Mi farmacéutica.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Vivo en la ciudad de Sevilla, Andalucía, España, y aquí trabajo desde que finalice mis estudios universitarios. Desde hace casi cuatro años mantengo una relación sentimental con una chica a la ya conocía casi desde jovencita, Ana, cuatro años más joven que yo, licenciada en Psicología, y que tiene consulta propia en el barrio de Triana-Los Remedios, donde ambos vivimos. Digamos que los dos pertenecemos a la clase media, que nuestras familias tienen una economía bastante solvente y que, por supuesto, conocen y aprueban nuestra relación sentimental
Ana es una mujer muy atractiva. Ya lo era cuando la conocí siendo ella una chica recién terminado con éxito su bachillerato en un prestigioso Centro privado regido por religiosas. Por supuesto que en aquellos años ambos estábamos lejos de sospechar que seríamos pareja, ya que yo ya había tenido numerosos escarceos amorosos mientras que ella, recién salida del instituto de monjas, estaba completamente virgen en materia de amor y de sexo, por lo que nuestros mundos y grupos de amigos eran opuestos.
Sin embargo, tras licenciarse Ana en psicología, y siendo nuestras familias conocidas, repare en ella en una velada familiar a la que mis padres, mi hermana y yo fuimos invitados por la familia de Ana, junto a varias familias más, también de nuestro entornó. Se trataba de felicitar a Ana tras su licenciatura, una vez que las ceremonias típicamente universitarias de fin de carrera habían terminado.
Fue en esa pequeña fiesta familiar que los padres de Ana dieron en su residencia de campo cercana a Sevilla, cuando reparé en la gran evolución física de Ana. Si antes me había parecido una chica monilla sin más, ahora vi que aparte de un rostro bellísimo, tenía una figura sensacional, ya con su cuerpo de mujer completamente consolidado a sus 23 años largos. Además, reunía las características básicas que siempre buscaba en la mujer: ser alta y delgada, pues Ana media prácticamente 175 cm y apenas alcanzaba los 70 kg de peso.
Pero como es lógico, en este relato no voy a hablar de la cinta de medir ni de la báscula de pesar, sino del físico de Ana. El ovalo de su cara era perfecto, destacando en el sus grandes ojos color avellana, en los que destacaban unas largas y rizadas pestañas y una dulzura inmensa. Su naricilla era pequeña y graciosa, y su boca… Dios su boca tenía unos labios gordezuelos que parecían estar hechos para besar y ser besados… y con el tiempo se demostró que también para otras cosas aún más íntimas.
Pese a su delgadez, Ana tenía dos grandes argumentos para volver loco a un hombre ya bastante placeado como yo, esas dos razones eran sus buenas tetas, grandes, pero sin exageraciones, que además tenían la rareza de que siendo su piel blanca, tenían areola grande y oscura y pezones muy oscuros. Pese al tamaño de su pecho, las tetas de Ana tenían la particularidad de estar muy erguidas, hasta el punto de no necesitar para nada sujetador para mantenerse firmes. He de confesar que a mi me volvía loco ver a mi novia paseando junto a mi sin sujetador, viendo el ligero bamboleo de sus tetas al compás de sus andares, lo que motivaba que el roce con el tejido de su camisa, su camiseta o su blusa le hiciese marcar sus pezones bajo la tela, lo que a mi me ponía a mil. Y que decir del culo de Ana? Pues que era realmente extraordinario, formando un todo con la curvatura de sus caderas y la brevedad de su cintura, lo que posiblemente daría la salud a un muerto que pudiera contemplar tan atractivo panorama.
Éramos una pareja bastante agradable, que nos mostrábamos discretos y educados en nuestros compromisos sociales y de amistades. Pero a medida que fuimos profundizando en nuestra relación y que Ana descubrió a través de mi los placeres del sexo y el amor, fue acreditando se como una amante perfecta, del mismo modo que yo le correspondía con la misma efusividad. Cuando podíamos, dábamos rienda suelta a nuestro amor con escapadas de fines de semana a su casa de campo, o con pequeñas vacaciones de una semana o dos como máximo en zonas de playa, en las costas no lejanas de Sevilla como la Costa del Sol o la Costa de Almería.
Era en estas escapadas cuando, sin temor a ser importunados ni a importunar con nuestras muestras de amor, cuando Ana experimentaba el sexo, desde la pérdida de su virginidad -si, virgen a los 24 años- hasta toda clase de experiencias en las que fui su maestro. Y desde el momento de adentrarse en este placentero mundo, he de decir que se mostraba enormemente activa y fogosa, requiriendo una y otra vez mi actividad sexual para con ella, a lo que yo, naturalmente, accedía extraordinariamente complacido.
Había días en estas escapadas en las que Ana no quería ni siquiera salir de la habitación del hotel, ni siquiera para bajar a la playa a tomar el sol. Con frecuencia desdeñaba el restaurante del hotel para reclamar el servicio de habitaciones y saciar su apetito con lo que fuera, para que el tiempo empleado fuera el menor posible y así retomar de nuevo nuestros encuentros físicos.
A mi me gustaba practicar de todo con ella. En nuestros primeros meses de relación, y tras enseñarla a besar como una amante a su amor, no pasábamos de esos besos y abrazos, primero breves, luego cada vez más estrechos, de manera que cuando ella sentía mi polla erecta sobre su sexo, maldecía la presencia de la ropa, y se frotaba entre suspiros de placer, que se intensificaban cuando yo iba con mis manos en busca sus hermosas tetas para acariciarlas y friccionar suave te sus pezones, que alcanzaban un grosso considerable cuando elevaba su grado de excitación.
Tras esta primera fase, y en el primer fin de semana que sus padres accedieron a que fuésemos solos a la finca del campo -eran conscientes de que éramos una pareja adulta y que si no nos íbamos allí nos íbamos a ir a cualquier hotel-, la cosa paso a mayores. Hasta entonces, nuestras sesiones amorosas se limitaban a besos, abrazos y toqueteos, que al finalizar me provocaban un notable dolor en los huevos que me veía obligado a aliviar con la correspondiente paja cuando llegaba a mi piso de soltero. No tardo ella en confesarme que ella también tenía que hacerse unos dedos gloriosos cuando la dejaba en su casa familiar, por lo que "aquello" a lo que no habíamos llegado se nos hacia cada vez más imprescindible.
De manera que paso lo que tenía que pasar. Normal. Ella me entrego su virgo y yo le entregue a ella todo mi amor. Al quedar desflorada tuvo una notable hemorragia, pero sin embargo, no manifestó dolor. Sería tal vez porque el calentamiento previo fue intenso y largo. Ya en el salón empezamos a besarnos, a abrazarnos y a desprendernos de nuestra ropa, pues aunque era diciembre, el calor de la chimenea nos procuraba una temperatura muy agradable, así que cuando ambos quedamos con el torso desnudo, nuestras caricias, lametones y chupadas fueron intensificandose en fuerza y duración, de manera que cuando nos despojamos de los pantalones ella dejo ver su braguita completamente mojada, mientras que mi polla erecta desde casi una hora antes amenazaba con estallar en cualquier momento. Cuando por primera vez vi su precioso coño, deliciosamente coronado por un pequeño triángulito de vello muy oscuro y cortito, estuve a punto de correrme, y mira que llevaba ya vistos y cogidos algunos coños más de lis que Ana desearía. Pero en ese momento fue ella quien tomó la indicativa, y tirando de mi hacia su dormitorio, me tiro sobre su cama subiendo se inmediatamente sobre mi y ofreciéndome su glorioso coño a pocos centímetros de mi boca.
Naturalmente que no la defraude. Incorporando me ligeramente, y tras lamerle el ombligo, su vientre, su vello púbico y sus inglés, Ana empezó a gemir de forma estruendosa, consiguiendo tirarme de nuevo sobre su cama y comenzando a balancear su coño sobre mi pecho hasta acercarlo de manera definitiva a mi lengua. Fue entonces cuando mientras que con mis manos oprimía sus tetas, le hice la primera lamida de coño, a la siguieron otras muchas que provocaron una auténtica catarata de sus líquidos vaginales sobre mi cara lo que tuvo lugar entre alaridos de placer, que se intensificaron cuando poniendo mi lengua sobre su clítoris empece con suaves lamidas para terminar succionando fuertemente el botón de su placer, lo que dio lugar a una segunda corrida acompañada de nuevos gemidos, gritos que hicieron ladrar a los perros de los guardeses de la finca y peticiones desesperadas de que no parara en el trabajo de mi lengua, a lo que ella respondía con el vaivén cada vez más rápido e intenso de su coño sobre mi boca. Cuando en uno de esos movimientos modifico la postura de sus manos sobre la cama, reparo en que mi polla estaba esperando su momento, aún cubierta por mi bóxer, cuya integridad estaba seriamente amenazada por la cada vez mayor presión de mi miembro viril.
La salida de mi verga de su claustro fue sencillamente triunfal. Tras la tercera corrida de Ana sobre mi cara, que si a ella le provocaba placer a mi me suponía delectación, cambió su postura, y tras besarme apasionadamente y degustar su propio néctar que aún mojaba mi cara, volvió sobre sí, para bajar mi bóxer y ¡por fin! acceder a mi polla que a esas alturas estaba ya a 4000rpm. Pero ahí mostró su aspecto más delicioso, al preguntarme que como se chupaba una polla. Era la primera vez que la veía, y por consiguiente, no sabía como actuar. Yo le indique como debía empezar, con ligeros besos sobre mi capullo, para luego lamer todo el glande, hasta llegarme a los huevos, y a partir de ahí, dejarse llevar por lo que el cuerpo le pidiese. En efecto, tras los primeros besos y lengüetazos
Ana se puso de nuevo en el grado máximo de excitación, y tras un ligero chupetón de la cabeza de mi polla, fue introduciendosela poco a poco en su boca, mientras que su lengua Cádi se enroscaba alrededor de mi tronco y con su mano derecha manipulaba la base de la polla en sentido contrario al de su boca. Nadie le había enseñado, pero a los pocos minutos de su primera experiencia, y tras unas simples explicaciones previas, actuaba con una gran maestría. Ni que decir tiene que el tiempo de excitación de mis sentidos, el rato que llevaba mi polla deseando largar, y el enorme gusto que Ana me estaba proporcionando sobre la polla provocaron una eyaculación incontenible, cuyo primer chorreos recibió Ana en su boca, sacándosela instintivamente de ella, pero continuando manipulando con su mano lo que hizo que las siguientes erupciones de mi surtidor le cayesen sobre su cara y también sobre su pecho. Fue tanta la tensión liberada que caí a su lado exhausto, pero con tiempo para ver como superado el primer momento de sorpresa, Ana empezó a saborear mi semen con indudable placer, mientras que con la mano recogía la leche que tenía esparcida por su cara y la que le había quedado sobre el pecho, procediendo a extenderla suave y amorosamente sobre sus tetas, que alcanzaron de nuevo su máxima dureza si es que en algún momento no lo habían estado. A ello siguió la entrada de mi polla en la mansión de su coño, que se produjo sin dificultas, pues tras las sucesivas corridas estaba tan lubricado y deseoso de recibir a su adorado visitante, que echamos el polvo más sensacional que imaginar se pueda, con sucesivos cambios de postura y la constante de susurros, gemidos, jadeos y gritos de placer que cesaron paulatinamente cuando nuestros orgasmos coincidieron dando lugar a la plenitud de nuestro amor.
Finalizada esta primera sesión, Ana me colmo de besos, de abrazos, de muestras de ternura, dándome las gracias por hacerla tan feliz, a lo que yo respondía en casi idénticos términos, ya que era una felicidad compartida, que prosiguió al día siguiente, 7 de diciembre, una vez que las molestias que Ana sentía en el coño tras ser desflorada habían remitido, porque su ansiedad de ser añada nunca se había aminorado.
Excuso al lector de como hasta el día 8 vivimos nuestro amor en ese nido que teníamos exclusivamente para los dos. Repetimos todo el ritual anterior, y no una, sino numerosas veces -todo lo que dos organismos jóvenes son capaces de aguantar- e incluso tuvimos nuestra sesión de sexo anal, que no resulto tan placentera para Ana pues aunque llegue a penetrarla, pero lo cierto es que pese a mis esfuerzos, conseguí dilatar muy poco su culto, lo que unido al grosor considerable de mi polla, motivo que pactásemos esta sesión para la siguiente ocasión. Ana quiso compensar esta frustración colocando mi polla entre sus primorosas tetas, apretándolas contra mi miembro, lo que hizo que yo volviese al cien por cien de mi excitación y que viendo así a la mujer de mis sueños, gozando y haciéndome gozar, tuviese un. Je o orgasmo, menos duradero y copioso que los anteriores, pero tal vez más placentero porque fue una muestra sublime del amor de Ana hacia mi.
Así hemos seguido por espacio de tres largos y maravillosos años, que han culminado cuando hemos querido revivir este tercer aniversario en los mismos días y en el mismo lugar, con renovadas ilusiones y con un camino común ya recorrido, lo que nos hace prever un próximo enlace matrimonial,o ara alegría de nuestras familias y satisfacción nuestra.
En la casa de campo estuvimos otra vez el 6, 7 y 8 de diciembre. Con el mismo amor. Con la misma pasion, con los mismos ímpetus que tres años antes, disfrutando nuestra sexualidad a tope y haciéndonos promesas de amor eterno. Pero como suele decirse, el hombre (y la mujer) propone y Dios dispone.
Ese mismo día 8 de diciembre por la noche volvimos para Sevilla. No se sí por el calorcito agradable de la casa, o porque la noche se había echado encima y con ella el frío del Aljarafe sevillano, tal vez porque no tuve la precaución de abrigarme lo suficiente, o porque los dioses me tenían reservado un destino inimaginable en aquellos momentos, el caso es que llegue a Sevilla con malestar general, tosiendo, estornudando y con sudor frío. Efectivamente, me había resfriado. Ana quería por fuerza llevarme a mi puso para quedarse a mi lado esa noche, incluso contó con el visto bueno de sus padres, viendo el calamitoso estado en el que me encontraba. Pero yo descarte de inmediato esa posibilidad, ya que entendía que con paracetamol y algún antítusigeno al día siguiente estaría en disposición de ir a trabajar.
En previsión de que no tuviese en casa ninguno de lis medicamentos que estimaba necesarios, me dirigí a la farmacia más cercana a mi casa para ver cual estaría de guardia en ese día festivo. Vi con agrado que precisamente era esta farmacia tan cercana a casa la que tenía turno, así que llame por la ventanilla nocturna para referirle los síntomas al farmacéutico y pedirle los medicamentos oportunos.
Y por todos los dioses del mundo que cuando se abrió la ventanilla nocturna tras mi llamada al timbre, quede petrificado. La chica que se había instalado en el mismo edificio donde yo tenía mi puso de soltero, a la que había saludado en varias ocasiones con educación no exenta de timidez, hasta que nos habíamos presentado protocolariamente ("Hola, yo soy Luis Miguel, el vecino del segundo derecha, si en alguna ocasión necesitas algo, estoy a tu disposición" " encantada, Luis Miguel eres muy amable, yo soy Reyes, me he venido al tercero izquierda, set piso me coge cerca de mi trabajo y prefiero estar cerca. Si me necesitas, ya sabes donde estoy". Todo un formulismo entre vecinos, aunque con una salvedad: Reyes era alta, muy alta, y delegada, bastante delgada, es decir respondía al prototipo de mujer que era mi fijación desde niño. Pues bien, allí estaba Reyes en la farmacia, dispuesta a hacer realidad lo que habíamos creído que era un saludo protocolario: ponerse a mi disposición.
Cuando a través del cristal blindado de la ventana de emergencia vio mi aspecto, Reyes me dijo que vaya carita de muerto tenía, lo que unido al sudor que perla a mi frente, le hizo decirme: Anda, que te voy a abrir, pasa porque seguro que tienes fiebre alta. En efecto, una vez dentro de la farmacia, y tras cerrar la puerta de acceso según esta reglamentado en horario nocturno, Reyes me tomó la temperatura, que estaba cercana a lis 39 grados, me miro las amígdalas, me tomó el pulso… Probablemente ella no sabía que mi estado se debía tanto al frío que habría cogido al salír del calor de la chimenea al frío del campo, como al continuo trajinar que había tenido esos tres días con Ana, y que me habían dejado más flojo que el tabaco holandés. Pero entre la nebulosa y el sopor que se iban adueñando de mi, alcance a pura a Reyes que me decía:"Pues sí, soy la farmacéutica, la nueva farmacéutica del barrio, La titular de la farmacia ya es mayor, y me ha contestado para que yo me haga cargo del despacho, con lo cual ella se limita a venir una horita al día, y yo hago todo lo demás junto a las dos auxiliares que vienen de día". Y al contarme todo esto, mientras me acercaba un bote de jarabe y un vaso de agua para que tomase el paracetamol, yo me aclare las ideas hasta el punto de poder observar bien a Reyes. Una morena imponente, casi tan alta como yo, y que bajo su bata blanca dejaba adivinar una silueta de escándalo. Alta y delgada. (¿Por que me haces esto Dios mío?)
Tras recomendarme que me tomara un vaso de leche caliente y que metiese de inmediato en la cama, me pidió mi muero de teléfono -siempre en un plan exclusivamente profesional- diciéndome que me olvidase de ir a trabajar, que durmiese todo lo que fuese posible y que a media mañana me llamaría por teléfono para saber como seguía, para ir a la hora de comer a ver como estaba y llevarme algo caliente de comer. Yo proteste,oliendo le pegas a todo, que si no podía faltar al trabajo, que para que se iba a molestar, que ya iría mi novia a llevarme lo que fuese… A lo que ella respondió muy sería:"Luis Miguel, s que lo que te dije el primer día que nos saludamos en el ascensor no fue un cumplido, era la verdad, los vecinos tenemos que apoyarnos unos a otros, hoy por ti y mañana por mi".
Aquella noche, posiblemente en una especie de delirio motivado por la fiebre, pasaban por mi mente los tres días vividos con Ana en la casa del campo, los tres años de nuestra primera escapada de amor, nuestros principios de besitos, caricias y achucho es furtivos… Pero al final de cada uno de estos recuerdos, siempre aparecía Reyes enfundada en su bata blanca, cos su larga melena de pelo negro, con sus ojos verdes…. Diciéndome "Luis Miguel, que estoy a tu disposición" . Debí tener mucha fiebre, y siguiendo la pauta marcada por mi farcaceutica, ese ángel de la guarda que me había salido al encuentro, repetí las tomas del jarabe y el psracetamol de madrugada, hasta que definitivamente quede sumido en un profundo sueño, del que no desperté hasta bien entrada la mañana, cuando oí el sonido de mi teléfono.
Era Reyes. Su guardia había terminado, estaba en la planta superior a la mía en el mismo edificio y me preguntaba con dulzura que como me encontraba. Al explicarle que había pasado una noche de perros casi hasta las claras del día, me hablo de un cal digo que había preparado y de que me iba a bajar con unas frutas para que tuviera algo en el estómago. Le indique que no se tomará tantas molestias, y tras protestar airadamente por estas presiones mías, me pregunto si me podría levantar para abrirle la puerta, le indique que pensaba que si. Mientras ella bajaba, llame a mi empresa para comunicar lo que me sucedía, y luego llame a Ana, pero su teléfono estaba desconectado, lo que era normal cuando estaba pasando consulta.
Cuando el timbre de mi piso sonó, me levanté trabajosamente, con agujetas en todo mi cuerpo (supongo que motivadas al 50% por dos causas muy distintas), y echándome una bata por encima, fui a abrir la puerta. Allí estaba Reyes. ¡Pero vaya Reyes! Alta y delgada, pero con un suéter ajustadisimo que permitía adivinar lo glorioso de su pecho, una belleza descomunal en su rostro -convenientemente maquillado y pinta digo para causarme impacto- y un estrechisimo pantalón que no sólo marcaban sus perfectos y larguísimos muslos, sino que marcaban también perfectamente el poderío de su sexo con un coño cuyos labios separaba gloriosamente la entrepierna de su pantalón.
La verdad es que quede impactado, Reyes lo percibió, y el rubor que le causaba mi persistente mirada hizo que sus mejillas se arrebolaran. Al darme cuenta de mi poco caballerosa actitud, le pedí disculpas con una excusa: "Reyes, no me tengo en pie, se me va la vista al suelo, tengo que volver a la cama " .Ella ratifico mi calamitoso estado, me acompaño al dormitorio, pero yo le pedí ir al baño antes de acostarme, acompañándome hasta la puerta , que encajo discretamente. Una vez hecho un pis, ya me dispuse a acostarme, con su ayuda, me tomó la temperatura y el pulso, vio que aún tenía más de 38 grados, y me hizo tomar un caldo que había preparado para ella y para. I – hummmm, estaba exquisito-, me obligo a tomarme un par de naranjas, me repitió la medicación y me sugirió que le dejase un juego de llaves, por si me encontraba peor, que dudase en llamarla, pues aunque ella tenía el día libre y se disponía dormir tras la noche de guardia en la farmacia, tendría el teléfono encendido para lo que yo necesitase. Antes de marcharse, me arropo bien y me dio un beso en la frente con la excusa -o tal vez no- de comprobar si la fiebre estaba remitiendo, un beso sencillo, de vecina a vecino, pero que a mi, procediendo de esta preciosa morena de ojos verdes, alta y delgada, me hizo sentir como descarga eléctrica, propiciada también porque al agacharse sobre mi me dejo ver a través de su escote sus perfectos senos, sin duda alguna los mejores que yo había visto en mi vida, o al menos, eso entendía en mi estado febril.
Poco después, cuando ya estaba casi dormitando de nuevo, me llamo Ana. Había visto mi llamada anterior al conectar su teléfono en un tiempo libre que tenía, y al decirle como estaba -pensaba que yo estaría en mi Empresa- le tuve que contar todo lo sucedido desde que la deje a ella en su casa. Cuando supo que la farmacéutica que me atendió era mi vecina Reyes, a la que yo le había hecho alusión un par de veces- y me referí lo atenta que había estado conmigo bajando me hasta un cal frito y fruta y tomándome la temperatura y la tensión, sólo me dijo que que bien, que que chica más atenta. Pero en el tono percibí que el demonio de los celos había entrado en su cuerpo.
Efectivamente, a los veinte minutos ya estaba en mi puso. Había cancelado varias consultas y allí se plantó como leona dispuesta a defender su territorio. Entre el sopor de la fiebre, todavía alcancé a oírle un exabrupto: "A ver si esta Reyes tiene coño de bajarte otro caldito, estando aquí tu novia"
Pero yo ya estaba herido no por la flecha, sino por la auténtica lanzada de Cupido, y mientras Ana velaba mi sueño, mi pensamiento volaba, sin yo quererlo hacia mi farmacéutica, esa espléndida mujer de larga melena negra, preciosos ojos verdes, alta y delgada, y quien al agacharse sobre mi para besarme en mi frente y comprobar si mi fiebre había remitido, me dejo ver sus excelsas tetas por el escote de su suéter.
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