MI AMIGO LAZARO Parte 3
Una sorpresa que cambió las cosas .
ATRAPADO
- Que estas haciendo guarro? – dijo la voz de Verónica tras de mi
Rápidamente me volteé, intentando calmar a mí hermana quien se acercaba descendiendo la escalera, todavía adormilada bajaba los escalones pesadamente, se le veían las bragas blancas entre la blusa mal abotonada color crema que usaba para dormir. Me acerque haciendo señas, intentando silenciarla pero, olvide que iba con la polla al aire
- Aléjate de mi pervertido –
- Shhhhhh…cállate, cállate por favor – suplique guardando mi pene dentro de los pantalones
- Depravado le contaré a mamá –
- No podrás – susurre
- Por qué? Donde esta? – dijo calmándose
- Follando con Lázaro en el sillón
- Como? – respondió incrédula
- Ven a ver si no me crees – dije ubicándome en la misma posición anterior
Verónica, ya prestaba atención a los ahogados gemidos que emitía nuestra madre tapándose la boca con el borde cubital de su mano. Mi hermana se situó en la penumbra junto a mí.
Los dos nos quedamos en silencio, observando la actuación de mi amigo.
Ahora, con las piernas de mi madre flexionadas sobre su pecho aplastándose sus tetas, dejando expuesta la entrada a su gruta de placer logrando así, penetraciones más profundas.
Lázaro le envestía violentamente el coño sacudiéndola en cada empellón. Ella chillaba a cada acometida hundiendo su rostro en el tonificado pecho del hombre mientras, con lujuria le acariciaba desenfrenada la sudorosa espalda, resbalando sus dedos hasta las nalgas, amasándolas y hundiendo sus uñas, le abría los glúteos dejando al descubierto para quien quisiera ver, el agujero trasero de mi amigo.
Lázaro volteo a mí, ofreciéndome una risilla cómplice.
La verdad, no sé si nos vería observándoles como dos voyeristas en la noche, ó fuese una simple coincidencia.
Las arremetidas en esa postura se mantuvieron por largos minutos, hundiendo incesante su tieso cipote en el conejo de mi madre.
Entonces, Lázaro cambio de posición, acomodando las piernas de mi madre en sus flancos, tendiéndose sobre ella y abrazándola acercó su boca para morrearse a gusto. Mi madre respondía ávida, ahogando con la lengua del vecino sus lujuriosos gemidos.
Disimulado observé como mi hermana estimulada por el espectáculo y los sinfónicos gemidos de la pareja, movía compulsivamente los dedos en forma circular sobre su braguita.
Ambos nos dejamos llevar hechizados por la morbosa visión y sin pudor comenzamos a masturbarnos uno frente al otro, era como si, a parte de la cachonda escena del salón, tuviéramos la propia a los pies de la escalera. Ya no sabía donde mirar, si a Lázaro taladrando el agujerito por donde nací ó a Verónica, castigando su clítoris ya con las bragas en los tobillos dejándome ver claramente su monte de Venus desde donde emergían dos pelillos color caramelo.
Yo hacía lo propio, subiendo y bajando la mano sobre mi pene ardiente y erecto.
Mi hermana se encontraba en mi misma situación ya que, pasaba del sillón donde retozaban los amantes, a mi verga enhiesta que apuntaba en su dirección.
Los suspiros de Verónica incrementaron en intensidad, al igual que los jadeos de mi madre que ya eran audibles sin esfuerzo desde donde nosotros estábamos. Tal vez era posible que los oyéramos desde nuestras habitaciones si estuviésemos allí.
Fue entonces cuando mi hermana apretó los ojos, quitó la mano de su vulva y se pegó a la muralla, un fuerte gemido escapó de sus labios. Estaba teniendo un orgasmo, se estaba corriendo, disfrutando ver como nuestra madre era follada por el hombre que decía despreciar.
Yo descaradamente solté mi polla, coloqué mi mano sobre su pubis y tantee su clítoris rígido y fuera del capuchón castigándolo ahora con mis dedos salvajemente, ocasionándole convulsivas contorsiones, Verónica estallo en un segundo orgasmo ahogando sus gemidos en mi hombro, tomando la iniciativa moví el dedo medio aún pringoso por los jugos que brotaban copiosos de su entrepierna, resbalando lentamente por el interior de sus delgadas piernas y lo introduje sin compasión dentro de su ardiente coñito, mi hermana, cegada por la lujuria se lanzo sobre mi verga y con movimientos torpes siguió masturbándome.
No tarde mucho en correrme con un gruñido que estallo en mi garganta, un abundante chorro de lefa le salpico el rostro, un segundo y un tercero se estampó contra su desgastada blusa.
Afortunadamente todos nuestros sonidos fueron opacados por los potentes gruñidos de Lázaro, que en un orgasmo descomunal se corría en el interior de mi madre.
- Suelta tu leche dentro de mí coño – gruño mi mamá conteniendo como podía otro potente orgasmo.
Sus dedos crispados por encima de su cabeza, se aferraban al apoya brazos del sillón, la espalda arqueada sostenía a duras penas la pierna izquierda que no paraba de sacudirse trémula.
Lázaro de desplomo sobre las orondas tetas de mi madre, agotado. Ambos se quedaron inmóviles, tendidos uno sobre el otro reposando.
Esa era nuestra señal para largarnos de nuestro escondite.
Solo sabía que Verónica me seguía, ascendiendo por la escalera de cerca pero, al voltearme la vi en tetas, limpiándose la lefa de su rostro con la blusa.
- Mejor nos acostamos – dijo mi hermana.
Asentí con la cabeza intentando apartar la vista de aquellos montes de ambrosia, sus senos pequeños, como del tamaño de mitades de manzanas pero, firmes y respingones, sus areolas eran de un rosa tan pálido que se confundían con el tono de su piel, ellos se hallaban coronados por unos pequeños pezones que apenas eran visibles. Mi hermana se refugio en el baño, obsequiándome una mirada de morbosa confabulación.
A los minutos me dormí con la imagen de mi madre, suspirando eróticamente bajo mi amigo, soportando los enérgicos envistes de su verga, los gemidos de mi hermana apoyada en mi hombro y su hermoso cuerpo de niña de trece años, sin embargo, aún con toda la efervescente lujuria que nos embargaba en ese momento pude notar un hecho interesante, al introducir el dedo en el interior de mi hermana nada salió, no sangró ni por más duro que lo haya movido.
La semana pasó sin sobresalto, solo las furtivas miradas cómplices que mi hermana me lanzaba de vez en cuando, levantándose la falda y dejándome ver sus bragas y de vez en cuando, su culito desnudo.
El jueves, ya sin rodeos me acerqué a la habitación de Verónica y le pregunté.
- Vero, hay algo que quería preguntarte?
- Dime
- La otra noche, cuando estábamos espiando a mamá y te metí el dedo en el coño —pude ver como mi hermana se ruborizaba—, no te sangró, has estado haciendo algo?
- Bueno, yo me he metido cosas en por coño.
- Entiendo —dije— ten cuidado, no te vayas a hacer daño —intentando minimizar la situación.
- No te preocupes, solo fueron mis dedos, y un lápiz.
- Ya veo, entonces, que otra cosa has hecho? Te has masturbado?
- Luis, yo, si ya me he masturbado —dijo con una chispa morbosa en los ojos— hace un tiempo me encontré con un video porno y comencé a hacer lo que hacia la chica.
- Te gustó?
- Y que otra cosas has hecho? —pregunté
- Bueno, eso, masturbarme, meterme los dedos por el chochito, intenté meterme el lápiz en el culito pero no pude.
- Y por que no me dijiste, yo te habría ayudado —dije ocultando la polla que comenzaba a crecer.
- No me atrevía, en serio lo harías?
- Seguro, te gustaría que esta noche probáramos?
- Si, mucho —dijo embozando una lasciva sonrisa.
Esta confirmado mi hermana pequeña es tan calentorra como mi madre.
Esa noche ingrese a hurtadillas en la habitación de Verónica, ella se encontraba recostada en la cama revisando el móvil. Apenas me vio se incorporó, dejándome ver que no vestía nada más que la camiseta sin magas. Yo quede unos segundos contemplando el coñito de mi hermana que, ahora a diferencia de la última vez, lo veía claramente, me acerqué.
- Que hacemos ahora? —preguntó.
- Que te gustaría hacer —respondí acariciando sus muslos.
- Podrías masturbarme como la otra vez
Asentí con la cabeza mientras la reclinaba en la cama acomodándome junto a ella. Lamí mis dedos e inicie un suave masajeo en su sonrosada hendidura, por unos minutos, hasta que ella comenzó a tensar el cuerpo y cuando, unos sutiles gemidos escaparon de sus labios, apuré el movimiento de mi mano ocasionando que Vero se agitara con vigor, indicándome que el orgasmo estaba muy cerca, y así fue, escasos segundos demoró antes de estallar en un frenesí de contorsiones catárticas.
Nos quedamos en silencio, tendidos en la cama, Vero con la camiseta arremangada en la cintura y yo con el pene duro como roca.
- Cuando quieras hacerlo de nuevo solo tienes llamarme —dije abandonado su cuarto, ella asintió con un gesto.
Quería bajarme los pantalones y penetrarla, deseaba follármela, allí, sobre la cama, sentir el calor de su vagina comprimiendo mi polla pero, no me atreví a forzar el momento, a demás, me guardaba para alguien.
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