Mi prima Minerva, mi primera cacería.
Mi tío me aclaró algunas cosas sobre mi familia, mi abuelo era un fanático del incesto y lo había heredado a sus descendientes. Mi obsesión hacia mi prima Minerva da frutos y me lleva a descubrir nuevas cosas, excitantes y útiles en mi carrera de perverso. Hago mi sueño realidad con mi prima..
Hola a todos, después de un breve descanso de mis historias (claro, ustedes descansaron de mí, jajaja), vuelvo a la carga con la continuación de mi historia.
Después de que descubrí que mi abuelo se andaba cogiendo a mi prima, se desbloqueó algo dentro de mi cabeza. Lo primero que pensé, es preguntarle a mi tío. Lo encontré dormido en la sala de su jacal, dentro de su hamaca.
—Tío, tío, despierta. Tengo una duda.
—Qué te pasa, Mano —dijo, espabilándose y frotándose los ojos con pereza—. ¿Cuál es tu urgencia?
—Tío, ¿tú sabías que mi abuelo se chinga a sus mismas nietas?
—Ah, pinche viejo, ¿todavía se le para? —dijo riendo—, de él aprendimos las malas mañas.
—¿O sea que tú ya sabías?
—Sí, Mano. La mayoría en la familia lo sabe, pero nadie dice nada, no se menciona eso, porque es un tema que no debe tocarse.
—Pero, ¿todos los hacen?
—No, por eso no se menciona, porque hay miembros de la familia que lo ven como algo repugnante, en su mayoría, mujeres.
Cruzó por mi mente la idea de casarme con una prima muy hermosa que tenía diez años en esa época, Maura, una niña de piel blanca y cabello castaño y por supuesto, pregunté.
—¿Me puedo casar con una de mis primas?
—No, claro que no. Si ella quiere, pueden coger, pero ya casarse es otra cosa, ni lo pienses.
Hablamos un buen rato y como siempre, me dijo cosas muy útiles para mí carrera de perverso.
Mi mente había cambiado mucho desde la primera vez que había cogido. Ahora buscaba la forma de meter el pito a todo lo que moviera, así que mi próxima víctima era mi prima Minerva, que ya estaba bien abierta de su raja y por lo que había pasado, estaba casi seguro de que no se iba a negar.
Los próximos días, me dediqué a seguir los pasos de Minerva y lo que descubrí, me ayudó a encontrar nuevas formas de saciar mi lujuria con el voyeurismo. Descubrí que por las mañanas, se levantaba muy temprano y se iba detrás de la casa a orinar, lo mismo hacía por las noches antes de acostarse. La noche que la vi por primera vez orinando, era luna llena y su figura se podía ver claramente cuando se levantó la falda amplia hasta la cintura, se bajó el calzón y hasta pude ver la mata de pelos que tenía, pues desde muy chica ha sido peluda. Esa noche me tuve que ir a masturbar debajo de un cafeto que había cerca de la casa de mis abuelos, porque me había excitado demasiado con lo que vi y el morbo de observarla sin que ella me viera, eso siempre me ha provocado una calentura indescriptible. Así que supuse que no solo ella tenía esa costumbre, así que empecé a salir en las noches a rondar las casas donde sabía que habían chicas o señoras que me atraían y mi búsqueda dió resultados. La primera que comencé a buscar por las noches fue a María Antonia, mi amor platónico, esa niña que siempre me había gustado y que ahora por cierto, le habían comenzado a crecer los pechos y las nalgas, sus caderas comenzaban a tomar forma. Me pasé la cerca de alambre de púas que tenía su casa por la parte de atrás, mi cuerpo temblaba, no sé si de nervios o excitación, pero mi esfuerzo dió frutos y qué frutos, pues ella acostumbraba bañarse en las noches y para mí suerte, donde tomaba el baño estaba cercado solamente por unas tablas todas podridas y estaba a unos cinco metros en la parte trasera de su casa, tenía un foco en una esquina que alumbraba solo hacia adentro, por lo que la visión era perfecta, vi cuando entró, con un vestido color naranja, dejó su ropa limpia y su toalla colgadas junto a la puerta, que estaba hecha de retazos de tela, se quitó el vestido y se quedó solo en ropa interior, un corpiño blanco y una pantaleta roja aún de niña, que en ese tiempo para mí era más excitante que una tanga de hilo dental en esta época. Comenzó a bañarse y yo la observaba a menos de un metro, quería grabarme esa imagen, tenía mi miembro tieso y ya babeando, yo no quería ni respirar, temía ser descubierto, no tendría ninguna excusa para justificar mi presencia ahí y eso llenaba de adrenalina mis venas, me hacía disfrutar más la escena que presenciaba. El agua hacia transparentarse la tela y veía sus tetitas y su pequeña raja, me tenía loco, pero lo mejor fue instantes después, cuando se quitó el corpiño y el calzón, pude ver esos ricos pezones sin ningún estorbo, vi los pelitos de su panochita que parecían pelos de elote, no eran rizados, era lacios y muy escasos, vi que dejó su ropa sucia en una piedra que servía como lavadero, supongo que precisamente para lavar la ropa que se quitaban al bañarse, se continuó bañando y vi cómo se lavaba el coñito y con espuma de jabón, frotando suavemente sus labios y por la cara que ponía, me di cuenta que las hormonas ya comenzaban a hacer su labor, pues cerró sus ojitos apretó los labios, arqueando las cejas, señal inequívoca de que lo disfrutaba. Frotó varias veces su rajita y se lavó bien el culito, aunque a ese hoyito no le puso tanta atención, también se lo lavó con esmero. Terminó y se enrolló la toalla desde las axilas hasta las piernas, lavó su ropa interior y luego se puso un calzon negro, otro corpiño blanco y un vestido muy delgado en color amarillo con flores azules y se metió a su casa después de tender su ropa interior en un lazo en el patio. Yo tenía muchas ganas de ir a olfatear su calzoncito, pero no me animé, mejor me fui enseguida a masturbar con el recuerdo de lo que había visto.
Mientras tanto, cumplí los trece y la verdad, no encontraba la manera de pedirle las nalgas a Minerva, sabía que era una calenturienta y que mi abuelo se la seguía cogiendo en algunas noches y hasta en algunos días, pues una mañana que yo en plena vagancia (ya que solo estudié la primaria y mis papás no me quisieron mandar a la secundaria, pues decían que no era necesario, por lo que estuve un año sin estudiar y volví a la escuela hasta que mi tío habló con mis padres y les dijo que él me iba a ayudar con mis gastos y prácticamente se hizo cargo de mí), regresaba del río y al pasar por la casa de mis abuelos, vi la puerta abierta como siempre, me metí sigilosamente, pues pasar desapercibido siempre dejaba buenas experiencias, entré y no vi a nadie, pero escuché murmullos y gemidos en el cuarto de mis abuelos, sabía que se estaban cogiendo a alguien. Ese día a mi abuela le tocaba cita con el medico y Margarita la acompañó, por lo que la casa estaba sola para mí abuelo y por supuesto que no iba a desperdiciar la oportunidad. Yo había escuchado cuando mi abuelo se cogía a Minerva, pero no los había visto, esa mañana me metí y ellos estaban tan metidos en su asunto, que hasta me quedé parado en la puerta y en la posición de misionero, mi abuelo le estaba dando una buena cogida a mi prima, mientras le chupaba la oreja derecha y le acariciaba el pezón izquierdo. Ella tenía cerrados los ojos y la cara que tenía, mostraba que estaba disfrutando muchísimo, se escuchaba el típico chacualeo de cuando la panocha está mojadísima y no dudo que mi prima se hubiera “venido” ya y estuviera por alcanzar el siguiente orgasmo, porque le acariciaba la nuca a mi abuelo con la mano derecha y con la izquierda le arañaba la espalda, mientras se movía al ritmo de las embestidas del abuelo. Me quedé parado en la puerta unos cinco minutos y cuando noté que mi prima ya iba a tener el orgasmo, me oculté y los observé solo por un pequeño agujero de la cortina. Vi como Minerva se retorcía y mi abuelo también aceleró sus movimientos y se besaron en la boca como si quisieran comerse, quedando los dos quietos, mi abuelo jadeaba como pescado fuera del agua y Minerva, con la verga del abuelo aún dentro de ella, permanecía con los ojos cerrados, disfrutando del acto sexual que acababan de tener, con la cara roja de la excitación y el cuerpo sudado de la agitación. Me escabullí rápida y silenciosamente de ahí, más que nunca le traía ganas a Minerva, pero no encontraba la forma de abordarla y me desesperaba.
La oportunidad se me presentó sin esperarlo y fue una mañana que ella estaba en su casa, no le había tocado ir a casa de los abuelos, por lo que supuse que andaba bien ganosa de sexo, me encontré a su mamá en el mercado y me pidió el favor de llevarle un costal de maíz a su casa, cuando íbamos en camino, una señora le habló en el camino y le pidió que la acompañara como testigo para tramitar su credencial de elector en el INE, cosa que todos sabíamos que era tardado, porque la fila era larguísima y los trámites engorrosos, así que me dijo, ahí le entregas el costal a Minerva, yo voy a acompañar a la señora. Al llegar a la casa de mi tía, entré según mi costumbre, sigilosamente, entré por la reja que tenía enfrente del terreno, pero rodeé la casa y a esa hora, Minerva se estaba bañando. Casi todas las familias tienen el baño en el patio y los hacen de tablas viejas o costales, pero como el terreno de mi tía estaba cercado con grandes matas de tulipanes, se sentían a salvó de miradas ajenas, pero no de la mía, que me metí prácticamente hasta la cocina y después de dejar el bulto, me dedique a observar a mi prima, que sin notar mi presencia, canturreaba una canción mientras se enjabonaba de espaldas a mí. Sobre una silla vieja había dejado su ropa limpia, una toalla, una falda amplia a la rodilla de color negro, una blusa de tirantes color blanco, un sostén del mismo color de la blusa y una pantaleta azul marino de tipo bikini. Me acerqué sin que lo notara, tome sus braguitas y me metí a la casa. Desde mi escondite podía ver que se bañó y se secó con la toalla, como se sentía libre, se sacó toda la ropa y procedió a lavarla, luego la tendió en un lazo, caminando desnuda como si fuera Eva en el paraíso. Terminó de secarse y buscó afanosamente el calzón, quizá pensó que lo había volado el viento, buscó cerca de donde lo había dejado y un poco más allá. Al no encontrarlo, quizá dudó de su memoria y se puso solamente el sostén, la falda y la blusa. Se enrolló la toalla en el cabello y se metió a la casa, yo corrí a acostarme en la hamaca que tenían enmedio de la sala, cuando me vio ahí, se sorprendió y pegó un brinco.
—Mano, ¿que haces aquí? —dijo poniendo cara de sorpresa y la mano derecha en el pecho—. Me asustaste, ¿a qué hora llegaste?
—No hace mucho. Te estabas bañando, no te quise interrumpir, pero mi tía me dijo que te trajera ese costal de maíz —dije señalando el bulto que había traído—. Regálame un poco de agua, porfas.
—Ah, sí, enseguida. Nomás deja pasar a mi cuarto.
—Perdiste algo, ¿verdad?
Volteó a verme lentamente con cara de que había descubierto algo.
—Tú lo escondiste, ¿verdad?
No dije nada, solo sonreí.
—Adivina dónde está. Está dentro de algo rojo.
Había una cubeta roja colgada en una pared, así que supuso que estaba ahí, acercó una silla sonriendo y se subió en ella, no sé si por ingenua o con toda la intención, pero la tenía en una silla, sin calzones, con la falda amplia y sus nalgas al alcance de mi boca. Por supuesto que no iba desperdiciar mi oportunidad, esperé que buscara en la cubeta, poniéndose de puntitas y cuando se dió cuenta que no había nada en la cubeta, sintió mi lengua entre sus nalgas y mis manos abriéndolas para que ese beso negro con lengua incluída, le arrancara un gemido de placer, apretando el culo inmediatamente y dándose la media vuelta como gata asustada, me miró con cara de sorpresa, de enojo, de excitación y a aún así, me sonrió.
—Aquí no está mi calzón —dijo, como si el haberle lamido el culo no tuviera ninguna importancia—. ¿Dónde lo dejaste?
—Yo no dije que estaba en la cubeta —le respondí—, yo te dije que está dentro de algo rojo.
—¿Por qué hiciste eso? —dijo, como recordando de repente que debía estar enojada—, le voy a decir a mi mamá.
—No, le digas a mi tía, ya te voy a dar tu calzon, pero no le digas —fingí estar preocupado—, aquí está.
Saqué sus pantaletas de una bolsita roja que había debajo del metate y se las entregué, ella se metió rápidamente a su cuarto y yo la seguí sin que se diera cuenta, cuando levantó la pierna izquierda para ponerse el calzón, metí mi mano del mismo lado y agarré su panocha peludita, ella bajó la pierna y apretó mi mano entre sus muslos.
—¿Qué haces, Mano? —dijo en voz baja, mientras hacia la cabeza hacia atrás y jalaba aire—, saca tu mano, puede venir alguien.
—No viene nadie, tu mamá se fue al INE y va a tardar —le dije mientras mi mano libre ya acariciaba su teta derecha y la otra ya tenía un dedo dentro de su rajita, que por cierto, estaba lubricando ya—, tú papá siempre regresa hasta la tarde.
Yo besaba su cuello y pasé mi mano derecha de un pezón a otro. Ella ya jadeaba, no la dejé pensar, la empujé a su cama y ella se acomodó solita con la falda en la cintura, me saqué el short y la truza en un parpadeo, casi casi me le aventé encima, le quité la blusa con todo y corpiño, quise sacarle la falda, pero no quiso, no insistí, no presentaba mayor problema. Se la metí de un solo golpe toda mi salchicha, que para esa edad, ya no era la tripita de antes. Agarré un vaivén acelerado, era mi primera víctima como cazador y la estaba pasando riquísimo. Sus pechos eran firmes, su panochita apretaba bien rico y sus besos eran mejor que lo de la narizona, mejor que los de Isabel, era lo mejor que había probado hasta ese momento. Sentí que me estorbaba la camiseta para sentir su piel y me la saqué rápidamente, reanudando mis movimientos y ella también lo disfrutaba, gemía muy rico, ya la había escuchado con mi abuelo, pero ahora era yo quien provocaba sus gemidos y eso me excitaba más. Mis movimientos rápidos tuvieron una consecuencia, alcancé el orgasmo antes que ella, aventé unos chorros llenos de placer, mi orgasmo me supo diferente, sentía llegar al cielo, su panochita apretada parecía succionarme hasta el cerebro y yo quería llenarla toda.
—Que rico, Mano —dijo con voz entrecortada—, quiero más, dale, no lo saques.
Mi verga seguía tiesa, a esa edad la sangre fluye demasiado bien y no tuve problema en seguirle dando, aunque sentía un ligero efecto de la sensibilidad en la punta de mi miembro, pero le seguí dando y disfrutando muchísimo ese cuerpo exquisito, le levanté las piernas y podía ver cómo mi pene entraba y salía en esa vulva que al principio parecía estar tan apretada y ahora se había relajado. Eso siempre me ha excitado, ver cómo entra y sale mi verga en una panocha, lo que me hizo darle tan rápido y duro que quizá logré estimular el Punto G, pues en poco tiempo Minerva se crispó y alcanzó el orgasmo de una forma tan placentera que casi me tritura con sus piernas, me abrazó fuerte y con un beso despiadado, me hizo venir también y empujé lo más profundo que pude, terminando en la posición de misionero.
Tardamos unos minutos en recuperarnos y cuando lo hicimos, vi su cara tan linda como el sol después de una noche de lluvia. Estaba sonrojada y su sonrisa me lleno de orgullo, estaba feliz y yo era la causa.
—Ay, Mano —dijo sonriendo—, me hiciste venir bien rico.
—Tú también me sacaste toda la leche.
—Ni voy a lavar mi cobija, quiero disfrutar tu olor toda la noche.
Nos levantamos y se dió cuenta que los fluidos no habían caído en la cobija, sino sobre su falda, reímos los dos, ella se desnudó completamente y se limpió con la falda, busco otra y nos vestimos, nos despedimos con un beso de amantes cerca de la puerta. Algo dentro de mí había cambiado, el gato había cazado su primer ratón por sí mismo.
Hasta pronto amigos, recuerden que el que no reacciona ni comenta, le da disfunción eréctil.



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