Mi Pequeña Sofía – Parte 3
Esa fue la primera vez en que penetré a mi hija..
Tras esos momentos en que «asistí» a mi pequeña hija a lograr el orgasmo, me quedé pensando en lo mucho que lo disfrutábamos los dos, y ese pensamiento iba tomando cada vez mayor fuerza por sobre el hecho de que ella fuera mi hija y yo su padre, o que la sociedad moralista nos condenaría si lo supiera. Lo cierto es que nada me importaba más que la satisfacción de Sofía y nuestro vínculo tan cercano, ahora con el ingrediente de la intimidad filial.
La noche de aquel sábado en que Sofía me había pedido que le diera placer en el parque, ambos nos echamos al sofá, comimos hamburguesas y vimos una película de acción y romance. La trama no era espectacular, pero tenía sus momentos entretenidos de a ratos. Además, disfrutaba más la compañía de mi pequeña y la comida. Para mí, era una noche de sábado perfecta, sin sospechar que sería aún mejor.
Hubo una escena de la película en la que el protagonista comenzó a tener sexo con una chica, y a decir verdad no esperaba que la escena fuese tan explícita, pues mostraban partes que normalmente no se mostraban en una película romántica. Mi cabeza comenzó a imaginar cosas morbosas y no pude evitar tener una erección. Mi hija estaba abrazándome, apoyando su cabeza en mi pecho, y puedo asegurar que habrá notado en ese momento el bulto en mi pantalón corto. – Ya vengo, papi. – dijo, levantándose y dirigiéndose hacia la escalera. Pensé que iría al baño del piso superior, así que continué viendo la película.
No me había percatado al principio debido a que estaba entretenido con el largometraje, pero habían pasado varios minutos y Sofía no había regresado. Continué atento a lo que acontecía en la película, cuando escucho: – ¿papi? -. Giré mi cabeza y vi a Sofía, sin darme cuenta que ya había bajado de la escalera. Me quedé mirándola, pues se la veía muy sensual: estaba descalza, llevaba un camisón de tirantes color rosa, muy corto, apenas unos pocos centímetros por debajo de su entrepierna, que además dejaba ver sus incipientes pechos sin sostén; tenía puesta unas medias bucaneras negras, y dos coletas en su pelo, haciéndola ver aún más joven de lo que era. – ¿Sí, bebé? – pregunté, mirándola a los ojos tras verla de arriba a abajo. – Vamos a jugar – me dijo con su insinuante voz sensual de niña.
Sabía a qué se refería con «jugar», pues era la palabra que acostumbró a usar para decirme que la ayudara a tener un orgasmo con el consolador. Yo ya traía ganas con la escena caliente de la película, y al ver así a mi hija no lo dudé, quería darle placer. – Claro, preciosa – dije – ¿Trajiste el juguete? -. Ella se me acercó lentamente y respondió: – No, hoy no quiero jugar con el juguete, hoy quiero el tuyo – expresó, inclinándose hacia mí, casi rozando mis labios con los suyos y extendiendo su mano hacia el bulto de mi pantalón, tocándolo. No lo pensé dos veces; estaba emocionado, era la oportunidad perfecta. – Por supuesto bebé, es todo tuyo – le dije, casi susurrando. Sin decir otra palabra, ella tomó mi camiseta desde abajo y comenzó a quitármela. Se inclinó y me dio un tierno y suave beso en los labios; era la primera vez que me besaba así, se sintió maravillosamente. Mientras lo hacía, llevó sus manos a mi pantalón y los bajó lentamente junto con los boxers. Le ayudé a terminar de quitarlos, hasta que quedé completamente desnudo, sentado en el sofá.
Sofía se arrodilló, ubicándose entre mis piernas abiertas, tomó mi pene con su mano derecha, y con esa sonrisa traviesa, se mordió los labios y comenzó a chupar lentamente mi glande. No puedo describir lo delicioso que se sintió su boca. Para no tener experiencia, lo hacía muy rico. Sentía sus labios, su paladar y su lengua, tibios, suaves y húmedos. Esa pequeña parecía estar saboreando un dulce, cerrando los ojos y moviéndose con lentitud y suavidad. Mi pene no tardó nada en humedecerse bastante. Al notarlo, ella se levanto, pasando su lengua entre sus labios, saboreándose, y comenzó a moverse sensualmente, o al menos lo más sensual que podía moverse una niña de su edad sin tener experiencias previas. Como sea, a mí me encantaba lo que estaba viendo.
Tentadoramente, subió levemente su camisón, exhibiendo unas tangas rosadas muy, muy pequeñas, que hacían juego con su camisón. Jugaba con ellas, como si se las fuera a quitar, pero antes de que su vulva se pudiera ver, volvía a colocárselas. Yo estaba extasiado, disfrutando de tan maravillosa vista. Se puso de espaldas, dejó caer una de las tiras de su camisón por su brazo, sin quitárselo, y a continuación, se quitó las tangas, inclinándose levemente para que pudiera ver sus pequeñas nalgas y su apretada vulva. Todo acontecía con la tenue luz ambiental que proyectaba el televisor.
Ella se acercó aún más, siguiendo de espaldas, apoyó sus manos sobre mis piernas para sostenerse, y comenzó a rozar sus nalgas y su vulva contra mi erecto pene. Aunque de tamaño regular como lo había mencionado el el capítulo anterior, mi pene se veía enorme al lado de su vulva. Sentí lo húmeda que se había puesto tras cada roce. No aguanté más, me levanté de pronto, acosté a Sofía a un lado del sofá, poniéndola frente a mí. Levanté su camisón por encima de su ombligo, abrí sus piernas y comencé a presionar mi glande contra su vulva, tratando de abrir paso entre los labios de su vagina. La verdad es que estaba tan caliente que quería meterlo todo de una sola vez, pero pensé en que ella se había acostumbrado al consolador, que era más pequeño, así que, aguantándome las ganas, fui de a poco.
Con movimientos leves, de atrás hacia adelante, iba empujando mi mojado glande entre sus labios vaginales, esperando que el roce la hiciera mojarse más. Decidí escupir la entrada de su vagina para lubricarla un poco más, y continué empujando mi glande. Ella estaba mirando atentamente cómo mi pene quería introducirse adentro suyo y de vez en cuando, levantaba la vista para mirarme deseosa, mordiéndose el labio. Poco tiempo después, logré meter el glande, y ella dio un leve gemido, y continuó gimiendo suavemente mientras me movía, metiendo mi pene centímetro a centímetro. Su vagina se sentía muy estrecha y húmeda, simplemente deliciosa. Parecía que no iba a soportar lo ancho de mi pene, ya que por fuera su vulva se veía levemente hinchada por lo abierta que estaba.
Continué con mi movimiento, poco a poco aumentando la velocidad, hasta que logré meter un poco más de la mitad de mi pene. Yo sentía que ya había llegado al cérvix, es decir, donde terminaba su vagina. Ella ya estaba gimiendo de placer, y al notar que no podía meterlo más profundamente, mis movimientos de atrás hacia adelante se hicieron más largos, para poder casi sacar del todo mi glande y volverlo a meter. Puse una de sus piernas sobre mi hombro y sujetándola, comencé a darle más rápido y duro, hasta donde podía llegar mi pene. Sofía gimió más y más fuerte. Fueron apenas unos pocos minutos desde que habíamos comenzado, cuando su cuerpito se arqueó, temblando, señal de que estaba teniendo su orgasmo. Estuve a punto de eyacular junto con ella, pues sus gemidos de niña me encantaron, pero pude aguantarme un poco, saqué mi pene y dejé que se recuperara.
Mi pene estaba duro y lleno de sus flujos. Tomé su mano con cuidado y la ayudé a levantarse. Me quedé sentado, ella quedó parada frente a mí. Le quité el camisón y me quedé viendo esos pequeños pechos, con pezones bien rosados y pequeños. La acerqué hacia mí y disfruté de sus pechos con mis manos y mi boca. Lamía sus pezones en círculos, y por sus gemidos, ella parecía disfrutarlo. Estuvimos así un rato, hasta que le di indicaciones para que montara sus rodillas sobre el sofá, apoyara sus manos en el respaldo y se inclinara un poco, dándome la espalda.
Imaginen ver una niña delgada, desnuda y con apenas un par de medias bucaneras negras puestas, estando en cuatro sobre el sofá y esperando que su papi la penetrara. Simplemente disfruté de esa vista por unos segundos, y volví al ruedo. Penetré su vagina, que ya estaba algo roja, pero muy mojada. Tomé sus caderas y comencé a darle otra vez, pero con más rudeza. Estaba demasiado caliente y no creía poder aguantar mucho, así que le empecé a dar duro. Sentía cómo mi glande llegaba a su cervix, tenía muchas ganas de meter todo mi pene, pero sabía que no podría. Instintivamente, mis manos sujetaron sus coletas, y creo que ella no lo esperaba, porque dio un grito como de susto. Sentí que estaba perdiendo el autocontrol; sólo quería penetrarla muy duro y jalarle esas coletas. Sus gemidos se volvieron gritos, y apenas sentí un leve temblor dentro de su vagina, supe que estaba por tener su orgasmo, así que no esperé más y eyaculé con fuerza dentro de ella.
Sofía se arqueó hacia abajo, temblando, y su vagina quería empujar mi pene hacia afuera. Decidí sacarlo, y al hacerlo, chorros de semen se derramaban de sus labios vaginales hacia el tapizado del sofá. No pensé que fuera demasiado lo que había eyaculado. Mientras ella se recuperaba, jadeante, yo me quedé sentado a su lado en el sofá, limpiando tanta cantidad de semen que había en el tapizado, con servilletas. Habíamos quedado exhaustos. Ella se acomodó a mi lado, abrazándome. Desnudos, nos quedamos un buen rato ahí, mirando hacia la nada, pero llenos de placer.
No les voy a mentir: fue el mejor sexo de mi vida. Ella me besó el cuello, y rozando sus labios contra mi oreja, me susurró: – Me encantó, papi -. Sonrientes, nos miramos con esa complicidad como la que habíamos tenido esa tarde en el parque. Luego, ella se recostó en mi hombro, y yo sólo pensaba en una cosa: mi pequeña hija se ha convertido en mi pequeña mujer, y yo en su hombre.
Uyyy mi hermano ese relato estuvo ufff deliciso, no tendras algún medio para comunicarme contigo un correo electrónico
Tus relatos me dejaron bien erecto!
Maravilloso relato
ufffff rico
Excelente muy excitante y con mucho morbo, espero la continuación y ahora con la amiguita.