Mi ahijada Andrea. 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por vicioso69.
Me llamo Juan, tengo 39 años y voy a contar lo que me pasó el verano pasado.
Soy divorciado desde hace 9 años y tengo una nueva pareja desde hace 8.
Ella, que también es divorciada, es unos años más joven que yo y tiene una hija adolescente de su anterior matrimonio.
La relación con mi pareja es inmejorable en todos los sentidos, destacando la compenetración que tenemos en el sexo.
Los dos somos de mentalidad liberal y nos gusta experimentar con nuestros cuerpos todo lo que se nos ocurre, si los dos estamos de acuerdo.
Ambos somos empleados de banca de la misma entidad, nos conocimos en una convención de la empresa, yo en una sucursal de Madrid y ella en otra de un pueblo costero en la provincia de Castellón, por lo que no vivimos juntos de momento, viéndonos los fines de semana y los periodos vacacionales.
El verano pasado planeamos pasar unas vacaciones tranquilas en su casa durante el mes de julio y ambos pedimos a la empresa dicho periodo vacacional, cosa que nos fue concedida.
Así que el día uno de julio me puse al volante de mi coche y me dirigí al pueblo de mi pareja.
Durante los primeros diez días todo fue a pedir de boca.
Por las mañanas nos íbamos a la playa, una apartada y sin vigilancia en una zona natural protegida a la que acudía muy poca gente, ya que no ofrecía ningún tipo de servicios y es de difícil acceso.
Y lo hacíamos así porque nos gusta practicar el nudismo y en esa playa nuestra única compañía eran las gaviotas.
Además, era una zona de dunas lo que nos ofrecía un plus de intimidad.
Si Andrea, así se llama la hija de mi pareja, venía con nosotros, no hacíamos desnudo integral, yo no me quitaba el bañador y mi pareja y la propia Andrea se dejaban puesta la parte inferior del bikini.
Mi pareja, unos años más joven que yo, tiene un cuerpo espectacular y le gusta mostrarlo y Andrea.
, ¿que puedo decir de Andrea? Que tiene una figura que haría pecar a un santo.
Unos pechos aún pequeños, pero firmes y bien formados, con unos pezones que siempre estaban enhiestos, quizás por el efecto de la brisa, en el centro de unas areolas
pequeñitas y rosadas y que pedían a gritos ser lamidos y mordisqueados; y un culito que se adivinaba duro y turgente bajo la minúscula prenda que lo tapaba.
Cuando ya se habían cumplido dos semanas de vacaciones, uno de los empleados de la oficina donde trabaja mi pareja se fracturó un brazo y la dirección la llamó para que le sustituyera, ya que en verano la oficina multiplica las operaciones debido a los desplazados que pasan sus vacaciones en el pueblo.
Mi pareja no pudo negarse, primero porque era su oficina, donde ella trabaja habitualmente y segundo porque hubiera sido casi imposible encontrar un sustituto que estuviera disponible en esas fechas y que supiera el funcionamiento de la sucursal.
Además, le prometieron que la compensarían por haberle estropeado las vacaciones.
Así que de un día para otro, nos encontramos con que mi pareja tenía que trabajar por las mañanas, lo que nos dejaba a Andrea y a mí toda la mañana solos en casa sin nada que hacer.
El tercer día de confinamiento forzoso en casa, Andrea, que acababa de levantarse de la cama y ducharse, me llamó desde el salón y me preguntó si no me importaba aplicarle leche corporal por la espalda.
Yo estaba acostumbrado a hacerlo con el protector solar en la playa, tanto a ella como a mi pareja y no me sorprendió que me lo pidiera.
Total, era lo mismo que en la playa, tan sólo cambiaba el protector por el body milk.
Fui al salón y encontré a Andrea tumbada boca abajo en una toalla que había extendido en el sofá, totalmente desnuda a excepción de unas braguitas de color blanco.
Por lo general, la indumentaria de Andrea en la casa eran las braguitas y una camiseta amplia que le llegaba debajo del culo, nunca llevaba sujetador.
Me arrodillé delante del sofá frente a Andrea que estaba echada boca abajo, con su mejilla izquierda apoyada en el sofá y su brazo derecho colgando hasta el suelo.
Tomé el bote de body milk, y dejé caer una generosa cantidad en su espalda y en sus piernas y seguidamente me apliqué en extenderla suavemente por toda su piel, respetando la parte que las braguitas tapaban.
De vez en cuando, miraba la cara de Andrea, que con los ojos cerrados y una expresión de completo relax, parecía disfrutar el masaje que mis manos le estaban dispensando.
Cuando la crema se absorbió y mis manos ya no se deslizaban con suavidad sobre su piel, eché crema de nuevo en ellas y seguí masajeando su espalda y piernas, aunque poco a poco fui modificando dicho masaje hasta que sólo las yemas de mis dedos tocaban la piel de Andrea, convirtiendo un masaje inocente en una caricia sensual, y aprecié por su expresión y por el hecho de que seguía echada y con los ojos cerrados, que las caricias, no sólo no le molestaban sino que le gustaban.
A estas alturas, yo ya no veía a Andrea como la inocente hija de mi pareja, sino como una preciosa adolescente que casi desnuda recibía con agrado mis caricias y que me había causado una tremenda erección.
Seguí un buen rato acariciándola, recorriendo su cuerpo con mis dedos, desde las plantas de los pies hasta la nuca.
Apenas tocando su piel.
Sintiendo como se le ponía piel de gallina a medida que las yemas de mis dedos se deslizaban sobre su cuerpo.
Yo no podía más.
Necesitaba desahogarme.
Así que cesé en mis caricias y le dije a Andrea que ya estaba.
Ella abrió los ojos, me dio las gracias a la par que me dirigió una tenue sonrisa, mientras se incorporaba en el sofá con sus preciosos pechos al aire y recogiendo la toalla se dirigió a su habitación mientras yo trataba de disimular la tremenda erección que tenía bajo el bañador.
Me quedé mirando su cuerpo mientras se alejaba, apreciando el bonito culo que balanceaba al andar cubierto por sus braguitas blancas.
Yo me fui al baño con la idea de masturbarme, pero antes de llegar sonó el teléfono y después de estar hablando más de diez minutos la calentura se me pasó, así que la masturbación la cancelé.
Me quedé pensando en lo que había pasado hacía apenas quince minutos y aunque, tanto en la playa como en la casa Andrea iba casi siempre con sus tetitas al aire, nunca había experimentado esa sensación al verla casi desnuda.
Y eso que muchas veces, cuando en la playa nos cambiábamos los bañadores mojados para irnos a casa, Andrea no tenía pudor en quitarse la parte de abajo que, aunque se giraba para no quedarse frente a mí mientras se cambiaba, no podía evitar que yo viera fugazmente su pubis cubierto de vello y sobre todo su perfecto culito.
Al día siguiente se repitió la misma escena.
Andrea me llamó y yo acudí a untarle la crema corporal.
Yo llevaba puesto un bañador y nada más arrodillarme en el suelo al lado de Andrea y mirarla casi desnuda y a mi merced, tuve una erección como ya me pasó el día anterior.
Esta vez sus braguitas eran de color gris claro con ribetes rosas.
Como el día anterior, puse crema en su espalda y piernas y me dediqué a extenderla por todo su cuerpo, pero esta vez me recreaba acariciando su bronceada piel haciendo que mi masaje fuera más lento de lo normal.
Cuando llevaba un ratito frotando su espalda le pregunté:
– ¿Te pongo también en el culete?
– Bueno, me respondió Andrea con un hilillo de voz.
Con los dedos de ambas manos agarré el borde de sus braguitas por las caderas y las deslicé hacia abajo hasta el inicio de los muslos, dejando sus nalgas al descubierto.
¡Y qué nalgas!
No estaban bronceadas como el resto de su cuerpo pero era un culito precioso.
Sus glúteos eran redondeados y firmes, propios de una chica de su edad y se adivinaban suaves y delicados al tacto.
Puse sendos chorritos de crema en ellos y me dispuse a aplicarla.
Con una deliberada lentitud me dediqué a extenderle la crema por el culo, llegando incluso a pasar mi dedo por su hendidura, sin llegar a presionarla, para recoger la crema que ahí se acumulaba.
Como ya hice la vez anterior, después de untarle la crema me ocupé en acariciarla con las yemas de mis dedos por todo su cuerpo, y en especial por el culo, comprobando que a Andrea le gustaba, pues ella seguía echada en el sofá, con los ojos cerrados y sin oponerse a mis caricias.
Después de un buen rato así, cuando mi excitación había alcanzado límites extremos, le subí las braguitas y dándole una palmadita en el culo le dije que ya estaba.
Ella se incorporó perezosamente y se fijó en la notoria erección que se adivinaba bajo mi bañador y que yo no traté de ocultar como hice el día anterior y después de desviar la mirada con cierto azoramiento por su parte, se fue a su habitación y yo me puse una camiseta y salí a la calle a dar un paseo, pues tenía que despejarme y aclarar mis pensamientos, ya que los acontecimientos de los dos últimos días me tenían desconcertado.
Por la noche fingí un dolor de estómago para no tener sexo con mi pareja, pues no dejaba de pensar en Andrea y mi imaginación fabulaba con escenas de sexo morbosas y excitantes en las que los protagonistas éramos Andrea y yo.
Al día siguiente, mi pareja se levantó para ir a trabajar y yo me quedé en la cama deseando que Andrea me llamara para ponerle crema.
La espera se hizo interminable hasta que sobre las diez y media la oí cuando salió de su habitación y entró en el baño.
Yo estaba impaciente y el tiempo que estuvo Andrea en el baño se me hizo eterno.
Cuando oí abrirse la puerta del baño tuve sensaciones contrapuestas.
Por un lado me alegraba, pero también me creaba la duda de si me llamaría como en los días anteriores.
Así que para que ella supiera que estaba en la casa fui a la cocina y me serví un vaso de zumo de naranja del frigorífico.
Vi de reojo como Andrea pasaba hacia el salón con la toalla en la mano y mis temores se desvanecieron, pues deduje que también me llamaría para ponerle crema.
No había pasado ni un minuto cuando la oí decir:
Juan, si no estás haciendo nada, ¿puedes venir al salón?
Ni que decir tiene que salí disparado al salón donde encontré a Andrea extendiendo la toalla en el sofá vistiendo una camiseta, bajo la que se atisbaba, debido a sus movimientos, sus braguitas, que en esta ocasión eran blancas estampadas con multitud de corazoncitos rojos.
Me quedé mirándola mientras ella, de espaldas a mí, se ocupaba en extender la toalla y así inclinada sobre el sofá, las braguitas marcaban las formas de su bonito culo y cuando se inclinaba mucho también de su coñito, que en esa posición y con la tela de la ropa interior pegada a la piel, aparecía entre sus muslos como una tentadora invitación.
Una vez extendida la toalla se quitó la camiseta y se echó en el sofá boca abajo y, como las veces anteriores apoyó la mejilla izquierda sobre el sofá y dejó caer el brazo derecho hasta apoyar la mano en el suelo.
Me acerqué al sofá y pensé que como el día anterior me había dejado ponerle crema en el culo, ahora no iba a negarse y a la par que cogía las bragas por los bordes para bajárselas le dije:
Como siempre se manchan de crema, mejor te las quito.
Y comencé a bajarle las braguitas y Andrea, lejos de protestar colaboró moviéndose para facilitar que estas se deslizaran por sus piernas hasta los pies.
Las dejé a un lado en el suelo y me volví hasta colocarme frente al culito de Andrea.
Yo ya estaba con una enorme erección bajo en bañador, pero al mirarla echada en el sofá, completamente desnuda esperando mis caricias, sentí que mi polla creció con riesgo de reventar.
Cogí el bote de crema y puse una buena cantidad repartida por su espalda y por sus piernas y comencé a extenderla con las palmas de mis manos con movimientos especialmente suaves y delicados, sobre todo cuando tocaba su culito.
Cuando masajeaba sus glúteos, estos se separaban ligeramente y pensé en aprovechar esta circunstancia.
Así que como si fuera algo natural, hacía los masajes de manera que cada vez sus nalgas se abrieran más y más, hasta que conseguí abrirlas completamente con cada masaje sin que se notara, al menos eso creía yo, que mis movimientos estaban perfectamente calculados, manteniéndolas abiertas el mayor tiempo posible.
Yo estaba al borde del infarto, pues cuando sus nalgas estaban separadas podía ver los pliegues ligeramente sonrosados que rodeaban el ano.
Algunas veces, presa de la excitación, separaba sus nalgas tanto que los pliegues del ano se distendían como si fuera a abrirse, e inmediatamente aflojaba la presión por miedo a que Andrea se incomodara.
Pero Andrea seguía tendida plácidamente con los ojos cerrados y una carita inocente como de no haber roto un plato en su vida.
Yo no me conformaba con acariciarla y disfrutar de la vista de su culo y de su ojete.
Necesitaba más, pero temía ser demasiado brusco y provocar el rechazo de Andrea, así que mis neuronas empezaron a trabajar a contra-reloj y se me ocurrió la estratagema siguiente.
Dejé caer un buen chorro de crema justo entre sus nalgas que poco a poco se fue escurriendo hacia abajo entre sus glúteos y lancé una exclamación de disgusto.
¡Joder, se me ha ido la mano!, exclamé.
¿Que pasa?, preguntó Andrea.
Que ha salido crema de más y se ha escurrido entre los muslos.
Empina el culete un poco que la recojo.
Para mi sorpresa Andrea hizo lo que le pedí y empinó el culito graciosamente preguntándome si valía así.
Le contesté que sí y procurando no hacer brusquedades que pudieran alarmarla, abrí sus glúteos y con el dedo índice de mi mano izquierda empecé a rebañar la crema desde los muslos hasta la espalda.
Ahora tenía frente a mí una vista perfecta de su ano y del comienzo de la rajita de su coño y mi polla, de tanto babear, había empapado mi bañador.
Con mi dedo cubierto de crema me atreví a pasarlo por su ano muy suavemente y no sé si fue producto de mi excitación, pero creí oír un leve gemido de Andrea cuando la yema de mi dedo acariciaba su agujerito.
Yo ya no podía parar y me olvidé de la crema para dedicarme a acariciar su ano con mi dedo, sintiendo como Andrea respondía a mis caricias empinando más el culito y dejando su agujerito más expuesto.
Seguí masajeando su sensual orificio haciendo presión en él con la punta de mi dedo y sintiendo como este se relajaba, lo que me animó a presionar más y meter la puntita dentro.
Ya no eran figuraciones mías, Andrea estaba gimiendo y disfrutaba de mis toqueteos.
Por eso me bajé el bañador, tomé su mano y la puse sobre mi polla.
Andrea no retiró la mano, aunque tampoco hizo nada más, se limitó a rodearla con sus dedos y quedarse así.
Estábamos en un punto en que los dos deseábamos lo que hacíamos, así que embadurné bien mi dedo de crema y puse más en su ano y mientras con mi mano derecha abría sus nalgas, introduje muy despacio el dedo en su agujero que estaba muy distendido y no ofrecía resistencia.
Cuando había metido casi la mitad sentí como su esfínter se cerraba y me aprisionaba el dedo y dejé de empujar.
Así, con mi dedo dentro de Andrea, con mi mano derecha rodeé la suya que seguía agarrada a mi polla y empecé a moverla suavemente de delante a atrás para indicarle como tenía que hacer para masturbarme, pero en cuanto solté su mano ella dejó de moverla, lo que interpreté como que no había entendido mis mudas indicaciones.
Entretanto ya se había relajado de nuevo su ojete y volví a empujar despacio hasta conseguir meterle las tres cuartas partes del dedo.
Me sorprendió la facilidad con que mi dedo entró en su ano, pero el masaje, la crema y la excitación que Andrea tenía, junto a que tengo los dedos muy delgados, contribuyeron a que la penetración fuera sumamente fácil y sin molestias para ella.
Así penetrada empecé a moverlo adentro y afuera pero sin llegar a desplazarlo para no irritar su ano que yo presentía virgen y delicado.
Le pregunté:
¿Te gusta?
¡Siiiii!, hazlo despacio, me contestó.
¿Has visto como la tengo? Mi polla se muere por follarte.
Ella no me respondió, sólo abrió los ojos, miró mi miembro sujeto por su mano como constatando mi afirmación y me dedicó una leve sonrisa para seguidamente volver a cerrarlos y concentrarse en su propio placer.
Andrea ya no disimulaba su excitación, gemía de placer y movía su pelvis ligeramente intentando acrecentar el placer que mi dedo le estaba proporcionando.
Pero una vez disipados todos los temores de rechazo por su parte, yo quería algo más, así que fui sacando mi dedo de su ano lentamente, sintiendo la suavidad de su agujero cerrarse a medida que mi dedo salía.
Cuando lo hube sacado del todo le di unos suaves masajes justo en el agujerito para acto seguido abrir sus nalgas todo lo que pude, hasta que su ano se abrió ligeramente y hundí mi cara entre sus glúteos metiendo mi lengua en su agujero.
Andrea se estremeció y volvió a gemir de manera ostensible cuando mi lengua empezó a follarla por el culo.
Con mis dos manos sobre sus nalgas las mantenía abiertas todo lo que se podía y empujaba con mi lengua al máximo para que le llegara lo más dentro posible y notaba que Andrea estaba gozando como una verdadera perrita, pues sacaba el culito al encuentro de mi lengua, señal de que deseaba que la penetrara hasta el fondo.
No pude resistirme, tenía que ver su trasero con las nalgas abiertas, así que saqué la lengua de su ojete y me retiré un poco manteniendo sus glúteos separados para ver su ano y lo que vi me maravilló.
Su ano no se había cerrado del todo, quedaba abierto un agujerito por el que se hubiera podido meter holgadamente un bolígrafo.
Me quedé contemplando esa excitante vista hasta que sus pliegues volvieron a cerrarse y entonces fijé la mirada en el perineo y la parte final de la rajita de su coño, entreabierta por el efecto de mis manos separando sus nalgas.
De nuevo volví a meter mi lengua dentro y reanudé la penetración procurando que mi lengua entrara y saliera en todo su recorrido sabiendo que el roce de la misma con el interior de su ano le proporcionaba un gran placer, que ella exteriorizaba con gemidos y movimientos de su pelvis que contribuían a que mi lengua profundizara más dentro de ella.
Pero yo también tenía ya ganas de aliviar la tensión de mi polla y quería correrme y pensé que lo mejor era acelerar su orgasmo.
Sin dejar de comerle el culo deslicé mi mano izquierda por su entrepierna, de manera que mi dedo medio iba abriendo sus labios a medida que avanzaba hacia su clítoris.
Estaba empapada.
Sus juguitos se desbordaban a través de su rajita y mojaban mi mano que no tenía dificultad para avanzar hasta su botoncito, ya que Andrea elevó el culito lo suficiente para que mi mano pudiera entrar entre su coñito y el sofá.
Sentí en la yema de mi dedo la protuberancia de su clítoris cubierto por el pliegue del capuchón que lo guardaba como un pequeño tesoro, y empecé a masturbarla despacio y con mucha suavidad a la vez que con la lengua le comía el ojete.
Ella debía estar en la gloria pues no dejaba de gemir y de exhalar pequeños suspiros a la par que movía su pelvis acompasando sus movimientos a los de mis dedos.
Aún sabiendo cual sería la respuesta le pregunté:
¿Te gusta lo que te hago?
Me gusta mucho, me respondió con la voz entrecortada.
Su respuesta me excitó aún más y seguí masturbándola y metiéndole la lengua en el ano aumentando el ritmo y ella, que había empezado a jadear y a emitir grititos de placer, aceleró sus movimientos, que ya sin disimulo alguno,
frotaban su clítoris con mis dedos en la búsqueda del orgasmo que tanto deseaba.
Se podría decir que yo la follaba por el culo y ella se follaba mi mano.
Seguimos así unos instantes más y Andrea tensó todo su cuerpo, apretó su coñito contra mi mano como si le fuera la vida en ello y empezó a jadear y a gemir mientras un estremecimiento la recorría de la cabeza a los pies.
Sentí su orgasmo en mi mano y en mi lengua.
Su coñito palpitaba y su ano se abría y cerraba aprisionando mi lengua al ritmo de los espasmos que la estremecían.
Poco a poco las contracciones de su chochito y de su ano se fueron espaciando hasta que desaparecieron y Andrea se relajó y en su cara se dibujó una preciosa sonrisa de felicidad.
Yo ya había sacado la lengua de su culo pero seguía con mi mano bajo su coño y al intentar retirarla ella se estremeció y me dijo con una vocecilla apenas audible:
¡Despacio, despacio!
Entendí que tenía el coñito hipersensible, ahuecó el bajo vientre y saqué mi mano con suma delicadeza para no importunarla en el nirvana que parecía encontrarse.
Me quedé contemplándola tumbada en el sofá, completamente desnuda y con los ojos cerrados.
Estaba preciosa.
Yo tenía mi polla agarrada con la mano y me la estaba sobando para aplacar mi calentura, pero lo que yo quería era follarme a Andrea.
Pensé que si ya no era virgen no habría problemas.
Aunque no tenía condones, ya que mi pareja toma la píldora, al día siguiente podría comprar la píldora del día después.
Pero si Andrea era virgen no me la follaría, no quería que su primera relación con un hombre y habiéndome ofrecido su virginidad a mí, la recordara como algo traumático o doloroso.
Estaba en esas disquisiciones cuando Andrea abrió los ojos y me sonrió a la par que miraba el meneo que le estaba dando a mi polla.
Yo le devolví la sonrisa y le dije que se diera la vuelta.
Ella obediente lo hizo y quedó tendida boca arriba con sus preciosos pechos y su monte de Venus mostrándolos sin pudor alguno.
En ese momento supe que ella pensaba que iba a follarla.
Sin embargo, lo que hice fue subirme al sofá y ponerme de rodillas a horcajadas sobre ella apuntando mi verga a su cara.
Puse un cojín bajo su cabeza para que tuviera una buena vista, tomé sus manos y las llevé hasta rodear mi miembro.
Ella se dejaba hacer y con las dos manos alrededor de mi pene empezó a moverlas guiadas por las mías en un movimiento de atrás a adelante enseñándola como tenía que hacer para masturbarme.
A pesar de no hacerlo bien por su inexperiencia, a mí me sabía a gloria que Andrea me estuviera haciendo una paja y le dije que no parara de meneármela hasta que yo se lo dijera y ella obediente, me frotaba la polla mirando embelesada el juguete que tenía entre sus manos.
Yo estaba tan excitado que, a pesar de la torpeza de Andrea, que llevaba un ritmo irregular, bastaron unos cuantos movimientos más de sus manos sobre mi verga para correrme, escupiendo el semen que llevaba un buen rato pugnando por salir y salpicando sus pechos y cara.
Ella se detuvo un instante sin saber bien que era lo que estaba pasando y como la apremié a que siguiera lo hizo con más ahínco aún, sacándome hasta la última gota de leche de los huevos.
Mi semen había salpicado a Andrea en su pecho y también un pequeño chorrito le había caído en la cara.
Con mi dedo retiré el semen de su cara y le pregunté:
¿Sabes lo que es?
Es el semen, ¿verdad?, me contestó.
Le dije que sí mientras con mi pene extendía el que tenía sobre el pecho hasta cubrir con él sus pezoncitos y se los masajeaba con el glande.
También se le llama leche por el color, añadí.
Ya lo sé, los chicos lo llaman así.
Ella miraba sin saber que era lo que estaba haciendo ni para qué, pero a mí me daba un morbo tremendo embadurnar sus tetas con mi leche.
¿Te lo hacen mejor tus amiguillos del instituto o yo?, le pregunté.
¿Qué dices?, me contestó, – Yo no tengo “amiguillos” y no hago estas cosas con nadie.
Pensé que ya habías tenido relaciones, entonces ¿eres virgen?
Por supuesto, es la primera vez que hago esto con alguien, contestó medio ofendida.
Me sentí afortunado por haber sido el primero en gozar de Andrea y también me alegré de no haberla penetrado.
Le dije que no se moviera y fui al baño a por papel higiénico para limpiarla.
Lo hice delicadamente mientras ella observaba con atención y cuando hube acabado acerqué mis labios a sus pezones y los besé y mordisqueé mientras ella se dejaba hacer.
Me senté en el borde del sofá y empecé a juguetear con mis dedos en su vello púbico.
Le pregunté:
Tú me pediste que te untara crema para esto, ¿verdad?
No pensaba que haríamos tanto, yo sólo quería excitarme y masturbarme después.
Pero te alegras que lo hayamos hecho, ¿no?
Claro que sí, ha sido muy agradable.
Algunas compañeras que han hecho sexo con chicos cuentan que no se lo pasaron bien, que les dolió y que ellos van a lo suyo.
Bueno, yo no te he penetrado, pero también podemos pasarlo muy bien estas vacaciones.
Te aseguro que vas a aprender cosas que ni sabes que existen.
Ya lo verás.
No creas que soy tonta, sé lo que se hace, además, algunas veces os he visto a mi madre y a ti haciendo el amor.
¿De verdad?
Si.
Muchas veces dejáis la puerta de la habitación abierta y se os ve desde el pasillo y a mi madre se la oye gritar cuando se corre.
Ya le digo que procure contenerse, pero dice que lo hace sin darse cuenta.
¿Y qué hacías tú?
Os miraba un ratito y me iba a mi habitación a masturbarme.
Un día tú estabas tumbado boca arriba y mi madre estaba encima de tí, dando la espalda al pasillo.
Al principio no se veía muy bien pero cuando mi madre se inclinó sobre tí se veía perfectamente como entraba y salía tu pene de su chichi.
Si te pregunto algo, ¿me vas a contestar la verdad?
¿Qué quieres saber?
¿Tienes algún “juguete” para cuando te masturbas?
Andrea se ruborizó y yo, viendo su azoramiento, le dije:
Si no quieres no me lo digas, pero después de lo que acabamos de hacer no vamos a tener vergüenza el uno del otro.
Tu madre y yo también tenemos juguetes sexuales.
Entonces, con una vocecilla apenas audible Andrea respondió:
Ya los he visto, yo tengo un “rotu”.
¿Un “rotu”? Quieres decir un rotulador, ¿no?
Ella asintió con la cabeza y yo le dije:
Anda, vámonos a la cama que estaremos más cómodos y me lo enseñas.
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