Mi primera vez
Cómo inicié mi vida sexual.
Hay un diálogo en la novela Jacques el fatalista donde el protagonista, platicando con su amo, hablaban acerca de qué género erótico era el más excitante. La respuesta: los cuentos de primera vez, pues muestran la pérdida de la inocencia y el nacimiento del deseo. La conversación entre los personajes fue de ahí a la diferencia entre las primeras veces o las ocasiones donde uno dice que fue su primera vez, pero esa es otra historia.
¿La mía? Hace poco más de quince años, gracias a una página de contactos.
Algo de antecedente: tuve mi primer encuentro sexual a una edad comparativamente muy avanzada. Sea por un entrono conservador o por escasas habilidades para tratar con las mujeres, me parecía cada vez más difícil iniciarme, y ellas se dan cuenta cuando alguien anda urgido.
En el afán de tener esa experiencia, pasaba horas enteras en salas de chat y páginas de contacto. Quienes han pasado por algo así tienen una idea de lo que se vive, entre bromistas, personas que mienten con quiénes son, conversaciones que no llevan a parte alguna o simplemente alguno de los dos no se anima a último momento. Pero eso no significa que nunca haya éxito o que las historias que valgan la pena sean leyendas urbanas.
Es ahí donde leí el contacto de una mujer que llamaré Annie. Buscaba un amigo sexual, cercana a mi edad y su texto se leía bien, deiva y literalmente. Le escribí, las conversaciones por mail eran agradables y a los dos días estábamos intercambiando fotos. Claro, nos gustamos. También tenía algunas historias muy excitantes aquí, y espero podérmelas topar si todavía existen. A la semana ya estábamos citándonos, con la condición de que no habría sexo en la primera cita.
Fui a su casa por ella y vaya que era como en la foto: bajita, con curvas (así me gustan) y simpática. La conversación fluyó durante la cena y no salió de manera alguna el tema sexual. Pagué la cuenta y me sugirió ir a un bar que estaba a dos locales. Ahí descubrí cómo los cuerpos comienzan a hablar cuando desean la cercanía y la intimidad, todo desencadenado por un roce casual que poco a poco se transforma en toqueteos de simpatía y caricias poco a poco más atrevidas. También aprendí a leer cómo la mirada de ella se pierde, falta el aliento y cómo se entrecorta la respiración cuando se besa con lujuria. Doblé la apuesta: sugerí irnos a un motel y ella dijo que sí.
Ya en el cuarto, pasados los preámbulos, la abracé y la volví a besar. El olor de su perfume se fue cambiando a saliva, y de ahí a piel conforme la iba desnudando. Sentí cómo se movía lentamente, mientras sentía su piel suave y escuchaba sus gemidos. El olor fue poco a poco convirtiéndose en ese aroma acre e intenso al primer golpe de su sexo. Miraba al techo mientras le quitaba la tanga y veía su pubis bien cuidado, con una raya de vello.
Acerqué mi pene a su boca, y lo devoró delicioso mientras jugaba con su clítoris. A los pocos minutos me rogó que la cogiera. No debo decir que las primeras veces son catastróficas en cuanto a duración, pero en la segunda ronda estuve mejor, mientras la poseía en cuatro. Todavía me acuesto a recordar cómo sentía por primera vez el cuerpo de una mujer y cada detalle. No volví a encontrarme con ella (no supe explicar que fue mi inicio), pero guardo con cariño y gratitud ese momento.
Después pasé por algo así como año y medio de mucha promiscuidad, y cada amiga fue un aprendizaje, fuese o no maravillosa cada experiencia. Hoy, mirando atrás, me da gusto todo lo vivido – y de vez en cuando todavía me encanta sentir la adrenalina de lo casual, cuando se dan las condiciones. Me gustan las mujeres libres, abiertas y confiadas de su sexualidad.
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