Mi padre, mi amor
De cuando me entregue a mi padre.
Desde que mi madre nos abandonó, hace ya 15 años, cuando yo apenas tenía 3, mi padre y yo nos hemos acompañado en todo momento, en los buenos y en los malos. Por eso, cuando mi prima nos dio las invitaciones para su boda, no dudé ni un solo instante de ir acompañada de mi padre.
Sé que él se siente muy orgulloso de ir del brazo de su niña, cómo el me llama. Y yo también lo estoy de ir del suyo.
Yo nací cuando mis padres eran aún muy jóvenes, probablemente demasiado. Mi padre acaba de cumplir 37 años, y yo ya tengo 18. De mi madre, que es un año menor que mi padre, no sé nada desde que, un buen día, no se presentó a buscarme al colegio. Todo lo que tuve que llorar, lo hice esa tarde. Nunca más vertí una lágrima por ella.
En cambio, sí he llorado por mi padre. Le he visto pelear, sufrir, luchar y renunciar a disfrutar de su propia vida, por sacar adelante la mía. Nunca ha mantenido ninguna relación medio seria con ninguna mujer. Y eso que tentaciones no le han faltado. Sin ir más lejos por parte de Lore, una compañera de su trabajo, que en alguna ocasión ha estado en mi casa y a la que mi padre, a lo sumo, habrá follado alguna vez, pero con la que jamás ha llegado a tener algo similar a una relación sentimental.
Yo a mis 18 años y desde que mi madre nos abandono a mis 3 años, he sido una niña muy feliz con el cuidado y amor de mi padre, mido 1.65, soy delgada pequeñas tetas pezones picudos, acinturada de nalgas redondas y paradas piernas bien proporcionadas, pelo largo negro y no feas facciones, no he tenido novio y mucho menos sexo, muchos amigos pero nada en serio, por curiosidad desde que tenia 11 años descubri en internet la pornografía y aunque no soy fanatica por medio de ella conozco las relaciones sexuales y aprendi a disfrutar un poco de mi cuerpo masturbandome, desde hace 4 años a los 14 descubri que deseaba tener sexo, pero también descubri que el objeto de mi deseo era mi papa, he tratado de borrar esa idea, sin lograrlo
Mi padre es un hombre atractivo, moreno, de estatura mediana, de cuerpo agradable y sonrisa cautivadora, que a base de esfuerzo y trabajo, ha logrado alcanzar una posición económica desahogada, de la que la principal beneficiada soy yo.
Por todo ello me siento en deuda con él. Y por eso, aquella noche sucedió lo que tenía que suceder.
Después de casi tres horas bailando, casi sin descanso, la celebración de la boda de mi prima Ana ya no daba más de sí. Al menos para mi padre y para mi.
Fui yo quién se encargó de conducir el coche hasta nuestra casa. Mi padre había bebido un poco más de la cuenta, y no era muy aconsejable que fuera él quién condujese.
Sentada en nuestro Toyota RAV4 me sentía poderosa, dominadora de las calles y de la carretera. El vestido negro con brillantes, que de pie quedaba un buen trozo por encima de las rodillas, al sentarme para conducir, dejaba ver gran parte de mis torneadas piernas y muslos.
Llevaba el vestido con un discreto y pequeñísimo tanga, también negro, para evitar las antiestéticas marcas de la ropa interior, y en la parte superior prescindí del sujetador. Aun puedo lucir mis tetas sin riesgo de que parezcan caídas o blandas. No son demasiado grandes, pero sí están bien formadas y coronadas por dos suculentos pezones.
Mi padre iba guapísimo. A mi siempre me ha parecido el hombre más guapo del mundo (pasión de hija), pero la verdad es que ese día lo estaba especialmente. Durante cena, y después, en el rato que estuvimos en la discoteca con el resto de invitados, varias fueron las mujeres, desde los 30 hasta pasados los 50, que no le quitaron ojo de encima, y alguna incluso se atrevió a tratar de ligar directamente con él.
Pero él, como siempre, se mantuvo fiel a sus principios, y rehúso todas las tentaciones que la vida, una vez más, le puso por delante.
Yo me retorcía de ganas de decirle: papá, disfruta. Ve con ella, pásalo bien. Folla con ella si os apetece, que yo puedo volver a casa sola. Pero no lo hice.
En el trayecto de vuelta, varias veces, durante la pequeña conversación que mantuvimos, comentando algunas de las anécdotas del día, pude observar como mi padre me miraba. Su mirada no era la mirada de un padre orgulloso, sino la mirada de un hombre que siente arder su deseo. Yo, lejos de turbarme o evitar de algún modo que me mirase así, sentí un cosquilleo en lo más profundo de sexo, que hizo que me calentara más de la cuenta.
– Has sido el triunfador de la noche –le dije.
– ¿Yo? No lo creo –respondió él.
– Sí, lo has sido. Todas las mujeres solas, entre 30 y 50 años, te comían con los ojos, y alguna ha intentado ligar contigo, pero tú, como siempre, no te has dejado –le dije sonriendo.
– Hija, era una boda, estábamos de celebración. La gente bebe, se desinhibe y pierde un poco la vergüenza, pero no creo que por eso, yo haya sido el triunfador de la noche –trató de explicarme.
– Sí, todo lo que tú quieras, pero te comían con los ojos. No soy tonta, yo también lo he hecho con algún chico –le respondí.
– ¿Y por qué nos ha hecho tú lo que me dices que debería haber hecho yo? –me preguntó.
– Me reservo para alguien mucho más especial, alguien que merece mucho más que nadie todas mis atenciones y cariño –le dije, volviendo mis ojos hacia los suyos y poniéndole mi mano sobre su muslo.
Mi padre no dijo nada más. No esperaba esa respuesta por mi parte. Pero sus ojos volvieron a mirarme en varias ocasiones más. Tanto el pronunciado escote del vestido, como la larga porción de mis muslos que estaban a su lado, a la vista.
Mientras tanto yo, sintiéndome observada por mi padre, y tras haber elevado el listón de la conversación de la forma en que lo había hecho, estaba experimentando un profundo e intenso estremecimiento en mi entrepierna.
Vivimos en una urbanización a las afueras de la ciudad, por lo que llegamos allí en apenas 10 minutos más.
Mis pulmones se llenaron aún más del aroma del perfume de mi padre en el pequeño habitáculo del ascensor, dónde de nuevo, como ya había hecho aquella tarde, me agarré a su brazo, apoyando con descaro mi cuerpo en el suyo, para que pudiera notar, sin ningún género de dudas, mi teta sobre su costado.
Entramos en casa. Cada uno se dirigió a su habitación. Mi cuerpo hervía en ganas de sexo. En ganas de recompensar a mi padre por tantos y tantos días, momentos y años de dedicación exclusiva a mi, anteponiéndome a todo lo demás, a su propia felicidad. Queria darle mi virginidad, mas bien deseaba que el la tomara y me hiciera feliz
Pude escuchar, en el silencio de la madrugada, como mi padre se quitaba los pantalones y los zapatos, (el ruido de la hebilla del cinturón fue inconfundible), y como se dejó caer sobre la cama a la vez que suspiró, seguramente que mientras se quitaba la corbata y desabrochaba la camisa. En ese momento tomé una decisión: mi decisión.
Me acerqué sigilosa hasta la puerta de su habitación. La abrí muy despacio y le encontré, como había intuido, sentado sobre la cama, descalzo, sin pantalones ni corbata, y con la camisa medio desabrochada.
– Clara, ¿necesitas algo? –me preguntó tan sorprendido como azorado, al sentir como mi mirada se clavó en el abultamiento que su sexo dibujaba en su bóxer. Compartíamos la vivienda, en la cual cada uno tenía su propio espacio y, aunque no nos asustábamos por vernos en ropa interior, jamás se me había ocurrido entrar en su habitación sin llamar previamente a la puerta.
– Necesito que me ayudes con el vestido –le dije, dándome la vuelta sensualmente, recogiendo mi melena morena con las manos, para dejar a la vista la cremallera del vestido y mi nuca desnuda.
Mi padre deslizó su mano suavemente por mi espalda, bajando la cremallera, pero sin llegar a hacerlo del todo.
– Con eso ya puedes acabar de bajártela tú sola –me dijo, tratando de dar un paso atrás.
– Prefiero que me la bajes tú, papá. ¿O es que te da miedo hacerlo? –le pregunté sin cambiar de postura, sintiendo su indecisión tras de mi.
– No hija, no tengo ningún miedo, pero creo que lo correcto es ….
No le dejé terminar, me giré sin previo aviso. Sus labios quedaron tan cerca de los míos, que pude sentir su aliento, caliente y húmedo, en mi propia boca. Descolgué los dos tirantes del vestido a la vez, antes de que él pudiera hacer o decir algo.
Mis dos preciosas tetas, no grandes, pero sí de formas perfectas y rosados pezones, quedaron a escasos 20 centímetros de su pecho, semidesnudo al tener la camisa desabrochada y abierta.
Clara ¿Qué se supone que estás haciendo? –me preguntó, algo asustado y nervioso.
– Quiero recompensarte por todos sus desvelos, por tus sacrificios, por hipotecar tu vida por la mía, quiero ser tu mujer, he esperado mucho tiempo–le respondí, a la vez que con mis manos le empujé suavemente hasta hacerle sentar en el borde de la cama, y moví mis caderas para permitir que el vestido cayera completamente al suelo.
Mi padre no abrió más la boca o, mejor dicho, sólo la abrió para poder llenar sus pulmones de aire. Me arrodillé delante de él, ayudándole a quitarse la camisa, la cual me llevé a mi rostro para aspirar el aroma que desprendía. Una perfecta mezcla de olor varonil y su perfume. El aroma que hacía que todos mis sentidos se activaran aún más, y que me reafirmara aún más en la decisión que había tomado.
Lo siguiente fue deslizar su bóxer por sus piernas, hasta terminar quitándoselo. Tan sólo hizo un primer gesto de oposición, no muy firme y, desde luego, poco duradero. En seguida se dejó hacer y el bóxer, que apenas era capaz de contener la erección que mi padre está teniendo, quedó en el suelo, junto a mi vestido.
Tan sólo un par de veces había visto antes a mi padre desnudo, sin que él lo supiera. Ninguna de las dos veces estaba excitado, por lo que el tamaño de su polla, aunque no era pequeña, quedaba a mucha distancia de lo que en ese momento tenía delante de mi. La verga de mi padre era de las más grandes que había tenido así de cerca.
Sin querer resistir la tentación, la tomé suavemente con una de mis manos, para acercarla hasta mi lengua, la cual se deslizó suavemente por todo su tronco, recorriéndola despacio desde la punta hasta la base. Pude sentir como sus venas se iban hinchando poco a poco, como aquella polla, que hace 18 años fue el instrumento necesario para darme la vida, ahora palpitaba, mientras se hinchaba y endurecía gracias a mis suaves atenciones. Practique lo que en los videos habia aprendido
Tras varias largas pasadas de mi lengua por la hermosa verga de papá, mis labios entraron en acción. Abrí la boca y engullí todo cuánto pude de su verga, succionándole con mis labios, a la vez que con mi mano acaricié y manoseé sus, cada vez, más duros y llenos huevos.
En ese momento pude oír el primer gemido de papá. Era un sonido que no me resultaba extraño, pues alguna vez pude oírle gemir cuando, aprovechando su momento de intimidad en la ducha, sin duda se masturbaba. Pero escucharle así, sin paredes ni puertas de por medio, mientras su polla entraba y salía de mi boca, mientras mi mano palpaba sus huevos, fue algo realmente irrepetible. Morboso como jamás había imaginado.
Comencé a mover mi cabeza, haciendo que su polla entrara y saliera de mi boca por completo, llegando a rozar mi garganta, provocándome alguna pequeña arcada, pero aumentando mis ganas por hacer disfrutar a papá en la misma proporción en que aumentó el tamaño de su polla, la dureza de sus huevos y la intensidad de sus gemidos.
Apenas un minuto después, pude sentir sus manos, fuertes y firmes, sosteniéndome la cabeza, marcándome el ritmo. No había vuelta atrás. Al fin y al cabo, él es un hombre y yo una mujer. Una mujer joven, atractiva y… ahora lo descubría papá, muy viciosa.
Sin que fuera consciente de ello, pues no sé cuándo comenzó, me di cuenta de que, con la otra mano, la que no tenía en los huevos de papá, estaba masturbándome yo misma, acariciándome el clítoris y metiéndome un par de dedos en el coño, con el tanga empapado echado a un lado. Comencé a gemir sin soltar la verga de papá, haciendo un esfuerzo para no ahogarme, pero sin dejar de mamar
Papá me marcó el ritmo al que quería que le siguiera mamando la verga, con sus manos, obligando a mi cabeza a moverse al ritmo que él eligió, con el que él sentía más placer. El ritmo, así, se hizo frenético, intenso. Y yo, a la vez, hice lo mismo con el ritmo al que masturbaba mi empapado coño, sintiendo como mis fluidos empapaban mis dedos, como resbalaban por mis desnudos muslos, sobre todo cuando apretaba toda la palma de mi mano sobre el clítoris y el coño, exprimiéndolo como si le sacara todo el zumo a una naranja.
Los jadeos de papá, junto con los míos, se hicieron más constantes, más intensos, convertidos en uno solo. Podía sentir como todo su cuerpo se tensionaba, como cada músculo de sus piernas se endureció por momentos, a la vez que su verga, palpitando y durisima, soltó toda la carga de leche que habían acumulado sus huevos.
Fueron varios disparos consecutivos, todos dentro de mi boca. Un abundante chorro de su deliciosa leche, llenó mi boca, deslizándose con suavidad por mi garganta, a la vez que mi pobre papá gritó de placer: yo trague por primera vez el semen masculino. El de papa, me gusto el sabor
– ¡Clara, mi niña! ¡–dijo, mientras empujaba su verga en mi boca.
A continuación fui yo quién terminó. Al igual que le ocurriera a papá segundos antes, mi cuerpo se tensionó, presa del enorme placer que, en forma de explosición, alcanzó cada poro de mi piel. Me corrí, acelerando los movimientos de mis dedos y de mi mano, poseída por el morbo y el deseo como nunca antes lo había estado. Yo también gemí y grité de placer, sintiendo como papá sacudía con su verga en mi cara, a la vez que de mi vagina fluían, como de una fuente, mis jugos íntimos.
Tras la mamada que le había hecho a papá, y de correrme sobre mis dedos, volví a ser la niña buena de siempre, acurrucándome en la cama de mi padre, abrazada a su cuerpo. Pero, con una diferencia a como lo había hecho tantas veces hasta ahora: esta vez los dos estábamos desnudos y exhaustos.
Papá no dijo nada, se dejó abrazar, y yo pegué mi cuerpo al suyo tanto como las leyes de la física me lo permitieron. Podía notar su piel cálida unida a la mía. Mi cuerpo también estaba caliente, al igual que mi cabeza.
Papá se colocó de lado, dándome la espalda. Quizá no quería mirarme a los ojos, o que yo viese los suyos, qué se yo. Por mi parte no dejé de abrazarle, de hacerle sentir mi cuerpo pegado al suyo, con mis erectos pezones clavados en su suave espalda, con mis manos acariciando y recorriendo su fuerte y varonil pecho, así como su vientre, y con mi zona púbica, aún encharcada, rozando su duro culo.
– ¿Qué hemos hecho, Clara? –me preguntó, sin volverse, pasados unos minutos.
– Disfrutar, papá. Tú también te mereces disfrutar –le respondí, con un suave susurro.
– Pero eres mi hija. Soy tu padre. No está nada bien lo que hemos hecho –contestó papá, intentando dar a su frase un tono de severidad que no le pegaba nada.
– Soy tu hija, eres mi padre. Pero también eres un hombre, y yo una mujer. Eres atractivo, deberías de estar con una mujer, con la que quisieras. Y, sin embargo, has hipotecado los mejores años de tu vida para dedicármelos a mi. Te lo debo, papá. –Le dije, tras lo cual le di un suave beso en su desnudo hombro.
– Todo eso que dices es lo mínimo que debo hacer: soy tu padre. No necesito que me lo agradezcas, y menos de este modo –volvió a insistir.
Tiré de su brazo más cercano hacia mi, y le hice volverse boca a arriba. Mi padre tenía los ojos un poco enrojecidos. Estaba realmente emocionado. o por la situación que habíamos acabado de disfrutar minutos atrás.
Me coloqué a horcajadas sobre él. Pude sentir su verga, algo flácida pero aún gruesa, ocupar el espacio que la forma de mi sexo dejó entre su vientre y el mío. Ese simple contacto hizo que me estremeciera de nuevo de placer.
– Papá, no pasa nada malo. No hemos hecho nada malo, ni le hemos sido infieles a nadie.
Somos un hombre y una mujer. Lo que ha acabado de suceder nos ha gustado a los dos, no puedes negarlo. A mi también me ha gustado, y estar así sobre ti, sé que te está gustando. Tu polla está poniéndose de nuevo dura -le dije a papá, sin dejar de mirarle a los ojos, y dejando mis labios entreabiertos, a la vez que acaricié su suave pecho con mis manos.
Papá se retorció debajo de mi. Pero ya no intentó quitarme de encima de él, más bien parecía que estaba acomodando su verga, cada vez más gruesa y dura, a mi propio cuerpo. Sentir su incipiente dureza rozando y presionando en mi coño… uffff, hizo que mi deseo volviera a hacerme sucumbir.
Me incliné lo necesario para rozar sus labios con los míos. Mis labios, en los que hacía poco tiempo, su verga había eyaculado, aún conservaban el sabor de su intimidad, compartiéndolo con su propia boca. El contacto con papá me estaba llevando por un camino de lujuria y perversión que no había sido capaz de imaginar en mis más húmedos y calientes sueños.
Papá reaccionó de nuevo. Su boca había dicho una cosa, pero su cuerpo hacía otra. Su lengua penetró en mi boca, lamiéndola por dentro y rozándose y enrollándose con mi lengua, mientras sus manos se agarraron con fuerza a mi cuerpo, deslizándose suave y firmemente por mi espalda, hasta alcanzar mi culo, el cual sobó por primera vez en mi vida.
Sí, mi padre. Ese hombre de apenas 38 años, abandonado hacía años por el amor de su vida, estaba excitándose y disfrutando el cuerpo de su pequeña, de su niña, del fruto de ese amor quebrado.
Papá cerró los ojos, a la vez que su boca devoraba la mía, cada vez con más pasión, con más entrega, olvidando por completo quiénes éramos, nuestra relación paterno-filial. Sus manos acariciaban y manoseaban cada parte de mi cuerpo a su alcance, sobre todo con los dedos de su mano derecha, con los que no dudó en recorrer suavemente la hendidura de mi culo, estimulando tanto mi ano como mi, cada vez más mojado, coño.
Logró hacerme suspirar y gemir de placer cuando, uno de sus dedos, penetró levemente en mi cuerpo, a través de los labios de mi vagina
Me sentía tan bien entre sus brazos…, en ese momento no cambiaría a papá por ningún hombre del mundo. Su forma de besarme, de lamer mi boca, de morder mis labios y mi lengua y de introducir su dedo en mi cuerpo, eran únicos, y yo lo estaba disfrutando como lo que era: la niña de papá,
Enseguida su verga volvió a adquirir el tamaño, la dureza y la temperatura que unos minutos antes, en mi boca, había tenido. Mi cuerpo, de forma mecánica, comenzó a describir suaves movimientos sobre ella, haciéndonos sentir a los dos el roce mutuo de nuestros sexos, provocando aún más su erección y el constante fluido de mi néctar, empapándole con ellos.
Papá me hizo echarme sobre la cama. No quería quitarme de encima de él, como había intentado tímidamente hacía unos minutos. Quería, por una vez, llevar la iniciativa. Y vaya si lo hizo. Después de separar sus labios de los míos, recorrió con ellos mi cuello, descendiendo muy despacio por mi piel, haciendo que toda ella se me erizara de placer y deseo.
Su primera parada prolongada tuvo lugar en mis tetas. No son grandes, pero sí conservan toda la turgencia de la juventud, coronadas por dos pezones rosados y muy receptivos a los estímulos, sobre todo al tipo de estímulo que papá me ofreció: sus constantes caricias con la lengua y sus suaves y profundos mordiscos con los labios.
No sé cuánto tiempo me tuvo así. Sólo sé que, cada vez que sentía sus labios cerrarse como unas pinzas sobre alguno de mis dos pezones, mi cuerpo se estremecía de placer y mis manos, de forma inconsciente e incontrolable, alternaban mi propia masturbación con acariciar y tratar de masturbar la polla de papá.
Él no dijo ni una sola palabra. Tan sólo actuó conmigo, con mi cuerpo. Dedicando su boca a una sola tarea: darme placer.
Tras el rato que estuvo deleitándome en los pechos, su boca volvió a descender, diabólicamente despacio, no pudiendo evitar que mi deseo aumentase cada vez más,
Pero tener en esa misma situación la verga de papá, mientras su boca recorría cada milímetro de mi cuerpo era algo mucho más morboso y placentero. Me sentía arder por dentro, deseaba tenerle dentro de mi, darle mi virginidad.
De pronto, un placer estremecedor sacudió mi cuerpo, todos mis sentidos quedaron en blanco, mi vagina palpito
Papá, sin previo aviso, y saltándose parte de mi vientre, había tomado mi clítoris con sus labios, mordisqueándolo con presión creciente, haciéndome gemir de placer, de forma prolongada y profunda.
A partir de ahí comenzó un brutal juego de placer, con su lengua y sus labios dedicados por completo a devorar mi raja, vagina uretra y mi clítoris. Por momentos sentía que no aguantaría mucho más tiempo sin correrme, sin dejar de gritar y gemir de placer, de tratar de tomar aire con mi boca bien abierta.
Era evidente que papá estaba tan excitado y deseando hacer lo que estaba haciendo, tanto como yo. Su boca era experta. Sabía perfectamente dónde incidir, cómo lamer, cómo chupar, cómo succionar, y con qué intensidades hacerlo. Me estaba volviendo completamente loca. Pero no había llegado aún al cénit de mi locura.
Ese cénit se produjo cuando dos o tres minutos después, y teniéndome ya casi fuera de control, sentí como sus dedos, no uno como antes, y no levemente, si no dos de sus dedos, y de forma profunda, penetraron en mi vagina. Como ya estaba acostumbrada masturbándome esta los engulló, los tragó, mientras mi garganta pronunciaba palabras ininteligibles, y gemidos desgarrados.
Papá, sin dejar de estimular, lamer y succionar mi clítoris con su lengua y sus labios, comenzó a follar mi coño, absolutamente encharcado, con dos de sus dedos. Aquello era mucho más de lo que podía soportar. Tardé muy poco en regalarle mi corrida, en llenar sus dedos con el fruto de mi placer más íntimo y prohibido.
Sus dedos, mientras me corría sin remedio, continuaron moviéndose, dibujando amplios círculos, a velocidad cambiante, al comienzo más deprisa, con más intensidad, bajando éstos poco a poco hasta quedar inmóviles, dentro de mi sexo palpitante y aún hambriento. Sus labios siguieron besando mi clítoris y los labios de mi sexo.
Permanecimos así uno o dos minutos más. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, llenándose con todo el aire que era capaz de respirar. Él seguía sin decir una palabra. No hacía falta. A mi me valían sus gestos, su entrega, su pasión.
Ya papa te necesito le dije apenas gimiendo
Papá no me dijo nada, levantó su cabeza y me miró a los ojos. Su mirada ardía de deseo.
– Necesito sentirte dentro de mi.
Papá colocó su verga en la entrada de mi vagina. Podía sentir como la verga le ardía de una manera sobrehumana.
Elevó mis piernas, abriéndolas a la vez que las apoyó sobre sus hombros. Sin dejar de verme sentí cuando coloco su verga entre mis labios Empujó con firmeza, yo sentí dolor cuando metio su glande y un poco mas hasta llegar a mi himen, yo por el ardor que sentia trate de sacarla, ayyyyyyy papa ayyyyyyyyy me arde pero mi papa me tenia agarrada, aguanta mi amor poco a poco se te pasara el dolor aguanta, yo agarre con fuerza las sabanas esperaba con dolor pero con deseo, de repente mi papa sacándola un poco de un golpe hundio su verga destrozando mi himen y llegando hasta el fondo, el dolor que sentí al atravesar mi virginidad fue tremendo, me salio un grito de dolor ayyyyyyyyyy ayyyyyyyyy papi, no me duele mucho, yo sentia mi vagina llena palpitante y daba contracciones incontrolables. Fue brutal sentirme atravesada por su verga grande guesa muy caliente, El dolor y el deseo me traían loca, Mi vagina pronto se adapto sin problemas, acariciando su verga en cada una de sus embestidas, envolviéndola con los jugos que, de forma ininterrumpida, seguían manando de mi cuerpo.
De nuevo comencé a gemir. Tenía a papá dentro de mi, sintiendo como su verga abría mi cuerpo, llenando mis entrañas con su dureza y su fuerza. Él también comenzó a gemir. Gemía con rudeza, casi como un animal. Sus ojos permanecían cerrados con fuerza, mientras su cuerpo se movía cada vez más deprisa, con más fuerza, penetrando en mi cuerpo, embistiendo y bombeando con su polla
Con una de sus manos alcanzó para sobar y apretar mis tetas y mis pezones. El placer se incrementó en mi cuerpo, y se acabó multiplicando cuando, presa de tanto estímulo, y queriendo sentir aún más placer, mi mano derecha se descolgó hasta mi clítoris, para acariciarlo y estimularlo, a la vez que papá sobaba mis tetas y follaba con fuerza mi vagina, entrando y saliendo por completo de él, haciéndome tocar las estrellas con cada una de sus embestidas.
Su ritmo decreció de pronto, hasta casi parar. No puedo dejar de decir que pensé que lo iba a dejar ahí, que no iba a terminar. Pero me equivoqué. Sin llegar a parar del todo, cambió completo el ritmo, se hizo brutalmente rápido, intenso, profundo.
Apenas 2 minutos después, entre gemidos interminables aghhhhhh aghhhhhh mi amor, y con el sonido de fondo del chapotear de su verga en mis entrañas, papá se corrió dentro de mi. Pude sentir como sus poderosos chorros de semen caliente llenaron mi cuerpo. Estaban hirviendo, me quemaban por dentro y pude sentirlos deslizarse por las paredes de mi coño. Era una locura lo que sentia mi cuerpo se descontrolo mis gemidos eran intensos, ya no me dolia, me estaba dando un placer increible
Casi antes de que papá dejara de gemir y, aprovechando la inercia de sus bombeos dentro de mi, fui yo quién se corrió. Una nueva oleada de placer recorrió todo mi cuerpo, invadiendo cada poro de mi piel. De mi vagina volvieron a surgir generosas porciones de fluidos que se mezclaron con el semen de papá y algo de sangre, deslizándose por mi coño, por mis muslos y por su verga, hasta gotear sobre la cama, sobre la que formaron un buen charco. Sentí aun dura la verga de papa dentro de mi bombeándome rápido y prolongando mi placer, mis gemidos llenaron la estancia, yo trataba de subir mis nalgas para sentirlo mas adentro, la sensación era increíblemente intensa mi cuerpo perdió el control y sentí casi que me desmayaba, el solto unos chorros mas de semen caliente el fondo de mi, las contracciones que sentia yo eran involuntarias pero acariciban y apretaban la verga de papa, por fin saco su verga ya flácida. Cuando nuestros cuerpos se relajaron, papá se echó a mi lado, abrazándome ahora él a mi, besando suavemente mis labios, transmitiéndome así el sabor de mi coño.
Papá y yo pasamos la noche en vela. Y no precisamente hablando. Nos disfrutamos de todas las formas posibles e imaginables. Para nuestros cuerpos y nuestros sentidos no había ningún límite al disfrute.
Después de varios orgasmos, por parte de los dos, a cuál más intenso, por fin dormimos un rato, los dos juntos en la cama de papá.
Desperté casi a la hora de comer. Feliz y satisfecha. Aunque sola. Papá se había levantado y no estaba en la habitación. Salí de la cama, somnolienta y aun aturdida, pasé por mi habitación para buscar una camiseta con la que vestirme para ir al baño y a la cocina. No es que me diera pudor, después de la noche que habíamos vivido, pero me sentía más segura si cubría mis pechos y mi sexo, aunque solo fuera con una liviana camiseta.
Papá estaba en la cocina, tomando un café, con el semblante muy serio. Me acerqué hasta él y le di un suave beso en los labios.
– ¿Has podido dormir? –me preguntó.
– Sí, poco pero intensamente –respondí-. ¿Y tú? Tienes mala cara –añadí.
– Te debo una explicación, cariño. Y ha llegado el momento de que te la de. Siéntate por favor –me pidió.
– Joder, me estás asustando –le dije, aunque sabía sobre qué quería hablarme-. Ponme un café, por favor –le pedí a la vez que rodeaba la mesa para sentarme en una de las sillas.
Mi padre llenó una taza con café y un chorro de leche, como sabía que me gustaba. Se sentó enfrente de mi y comenzó a hablarme de mi madre.
Se conocieron en el último curso del instituto, cuando ambos tenían 17 años. Mi padre provenía de una familia muy humilde, que tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que pudiera ir a la universidad. Mi madre, sin embargo, provenía de una familia muy rica e influyente de la ciudad (en casa nunca se había hablado de la familia de mi madre).
Desde un primer momento, la familia de mi madre se opuso a la relación de mis padres. Ellos querían para su hija un novio de su mismo nivel económico y social, y papá no lo era para nada.
La situación fue empeorando a medida que la relación se iba afianzando. Tras muchas broncas, malos modos, desprecios y amenazas, mi madre convenció a mi padre de que, lo mejor, sería quedarse embarazada. Con un bebé de por medio, sus padres no podrían negarse a la relación que ambos mantenían.
Pero mi madre se equivocó. Yo nací, y los problemas, en lugar de ser arreglarse, fueron a más. Los desprecios, amenazas y chantajes por parte de sus padres fueron aún más intensos y constantes. Hasta que yo cumplí 2 años, vivimos los 3 en casa de mis abuelos paternos. Entonces mi padre terminó por encontrar un trabajo que pudo compatibilizar con el final de sus estudios universitarios, y por fin pudieron independizarse.
A mi madre nadie le daba trabajo. Probablemente por las presiones que, desde su familia, ejercieron sobre todo aquél que pudiera haberla contratado.
Mi madre acabó sufriendo una depresión que la fue marchitando poco a poco. Ni mi padre ni mi presencia, le ayudaron a salir de ella. Y su familia hizo todo lo posible por culpabilizarla de su situación.
Finalmente, mamá terminó suicidándose. Mi padre tomó la decisión de largarse de aquella ciudad y empezar de nuevo en otro lugar, en el que no tuviera que ver por la calle, ni ver en ningún periódico, a nadie de la familia de mi madre.
Cuando papá terminó de contar la historia, mi cara estaba llena de lágrimas, llegaron a gotear sobre la mesa. Apenas era capaz de hablar, ni de emitir ningún ruido. Sólo sentía un enorme dolor, un dolor inmenso que jamás pensé que nadie pudiera llegar a sentir. Mi madre no me abandonó, a mi madre la obligaron a quitarse la vida, como castigo por haberse enamorado de mi padre y por haber querido hacer su vida, sin ataduras a su familia.
Papá se acercó a mi. Me pidió perdón por no haberme contado antes la verdadera historia de mamá. No podía reprocharle nada. Sé que lo hizo así para protegerme. ¿Cómo le explicas esta historia a una niña? Ahora era adulta, y podía comprender mejor lo que ocurrió, su alcance y las decisiones que, en su día, se tomaron.
Tras varios minutos en los que apenas podía abrir los ojos, ni mucho menos hablar, me recompuse y, por fin, pude dirigirme a mi padre:
– Papá ¿de verdad me parezco tanto a mamá? –le pregunté.
– Sí, hija. Te llamas como ella, eres exactamente igual que ella. Cada día que pasa eres más ella, tanto físicamente como en tu forma de ser y tu personalidad. Incluso anoche, mientras…, bueno, mientras hacíamos el amor, hubo algún momento en el que tuve la ilusión de que estaba con ella, y no contigo –me respondió.
– Quiero ser ella. Quiero que me sientas como si fuera ella. Devolverte todo lo que no has podido hacer y sentir con ella. Ser su prolongación para ti –le dije, tomándole las manos.
– Pero tú eres mi hija, Virginia. Lo de ayer… estuvo bien, no lo voy a negar. Quizá demasiado bien, pero no es natural que un padre y su hija se amen así y tengan este tipo de relación.
– Papá, me llamo como ella, soy físicamente como ella, mi comportamiento, según dices, es como el suyo. Disfrútala a ella a través de mi cuerpo. Ella se sacrificó por nosotros. Tú has sacrificado tu vida por mí. Déjame que yo haga lo mismo por ti. Además, si tanto me parezco a ella, no te extrañe si te digo que eres el hombre del que toda chica se quisiera enamorar –le dije muy suavemente, aguantándome las lágrimas, y sin dejar de acariciar sus manos, las mismas que unas horas antes habían saciado mi cuerpo con sus caricias.
– Me dejas sin palabras, cariño –respondió mi padre.
A continuación, me puse de pie, y papá y no nos fundimos en un abrazo en el que, sin decir nada, lo expresamos todo. Sentir de nuevo su cuerpo, fuerte y cálido, envolviendo el mío, hizo que toda la pena que había sentido se fuera esfumando, que me sintiera de nuevo viva, y que quisiera, con más fuerza si cabe, dar comienzo a una nueva vida, en la que me transformaría en mamá, en la pareja que papá perdió por culpa del egoísmo y el clasismo quiénes jamás podría sentir como abuelos.
El día discurrió entre constantes abrazos y mimos por nuestra parte, de forma mutua y recíproca. Mi sensación era muy extraña, y supongo que la de papá también. Por un lado me sentía feliz al saber que mi madre no nos había abandonado del modo en que yo siempre había pensado, fueron las circunstancias y la presión que ejerció su familia la que le cerró todas las posibles salidas.
Por otro lado, sentía dolor por saber que jamás podría abrazar a mi madre, que sólo podría visitar su tumba, y llorar allí a quién apenas podía recordar.
Pero, por otro lado, me sentía ilusionada al poder devolverle a mi padre parte de la vida que se había perdido. Y no es que yo me sintiera culpable por el sacrificio y el esfuerzo que él había hecho, pero sí me sentía en deuda con él, y ahora sabía qué y cómo hacerlo. Y, lo que es mejor, contaba con su aprobación.
A mitad de la tarde fue papá quién me hizo una propuesta:
– ¿Qué te parece si vamos a cenar a un restaurante? Quiero presumir de ti –me propuso.
– Sí papá, me encanta la idea. Y sí, claro que quiero que presumas de mi, los demás me verán como tu hija, pero tú estarás acompañado del amor de tu vida.
Ilusionada por la idea de papá, porque eso significaba un sí rotundo a mi propuesta, le di un largo e intenso beso, volvimos a juntar y entrelazar nuestras lenguas, dejando que mis pechos, que seguían cubiertos tan solo por la camiseta de la mañana, se clavaran en su pecho.
Salí corriendo a ducharme y a prepararme para la cita que me esperaba con papá, mientras él hizo lo mismo en el baño de su habitación, aunque bien pensado, esa tendría que ser a partir de ese momento también mi habitación, pero bueno, en ese momento esa era una cuestión menor.
Me duché, repasé la depilación de mis piernas, así como de mi coño y de mi pubis, y elegí cuidadosamente la ropa interior que utilizaría. Al igual que hice en la boda de mi prima, opté por no utilizar sujetador: mis pechos tienen el tamaño y la forma perfectos para ser lucidos tanto como se pueda. Para la parte de abajo elegí un precioso tanga negro que aún no había estrenado, adornado con transparencias y encajes.
“Vestida” tan sólo con el diminuto tanga, me puse ante el espejo para maquillarme. Lo hice de forma discreta. Quería estar lo más guapa posible, destacar mis ojos oscuros y mis labios, sin tener que parecer una puerta recién pintada.
Para vestirme elegí un top blanco y negro, muy ajustado, en el que mis tetas y mis pezones quedaban perfectamente dibujados, no dejaba lugar a la imaginación, junto con un pantalón de cuero, negro, también muy ajustado, que sabía que me hacía un culo perfecto y apetecible para cualquier hombre. Completé el atuendo con unos preciosos stilettos negros, de fino tacón.
Antes de salir de mi habitación ya había oído a papá pulular por el salón. Me miré en el espejo: desde luego, la imagen que reflejé era irresistible.
Salí en busca de papá. Él estaba, como ya había oído, en el salón, de pie. Llevaba un pantalón gris, que le hacía un culito muy tentador, junto con una camisa de colores azul y blanco, y una chaqueta también de color azul. Una primera punzada de deseo y ardor invadió mi coño, humedeciéndolo.
Parecía estar un poco nervioso. Al oírme llegar se giró hacia mí para mirarme de arriba abajo, con la boca abierta y los ojos entre devoradores y adoradores.
– Cariño, estás preciosa. Realmente preciosa, -me dijo tomando mis manos y llevándolas hasta sus labios para darles un suave beso.
– Tú también lo estás, papá. Todas las mujeres querrían cambiarse por mi –le dije guiñándole un ojo.
– No te cambiaría por ninguna de ellas, cielo –me respondió, antes de darme un beso suave en los labios.
En apenas 15 minutos estábamos en el restaurante en el que papá, in extrimis, había conseguido mesa para los dos. La persona que nos acompañó hasta la mesa me comió con los ojos, aunque yo sólo tenía ojos para papá.
Con cada visita que nos hizo el camarero al que le correspondió atender nuestra mesa, más indisimuladamente me devoró con sus ojos. Ya en el postre papá me lo comentó:
– ¿Te has fijado en cómo te mira el camarero? –me preguntó
– Claro, no ha hecho nada para evitar que me de cuenta –respondí-. ¿Te molesta que me miren? –pregunté a papá.
– Para nada. Me hace sentir más orgulloso de ti. Otros te miran, pero sólo yo te disfruto –añadió.
Me encantó su respuesta, y el modo en el que lo dijo, la forma en la que me miró. Esos eran los ojos que quería que me devoraran, esos eran los labios que quería sentir en mi cuerpo. No pude evitar la tentación, y me incliné lo suficiente para comerle la boca a papá, ante la atenta mirada del camarero.
– Vas a hacer que el hombre se caliente aún más de lo que ya está –me dijo pícaro papá.
– Pues espero que tenga la muñeca fuerte, porque no pienso parar de hacer lo que me apetece –le respondí un instante antes de volver a besar a papá, aun con más pasión que antes, mirando de reojo hacia el camarero, el cual se encontraba a un lado de la sala, y se había llevado una de sus manos a la erección que su polla, sin duda, estaba experimentando.
El postre resultó ser el plato más grande de la noche ya que, una vez que habíamos empezado a besarnos y a acariciarnos, no pudimos dejar de hacerlo. En un par de ocasiones me dejé llevar y, echando la cabeza hacia atrás, ofrecí mi blanco y limpio cuello a papá, para que lo acariciara con sus labios, mientras mis pechos, con los pezones duros y firmes, apuntaban directos a la cara ensimismada y enrojecida del camarero.
La polla de papá también se había endurecido, así lo pude comprobar cuando se la acaricié por encima del pantalón. Mi vagina, obviamente, no dejó de humedecerse y de sentir el suave y dulce cosquilleo del placer y del deseo.
– Vámonos, papá. Quiero disfrutarte de nuevo –le dije, aun cuando ninguno de los dos habíamos terminado con nuestro postre.
Pedimos de inmediato la cuenta que papá pagó, dejando además una propina al pobre camarero, el cual acabó acercándose a la mesa, disimulando malamente la considerable erección de su polla, y al que yo miré de la forma más provocadora y sensual que pude. La verdad es que debía de tener una buena verga, pues el bulto que podía apreciarse era considerable.
Nos marchamos de allí, con la fuerte y dominadora mano de papá en mi delicioso culo, y mi cabeza apoyada en su hombro.
El viaje de vuelta a casa se me hizo eterno. Ardía de ganas de sucumbir de nuevo a las caricias, besos y embestidas de papá. Por fin llegamos.
Apenas habíamos entrado por la puerta, cuando ya estaba besando los labios de papá. Sentir su lengua en mi boca, poder acariciarla con mi propia lengua, mientras sentía la presión de su pecho en mis pezones, y de su paquete hinchado y duro en mi vientre suponían un elixir, cuya degustación, no podía retrasar más.
Papá me fue empujando hasta hacerme entrar en el salón, sin apartar ni un milímetro su cuerpo de mi cuerpo, y sin dejar de sobar con ganas mi culo. Si no os lo he dicho antes, os lo digo ahora: mi culo levanta pasiones entre el género masculino. No hay hombre, tenga la edad que tenga, que no vuelva sus ojos para mirarlo cuando me cruzo con él. Y aquel pantalón ajustado, de cuero negro, le daba el realce y ayuda a marcar sus formas redondeadas y sensuales de manera magistral. Papá también es un hombre, y mi culo es mi mejor reclamo.
– Papá ¿De verdad me parezco tanto a ella? –le pregunté aprovechando un par de segundos en los que sus labios y los míos se dieron una tregua.
– Sois iguales. Eres igual de alta, tienes su mismo cuerpo, su misma mirada, la misma pasión al besarme, la misma facilidad para hacer arder mi cuerpo, para desearte con toda mi alma y con todas mis fuerzas –me respondió, acariciando suavemente mis pechos por encima del ajustado top, en el que mis pezones llevaban mucho tiempo clavados.
– Y ahora, ¿qué haría ella? –le pregunté, antes de que su boca volviera a invadir la mía.
– Se desnudaría para mi, despacio y sensualmente –me respondió, con los ojos inyectados en deseo.
Empujé a papá suavemente hasta hacerle sentar en el sofá. Hice un poco más de espacio, separando algo más la mesa que teníamos delante del mismo y, sin dejar de mirar a papá, comencé la más sensual de las danzas que fui capaz de improvisar.
Apenas a un metro de distancia de papá, mis manos comenzaron a deslizarse por mi cuerpo, a acariciar cada uno de mis pechos, mis pezones y mis caderas y muslos, subiendo y bajando del modo más libidinoso y provocador del que fui capaz, a la vez que contoneaba mi cuerpo y le miraba con ojos entre pícaros e inocentes. Muchas veces me había acariciado así, provocando mi propia excitación, que de mi coño brotaran los fluidos que mi placer producían. Pero nunca lo había hecho para nadie, y mucho menos para mi propio padre.
Pero él me había dicho que, algo así, es lo que mi madre habría hecho. Y yo quería ser ella.
Me giré sobre mi misma, ofreciendo a papá una imagen en primer plano de mi precioso culo, apretado y marcado por el pantalón de cuero negro, doblándome por la cintura para potenciar aún más su redondeada forma.
Cuando volví a girarme, mirando de frente de nuevo a papá, pude observar como éste tenía una enorme erección, a la que había dirigido una de sus manos, con la que se acariciaba de forma suave y pausada, sin quitar ojo de mi cuerpo y mis movimientos.
– No papá. Déjame a mi a tu regalo. Yo me encargaré de él más tarde –le dije. El obedeció de inmediato, dibujando una leve sonrisa de expectación en la cara.
Continué con mi sugerente baile, sacándome poco a poco el top, hasta dejar mis tetas y sus pezones al descubierto, comprobando la reacción que en papá provocó volver a ver desnudas mis tetas.
Me acerqué un poco más a él, le hice una indicación con los manos para que no me tocara. Aún no correspondía. Con mis manos acaricié y masajeé mis pechos, pellizcando y tirando de mis pezones, hasta causarme un placentero dolor que hizo que mi vagina temblara de emoción y deseo. Hacía bastante rato que el tanga estaba muy mojado.
Tras girar un par de veces, y agacharme otras tantas, ofreciendo a papá las mejores vistas tanto de mi culo, como de mis tetas, me quité los taconazos y comencé a desabrochar y bajar, muy despacio, mi pantalón.
Cuando, por fin me quité el pantalón, mi cuerpo, casi completamente desnudo, en el que únicamente restaba por quitar el diminuto tanga, que apenas cubría los labios de mi coño, pues se había incrustado en ellos, quedó tan cerca de papá que podía sentir su cálido aliento acariciando mi blanca y suave piel.
Era consciente de que papá estaba hirviendo. No decía nada con sus labios, pero sus ojos eran más expresivos que la más magistral de las novelas. Su erección se intuía aún más potente que unos minutos antes y, porque no decirlo, mis ganas de sentirle entre mis piernas no hacían más que incrementarse.
Sin quitarme el tanga me subí a horcajadas sobre él, una pierna por cada lado de su cuerpo, y mi coño sobre el tremendo bulto de su verga. Sentirlo así, presionar en los labios de mi coño, con toda su dureza y virilidad arrancó de mi garganta un primer gemido de placer. Para sentirle aún más, presioné con mi pelvis hacia abajo todo lo que pude, a la vez que papá hizo lo mismo en sentido inverso.
– No imaginas, cariño, cuánto me gusta. Y no imaginas tampoco cuánto me recuerdas a tu madre. Estar contigo es estar con ella –me dijo, antes de que su boca se hiciera dueña de mis pezones.
Papá comenzó a lamer, besar y morder mis pezones. Tan pronto los acariciaba con suma dulzura, del modo más sensual y delicado que jamás pudiera imaginar, como los mordía con sus labios, tirando de ellos con tanta fuerza que me hacía sentir dolor. Pero un dolor que, lejos de ser lacerante, me provocaba más y más placer, más y más deseo.
De forma mecánica, mientras recibía en los pezones las caricias y mordiscos de papá, mi cuerpo comenzó a contonearse de forma sensual sobre su verga y mis manos desabrocharon todos los botones de su camisa. Me encantó ver su pecho desnudo y suave, cubierto por una ligera capa de vello, que le hacía parecer aún más varonil, más macho.
Mientras estábamos así, completamente inmersos en la pasión y el disfrute de nuestros cuerpos, papá lanzó un azote sobre mi culo. Me sorprendió que lo hiciera. Pero me gustó. Sus ojos entendieron el mensaje que los míos le lanzaron, y volvió a hacerlo. Me sacudió varios azotes más en mi soberbio culo. Estoy segura de que logró enrojecer mis blancas nalgas.
– Clara, tienes un culo maravilloso –me dijo.
– Papá, todo lo que ves, lo que tocas y lo que deseas, es tuyo –le dije.
Continuamos un rato más devorándonos despacio. Sintiéndonos y amándonos con toda la pasión de la que éramos capaces. Poco a poco traté de desabrochar también su pantalón. Ansiaba tener en mis manos su verga. Papá me ayudó a hacerlo. Me retiré lo necesario de encima de él para poder quitarle el pantalón. Su verga apenas podía ser contenida por el bóxer negro y suave que llevaba.
Mi mano la acariciaba por encima de la ropa interior. Aún así pude percibir perfectamente su tamaño, su forma, sus gruesas venas, su tremenda dureza y su alta temperatura.
No podía aguantar más. Me arrodillé entre sus piernas y, por fin, la extraje del bóxer. Saltó como un resorte que a punto estuvo de golpearme en la cara. Aunque, de inmediato, papá la sujeto con una mano y golpeó con ella mi cara. En cuanto pude, me introduje su capullo, y todo lo que pude, en la boca. Me la llenó por completo, apenas me dejaba espacio para poder respirar. Pero era lo que quería: Sentir a papá dentro de mi boca, sentir como la llenaba hasta llegar a mi garganta, impregnándome del ácido y salado sabor de su verga, acariciándola con mis labios, que subían y bajaban por su tronco, presionando sobre él, a la vez que acariciaba su glande con la lengua.
Ahora fue papá quién gimió, y yo quién se sintió orgullosa por ser capaz de hacerle sentir tanto placer.
Durante algunos minutos nos mantuvimos así: papá sentado en el sofá, con sus piernas abiertas, yo de rodillas entre ellas, lamiendo, succionando y mamandosela. Las manos de papá sujetando mi cabeza, y empujándola contra su propio cuerpo cada vez que mi boca tragaba su verga hasta lo más hondo de mi garganta y una de mis manos acariciando y masajeando sus huevos y la entrada de su ano.
Mi vagina se convirtió en una fuente, y la verga de papá también lo habría sido si no me hubiera hecho parar cuando sus gemidos se hicieron tan intensos que vaticinaban la pronta llegada de un potente orgasmo.
Hizo que me pusiera de nuevo de pie. Retiró mi empapada tanga, el cual se llevó hasta su boca y su nariz, para aspirar profundamente su aroma, el aroma de mi sexo joven y absolutamente excitado.
Hizo que me girará sobre mi misma y, tras sacudir otra vez un par de buenos azotes en mis nalgas, tiró de mi hasta hacerme sentar sobre su verga, La encajó entre mis nalgas y comencé a moverme sobre él, rozando y acariciando su dura y caliente verga con mi cuerpo, a la vez que una de sus manos masajeaba mis pezones y la otra se dirigió directamente a los labios de mi sexo, dónde sus dedos se introdujeron sin la menor resistencia, engulléndolos poco a poco y envolviéndolos con mis abundantes fluidos los cuales, poco después, restregó con sus mismos dedos por mi clítoris, provocando mis gemidos constantes y que mi contoneo sobre su polla fuera más intenso y pronunciado.
– Mi niña… dijo papá en un leve susurro entrecortado en mi oído.
– Me gusta ser lo que más desees que sea –le respondí.
– Seguiras siendo mi niña, Mi amor, mi pasión, mi vida, …, mi todo –volvió a decir. No quiero que seas tu madre, a ella la guardo en mi alma, quiero que sea tu mi niña mi mujer mi amante
– Sí papá. Sere todo eso solo para ti, tu seras mi padre mi amante mi hombre mi amor para siempre
– Todo papa. Absolutamente todo –respondí.
No me dio un segundo más. Me giro con fuerza y, tras introducir su lengua en mi boca, y sin dejar de acariciar mis nalgas, sentí como uno de sus dedos llegó hasta el ano, el cual comenzó a acariciar, dibujando suaves dulces círculos. Poco a poco, y con su dedo mojado en mis fluidos, la primera parte de éste entro en mi ano. Sentí estremecer cada centímetro de mi cuerpo, a la vez que busqué y encontré su dura y caliente polla, acariciándola suavemente con una de mis manos. Sus venas estaban aún más abultadas que un momento antes y yo estaba enloqueciendo de placer y deseo. Se paro y tomándome de la mano caminamos a la recamara, ahí me puso boca abajo, levanto mis nalgas hasta ponerme en 4 con mi torso y cabeza inclinada hacia abajo
, dejando mi culo en pompa, completamente ofrecido a su voluntad. Y su voluntad fue, en primer lugar, lamerlo con su lengua. La pasó suavemente entre mis nalgas, separándolas con las manos, hasta tener acceso a mi ano, en el cual se entretuvo cuánto quiso, lamiéndolo, succionándolo y penetrándolo con su propia lengua, antes de hacerlo con uno de sus dedos, impregnado con los fluidos que no dejaban de aflorar por mi coño.
La idea de lo que, inevitablemente, vendría a continuación, me producía dos sensaciones complementarias: por un lado me daba un poco de miedo con papá, todo era distinto. Si él lo deseaba, yo estaba dispuesta a hacerlo, a hacerle feliz y hacerle sentir ese placer que, según los hombres, es tan intenso. Deseaba hacerlo, deseaba sentir a papá también en ese otro orificio que, de forma tan magistral, estaba preparando para su verga.
Unos minutos después, y tras haber logrado introducir dos de sus dedos dentro de mi culito, papá se colocó detrás de mi, sujetó mis caderas con sus poderosas manos, infundiendo a la vez tanto seguridad y fuerza, como cariño y ternura. Deslizó poco a poco su verga hasta dejarla justo en la entrada de mi ano. Podía sentirla palpitar, sentía su enorme calor, su escalofriante dureza. Sin previo aviso, y sin esperar más, papá tiró de mi hacia atrás desde mis caderas, a la vez que con su pelvis empujó suavemente, para comenzar a introducir su verga dentro de mi.
Enseguida pude sentir como iba penetrando en mi cuerpo, como mi culo, aún ofreciendo cierta resistencia, no pudo contener los embates de su verga, y ésta fue alojándose poco a poco dentro de él, produciéndome a la vez dolor y placer. Porque sí, dolía. Dolía mucho, pero a la vez sentí un placer enorme, inmenso, distinto. Con una de mis manos comencé a acariciarme el coño y el clítoris, como tantas veces había visto hacer en los videos porno que ojeaba alguna vez. Papá, una vez que tuvo gran parte de su verga dentro de mi, dejó de empujar y de tirar de mi. Dejó que mi cuerpo se habituara a la presencia de su dura polla dentro de mi culo, mientras con sus manos acarició mi espalda y mis nalgas haciendo que, de nuevo, mi cuerpo vibrara de satisfacción.
A continuación volvió a empujar. Volvió a hacerlo con más fuerza que antes, embistiendo cada vez con más intensidad, hasta lograr tenerla toda dentro de mi.
Era fabulosa la sensación que me produjo. El dolor, en un principio muy intenso, provocó mis gritos y casi estuve a punto de pedirle que saliera de mi. Pero ese mismo dolor, poco a poco se fue transformando en placer, en necesidad de más, en ansiedad por sentir más.
Papá no dejó de moverse, y yo no dejé de masturbarme el coño y el clítoris. Todo ello hizo que el placer no dejara de incrementarse, de aumentar y de hacerme olvidar el intenso dolor inicial, para convertirlo todo en deseo.
Sentía la verga de papá cada vez más poderosa. Sentía su cuerpo detrás del mío, bombeándome sin parar, haciéndose sentir cada vez más placer. Mis dedos chapoteaban en mi coño, empapados en mis jugos, deslizándolos hasta el clítoris, hinchado y sensible.
De mi garganta brotaban cada vez más gemidos y menos gritos. Sentía placer en cada poro de mi piel. Dios, y era papá quién me estaba haciendo sentir así.
– Mi niña, voy a correrme dentro de tu culito –me dijo papá en un grito casi gutural.
– Hazlo papá. Estréname el culito –le respondí como pude.
Sentir como papá estaba llegando al clímax de su placer hizo que el mío se incrementara aún más. Comencé a correrme sobre mis dedos, sobre la palma de mi mano que, con toda la fuerza de que fui capaz, apretó y manoseó a la vez mi coño y mi clítoris, recibiendo todos los fluidos que aún faltaban por salir.
Un instante después, papá gritó como nunca le había oído. Sentí dos fuertes embestidas más con las que atravesó mi cuerpo a través de mi culo y, a continuación, lo que sentí fue su poderoso chorro de semen deslizándose dentro de mi, ardiente y viscoso, llenando mi culo, provocando que los siguientes movimientos de su verga dentro de mi culo fueran un perfecto chapoteo, y haciendo que, apenas sin descanso, volviera a tener un orgasmo, producto del morbo que me produjo sentir así la corrida de papá dentro de mi.
Tras varias embestidas más, y sin que yo dejara de contonear mi cuerpo, buscando todo el contacto posible con su verga, papá acabó con la verga empapada en su propio semen, con mi culito goteando en la cama, conmigo a su lado, triunfante y sus ojos bañados en lágrimas de felicidad y satisfacción.
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