Mercaderes de Adolescencia -III-
Todos los personajes y circunstancias que concurren en esta historia son pura ficción, fruto única y exclusivamente de la imaginación del autor. El contenido de la historia está dirigido a personas adultas, por lo que los menores de edad, no deberían.
Capítulo III – LA VUELTA
Justificaciones y consejos
El domingo mi madre estuvo conmigo en casa hasta que desperté, ya muy entrada la tarde, casi anocheciendo. Como el bar abre a partir de media tarde, mi madre llamó a Javier y le dijo que se retrasaría un poco, aduciendo que yo no me encontraba bien y quería estar conmigo hasta que me dejara dormida. Javier la respondió que si lo consideraba necesario se quedase conmigo y me atendiese, aunque no fuera a trabajar esa noche. Otro punto a favor de Javier.
Mi madre me contó todo lo que había pasado y cómo el muy cabrón me había desvirgado. Trató de justificarse diciéndome que tanto ella como su “cliente” habían bebido mucho, que estaban bajo los efectos de las drogas que habían consumido y que perdieron por completo el control de sus actos. Pero yo solo la creí en una pequeña parte. Callé y no le dije nada, pero lo cierto es que me sentí muy abandonada por ella. No me protegió como debiera haberlo hecho.
Debió haber impedido que aquel hijo de puta me violara -Joder; ¡¡soy su hija!!-; pero no lo hizo. Se quedó allí haciendo como que me comprendía, dándome algún consejito y, eso sí: toda la ginebra que quise beber, hasta que me emborraché de nuevo.
En ese momento sentí que no podía contar con ella como un elemento de protección. Había sido utilizada como carne fresca para un jodido violador; vendida por mi propia madre para conseguir unos jodidos euros, aún a costa de mi sufrimiento. Me sentí muy mal y creo que llegué a odiarla.
Pero no le dije nada de lo que pensaba. ¿Para qué? No serviría de nada. Lo guardé para mí, deseando olvidarlo cuanto antes.
Me vi abandonada. Estaba sola, totalmente sola y desamparada. Entonces fue cuando tomé plena conciencia, definitivamente, de que no podía contar con ella para nada. Aquello me marcó muy profundamente.
– Olvida todo lo de anoche, -me dijo-. Será difícil. Lo sé. Pero es lo mejor que puedes hacer. Quieras o no, eso ha sucedido y no resuelves nada si te encierras en ti misma y no miras hacia adelante. Y no pienses que todos los hombres son así. Serías injusta con los demás. Javier, mi jefe, es una buena persona; él jamás te haría una cosa así. Pues como él, así son la mayoría.
También puede ser que le cojas miedo al sexo. No debes hacerlo. El sexo no es malo. Si lo odiases por lo de anoche te estarías perdiendo algo muy bonito. Hazlo, si quieres, con esos chicos del instituto que salen en el dvd que veías ayer. Verás cómo es muy diferente cuando no te obligan a hacerlo y eres tú quién decide cuándo y con quien. Además, son de tu edad y no tienes que aguantar a hijos de puta cómo el de anoche. Para eso estoy yo. Ya sabes que llevo años haciéndolo. No es que me vuelva loca; pero es casi lo único que sé hacer. Y de algo hemos de vivir.
Aquellas palabras me sacaron un poco de mi abatimiento; pero solo un poco. Es cierto que el sexo que vi en el dvd no se parecía en nada al que sufrí por parte de aquel degenerado. El de mis compañeros parecía ser divertido y ellos lo estaban disfrutando. Se les veía a todos muy contentos. Nada comparable a lo que yo sufrí. Quise animar un poco a mi madre, pensando que quizá ella no creyera que todo fuese a llegar tan lejos con aquel desgraciado.
– Anoche al final no lo pasé tan mal, ¿sabes? -Dije por animarla-; sobre todo cuando se corrió y me jodía más despacio. Pero no te preocupes. No tengo ninguna gana de repetirlo; al menos de momento y, desde luego, no con los del instituto. Todo lo que hacen lo cuentan; si lo hago con ellos pareceré tan puta como les parecen las demás que lo hacen. Esas están en boca de todos y las tratan como lo que son: chicas fáciles. Yo no quiero ser así. Pero tampoco quiero repetir lo de ayer. Soy muy joven y primero me tengo que recuperar de esto. Ya llegará el futuro.
– Bueno; eso tienes que decidirlo tú. Ya tienes edad suficiente para ello.
– Ya. Lo que sí te agradeceré es que me des consejos sobre cómo debo beber la ginebra. Eso sí me gusta hacerlo, pero no quiero que lo de esta noche se repita más veces.
– Te vendría bien que durante unos días no la probases, Alicia. Ayer te cogiste dos buenas borracheras, porque cuando el tío te jodió te dejé la botella y tú no paraste de beber hasta que te desmayaste. Eso es muy peligroso, Alicia, y más si estás sola en casa. Bebe lo que quieras, pero con cuidado, y cuando sientas que te empiezas a marear, mejor es que no bebas más. Déjalo. Ya beberás más otro día.
Hice promesa de portarme mejor y mi madre se despidió de mí. El trabajo me reclama, -dijo-, al tiempo que me dejó sola otra vez. No quiero abusar de la confianza de Javier. Le diré que estás mejor. Llamó a un taxi para que la llevara al bar y se fue.
Luego me atenazó el terrible pánico a un posible embarazo. Conté uno a uno todos los días que faltaban para que me llegase la regla; no vivía tranquila temiendo estar embarazada. Fueron días de absoluta incertidumbre, en los que apenas pude descansar. Afortunadamente, eso no se produjo. Cuando me llegó la regla lloré como una magdalena, pero de alegría. Nunca me gustaron esos días, pero esta vez casi diría que disfruté de ellos.
Decidí seguir el consejo de mi madre y olvidar aquella noche, denominándole “el incidente”, y me volqué en preparar bien los pocos exámenes que me quedaban, aparte de la gimnasia, a fin de sacar las mejores notas posibles.
La vida sigue y aparece Ernesto
El lunes devolví a Elena el dvd diciéndole que me había gustado, pero que de momento no participaría en ninguna otra reunión de ese tipo.
– Me voy a dedicar a estudiar un par de materias en las que quiero subir la nota. De momento eso es lo que más me importa. Cuando nos den las vacaciones volvemos a hablar sobre ello. ¿Te parece?
– Qué remedio, pero que conste que no todas terminan así. La del sábado fue mucho más tranquila.
Mi relación con los compañeros de clase seguía siendo muy superficial; diría que solo lo más imprescindible, ya que para evitar comentarios sobre la ausencia de mi madre en las diferentes reuniones de padres -no era la única que faltaba, ni mucho menos-, no quise tener una amistad profunda con ningún compañer@ del Instituto. Ya he dicho que solían frecuentar los unos las casas de los otros y yo no quería tener que ofrecer ni negar la mía. No quería que descubrieran mi soledad ni, mucho menos, tener que dar explicaciones de mi situación.
Casi todos me consideran una tía bastante “borde” y antipática, principalmente por parte de Elena y su grupo. Sobre todo a partir de mi negativa para acompañarles en las “fiestecitas” de la cala; pero eso no me importaba en absoluto: pasaba abiertamente de ellos. Por encima de todo quería preservar mi intimidad e independencia, y el secreto de mi peculiar situación. En el fondo estaba aislándome por completo de los demás y convirtiéndome en una solitaria recalcitrante.
Llegó un momento en que solo me encontraba a gusto en casa; sola, en compañía de mi consola, la televisión, mi música, y… la ginebra, aunque la cogí mucho miedo después de la noche del “incidente”.
Como desde mediados de Mayo las clases en el Instituto se limitaban a la mañana, tenía las tardes absolutamente libres y comencé a pasarlas en la playa. Siempre llevaba conmigo una botellita de agua mineral de un litro, en la que añadía un par de copitas de ginebra. Así diluida, me hacía menos efecto, pero sin yo saberlo me vinculaba cada vez más a su consumo. Me la solía beber mientras tomaba el sol y nadie se daba cuenta, porque a nadie le extrañaba que bebiera de una botella cuyo contenido a todos les parecería que era agua. -¿Qué iba a tener una botella de agua, sino agua?-. Allí, en la playa, inicié una relación muy superficial con un hombre maduro, de trato muy agradable. Empezó él, que fue quien primero se dirigió a mí.
– Chiquita, -me dijo un día-. ¿Te importa echar una mirada a mi ropa mientras me baño? Luego yo me encargaré de vigilar la tuya. Me llamo Ernesto.
– No se preocupe, señor. Yo soy Alicia. Esperaré a que vuelva antes de irme yo al agua; así, de paso, me dice qué tal está.
Como tenía muy reciente el “incidente” pensé que a lo mejor era un ligón que buscaba algo siniestro con una chica jovencita, y me mantuve bien alerta; pero no me hizo ninguna insinuación en ese sentido.
– El agua está muy buena, -explicó cuando volvió.
Yo fui enseguida a bañarme, volví a mi sitio y me tumbé a tomar el sol.
Fuimos un par de veces más al agua, guardando el sistema de turnos. No hablamos más ese día.
A la caída de la tarde él se despidió con un sencillo y escueto: “gracias por lo de la ropa”; y se fue.
Nos vimos bastantes veces más en los días sucesivos y cuidar de la ropa del otro se convirtió ya para los dos en una costumbre. Pero hablábamos muy poco; y de lo más convencional. Eso sí; dejé de llamarle “señor”. Me dijo que Ernesto era mejor.
– Si me llamas siempre señor, yo tendré que llamarte a ti señorita. Quedaría muy cutre. ¿No te parece?
A partir de entonces comenzamos a hablarnos de tú y por nuestros respectivos nombres.
El incremento de mi consumo de ginebra llevaba aparejada una menor duración de las provisiones, haciendo que mi petición para su reposición fuera más frecuente. Mi madre se hacía la loca, como si nada de eso fuera con ella. Respondía a mi solicitud de “vitaminas”, con el envío de una abundante provisión de botellas, sin la más ligera oposición. Nunca me preguntó qué hacía con ellas, ni cuanto bebía cada día, por lo que supuse que daba por bueno que yo pudiera beber más de lo aconsejable para una cría de mi edad, suponiendo que tuviera muy en cuenta sus consejos a raíz de lo acontecido la noche del “incidente”.
Pronto comenzaría el verano astronómico, si bien ya la temperatura era más que agradable, tirando a cierto calor. Aún no había cumplido catorce años y mi cuerpo seguía con su proceso natural de evolución: aumento de volumen en los senos, conversión en vello púbico de lo que hasta entonces solo podía considerarse como “pelusilla” y formación de las caderas y glúteos, ya muy bien delimitados y marcados.
Así que poco antes de iniciarse el verano del 2012, sucedió lo que se iba a convertir en el auténtico inicio de una vida totalmente distinta a la que había llevado hasta entonces, y me condujo a vivir un montón de situaciones inimaginables para mí, que me dieron muchísimas alegrías y, también, ¡cómo no! abundantes sinsabores.
Durante la última semana de Mayo y las primeras de Junio realicé el resto de los exámenes que tenía pendientes. Las notas deberían ser buenas porque eran materias que tenía muy “curradas”. De todas formas no las publicarían hasta dentro de diez o catorce días. Luego: llegarían las ansiadas vacaciones.
Pedí a mi madre la dirección de la cárcel donde estaba preso Ginés y le escribí una carta muy cariñosa en la que le decía que le echaba mucho de menos. Le conté muchas cosas del curso en el instituto y le dije que esperaba tener muy buenas notas porque había estudiado con mucho interés. Le dije que estaba bien, que no tenía novio, –siempre me decía que cuando fuera mayor me los iba a llevar de calle-, pero que había algún chico que me gustaba más que otros, pero que todavía no tenía más que trece años y era muy joven para esas cosas. No le conté nada de lo del incidente, ni de que yo también había empezado a beber. En realidad quería pintarle un mundo bonito para que él en la cárcel no estuviera más triste todavía.
Me contestó a la semana siguiente, con una carta muy larga, que todavía conservo. También me echaba de menos, decía. Bueno, nos echaba de menos a todos y decía que estaba contando los días que le faltaban de condena, para buscarnos en cuando saliera de allí. En la cárcel se portaba bien y creía que en un par de años a lo mejor le daban algún día de permiso. Que no dejara de escribirle y le contara mis cosas, porque se puso muy contento cuando vio mi carta. Tu madre también me ha escrito y deseo veros a las dos, pero sé que de momento no podréis venir porque estáis muy lejos. Lo comprendía. Bueno, Alicia; ya vendrán tiempos mejores. Ten confianza y esperanza en el futuro. Te quiero. Ginés; y me dibujó muchos corazoncitos.
Aquella carta me dio muchos ánimos, a pesar de que yo no había sido sincera con él y no le había contado toda la verdad, pero me justifiqué con la excusa de que se lo oculté porque no quería entristecerle. Lo cierto es que yo estaba muy avergonzada de todo; de beber y del “incidente”, y no me atreví.
El incidente de mi violación quedó relegado al fondo de mi memoria, si bien de vez en cuando tenía alguna pesadilla y mi sueño se interrumpía bruscamente con una sensación de desazón difícil de explicar. En esas ocasiones me levantaba, me tomaba un chupito de ginebra y volvía a intentar recuperar el sueño. No siempre lo conseguía.
Seguí dedicando las tardes a la playa, coincidiendo casi todos los días con Ernesto.
Nueva visita, la expectativa
El viernes 15 de Junio recibí un mensaje de mi madre. Como casi siempre, era muy escueto:
“Mañana sábado mantente bien despierta hasta que llegue” “Iré con visita y te he preparado una sorpresa. Te gustará”.
Pasé todo el sábado en la playa, en la que volví a coincidir con Ernesto. Nuestros baños ya se habían convertido en algo habitual; nos veíamos prácticamente a diario y encajábamos cada vez mejor.
A la hora de comer saqué de mi mochila el bocadillo que traía preparado de casa, pero Ernesto me sorprendió.
– Si no te parece un atrevimiento, quisiera invitarte a comer. Nada especial. Unas raciones en el chiringuito de la entrada, o lo que te apetezca.
– Lo que me parece un atrevimiento por mi parte es aceptar tu invitación. No tienes por qué hacerlo. En la playa, un buen bocadillo es una comida más que suficiente para mí. No necesito otra cosa.
– Tómalo como un cumplido, Alicia. El próximo sábado, si te parece bien y tu economía lo permite, dejaré que me pagues la cerveza o el café. ¿Te parece un buen trato?
– De acuerdo, pero ten cuidado y no me acostumbres. Los vicios tienen su raíz en la costumbre. Cuando una costumbre se repite se transforma en hábito y la repetición abusiva de los hábitos acaba convirtiéndose en vicio.
– Muy filosófica te veo. No pega mucho con tu edad. ¿De dónde te has sacado ese silogismo?
– Me lo repetía mucho mi abuelo para que no cogiera malas costumbres. Decía que eso es degenerativo.
Pasado el mediodía nos dirigimos al chiringuito. Comimos unas raciones de calamares y unas sardinas a la plancha, -estaban muy ricas-. Coca Cola por mi parte; cerveza y café por la de Ernesto.
Luego volvimos a bañarnos hasta la caída de la tarde. Esa tarde charlamos un poco más, de materias variadas.
Ernesto se ofreció a dejarme en casa y me pareció que rechazarlo sería una grosería por mi parte. Subí a su coche y me dejó en la esquina más próxima a mi casa, porque la calle tiene dirección contraria de tráfico; quedamos en vernos la siguiente semana en la playa, como de costumbre.
– ¿En el mismo lugar de siempre?
– No veo ninguna razón para cambiar de sitio.
Eran casi las nueve de la noche cuando me preparé una cena ligerita y me puse a ver la tele.
Me aburría. Intenté escuchar algo de música, pero no me concentraba en ella. No hacía más que pensar en el enigmático mensaje de mi madre, que leía una y otra vez en la pantalla del móvil:
“Mañana sábado mantente bien despierta hasta que llegue” “Iré con visita y te he preparado una sorpresa. Te gustará”.
Anunciaba una sorpresa que me gustaría. Traté de imaginar qué podría ser. ¿Quizá Javier, su jefe, le había propuesto algo beneficioso? Mi madre sabe que Javier a mí me cae muy bien. ¿Le habría salido un trabajo mejor y pensaba dejar el puticlub? No hacía más que imaginar cosas, todas positivas, por ese “te gustará” final.
Para hacer más corta la espera, -eran solo las diez de la noche-, me puse un chupito de ginebra, que bebí con parsimonia. Pero el tiempo pasaba sin que mi madre diera señales de vida. A pesar de mi impaciencia, no me atreví a ponerme en contacto con ella. Me tenía dicho que no le molestase en su trabajo, de no ser por un motivo grave; que yo estuviera algo nerviosa esperando su llegada, no creo que ella lo considerase suficiente. Así que si la llamaba ya sabía lo que me esperaba: bronca al canto en cuanto llegase.
El primer chupito dio paso a un segundo y, pasado un tiempo prudencial, a un tercero.
Continuaba inquieta; no podía parar. Iba de un lado para otro del salón; subía a mi habitación a por la consola; empezaba un juego, pero lo dejaba casi de inmediato. No podía concentrarme en nada. Me peleaba conmigo pues la botella de ginebra me atraía de una manera difícil de soportar. No quería beber mucho, por miedo a que me pasara lo de la otra vez: tres chupitos ya eran suficientes.
Así llegué a las doce de la noche y en vista de que mi madre no aparecía y empezaba a sentirme adormilada recordé la noche de aquel otro sábado; subí al baño y me empapé bien la cabeza con agua fría, a fin de despejarme.
Recuperada del incipiente sueño no pude resistir más y me puse un cuarto chupito, que me juré que sería el último. Con él a medio terminar dio la una de la madrugada, sin noticias de mi madre. Eran casi las dos cuando oí el motor de un coche que paraba delante de la casa. Luego la llave de mi madre en la cerradura y abrirse la puerta.
– ¡Hola, cariño! ¿Estás despierta? Traigo visita. -Enseguida apareció mi madre en el salón, y con ella la anunciada visita.
La gran decepción
Se me cayó el alma a los pies cuando vi quién era su acompañante.
¡Venía con el mismo cabrón que me violó aquel sábado! No me lo podía creer. Pensé que era una pesadilla; un mal sueño.
No puede ser, -me decía-. ¡Es ese hijo de puta! No es posible ¿Es de verdad ese hijo de puta? –Me preguntaba.
– ¡¿Esta es la sorpresa que me traes, mamá?! ¡El hijo de puta que me violó hace tres semanas! ¿Cómo coño has podido pensar que esta sorpresa me gustaría? ¿Es que no recuerdas todo lo que me hizo? ¡¡Yo no lo he olvidado!! ¡¡Que se vaya al puto infierno!! ¡¡No quiero verle!! ¡¡Que se largue, mamá!! ¡¡Que se largue!! ¡¡¡Dile que se largue!!! -Grité, absolutamente histérica.
– No te precipites, Alicia. Raúl en el fondo es una buena persona; si no estuviera convencida de ello no volvería con él a verte. Verás, Alicia; aquel sábado Raúl estaba bastante borracho y drogado y fue muy brusco contigo. Eso es verdad. Pero está muy arrepentido de todo aquello y quiere disculparse contigo y pedirte perdón.
– ¡¡Joder!! ¡¡Ahora resulta que se arrepiente y quiere que le perdone!! Pues que me hubiera comprado un peluche y te lo hubiera dado.
– No seas rencorosa, Alicia. Raúl ha estado casi todos los días en el bar rogando que le dejara venir a verte hoy. Además, dice que quiere ser él quien te pida perdón, sin intermediarios: en persona.
De espaldas y sin mirar a ninguno de los dos, respondí.
– Vale; pues que me pida perdón y que se largue. Y que lo haga muy bajito. Con un susurro. Hasta volver a oír su voz me dará asco. No quiero verle, ni oírle.
El tal Raúl no había abierto la boca en todo lo que duró nuestra conversación. Se mantuvo al margen, pero ahora se dirigió directamente a mí.
– Eres injusta, Alicia. De veras que lo siento. Pídeme lo que quieras y te lo daré. Quiero que lo de aquella noche deje de ser un mal recuerdo para ti.
– ¡¿Injusta?! ¡¿Qué soy injusta contigo?! Dime. ¿Qué debería hacer? ¿Disculparme por no haberme tragado toda tu asquerosa polla en mi boca? ¿Por no tener el coño como un túnel de autopista para que tu polla hubiese entrado en él tranquilamente, sin que mi virgo te obligase a esforzarte? ¿Te apiadaste de mí cuando te pedía a voz en grito que pararas porque me estabas destrozando?
– Ni siquiera me acuerdo de eso, Alicia. Había perdido completamente el control de mis actos.
– No. Tú no perdiste el control. Tú eras consciente de lo que hacías. Tú hiciste lo que deseabas hacer. Tú no te apiadaste de mí ni aceptaste mis súplicas. Tú no hiciste nada de eso que te pedía implorante. Tú me violaste. Eso es lo que tú me hiciste. Fuiste para mí peor que una bestia y te comportaste con saña. Gozabas viéndome sufrir y me hiciste todo el daño que pudiste.
– Estaba borracho y completamente drogado, Alicia.
– ¡Y aun así, dices que soy injusta! Sí; es posible que esté siendo injusta. ¿Quieres que sea justa contigo?
– Quiero pedirte perdón por todo lo que te hice, Alicia.
– ¿Quieres justicia? ¿Es eso lo que quieres? ¿Estás arrepentido? Demuéstralo. Voy a ser justa contigo: estate muy quieto mientras te arranco la polla de raíz. Así me hago justicia y tú ya no violarás a nadie más. No le harás a nadie lo que me hiciste a mí. Así no tendrás que arrepentirte nunca más, ¡hijo de puta! Esa es la justicia que mereces. ¡¡Que alguien te arranque la polla!
– Alicia; todo eso ya se lo he dicho yo a Raúl, -intercedió mi madre-. Está arrepentido de verdad y quiere que le perdones. Se arrepiente de todo lo que te hizo. Por eso lo he traído; para que le escuches y le perdones.
– ¡¿Y tú le defiendes, mamá?! ¿No te importa nada todo lo que me hizo sufrir? Estabas aquí; lo viste, mamá. ¿Pero cómo puedes ser así? Soy tu hija. ¿Lo entiendes? ¡¡Tu hija!! Y ese hijo de puta me violó mientras tú mirabas cómo lo hacía. ¿Ya lo has olvidado? ¿Solo pensabas en la pasta que te había pagado? ¿Eso es lo que yo valgo para tí? ¿O es que no te importó nada que lo hiciera? Me trataste como si fuera una mercancía, mamá, como algo que se puede vender. Y me vendiste por unos putos euros. Me dais asco los dos. ¡Verdadero asco! ¡¡Os odio a los dos!!
– ¡Vale, Alicia! Ya está bien. Ya te has desahogado. Eres muy dura con nosotros. Quizá nos merezcamos algo de lo que nos has dicho, pero Raúl está arrepentido. Muy arrepentido; y por eso está hoy aquí. Para que le perdones.
– Pues que lo hubiera pensado antes. Ya es muy tarde para eso. Lo que me hizo no se me borrará de la memoria por muchos años que viva y ese hijo de puta no tiene suficiente dinero para pagar el mal que me ha causado.
– Alicia; estoy muy arrepentido. De verdad. Lo juro. Dime ¿Qué puedo hacer por ti para que me perdones?
La voz de Raúl tenía un tono lastimero. No sé si era sincero o estaba fingiendo, pero como el mal ya estaba hecho pensé que mi perdón debería tener un precio equiparable al mal que yo había sufrido. Decidí que tenía que pagar por ello. ¿Y cómo hacerle pagar por todo lo que me hizo sufrir?
Me tomé unos largos segundos de silencio antes de contestar a su pregunta. ¿Qué podía hacer por mí para que le perdonase? Eso es lo que me preguntó. Repentinamente se hizo una luz en mi cerebro. ¡Ya sabía cómo hacérselo pagar!
Lo que más le duele a la gente suele ser que le toquen la cartera. Así que decidí atacarle por ahí. Pero yo no dejaba de ser una cría, así que lo que yo creía que era un mundo, -para mí sí lo era-, para él era una fruslería. Ni se inmutó cuando me oyó lo que le pedí.
Dejen ya de aclarar que algo es ficción, que no nos interesa! Queremos vivirlo y arruinan el texto!