Mi Madre y mi hermano
Descubrí por accidente que mi hermano y mi madre, tenían relaciones incestuosas, lo que me lleva a chantajear a mi madre..
Soy Matías, 19 años, estudiante de universidad. Lindo, según las chicas: pelo castaño un poco largo, ojos verdes que hacen sonreír, cuerpo delgado pero en forma del running que hago para despejar la mente, nada de músculos exagerados ni grasa extra.
Mi verga es gruesa–más que la media, venas marcadas, cabeza ancha–, y eso me da una confianza secreta.
Con todo eso, no tengo suerte con las mujeres, lo que hace que cuando sucedió todo esto que les voy a contar, estaba demasiado soltero.
Elías, mi hermano mayor de 27, es un tipo normal: estatura media, cara corriente sin nada que destaque, un poco de panza de escritorio, verga estándar, nada impresionante.
Mamá, Daniela, 44 años, ama de casa: blanca como nosotros, pelo rubio corto y práctico, cuerpo suave con kilitos de más en la cintura y caderas que la hacen real, tetas llenas que se mueven con peso natural, pezones rosados, culo redondo y virgen –nunca tocado por atrás, ni por papá ni por nadie.
Mi papá viaja semanas enteras por trabajo, dejando la casa en un silencio roto solo por rutinas diarias.
Siempre noté que mamá era más atenta con Elías: le preparaba el almuerzo con cariño extra, le preguntaba por su día con interés genuino, lo tocaba el brazo al pasar. En cambio conmigo era bastante fría: respuestas secas, miradas que evitaban las mías, abrazos que duraban un segundo.
Llegue a pensar que era adoptado, o que al menos no era hijo de mi madre.
Me dolía en silencio, porque yo la veía hermosa en su simplicidad, y la quería más de lo que admitía. Pero no entendí el porqué hasta ese martes fatídico.
Ese día volví temprano de mis clases, por que cuando no, los profesores estaban en huelga.
Entré a casa sin hacer ruido, mochila al hombro, el sol de la tarde filtrándose por las ventanas. La casa olía a algo cocinándose. Apagué la hornalla antes de que se quemara, lo cual me extraño. Subí directo a cambiarme.
Al pasar por el cuarto de mamá, la puerta entreabierta unos centímetros me detuvo. Escuché jadeos bajos, rítmicos, colchón crujiendo suave. Me acerqué pegado a la pared, mi corazón estaba latiendo fuerte, y miré por la abertura sin empujar más.
Mamá en la cama, completamente desnuda, piernas abiertas alrededor de las caderas de Elías.
Él encima, pantalones bajados a las rodillas, moviéndose adentro de ella con embestidas controladas pero intensas. Su verga normal entraba y salía de su sapo –unos labios hinchados, vello rubio abundante rodeando la hermosa raja rosada lubricada y brillante–.
Incluso sin saberlo había morbo puro en el aire, especialmente en mamá.
Ella lo abrazaba por el cuello, sus ojos cerrados con una sonrisa traviesa: «Ay, hijo… qué rico es esto… nadie debería, pero con tu…». Elías gruñía bajito: «me encanta como me aprietas… apriétame más».
Ella se veía disfrutarlo de verdad –no se volvía loca ni puta, pero sus caderas subían al encuentro, tetas rebotando suave con cada empujón, pezones duros rozando su pecho.
Lo besaba el cuello, mordisqueaba su oreja: «Eres mi secreto prohibido… más adentro».
Él aceleró un poco, mano bajando a frotarle el clítoris en círculos lentos.
Mamá jadeó más fuerte, con su cuerpo temblando: «Sí… por ser tu madre… me moja tanto».
Se corrió primero en un gemido que se hizo escuchar por toda la habitación. Su concha contrayéndose alrededor de él.
Elías siguió unos segundos, corriéndose adentro con un suspiro: su semen blanco goteaba levemente de la concha de mi mami.
Se quedaron abrazados un minuto, ella acariciándole la espalda: «El morbo no se va, ¿eh?».
Él: «Nunca». Se besaron suave, se arreglaron, y Elías salió primero.
A todo esto yo ya me había escabullido a mi cuarto sin que notaran, espiando al pasillo desde mi habitación.
Esa noche no pegué ojo. Dudas me carcomían: ¿Cuánto llevaban? ¿Era solo morbo o algo más?
Al día siguiente, desayuno normal: mamá sirviéndonos con su bata, pero a Elías le guiñó un ojo disimulado.
A mí: «Come rápido, Matías que se te hace tarde». Un odio puro me invadió –él tenía ese acceso al tabú que los excitaba, y yo era el excluido.
Pasaron días de tristeza profunda: me encerraba, lloraba en la ducha, me sentía invisible, el hijo no deseado. ¿Por qué ella disfrutaba tanto con él el incesto, y conmigo ni una mirada cálida?
El odio creció una semana. Me masturbaba rabioso, imaginando su concha alrededor de mi verga gruesa, pero la tristeza me ahogaba.
Dos semanas después, misma situación: volví antes y los encontré en lo mismo –puerta entreabierta, mismos jadeos morbosos.
Esta vez, se me dio por grabar con el celular desde la rendija, sin ser visto: mamá encima esta vez, cabalgando lento, tetas balanceándose, concha tragándose su verga centímetro a centímetro. «Me encanta que seas mi hijo… el tabú me hace correrme fuerte», susurraba ella, moviendo las caderas. Él le apretaba el culo: «Mamá prohibida…». Ella se corrió temblando, él adentro después.
El odio empezó a virar: calentura cruda. Quería ese morbo yo, estirarla con mi grosor, hacerla jadear por ser su hijo menor.
Pasaron otras tres semanas de observación. Grabé dos veces más –detalles claros: su concha abriéndose para él, sus jugos cubriendo su verga, ella disfrutando el incesto con gemidos controlados pero reales, siempre iniciando con «Qué malos somos… pero rico».
La tristeza se volvió celos ardientes: no era justo, yo era más lindo, más grande –podía darle más morbo.
No sé ni de donde salio la idea pero se me ocurrió el chantaje, pero dudé un mes entero: noches masturbándome con los videos, excitación ganando al odio residual.
Finalmente, una tarde con papá de viaje y Elías en el trabajo, la confronté en la sala. «Mamá, mira». Le mostré un video: su cara de placer, gimiendo, gritándole cosas sucias a su hijo mayor. Incesto puro. No había manera de que el video se confunda: era su voz, era su rostro, y eran sus gemidos.
Ella se enfureció al instante, cara roja: «¡Apaga eso! ¿Cómo te atreves, Matías? ¡Borra ahora!».
Como me negué, se quedo en silencio, pasmada por unos minutos.
Por mi mente pasaban miles de cosas pero la más común era que la había cagado, que mi idea no funcionaria.
Momentos después, quebró en una especie de justificación: “No lo entenderías… por favor no”.
Su momento de debilidad me animo a arremeter con el chantaje de una vez por todas:
«O lo haces conmigo, o lo subo para que todos lo vean.
Gritó: «¡Enfermo!»
Respondí: “Yo enfermo? Y quien es la que se calienta con la pija de su hijo?”
Me dio una cachetada, y se alejó llorando.
Pasaron unos días en que me volvió a dar un tratamiento de frio.
Y las cosas se calmaron entre ellos, quizás porque el hecho de que yo sabía.
Eso o ahora eran más cuidadosos.
Pero no me rendí.
Desde un numero privado de Whatsapp, cada tanto le enviaba uno de los videos. No hacía falta decirle nada, solo enviar el video.
Asumo que ella los borraba.
Una tarde volvió a hablarme, quizás intentando justificarse:
“Tu padre… seguro que ya sabes que tiene una putita ahí donde le toca viajar, se coge a una de las secretarias.”
«Con Elías es… un juego prohibido que nos excita a los dos. Empezó hace años, morbo puro. Solo eso.”
“Y tu, eres mi hijo menor, no podría…”.
Eso me emputecio, me molesto. Ahora se hacia la santa la recatada? Luego de cogerse al mayor de sus hijos por AÑOS?
Esa noche, edite uno de los videos, le hice cambio de voz, borre sus rostros, y lo subí por ahí en forma pública.
Le envie el link a mi madre.
Pasaron un par de días en que papá estaba de viaje de nuevo, y Elías estaba trabajando. Me llamo a su cuarto.
«Vení. Esto es solo para borrarlo».
Cuarto oscuro, se quitó la ropa en forma desganada: tetas expuestas, concha seca. Se acostó, piernas abiertas: «Hacelo y salí». Me bajé pantalones –con mi verga gruesa dura, palpitando–.
Se la quise meter y no pude, no entraba.
Ella se mojo la mano con saliva, y luego de mojo la punta de la verga y se mojó su vulva.
Entre en ella de forma apretada.
Era la gloria…
Pero estaba seca. Estaba húmeda, pero no lubricada.
Esto hizo que la fricción se sienta mucho mas, y entre eso y los nervios, termine por acabar casi enseguida.
No me dio tiempo a terminar de relajarme y tener esa sensación orgásmica, que se la saco, se levantó, y se dirigió al baño a limpiarse, dejándome ahí recuperándome.
«Se acabó. Borra el video».
Fría, distante, como quitándose un peso.
Me retire a mi cuarto y borre todos los videos de mi celular y se lo mostré.
Lo que no le dije, es que tenía un backup en un servidor.
No estaba contento en como lo hicimos, fue frio, rudo, sin gracia.
Así que días después, le seguí insistiendo.
Cuando me respondió, negándose, le mande otro link. No hizo falta que lo abriera o lo viera, entendió el punto y cedió renuente: en su cama, misma frialdad.
Se abrió: su concha estaba un poco más húmedo por memoria.
Esta vez moje yo mi verga y su vulva con bastante saliva, y tenía planeado durar más.
Entré lento: la cabeza de mi verga separando sus labios vaginales, mi grosor estirándola centímetro a centímetro, hasta que mis bolas tocaron sus nalgas.
Estuve embistiendo por mas tiempo, mucho mas tiempo. Habremos estado como entre 10 y 15 minutos.
Se la sacaba entera y se la volvía a meter despacio. Quería hacer que se caliente conmigo, que se vuelva tan puta como se ponía con mi hermano.
Y parece que algo percibió, o algo paso, que ella jadeó seco: «Termina de una vez».
Yo acelere mi ritmo y termine acabado dentro de ella.
No se movió; me corrí llenándola, goteando. Se limpió: «Se termino el chantaje pendejo de mierda».
Yo le respondí “no… quiero un par de veces mas”.
“No, basta. No entiendes que esto esta mal? que eres mi hijo? que es prohibido? Que es peligroso y nos pueden descubrir?”
Yo ya no escuchaba sus excusas estúpidas, y comencé a negociarle:
“5 veces mas y listo, nunca mas”.
“No”
“3 Veces…”, “No, pendejo, no sigas.”
“Ok, una sola vez mas y te lo prometo, te lo juro que no mas chantaje.”
Ahí, al fin pareció ceder.
“Pero solo una vez mas y nunca mas, estamos?”
Pasaron como dos semanas en que no hicimos nada. Yo ya estaba temiendo que se haya arrepentido.
Llego el día.
Mi papa, de viaje de nuevo, quizás con su amante.
Elías, se había ido por el día con sus amigos.
Mire a mamá en la cocina, donde preparaba el almuerzo –su bata holgada marcando esas curvas suaves con kilitos extras, tetas llenas balanceándose al moverse–.
«Mamá, por favor… una última vez. Solo para cerrar esto. Borro todo, te lo juro».
Ella suspiró, fría como siempre, pero cedió con resignación: «Está bien, Matías. Solo hoy. Terminemos con este chantaje de mierda».
No sabía la trampa que le tenía: esa mañana, había conseguido una pastillita azul en la farmacia –Viagra, para durar y endurecer como acero–. Media la disolví en su café, la otra mitad en el mío. Quería quebrarla, hacerla arder por el morbo que tanto le gustaba con Elías, pero conmigo: mi verga gruesa estirándola, mi lengua en su concha peluda hasta que gritara. Y yo, listo para cogérmela un buen rato, sin parar.
Comimos en silencio, pero pronto sentí el efecto: mi verga latiendo dura bajo la mesa, venas hinchadas, lista.
Ella se removió en la silla, cruzando piernas:
«Qué calor de repente…». Sus pezones se marcaron en la bata, la conchita picándole por dentro.
Terminamos, estábamos lavando los platos cuando no aguante verla de espaldas y la encare, me le puse detrás, y le apoye mi bulto. “Vamos al cuarto, mamá».
Entramos, cerré la puerta. Ella se quitó la bata desganada al inicio, pero sus ojos ya brillaban –con sus tetas expuestas, sus pezones rosados duros como piedras, vientre suave y redondito, y abajo, su concha peluda: vello rubio rizadoy abundante, cubriendo sus labios que ya estaban hinchados, húmedos por la pastilla. «Hagámoslo rápido», murmuró, pero voz temblorosa.
La acosté en la cama, suave pero firme: «No, mamá. Voy a chuparte primero». Su protesta fue débil: «No, no hace falta…».
Igual abrí sus piernas blancas, los kilitos extra hacían sus muslos mas acolchados. Bajé mi cara y me llego un fuerte olor a hembra que despertó mis sentidos animales. Olía a mujer excitada, caliente, sus jugos ya manchaban su pelaje rubio.
Lamí despacio, y sentí el dulce sabor metálico y agridulce, medio salado de sus jugos.
Eso despertó aun mas la bestia en mi, y hundí mi boca en su concha peluda.
Comencé a devorarla con desesperación, sus pelos se pegaban a mi boca, y se enredaban en mi lengua.
«Matías… eres mi hijo… para», jadeó, pero sus caderas se subieron involuntariamente a mis hombros.
Continue comiéndole el hermoso y jugoso sapo a mi mamá, mientras ella movía sus caderas imponiendo el ritmo.
Sentí su cuerpo tensarse e inundar mi boca con sus jugos. Al fin estaba lista.
Jadeando por el orgasmo, ella intento defenderse y detenerme una vez mas, pero estaba agotada, la tenía débil, podía someterla.
Me acomode sobre mi mami, y apunto mi pija, gruesa, hinchada y bien dura.
Lo ultimo que vi, fue mi glande con jugo seminal, perderse dentro de esos labios rodados, casi blancos.
Entro todo mi tronco sin problema.
Mi mamá gritaba en agonía se sentir semejante pedazo abrirla en su momento mas sensible.
“Aaaaaaaaaaay… nooo…duele… para…!”
Sus gritos casi enseguida dieron paso a gemidos de placer.
“Sos un hijo de puta”
«Ay… el incesto… con mi chico lindo… me moja tanto», gritaba.
«Cogeme duro, hijo… tu madre puta te necesita», suplicó, liberando su morbo.
Giramos sobre la cama, y comenzó a montarme ella: sus tetas rebotando en mi cara, yo chupando sus pezones –mis dientes suaves, mi lengua lamiendo sus aureolas grandes–.
Sus caderas no dejaban de moverse. Su concha apretaba mi grosor: «Eres un hijo de una madre bien puta… follando el sapo peludo de su mami… incesto puro».
Aceleré desde abajo: mis embestidas golpeaban profundo –el tronco rozando sus paredes, mi cabeza chocando su cervix–.
Duramos quince minutos así: ella corriéndose por segunda y tercera vez, su concha inundándome de jugos, gritando «¡Me rompes, hijo… me rompes!».
Cuando me encontraba cerca de acabar, ella lo noto, y se salio de encima mío. Bajo a mi verga y comenzó a chupármela como una posesa. No tarde en acabar en su boca.
Pero no paramos. El viagra nos mantenía calientes y duros.
Ella seguía chupando mi pija, y yo quería chuparla a ella. “Cambiemos, mamá… date vuelta asi te chupo el sapo mientras me chupas la verga.”
Ella se montó encima de mi cara, acomodando su concha peluda en mi boca –lamí su clítoris sensible, le metí algunos dedos abriendo sus labios–. Abajo, su boca envolvió mi verga succionando fuerte.
Pude sentir como su culo se frunció en mi nariz al acabar de nuevo, y llenándome la cara de sus jugos de hembra en celo.
La volteé nuevamente y la puse en cuatro. Mi mamá estaba caliente y dócil, se dejaba poner en la posición que yo quería.
“Mamá… a partir de ahora no más Elías… solo yo te voy a coger”.
“Hijo… te confieso la verdad, siempre estuve enamorada de vos. Desde que naciste, que te vi con ojos mucho más que madre…”.
Mientras me contaba su historia, yo acariciaba sus nalgas, acomodaba mi glande en su entrada y comenzaba a puntearla de nuevo en su sapo peludo.
“… y tenia miedo de esto, de que una vez que empezáramos no habría vuelta atrás…aaayy…!” me decía mientras empujaba su culo hacia mi pija y esta le entraba toda abriéndola nuevamente.
Comenzamos a coger de nuevo. La habitación, la casa se lleno de los ruidos producidos por el rechinar de la cama ante nuestros movimientos, los gemidos de mi mami, y el golpeteo característico de pelvis chocando durante la penetrada salvaje.
«Rompe a tu madre, Matías… cógeme duro hijo… el morbo de ser familia me hace bien puta». Embestí fuerte: adentro completo –estirándola. Retiro mi verga y la veo brillante, bañada en nuestros jugos sexuales de madre e hijo.
Veinte minutos cogiendo… cambiando ligeramente de posición: ella empujando hacia atrás, sus tetas colgando balanceándose. «¡Más, hijo… preña a la puta de tu madre… embarázame, préñame, mi hijo hermoso!».
Entre mis bufidos salvajes y sus gritos de puta incestuosa llenando la casa, acabamos una vez más.
Mi mamá baño mi verga con sus jugos, mientras esta vez, yo llene su vientre con mi semen.
El tiempo paso.
Mi mamá nunca mas se cogió a Elías. Eso fue lo que me prometió.
Después me entere de que lo intentaron una vez mas, por insistencia de Elías, pero mi mami ya no pudo regresar de probar mi verga. Además, estaba enamorada.
Me confeso bien lo que pasaba: ella se alejaba de mi por lo que siente. Me ve hermoso, lindo, sexy.
Decidió alejarse por que yo era una tentación muy clara.
Con Elías, ocurrió que el llego borracho una noche, ella estaba muy caliente conmigo, y decidió desquitarse con su hijo mayor.
No tenía sentimientos por él, solo calentura que era despertada por mí.
Mi hermano, se mudó. Quizás por que se sintió rechazado por mamá, pero ahora vive en el sur, junto a su pareja.
Papá… se termino divorciando de mamá, para irse con su amante. Mi mamá se rio, me vio, y me susurro al oído: “ya tengo todo el amor y la verga que necesito con mi hermoso hijo”.
Y aunque eventualmente hubo un momento en que embarace a mi mami, abortamos por que era peligroso para ella y el bebé. Estamos bien asi como estamos, solos en la casa, cogiendo todos los días, alimentando el morbo del incesto madre e hijo.



Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!