MI PRIMERA EXPERIENCIA FUE CON UN MADURO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulcehombre.
No alcanzaba a tomarla entera con una sola mano. Era gruesa y grande, o al menos así me pareció. Se le fue parando hasta ponerse dura como un palo. La agarraba fuerte mientras mi interior rebasaba de una rara mezcla de placer y asombro por la libertad con la que me arrojaba a probar lo prohibido, porque no era marica y porque se esperaba que a los catorce años (ni a ninguna otra edad) no intercambiara sexo con un hombre y menos si se trataba de un adulto. El Viejo, como todos lo conocíamos, tendría casi sesenta años pero en ese momento no me importó ni reparé en diferencias. Solo me dejaba llevar por el placer de frotarle la verga de piel suelta, lisa y caliente envolviéndole el tronco engrosado al medio como un barril que terminaba en un cuello mas estrecho desde donde salía la cabe-za no muy grande pero puntiaguda como si fuese una serpiente. El viejo se dejaba hacer y suspiraba. Con monosílabos y a veces con un toque so-bre mi mano me indicaba como debía seguir llevando el ritmo de la paja que inesperadamente le estaba haciendo en ese encierro dentro del de-pósito de artículos de utilería deportiva. Era una casa antigua que había quedado al tiempo de la fundación del club y que se transformó en depósito de pelotas, redes y otros ele-mentos usados en la práctica de varios deportes y también de las herramientas para mantenimiento de las distintas canchas, natatorios y otras dependencias. Esa noche llegaron los primeros golpes de viento acompañados de truenos y relámpagos mientras practicábamos. Cuando fue mas fuerte, frío, se cargó de polvo y de olor a lluvia advertimos que estábamos frente a una de esas furiosas tormentas de verano y dejamos rápidamente la cancha para pasar a levantar nuestras ropas y correr hacia nuestras casas. Para acortar distancias elegí la puerta del contra frente pero no llegué a cruzarla. El viento ya era huracanado y hacía silbar y crujir ramas. Las gotas caían gruesas y me golpeaban con fuerza por lo que decidí refugiarme en la galería de la casa de los útiles. También había llegado allí el sereno para guardar algunos enseres y cuidar que todo estuviese en orden para soportar la tormenta. Se mostró gustoso y receptivo. Acepté una toalla de las que allí almacenan limpias para llevar a los vestuarios en días de competencia. Me sequé la cara, la cabeza y el torso y deseché la camiseta mojada con la que había jugando al básquet y me puse otra para ayudar a entibiarme el cuerpo. Parecía que la lluvia no acabaría nunca. El ruido del agua sobre el techo de chapas acanaladas nos ensordecía y casi no podíamos hablar si-no era a los gritos. En un instante todo quedó a oscuras. Seguramente el viento habría dañado algún cable de la calle o del interior del club. En los momentos que al exterior lo alumbraban refucilos veíamos la naturaleza embravecida. El Viejo encendió una linterna y caminó entre bultos hasta llegar a una ventana sin postigos. Cuando terminé de acomodar mis ropas siguió alumbrando para que llegue hasta donde él estaba. Ambos, mas por no poder escucharnos que por gusto al silencio, poníamos las miradas en la oscuridad y la lluvia. Pasamos así un rato cuando comenzó a manipular el cinturón y desprender su pantalón. Seguía sus movimientos sin mirarlo ni moverme. Sin hablar agarró mi mano derecha y la posó sobre su verga desnuda algo flácida, aunque se la sentía viva. No me resistí ni un solo instante. No se si fue mi curiosidad, o por el gusto de entrar al mundo distan-te y prohibido del sexo real, porque su personalidad y edad se impuso doblegando y sometiendo mi voluntad, porque despertó mi mariquita interior o por alguna otra razón que combina todas las otras me dejé llevar sin contradecirlo. Ni siquiera pregunté. Fui de una docilidad plena, absoluta. Me limité a obedecerle. Había dejado de llover y el calor del interior había ayudado a que se empañe el vidrio. Ya acostumbrado a los olores del lugar pude sentir llegar a mi cara el tufo a sexo y a macho que subían desde su verga y su pecho. Me enrojecí, encendí y empecé a hervir en una calentura que nunca había sentido. Tenía mi verga parada y dura. Tanto que me dolía en la punta. Recuerdo ese día como uno de los mas sensuales y en los que mas disposición a la sumisión tuve por esos años iniciales. No hablaba ni preguntaba. Solo deseaba darle placer y recibir el de agarrarle la verga y sacudírsela. También el de sentir su mano agarrándome el culo, pasando el dedo por la raya, punteándome el hoyo. Era su hembra, su putito, su mujercita. Parecía que todo se agotaría con hacerle la paja pero me arrodilló frente a él y sorprendió acariciándome la cara con la verga. Quedé en llamas. Pasó varias veces por mejillas, frente, cuello, mentón y luego la dejó con la cabeza apoyada sobre mis labios cerrados. Besala, ordenaba. Yo emborrachado de calentura le daba besos secos. Me pidió que la moje con mis labios abiertos y le di besos con los dientes apretados. Dejala entrar dijo y me la enterró en la boca hasta hacerme dar una arcada. Me corrí tosí y cuando estuve a punto de resistirme me lleno la boca de vega otra vez. Se la chupe como me salía. Mamé verga y me enamoré del Viejo. Me cogió en la boca. Saltó un chorro. Me inundó. Quería escupirla pero me tenía la cabeza agarrada y no dejó que me despegue. Me ordenaba chupar. Su gusto era suave y dulzón y lo acepté y retuve en la boca. Lo tragué al beber el resto de leche. Al final, para que la limpie, hizo que se la lame. Después de esa noche volví a encontrarlo otras veces- Ese año fui su hembrita y su ternera.
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