Mi experiencia con Mar
Este relato lo escribió, a petición mía, el maestro Bedolla, básicamente trata de nuestro segundo encuentro.
Este relato lo escribió, a petición mía, el maestro Bedolla, básicamente trata de nuestro segundo encuentro, El primero está AQUÍ.
Hace una semana, en la plaza central de la ciudad me encontré casualmente con una señora muy buena que chupaba una paleta de fresa de agua, que casualmente tenía el mismo color rojo encendido que el bilé de sus labios. Blusa vaporosa de color claro, sin mangas dejando ver a veces las axilas rasuradas un par de días antes emulando los labios que tanto nos incitan a los hombres. Por si fuese poco, y a pesar de la edad, le calculé 50 años, el pecho mediano se miraba muy paradito, y no era por el brasier (más tarde tuve la fortuna de mirarlo sin ropa). Una falda tableada azul marino, cuyos tablones iniciaban a la altura de media nalga, y llegaba medio centímetro antes de la rodilla dejando claro la silueta de unas piernas perfectas desde la cadera hasta los pies.
Cuando se identificó como la madre de uno de mis exalumnos me quedó claro quién era, pero yo la recordaba más menudita, pero ya ha embarnecido “yo ya engordé” aseguró dándose una vueltecita para satisfacer cómo la miraba “¡Qué ricas nalgas!”, pensé y, sin más que oler su perfume que el viento me traía, se me endureció el pene. Me quedó claro que ella también se comenzaba a mojar, pues se notaba la cachondez cuando modeló de perfil. Se pasó la mano por la panza diciendo “de aquí también” para apartarme la mirada de su trasero, pero se me antojo que mi mano fuera la suya pues esa pancita ya la tenía antes, es la clásica de la maternidad de dos o más hijos.
La invité a mi estudio, donde también vivo desde hace dos años que me divorcié. Aunque en el estacionamiento de la plaza comercial nos besamos, nos morreamos y manoseamos como adolescentes, al llegar a mi guarida comenzamos con la acción. Al llegar, me tomé un Viagra, le serví una bebida y morreando nos desvestimos. Al inicio, por lo caliente no necesité esperar los efectos del fármaco para disfrutar de esa señora que estaba tan bien a su edad y nos vinimos en un 69. El olor y el sabor de su vagina, con leche del marido, también delataba que era cogedora asidua. Cosa que me confesó después, cuando descansamos y nos acariciamos con calma. Me gustó besar su panza y restregar mis mejillas y labios en las pequeñas estrías.
También me dio las direcciones de las páginas donde estaban sus relatos (ella aseguró que reales, salvo donde se especificaba otra cosa) y unas fotos que subió ella, tomadas por su amante Bernabé. El viagra funciono bien pues le eché dos palos más, el último en el culo a petición de ella cuando nos bañamos.
Gran parte de esa noche me pasé leyendo sus textos y viendo sus fotos, ¡Dos chaquetas más! No podía creer que ya llevaba cinco en el día… Así la pasé durante varios días, descargando sus textos, acomodándolos en formato PDF y Mobi, para leerlos tranquilamente en la cama. El jueves le envié un WhatsApp a Mar solicitando una audiencia entre su apretada agenda matutina y de fin de semana para que me diera chance de estar otra vez con ella: “¡Hola Mar! Soy el profesor Bedolla, ¿a qué hora puedo marcarte sin ser inoportuno?”. Como respuesta, timbró mi teléfono.
–¡¡Buenos días!! Precisamente me estaba acordando de ti en este momento –dijo y obviamente no le creí.
–No te creo, yo soy quien se está acordando de ti, pues aún estoy en la cama –le dije meneándome la verga.
–Yo también estoy en la cama, poniéndome crema pues acabo de bañarme y al ponerme en las tetas me acordé de tus chupadas –dijo soltando una risita mordaz.
–Yo también tengo en la mano algo que me gustó que me chuparas en 69 –dije y me jalé con rapidez y acerqué la bocina a mi miembro para que ella escuchara los chasquidos.
Mar colgó y me quedé sorprendido, pensé que el ruido de mi prepucio lo confundió con una avería de la comunicación, y traté de volver a marcar, pero justo en ese momento volvió a sonar mi teléfono con una videollamada de ella.
–Quiero ver cómo está el asunto de ese ruido que me parece conocido –dijo y miré que ella estaba acomodando su teléfono.
Seguramente lo ponía en una base exprofeso como lo hace con su marido cuando éste sale de viaje. Y sí la vi de cuerpo completo y la verga se me paró más.
–Así está el asunto… –le dije enfocándome con la mano izquierda para que mirara la chaqueta que me hacía–. Pero yo no tengo manera de que me veas completo –dije suspendiendo el trabajo porque no me podía concentrar con el teléfono en una mano que uso para apretarme los huevos cuando me la jalo.
–Bueno, está bien. ¿Para qué soy buena? –preguntó.
–Supongo que lo eres para muchas cosas, pero para lo que me gustas creo que más, por lo que he leído y comprobado en cuerpo y alma– le dije sin tapujos– ¿Cuándo nos vemos para eso?
–¡Ah, el profesor quedó con ganas de más! Yo también. No puedo hoy ni mañana, el lunes voy con Bernabé, el martes con Amador y el miércoles vendrá Dalita a mi casa, pero dentro de una semana, si tú puedes. Nos vemos en tu estudio –aseguró.
–¿No le toca al padre Chema? –pregunté.
–¿Cómo sabes de Chema? Yo no te lo conté –preguntó extrañada.
–Pues tú me dijiste que los relatos que subiste eran reales, ahí lo leí –contesté.
–¡¿Ya los leíste todos?! –preguntó asombrada.
–No todos, pero para el jueves seguramente sí, no sabes cuánta pasión me has hecho derramar, sobre todo al mirar tus fotos, aunque no se te vea el rostro –le indiqué con un tono de lujuria acentuado con el apretón de verga que me di.
–Espero que el jueves que nos veamos estés en forma, no abuses de mis fotos. Mándame tu correo para enviártelas tal como me las tomó Bernabé –. Respecto a Chema, sólo lo veo el primer jueves de cada mes para confesarme y limpiarle el pene. Al siguiente día voy a cumplir con la penitencia y comulgar con su vino, ya lo leerás todo –dijo.
–No se diga más, te espero el jueves porque también quiero tomarte fotos –le advertí.
–¿Así te gusta, papacito? –dijo y abrió las piernas para meterse los dedos en la panocha.
–¡Sí, mamacita! Pero con mi lengua, mis dedos y mi pene en lugar de tus dedos –grité y me puse a jalármela en forma recargando el teléfono en la almohada.
–Eres un puto facilito… –dijo antes de colgar, pero me dio tiempo suficiente para mostrarle mi mano con el chorreadero de semen que extraje por su visión. Después de bañarme, le mandé mi correo
En la tarde, cuando revisé mi correo vi la gran cantidad de fotos y conocí a Bernabé, quien no me pareció tan grande, pues Mar asegura que tiene veinte años más que ella. Él estaba mamando tetas y panocha, además de un acercamiento a su verga cuando ella la dirige hacia el interior de su panocha. Muy buenas ideas de cómo fotografiarme con Mar.
Se llegó el jueves siguiente. Puntualmente tocó y le abrí de inmediato, recibiéndola con un beso. Ella traía una botella de vino tinto.
–Es cortesía de Chema, está muy bueno –dijo al darme la botella.
–¿Chema está muy bueno o te refieres al vino? –pregunté al tomar la botella.
–¡Ja, ja, ja…! Me refiero al vino, ¡ja, ja, ja! Chema está en forma, como tú. Y sí, se desempeña muy bien con ayuda del Viagra. A propósito, ¿ya te tomaste tu pastillita? –me preguntó mientras yo descorchaba el vino.
–Sí, hace como una hora, además me abstuve de machacármela desde el lunes, porque el domingo me masturbé muchas veces viendo tus fotos –confesé–. Mientras se airea, iré por unas copas y por mi cámara… –le dije al retirarme.
Al regresar serví las copas, brindamos por nosotros y comencé a tomar fotos: ella vestida sonriendo y extendiendo la copa hacia mí, ella quitándose el suéter, luego la blusa con gesto alegre que fue transformándose en cara coqueta y seductora conforme se desvestía. Al final, cuando ya estaba desnuda tomé la mejor foto de todas: Mar vestida solamente en los labios con su bilé color rojo-puta haciendo mueca de dar un beso y extendiendo sus manos hacia mí para que la abrazara. Y la abracé.
–¡Pero también te quiero encuerado! –me dijo comenzándome a desvestir.
Ella sirvió un par de copas más y le puso el corcho a la botella cuando me tuvo sin ropa. Me extendió mi copa y tomamos un “cruzadito”
–¿Verdad que está rico el vino? –preguntó y se fue a meter mi pene en su copa–. Así está más rico… –aseguró al chuparme el falo.
Terminamos nuestra copa, le di la cámara y la cargué para llevarla a la alcoba. La deposité en la cama y le tomé varias fotos, una de ellas con las piernas abiertas mostrándome su raja oferente y poniendo en su cara una mueca de deseo. Le ofrecí el miembro erecto y peladito para tomar otra foto con la boca abierta y anhelante para recibirlo mirándolo con los ojos entornados por el deseo. Otra dos fotos más, una con la mitad de mi falo adentro y la otra engulléndolo por completo. Sus manos acariciando mis huevos como una extensión de los brazos con los vellos cortos y erizados.
–Yo también quiero chupadas –me exigió al sacarse la verga llena de saliva.
Me acosté poniéndola sobre mí en el 69. Desde mi vista quedó una pose excelente para las fotos: Las piernas abiertas con el culo muy cerrado entre las nalgas y la raja brillante por la humedad. Las nalgas se miraban hermosas pues mostraban las pequeñas marcas de celulitis y al iniciar las piernas, como pequeños y tenues rayos, sus estrías. Antes de soltar la cámara, estirando lo más que pude mi mano capté su cuerpo con el cabello ocultándose entre la espalda y sus hombros de donde también aparecían mis piernas semiabiertas y mis pies. ¡Era evidente lo que ella estaba haciendo! ¡No necesitaba saberlo yo pues lo estaba sintiendo! La última foto de ese momento fue la de mi lengua queriendo entrar en su vulva. Mamamos y mamamos hasta quedar extenuados de tanto orgasmo.
–¡Sí que estabas cargado! Prueba… –me dijo antes de darme un beso con mucho esperma que saboreamos juntos en un beso donde nuestras lenguas se trenzaron.
Abrazados y en silencio descansamos. Tomé una foto más donde sonreímos juntando nuestros rostros. “Voy a querer que me mandes todas las fotos”, dijo y se hizo de la cámara para retratarme de cuerpo completo y los acercamientos a mi pene y a mis huevos. “¿Todas?”, pregunté.
–Sí. Las de ti son para mi archivo, y las mías las recortaré o retocaré para publicarlas, tengo muchos admiradores –afirmó.
–¿Te escriben mucho?
–Sí, pero pocas veces vale la pena lo que leo. Más me calientan los videos o fotos que me envían –aseguró.
–Tus admiradores seguramente harán lo que yo, mira –dije y tomé mi Kindle para enseñarle sus relatos.
–¡Anda! Yo creía que sólo se podían leer los libros que ellos venden –dijo pasando las páginas rápidamente.
–¿Tienes una máquina como éstas? –pregunté, sabiendo su respuesta.
–No. ¿Son muy caras? ¿Cómo se usa? A ver si me compro una o se la pido a Loos Reyes Magos porque me gusta leer. Mi amiga Amador lee mucho, lo mismo hacen Bernabé y Tita, no sé a qué hora lo hacen, estos dos pues pasan mucho tiempo cogiendo… –externó.
–Seguramente lo hacen en las colas del banco, o en las esperas del doctor, en el camión o el metro. Hay muchos lugares donde pueden hacerlo. Yo también leo antes de dormir, sin molestar con la luz a quien te acompañe, bueno, antes, porque ahora duermo solo –dije recordando a mi exesposa.
–Pues ahora ya tienes una, y cargada con tus aventuras, esta es tuya. Vamos a darle de alta.
Nos pasamos un rato dándola de alta y explicándole como bajar libros gratuitamente y pagando. Me dijo cuáles le gustaría leer y se los descargué usando su tarjeta de débito, a la cual le transferí antes suficiente dinero para los libros que adquirió y otro tanto más.
–¡Gracias! ¡Esto merece darte un pago con “carné”! –dijo y se montó en mi para cabalgar hasta que volvimos a quedar exhaustos.
Dormimos ensartados sin darnos cuenta de más. Al despertarse dijo “Vamos a bañarnos, porque se me hace tarde”. En la ducha se acomodó en posición de perrito y dijo “Te falta darme por acá”. Gustoso me la cogí y la nalgueé bastante, diciéndole “Perra hermosa y cogelona” a lo que ella me contestaba “Perrucho puto”, recordando lo que una vez había pasado con Bernabé.
No quedamos en vernos otra vez, pero sé que pronto estaremos amándonos otras horas más…



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