Mercaderes de Adolescencia -IV-
Todos los personajes y circunstancias que concurren en esta historia son pura ficción, fruto única y exclusivamente de la imaginación del autor. El contenido de la historia está dirigido a personas adultas, por lo que los menores de edad, no deberían.
MERCADERES DE ADOLESCENCIA
Capítulo IV – PRAGMATISMO
El orgullo tiene un precio
– Si de verdad quieres que te perdone, deberás comprarme un buen equipo de música y unos cascos. El que yo quiera. El que tengo está hecho una birria y es muy antiguo; una televisión mejor que este trasto, ¡Ah! también una consola de juegos; la más moderna; y un nuevo móvil, de lo más moderno.
Raúl no dudó ni un momento y aceptó de inmediato.
– De acuerdo, Alicia. Mañana por la mañana nos vamos al CC y eliges los que te gusten.
– ¿De verdad? ¿No me estás vacilando? ¿Los que yo quiera?
– No te preocupes Alicia. De eso me ocupo yo, -dijo mi madre-. Si no lo cumple, quien le corta la polla, y los huevos, además, soy yo.
– Bueno, pues hechas las paces, ¿Qué tal si lo celebramos?, dijo Raúl.
– ¿Una copita de ginebra, Alicia? O dos, o tres, las que sean, preguntó mi madre.
– Bueno, un chupito de ginebra nunca viene mal, mamá, -una copa es demasiado grande-, pero con los que ya llevo no sé los que podré aguantar. –Contesté cómo un autómata.
Aún no había reaccionado; estaba en una nube. Solo pensaba en música, tele; consola y móvil.
Bebiendo y charlando nos dieron casi las tres de la madrugada y yo me caía del sueño y del alcohol que llevaba dentro.
Mi madre dijo entonces que unos “porritos” nos podrían levantar el ánimo y se puso a preparar unos “canutos” con la ayuda de Raúl.
– Hierba de la buena, dijo él. De primera calidad.
– ¡Pero eso es drogarse! -les dije-, un tanto escandalizada y ya medio borracha.
Recordé los consejos de los profesores del Insti para que no aceptásemos ningún tipo de droga que nos ofreciera cualquier extraño. Pero resultaba que la que me la estaba ofreciendo, más bien diría que animando a que la probara, era mi propia madre. Me descoloqué por completo. Ella se drogaba; yo eso lo sabía ya desde hace tiempo, pero ahora era ella la que quería que yo también lo hiciese. No lo podía entender y no sabía cómo decírselo. Me intimidaba su presencia. Carecía por completo de capacidad de decisión. No sabía qué hacer. Me sentía anulada como por mi madre.
– Que va, Alicia. Esto solo es hierba. En tu instituto casi todos tus compañeros seguro que fuman porros. Esto es como si fuera un pitillo. Hay quien dice que incluso hace menos daño que un cigarrillo. No tiene mucha importancia, -me aclaró Raúl.
– Es posible, pero yo no lo he hecho nunca. Jamás he probado un cigarrillo, ni mucho menos un porro.
– Bueno, alguna vez lo tendrás que hacer, Alicia, dijo mi madre. El cannabis no hace daño; además te pone en órbita; te coloca mogollón. Ya lo verás.
El alcohol me iba venciendo poco a poco. La ginebra cumplía su labor, se había apoderado de mí, y me sentía cada vez más incapaz de hacer otra cosa que no fuera seguir tomando chupitos. Mi voluntad había desaparecido y toda la rabia con la que recibí a Raúl se había ido esfumando hasta desaparecer, como si no hubiera existido nunca. Reía estúpidamente las gracias que Raúl o mi madre decían sobre mí; sobre lo cojonuda que me estaba poniendo y sobre la cantidad de pollas que tragaría a lo largo de mi vida.
Yo no tenía ganas ni ánimos para discutir nada. Me veía impotente. Hasta pensé en negarme a seguir, pero ¿Podía negarme? ¿Cómo se lo tomaría mi madre? Ella parecía dispuesta a toda costa a que perdonase a Raúl y a que esa noche tuviéramos una fiestecita similar a la de hacía tres semanas.
Todo aquello me parecía una encerrona premeditada, y yo no quería hacerlo. Pero si me dejaban seguir bebiendo ginebra y Raúl me iba a comprar un nuevo equipo de música, una consola, una tele y otro móvil, la cosa cambiaba mucho; ya no me importaba tanto mi rabia ni mi deseo de revancha o, mejor dicho, de venganza, así que me dije que ¿por qué no? Alicia: trata de sacar la mayor ventaja de esta situación y una nueva experiencia, -pensé-.
Cuando me ofrecieron el porro ya no le hice ningún tipo de ascos: me lo puse en los labios y aspiré. Había claudicado. A partir de ahí fui una simple muñeca en manos de mi madre y de Raúl.
Las primeras caladas me hicieron toser como una desesperada, pero luego, poco a poco, le tomé el gustillo y los efectos del cannabis me proporcionaron una euforia tan bestial que me volví atrevida y provocativa. Pero aquella chiquilla desinhibida y desvergonzada ya no era yo: todo era producto de los efectos del porro.
A ello contribuyó que mi madre empezó a quitarse la ropa con la excusa de que hacía calor, y me animó a que yo lo hiciera también y sin apenas dudarlo, la seguí. A medida que nos íbamos desnudado nuestras palabras fueron cada vez más obscenas y guarras; la que más la liaba era mi madre, que no dejaba de recalcar a Raúl lo buena que yo me había puesto desde aquella noche y lo bien que nos lo íbamos a pasar follando los tres.
Yo no le iba a la zaga. Me quité las bragas, me levanté la falda y me planté delante de Raúl. Le enseñé mi coño bien cerca, diciéndole:
– Mira bien mi coño, cabrón. ¿Te sigue gustando? ¿Cuántos polvos estás dispuesto a echarme esta noche?
Yo estaba absolutamente descontrolada bajo los efectos de la ginebra y el cannabis, y me exhibía desvergonzadamente frente a Raúl, separando groseramente con mis dedos los labios de la vulva para mostrarle bien abierto el orificio de mi vagina.
– El polvo que le echaste a Alicia aquella noche ha sido como si le dieran vitaminas. ¿Has visto lo cojonuda que se ha puesto? Hasta se ha vuelto descarada. Parece otra. Está buenísima. Hoy te la vas a follar de cine, Raúl. De cine.
Esa fue la arenga de mi madre mientras yo me mostraba impúdica ante Raúl y metía uno de mis dedos muy profundamente en mi coño.
Cuando estábamos los tres ya casi completamente desnudos, mi madre se dirigió a Raúl, ponderando todas mis virtudes, al menos las físicas, insistiendo una y otra vez.
– Mírala bien, Raúl. ¿Has visto lo preciosa que es? Ahí donde le ves, a Alicia aún le faltan dos meses para cumplir catorce tacos. En cuanto tenga dos o tres años más, va a estar mucho más cojonuda que ahora. Se va a llevar a todos los tíos de calle. Van a hacer cola para meterle la polla. ¿Has visto cómo tiene los pechos?
Firmes y duros decía mi madre al tiempo que me los apretaba un poco, ante mi completa pasividad.
– Son “tetas de novicia”, Raúl. Vírgenes. No se las ha manoseado nadie todavía. Serás el primero que se los mame. ¡Qué suerte tienes, cabrón!
Yo me dejaba hacer, sin oponer la más mínima resistencia, algo perjudicada ya por los efectos del porro y de la ginebra que había bebido. Empezaba a estar lo que coloquialmente dicen; muy bien “colocada”. Y me gustaba esa sensación.
– Anda, Alicia, túmbate encima de la mesa y deja que Raúl te vea bien. Abre bien las piernas, cariño y enséñale ese precioso coñito que tienes ahí, casi escondido. Que lo contemple a placer; será lo mejor que haya visto en toda su puta vida. Y el mejor recuerdo que puede llevarse a las Américas.
Mi madre puso un mantel doblado y me ayudó a subirme en la mesa. Me coloqué de espaldas, tumbada boca arriba, con las manos debajo de la cabeza y dejé que mi madre me separase las piernas para que Raúl pudiera contemplarme a placer. Estaba ya completamente abandonada a lo que quisieran hacer conmigo. No tenía ni fuerzas, ni ganas, de oponerme a ninguno de sus deseos. Era como si una absoluta lasitud se hubiera apoderado de mi voluntad. En ese momento era incapaz de rebelarme contra nada ni nadie. Era una marioneta y me manejaban a su antojo. Pero sentía que estaba muy bien.
– ¿Has visto qué coñito, Raúl? Y qué pelito tan rojo tiene. Mira, mira, Raúl: es precioso.
Al tiempo que decía eso mi madre separaba un poco los labios de mi vulva para que Raúl pudiese observar mejor su interior.
– En esta cuevita solo ha entrado tu gusanote, Raúl. Has tenido la suerte de ser el primero y puedes ser también el segundo y, hasta ahora, el único, Raúl. El único. Este sí que es un coñito adorable y no el mío, por el que han pasado más pollas que las que puede haber en un regimiento.
Terminada esa especie de exhibición, bajé de la mesa, me senté en uno de los sofás y comencé a quitarme la poca ropa que me quedaba.
Raúl estaba encantado del rumbo que tomaban las cosas y enseguida preparó un nuevo porro, al que ya ninguno le hicimos ascos. Ni siquiera yo, que me había despendolado. Estaba completamente desinhibida, -los porros cumplían su función a las mil maravillas.
Al ver que era mi madre la que más interés mostraba en que yo olvidara todo lo pasado y estuviera muy amable y dispuesta a ser cariñosa con Raúl, hice todo lo posible por complacerle. No sospeché de inmediato que ella esperaba obtener una buena cosecha de toda la siembra que estaba haciendo. No fui consciente entonces de que mi madre me estaba vendiendo, otra vez, para obtener otro buen montón de euros. Porque, desde luego, Raúl, aparte de mis regalos, no iba a follarme por la cara.
Antes de terminar el segundo porro ya estábamos los tres en pelotas y, con la aprobación de mi madre, yo me tomé una pastilla que Raúl me había dado, para eliminar los efectos del alcohol, -según dijo.
Meses más tarde supe que lo que me dio era una anfetamina; una droga estimulante, inhibidora del sueño. ¡Quería disfrutarme a tope, el muy cabrón!
Mi madre cogió la polla de Raúl y empezó a metérsela en la boca, al tiempo que me decía:
– Alicia, ¿Te acuerdas de aquel sábado? ¿No te doy envidia? Te la estoy preparando para que luego sigas tú.
– Claro que me acuerdo. Este cabrón me violó. No sé si se lo perdonaré algún día, -respondí, todavía rencorosa-, en un pequeño lapso de lucidez. Recordar la violación me espabiló por un momento.
– Cuando te compre el equipo de música y todo lo demás, te alegrarás de que te follara. ¡Lo que vas a disfrutar escuchando a todos esos grupos modernos que tanto te gustan!
– ¿Qué? ¿Te animas a otro polvete, Alicia? Me tienes loco desde aquella noche.
Raúl ya estaba convencido de que me tenía en el bote. Comprobaba cómo la anfetamina iba haciendo efecto en mi organismo y contaba con la complicidad de mi madre, que actuaba de moderna Celestina.
– ¿Sabes qué, Raúl? Hoy, entre la ginebra, los porros y la pastilla que me has dado estoy muy, pero que muy, cachonda. Así que no me importaría repetir, pero con una condición. Si no la aceptas no hay nada que hacer. Ya estoy escarmentada. Además, el coño es mío y tendrás que tragar con mis condiciones. Si no: lo verás pero no lo catarás.
– ¿Qué es lo que quieres? Pídemelo y lo tendrás.
– Que no seas tan bestia y que no te corras dentro. No quiero quedarme embarazada. Si me lo juras puede que te deje joderme otra vez. Pero has de cumplir esas dos condiciones. Son innegociables, dije con una media lengua de la hostia a causa de la completa borrachera que ya tenía.
– Esta es mi Alicia, dijo mi madre. Así me gusta. Anda, cariño; bebe otro chupito, que lo vamos a pasar muy bien los tres. Y me puso otro chupito, que no desprecié.
Raúl se subió en el sofá donde yo estaba sentada, colocándose frente a mí, con los pies a ambos lados de mis piernas, y con sus manos apoyadas en el respaldo; en esa posición su polla quedaba frente a mí, casi a la altura de mi cabeza, y me la ofreció para que se la chupara.
Le dejé que me la metiera en la boca y él lo hizo, esta vez con más cuidado, conformándose con que se la chupase y se la lamiera. Lamí y chupé tanto como fui capaz. La ginebra, el porro y la pastilla me pusieron a toda mecha y totalmente descontrolada. Empapé de saliva toda la longitud y anchura de su verga y succioné el capullo como si quisiera arrancárselo del resto de la verga, tragándomela luego hasta tropezar con mi campanilla, entre los ruidosos ánimos y alabanzas de mi madre por lo bien que se la estaba mamando.
De repente noté una especie de repelús en la zona de mi coño y me estremecí, porque era tan suave que pensé que algún bichejo, -una cucaracha o algo así-, me lo estaba recorriendo.
¡Qué va! Era la lengua de mi madre. Estaba ahí abajo, agachada y yo no la vi porque el cuerpo de Raúl, delante de mí, la ocultaba. Me estaba lamiendo el coñito, pasándome la lengua por el clítoris, donde yo me había hecho varias pajas ya, y luego, separando otra vez los labios de mi vulva intentaba meterla en medio de mi rajita y dentro del coño. Cuando lo conseguía jugueteaba con su lengua en el interior de mi vagina, haciéndome gozar de lo lindo.
Sentí oleadas de placer como jamás me había ni siquiera imaginado, y comencé a suspirar y a elevar la zona de la pelvis para que me lo hiciera más adentro. Esta segunda vez sí que lo disfruté, hasta que me corrí de puro gusto.
Mi madre siguió con sus lamidas, al mismo tiempo que Raúl me daba a comer su polla, me acariciaba los pechos, y daba pellizquitos a mis pezones. En ocasiones los mordía, pero esta vez de una manera muy suave y cuidadosa. Las maniobras de los dos, cada uno en una zona erógena de mi cuerpo, me producían oleadas de placer que disfruté de lo lindo.
Después de un buen rato, en el que ellos dos fueron los encargados de proporcionarme placer, yo tenía un calentón de tres pares de cojones, así que en el momento en que Raúl me sugirió echarme un buen polvo, mi respuesta fue clarificadora y concluyente.
– Date prisa cabrón, antes de que se me pase esta calentura. Estoy más salida que una perra en celo.
Mi madre se encargó de dirigir la función, tal como supongo que lo tendría planeado.
A tumba abierta.
Subimos al dormitorio de la cama grande y fue allí donde mi madre se tumbó en la cama, boca arriba, haciendo que me colocara sobre ella, como para hacer un 69. Yo de rodillas, como si fuera un perrito ofrecía todo mi trasero libre y despejado a Raúl, que de inmediato se subió a la cama, se puso tras de mí y metió toda su polla en mi coñito, que ya se había lubricado por el trabajo previo que mi madre había hecho en él con su lengua.
Raúl me la metió con suavidad, pero lo más extraordinario es que, mientras Raúl me estaba follando desde atrás, mi madre se encargaba de lamer la polla de Raúl cuando la sacaba y hacía lo mismo con mi clítoris, cuando Raúl la tenía dentro. Me estaba follando Raúl y al mismo tiempo mi madre me hacía una lamida de clítoris de puta madre, o de madre puta, que el orden de los factores no altera el producto; según dice mi profe de Mates.
Aquellas maniobras elevaron mi excitación a límites insospechados y como yo tenía muy a mano, más bien a boca, el coño de mi madre, no esperé a que me lo pidiera; me puse a lamérselo con todas las ganas y a meter también mi lengua todo lo dentro que podía. Mi lengua se desplazó en el interior del coño de mi madre todo lo que pude hacerla profundizar, entreteniéndome en sus paredes laterales, sintiendo sus rugosidades y los movimientos pélvicos que mi madre realizaba, presa del placer que mi boca le proporcionaba. Pude saborear el flujo que su vagina estaba ya generando en abundancia, cayendo por su perineo hasta formar un pequeño charco en la sábana. Le regalé a mi madre un cunnilingus sensacional. En esa posición alcancé un orgasmo fantástico y Raúl me sacó la polla antes de correrse. No quería hacerlo hasta que me hubiera jodido de cuantas maneras yo nunca me pude imaginar que podría hacerse.
Después de la de perrito, hicimos la “carretilla”; Raúl me tenía cogidas las piernas desde atrás y me ensartaba la polla en el coño; en esa posición yo iba andando con las manos sobre el suelo. Luego hicimos la cucharita y el misionero. Más tarde dejó que yo le cabalgara; le cabalgué de frente y de espaldas y acabé sentándome sobre su polla y metiéndomela de golpe, dejándome caer sobre ella, de forma que alcanzó lo más profundo de mi vagina, llegándome al útero. Mi madre era la que me sujetaba sobre la polla de Raúl, que me agarraba de la cintura, y me dejaban caer. Me entraba toda su polla hasta el fondo del coño, de un solo golpe. Yo me retorcía como loca, presa de una excitación extraordinaria, a pesar de que a lo largo de toda esa actividad tuve dos o tres orgasmos, cada uno más intenso que el anterior.
Una vez hubimos descansado un poco, Raúl y yo nos hicimos una mamada que él llamó del murciélago. Ese pajarraco que vive colgado de los pies, cabeza abajo. La posición a mí me pareció rarita, pero Raúl es fuerte y pudo con ella.
Raúl estaba en pie y se trataba de cogerme con sus brazos por mi cintura y colocarme frente a él, cabeza abajo y hacerme bajar hasta que mi boca quedase a la altura de su polla; en esa posición yo me agarraba con los brazos a su cintura y ponía mis piernas alrededor de su cuello; así, él me comía el coño a la vez que yo me tragaba su polla. Era como un 69, pero no tumbados o uno sobre otro, sino en pie.
Mis sensaciones fueron encontradas: me gustó muchísimo la comida de coño que me hizo Raúl, pero su polla se me escapaba de la boca y me sentía congestionada por estar cabeza abajo. Mi madre me daba pellizcos en los pezones para mantenerme cachonda, pero a pesar de que me gustaba lo que me hacían, no aguanté mucho tiempo así: me cansaba demasiado.
Volví otra vez a cabalgarle, que me había gustado mucho, y cuando Raúl estuvo a punto de correrse me quité de encima y Raúl echó todo su abundante esperma sobre mis tetas, que mi madre recogió con sus dedos, acercándose a mí para ofrecérmelo.
– ¿Quieres probarlo, cariño?
– No sé si me gustará, mamá.
– Solo lo sabrás cuando lo pruebes. Anda, anímate, Alicia. Tiene proteínas y son muy buenas para el crecimiento.
– Bueno, dámelo, -respondí-, abriendo la boca.
Mi madre metió sus dedos pringosos en mi boca y pude saborear por primera vez el semen de un hombre. No me supo ni bien ni mal; tampoco sabría definir exactamente su sabor, -algo entre ácido y agridulce-, pero no me resultó desagradable en exceso.
Luego descansamos otro ratito mientras continuamos bebiendo los tres. A mí la borrachera se me estaba pasando, supongo que por efecto de los porros y la anfetamina.
– ¿Te gustaría repetir? Me preguntó mi madre.
– Mientras me dejes seguir bebiendo ginebra y no me emborrache no me importa lo que hagáis conmigo. Estoy en la gloria. Ahora sí que me está empezando a gustar la sorpresita.
– Pues Raúl tiene otra proposición que hacerte. Dice que no podrás rechazarla.
– Pues que me la proponga. Ya veremos lo que le contesto, pero si lo que quiere es seguir jodiéndome, no me importa nada que lo haga.
– Verás, dijo Raúl. Lo cierto es que ya has probado mi polla por la boca y por el coño, pero todavía tienes virgen el culo. Te propongo darte quinientos euros si me dejas que te lo estrene. Antes o después alguien te la meterá también por detrás y quisiera ser yo el primero que lo haga. Me vuelves loco, Alicia. Solo tienes trece años, pero has follado de maravilla y bebes como nunca he visto beber a una jovencita. Por favor, déjame estrenarte el culo. Piensa en la cantidad de cosas que te puedes comprar con quinientos euros.
– No sé. Tengo miedo de que me duela mucho. No estoy convencida.
– Lo haré con mucho cuidado y son quinientos Euros. ¿Te imaginas la cantidad de caprichitos que podrías comprarte con quinientos euros?
No cesaba de repetir lo de los quinientos euros.
– Pero eso será como si ya me convirtiera en una puta. Y yo no quiero ser puta. Yo quiero estudiar, -dije muy enfadada-.
– Por follar un día, o dos, no serás una puta. Solo serás una puta si de verdad quieres serlo y sigues follando con cualquiera.
– Dependerá de lo que te guste y de lo que hagas después. Tu madre sabe que yo me voy el martes de viaje al extranjero y que estaré unos años sin volver a España. Me quiero despedir bien; a lo grande y para eso no hay nada mejor que un culito tan maravilloso como el tuyo.
Recapacité un poco y no sé si me salió la vena de puta, como mi madre, o si es que eso de los 500 € me hacían “tilín”, que decidí convertirme en puta por un momento y comencé a negociar con Raúl el valor de la virginidad de mi culo.
– Bueno. Quizá si me dieras mil, me dais otro poquito de ginebra y alguna caladita de otro porro, creo que me animaría. Estoy ya un poco borracha, pero me siento muy relajada y a gusto.
– ¡Joder, Susi! ¡Cómo la has enseñado! ¡Te ha salido buena negociante la pequeña! De acuerdo, Alicia, mil euros.
Mi madre se encargó de proporcionarme un nuevo porro, que me puso de nuevo en órbita, a la vez que Raúl comenzó a besar mi orificio trasero y a intentar meter su lengua dentro. Me gustaba mucho cuando pasaba la lengua entre el coño y el culo. -La zona del perineo la tengo muy sensible-. Las lamidas me producían una sensación como de nerviosismo y temblores que hacían que se estremeciese mi cuerpo con un placer muy parecido a un orgasmo.
Mi madre quiso facilitar la entrada de la polla de Raúl en mi culo a base de lubricarlo con vaselina y meterme previamente un dedo y luego dos. Cuando consideró que ya estaba bastante dilatado y en condiciones de poder albergar el cipote de Raúl me hizo colocarme a cuatro patas, pero esta vez descansando sobre los antebrazos, porque en esa postura mi trasero se ofrecía más elevado y en pompa, consiguiendo que la polla de Raúl se pudiera introducir con mayor facilidad.
Tras varios intentos fallidos, por miedo a lastimarme, Raúl me preguntó si estaba dispuesta a soportar algo de dolor.
– No te preocupes mucho por mí, Raúl. Estoy casi completamente borracha y el porro me ha subido a una nube y estoy como si volara por la habitación. ¡Méteme la polla de una puta vez! ¡Estréname el culo, pedazo de cabrón!
Raúl se enardeció con mis exclamaciones y me dijo que no me defraudaría.
– Te voy a partir en dos, hija de puta. ¡Toma polla! ¡Toma polla, hasta que te hartes!
De un empellón metió su enorme verga en mi culo, ya bastante dilatado por el trabajo previo de los dedos de mi madre. Sentí un fuerte dolor y una sensación diferente a la que me produjo la penetración vaginal, pero a medida que la polla de Raúl entraba y salía el dolor se fue atenuando y pronto era yo la que le exigía unas embestidas más vigorosas por su parte.
– ¡¡Métemela de golpe, so cabrón!! ¡¿Es que ya no te quedan fuerzas?! ¡¡Decías que me ibas a partir en dos!! ¡¿A qué cojones esperas, hijo de puta?! ¡¡¡¡Vamos, vamos!!!! ¡¡¡¡¡Métemela de una puta vez, cabrón!!!!!
Raúl se desató y sus acometidas fueron creciendo en fuerza e intensidad, a la vez que mis gritos le acompañaban sin desmerecer de tono.
– ¡¡Que gusto!! ¡¡Esto es buenísimo!! ¡¡No me la saques nunca del culo!! ¡¡¡Estoy que me corro!!!
– ¿Quieres que Raúl se corra en tu boca? Preguntó mi madre.
– Que haga lo que le salga de los huevos, pero que no pare. Ya me estoy corriendo otra vez. Ya he perdido la cuenta de las veces que me he corrido esta noche. Esto es fantástico. No paro de correrme.
Poco después Raúl sacó su polla de mi culo, me dio la vuelta y la metió en mi boca. Allí se corrió y depositó todo el semen que le quedaba, supongo que con algo de lo que albergasen mis intestinos. La verdad es que casi no me enteré de lo colocada y borracha que estaba.
Lo tragué todo como buenamente pude, al tiempo que daba otro traguito de la botella de ginebra, hasta que me quedé dormida, bien pasadas ya las cuatro de la madrugada.
Aún no había cumplido los catorce y ya no era virgen de ninguno de mis agujeros. Hasta me había tragado una corrida chupando una polla que acababa de romperme el culo. Todo ello a consecuencia de la ginebra, los porros y la anfetamina.
El domingo desperté por la tarde. Conmigo estaba solo Raúl porque mi madre se había tenido que ir a trabajar en el bar. Me enseñó una foto de mi culo, tomada con su móvil por mi madre en el momento en que me sacó la polla para correrse en mi boca. Quedé sorprendida del tamaño al que se llegó a dilatar mi esfínter para poder albergar su polla.
Me duché y Raúl y yo fuimos al CC. Me compró el equipo de música, la tele, la consola y el móvil. Con sus tarjetas sacó los mil euros de dos cajeros y me los dio para que los usara en la compra de futuros caprichos. Fue el primer dinero que gané vendiendo mi cuerpo. No me sentí como una puta, sino que pensé que le saqué partido a lo que fue su violación de aquella lejana noche.
* * * * * * * * * *
Sé que esto no está nada de acuerdo con mis convicciones actuales respecto a la violación y los violadores; que es una incoherencia con mi forma de pensar hoy. Es cierto. Pero en aquellos días no tenía formada ninguna opinión sobre ello. Aquella noche me pudo el pragmatismo: preferí en ese momento lo práctico y útil que me serían los mil euros, frente a ese utópico castigo que nunca iba a alcanzar a Raúl. El mal lo había sufrido, ya estaba hecho; eso era inamovible y yo, simplemente, lo rentabilicé.
En definitiva, casi todos los seres humanos somos un conjunto de incoherencias. Y yo no soy nada diferente del resto de la gente.
Técnicamente digamos que aquella noche me prostituí, aunque no lo hiciera conscientemente.
Con posterioridad lo he hecho infinidad de veces; muchas en contra de mi voluntad. En otras me he prostituido cuando me ha convenido, siempre buscando un beneficio mayor para mí. Y sí; he explotado y vendido mi cuerpo. Y no me avergüenzo en absoluto de ello. Mi cuerpo es mío, y solo mío.
* * * * * * * * * *
Raúl me trajo de vuelta a casa con todas las compras, me dejó instalada la tele y el equipo de música, se despidió de mí y dijo que el lunes lo haría de mi madre. Luego se marcharía a Sudamérica con un contrato de trabajo de su empresa, para varios años. Una parte de su prima de contrato la gastó conmigo.
– Nunca te olvidaré, Alicia. Has sido fantástica. Cuando vuelva intentaré buscarte.
– Yo también te recordaré siempre. Has sido el primero en todos mis agujeros. Quién sabe cuántos vendrán después.
Se lo dije por quedar bien, porque en realidad no estaba pensando para nada en mi futuro.
El lunes volví a la actividad escolar y a las tardes de playa en compañía de Ernesto, pendiente de la publicación de las notas de finales del curso.
El 22 de Junio, viernes, se colgaron en el tablón de anuncios del instituto las notas de mi 2º curso de E.S.O. Dos sobresalientes; lengua y sociales, y el resto notables, a excepción de matemáticas, que aprobé con un rasposo 6. Son mi Talón de Aquiles. Pero me quedé satisfecha por no tener que recuperar nada para Septiembre y poder pasar un verano tranquilo, al menos en lo que a tener que estudiar se refiere.
¿Os imagináis como lo celebré? Pues eso; escuchando música en el equipo nuevo, jugando en la consola y con una ración extraordinaria de hamburguesas, patatas fritas y otras porquerías, además de barra libre de ginebra, que me dejó groggy desde medianoche del sábado hasta mediodía del domingo. Esta vez sin ninguna sorpresa; mi madre no apareció y la resaca la superé a media tarde.
Cuando mi madre volvió a casa, pasada ya una semana de aquello, no hizo ninguna mención a Raúl ni a las noches que lo llevó a casa para que me follase. Pasó de todo, como si nada de aquello hubiera existido.
Pensé preguntarle cuánto le había sacado a Raúl en esa segunda visita, pero no lo hice. ¿Para qué? Ya no me importaba nada, pero todo eso me afianzó en mi firme decisión de tomar las riendas de mi vida, sin esperar nada que pudiera venir de mi madre. Para ella yo solo era una carga, o una mercancía que vender para obtener algún beneficio.
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