Mi hermana tiene un problema. – Primera parte.
De algún modo interpreté su sentir y un poco incrédulo y sin pensarlo dije: —¿Quieres que done mi esperma? … ¡Pero tu eres mi hermana! ….
María me pasó una taza de café humeante y fragante, luego se instaló en el sofá a mi lado suspirando:
—Gracias, hermana … dime, ¿en que puedo serte útil? …
María era casi dos años menor que yo, a sus veintitrés años y en la plenitud de la vida. Ella me había llamado diciéndome que necesitaba hablar conmigo. No era inusual o extraño que ella hiciera eso, excepto que está vez lo hizo a tardas horas desde su casa. Generalmente me llamaba los fines de semana desde algún lugar de su trabajo o camino a casa.
Realmente no me importó. De hecho, siempre disfruté de su compañía. María era brillante, vivaz y muy divertida. Muy pocas veces me hizo enfadar. Creciendo habíamos sido hermanos típicos, discutíamos y nos odiábamos, pero al rato estábamos juntos otra vez con amor y afecto, nos consolábamos y uníamos contra las férreas reglas de nuestros padres. Muchas veces éramos cómplices para mentirles a papá y mamá. Nunca se me paso por la cabeza de contarle a nuestros padres sobre los novios de ella. Por mi parte, yo no era muy afortunado con las chicas.
Antes de la adolescencia, habíamos jugado juntos cómodamente, mamá nos bañaba en la misma bañera y jamás el sexo fue tema. A medida que crecíamos, nos fuimos separando en modo natural, mamá dejo de bañarnos juntos y nuestra atención se dirigió a áreas más emocionantes; muchachos para María y chicas para mí. Llevábamos vidas diferentes y nos uníamos solo para reclamar a nuestros padres un poco más de libertad.
Cuando tuvimos la edad suficiente para comprender, papá y mamá nos revelaron que éramos hijos adoptivos. Solo entonces me percaté de los diferentes que éramos mi hermana y yo. Yo de cabellos negros y piel olivastro, ella de piel alabastro y cabellos rojos fuego. No nos asombramos ni siquiera un poco, con la mayor tranquilidad del mundo aceptamos el hecho de haber sido adoptados. Ambos teníamos cosas más importantes en que pensar, en vez de preocuparnos por nuestra adopción. Creo que fue un debido homenaje a nuestros padres adoptivos y al amor que nos prodigaron.
María se había casado muy joven, apenas cumplido los dieciocho, su esposo era su novio de la secundaria, Andrés Yévenes, el más deportista, el más musculoso, el más guapo, el más alto. Por otro lado, yo no me había casado con nadie, vivía mi vida de tumbo en tumbo, mi selección de mujeres flechables se limitaba a aquellas con graves problemas de autoestima, físicos voluptuosos y con problemas de peso, alérgicas al maquillaje, depresivas o auto flagelantes. Un grupo realmente poco atractivo.
Encontré la paz en un suburbio de la periferia, me hice experto en seguridad de sistemas. Era rico, pero lo mantenía muy bien disimulado.
La vida matrimonial de María parecía perfecta, con un marido que todas le envidiaban. Nosotros nos habíamos vuelto a acercar, como cuando estábamos pequeños y yo la visitaba regularmente. Ella me miraba fijamente y muy concentrada, tanto que me hizo sentir incomodo:
—¿Por qué necesitabas verme, María? …
—Yo … ¡ehm! … bueno … yo … ¡uhm! …
Observe sus pómulos teñirse de un rojo claro. Respiró profundamente y me dijo:
—Andrés y yo estamos teniendo problemas … creo que ha perdido el interés en mí … ya no estamos tan cerca cómo pareja … bueno … ya sabes … en la cama … solo algunos fines de semana y después de haber bebido … ha comenzado a beber de frecuente …
—¿No te estará engañando? …
—¡Oh, no! … no lo creo … es solo que estamos en crisis … he decidido tener un bebé … nos uniría como familia …
Emocionado por la perspectiva de convertirme en “tío”, la interrumpí:
—¿¿Estás embarazada?? …
—¡No! … ¡Y cállate! … ¡Déjame terminar! …
Me dijo un poco ofuscada y me tomó la mano en modo fraternal. Luego prosiguió:
—… lo he estado intentando … he hecho todas las cosas que he podido para llevármelo a la cama lo más a menudo posible … pero no ha funcionado … no hay forma de que me deje embarazada …
—Bueno … eso no sucede de la noche a la mañana … se requiere tiempo … ¿sabes? …
—¿Puedes creer que es casi un año que lo estoy intentando? …
—¿En serio? …
—Así es … y la semana pasada fui a examinarme por mi doctor …
—¿Y? …
—Estoy bien … totalmente sana y fértil … el doctor me dijo que la única explicación plausible, es que mi marido sea estéril o que tenga un bajo conteo de espermatozoos …
—¡Guau! … a Andrés no le gustará mucho esa noticia …
María se rio sarcásticamente entre dientes:
—¿Andrés? … “El deportista”, “El musculoso” … no lo va a soportar … lo matará o lo negará …
—¿Cuándo se lo vas a decir? …
—¿Estás loco? … ¡No lo haré! …
—María … tienes que hacerlo si quieres un bebé … Andrés debe hacerse una prueba …
María me fijó con sus penetrantes ojos color verde mar:
—No le he dicho que quiero quedar embarazada … él no lo sabe … y si se lo dijera, creo que podría decir que no quiere un bebé …
—¡Oh! … ¡Eso si que es un problema, hermana! … cuéntame … ¿Qué piensas hacer? …
María se alejó un poco de mí y se sentó en el sofá con una pierna plegada bajo de ella, luego volvió a tomar mi mano:
—Esperaba que tu pudieras ayudarme …
—¿Y cómo? … ¿Necesitas dinero para la inseminación artificial? …
—Sí … ¡emh! … no … bueno … tal vez …
Ella respiró profundamente, me apretó la mano. Mirando hacia abajo en su regazo, habló suavemente:
—¡Ehm! … tal vez tú … ¡uhm! …
De algún modo interpreté su sentir y un poco incrédulo y sin pensarlo dije:
—¿Quieres que done mi esperma? … ¡Pero tu eres mi hermana! …
Rápidamente María me retrucó:
—Biológicamente no somos hermanos … genéticamente no estamos emparentados … y bueno … tienes cabellos oscuros igual que Andrés … eres tan alto como él … tus ojos son marrones oscuros al igual que los de él … solo que no eres musculoso como él … todavía te mantienes delgado y él está empezando a engordar … no hay mucha diferencia entre él y tu … excepto que tu eres más agradable, inteligente y simpático … Andrés es un poco estrecho de mente y … a veces aburrido … pero es mi esposo …
—María … las clínicas especializadas tienen cientos de muestras de esperma … están cualificados en hacer coincidir a un donante con lo que se desea …
—Sí, pero nunca conoceré al donante … no sé si se trata de un asesino … un timador … un depravado … en cambio a ti te conozco … eres el tipo de persona que me gustaría que fuera mi hijo …
Leí en los ojos de María una silenciosa y desesperada suplica. Me sorprendió lo que me estaba pidiendo que hiciera, pero cuando me calmé, sopesé lo que me había dicho y comencé a considerarlo. Mientras la veía mirándome con nerviosa expectativa y tanta esperanza en sus ojos claros, me decidí. Ella tiene razón, no estamos emparentados genéticamente hablando. No hacemos daño a nadie. Solo que la idea de ir a masturbarme a una de esas clínicas me ponía mal. Verdaderos mercaderes de bebés, pero todo sea por ella, mi hermana, así que le dije:
—Bien … lo haré … donaré mi esperma … pero no se lo debes decir a nadie … especialmente a mamá y papá … ellos no lo entenderían … ¿sabes? …
Se dibujo una esplendida sonrisa en su rostro, se abalanzó hacia mí y me abrazó. Entonces le pregunté:
—Y dime … ¿dónde está la clínica? …
Que yo supiera, nuestra ciudad no contaba con nada de ese tipo de instalación, me miró un tanto perpleja.
—¿Clínica? …
—Sí, la clínica de fertilidad … ¿Dónde está? …
—¡Oh! … no lo sé … vengo recién de donde el doctor … no he averiguado mucho más …
María saltó con mucha agilidad y una inmensa sonrisa, se inclinó y besó mi mejilla y agregó:
—… gracias, hermano … te mantendré informado …
La forma en que casi brincaba cuando se movía me hizo sonreír. María estaba feliz de nuevo. Me gustó verla burbujeante y dichosa. Podía arrastrar al mundo entero con ella cuando emanaba esa fuerza y esa energía.
*****
Me desperté cuando sentí que llamaban a mi puerta, trabajo desde casa y normalmente después de almuerzo me viene un poco de modorra por lo que me duermo una reponedora siesta. El televisor estaba encendido, pero sin volumen, un notero entrevistaba a una persona de la calle. Me rasqué un poco las bolas y me fui a la puerta a abrir. Me encontré con mi hermana en el vano de la puerta con una sonrisa esplendente:
—¡Hola! … no te molesta que haya venido sin avisarte, ¿verdad? …
¿Por qué me lo preguntaba si normalmente mi casa era como su casa?, ella entraba y se apoderaba de todo y a mi me encantaba de que ella fuera así. Me aparté y la hice entrar, todavía me picaban las bolas, pero por respeto a ella evité de tocármelas, suspiré un poco inquieto. La seguí a la cocina, la vi que echaba agua a la tetera y preparaba un par de tazas:
—Quieres un poco de café, ¿sí? …
Sin esperar respuesta se giró y encendió un fogón de la cocina, aproveché de admirarla, se veía muy bien con sus ajustados jeans y su remera playera, sus cabellos rojo fuego estaban enrollados en un sofisticado moño, entonces le pregunté:
—¿Qué te sucede, María? … ¿Cuáles son las novedades? …
—Encontré la clínica … pero no va a funcionar …
Dijo ella echando un par de cubitos de azúcar rubia a las tazas.
—… está en la capital …
Agregó echando una mirada a la tetera que estaba a punto de hervir.
—¿Y cuál sería el problema? …
Pregunté ignaro de la situación real.
—Pues que me tendría que ir un día antes y pasar la noche allá …
La miré confundido e inquisitivamente le insistí:
—¿Y entonces? …
—No puedo dejar la casa por una noche entera … Andrés sospecharía y no quiero que él sepa …
—¡Claro que puedes! … solo dile que iras conmigo a realizar algunos tramites … yo te acompañaré …
—No … no funcionará … debería asistir varias veces hasta que el ovulo se implante en el útero … ya sea inseminación artificial o fertilización in vitro … y no puedo ir tan a menudo ni tantas veces … Andrés vendría a saberlo … y, además, cada tratamiento viene a costar cerca de tres millones …
—Si es dinero lo que …
—¡No! … no lo hagas … no aceptaré tu dinero … simplemente no lo puedo costear …
Era notable la tensión en su rostro compungido. Me pregunté lo que siente una mujer que no puede concebir o tener a su propio hijo. De seguro su marido no estaba ni cerca de sentir la angustia emocional que sentía ella. Para las mujeres es un instinto y una necesidad primaria esa satisfacción que logran solo con el hecho de dar a luz una tierna criatura que amamantar. Me pregunté cuál sería la solución ahora, ¿Tener un desliz? Eso podría solucionar su problema. Sin embargo, conociéndola no creo que ella pudiera alguna vez pensar en traicionar a su marido musculoso. La ciudad era demasiado pequeña, ella era demasiado remilgosa para eso. Además, ¿Quién sería el elegido? La situación era complicada, con la mayor delicadez dije:
—Lo siento, María … pero si no aceptas mi dinero … tus opciones son limitadísimas …
—¿Por qué? …
Respondió versando el agua hirviendo en las tacitas de café.
—Bueno … tendrás que conformarte y no tener un bebé … o divorciarte de Andrés y conseguirte un marido que pueda dejarte embarazada … o por último … tener una aventura extraconyugal con alguien que conozcas … por desgracia, una aventura no es algo que pueda esconderse por mucho tiempo … más aún … si viene acompañada de pañales y chupetes …
Me sonrió mientras se sentaba a la mesa frente a mí y sorbía un sorbo de café:
—No necesariamente …
Me dijo encuadrándome intensamente con sus ojos verde mar y un leve rubor se pintó en sus mejillas:
—¿Cómo sería eso? …
Se formaron unos hoyuelos en sus mejillas cuando me sonrió, solo entonces supe lo que iba a decir:
—¡Oh, no! … ¡No señora! …
Dije antes de que profiriera cualquier palabra. Ella me miró y dijo:
—¿Por qué no? … no tenemos verdaderos lazos de sangre … fuimos adoptados …
—Pero tú eres mi hermana, ¡Santo Dios! …
—No estamos genéticamente emparentados …
—Pero legalmente es incesto …
El olor a café se había expandido por toda la cocina. María metió la cuchara en su taza y la revolvió nerviosamente, luego me preguntó:
—¿Soy acaso tan fea? … ¿No me encuentras atractiva? …
—¡Oh, Dios! … ¡No es eso! … pero ¡Se da el caso de que eres mi hermana! …
Ella volvió a mirarme con sus intensos ojos:
—Por favor, Luciano … es el único método seguro …
No sé, pero algo dentro de mí me reveló la profundidad de la necesidad de ella, su desesperación, su determinación y coraje para venir a proponerme esto tan escandaloso y depravado. Pero no había duda, estaba realmente impactado y tomé una decisión.
*****
María estudió su cuerpo desnudo al espejo del armario, sus senos eran demasiado pequeños y sus caderas delgadas. Siempre había sido una talla pequeña, a veces le resultaba vergonzoso. Andrés le había sugerido unos implantes mamarios, pero después de informarse de algunas malas experiencias de otras mujeres en el mundo y ver lo antinaturales que se veían algunas personalidades del cine y la televisión, rechazó la idea.
Se giró y observó su derriere. Era su punto fuerte, nalgas redondas, firmes y protuberantes hacia atrás y, todo el conjunto a forma de pera. Se sonrojó pensando que su hermano la vería desnuda, sintió algunas cosquillitas pensando en que ella también lo vería desnudo, ¿Qué tan grande será su polla? Los nervios la hicieron reír. Se sentía como una colegiala. ¡Dios, iba a tener sexo con Luciano! Estaba excitada, pero ligeramente temerosa ante la nueva experiencia.
En el cajón de su ropa interior, busco entre bragas y sostenes un conjunto apropiado para la ocasión, quería lucir sexy para su hermano. No sabía lo que a él le agradaba, no sabía sus gustos, pero quería que él se sintiera bien. Es cierto que la razón no era el placer, todo por razones de índole clínico, debía aparearse para resultar en cinta y nada más que eso, pero su sentir de mujer la hacía buscar el modo de sentirse atrayente y hacer que él la deseara.
Pensando el todo detenidamente, María se dio cuenta de que ella también necesitaba sentirse mujer, sexy y deseable. No era una mojigata, pero en su vida había tenido un solo amante, su marido. Llevaban poco más de cinco años y la relación se había ido enfriando; faltaban los elementos de seducción, atracción y excitación que los llevaron a enamorarse el uno del otro. Quedaba solo un poco de sexo semanal esporádico, en la oscuridad del dormitorio, a la rápida y sin preámbulo previo; para colmo, cada vez más insatisfactorio.
Trataba de disimular sus nervios, necesitaba sentirse sexy y amada. ¿Cómo iba a funcionar todo? ¿Cómo sería desnudarse para su hermano? ¿Tendrían simplemente sexo o harían el amor? ¿Habría besos y caricias? ¿Qué querría él de ella?
Encontró unas bragas de color negro con encajes bordados, también un sostén a juego. Un conjunto que había comprado para lucir sexy con su marido, pero éste ni siquiera se dio cuenta de ello. Los había usado solo esa vez, el sostén era de esos que empujan los pechos hacia arriba y hacía parecer su pequeños senos un poco más exuberantes. Las bragas tenían un triangulo pequeñito al frente del todo transparente y detrás casi nada, sus glúteos firmes y protuberantes lucían perfectos en su desnudez. Sonrió mirándose al espejo y aprobó su look.
Luego tuvo que escoger el resto de sus vestimentas, debería ser algo simple y fácil de sacar. Si su esposo la viera arreglándose de modo especial, podría sospechar y eso era algo que quería evitar. Tal como estaban las cosas, le diría que iba a cenar con su hermano. Ya lo había hecho antes y a su esposo no le gustaba mucho la compañía de Luciano, así que ni siquiera intentaría de acompañarla. Finalmente, se vistió con unos jeans de esos que lucían gastados y una blusa azul pizarra que combinaba muy bien con los pantalones. Su inquietud era: ¿Qué se siente a tener sexo con otro hombre? ¿Cuáles serían los aromas de Luciano? ¿Se sentiría igual que hacerlo con su marido? ¿Cómo se sentirá su piel desnuda contra la de él?
María se sintió nerviosa, sentía maripositas en su estómago y cosquillitas entre sus piernas, se sintió un poco aturdida, mareada. Entró al baño para maquillarse y notó cierto temblor en sus dedos. ¿Cómo sería besar a Luciano como un amante y no como su hermano? ¿Cabellos sueltos o enrollados en un moño? Decidió dejarlos a cola de caballo.
*****
Pasé nerviosamente la palma de mi mano sobre mi pene en reposo, mi corazón se había acelerado, palmas sudorosas. No sabía si iba a lograr una erección. ¡Uhm!, sería muy vergonzoso si me sucediera algo así.
Durante la última semana, María me había llamado varias veces, me insistió y me dio validas razones. Me negué, solo Dios sabe que me negué. Pero entonces, la sentí llorar y mi muro se derrumbó. Acepté. Quería a mi hermana feliz. Si su felicidad era el tener un bebé, pues yo le daría esa felicidad. Todo lo que me restaba por hacer, era vencer el obstáculo mayor. Qué ella era mi hermana.
Escucharla sonreír y sollozar a la vez emocionada cuando le dije que estaba de acuerdo y accedí, fue algo indescriptible. Luego me sentí como un adolescente, tímido y con poca iniciativa. Entre dimes y diretes, acordamos que nos veríamos este sábado en la noche … y lo haríamos. ¡¡Maldición!! Estaba tan nervioso que ni siquiera me venía un pensamiento para estar cachondo, es mi hermana que vendrá para tener sexo conmigo. ¡Oh, Dios! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Cómo se supone que iba a funcionar todo esto? ¿Simplemente saltar sobre la cama y tener relaciones sexuales? ¿Debo en algún modo seducirla? ¿La debo besar en los labios? ¿Yo y ella desnudos? ¿Y quien iba a hacer el primer movimiento? ¿Querría comer antes de hacerlo? Menos mal que preparé algo de cenar temprano durante el día. Jamás había estado tan nervioso en vida mía.
Casi me dio un infarto cuando sonó el timbre de la puerta, ella estaba aquí. Me limpié mis sudorosas palmas en mis pantalones y fui a abrir. María estaba parada frente a la puerta, no lograba mirarla a los ojos y cada vez que lo intentaba ella rehuía mi mirada. Ni siquiera nos saludamos, solo la escuché decir:
—¿Qué haremos primero? …
Ella estaba tan nerviosa como yo, nos quedamos como paralizados en el vano de la puerta. Luego ella entró y se fue directamente a la cocina. Ambos estábamos como perdidos y nuestros ojos jamás se encontraron.
María ya no tenía ese desplante de otras veces, miraba para todas partes, incansablemente trataba de limpiar su blusa de inexistentes motas. Sin duda que estaba muy nerviosa, entonces dije:
—Bueno … deberíamos cenar primero … tal vez un poco de vino para relajarnos …
María suspiró aliviada y sonrió:
—Me parece perfecto … ¿Qué has preparado? …
Había preparado a la mesa con trocitos de queso parmesano, de plato fuerte unos espaguetis con machas y pesto genovés, acompañado por un Chiantí fresco y frío. Nos servimos las viandas y conversamos de todo, absolutamente de todo. Menos del porque estábamos juntos a cenar; apenas terminamos la cena, María me ayudó a limpiar. Después, nos fuimos a la sala de estar con nuestras bebidas y una nueva botella del delicioso mosto. Nos sentamos el uno al lado del otro, a cierta distancia, entonces admití:
—Nunca había estado tan nervioso en vida mía … peor que a mi primera cita …
—¡Oh!, ni lo digas … tiemblo toda … ¿Qué pasa si fingimos? …
María se acercó más a mi lado, tímida y sin mirarme prosiguió:
—… podríamos pretender qué somos dos adolescentes a su segunda o tercera cita … ya nos conocemos … me has invitada a tu casa y tus padres no estarán presentes … ¡Oh, Dios!, Luciano … estoy nerviosa … ¿Qué tal si nos besamos un poco? … ¿Quieres besarme? …
—Me parece bien … intentémoslo …
Pasé un brazo por sobre su hombro, choqué su copa con la mía y bebimos un trago de vino:
—Bueno … papá y mamá no están … me alegro de que hayas aceptado a venir a casa … me han venido todo tipo de ideas, ¿sabes? …
—¿Cómo qué? …
Preguntó María inclinándose a poner su vino sobre la mesita de centro, yo hice lo mismo y nos acercamos aún más, puse una mano en su rodilla diciéndole:
—Bueno … eres tan bonita … tienes unos ojos preciosos … y me preguntaba si me dejarías besarte … quiero darte un beso a la francesa … poner mis manos sobre tu blusa y sentir tus pechos … ¿me dejarías hacer eso? …
María se rio entre dientes, se mordió su labio inferior y me respondió:
—Quiero que me beses … que me toques y me pongas cachonda … quiero que toques mi coño por sobre el blue jeans … y espero que mis pechos no te decepcionen …
—¿Y por qué? …
—Porque mis senos son pequeños y uso sostén con relleno para hacerlos aparecer más grandes …
Me dijo María sonrojándose vistosamente.
—Bueno … nunca he tocado los pechos de una niña … no sé porque podrías decepcionarme …
—Porque son pequeños … acaso no te gustan las tetas grandes igual que a todos los chicos …
—Pero ¿qué tiene que ver eso? …
—¿Acaso no te importa? …
Me sonreí, ella se había ruborizado aún más:
—¡No!, para nada … un puñado me parecería hermoso … porque tu eres hermosa …
—¿Y que tal menos de un puñado? … ¿Quieres ver? …
Dijo María comenzando a desabotonar su blusa, luego tomó mi mano y la llevó sobre su blusa, presionándola contra su seno, entreabrió sus labios y dejó escapar un inaudible gemido. Ella tenía razón, sentí el acolchado de su sostén e, improvisamente sentí que mi pene se despertaba. Trate de imaginar su seno de niña, me parecía sexy y excitante. Miré sus lucientes ojos verde esmeralda y admiré su hermoso rostro lindo y familiar, entonces vi a la mujer, una bella joven y no solo a mi hermana. Miré sus labios rojos y húmedos, lo vi separarse ligeramente mientras me inclinaba lo suficiente, sentí su aliento tibio en mis labios. Volvió su rostro hacia mí, sus parpados se cerraban, la cabeza se ladeaba y nos besamos suavemente.
María sintió como su vientre se apretaba con mi beso, algo que nunca le había sucedido antes. Había pensado que iba a tener un poco de sexo con su hermano y basta. Pero este beso lo cambiaba todo. Fue algo sorprendente, gentil, con pasión, amoroso y eso le resulto inesperado. Era tan suave y sensual que la hacía relajarse, soltarse. Nunca imaginó que podría ser tan dulce besar a su hermano.
María restregó sus labios contra los míos y nuestras lenguas se encontraron, sus pezones le pincharon, no quería terminar ese hermoso y dulce beso, pero terminó. Abrió los ojos y vio a Luciano sonriéndole:
—¿Qué? …
—¡Ehm! … tenía miedo, ¿sabes? … ¡Uhm! … pensé en no poder excitarme … eres mi hermana …
—¿Y? …
Me preguntó María con un dejo de preocupación.
—¡Oh, no hay problema! …
Dije mirando mi regazo donde se erguía notablemente mi abultada erección.
—¡Uy, yo también! … y ahora siento cosquillitas en mis pezones …
Luciano dejó de sonreír y le extendió su mano:
—¿Vamos? …
María encontró mi mirada muy seductora y tomó de mi mano para ir a mi dormitorio.
Toda la agitación y los nervios volvieron cuando entramos a la habitación donde había una amplia cama de estilo europeo, tenía una colcha beige con motivos geométricos blancos, sabanas celestes y cuatro almohadas con fundas a juego con las sábanas. Había un armario grande con cuatro espejos y una cómoda con un plasma sobre ella. En la pared derecha, una puerta que conducía al baño privado. Estaba impresionada por la habitación y por el buen gusto de la decoración, pero ahora estaba aquí, ¿Se desnudaría sola? ¿o la desnudaría yo, su hermano?
Mi erección se desvaneció, mientras estábamos parados inmóviles en la habitación. Incluso sentí vergüenza y una calidez extraña en mi estómago. ¡¡Iba a estar desnudo delante de mi hermana!! Era una cosa extraña y me perturbaba. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¡Rasgar mis vestidos y los de ella? Con un hilo de voz le dije:
—María … ¡Uhm! …
Ella se giró a mirarme, estaba allí de pie a mi lado, su cabeza llegaba a la altura de mi hombro, era más pequeña que yo. Pero su ímpetu y su personalidad la hacían grande de presencia. Con sus ojos pegados a los míos, ella muy nerviosa sugirió:
—Bueno … digo … ¿te parece si continuamos con nuestra farsa? … soy tu cita … tú tienes dieciséis …
Bajo su mirada a su anatomía pequeña, sus pechos diminutos y con una sonrisa agregó:
—… yo catorce … soy una menor … ¿Te va una de edad ilegal? …
—¿Y podrías fingir que eres una ninfómana? …
Dije divertido y sonriente y proseguí:
—… siempre he fantaseado con una así …
—¡¡Luciano!! … ¿En serio? …
Me miró entre divertida y con reproche me preguntó:
—¿Te gustaría una mujer así de caliente y que se acueste con cualquiera? …
—Bueno … soy un chico de dieciséis y tengo locas fantasías …
Le respondí con una amplia sonrisa.
—¡Oh! … ¡Hombres! …
Dijo con una sonrisa más relajada. Me acerqué a ella por su espalda y puse mis manos en su trasero revestido con sus ajustados jeans, susurrándole al oído:
—Entonces … eres mi chica caliente de catorce años, ¿eh? …
—No … soy tu chica virgen e inexperta de catorce años … enamoradísima de su apuesto novio de dieciséis años …
Respondió María moviendo coquetamente sus nalgas contra mis manos, la tomé por sus caderas y besé su cuello, presionó su cuerpo a mí y lentamente se volteó para quedar de frente a mí. La atraje estrechamente a mí cuerpo sosteniéndola por la cintura y la besé en los labios, fue un beso suave, largo y exploratorio; cuando toqué su lengua mis ojos se cerraron y olvidé por completo que estaba besando a mi hermana. La apreté contra mi erección y gemí en sus labios de seda al sentir su vientre presionando mi abultada y dura pija; una cálida excitación comenzó a fluir en mis venas.
Nos movimos sincronizadamente hacia la cama, caímos suavemente sobre esa, nuestro beso se prolongaba interminablemente con nuestras lenguas entrelazadas con pasión. María era ligera como una pluma, toda una mujer encima de mí, uno de sus esbeltos muslos se deslizó entre mis piernas y presionó como en un masaje mi polla dura como el acero.
Sostuve sus nalgas con mis manos y levanté mi rodilla hasta encajarla entre sus muslos y presioné su ingle. Moví mis manos a su espalda y por sobre su blusa toqué el broche que cerraba su sostén. Al igual que adolescente nos frotamos el uno contra el otro lánguidamente sintiendo nuestros cuerpos que se despertaban excitados y emocionados. Nos besábamos. El Au de Chanel en su cuello y sus cabellos inundaba mis fosas nasales, un aroma cálido, leñoso, a flores.
Mis manos se deslizaron y comenzaron a tironear su blusa hacia arriba, las yemas de mis dedos hicieron contacto con su piel cálida y sedosa, poco a poco se movieron hacia arriba hasta que alcancé el broche de su sostén. Una ligera presión y se abrió; María terminó el beso y exclamó con admiración:
—¡Santo Dios, Luciano! … ¡Eres un amante magistral! …
Sus ojos estaban encendidos, brillaban lucientes, su boca carnosa entreabierta, me sonreía divertida. Me hizo sentir bien. No me dio tiempo a responder, su muslo sobajeo mi erección, se dejó resbalar a mi lado, su mano sobre mi pecho se desplazó hasta descansar suavemente sobre el grueso bulto de mis pantalones. Se sintió tan natural y bien. Era extraño y a la vez excitante sentir que mi hermana me tocara tan íntimamente sintiendo mi potente hombría. No hizo nada más que reposar su mano allí y esto lo hizo aún más erótico.
Con mi mano cubrí el dorso de su mano, presionándola ligeramente sobre mi pija, era como una señal. Su mano se sentía maravillosamente y volví a besarla, suavemente, como el primer beso, nuestros labios solo rozándose. Le di pequeños y delicados mordiscos. Trataba de decirle que estaba bien lo que estábamos haciendo, sorprendentemente, quería amarla, hacerle el amor, hacerla sentir deseada, hermosa, sexy y, que no era solo un asunto clínico de apareamiento. Había sentimiento, amor y deseo. Quería que ella lo sintiera tanto como lo sentía yo. Era maravilloso, sexy y emocionante, una sensación desconocida e ilícita, pero muy familiar.
María poco a poco se fue entregando a mí, una ola impetuosa y nueva de excitación recorrió todo su cuerpo. Esto era deliciosamente estimulante, parecía realmente como si estuviera a su primera vez, nunca antes había experimentado esta sensación de dicha, sintiendo mi erección en su mano lo hacía todo más real y genuino, sentía mi deseo por ella y su coño reaccionó contrayéndose y generando fluidos candentes. Su nerviosismo comenzó a desvanecerse, se sentía tan bien acariciándome la pija.
Sintiendo mi mano sobre la suya la hizo excitar. Su cuerpo se estremeció al sentir en la palma de su mano la erección de otro hombre que no era su marido, sino yo, su hermano. Se complació al sentir esa maciza dureza, señal de que yo la deseaba. Cuando volví a besar su boca, sus labios estaban temblando. María apartó su mano de mi pija y subió a buscar el botón de mis jeans y, lo desabrochó. Me volví a sentir nervioso cuando su mano toco mi vientre y comenzó a hacer descender la cremallera de mis pantalones y, se metió en mis boxers. Era como una primera vez también para mí. Sentir la mano de ella, mi hermana. ¡Dios, mío! ¡ella estaba tocando mi polla!
Gimiendo y jadeando, me besó tocando suavemente mi polla pujante, recia y dura. Movió su mano suavemente con sus caricias delicadas y nos besamos en forma más intensa. Podía sentir mis latidos del corazón en mis sienes y en sus labios los latidos de ella eran pulsaciones cortas y definidas, como un staccato. Con un deseo imperioso, quise sentir el contacto de su piel con mi piel, la quería desnuda junto a mí. Comencé a desabrochar su blusa, María se separó de mí y dijo:
—Desnudémonos …
Me senté en la cama y me quité jean, boxers y remera, quedando desnudo de pies a cabeza. María se había levantado al borde de la cama y sacó su blusa y su sujetador, luego desabrochó sus vaqueros y con movimientos sensuales de caderas, los hizo descender hasta sus tobillos junto a sus bragas. No se dio cuenta de que había tirado su sostén, hasta cuando me vio con mis ojos pegados en esas pequeñísimas protuberancias que se pronunciaban apenas en su pecho. De repente sintió vergüenza, entendió que estaba mirando sus pechos casi inexistentes. Saltó a la cama y se cubrió con el edredón hasta el cuello, cuál si fuera una coraza que la protegía de mi mirada. Su excitación se anduvo aminorando ligeramente, reprimida por la repentina timidez que siempre la había afligido.
Yo los encontraba bellísimos en su complexión delgada y armoniosa. Ella no bromeaba cuando dijo que sus senos eran pequeños. ¡Realmente lo eran! Parecían los senos de una niña pubescente, no de una mujer de veintitrés años. Viéndola compungida, ruborizada y cubierta de pies a cabeza, me di cuenta de lo poco delicado que había sido al mirarla del modo descarado en que lo había hecho, especialmente dada su sensibilidad sobre sus senos. Pero al parecer ella no lo entendía:
—¡No! … no … por favor no lo hagas … no los cubras … son preciosos …
María me dio una mirada inquieta, sus penetrantes ojos esmeraldas sondeaban mi rostro. Poco a poco su miraba fue transmutándose en sorpresa, el rubor de sus mejillas desapareció:
—¿Hablas en serio? …
Tomé el borde del edredón y lo fui bajando lentamente exponiendo sus pechos, me incliné y bese uno de sus pezones pequeñito, pero rígido y delicado:
—Por supuesto que lo digo en serio … tienes unos senos preciosos …
Puse la palma de mi mano sobre su pecho acolchado, sintiendo la dureza de su pezón, apenas sobresalía de su pecho, pero se ajustaba perfectamente a mi mano. El pecho de mi hermana era sensual, pequeño y hermoso, exactamente como es ella. Desnuda, con su físico muy similar al de una niña, era fácil imaginarla como a una nenita de catorce años, me pareció excitante y emocionante.
Su mano cubrió la mía y me regaló una esplendente sonrisa llena de placer, confianza y alivio. Nos sentimos cómodos desnudos sin siquiera darnos cuenta. Nos besamos y la puse de costado frente a mí. Mí erección presionaba contra ella. Nuestras lenguas jugaron un juego sensual. Mi mano encontró su derriere delicioso y firme, lo acaricie con entusiasmado ímpetu, sintiendo la redondez, la tibieza de sus glúteos esculpidos a la perfección, el estrecho surco formado por sus nalgas. Las delgadas caderas, fluían hacía sus torneados muslos. Las yemas de mis dedos exploraron todo ese extenso valle prodigo de preciosidades. Toda mi vida había sido un amante enfermizo por los culos y el de ella era de una belleza única, pequeño, compacto y a esa forma de pera sensual y erótica, encajaba perfectamente en la definición de sexy.
María temblaba con mis caricias exploratorias, eran diferentes a las de su marido. Mucho más sensuales y suaves. La estaba acariciando con devoción, amándola, casi adorando su cuerpo y la hacía sentir tan bien ser acariciada por mí, su hermano.
Resuelta a complacer, María metió su mano bajo el edredón y buscó mi polla. Yo estaba inclinado a besar su abdomen liso y firme. Ella tomó mi erección en su mano, sintió mi pija gruesa, rígida y larga, se sintió intensamente emocionada aferrando ese macizo trozo de carme caliente que parecía palpitar con vida propia. Sintió en lo profundo, en la parte inferior de su vientre ese calorcillo que le procuraba deseos, una poderosa necesidad de sexo, de satisfacerse. Sus senos parecieron tornarse más sensibles. La humedad y el calor de su coño se hacían sentir entre sus piernas. Apretó mi erección en modo gentil, pero firme, amando esa rigidez y flexibilidad, su coño se contrajo sintiendo mis pulsaciones.
Podría haber sido el hecho de que yo hubiese encontrado lindos sus senos casi inexistente. Quizás ya no le preocupaba el hecho de yacer en la cama desnuda conmigo, su hermano. Tal vez el modo amoroso, suave y gentil en que yo la trataba o la sorprendente emoción de estar a punto de tener sexo con otro hombre que no era su marido. Sea lo que sea. Ella sentía la necesidad de tenerme dentro de ella, quería y ansiaba que yo la penetrara. Los juegos amorosos ya no bastaban. Sentía el instinto primitivo de la copulación, necesitaba ser preñada, no importa que era yo su hermano quien la iba a meter encinta. Lo necesitaba como una dulce y desesperada liberación.
—Estoy lista, cariño …
Susurró a mi oído masturbando mi pene endurecido, se puso a horcajadas sobre mí y me abrazó estrechamente. Acaricie su trasero suave y lentamente, explorando cada centímetro de su piel con amor y pasión. Sintió que mi polla se flexionaba bellamente gruesa y con gotitas de líquido preseminal cuando la puso entre sus piernas.
Me besó, nuestros labios se tocaron y nuestras lenguas se encontraron con pasión. María gimió, levantándose ligeramente para guiar mi erección hasta su empapado coño. Sentía un escozor en sus pezones. Necesitaba esa pija dentro de ella. ¡Oh, Dios! Cuanto necesitaba que su coño fuera estirado y penetrado por mi pija. Todos sus pensamientos se concentraron en la verga que empujaba los labios de su coño, sentía un abrumador deseo de ser poseída por ese miembro masculino que ella misma presentaba a su humedecido y estrecho agujerito. La idea de consumar el incesto con su hermano era lo que menos le importaba. Sentía un poderoso e intenso deseo que esa pija la dejara preñada, quería sentirse llena de lechita en su coño fértil y que esos millones de espermatozoos nadaran hacia su ovulo. Lo quería ahora ya.
—Ahora, Luciano … ahora … ven sobre mí, por favor …
Debía hacerlo en la posición del misionero, es así como debe ser. Se recostó sobre su espalda y me invitó a ponerme entre sus piernas. Sus pezones estaban rígidos, doloridos y sensibles. Me sintió acomodarme sobre ella y apunté mi erección a su receptivo chocho, subió sus piernas y abrió sus muslos acogedores con las rodillas dobladas, vio como me detenía un instante a mirar su pubis y exclamé:
—¡Jesús, María! … tus vellos son tan rojos como tus cabellos …
La miré directamente a los ojos, ella me sonreía complacida y agregué:
—… eres una verdadera bomba sexy …
Besé ligeramente su pezón y ella arqueó su espalda gimiendo y tomando mi cabeza para apretarla contra su teta. Le di un leve mordisco a esa aceituna protuberante en su mama, tironeándolo suavemente, maría restregó su pelvis contra la mía y me apretó estrechamente. Puse una mano en sus caderas y empujé, presionando mi pija en su resbaladizo coño. Emitió una especie de chillido y jadeó diciendo:
—¡Oh, Señor! … ¡Se siente tan bien! …
El anilló vaginal de María me apretó la verga cuando la penetré un poco más profundo, su coño se contraía y me daba la bienvenida, mi polla la iba llenando centímetro a centímetro cada vez más, mi pija era mucho más gruesa y larga que la de su marido. María empujaba casi desesperada mi erección dentro de ella. Sintió una punzada de dolor y excitación cuando la punta de mi polla alcanzó los pliegues más profundos de su panocha, se estremeció cuando finalmente comenzó mí pelvis a chocar contra su clítoris.
—¡Dios qué maravilla! … ¡Me llenas por completo! … ¡Uhmmmm! … ¡qué rico! …
Susurró sintiéndose bombardeada por un tumulto de sensaciones placenteras, una de sus manos se movió sobre una de mis nalgas y presionó para hundirme más en ella.
—¡Ooohhh, hermana! … ¡Estas tan apretadita! …
Le susurré al oído sintiendo su estrecha cuquita succionando y encogiéndose alrededor de mi pija. hice finta de sacarlo, pero ella apretó su coño y me abrazó fuertemente para no dejarme salir, ella quería estar llena de mí, era su anhelo ser poseída. Empujó sus caderas firmemente para hacerme enterrar mi pene profundamente en ella, gruñó sintiendo mi entera erección en su chocho. Su coño pareció florecer con una sensación de placer que la hizo gemir.
Comenzamos como un juego rítmico y acompasado, yo me retiraba hasta casi hacerlo salir y ella me tiraba y atraía con sus manos en mis glúteos, haciendo que mi polla la volviera a llenar en forma gloriosa y placentera. La repetitividad de la acción comenzó a abrumarla, mete y saca, llena y vacía. Pronto se estableció un ritmo amatorio sin apresuramientos, simple y perfecto. Eso trajo un goce increíble a ambos. Su coño se encogía invitante y mi pija se enardecía atacando su fortaleza con deleitosas pulsaciones. María necesitaba ser saciada, sus pequeños pezones estaban hipersensibilizados; los restregó contra mi pecho. Sus piernas amarraron mis muslos. Era un frenesí de sensaciones abrumadoras que remecían ambos cuerpos y con fuerza avasalladora se acercaba una promesa de paroxístico éxtasis.
Con cada firme embestidas, mi pene alcanzaba las más altas profundidades de su chocho. Tocaba espacios que nadie había tocado y maría sentía un corrientazo que hundía su vientre e hinchaba sus pechos pequeñitos. Adoraba la sensación de mi gruesa y dura erección que estiraba su estrecho coño. De repente sintió un inmenso calor extenderse por su piel, las pulsaciones se sentían en sus sienes, comenzó a jadear notoriamente, sus manos presionaron mis glúteos y me obligaron a follarla intensa y profundamente.
Su marido nunca la hizo sentir así. La sangré hervía en sus venas, se olvidó hasta de que estaba copulando conmigo para ser preñada y tener un bebé. No daba crédito a las miles de sensaciones que estaba sintiendo como mujer. Comenzó a correrse en mi verga. Su cuerpo se agitó, chilló y gritó mi nombre. Su orgasmo estalló improvisamente haciéndola convulsionar y estremecerse, arqueó su espalda para sentir esa dura polla más adentro de sí, mientras su cuerpo entero tiritaba como si estuviera siendo electrocutada.
—¡Oh, Dios mío! … ¡Oh, Jesús! …
Jadeó María agarrándose a mi espalda. Una ola de acalorado placer la atravesó de pies a cabeza, sus pies y deditos encorvados. Se sonrojó y hasta sus pezones parecían estallar y su mente divagó por algunos instantes en blanco.
Ella se aferró a mí, restregando su pecho contra mí pecho, acurrucando su coño contra mi ariete erecto y duro, chocando con mí pelvis, alocada y abrumada. Su orgasmo viajó por todo su cuerpo tensando sus músculos que luego se relajaron y la dejaron casi sin aliento, con el corazón acelerado, yo seguí follándola y llenándola, sintiéndola temblar bajo de mí.
Su intenso y asombroso clímax se apaciguó. Se instauró una sensación de calma, calidez y satisfacción que la llenaba por completo. Se estrechó aún más a mí, empujando su encharcado coño y abriendo sus muslos, escuchaba los jadeos míos y presionaba sus uñas en mi espalda incitándome a poseerla y darle lo que ella había venido a buscar para ser preñada.
—Te sientes tan bien en mí, hermano … eres tan grande … córrete … córrete para mí … dame tu bebé … quiero tu bebé …
Estaba haciendo todo lo posible con ella. La forma en que rotaba sus caderas, sentir su pequeña y frágil contextura física bajo de mí que se adaptaba perfectamente a mi cuerpo; todo se sumaba a mí emoción y excitación. El coño de mi hermana era increíblemente sexy y apretado. Sus vellos de un intenso rojo me embelesaron, finamente cortados que adornaban su maravillosa vulva. Y mientras ella me tiraba con sus manos en mis posaderas, se retorcía y gemía bajo de mí con placer; me di cuenta de que nunca había tenido una mujer con tanto ímpetu, ganas, energía y entusiasmo. Su fragancia se impregnaba en mi cuerpo y el sexo con ella era fabuloso.
Cuando María se corrió en forma espectacular, quedando con un hermoso rubor en su rostro sudado, aprisionándome con brazos y piernas, gritando mi nombre con lujuria y placer, sentí mi erección reforzarse, mi pene se hinchaba dentro de ella y se hacía más duro. Mi propio clímax estaba cerca, su coño era una verdadera funda de terciopelo ajustada a mí verga y me succionaba, ordeñando mi arnés, llevándolo más profundo dentro de ella, se sentía realmente maravilloso. Pero cuando comenzó a instarme a correrme, no pude resistir más.
Esos susurros acompañados de chillidos y gritos, fue el empuje que faltaba. Mis glúteos se endurecieron y mis piernas se entiesaron, hundí mi vientre y la embestí con todas mis fuerzas enterrándome profundamente en su matriz. Había una tremenda presión en mí y exploté dentro de ella con inusitada energía, la follé con todas mis fuerzas comenzando a darle lo que ella me pedía; chorros y borbotones de semen. Mi polla me quedó adolorida por la fuerza en que me descargué en ella. Fueron oleadas de exquisito placer inundarla con mi esperma caliente.
—¡Ooohhh, Luciano! … ¡Ssiii! … ¡Todo! … ¡Dámelo todo! … ¡Dios mío! … ¡Ssiii! …
Seguía susurrando a mí oído estrujando mi polla con sus músculos vaginales; entonces se estrechó más a mí y volvió a estremecerse toda bajo de mí en un segundo potente orgasmo.
(Continuará …)
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras una sensación y un placer!
Ufff, excelente historia y gran redacción. Te transmite cada acción. 10/10
Disfrute cada palabra, sentí el calor de sus besos en mil labios, su mano acariciando mi pene….
¡¡¡¡ Por dios… Dos renglones más y tenía un Orgasmo…
Exelente y sutil redaccion, sin llevar a la vulgaridad.
Woooowwww, delicioso pero a la vez fascinante!