Mi monjita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi monjita
16 de junio de 2007
Bueno, hoy me decidí. Desde hacía tiempo estaba por narrar esta aventura que tuve con una monjita; bastante lindita por cierto, y hoy me propuse a hacerlo.
Soy maestro y en esta profesión es común que algunas de nuestras alumnas se sientan atraídos hacia nosotros (no es necesario ser una belleza), algo tenemos de atractivo para ellas.
Mi historia es de 40 años atrás (les comentó la fecha para que entiendan muchas de las situaciones que viví), y la protagonista una monjita que había sido mi alumna en una Universidad en la que preparaban personas para la enseñanza religiosa pero que por exigencias de los programas del ministerio debían ver matemáticas (mi materia), como un requisito de la carrera.
La monjita ya me había enviado mensajes cuando fue mi alumna. Un roce de sus manos con las mías, un aprovechar estar en un grupo que me rodeaba para pegarse a mí, un quedarse mirándome mientras hablaba (un mirar diferente al de las demás alumnas), pero yo era demasiado tímido y además respetuoso con esas cosas de la iglesia (sin ser creyente ni pensar en ritos de ninguna clase), y nunca pensé en meterme con una monja.
Pero que cosas, una es la que piensa el burro y otra la que piensa el que le está poniendo la enjalma.
Un día cualquiera del semestre siguiente me buscó para pedirme que si le podía dictar unas clases particulares porque no le entendía al nuevo profesor y como nuestro tiempo libre en la U. no coincidía, le propuse que fuera a mi casa en las horas de la tarde que estábamos ambos libres. Y, advierto, esto, sin ninguna malicia.
Quedamos en que iría. Pero antes, aclaro esto. Yo vivía con mi mamá y ella trabajaba todo el día, de tal manera que, en la casa estaríamos ella y yo completamente solos y hasta le comenté eso para que no se sintiera preocupada. Ella me comentó que no le veía ningún problema.
Ella, apareció a las 3 p.m. y de inmediato comenzamos a estudiar. Yo le iba explicando los temas y estaba concentrado mostrándole la forma de plantear un problema cuando se me ocurrió girar la cabeza para mirarla y saber si me estaba entendiendo y al hacerlo me di cuenta que ella no estaba mirando los apuntes sino, mirándome a mí. Además, tenía su cara pegada a mi hombro de tal manera que cuando volteé nuestras bocas quedaron bastante cerca. Lo normal hubiera sido que ella se retirara pero, al contrario, conservó esa posición como invitándome a que la besara.
Creo que hasta ahí me llegó la timidez. Acerque mi boca a la suya y le roce sus labios con los míos. Ella me respondió abriendo su boca a lo que aproveché para meterle mi lengua, buscarle la suya y darle un beso bastante apasionado al que ella respondió entrelazando la suya con la mía como si quisiera devorarme y haciéndolo como una experta. Al ver este preludio, me decidí a acariciarla y lleve una de mis manos a buscarle los senos. Como pude ver que no protestaba y que por lo contrario me apretó mi mano con sus dos manos sobre mi pecho me sentí tranquilo. Seguimos besándonos y yo acariciándole sus senos hasta que la sentí gemir. Bajé entonces mi mano hacía sus piernas colocándola en medio de ellas, presionando su cuquita (su vulva) y la sentí estremecerse. Bajé mi mano hasta sus tobillos y comencé a subirle la falda lentamente mientras aprovechaba para correr uno de mis dedos rozando sus piernas.
No haré comentarios de que llevaba puesto. Solo les diré que sus pantis eran los de la época; los quita pasiones de ahora, pero que para nosotros era la berraquera verlos y poderlos tocar. Metí mi mano por entre ellos buscando su cuquita (yo ya le había llevado una de sus manos a que me acariciara por encima del pantalón y lo hacía de una manera tal que parecía que quisiera arrancármelo), y sentí su vello; bastante espeso pero suave, ya que en esa época las mujeres no se afeitaban y mucho menos se iban a depilar. Pero saben? Ese era uno de los deleites de ese tiempo; acariciar una cuquita toda peludita. La moda del afeitarse o depilarse comenzó con la era del bikini para que no se les vieran los pelitos saliéndose por el pantaloncito, que a propósito, el verlos eran motivo de excitación para uno.
Hoy que reviso este escrito para enviártelo me doy cuenta que si la tienen mejor cuando se afeitan jijiji
Yo esperaba que en algún momento ella me dijera no, no, no (el no de las mujeres que es un sí tácito), pero como no lo dijo le pedí que se pusiera de pie para bajar sus calzoncitos y que quería mirarla. Ahí si me dijo que le daba pena pero cuando le insistí diciéndole que no fuera bobita, lo aceptó.
Como el vestido era de dos piezas, le solté los botones de la falda y se la deslice, lo mismo que sus enaguas y sus calzoncitos. Y, que sorpresota. Esa mujer tenía un cuerpo, una colita y unas piernas bellas. Me la imagino con unos jeanes de los de ahora y pienso que sería capaz de parar el tránsito en la calle. Cuando terminé de desvestirla pude apreciarla en toda su belleza.
La cofia que cubría su cabeza escondía una cabellera larga, negra y sedosa y sus lentes que nunca se quitaba y eran un poco oscuros escondían unos ojos negros bellísimos.
Sus senos eran bien proporcionados. Ni grandes ni pequeños. Y, por demás, deliciosos. Lo primero que hice fue metérmelos uno por uno a mi boca, chuparlos y besarlos, sintiendo como sus pezones se iban endureciendo y como ella se retorcía y gemía de placer. Coger sus pezoncitos entre mis dientes y mordisquearlos suave la hacía estremecer.
Realmente nunca había apreciado sus atributos porque no era correcto mirar a una monja detenidamente y menos imaginar cómo era. Pero, definitivamente, era toda una mujer no solo bastante bella. Era, simplemente, una preciosidad. En esa época tenía 22 años y una cara de niña única. Entre otras cosas, carita de niña contemplada y, como me di cuenta después, se había metido de religiosa obligada por sus padres.
Y ahora si pasemos a lo verdaderamente especial.
Me dijo que estaba loca por verme a mí desnudo y le pedí que ella misma me desvistiera. Lo hizo bastante nerviosa, me quitó la camisa, la camisilla y con manos temblorosas comenzó a desatar la correa de mi pantalón. Cuando me bajó el cierre y vio que mi miembro estaba erecto bajo el pantaloncillo me lo quito y lo agarró con una de sus manos acariciándomelo con un gusto que se le notaba fácilmente.
La llevé entonces a mi cama donde comenzamos a besarnos y acariciarnos mutuamente.
Comencé a besarla despacio, besando su nuca y corriéndome hacia su cuello, lamí sus pestañas (ensáyenlo, es una caricia perturbadora y excitante para ambos), lamí sus labios con la punta de mí lengua como en un roce y poco a poco fui abriendo su boca con ella para buscar su lengua y entrelazarla con la mía. La sentí estremecerse y gemir y además, tener su primer orgasmo. Seguí rozándola con la punta de mí lengua y fui bajando hasta sus senos. Comencé a rozarle la areola de uno de sus pezones, a colocar mi boca abierta sobre su seno pero sin chuparla hasta que me dijo que dejara de torturarla así, que ella quería que yo se lo chupara fuerte, le halara el pezón y se lo mordisqueara como había hecho antes. No le hice caso y seguí acariciándola en esa forma hasta que no se resisitió más y cogió mi cabeza con sus manos y me la apretó contra él. Ahí si la complací, le chupé su senito, le halé el pezón con mis labios y lo dejé entre mis dientes dándole mordisquitos suaves que la hicieron gemir mucho más. Me pase a su otro seno que tenía su pezón parado y durito y le hice lo mismo. Sentir sus gemidos continuados y que me apretara mi cabeza contra su seno me tenían súper excitado.
Bajé luego por su barriguita hasta su ombliguito y seguí rozándola lentamente metiéndole la lengua en él. Cuando llegué a su pubis la sentí estremecerse y suspirar de placer. Comencé a separarle sus pelitos y a correr mi lengua por todos sus puntos (aunque en un principio me dijo que le daba pena), explorándola y sintiendo como ya todo su cuerpo se estremecía, como me apretaba mi cabeza con sus piernas, como me sobaba la cabeza con sus manos, empujándomela como para que le hiciera más duro, gimiendo de placer (en un momento que puede mirar hacia su cara, tenía los ojos cerrados y respiraba fuertemente diciendo, así, así, asiiiiiiii), y en ese momento tuvo un segundo orgasmo fenomenal. No fue la primera vez que sentí de verdad la corrida de una mujer con tanta cantidad de flujo. Lo que le hacía me lo enseñó una mujer divina de 28 años (casada y con dos hijos), cuando yo solo tenía 13 años de edad y con ella fue que sentí lo que era que una mujer se corriera de verdad.. No todas tienen ese poder. Yo me bebí el de mi monjita así como lo hice con la mujer que me enseñó. El de ella y el de mi monjita me lo bebí todo sin dejar una gota.
A propósito. A mí se me había olvidado desde hacía rato que ella era una monja. Su ropa y la mía se habían quedado en la habitación de estudio y estábamos simplemente como un hombre y una mujer en celo. No sentíamos ataduras de ninguna clase.
Como me lo esperaba, no tuve necesidad de decírselo. Ella, por iniciativa propia, comenzó a besarme en la misma forma como yo lo había hecho con ella. Cuando llegó a mi miembro (yo estaba a punto de correrme y me había refrenado a punta de esfuerzo), comenzó a lamérmelo suavemente y a darle besitos en la cabeza mientras me lo apretaba con su mano. Y, en un momento, ya lo tenía en la boca chupándolo con deleite. Cuando le dije que estaba para venirme me dijo que ella quería bebérselo así como yo había hecho con sus jugos me dijo que no importaba – y, definitivamente, esto para uno (el sentir que se lo están bebiendo todo), es una delicia.
Volví a besarle su cuquita. No se imaginan como se ponía de duro su gallito (su clítoris), cuando yo se lo chupaba. Lo cogía entre mis labios y sentía como subía y bajaba de la excitación. Y, ella no dejaba de gemir y de decir en voz baja, así, así, así, más, más y un mmmmmmmmmmmmmass cuando terminó de venirse. Fue rico sentir nuevamente su orgasmo porque fue prolongado. Sentir que sus piernas temblaban, su respiración agitada, sentir como apretaba mi dedo con su cuquita pues se lo había metido hasta donde su himen me lo permitía.
Cualquiera de ustedes pensará que ella era ya una mujer experimentada. No, por el contrario, era la primera vez que lo hacía y de eso me di cuenta cuando traté de introducirle el dedo y sentir que su himen no estaba roto.
Descansamos un poco pero seguimos acariciándonos y ahí comencé a preguntarle cosas. ¿Qué si ella había tenido antes alguna experiencia como esta? Me dijo que era la primera vez. Que lo que si hacía era masturbarse (aunque me confesó que se sentía en pecado porque siempre le habían dicho que las niñas no debían hacerse eso porque se las llevaba el diablo), y muy a menudo. Que tenía muchos sueños eróticos (especialmente conmigo), y que en alguna ocasión que estaba bañándose entro una de sus compañeras y cuando se quedó mirándola ella no se tapó y se sintió excitada de que la viera desnuda. Le pregunté si había tenido alguna experiencia con alguna de sus compañeras y me comentó que solo en una ocasión con esa compañera se habían dado un beso apasionado pero que no habían pasado de allí.
De todas maneras, mientras nos estábamos acariciando yo ya me había vuelto a excitar y le pregunté si quería sentirlo mi miembro dentro de ella. Ella me contestó que sí pero que le daba algo de miedo (por lo que le había dicho una de sus hermanas de que eso dolía y porque también le daba miedo a quedar embarazada), y yo le dije que lo haríamos en una forma en la que ella no sentiría casi dolor y que además no iba a eyacular dentro de ella (que riesgo tan loco el que corrí – después me di cuenta que esto no es nada seguro), para que no tuviera riesgo de embarazarse.
Hago la siguiente acotación antes de proseguir. En esa época conseguirse un condón era algo difícil. Uno arrimaba a la farmacia, se buscaba uno de los hombres que atendían y en voz baja y con mucha pena pedía un condón. El problema era cuando el H.p que lo atendía uno decía a todo pulmón para que las muchachas lo oyeran. Hey, consíganme un condón para este muchacho.
Además, yo no iba a salir a buscar un condón corriendo el riesgo de que mi monjita se arrepintiera de lo que estaba haciendo.
Bueno, aunque estaba bastante mojadita fui al baño y traje un frasquito de aceite Jhonson para niños que le apliqué en su cuquita y en mi miembro y le pedí que se colocara encima de mí y comenzara a frotar su cuquita contra mi miembro, que frotara su gallito contra él para que se excitara bastante y que luego acomodara mi miembro en su entradita y que se fuera descargando lentamente sobre él. Que si sentía que le dolía se moviera para acomodarlo mejor hasta que se sintiera cómoda.
Así lo hizo pero fue tanta la excitación que sintió que cuando lo tuvo en su entradita se dejó descargar de una y su himen se rompió fácilmente. Solo le escuché decir ohhhhhhh, y ningún quejido de dolor. Comenzó entonces a meterlo y sacarlo mirándose para ver como le entraba y salía. De pronto lo sacó y cuando lo vio ensangrentado salió corriendo para el baño, se lavó y me llamó a mí para lavármelo. Cuando le pregunté que si le había dolido me dijo que solo un poquito cuando sintió el desgarrón pero que de resto no había sentido más. Nos volvimos a la cama y se volvió a colocar en la misma posición. Me decía que le cogiera las nalgas para ayudarla (que quería sentir mis manos sobándoselas y pasando mi dedo por su culito), a subir y a bajar, que le chupara sus teticas porque sentía deseos de que se las besara. En fin, una locura completa. Cuando sentí que iba a tener otro orgasmo me obligué a acelerarme y los tuvimos casi simultáneamente (se me olvidó que había prometido derramarme fuera de ella). Cuando mi miembro se estaba retirando de su cuquita sentía que con los espasmos de su orgasmo me lo iba apretando como para impedir que lo sacara. A cosa tan rica esa sensación.
A estas alturas eran ya casi las 6 de la tarde y ella tenía que regresar al convento antes de las 7 de la noche. Entonces, nos fuimos a bañarnos juntos (menos mal que mamá tenía un protector para el pelo – como explicaría si aparecía con su cofia mojada en el convento), y allí aproveché para enjabonarla y deslizar un dedo por su culito. Cuando sintió que le entraba se estremeció y no me dijo nada. Le pregunté que había sentido y me contestó que una sensación rica. Entonces comencé a metérselo con bastante jabón mientras con la otra mano enjabonaba mi miembro (Esto ya lo había hecho antes con amigas y ya estaba acostumbrado), la incliné un poco y le acomodé la puntita en su entrada y comencé a empujárselo suavemente. Me respondió abriendo un poco sus piernas y empujándose contra mí hasta que lo tuvo completamente adentro. Se imaginan. Lo tuve en dos huequitos apretaditos. Su cuquita y su culito sin estrenar. Se la dejé quieta adentro porque sabía que si medio la movía me iba a venir de nuevo pero aproveché para acariciarle su cuquita y provocarle otro orgasmo. Sentir ese orgasmo, sentir su culito apretándome y venirme fue casi que de inmediato. Y lo más rico. Sentirla nuevamente quejándose y emitiendo suspiros de placer.
Bueno. Ahí terminamos. Claro que eso es mucho decir. Terminamos de bañarnos y mientras nos secábamos seguimos besándonos, acariciándonos, un último sexo oral con una muy buena corrida en nuestras bocas.
Ya cuando se estaba vistiendo le dije que me dejara de recuerdo sus calzoncitos y me dijo que bueno. Que los besara y que siempre serían un motivo para que me recordara de ella.
Epílogo. Esta no fue nuestra única aventura. Tuvimos varias. Luego se retiró de la orden, se casó y hasta que supe tenía dos hijos (niña y niño), preciosos.
Aún conservo su recuerdo en mi mente y eso es lo que me ha permitido escribir este relato.
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