenía casi catorce años y era todavía una cría que estaba en los albores de su proceso de maduración como persona adulta.
Tras el anterior alegato, que considero absolutamente necesario incluirlo en mi historia, seguiré con la narración.
Esa carreta que echas al principio sobra, de verdad. Es más, quita las ganas de leer, aún cuando hay quienes sabemos que eres un espléndido autor. En mi caso, por ejemplo, 29 de mis 31 relatos son sobre relaciones mal vistas o ‘ilegales’. Pero si me pusiera a repasar la biblia o la constitución antes de cada relato ¿Dónde quedaría lo sabroso, cuando es justamente el VIOLAR la ley lo que lo hace tan especial? Por otra parte, si alguien creyera que todo lo que he escrito en mis relatos es real… ¿Habrá alguien así de bobo?
Tenlo en cuenta, de buena manera. Nadie viene a leer cosas que lo arrechen y le gusta encontrarse un discurso moral como preámbulo.
Saludos.
Comparto con darwin, ese inicio a lo «disclaimer» mata pasiones. Vengo a pajearme con relatos de menores, porque me encantan los jovencitos, y me topo un tecnicismo que no da más de sobrado y me tira al piso la lujuria, así de simple.
Si me da lo loca de escribir un día (pasado a Word para corregir, ojo), jamás vas a ver que deje algo así al inicio. Aunque yo pueda fumarme un cigarrillo al terminar de cogerme también uno de 13 como acá y bien cargado de leche, los relatos no son cigarrillos y no necesitan eso como «advertencia para la salud» ni les suma un pepino. Al revés. Perdona lo brusca pero sin ofender, aunque resulta fastidioso.
Yo apoyo al cien cogernos niños en mi respectivo caso y que otros se cojan niñas, aunque siempre que se de sin forzar y que ellas ya estén aptas de penetrar, sino pues darles una linda refregada de verga o que la mamen y lechearles la boca o resto del cuerpo. Es morboso igual y yo soy la primera degenerada que va a agradecer eso, lo gráfico, lascivo, y obsceno, pero ya dejen de aclarar que es una «vivencia» falsa porque se detesta un montón eso.
Que te de una estrella no te será raro tras mi discurso. La mereces.