Mi primera vez: Teoría VS Práctica
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MilkyQueen.
Hola de nuevo, estoy muy contenta y halagada de que hayan publicado escritos míos, eso me anima a seguirles contando anécdotas que, a pesar de ser sexuales, para mí tienen un significado muy especial.
En esta ocasión les contaré algo simple que ocurrió: la primera vez que tuve sexo.
Disculpen si durante el relato el texto les parece un poco meloso.
Creo que es necesario que les recuerde un poco sobre mí.
Mido 1.
56 m, soy un poco rellenita, de grandes pechos y caderas, de buen culo.
No poseo nada atractivo más que mis atributos exageradamente marcados.
Aún con todo esto nunca me sentí bien con mi cuerpo, mucho menos porque nunca me sentí atractiva para los hombres.
Todo esto, y el tema de que en mi casa el sexo era tabú, me orilló a querer ser más activa sexualmente.
Sabía que el día que tuviera pareja, tendría que complacerla porque yo quería lo mismo para mí.
Y a pesar de ser liberal en ese sentido, nunca había tenido sexo en mi vida.
Cuando iba en Universidad mi mejor amiga me contó que ella y su novio tenían relaciones todo el tiempo, y comenzaron a probar con el vouyerismo.
Incluso me contó que una vez ella lo montó en casa de su abuela, ¡con la abuela durmiendo al lado! Fue algo muy gracioso ya que me imaginaba lo mucho que debió aguantarse para no gemir o hacer algún ruido que los delatara.
Después me comentó que su novio había salido algo decepcionado porque había querido que mi amiga le hiciera una cubana (en mi país le decimos rusa) pero ella no tiene las tetas grandes (exceptuando el hecho de que el pene de él era más chico que el promedio).
Ella me lo contó con mucha vergüenza y con algo de envidia me dijo “ojalá que tuviera tus tetas, seguramente le haría una megapaja y Ernesto se quedaría tranquilo”.
Me sonreí para mis adentros porque sabía que tenía las armas para hacerlo, aunque no sabía muy bien cómo.
Le pregunté cómo había intentado hacerlo y me explicó con detalle cómo sostener las tetas, cómo colocar el miembro erecto y cómo frotarlo, si se tenía que lubricar o qué tanto se tenía que hacer.
Conforme me iba contando iba pensando “tanta técnica y al final la práctica quedó en nada”.
Es de mujeres juntarse entre amigas y es de ley que alguna siempre saca el tema del sexo, no lo nieguen.
En mi caso, tenía una amiga que siempre se quejaba de su novio porque la dejaba muy insatisfecha.
Nos contaba que habían hecho de todo, pero que notó que comenzó a cambiar cuando ella mejoró su técnica para hacer sexo oral.
-Ya se los digo chicas, en especial a ti-decía señalándome, pues sabían que no había tenido novio nunca-si ustedes aprenden a hacer una buena mamada tendrán a su chico contento toda la semana.
Mis otras amigas hicieron cara de asco, pero yo me mostré sumamente interesada.
Estaba en mí el deseo de satisfacer a mi hombre cuando llegara, y ella era ciertamente más conocedora del tema que yo.
Cuando las otras se fueron me acerqué a preguntarle cómo es que sabía tantas cosas para hacerle a su novio Armando.
Ella me dijo que todo lo había buscado en foros y pláticas donde las chicas daban consejos a otras mujeres sobre cómo hacer para realizar un perfecto sexo oral.
Así comenzó mi búsqueda y me obsesioné con querer saber cómo hacerlo, por lo menos la parte teórica.
Vaya, ni siquiera en mi vida académica me había esforzado tanto como aquella vez.
Devoraba artículos y foros leyendo las mejores poses para no incomodarte, cómo tenías que acomodar tu lengua y los movimientos que tenías que hacer con la boca una vez que el pene estuviera dentro.
Mientras iba documentándome mi amiga siguió contándonos sus anécdotas, muy a pesar de la ya lastimada reputación de Armando.
Cada cosa que ella decía la guardaba en mi mente o la anotaba para agregarla a mi diario personal.
Moría de ganas por poner en práctica todo lo que iba aprendiendo, pero en mi Universidad los chicos parecían tan reservados que poco a poco esa llama de curiosidad se fue apagando.
Dos años después conocí al que hoy es mi esposo, y fue algo mágico.
En primer lugar, porque nos conocimos por internet, y nuestro sexting era más desafiante y estresante porque ambos queríamos tocarnos, besarnos y acariciarnos, dejándonos llevar por la pasión y la calentura del momento, pero debido a la distancia teníamos que guardar calma.
Una vez que lo conocí decidí seguir con mi búsqueda, aunque nunca le comenté nada para no espantarlo.
Le comenté que yo era virgen a lo que me respondió que estaba bien, que sus relaciones pasadas habían sido tan traumáticas o dolorosas que probablemente él también podría considerarse virgen.
Lo que no sabía es que, con todo y mi situación, yo ya le estaba preparando tremenda sorpresa.
Nueve meses pasaron y yo viajé a su país para conocerlo en físico.
El primer día estábamos como tórtolos de la mano, muy enamorados a pesar de habernos tratado ya por nueve meses.
Él había alquilado un departamento para los dos, especialmente porque durante esos nueve meses que habíamos estado lejos bromeábamos conque “el día que nos conozcamos, vamos a ponernos a coger de inmediato por todos los días que no pudimos hacerlo”.
Y nuevamente, tanta palabrería quedó en eso, palabrería.
Los dos estábamos apabullados sin saber qué hacer, quién se desvestiría primero o cómo actuar.
Decidí comenzar ya que yo había sido la que se lo había insinuado muchas veces y me quité la blusa y el sostén.
Él se sonrojó demasiado y miraba mis pechos extasiado.
Se acercó tímidamente y suavemente me preguntó:
-¿Puedo?
Le permití que hiciera lo que quisiera y él tomó uno de mis pechos y lo rozó con las yemas de sus dedos.
No paraba de hacer comentarios sobre su textura y tamaño.
Finalmente se animó y acercó sus labios a mis pezones, comenzando a succionarlos.
Eso fue suficiente para encender de nuevo la llama que había estado acumulándose en mí, en base a las experiencias de todas esas chicas que habían aportado para lo que pretendía hacer ese día.
Él succionaba lleno de júbilo mientras que con sus manos movía mis pechos con delicadeza, pero firmemente.
Eso me excitaba cada vez más y comenzaba a gemir, primero como un susurro, luego como un sonido ahogado.
Notaba que él también se estaba excitando ya que su bulto comenzaba a crecerle y a danzar sobre su cierre del pantalón, por lo que lo ayudé a quitarse los pantalones y los calzoncillos.
Y ahí tenía su pene, imponente.
Es tamaño promedio y suficientemente ancho como para hacer que una gima de placer.
Él estaba sumamente nervioso por las ocasiones anteriores donde sus ex novias lo habían hecho hacer cosas incómodas (incluso una llegó a querer penetrarlo y él no quiso).
Traté de tranquilizarlo, aunque yo estaba igual o peor de nerviosa que él, porque era la primera vez haciendo eso.
Me arrodillé y miré su miembro, erecto ante mí.
Aunque cuando miraba pornografía me daba mucho asco observar los penes y la leche que brotaba de ellos, cuando vi el de él no sentí repulsión.
Me encantó su forma y su color, tenía un buen tamaño y la curvatura era genial para que me penetrara por detrás.
Y ahí estaba yo, imaginándome cómo me taladraría el coño una y otra vez y gracias a estos pensamientos fue que me lancé a hacerle el mejor sexo oral que pudiera darle.
Tomé su pene y recordé que mi amiga me había dicho que había que lengüetearlo como si de un barquillo de helado se tratara, y comencé a hacerlo.
Él estaba quieto, atento a mis movimientos.
Pasaba mi lengua húmeda sobre la apertura de la uretra, y después seguía con el glande.
Lo lamía y lo chupeteaba, primero suavemente, y después con mayor fuerza.
Él comenzó a hacer movimientos con su cadera y entendí que eso era de lo que tanto hablaban en los foros y mis amigas: cuando existían esos movimientos involuntarios era porque lo estaba disfrutando.
Me di cuenta que cuando presionaba la base de su pene se ponía más rígido, y sentía cómo la sangre de su tronco erecto corría rápidamente.
Algunas chicas decían que les encantaba cuando metías el glande y parte del cuerpo en tu boca, pero que al hacerlo tenías que cuidar que no te atragantaras tratando de hacer algo más profundo.
Mientras seguía lamiendo el glande, traté de guardarlo dentro de mi boca, aunque al principio me dolió.
El emitió un gemido pequeño y me dijo “¿estás bien?”, y yo asentí moviendo la cabeza.
No podía acomodarme porque no quería que mis dientes lo lastimaran, y comencé a mover la lengua tratando de acomodar la cabeza dentro de mi boca.
Conforme la acomodaba, sentí que sus caderas se bamboleaban nuevamente.
“No pares”, me dijo entrecortadamente.
¡Por fin encontré el sitio! Acomodé las orillas de su glande y comencé a moverlo y a succionar.
Había leído que esto era genial para los chicos ya que se creaba una sensación similar a la que se tiene cuando están en la vagina.
Lo comprobé cuando se echó para atrás, tensando las piernas y cubriéndose los ojos.
Estaba extasiado, y verlo así, bajo mi dominio y gracias a la mamada que le estaba haciendo, me ponía al mil a mí también.
Saqué mi lengua y detrás de ella un hilo caliente de saliva quedó en su glande.
-Está bien por ahora, no sigas porque me vas a hacer acabar-me dijo sonriendo, todo sudoroso.
–Me toca compensarte por lo que has hecho.
Mi esposo, desde siempre, ha tenido un fetiche con mis pechos, así que fue lo primero que atacó.
Esta vez los agarraba con más decisión y los lamía y los estrujaba, siempre cauteloso y cuidando no lastimarme.
Me recosté en la cama sobre él, para que mis tetas quedaran al aire y él pudiera hacerse con ellos.
Los juntaba y lamía ambos pezones a la vez, mientras que yo rozaba mis labios vaginales contra una de sus piernas.
Los apretaba y seguía chupándolos sin parar, excitándome conforme los hacía suyos.
Nunca me había mojado tan rápido como aquella vez, y sentía que los labios de mi vagina se hinchaban y pedían desesperadamente que su verga entrara de una buena vez.
Bajé mi cadera a la altura de su pene, aún erecto, y comencé a rozar mis labios contra aquel titán de carne.
Se sentía tan bien porque el glande de él abría aún más mis labios y exponía mi clítoris, y el roce clitoriano es de los mejores en mi caso, por muy corto que sea.
Sentí que la cara se me prendía y que sudaba exageradamente, pero no me importó.
Lo frené en seco y le dije: “quiero que me tomes y te quedes con mi primera vez”.
Él sonrió, mirando su pene que babeaba líquidos por doquier.
“Mira cómo me has puesto”, me dijo.
Me emocioné mucho porque había llegado el momento de culminar todo lo que había querido.
Recordé que mi mejor amiga me había dicho que, según la curvatura del pene, era la posición que podías intentar hacer para que no te lastimara y así llegar a un buen orgasmo.
Como su pene está demasiado curveado hacia abajo, pensé que la mejor pose era conmigo en cuatro, además de que era una pose sumisa para mí y eso me excitaba, el saber que ahora yo estaba a su voluntad.
Como pude me acomodé en la cama, abriendo mis piernas lo más que pude, exponiéndome completa ante él.
Se acercó y comenzó a rozar su pene contra mis labios vaginales nuevamente, haciendo que yo me pusiera como loca porque quería sentirlo adentro de una buena vez.
Comencé a sentir que trataba de encontrar mi vagina, y finalmente lo hizo.
Sin embargo, aquel primer intento me hizo doler terriblemente, sentía que su glande era muy grande para mí y se lo indiqué con señas y palabras cortadas.
Él se detuvo sin introducirlo más, pero había dejado parte de su glande dentro de mí.
Podía sentir las palpitaciones calientes de su miembro en la entrada de mi coño.
Pensé que lo mejor era relajarme y dejarme llevar, pues en esta ocasión ningún consejo o publicación internauta me había preparado para esa situación.
Agaché mi cabeza un rato, con él todavía pegado a mi sexo, y sentí que mis labios se deshinchaban poco a poco y que su cabeza se deslizaba con mayor facilidad hacia adentro.
Sentí que los bordes de su glande rozaban las paredes de mi útero y fue una sensación hermosa, y después sentí que había entrado el tronco completo.
Ahí lo tenía, todo para mí y finalmente estaba dentro.
No les mentiré, lloré varias veces.
Las primeras veces porque dolía y tenía miedo de que se repitiera esa sensación, pero finalmente lloré porque estaba dentro.
Mi primera vez ahora le pertenecía a él enteramente.
-Voy a moverme amor, ¿estás bien con eso?- me preguntó preocupado.
Una vez pasado el trago amargo con la entrada, le dije que sí, pero que tuviera cuidado porque aún no terminaba de acomodarme.
Así comenzó el vaivén.
Sentía que tomaba pequeños impulsos para penetrarme, y al principio no lograba sentir tanto como cuando me enterró todo su miembro.
Como me había cansado intentando, los brazos se me cansaron y decidí recostar todo mi torso contra la cama, alzando mucho más la cola.
Su pene cambió de dirección y sentí un cosquilleo adictivo bajando por toda mi espina dorsal.
¡Esa era la posición perfecta! Aullé un gemido sin quererlo y él entendió a la primera que lo había logrado.
Comenzó a darle más despacio, pero tratando de que, al chocar su cadera contra mi culo, su pene me penetrara más profundo.
Cuando levanté más el trasero, sus hermosos testículos rebotaban contra mis labios y rozaban deliciosamente, cada vez con más fuerza.
Mi cabeza estaba contra la cama, pero puedo asegurarles que en ella se reflejaba la satisfacción que estaba sintiendo.
Empezó a aumentar la velocidad de la penetración y sentía cómo su verga hinchada entraba y salía, volviéndose más gruesa conforme lo hacía.
Nuestros cuerpos sudaban intensamente.
Tomó mi trasero con sus manos y, excitado, comenzó a darme nalgadas.
Confieso que algunas ni siquiera las sentía, quizás por el éxtasis en el que me encontraba, y después miré que mi trasero quedó rojo tras los manazos en la calentura.
Mi cara se ruborizó con más intensidad y sentí que lloraba y babeaba, mientras oía los jadeos pronunciados de él conforme me penetraba.
Comencé a sentir ganas de orinar y me asusté un poco, y cuando estuve a punto de decirle que parara, emitió un gemido ronco y sentí que se corcoveó fuertemente, mirando hacia arriba.
-Amor, ya voy a terminar, ¡voy a hacerlo fuera en tu culo!
Sacó su verga a punto de estallar y la puso en mi culo.
La sentí totalmente ardiendo, y comenzó a brincar escupiendo semen por todas partes en mis nalgas.
Como pude me levanté, ya que sentía las piernas que me temblaban, y giré para ver a mi flamante amante.
Él estaba totalmente exhausto, con el pene aún erecto escurriendo en fluidos míos y leche sexual de él.
Se puso sobre sus rodillas y se dejó caer en la cama, totalmente agotado.
Lo arrastré con todas mis fuerzas hacia la almohada y me limpié el culo.
Había brotado bastante líquido y lo quité hasta donde pude.
Él respiraba agitado y yo me recosté a un lado de él, mirándolo extasiada.
No había logrado tener un orgasmo, pero lo había pasado genial y el verlo así, totalmente entregado me hacía muy feliz.
Inmediatamente se durmió y yo me quedé desnuda, mirando hacia el techo y rebobinando lo ocurrido, pensando que realmente muchas cosas que tenía “en teoría” no las había llevado a la práctica, y que habían pasado cosas que “en teoría” no había estado preparada para pasarlas.
Unas semanas después mis amigas se enteraron que yo tenía novio y supusieron de inmediato que ya habíamos tenido sexo.
Pero nunca les aclaré ni les confirmé nada, porque sentía que aún tenía mucho que aprender y practicar para poder criticar como lo hacían ellas.
Espero que les haya gustado mi relato, es algo un poco más cotidiano, pero es un recuerdo que aún tengo con mucho amor y deseo y quise compartirlo con todos ustedes.
Gracias por leerme y será hasta la siguiente vez.
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