Mi nuevo departamento. Parte 1.
Recientemente divorciado, Enrique se muda a un nuevo y lujoso departamento en otra ciudad. Contrata a una joven sirvienta que le hará olvidar a su ex esposa..
Para ocupar mi nuevo puesto, debo mudarme a otra ciudad. Dicho traslado incluye el reacomodamiento en un nuevo domicilio. Pasaré de dormir en una casa de 15 metros cuadrados, a dormir en el piso 20 de un departamento con vista a media ciudad. Mi sueldo aumentará a más del doble de lo que era. Mudarse de ciudad no es fácil para nadie, de ahí el porqué de tantos halagos por parte de la empresa. Lo que ellos no saben es que me están haciendo un favor, ya que éste es el cambio de ambiente que mi vida necesita en éste momento.
Enrique es mi nombre y con 42 años de edad acababa de ser promocionado a Gerente de Recursos Humanos.
Al poco tiempo que comienzo a trabajar, la nostalgia hacia mi ex esposa se hace más intensa. Pues su ausencia no solo se nota en la cama al despertarme todos los días, sino también al llegar del trabajo y encontrarme con un departamento enorme, oscuro y sin nadie que me acompañe a cenar. Vivir solo exige un esfuerzo extra. Las labores domésticas como limpiar y cocinar ahora también están en mis manos. Trabajar de gerente lleva más horas de las que estaba acostumbrado, y sumar a eso que al llegar a casa debo prepararme mis comidas pues hace que mis momentos de descanso sean casi nulos. Eso es lo que me motiva a buscar una empleada doméstica que me ayude con los quehaceres.
Para ese entonces ya ha pasado casi un mes desde que me mudé. Mi rutina incluye una jornada de ejercicios en el gimnasio, el cual se encuentra en la planta baja del edificio. Una de las típicas costumbres que acontece un divorcio es mejorar el aspecto físico. Mi cuerpo ya estaba aceptable antes de separarme, y ahora con el ejercicio está mucho mejor.
Al subir en el ascensor de regreso a mi piso, una vecina anciana que vive dos departamentos debajo del mío, dice que al parecer se enteró que yo estaba buscando una empleada doméstica. Dijo que conoce a una mujer que ya ha trabajado limpiando y cocinando en su departamento, y según ella es muy confiable y responsable. Le doy mi tarjeta con mi número para que se lo pase a esa mujer.
Al día siguiente, estoy sentado en mi oficina redactando junto a mis asistentes el nuevo formato de liquidación de sueldos. Mientras tengo la mirada fija en la computadora mi celular empieza a sonar. Es un llamado de un número desconocido. La voz de una mujer joven se oye del otro lado del teléfono. Me dice que mi vecina le pasó este número para comunicarse con migo. Tal parece que en este momento está desempleada y está dispuesta a escuchar mi oferta de trabajo.
En la mañana del sábado siguiente, me pongo a reacomodar algunas cosas del departamento para que cuando Julia llegue no note mi desorden. Julia, así es como me dijo que se llamaba. El timbre sonó y yo abrí la puerta. En cuanto la veo, noto que no me equivoqué al sospechar de lo joven que era. Pero en lo que sí me equivoqué, fue en no haberle comentado mucho antes a mi vecina que necesitaba una empleada, para que así me recomiende a esta mujer.
La hago pasar y le pido que se siente en el sofá de la sala. Ella gira la cabeza haciendo un paneo breve del enorme departamento antes de sentarse. Yo me coloco en el otro extremo del sofá y le pedí que me cuente algunos detalles de su vida. Ella con mucha cordialidad, empieza diciéndome que tiene 28 años y que vive sola con su única hija de 9. Actualmente está desempleada y vive de la cuota que recibe de su ex pareja y de alguna ayuda que le dan sus padres. Está terminando un curso de repostería y espera dedicarse a eso a partir del próximo año. Yo hago lo posible por mantener mi concentración en escucharla y no tanto en mirarla. Pero ella trae puesto un jean azul acampanado y una blusa rosada con tirantes que me lo hacen muy difícil. Sin mencionar el lacio de su cabello y la claridad de sus ojos.
Hacemos un pequeño recorrido por el departamento para enseñarle las áreas a asear, como así también dónde están y cómo funcionan los electrodomésticos de la cocina. En un momento ella se coloca delante de mí y se agacha a observar el interior del horno. Pareciera ser que le hicieron el pantalón a la medida de sus partes, ya que la redondez de sus nalgas se marca a la perfección.
Respondo un par de dudas más que ella tiene y después si más, me dice que está preparada para aceptar el trabajo. Ella tiene el cien por ciento de mi admiración, pero no el cien por ciento de mi confianza, asique antes de cerrar el trato quiero mostrarle una cosa más.
Le pido que me acompañe a mi habitación un momento. Estando allí, abro el armario que está junto a mi cama y le enseño el equipo de vigilancia que resguarda el departamento cuando yo no estoy. Hay cámaras de seguridad en cada habitación del departamento. Todas las grabaciones se guardan en una nube en línea. El sistema continúa funcionando aún cuando haya apagones de energía. Y además de eso, puedo conectarme en vivo con cada una de esas cámaras desde mi celular. Todo esto es una forma de decirle que me daré cuenta si hace algo indebido mientras no estoy.
Ella lo entiende a la perfección y me da su palabra de que solamente vendrá aquí a trabajar. Explicado eso no hay más nada que decir. Ella acepta los términos del empleo y yo le doy una copia de las llaves del departamento.
Comienza a trabajar al lunes de la semana siguiente.
Llega al departamento a las cuatro de la tarde de forma puntual y vestida con la misma voluptuosidad que la vez pasada. Yo estoy en mi trabajo pero la observo en vivo desde mi celular. Lo hago cada veinte minutos constatando que todo marche bien.
Ella trapea los pisos, lava las vajillas, limpia los espejos del baño y tiende la cama de mi habitación. En ningún momento alza la cabeza para mirar las cámaras. Se comporta con el mismo decoro del que la vecina anciana me habló.
Cuando finaliza mi jornada en la empresa y vuelvo a mi departamento, la comida está en una bandeja en la mesa y tapada para que no se enfríe. Incluso los cubiertos ya están colocados y listos para uno siente a comer. Julia ya se ha ido hace como una hora. Se fue con la misma puntualidad con la que llegó. Lo único que quedó de ella fue el dulzor de su perfume en el aire a mi alrededor.
Es evidente que me siento atraído hacia ella y no solo por su aspecto físico, sino también por la forma en que contribuye a que mi nueva vida sea más llevadera. Aquella engorrosa nostalgia hacia mi ex esposa comienza a desaparecer.
Durante las siguientes semanas, ella continúa viniendo todos los días y realizando sus tareas de manera impecable. Mi desconfianza va desapareciendo asique ya no la vigilo tan seguido, y las pocas veces que lo hago, no es para controlarla sino para contemplarla. Siempre se va antes de que yo llegue, asique no tenemos muchas ocasiones para estar a solas y conversar. Si quiero lograr que este vínculo empiece a avanzar hacia algo más, me parece que yo debo dar el primer paso. Para eso, primero tengo que encontrar la forma de llegar más temprano de trabajar.
Siguiendo el ejemplo de mis holgazanes superiores, cambio mis horarios de trabajo. Todas las labores interpersonales que realizaba en la oficina las paso para las primeras horas, y las actividades fáciles de escritorio quedan para el final de la jornada. De ese modo puedo retirarme antes y terminar esas tareas desde casa.
Es un miércoles a la noche donde termino llegando casi dos horas antes que lo de siempre. Julia se encuentra amasando unos espaguetis en la cocina. Por supuesto que se sorprende al verme entrar por la puerta tan temprano, pero no se dedica a preguntar ni cuestionar nada. El dueño del departamento soy yo después de todo.
Nos saludamos y voy a mi habitación a cambiarme. Me desanudo la corbata y me quito la camisa dejando ambas sobre la cama. Empiezo a desabrocharme el pantalón para luego bajármelo y quedarme en bóxer. Me acerco hasta el ropero y me pongo a buscar los shorts que casi siempre uso después de llegar a casa. Es lo que me hace sentir cómodo.
*Toc* *Toc* *Toc*
–Disculpe señor ¿Desea que le prepare un café o una bebida ahora que está aquí?
Sin abrirla, Julia me habla del otro lado de la puerta ofreciéndose a prepararme algo. Yo aún semidesnudo, me acerco un poco para decirle que no hace falta, que yo mismo me lo prepararé al salir. Ella lo acepta y regresa de nuevo a la cocina.
Ahora que lo pienso, ante la presencia de ella lo mejor sería usar una vestimenta más atrayente que la de entrecasa. Asique tomo del armario unos jeans azules, una camiseta blanca y una camisa a cuadros desabotonada. Voy hacia la cocina a prepararme mi trago. Julia empieza a pasar la masa sobre la máquina para pastas. Cuando me ve venir ojea mi vestimenta un par de segundos y luego sigue en lo suyo. Yo miro hacia otro lado fingiendo que no me doy cuenta.
Abro la heladera, tomo una cubitera del freezer y luego saco una botella de Ron Bacardí Blanco de la gaveta de arriba. La cocina tiene una mesada de mármol pegada a la pared y una isla de mármol donde se encuentran las hornallas. En medio de ambos un pasillo para transitar. Julia y yo estamos espalada con espalda. Ella en la isla preparando los espaguetis y yo en la mesada preparando mi trago. A pesar de estar de espaldas, aún puedo observar algo de ella. Delante de mí está la tostadora plateada, cuyo reflejo me permite ver sus partes traseras sin la necesidad de voltearme. Su ajustado pantalón blanco junto con el fondo negro contrasta la redondez de sus curvas a la perfección. Me tomo mi trago sin quitarle los ojos a ese espectáculo. Hipnotizado como si fuera el primer trasero que veo en mi vida.
–¿Le gusta? –Me pregunta ella.
–Qué cosa.
–La comida que estoy preparando.
–Oh sí. Sí me gusta. Bueno… en realidad esa respuesta se la tendré que dar después de comer.
Tomo un sorbo para calmar mis nervios.
–Honestamente la pasta casera no es mi especialidad –dice ella girando a verme.
–Y cuál es tu especialidad.
–Supongo que lo relacionado a la repostería. Cosas dulces con crema, confites, bombones, fresas, chispas y eso.
–Si gustas puedes echarle un par de bombones a esos espaguetis, no me molesta.
Una carcajada espontánea surge de ella y se larga a reír. Yo le respondo con una sonrisa de satisfacción. Fue un chiste malo, pero al menos sirve de puntapié inicial para que entremos en confianza y empecemos a hablar de una forma más liberada.
Me quedo charlando con ella el resto del tiempo hasta que terminó de cocinar. Cada vez que le comento un detalle de mi vida, le surge otra pregunta para hacerme. Las cosas principales de las que le hablo son mi reciente divorcio, aunque cada vez que me pregunta la causa cambio de tema. También le hablo del ascenso que tuve en la empresa y el hecho de que a pesar de haber estado casado nunca tuve hijos. A pesar de que también logro sacarle información sobre su vida lo que más me interesa, es cuando en un comentario al azar menciona que está soltera.
El tiempo pasa volando y cuando nos damos cuenta los espaguetis ya están listos. Julia se va a poner a preparar los utensilios en la mesa, pero le digo que yo mismo los colocaré más tarde cuando me siente a comer. Aún es temprano.
Pero para ella es tarde. Su hora de irse ha llegado. Toma su bolso y su abrigo y se marcha, pero no sin antes agradecerme por la charla y la cortesía.
–Me gustaría quedarme a seguir charlando pero debo regresar con mi hija –me dice mientras la acompaño a la puerta.
No creo que lo esté diciendo solo por amabilidad, creo que en su interior realmente disfruta de mi compañía. Se va pero esta vez me deja algo más que su comida o su perfume. Y es una enorme sonrisa de satisfacción en mi rostro que me dura el resto de la noche.
Lo que pasa el resto de la semana es muy parecido a lo de esa noche. Yo continúo viniendo temprano con el pretexto de que mi horario se ha reducido. No solo nos ponemos a charlar sino que a veces hasta le ayudo a cocinar. A pesar de que soy un hombre de 42 años y ella una hermosa joven de 28, esa diferencia de edad no influye en nada a la hora de comunicarnos.
Varios días después, empiezo a sentir un interés especial de ella hacia mí. Es en ese momento que decido hacer una jugada muy arriesgada. En lugar de invitarla a salir, opto por hacer todo lo opuesto. Dejo de venir temprano y empiezo a llegar después de que ella se va. No le digo a Julia que voy a empezar a llegar más tarde asique está sorprendida e intrigada durante esos días. Yo la observo con mi celular desde mi trabajo. Ella no deja de mirar hacia la puerta cada cinco minutos esperando por mi llegada. No es mi intensión hacerla sufrir, solo quiero ver si su interés hacia mí aumenta durante mi ausencia. Y tal parece que la estrategia funciona.
Nos volvemos a ver el siguiente sábado a la mañana cuando viene al departamento a retirar su pago. Me excuso diciendo que tuve mucho trabajo esta semana y por eso no pude llegar temprano. Ella lo entiende a la perfección y no solo eso, sino que para mi sorpresa, me confiesa que se sintió un poco sola trabajando en el departamento sin mi compañía, y que estuvo esperando con ansias este día para volverme a ver. Al escuchar eso, pienso que si ella no tiene temor en expresar su apego hacia mí, yo tampoco lo debo tenerlo. Decido dar el gran salto de una vez. Le propongo recuperar el tiempo perdido y salir a cenar esa misma noche.
El pudor que expresa su rostro era bastante llamativo. Como el de una quinceañera que acababa de recibir una carta con corazones del chico que le gusta. Se siente bastante alagada por la propuesta y me confiesa que se muere de ganas de aceptarla, pero que esta noche no va a poder ser, ya que le prometió a su hija que irán a casa de sus abuelos todo este fin de semana. Le digo que no hay problema y que lo podemos dejar para otra ocasión. Qué otra cosa le puedo decir. Ella vuelve a agradecerme por la propuesta y después se marcha. Quizá no podamos salir esta noche pero al menos ya queda demostrado el interés que sentimos el uno al otro. Tal vez cuando nos volvamos a ver el lunes, ocurra algo más que solo una charla. Cuando llegue temprano y estemos los dos solos en el departamento, quizá hagamos algo más que solo hablar.
Por desgracia nada de eso ocurre. Ese lunes siguiente yo vuelvo a llegar tarde. Un par de horas después que ella se va. Pero esta vez no es apropósito. Por un exceso de trabajo y una crisis en nuestra área todo mi equipo de Recursos Humanos tiene que quedarse a hacer horas extras. No solo llego tarde ese lunes sino que también todo el resto de la semana. Lo que antes había sido una excusa ahora se vuelve realidad.
Justo cuando pienso que voy a tener que esperar hasta el próximo sábado para volverla a ver, ese viernes se abre una ventana de oportunidad. En la oficina solo nos quedan algunas actividades que no son muy urgentes y decido pasarlas todas para el próximo lunes. Después de una semana de tortura, nadie de mi área se opone ante esa decisión. Todos quedamos de acuerdo en salir más temprano.
Cuando llego al departamento y empiezo a subir en el ascensor, observo mi reloj y son las 19:45. El auto de Julia está estacionado en frente, significa que aún no se va. Cuando finalmente abro la puerta y entro, ella desde la cocina me oye ingresar y gira la vista hacia mí. Su rostro se ilumina con una sonrisa felicidad. Una sonrisa de satisfacción. Lo sé porque es exactamente la misma sonrisa que yo tengo. La que había tenido desde que la conocí.
Está más hermosa que nunca. Su blusa amarilla por demás escotada mostraba a detalle la redondez y dureza de sus abundantes pechos. La brillantez de sus ojos solo se compara con la brillantez de su cabello lacio. Me acerco a ella casi sin parpadear y nos saludamos con algún que otro tortoleo. Ella está terminando de cocinar un par de pizzas caseras con cebolla y morrón. Yo me quito el saco y me quedo en la cocina a ayudarla. Todo mientras charlamos de lo ausente que volví a estar esta semana. Por desgracia la conversación no dura mucho, ya que como se sabía, su hora de irse no tardó en llegar.
Las dos pizzas quedan terminadas y guardadas dentro del horno para que no se enfríen.
–Me gustaría quedarme a comer esas pizzas contigo Enrique, pero debo irme a casa a quitarme este olor a cebolla –bromea ella mientras se pone su abrigo preparándose para marcharse.
–Lo sé –respondo– Además tu hija debe estar esperándote.
–En realidad… a mi hija le toca estar con su padre todo este fin de semana. Asique voy a estar sola en casa cuando llegue.
Ese comentario hace que se me alce una ceja. ¿Lo dijo para insinuarme algo? Tal vez sí, tal vez no. Sea como sea, creo que estoy ante la oportunidad que he estado esperando.
–Esas dos pizzas se ven deliciosas pero no creo que pueda comérmelas yo solo –le digo– Si gustas puedes quedarte y hacerme compañía.
–¿Qué? ¿De verdad? –Pregunta ella.
–Así es. Creo que es la mejor oportunidad de tener la cena que no pudimos la vez pasada.
–Tal vez tengas razón. O sea que si me quedo va a ser como una especie de cita. No sé si estoy bien vestida para eso.
–Yo creo que te ves radiante así como estás.
Inclina la cabeza y lanza una carcajada en señal de sonrojo.
–Vaya. Tú sí que no tienes miedo de ser osado –comenta ella con una mirada provocativa– Okey… Creo que aceptaré tu invitación. Me quedaré a cenar contigo.
–Perfecto, gracias.
–Aunque… solo lo haré con una condición.
–¿Cuál condición? –Le pregunto.
–Que te quites la camisa.
–¿Disculpa?
–Debes cambiarte esa camisa blanca antes de sentarte a comer –explica ella– No vaya a ser que la manches como las otras.
–Yo nunca mancho mis camisas comiendo.
–¿Olvidas que soy yo quien lava tu ropa? –Ironiza seguido de una sonrisa.
Tengo que darle la razón. Es curioso que ella tenga olor a cebolla y el que deba cambiarse de ropa sea yo.
Abro el ropero de mi habitación y me coloco unos jeans oscuros y una camisa celeste. Paso al baño que queda frente a mi habitación (del otro lado del pasillo) y estando frente al espejo, aprovecho para peinarme. Hace poco me he cortado el cabello. Los costados de mi cabeza están casi rapados, mientras que en el centro está extenso y peinado hacia atrás. Me desabono un poco la camisa para observarme el torso. Mi pecho y mis abdominales dan prueba del ejercicio que llevo haciendo hace tiempo. Yo solo buscaba mantener un estado saludable, pero al parecer obtuve más que eso. Me vuelvo a abotonar la camisa y regreso a la sala.
Por el ventanal del balcón se observan algunos relámpagos de una tormenta que se acerca. Aún es algo temprano para cenar, asique solo nos sentamos en el sofá de la sala mientras yo sirvo un par de copas de vino.
Empezamos a tener una charla más intensa que las veces anteriores.
Me comienza por contar los detalles de su separación. Dice que la tormenta llegó hace como un año, cuando ella descubrió que su novio estaba teniendo una aventura. Pero no fue la infidelidad lo que más la impactó, sino que su pareja la estaba engañando nada menos que con otro hombre. Su novio ocultaba un lado homosexual.
Escucharlo era chocante, pero no imagino lo que para ella habrá sido vivirlo.
–Si me hubiera engañado con una mujer, al menos podría competir –ironizaba ella– Pero no sirve de nada volverse más bella si a tu hombre le gustan otros hombres.
Eso marcó el fin de la relación. Como cualquier separación, acordaron la cuota alimentaria y los días de custodia de su hija. Su ex pareja se marchó a vivir a un departamento, sigue viéndose con otros hombres pero aún no sale del closet. La única razón por la que mantiene su cuota al día es porque Julia le guarda el secreto. Y yo que antes me preguntaba cómo es que alguien puede abandonar a una mujer tan especial como Julia. La única respuesta posible era que ese hombre fuera gay. Y así fue de hecho.
Para estas alturas de la noche ya estamos en la mesa comiendo. Las pizzas que cocinó quedaron por demás deleitosas. Destapamos la segunda botella de vino y nos volvemos a sentar en el sofá con nuestros estómagos por demás satisfechos. Por el ventanal se pueden ver las primeras gotas de lluvia de un cielo que parece que se va a desmoronar.
–Supongo que ahora es tu turno –Julia me sorprende con ese comentario.
–Mi turno de qué.
–Quiero escuchar el motivo de tu divorcio. No creo que sea peor que el mío… ¿O sí lo es?
–Bueno… digamos que fue por un motivo diferente, pero tuvo la misma consecuencia.
Se toma un sorbo de su copa y dispone su atención en escuchar mi historia. Yo ya le he contado que mi proceso de separación está en un 90 por ciento, y que quedan un par de audiencias más antes que todo termine.
A diferencia de ella, en mi caso no hubo infidelidades ni secretos ocultos. No fue culpa de ninguno de los dos. Solo sé que cuando pasó lo que pasó, la confianza ya no fue la misma y decidimos dar por terminado un matrimonio de 8 años. Para cuando empezamos a tramitar los papeles ella ya vivía en otro departamento. El proceso se simplificó ya que no teníamos hijos de por medio. Y a pesar de que mudarme aquí fue un gran salto laboral y económico, nunca pude disfrutarlo del todo por tener que estar lidiando con una separación.
Julia me vuelve a insistir con que le cuente el motivo exacto de mi rompimiento. Yo solo argumento que es algo que me avergüenza detallar en voz alta, pero que no descarto decírselo en otro momento.
–¿Al menos puedes decirme si aún la extrañas? –Pregunta.
–Los primeros días después de mudarme lo hacía. Pero un día sin darme cuenta, lo empecé a superar.
–¿Qué te ayudó a superarlo?
–Digamos que en esta nueva ciudad tengo algo especial. Algo que día a día hace que mi nueva vida sea más llevadera.
–Lo sé –sonríe– Tu nuevo y lujoso departamento.
–No… No me refería al departamento.
Queda mirándome a los ojos en completo silencio, al mismo tiempo que sus ojos se van iluminando. Luego… llega lo inesperado.
Un súbito trueno cae sobre el edificio provocando que las luces se apaguen. La oscuridad y el silencio se hacen presentes de un segundo al otro. Julia y yo quedamos solos en el departamento rodeados de oscuridad. Afuera una tormenta tan inmensa que parece que será difícil que se pueda ir a su casa.
Continuará…
Me ha encantado, muy bien escrito, algo que no es normal en este foro. Enhorabuena, voy a por la segunda parte