Mi experiencia como robotcita
Ana, una actriz en apuros, se ofrece a reemplazar el robot de su amigo inventor, sin imaginar, el ardiente acto que le espera….
¡Hola a todos! Soy Ana, y esta es mi historia, aún me hace sonrojar y excitar cada vez que la recuerdo. Todo comenzó cuando mi amigo de la universidad, Tomás, me pidió permiso para usar mi imagen en un proyecto loco que estaba desarrollando. Él era un genio, graduado con honores en ingeniería robótica, pero el pobre no encontraba trabajo.
Un buen día, cuando el me dijo que el robot estaba casi listo, decidí sorprenderlo con una visita en su casa-laboratorio, pues tenia curiosidad de ver cómo había quedado «mi clon». Al verme en la puerta de su casa, Tomás me recibió muy nervioso, no le di importancia en ese momento, pero me sentí feliz por él, pues mi amigo… sí que se sentía orgulloso de su trabajo, explicándome cosas que no le podía entender bien, mientras me llevaba al sótano.
—¡Mira, Ana! Es casi perfecta— exclamó, señalando a la figura inmóvil en una caja metálica. Era impresionante: piel sintética suave, curvas que imitaban a las mías a la perfección, cabello largo y liso como el mío. Pero en mi entusiasmo por tocarla, tropecé con un cable y… ¡crack! Algo se rompió. Tomás palideció.
—¡No! Esa fue la unidad de control principal. No puedo reemplazarla, conseguir esa pieza… me tomara al menos de dos días».
Justo entonces, sonó su teléfono. Era el representante de una gran empresa de entretenimiento para adultos, esos que le habían ofrecido una fortuna por su creación.
—Ok, entonces… ya esta por llegar a la inspección? perfecto, lo espero— murmuró Tomás, tratando de esconder su desesperación. Y al colgar, lo vi caer de rodillas y lamentarse:
—Rayos, si no presento los avances… tendré que devolver el dinero. Estoy arruinado.
Yo, sintiéndome culpable por el accidente, le dije:
—¿Y si yo la sustituyo? Puedo actuar como una robot de casa, ¿no? Solo debo fingir un poco, y ya…
Al escuchar eso, él se negó rotundamente:
—No Ana, es que no lo entiendes… no es solo eso.
Y nuevamente, volvió a sonar su teléfono.
—Listo, en 10 minutos… tómese su tiempo, yo le espero, gracias…
Tomás sudaba frío. Y al verlo así, me recline hacia él, y le dije muy segura; tratando de tranquilizarlo.
—No te preocupes Tomás, yo sustituiré a la robot para que hagas tu presentación, todo estará bien.
Y él, sin tener de otra, aceptó y nos comenzamos a listar. El tiempo voló mientras me explicaba cómo comportarme: me dijo que hiciera movimientos rígidos, que mantuviera una voz monótona, y que obedezca todas sus órdenes sin importar que. Eso último me sorprendió, pero me dio igual… pues solo era una especie de actuación sencilla que debía realizar, y que podría salir mal?
«Por favor, quédate quieta y responde como con frases programadas», seguía insistiéndome, y el timbre, al fin sonó. Tomás me vio por ultima vez y le guiñe el ojo, él se volteo y subió a abrir la puerta. En eso, yo me posicionaba en la caja, con los ojos cerrados, fingiendo estar conectada a un cable improvisado que él me había pegado bajo el cabello. Segundos después, oí voces y la puerta del sótano se abrió.
—Tomás, mi chico genio. Seguramente te preguntas quien es Max… pues lo traje para que pruebe tu creación. Si funciona, revolucionaremos la industria. No más actrices caprichosas que se niegan a ciertas… escenas atrevidas —rió Víctor, con un guiño malicioso.
Y cuando los tres estaban a unos pasos de mí, sentí sus miradas. Mi corazón latía desbocado, pero me mantuve inmóvil.
—Mira esto, Max. Luce como una mujer real. Tomás, eres un artista —elogió Víctor.
—Gracias. Está cargándose ahora… pero como deben estar ansiosos por verla en acción, déjenme encenderla —explicó Tomás, desconectándome con cuidado y presionando el botón falso que me había pegado con un adhesivo en el cuello.
Entonces, abrí los ojos lentamente, moviéndome con rigidez.
—Hola. Soy AnaBot. ¿En qué puedo servirles?
Ellos se acercaron, fascinados. Víctor tocó mi brazo:
—Mira esto… su piel es perfecta y cálida». Max sonrió:
—Es Impresionante. ¿crees que podemos probarla?
Tomás titubeó:
—Aún necesita ajustes. No está lista para… eso.
—¿Trabajaste en sus zonas íntimas?
Insistió Víctor, persuasivo. Y Tomás, asintió nervioso…
—Entonces, no hay por que temer… vamos chico, es por la ciencia… y el dinero, claro.
Yo, horrorizada por dentro, me di cuenta de la verdad. ¡Era una especie de robot sexual! Quería matar a Tomás por no decírmelo todo. Pero ya estaba metida en esto, y además, era culpable por el daño que le ocasione a su robot. Así que solo parpadeé hacia Tomás, como señal de que seguiría. Él lo entendió, y luego de un suspiró dijo:
—Está bien. AnaBot, camina al centro del laboratorio.
Y yo, obedecí, colocándome en el centro. Entonces, Max, con esa mirada hambrienta en sus ojos, se acercó a mí.
—Bien, vamos a ver qué hay debajo de esto— murmuró Max, rodeándome lentamente, con sus dedos rozando mi espalda. Sentí un escalofrío cuando localizó los botones del vestido, y más aún, cuando empezó a desabrocharlos; uno a uno con lentitud. Cada clic era intenso, y el aire fresco del sótano besaba mi piel expuesta a medida que el vestido se abría.
—Mmm, qué espalda tan suave y sexy— susurró, deslizando las mangas… y el vestido cayó hasta mi cintura, revelando mi sostén negro de encaje que apenas contenía mis senos generosos, y mi abdomen plano con un ombligo delicado . Mis pezones se endurecieron bajo la tela, traicionando mi creciente excitación, mientras mi mente gritaba de vergüenza y rabia por estar ahí.
Víctor silbó admirado: «¡Qué curvas, Tomás! Mira esa piel… definitivamente, has hecho un trabajo impecable».
Y Max, seguía empujando el vestido por mis caderas, dejándolo caer ante mis pies. Ahora, estaba en ropa interior: sostén y tanga a juego, que acentuaban mis muslos firmes y mi trasero redondo.
—Mierda, este culo es una obra de arte— dijo Max, dando una palmada ligera que me hizo contener un jadeo. Y sentí, un calor en mí, como si mi cuerpo respondiera al toque de ese hombre.
Luego, sus manos subieron a mi sostén, desabrochándolo con un movimiento experto para dejarlo caer, y mis senos, firmes y redondos, con sus pezones rosados quedaron a la vista.
—Vaya, qué tetas tan jugosas y perfectas», gruñó Max, ahuecándolos con sus palmas ásperas, masajeándolos en círculos lentos que enviaban ondas de placer por mi espina. Sentí mis rodillas flaquear ligeramente, y el deseo traicionero, iba haciendo a un lado la humillación.
Y Víctor se unió:
—Déjame sentirlos… mmm, son suaves, parecen muy reales—. Decía, mientras jugaba con mis pezones.
Pero Max, no se quedo quieto, él quería más. Se arrodilló, y tomo los bordes de mi tanga.
—Y ahora… la gran revelación—, dijo, bajando centímetro a centímetro esa prenda, por mis caderas anchas.
Exponiendo así, mi abdomen bajo, seguido de mis labios vaginales hinchados y rosados, relucientes de humedad. Y fue así, como me dejaron completamente desnuda: con mi vagina expuesta, las tetas al aire, y mi trasero redondo y firme; y yo, sin la posibilidad de cubrirme con las manos.
—Es increíble.. cuidaste cada detalle de su intimidad chico—, dijo Max, pasando una mano por mis nalgas, apretándolas y separándolas para admirar todo.
—Es cierto… mira eso— dijo Victor
—Sí, y parece que se está mojando… responde como una mujer real.
Entonces, Tomás intervino nervioso:
—Es el lubricante que introduje antes que llegaran. Pues… la programé para que cuando le toquen ahí abajo, sus labios se relajen y empiece a salir. Eso es lo que están sintiendo.
Y ellos, seguían fascinados, mientras yo ardía de rabia por la traición de Tomás, y un deseo incontrolable crecía con cada caricia. En ese momento, parpadeé disimuladamente hacia él, suplicando que los detuviera, porque temía delatarnos. Pero él, ni siquiera lo noto.
En eso, Víctor sonrió pícaramente:
—Oye, Tomás, ¿tu robot puede desnudar a Max?
Tomás tragó saliva, y respondió:
—Sí, claro… AnaBot, desnuda a Max.
Mi corazón, se aceleró al escuchar esa petición; pero no tenía otra opción, debía seguir en el papel. Y yo solo… me acerqué a Max y empecé por su camiseta. La levanté lentamente, revelando su torso musculoso, con pectorales definidos y un six-pack marcado que brillaba bajo la luz del sótano. Sus brazos eran fuertes, venosos, como esculpidos por un dios. «Mmm, eres muy hábil», murmuró Max. Y yo por dentro, me excitaba más, pues ese tipo era muy simpático y hermoso.
Luego, bajé a su pantalón, desabrochando el botón y bajando la cremallera, deslizándolo por sus piernas musculosas con vello ligero, lo que acentuaba su virilidad. Finalmente, enganché su bóxer, bajándolo para liberar su miembro: y guau!! Era hermoso, grueso y venoso, completamente depilado, erecto y apuntando al cielo con una cabeza rosada hinchada. Era perfecto, largo y curvo lo justo para prometer placer intenso. Me dejó perpleja, mi vagina lo quería adentro y… Víctor rió:
—¡Mira eso, Max! Parece que tu ‘herramienta’ impresionó a la robot. Todos rieron, excepto yo, atrapada en un conflicto interno: quería arrodillarme y tomarlo en mi boca, pero también quería salir corriendo de ahí, pero me contuve.
Al fin, Víctor se puso serio:
—Bien, ahora veamos cómo es penetrar a esta robot. Max, haz los honores.
Y Tomás, sin pensarlo dos veces, me dijo:
—AnaBot, ponte en cuatro.
En ese momento, ya no había marcha atrás… yo deseaba tanto a ese hombre, que metida en mi papel, me puse en cuatro y eleve mi culo, para que se me note más la vagina. Y Max, se arrodilló detrás de mí, con su punta rozando mis labios; y de un solo golpe, empujó esa enorme y deliciosa verga dentro de mí, obligándome a dilatarme para él. La sensación era muy candente: su pene me llenaba por completo, estirándome deliciosamente.
—¡Joder, qué apretada esta! Me encanta— gruñó Max, felicitando a Tomás: «¡Chico, eres un genio!»
Y nuevamente, Víctor intervino:
—Embístela ya Max, veamos su durabilidad.
Y él, se apresuro a mover sus caderas, golpeando mis nalgas sin piedad, dándome un placer indescriptible. Y yo, trataba de aguantarme los gemidos, tratando de no explorar. Manteniendo mi semblante, lo mas relajado que pude, y cuando notaba que no me veían, apretaba la vista y me mordía el labio inferior. En una de esas, vi que Víctor se volteo, hice mis gestos y el me regreso a ver. Pensé que me había descubierto, me puse nerviosa e hice mi rostro de seria, pensando como matar literalmente a Tomás. En eso, Víctor se acerco a mi, lo vi fruncir el ceño y cuando pensé que estaba perdida, el me dijo:
—Como que a esta robot le falta expresividad, no?
Y Tomás intervino:
—Es por que está en modo domestico. AnaBot… activar modo sexual.
¡Y al fin! esas palabras me liberaron, hice los gestos que me estaba conteniendo, y solté un gemido desesperado:
—¡Ahhh, sí… sí, más profundo, papi! Fóllame como una puta».
Y Max rió:
—¡Ahora sí! Esto es otra cosa, y vaya voz que le pusiste muchacho… es muy sensual.
Todos, estaban impresionados: «¡El realismo es perfecto!», aplaudió Víctor mientras Max me embestía con fuerza, con sus bolas golpeándome el clítoris. «‘¡Ay, sí hijo de puta!» le decía yo desesperadamente, y el me respondía ¡Toma esto robotzuela! ¡Sígueme hablando sucio» y yo gritaba: «¡Sí, sí, maldita sea! Ahhh, méteme más duro la verga malparido! ¡no pares, ahhh!»
Al ver todo eso, Víctor se metió la mano en la chaqueta y sacó una chequera:
—Chico, has logrado algo impresionante… estoy dispuesto a pagarte el triple, si la terminas para el fin de semana.
—Delo por hecho, la tendré lista para usted. De hecho, con ese dinero extra… puedo mejorar la batería.
—¿La batería? ¿Así que supongo que no podre llevármela para mostrársela a los inversionistas?
—Me temo que no… es que la robot tiene apenas un prototipo de la batería, y solo dura 20 minutos… luego se apaga. Y me toma cargarla 12 horas… Lo siento, pero es lo mejor que pude hacer….
—No te preocupes chico… si lograste esto con la inversión inicial. Con este nuevo capital, harás algo mejor, confío en ti.
Bueno, eso es lo que recuerdo que avance a escuchar, mientras Max me daba sin parar. De hecho, creo que el parecía ser la maquina. Y en eso, oí a Victor decir:
«Mmm… creo que ya han pasado como 20 minutos. Oye Max, ya comprobamos lo que queríamos… déjela ya, no vayas a averarla». Y en ese instante, como un perro obediente, Max se detuvo y sacó su miembro, dejándome muy ansiosa. Yo solo quería voltearme y decirle que no me deje así… pero Tomás se me acerco, y me susurro un «gracias» muy discreto y me topo el botón falso que me pego en la nuca: y sabia, que debía aceptar que todo había terminado… entonces, fingí desmayarme, y caí al piso, así como estaba… y quede con el culo levantado.
Al verme en esa pose, Víctor y Max soltaron una risotada traviesa.
—¡Mira eso, la perra se quedo con ganas! —bromeó Max, mientras se levantaba para irse al baño.
Víctor, todavía riendo, se acercó a mí, recorriendo cada curva de mi cuerpo. Sentí su presencia como un calor abrasador, y entonces, ¡zas!, una nalgada resonó en el sótano, haciendo temblar mis nalgas. Me mordí el labio por dentro, conteniendo un gemido de placer mezclado con vergüenza.
—¡Es una maldita obra maestra! —dijo Víctor, inclinándose más cerca. Sus dedos, atrevidos, rozaron mi raja húmeda, trazando un camino lento y deliberado que me hizo estremecer. Y Víctor bien feliz, me dio un último apretón en mi nalga derecha, antes de enderezarse.
—Volveré el fin de semana por ella, chico. Esto va a cambiar la industria. ¡Max, vámonos!
Los tres subieron las escaleras, y oí sus voces desvanecerse. Yo seguía en el suelo, temblando de deseo, el calor entre mis piernas era insoportable. Cuando la puerta del sótano se cerró, no pude más. Mis dedos volaron a mi clítoris, frotando con furia mientras imaginaba a Max embistiéndome de nuevo, con su polla gruesa hasta el fondo.
—¡Mmm, Max! Quiero tu leche caliente dentro de mí, ¡dámelo todo! —gemí, perdida en el placer, jadeando con las piernas temblando y el cuerpo rendido en el suelo frío del laboratorio.
Minutos después, oí los pasos de Tomás bajando. Me di la vuelta, aún desnuda, y abrí las piernas lentamente, dejando que mi vagina húmeda y palpitante quedara expuesta ante él. Mi mirada era puro fuego, y mi voz salió, cargada de provocación.
—Tomás, mírame… estoy tan caliente que no puedo más. Por favor, cógeme— susurré, deslizando un dedo por mi raja reluciente, abriendo los labios para él—. Vamos, acércate, y méteme tu polla ahora mismo, no me dejes así.
Tomás se quedó congelado, y dijo:
—Ana, esto… no deberíamos… —balbuceó, pero su mirada me decía otra cosa, el también me deseaba…
—Shh, no digas nada. Quiero sentirte dentro. Hazme tuya, como si fuera tu robot traviesa —le dije, mordiéndome el labio y apretando mis tetas para él—. Vamos, cógeme como hombre, no me hagas suplicar más.
Eso fue suficiente. Tomás se acercó, desabrochándose el pantalón y liberando su pene. Era un poco más pequeño que el de Max, pero era suficiente para calmar mi calentura. Y él, se arrodilló entre mis piernas, y sin más preámbulos, alineó su punta con mi entrada húmeda.
—Joder, Ana, estás tan mojada… —gruñó, empujando, y llenándome con mucha facilidad, pues Max, me había dejado bien dilatada. Al sentir como entro toda, mi calor aumento, y arquee involuntariamente la espalda.
—¡Sí, así, ahora muévete Tomas, muévete Tomas! —gemí, con mis manos agarrando sus hombros mientras él comenzaba a moverse, embistiéndome con un ritmo desesperado. Sus caderas chocaban contra las mías, y el sonido húmedo de nuestros cuerpos llenaba el sótano. Mi vagina lo apretaba, con cada embestida, y yo le suplicaba fuera de control:
—¡Más, más… más fuerte Tomás! ¡Ahhh, sí, sí, sí!!!
Él gruñó, me levanto las nalgas y pego mis piernas a sus hombros, y con el mejor movimiento que pudo, me dio más duro como la puta que era, y la forma como sus bolas me golpeaban, me hacían sentir en el cielo.
—Mierda Ana, eres una puta… no puedo creerlo—jadeó, acelerando más, con su cara contorsionada por el esfuerzo y el deseo.
El calor en mi interior crecía, mis paredes internas lo masajeaban mientras yo me retorcía bajo él, tratando de mirarle a los ojos.
—¡Dame más, estoy cerca… no pares, no pares, aahhhh! —supliqué, con mis uñas clavándoselas en su espalda. Y me vine en ese instante, las piernas me temblaban y con fuerza abrace a Tomás. Pero él, se movió y sentí que la sacó, y su miembro, quedo bajo mis nalgas. Palpitando y soltando un buen chorro de semen.
—Joder… casi no la saco a tiempo —jadeó, desplomándose a mi lado, exhausto.
Y yo, me quedé allí, a su lado jadeando, con su leche tibia deslizándose debajo de mis nalgas. Lo miré, aún ardiente pero satisfecha, y le dije con una sonrisa traviesa:
—Tomás, esto fue… increíble. Pero oye, creo que merezco un extra por los derechos de mi imagen después de esto, ¿no crees? Digamos que mi «actuación» vale más ahora.
Él rió, todavía recuperando el aliento.
—Trato hecho, Ana. Te daré una buena parte del dinero. Te lo ganaste con creces.
Días después, supe que Tomás entregó la robot real, idéntica a mí, con mejoras que la hacían aún más perfecta. Pero esa tarde en el sótano… me convirtió en una mujer más valiente ¿Y si me preguntan si lo haría de nuevo? Yo diría que… ¡Claro, sin dudarlo!
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