Mi Nombre es Stephano – Parte 1
🎬PRÓLOGO (20 años antes).
Exterior – Aldea balcánica – Atardecer rojizo
El canto de los grillos se mezcla con risas suaves y el crujir de leña. Stephano, un niño de doce años corre descalzo entre las casas de piedra. Su madre lo llama desde la puerta. Su padre afila un cuchillo sobre una piedra plana mientras cuenta una anécdota a los sobrinos que esperan el pan del día.
De pronto, un disparo. Luego otro.
Todo se detiene.
Una figura oscura emerge entre los árboles. Es el tío de Stephano, con el rostro cubierto de barro y sangre seca. No dice una palabra. Levanta un machete. El padre de Stephano intenta reaccionar, pero no tiene tiempo.
Frente al niño, su padre es asesinado.
Su madre es arrastrada por la fuerza.
(Tiempo presente – Aeropuerto de Bogotá)
Interior – Terminal internacional – Día
Stephano (ahora adulto), de rostro endurecido pero mirada alerta, duerme en un banco metálico. A su lado, una mochila raída y un documento de identidad extranjero parcialmente roto. En la televisión del aeropuerto se escuchan noticias: “…el convicto número 4781, será ejecutado hoy. Alega ser un demonio…”
Stephano abre los ojos. Escucha. Reconoce ese hombre.
Lo apunta en un cuaderno.
Una notificación suena en su celular roto. Un mensaje de voz:
“Laura desapareció. La vieron por última vez en el sur, camino a unas ruinas con su novia. Luego… silencio.”
Corte a Stephano, en silencio, mientras observa la selva desde la ventana del bus.
La música comienza.
Stephano (ahora adulto), de rostro endurecido pero mirada alerta, duerme encogido en un banco metálico. Su pierna descansa rígida. A su lado, una mochila gastada, un pasaporte extranjero con la portada pelada y un cuaderno manoseado por el tiempo.
Ruidos de maletas, anuncios lejanos en español e inglés, niños llorando.
Stephano se estremece. Abre los ojos.
Su celular vibra con insistencia. La pantalla está rota, pero funciona.
Un mensaje de voz. Lo reproduce.
VOZ (mujer, con tono contenido, casi en susurro):
“Stephano… Laura desapareció. Dijo que iba a visitar unas ruinas en Caquetá, cerca de San José del Fragua, con su nueva novia. Salieron hace tres semanas y desde entonces… no hay señales. Nadie contesta. Nadie las ha visto volver.”
Silencio.
Stephano no reacciona de inmediato. Mira al frente, como si procesara la información sin permitir que le atraviese.
Lentamente, abre su cuaderno. Escribe:
“Laura – Ruinas – Caquetá – San José del Fragua”
Cierra el cuaderno. Se pone de pie. Cojea levemente al caminar.
(6 horas después)
El bus avanza lentamente por una carretera destapada y húmeda. A través de la ventana, la selva se vuelve más densa, como un muro verde que lo observa.
Stephano, sentado junto a la ventana, sostiene el cuaderno abierto sobre las piernas. Sus dedos presionan con fuerza el bolígrafo. Al lado, su mochila descansa con una carta vieja, doblada en cuatro, asomándose por la cremallera rota.
(mensaje de voz, reproducción completa):
“Stephano… soy Clara, la tía de Laura. No tengo a quién más recurrir. Ella dijo que iba con su novia a ver unas ruinas cerca de San José del Fragua, en Caquetá. Salieron hace tres semanas. Desde entonces, silencio. No hay llamadas. Nadie sabe nada. Por favor… yo sé lo que ella significa para ti. Para todos. Si puedes hacer algo…”
La voz se corta, como si no pudiera decir más.
Stephano no parpadea. Cierra los ojos por un momento.
Flashback
— Laura y Stephano, adolescentes, corren por un campo abierto
— Ella ríe, él la sigue, ambos llenos de vida.
— Ella le entrega una flor y le susurra algo al oído.
— Luego, un andén de tren. Ella sube. Él no. Se miran por la ventana mientras el tren parte.
— Última imagen: ella desapareciendo tras el cristal empañado, él sin moverse.
Fin del flashback.
De vuelta al bus. Stephano abre la carta que sobresalía de la mochila.
La letra es de Laura. Se lee una línea:
“A veces siento que lo único real en mi vida fuiste tú.”
Él aprieta la mandíbula. Guarda la carta con cuidado.
A través del vidrio del bus cubierto de barro, con la selva expandiéndose alrededor.
Pueblo de San José del Fragua – Atardecer lluvioso
Una fina lluvia cae sobre el pequeño pueblo. Las calles son de tierra rojiza. Algunos niños descalzos corren tras un balón, mientras los adultos cierran ventanas y bajan cortinas como si se prepararan para una tormenta, aunque el cielo aún no se decide.
Stephano camina con paso firme, empapado, con su mochila al hombro. Se detiene frente a una tienda de madera desvencijada con el letrero: “Billares y Víveres El Caminante”.
Dentro, huele a cigarrillo, sudor y panela.
Interior – Billares El Caminante
Un par de hombres juegan billar sin hablar. Otros toman cerveza en silencio. Un transistor viejo escupe un vallenato mal sintonizado. Stephano entra. Todos lo miran, sin disimular.
Camina hasta el mostrador. Saca una fotografía arrugada del bolsillo interior de su chaqueta. La pone sobre el mostrador, cara abajo primero. El hombre lo mira con desconfianza.
En la imagen, Laura, sola, de pie frente a un paisaje montañoso cubierto de vegetación densa. Sonríe.
STEPHANO (español, con acento extranjero):
—¿La ha visto?
El hombre observa la foto, sin tocarla. La mira con detenimiento. Luego lo mira a él.
HOMBRE (en voz baja):
—Sí. Estuvo por acá. La recuerdo. Quería ver unas ruinas. Hablaba raro. No era de aquí.
STEPHANO:
—¿Con quién estaba?
HOMBRE (encogiéndose de hombros):
—Con otra mujer. Más joven, creo. No hablaban mucho. Preguntaron por el camino viejo… el que llaman “camino de los jaguares”.
Un silencio espeso cae. Stephano nota cómo los demás clientes bajan la cabeza, pero no dejan de escuchar.
STEPHANO (serio):
—¿Volvieron?
El hombre titubea. Mira hacia la puerta, como si esperara que alguien más entrara.
HOMBRE (finalmente):
—Ese camino pasa por zonas… complicadas. Hay monte, hay ríos… y hay gente que no le gusta que los miren.
Stephano frunce el ceño.
STEPHANO:
—¿La guerrilla?
El hombre no responde con palabras. Solo asiente, muy levemente.
STEPHANO (apretando los puños):
—¿Cómo llego?
El hombre toma una servilleta y dibuja con una lapicera un mapa tosco: un sendero que cruza un río, una bifurcación, un símbolo de “X”.
HOMBRE (voz baja):
—Si decides ir… lleva agua, lleva silencio, y no mires a nadie a los ojos.
(pausa)
—Y si ves algo… no lo viste.
Stephano guarda la foto con cuidado. Toma la servilleta.
No da las gracias. Solo asiente.
Sale del local. Afuera, la lluvia no ha cedido. La jungla espera.
Choza en medio de la selva – 2 semanas y media antes
Llueve con rabia. La selva respira humedad espesa, mezcla de lodo, hojas podridas y miedo.
Una choza de madera agrietada tiembla bajo el peso del agua. En su interior, el aire está detenido, rancio, cortante. La luz de una lámpara a gasolina titila sobre las paredes.
Laura está en una esquina, de rodillas sobre una colchoneta vieja. Viste una camiseta larga, ajena, que le cubre apenas los muslos. Tiene el cabello pegado al rostro por el sudor, los labios partidos envuelven una verga de demasiado grosor para su boca, una herida seca sobre la ceja. Mira al vacío con la mirada de quien ya no espera ser salvada, mientras es penetrada brutalmente por la boca. Por momentos puede sentir en su nariz los pelos púbicos de su violador. Le falta el aire mientras su garganta intenta adaptarse al intruso que la invade. Sus manos hacen un intento vano por empujar los muslos de aquel hombre.
Su violador observa encantado como su verga desaparece en la boca de su nueva victima mientras sigue con ímpetu sus penetraciones. Le saca la verga por breves momentos que permiten a Laura tomar el aire para continuar, momentos que son aprovechados por aquel hombre para golpearle la cara con su verga y deslizar su propia saliva por todo su rostro.
Es su putita, su zorrita, tragaleche.
Un silbido suena afuera. Luego risas.
Voces de hombres, lejos, acostumbradas.
No hay gritos. Su mirada está ida, pero sus pupilas tiemblan.
A tres metros de ella, amarrada a una columna con cuerdas de plástico azul, está Isabel, su novia. Desnuda, el rostro manchado por el barro y el llanto seco, las muñecas heridas por el roce constante.
ISABEL (voz entrecortada):
—Por favor… basta… por favor…
El hombre gira brevemente hacia ella.
VOZ DE HOMBRE (con burla):
—Tú mira, que lo tuyo es aprender. Esto pasa cuando se juega a ser valiente.
Isabel aparta la mirada.Otro hombre la obliga a girar la cabeza sujetándola por el cabello.
VOZ DE HOMBRE 2:
—No pestañees. Esto también es tu culpa.
Laura, con su boca extremadamente abierta, recibe verga hasta su garganta, pero no hay sonido. Sus dedos a los muslos de aquel hombre con rabia.
La lámpara vibra. El relámpago ilumina por un segundo sus ojos. Hay dolor, pero también algo que queda vivo: una chispa apenas perceptible.
Isabel temblando e igual de sometida era obligada a mirar.
La pulsera, rota, junto al suelo.
Solo se escucha la lluvia.
La única razón para que Laura no caiga es la fuerza con la que el hombre la sostiene de su cabeza, desprovista de fuerzas. Sus ojos están abiertos, pero no enfocados. La luz de la lámpara a gasolina tiembla, proyectando sombras grotescas en las paredes.
Isabel, atada de pies y manos a un pilar, jadea entre sollozos. Intenta mirar a otro lado. No puede.
VOZ DE HOMBRE 1:
—Mírela, carajo. No le quite los ojos. ¡Así se aprende, putita!
Isabel gira el rostro a la fuerza, uno de los hombres la sujeta del cabello, otro ríe al fondo.
HOMBRE 2:
—Esta chiquita también tiene cara de tragarse lo que sea… ¿no, Padilla? HOMBRE 2:
—Me gusta. Suave… como tú.
Se relaja. El cigarro se apaga solo entre sus dedos.
Isabel lo observa desde abajo. Ha memorizado la posición del machete, colgado junto a la puerta. Sabe que Padilla está concentrado en Laura. Que la pistola está en la mochila.
Sus dedos juegan con el pene que abrazan. No tiembla.
HOMBRE 2 (excitado):
—Mañana te dejo estirar las piernas un rato… pa’ que me lo agradezcas después.
(se ríe solo)
Y no me hagas enojar como la otra, ¿sí? Tú eres distinta… tú sabes cómo chuparme la verga.
Isabel finge una sonrisa. Breve. Corta.
En sus ojos: odio contenido. Memoria viva de Laura. Y una chispa. No de esperanza aún… pero sí de preparación.
ISABEL:
—Si me enseña… aprendo.
(baja la mirada)
¿No es eso lo que usted quiere?
Él asiente satisfecho. Comienza a gemir. Isabel aprovecha para mover los ojos. Revisa el suelo. Visualiza el machete junto a la puerta, la cuerda enrollada, la taza de metal vacía que podría usar para hacer ruido… o como distracción.
ISABEL (voz interna):
Cuando duerma del todo. Una sola oportunidad. Primero Laura. Luego la salida. No al revés.
El hombre gime La noche está más oscura que nunca.
Isabel se queda mirando. Y a su lado Laura.
Isabel tenía una belleza callada, de esas que no piden atención pero la atrapan igual. Su sonrisa era blanca, frágil pero firme, capaz de cortar el aire en medio del miedo. Sus ojos, oscuros y brillantes como obsidiana, no mostraban ya inocencia, sino una tormenta que se agitaba detrás del silencio. El cabello, enredado y húmedo por la selva, le caía sobre los hombros como una trampa tejida con paciencia. No era fuerte, pero sí resistente. No tenía armas, pero cada gesto suyo estaba afilado por la necesidad de sobrevivir.
Padilla se ha recostado completamente encima de Laura, su mano se ha metido debajo de ella para apretar y estrujar uno de sus pezones. Isabel inclina el rostro y logra verla. La luz temblorosa le acaricia la mejilla mientras Padilla se acomoda sobre Laura, confiado, como si ya le perteneciera.
Ella no dice nada.
ISABEL (voz interna):
Me perdía en esos pensamientos de una manera muy profunda, como quien se sumerge en un río oscuro sin miedo a tocar fondo. No era solo el recuerdo: era la necesidad de aferrarme a algo que no doliera. A algo que, por un segundo, me hiciera olvidar el presente.
Recuerda el momento en que Laura se reía al verla tropezar con las piedras del sendero, cómo se quitó la mochila solo para cargar la de ella.
“Tonta, si te caes, yo me caigo contigo.”
No pueden quitármela. No pueden. Voy a salir de aquí. Las dos vamos a salir de aquí.
Cierra los ojos. Respira hondo. Y deja que su mente haga el trabajo más difícil: sobrevivir sin romperse.
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