Mí compañera de universidad.
Una sala vacía. Una compañera de clases. La tentación aguarda..
Vivo en un drama constante. No soy un infiel, es más, aborrezco la idea de serlo.
Pero ya sea la juventud o la naturaleza de mi ser, me llevan a desear lo prohibido. Convivo entonces en la fina línea de lo moral y permitido.
Lo primero es no negar el deseo. Luego está buscar la comprensión. Ser aceptado es algo que no ha sido parte de mi vida en la mayoría de ocasiones.
Entonces aquí estoy, en un día más de universidad. La última asignatura del día. Trabajamos en laboratorios, y ello requiere uso de uniforme, y por lo tanto, una muda de ropa previa.
Aparece esta chica, que llamaremos Niza, y se pone junto a mi, mientras acomoda sus cosas en uno de los casilleros. Nos saludamos como en cualquier otro momento de la semana, cordial y amistoso, nada extra.
Niza es de altura media, cabello castaño no tan largo. Su rostro es fino, con unos seductores ojos pardos y una sonrisa luminosa. Sus rasgos la hacen verdaderamente bella, con su tez cobriza y una silueta contorneada, sin requerir ser voluptuosa.
No puedo evitarlo, y cada que tengo oportunidad observo su cuerpo con el libido por las nubes. Aquél día vestía una calza oscura, que fijada a su piel regalaba a la vista un trasero firme y curvo, propio de su juventud y vigor.
Me debato por dentro, entre esconder o demostrar la erección que se enaltecia a la vista, por lo liviano de la ropa. Deseaba tomarle por la espalda, besar su cuello y tocarle hasta provocar la misma emoción que me sacudía.
Con ella de protagonista, mantenía la fantasía de hacer el amor en aquél laboratorio. Me volvía loco la idea de tenerla sobre mi, en alguna de aquellas sillas, mientras nos consumíamos mutuamente.
La clase concurrió con normalidad. Estuvimos en sitios contiguos por casualidad, debido a ser los últimos en ubicarnos. Más allá de cruzar algunas palabras referentes al trabajo, no ocurrió nada relevante. Con relativa rapidez llegó el término de la clase, momento de cada uno para regresar al hogar.
Admito que verla cambiarse luego de la clase me subió la lujuria, una vez más. Como regla no debería hacerse, pero a continuación no tuve más remedio que arriesgarme, aunque con toda la discreción posible, a lanzar un dardo para aquella musa.
Ella salió rápido, antes que cualquiera. Por lo mismo apresuré los actos y, siguiendo su ritmo, nos vimos ambos en el solitario pasillo, dejando atrás al resto.
Me miró y sonrió. Pregunté el por qué de su apuro, ya que solía salir primera de esta clase e irse rápido. Mientras me daba su explicación, notamos una sala contigua abierta.
Nos quedamos viendo un momento. Por mi naturaleza, demasiado sincera ante los hechos, disparé sin dilación: «Hacer el amor a escondidas, aquí en la universidad, no te parece una situación excitante?»
No articuló palabra. Miró de mí a la sala oscura y vacía, luego regresó a mi. No era momento de echarse atrás. En breve estaríamos en medio de la muchedumbre, y aquella oportunidad de habría esfumado.
Dirigí las palabras a Niza una vez más: «Sabe Dios lo que he deseado este momento…lo que he deseado esto contigo». Debía dar el golpe de gracia, titubear era dejar pasar la chance. Le miré a los ojos, y antes de cualquier palabra suya, di un paso hacía aquella sala, y desde la penumbra que la cubría, estiré mi brazo hacia ella en son de invitación.
«Pero tú tienes novia», acotó ella. Me aferré a su excusa, que no resultó ser una negativa. «Decide ahora, no lo pienses más», le contesté.
La oscuridad nos vistió en su manto protector. La tenue luz que se filtraba por la ventana era la única guía. A partir de aquí, eran nuestros cuerpos, y no nosotros, quiénes tomaron control de los hechos.
Cerré la puerta estando ya ambos dentro. Por fuera se oían los ruidos del pasillo, por el pasar de la multitud. Desde dentro, ambos nos sumimos en la intensidad del momento.
Dirigí su mano a la innata expresión de libido, que presionaba por salir al exterior. Besé su cuello, a la par de recorrer su cuerpo con las manos.
Descendí besándola, hasta retirar por completo aquella prenda negra, que tanta sensualidad provocaba en ella, y la cuál despojada daba paso a la fantasía cumplida.
Unimos nuestros cuerpos en uno. Era un momento frenético, mientras le embestía a la vez que sujetaba una de sus piernas a la altura del hombro. Ella puso sus manos en mi espalda, donde clavó con fuerza las uñas, provocando gemidos en ambos.
Me confesó que llevaba tiempo sin estar con alguien. Aquello me dió más vigor para cumplir lo que más deseaba: Hacerla llegar al orgasmo y sentir su satisfacción. Nada me ponía más libidinoso que aquella visión.
Justo en aquél momento, se oyó desde la puerta un intento de abrirla. Nos devolvió a la realidad de golpe. Hubo un segundo intento, y una voz femenina con tono áspero emitió un ademán de molestia.
Luego, se hizo silencio. Por razones del azar, aquella mujer quien se dedicaba al aseo no tenía las llaves a mano. Aquellas salas se mantenían abiertas hasta fin de día, y era extraño que esta estuviera cerrada.
Oímos pasos alejarse a la distancia. Con la intuición de que regresaría de inmediato, no tuvimos más remedio que reacomodar todo y salir de aquella sala.
Nos movimos rápido, pero en silencio. De encontrarnos, era cosa de lógica el ser descubiertos. Por fortuna, aquellas horas casi nocturnas dejaban pocas posibles miradas, por lo que la situación no fue vista…o eso creíamos.
El panorama había cambiado del todo. Lo inconcluso del acto nos tenía aún a fuego, deseando continuar. A pesar del susto, no éramos conscientes de las consecuencias pues habíamos librado.
Fin de la parte I.
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