MI SEX SHOP
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando llegué a su casa, debo confesar que tenía mucha expectativa por conocer a esa misteriosa mujer. Pero también, en el fondo, temía que se tratara de una vieja, gorda, fea y desesperada por sexo, que tras la cortina que es el Internet, se hacía la interesante… Cuál sería mi sorpresa al conocer a mi cliente. Me abrió la puerta una mujer de unos 30 años, que tan solo verla, me impactó de manera inmediata. Era de pequeña estatura pero de un cuerpo bien proporcionado. Tenía un rostro precioso, con unos ojos enormes de color caramelo, unos labios muy bien delineados sobre una barbilla pequeñita, una piel de color capulí y en largo cabello negro que le quedaba muy bien… De cuerpo, me llamó la atención sus senos pequeños, pero atrevidos que sobresalían de la camiseta; pues era muy sexy en su vestir –llevaba una minifalda de blue Jean y una camiseta negra escotadísima; usaba medias de nylon de trama y calzaba unos botines negros de 9 cm. Tenía un gorro que le daba un toque muy parisino. En sus gestos, en su mirada, y hasta en la manera como caminaba, encontraba a una hembra muy sensual. Me hizo pasar a la salita y tomamos asiento en el diván frente a una mesita. Yo llegaba con un maletín con ciertos productos y nuestros catálogos. Pero antes de permitirme hablar, me aclaró que lo que compraría era como “regalo” para una amiga suya. No sé si lo hizo para señalar claramente que ella no requería de ninguno de mis productos o porque le daba vergüenza reconocerlo ante mí. A continuación, se puso de pie y dirigiéndose a la cocina me preguntó si deseaba tomar algo. Que ella bebía vino y si me apetecía acompañarla. Asentí. Cuando se iba alejando, pude contemplar cómo movía el culo metido en esa minifalda súper chiquita. ¡Joder, qué rico lo mueve! -me dije internamente. Cuando volvió, ya mis ojos la veían cada vez menos como cliente y más como hembra. Era realmente hermosa. Tiene el cabello largo, la piel delicada, unos ojos enormes mágicamente seductores, una boquita pintada deliciosamente de rosa, y unas cejas que le otorgan una expresión de sensualidad imposible de describir… Tiene poca talla, pero producto de los enormes tacones se la veía más esbelta. Un escote provocativo me mostraba unos pechos inquietos que se movían suavemente cada vez que caminaba. Y me embriagaba ver sus senos tan cerca y me corroía el deseo de tocarlos. Me entregó una copa de vino tinto y brindamos juntos. Me llamo Dina – me dijo. Pero mis amigas me dicen La Ratoncita. Yo respondí: Puedes llamarme THE COACH. Salud. Abrí mi catálogo. Hice una primera presentación. Ella no mostraba nada de entusiasmo ni de crítica. Sólo me dejaba hablar. Empecé a ponerme nervioso. Me sentía incapaz de generar en ella más “calor”. No era que mi misión allí fuera esa, yo debía sólo ser un profesional en la venta de artículos sexuales, ya lo había hecho yo miles de veces; pero jamás ante una mujer como aquella. Y me sentía cada vez más cohibido. Parece que ella se percató de todo, porque me dijo algo para alentarme: -Me encanta la manera de manejar tu negocio. Has creado algo único que nos permite a las mujeres acceder a cosas “interesantes”. -Gracias. Y a mí me permite conocer a personas fascinantes. -Estoy segura de que las has conocido. -Es una de las mejores satisfacciones de este negocio. El misterio y la fantasía. La realidad y la insinuación. Me gusta mucho, más aún si puedo conocer a mujeres que se autodenominan La Ratoncita… -¿Ah, eso? ¿Qué te pareció? -Me llamó mucho la atención. Pero debo reconocer que te va muy bien con la personalidad. Emanas al mismo tiempo ingenuidad pero también mucho erotismo, si me permites decirlo. -Sí, lo sé. Lo que no sé es si esa manera de ser, que yo adoro en mí y me permite vivir el día a día como yo quiero, a la vez, me impide conocer al hombre de mis sueños. -Hummm….. ¿No tienes un hombre a tu lado? No te lo puedo creer. -Los hombres son todos muy infieles y mentirosos. -Tienes razón; pero un hombre si pierde la cabeza por una mujer se queda atrapado con ella. -Y tú, ¿eres de esos? -No, definitivamente no. Creo que todos los hombres tenemos un fondo machista. Pero yo particularmente me siento atraído por la mujer sumamente coqueta y femenina. La mujer debe volverme loco. -Y, ¿alguna ya te volvió loco?, jajaja. –me preguntó con picardía. -Sí, claro, pero siempre supe recuperar el control. Por lo visto, a ella le gustaba tener el control, y entonces cambió de tema: -¿qué me vas a enseñar ahora? – me dijo. -Ya lo sé.- Respondí yo. Me lancé hablándole de un juego por Internet llamado “Sexy Game”. Le dije podíamos jugarlo y así conocer lo que ella quería. Aceptó. Creo que con solo pensar que lo jugaría con ella, sentía unas erecciones infernalmente deliciosas. Este jueguito, en base a tarjetas ordenaba a los participantes a realizar ciertos jueguitos, unos suaves, otros más picantes y otros terribles y súper excitantes. Es más, el juego trae tarjetas, castigos, etc., que son cada vez más atrevidos. Yo estaba obsesionado con ver su respuesta. Mi cerebro sólo generaba imágenes de los dos haciendo realidad esas terribles tarjetitas. Mis deseos eran cada vez más fuertes. Si me llevo a una mujer a la cama es porque ella lo desea tanto o más que yo mismo. Pero esa noche, yo intentaría ver hasta qué punto podía calentar a una mujer como era La Ratoncita. Eso lo hacía terriblemente excitante. Mucho más. Saber que estaría con ella jugando un jueguito peligroso y que tendría su piel muy cerca era un reto demasiado difícil de evadir. ¡Y vaya si lo intenté! Antes de empezar a jugar, le advertí a Dina que había algunos castigos muy fuertes y que apenas salieran en la pantalla yo los borraría; internamente yo sabía que eso le produciría una tremenda curiosidad. Pero fui tajante con eso de no jugar todos los castigos. Empezamos a jugar. Ella se echó en el sofá de la sala y yo me senté en el suelo, a su lado en la alfombra. Las primeras tarjetas eran suaves. En una de las primeras tarjetas, ella debió pasar un hielo por mi pecho… Fue súper sexy sentir cómo recorría mi piel buscando ponerme la piel de gallina. De pronto, me dijo que no necesariamente las “cumpliría” todas. Yo dije que entonces no, que el juego era así y que era cosa de correr riesgos. El hecho fue que las cosas se fueron calentando. De pronto aceptó jugar con todas los “otros” castigos, argumentando que a “su amiga” (a la que se supone le regalaría algo), le gustaban las cosas muy calientes. Me negué. Suplicó que lo haga. Finalmente acepté pero con la condición de que si entraban al juego, estábamos obligados a cumplirlas, que era exactamente lo que yo quería…. Veía su cara de curiosidad y me divertía su expresión de sorpresa cuando empezaron a aparecer. Pero no le quedó más que aceptarlas. Y noté que le gustaba mi erotismo tan evidente. En otro momento, debí acariciar sus pechos, suavemente por encima de su camiseta. Ella se puso muy nerviosa, pero me dejó cumplir con el castigo. Fue delicioso ver como sus pezones se endurecieron al leve roce de mis dedos, que hurgaban con malicia sobre su ropa; me percaté que uno de sus puntos débiles era justamente sus senos. Su sostén era transparente, lo que hacía más notoria su excitación. Y qué suerte, porque yo soy de los hombres que adoran el busto de las mujeres. Sus pezones emergían con fuerza sobre su ropa… atravesaban su sostén y se marcaban claramente en su camiseta… era todo un espectáculo verla así de excitada. Seguimos jugando. Las que salieron fueron suaves. Bailar. Moverse sensualmente. Tocar al otro en la cara con los dedos o cerrar los ojos y adivinar dónde mira el otro… Pero de pronto, entre ellas, me tocó una que me ordenaba besarla en el cuello durante 30 segundos. Aceptó. Cuando lo hice, sentí una piel erizada –no sé si de nervios o de deseo- pero mi beso la hizo temblar. No quiso seguir, me di cuenta que de continuar, ella ya no podría contenerse y aceptaría inevitablemente mis reclamos. Pero insistí. Sentirla un poco difícil, pero al mismo tiempo excitada, me motivó a ser un poco más agresivo. Deseaba comprobar una vez más (ya lo había hecho), el viejo refrán que dice que la hembra juguetea con el macho, pero al final, éste debe poseerla, aunque sea demostrando su fuerza. Dicen que la mujer muchas veces dice NO, cuando en verdad, arde de deseos de decir que SÍ. Y juega con el hombre, lo calienta, se divierte viendo su cara de deseo, y sigue haciéndose la difícil, o la inocente, la del calzón con blondas o la del culo estrecho. La siguiente tarjeta la obligaba a vendarme y tocarme sin que yo sepa dónde lo iba a hacer. Joder, Dina se convirtió en una hembra capaz de volver loco a cualquier hombre con lo que me hizo. Me empezó a tocar tan sutilmente que mi excitación subió de golpe mil veces. Yo sin poder ver nada, percibía que ella se estaba divirtiendo con mis angustias, con esa deliciosa sensación de placer que da el sentirse juguete del otro… En ese momento el calor que ambos sentíamos podía hacer derretir 1 000 litros de agua helada. Decidí entonces dar el siguiente paso. De pronto, la cogí por los hombros con fuerza y le estampé un beso en la boca. Ella trató de zafarse, pero ya mi lengua estaba dentro de su boca y encontraba la suya, húmeda y caliente. La Ratoncita rozó mi lengua con la suya y suavemente empecé a besarla, a la vez que mis manos dejaban de forzar y pasaban a acariciarla. La fuerza con la que me rechazaba inicialmente se cambió por fuerza en su abrazo. Había cedido. Se estaba empezando a entregar. Me tomaba por la cabeza y con los ojos cerrados me besaba largamente. Yo aún estaba en el piso durante esos momentos, así que suavemente la cogí por la cara y la atraje hacia mí. Su cuerpo se pegó al mío y la eché sobre la alfombra. Estando los dos en el suelo, sólo la miré durante unos segundos, le acariciaba el pelo, los ojos, y la boca con mi mano izquierda. Súbitamente, deslicé mi mano derecha dentro de su camiseta, buscando desabrocharle el sostén. Ella se movió automáticamente tratando de impedírmelo, pero con otro beso y un guiño, continué con mi labor. Ella sonrió con picardía y me dejó continuar. Ya era mía. Quería seguir, ya no cabía detenerse. Deseaba hacer realidad las miles de imágenes que habían rondado por mi cabeza con La Ratoncita como la musa, la mujer deseada, el cuerpo que me tenía loco hacía tan corto tiempo. Pero todo debía de ser despacio, sin prisas, sin arrebatos, disfrutando como los dos adultos que éramos. Detestaba la idea de pegarnos un revolcón, un par de polvos y luego tener el recuerdo de algo fugaz y efímero. Quería que ambos pudiésemos disfrutar de cada roce, de cada toque, de cada beso y de cada caricia. Sin terminar de desabotonarla, deslicé ambas manos bajo su sostén, para por fin, sentir la suavidad de sus senos. Mis manos adoptaron el lugar de las copas de su prenda y tan sólo mis palmas rozaban sus pechos; aún no la acariciaba, sólo me dediqué a ponerlas allí y gozar con su respiración; porque La Ratoncita empezó a suspirar, a agitarse y sus manos se colocaron sobre las mías, invitándome a hacer algo más. Efectivamente, era lo que yo esperaba, que poco a poco, fue ella la que pidiese más acción. A esas alturas, el bulto que tenía en mi bragueta ya estaba clamando mayor protagonismo. Pero lo único que hice fue pegarle un golpe seco con mis caderas sobre su entrepierna, a lo que ella respondió con un gemido delicioso y abriendo los ojos me dijo con una mirada sexy: “¿Qué esperas? Bésame los senos.” Terminé de quitarle la camiseta y ella se sentó para con un rápido movimiento, echar sus dos manos atrás y desabrochar del todo su sostén. Regresó sus brazos hacia delante y haciendo un movimiento delicioso con su cabellera, zas!, me mostró sus senos, desnudos y desafiantes. Siempre he creído que la primera vez que una mujer le muestra sus senos a un hombre, siente un enorme placer. Y La Ratoncita no era la excepción. Me miraba con una mirada cada vez más excitada. Me eché sobre su vientre y mientras yo mismo me iba desabotonando mi camisa, le iba besando la piel cercana al ombligo. Fui subiendo y al sacarme la camisa mis manos pudieron tomar sus tetas, las apretaba, las acariciaba, y me restregué la cara entre ellas. Mi boca aún no actuaba. Mis ojos estaban impresionados. La Ratoncita tiene unas tetas preciosas. Sus pezones son grandes, su piel deliciosamente suave y sus aureolas me embriagaron. Me creía volver loco cuando empecé a chuparle una de sus tetas, mi lengua iba constatando lo caliente que estaba La Ratoncita; era algo riquísimo. En esos momentos, sin saber por qué, bajé la mano y se la metí dentro de la falda y la escabullí en su vagina. Dios mío, estaba MOJADÍSIMA. Sentir su duro pezón en mi boca y a la vez, esa cueva tan jugosa fue algo indescriptible. Dina pasó a la iniciativa. Me dijo que fuésemos a su habitación. Rápidamente, besándonos y tocándonos, llegamos a su dormitorio. Ni bien cerró la puerta, se sentó al filo de la cama, y riéndose como una niña traviesa, besándome el pecho, me quitó el pantalón y mi truza azul. Literalmente, saltó mi pene al sentirse liberado, estaba durísimo y su punta brillaba. La Ratoncita no se anduvo con tonterías. Me cogió por el culo y se lo metió en la boca, pegándome de entrada una mamada fabulosa. Se divirtió con él como si fuese un helado e hizo algo que a todos los hombres nos encanta: mirarme a los ojos, con mirada de gula, mientras mantenía mi palo metido en la boca. Terminé de sacarme el pantalón y ella de desnudarse. Desnudos al fin. La noche recién empezaba. Yo estaba frente a otra Dina. Ahora era una tigresa en busca de placer. Su cuerpo se movía con cadencia y voluptuosidad. Ya no me rechazaría, sino por el contrario, me exigiría que me porte como un hombre. La cogí por las caderas y la giré para verle el culo redondo y desnudo. Ella se puso de rodillas sobre la cama y abrió lentamente las piernas. Observé entonces una vagina carnosa que se abría y cerraba a cada movimiento. El impulso inmediato fue el de saborear esa gruta y con rápidos lengüetazos empecé a lamerla. A cada lamida, La Ratoncita respondía con frases entrecortadas de placer, pero también lo eran de aliento, pidiendo más y más. Mis manos la cogían de las nalgas con mucha fuerza y hacían lo necesario para abrir y cerrar su vagina. Mi lengua se paseaba por sus labios íntimos y de pronto, o hurgaba en el orificio de su vagina o se dedicaba a darle golpes secos en su clítoris. ¡Sí, así ….uhmmmmm, sigue, así…más fuerte, así, qué rico lo haces, más, más, COACH, me voy… a …volver loca.. sí … sigue ..ahhhh! Ella movía no sólo las caderas, sino todo su cuerpo. Prefirió de pronto, tener una actitud más activa y volteándose me atrajo sobre su cama y me echó a mí en ella. Mi pene apuntaba al techo y sin pensarlo dos veces, se colocó sobre mí ofreciéndome el culo a mi cara y continuó chupándomela. Sentir su boca, sus labios y su traviesa lengua sobre mi pene y a la vez sus fluidos derramarse sobre mi boca era algo alucinante!!!!! Ella empezó a agitarse y cuando no me lo esperaba aún, tuvo un largo y rico orgasmo, muy intenso y mientras lo hacía, me agarraba el pene y me lo masturbaba como una loca. Seguí chupándole la raja. Y esto ocasionó que se venga de nuevo, y otra y otra vez. La Ratoncita era de las mujeres capaces de ser multi-orgásmicas. Y tal frenesí la hizo sacudirme el pene tanto que ya no pude contenerme y empecé a eyacular chorros de semen, que ella gozaba recibiéndolos en la cara, la boca y sus pechos. Parecía que ella estaba obsesionada en verme terminar, porque su exaltación fue mayúscula en el momento de mi explosión: “Así, dame tu leche caliente, más, quiero más….!!!” Lo que ella no sabía era que yo no pierdo la intensidad de mi erección con la primera eyaculación y cuando ella ya contaba con descansar para luego seguir, yo me puse de pie y la puse al borde de la cama, mirando hacia arriba, le abría las piernas y pum, le clavé mi duro pene en la vagina. Ella se me cogía los brazos, los acariciaba y me los miraba con lujuria, se revolvía y yo, cogiéndola con fuerza por el culo, seguía con mis embestidas. ¡Toma, toma, ¿está dura?, ¿te gusta?, ¿así quieres?!! Y ella no respondía, sólo salían gemidos de su boca, se contenía de gritar, pero su cara reflejaba lujuria y deseo. ¡Qué increíble, Dina se venía una y otra vez! Cuando ya sentía que se me venía otra descarga, se la saqué y me arrodillé en la cama, encerrando su torso entre mis piernas y cogiéndomela le lancé los nuevos chorros a sus tetas, mientras que ella esparcía el semen por toda su piel…. Luego de esta segunda descarga, sí necesité un reposo. Y fue maravillosa la actitud de Dina, pues luego de la fuerza de la pasión, luego de la bestialidad de los besos, luego de la intensidad de las caricias y abrazos, vino la suavidad de una mujer. Dina me sorprendió. Me la imaginaba hasta allí, más o menos como había sido, pero no conocía La Ratoncita suave, dulce, femeninamente delicada. Como yo estaba rendido, me echó en la cama y tras levantarse y darme un beso, se dirigió cual gatita al cuarto de baño. ¡Uhmmm, qué rica está! – me dije para mí mismo. Sus caderas se movían acompasadamente y volteó con coquetería –sabía perfectamente que le estaba mirando el redondito culo que tiene- y me mandó un beso volado. Regresó del baño con un paño húmedo y tibio y me limpió los rastros de semen de mi pene, de mi estómago y de mis piernas. Lo hizo con cariño, con mimo, pero a la vez, con una escondida malicia. No sé si ella se esperaba que reaccionara tan pronto, pero el hecho fue que otra vez empecé a sentir cómo se me endurecía el miembro, y ella lo notó y empezó a festejar con frases como estas: “¿qué, otra vez? ¿Acaso no te he satisfecho? No, me estás engañando, seguro que no te levantas de nuevo tan rápido. ¿O sí? ¿A ver, y si juego con él poniéndolo en mis tetas? ¿Se terminará de poner como me gusta? Uhmmm, qué rico, está duro de nuevo, y qué duro por Dios, eres un insaciable”. A lo que yo le respondí diciéndole que eso dependía de la mujer que estaba a mi lado. Yo estaba alucinado. La Ratoncita era una mujer increíble. Sabe lo que hace. Ya no sólo era verdad que quería comérmela a los pocos segundos de conocerla. En verdad Dina era una fiera sexual. Terriblemente intensa. Como para pasarse horas de horas de horas comiéndosela. O dejándome comer, ya que en esos momentos era ella la que hacía todo. Cuando mi pene estuvo de nuevo cual piedra, se agachó sobre él y sólo le dio dos o tres lamidas, sacando escandalosamente la lengua y acompañando el hecho con susurros ardientes: “uhmmmmmmmm, ahhhhhhhhhh, surpppppp”. -¡Puta madre, qué rica es esta ratoncita! –dije exaltado. -¡Soy la mejor! Jajajaja. Respondió muriéndose de risa. La Ratoncita estaba feliz conmigo y yo con ella. Dicen que el sexo es mejor con humor. Yo opino que es cierto. Pero también diré que el sexo es mejor con una hembra como Dina. Se sentó sobre mis piernas y jugaba con mi pene forzándolo a ponerse horizontal y rozar la entrada de su vagina, exactamente en su clítoris durito que emergía entre sus carnosos labios vaginales, pero mi pene se escapaba y volvía a su posición original apuntando al techo. Lo intentaba una y otra vez, se reía de la terquedad del “asunto”, que no le obedecía y regresaba cual “porfiado” a su posición vertical. Fue entonces que de pronto giró y dándome la espalda se puso de cuclillas y con hábil mano se lo metió en la vagina. Se puso a subir y a bajar despacito, y yo podía gozar viendo cómo mi pene frotaba sus preciosos labios vaginales. Mis manos la cogían de las nalgas y era una locura ver cómo, otra vez, empezaba el rosario de orgasmos. Tener su ano a mi disposición fue demasiado tentador y mojándome el dedo pulgar derecho, empecé a metérselo en el culo. “Ya me viene, me corro, sssssssssssíííííííííííííííííííííííí, ahhhhh, me muero, mételo más dentro, más dentro, hasta el fondo, asíííííííííííííííí….” Su cabeza se movía hacía atrás y adelante, se arqueaba su cuerpo y sus formas se volvían cada vez más femeninas. ¡Pero sigue, dame más, COACH, métemela hasta el fondo y hazme gozar, quiero follar más y que no te detengas…!!! Yo quería tirármela hasta el amanecer. Y soporté esta pose un rato más, suficiente como para contarle otros 4 orgasmos. Pero yo aún no terminaba. Así que le dije que cambiásemos de pose. Era mi turno. Cogí el espejo de la pared y lo descolgué. Lo apoyé entre la pared y el suelo al frente de la cama, con tal ángulo que pudiésemos vernos reflejados los dos de cuerpo entero. Me senté al filo de la cama y ella se sentó sobre mi pene, metiéndoselo hasta las bolas. ¡Qué buena idea! Tenerla así me permitía acariciarla toda y a la vez ver todo su riquísimo cuerpo y en especial la forma cómo su vagina se tragaba todo mi pene. Con una mano le acariciaba el clítoris y ella me guiaba con su mano derecha, y con mi otra mano me desesperaba en acariciar sus tetas, su vientre o sus piernas. Ella miraba las imágenes y cuando nuestras miradas se cruzaban se veían rostros excitados, con esa típica expresión animal del deseo. Volteaba y me buscaba la boca, ya no para besarme, sino para ofrecerme una lengua febril que quería ser chupada por la mía. Mis huevos casi habían desaparecido, le habían prestado toda su piel a mi pene, que ya no podía estar más largo, más duro y más fuerte. Las tetas de Dina se bamboleaban con tal ritmo que me estaba mareando de sólo verlas. ¡Cómo me excitan sus tetas! Son riquísimas. Volvimos a cambiar. De pronto me decidí a hacerle diez poses diferentes. Yo encima, le levantaba las piernas y se las ponía sobre mis hombros. Luego las echaba sobre la cama y se la metía mientra ella estaba acostada. Me bajé de la cama, la puse al filo del colchón y seguí follándomela con furia. Ella sólo gemía y gemía. La puse de pie, la hice apoyarse en la pared y la penetré mientras ella me cogía la cabeza con ambas manos. Me senté sobre la cama y me la puse encima pero mirando ambos hacia delante, y se la metí con fuerza mientras ella se movía sin parar. Luego, haciendo un breve descanso, me bajé de la cama y apoyé nuevamente el espejo, pero ahora en una silla cercana y nos pusimos sobre la cama haciendo el “perrito”. Pero primero la calenté metiéndole la mano en las nalgas, mientras, ella gemía de placer. Esta visión también me fascinó, porque nos pusimos en paralelo al espejo y se apreciaba cómo se la metía y se la sacaba, cómo se retorcía ella, y cómo se bamboleaban sus tetas, algo que me excita demasiado, cómo se alejaba y se apretaba su culo contra mí. -¡Toma, carajo, qué buena estás. Estoy arrechísimo! -¡Dame más, sigue, no pares, con fuerza, más, Dios mío, no pares…me arrechas tanto…! La quise desesperar. Me decidí a volverla loca de ganas. Así que de pronto se la saqué y sólo se la empecé a pasear por entre sus dos nalgas, dándole golpes de castigo con mi palo ardiente e insaciable, y me divertía con sus ruegos: -¡Métemela, no la saques, por favor… quiero sentirte! Y otra vez se la clavaba, lo cual era delicioso porque cada vez estaba más y más mojada. 5 o 6 orgasmos más. Entonces, sin pensarlo dos veces y aprovechando ese momento de máxima excitación, y que mi pene estaba más que lubricado por sus propios jugos, se la metí por atrás de golpe, y ella ahogó un grito entre de dolor y placer… Cuando lo sintió dentro, ya no me dejó soltarla, y cogiéndome como pudo, me impidió que la saque. Y me la tiré por el culo, mientras ella gozaba creo que más que yo, y me dediqué a bombear y bombear hasta que mis bolas reventaran. Me la saqué de pronto y durante varios segundos eyaculé el chorro más largo, más denso y más pegajoso de mi puta vida sobre una Dina, abierta, bella, satisfecha y feliz. Escrito por : THE COACH
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!