Mi vecina: 13 años y su primera mamada 2 (iniciación anal)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Abogado32.
Hola a todos nuevamente. Les escribe, una vez más, Ignacio (Abogado32); esta vez para contarles una nueva experiencia con mi vecina Lucía. Para quienes no me conocen, les recomiendo leer mi anterior relato publicado en esta página, cuyo nombre es “Mi vecina: 13 años y su primera mamada”. Además, quiero agradecer a las personas que se han interesado en mis relatos y me han escrito, tales como Carolina, Dora, Andrea, Guillermo, Alaika, Delfina, Adrián, Paola, Vanessa, Carla, Patricia, María Inés, Alejandra, Laura, Silvia, Mercedes, Alba, Sofía, y Sandra, personas con quienes he establecido una hermosa comunicación vía e-mail, y en muchos casos extremadamente erótica debido a la excitación a que lleva la lectura de los relatos eróticos y las fantasías sexuales que me cuentan vinculadas con lo relatado.
Yendo a lo que realmente importa, les comento que indudablemente los encuentros anteriormente narrados con Lucía se fueron repitiendo frecuentemente en el tiempo. Y se acentuaban aun más cuando se ausentaba la madre de Lucía, y ella quedaba sola en su casa. El vicio por el semen es para Lucía algo que, lejos de pretender abandonar, ha ido haciéndola una bebedora empedernida de leche. Los juegos con semen se incrementaron. Las formas en que se lo traga son diversas, y debido a su insaciable curiosidad en el tema (y reconozco que también yo tengo curiosidad y he investigado sobre el tema) ha ideado diferentes maneras de ingerir mi semen. Por ejemplo, hace que yo acabe sobre un vaso reiteradas veces en el día cuando podemos estar juntos unas cuantas horas en la casa abandonada, llegándose a beber hasta cinco polvos derramados en ese vaso, tal como si estuviera bebiendo un refresco cola. He visto videos de japonesas haciendo eso.
Es realmente un vicio verle la cara a Lucía mientras se lleva el vaso con semen a su boca, verla relamerse los labios y lamer las paredes del vaso hasta dejarlas limpias, sin rastro alguno de semen. Algunas veces llevaba una cuchara de la cocina de su casa y escarbó el vaso hacia el fondo, extrayendo el semen que quedaba en lo más profundo del vaso para luego llevarse la cuchara a su boca y degustar los últimos vestigios de semen. También derramé mi leche sobre una galleta, de tal forma que ella la comiera como quien estuviera comiendo una galleta con mermelada. Realmente fue muy cómico y excitante verla untar con sus propios dedos el semen ya derramado sobre la galleta, esparciéndolo por toda el área de ésta para luego comérsela. También eché mi leche en el piso para que luego ella se pusiera en cuatro patas y comenzara a lamer el semen. Aprovechando su pose, escarbaba varias veces su orificio anal con uno, dos, y hasta tres dedos, lamiéndole también el esfínter, cosa que ya he narrado en anteriores relatos.
Lo que hoy voy a contar, y que tiene de diferente con lo narrado en los otros relatos, es la primera vez que tuve sexo con Lucía. Era algo inevitable. En realidad, nunca quise serle infiel a mi esposa, pero el culo de Lucía pudo más que el escudo mental que me había colocado para evitar que sucediera lo que finalmente ocurrió. Sí, su culo. Y digo su culo porque sólo tuve (y aun mantengo) sexo anal con ella. Jamás le toqué su vagina con mi pene, ni creo que tampoco lo haga. Por ahora, ella está de acuerdo conmigo y quiere reservar su “flor” (así le llama ella a su vagina, de forma más que tierna) aun virgen para su primer amor, a quien aun no ha conocido. Actualmente, Lucía tiene 17 años y está próxima a cumplir los 18 en breves días. Todo esto que a continuación voy a narrar sucedió hace aproximadamente dos meses.
Luego de una de nuestras intensas jornadas de sexo oral, tragadas de semen de su parte, y metidas de mis dedos en su ya acostumbrado ano que culminaban en un violento orgasmo de Lucía, hubo una mirada que a los dos nos hizo pensar que nos estábamos diciendo lo mismo sin hablarnos. Fue una mirada sumamente tierna, pero con mucho de lujuria. Sí, ambos pretendíamos dar un paso más en esta “locura sexual” (como así la llame en el primer relato), pero no nos animábamos a decírnoslo. Ella, por respeto a mi esposa, con quien tiene una excelente relación; yo, por respeto también a mi esposa pero, además, a ella misma porque no quise jamás que pensara que estaba abusándome de la situación para sacar un provecho desde el punto de vista sexual. Como siempre digo en los relatos, voy a tratar de reproducir el diálogo lo más fielmente posible, aunque es obvio que no lo recuerdo textual. Luego de la mirada que recién les comentaba, el diálogo se dio así:
Lucía: ¿será que estamos pensando lo mismo?
Yo: ¿cómo sabés que estoy pensando algo? Puedo haberte mirado teniendo la mente en blanco.
Lucía: no creo, te conozco, vos estás pensando algo.
Yo: bueno, acertaste. ¿Qué te parece que pude haber pensado?
Lucía: no sé, decímelo vos. ¡Ja!
Yo: está bien, te lo voy a decir. En realidad se me estaba ocurriendo dar un paso más contigo, pero por otro lado no quiero hacerlo. Vos me entendés.
Lucía: supongo que ya sé lo que querés decir.
Yo: bueno, decímelo. ¡Ja!
Lucía: yo también tengo ganas, pero me da un poco de “cosita” por tu esposa.
Yo: si, a mí también. Además, no quiero que pienses que estoy abusándome de vos.
Lucía: jamás pensaría eso, fui yo la primera que te propuso tener vínculo sexual contigo. En todo caso sería yo quien te está utilizando.
Yo: y a mí me gusta que me utilices. ¡Ja! Lo que sucede es que me gusta mucho todo lo que me hacés. Me conocés y sabés lo que me gusta. Y me dan ganas de seguir haciéndolo. El tema es que me molesta que todo sea a escondidas esperando una oportunidad, privándome de hacer contigo algo que me gusta.
Lucía: ¿a qué te referís?
Yo: ya sabés, Lucía. Voy a ser directo, pero no lo tomes a mal. Soy hombre, y tengo mis necesidades. Quiero tener sexo contigo. Y lo que sucede es que no quiero ni tampoco me interesa quitarte tu virginidad. Quiero que la guardes para cuando conozcas a alguien con quien puedas tener una relación duradera y hasta capaz pueda ser el futuro padre de tus hijos. Lo que se me ocurre ahora, es que tengamos sexo anal. Vos ya sabés lo que es eso, lo has visto en videos, fotos, y además sabés lo que se siente cuando te meto los dedos en el culo. Lejos de desagradarte siempre te calentó mucho y terminás acabando así.
Lucía: esto parece telepático. ¡Qué locura! Hace tiempo que quiero proponerte lo mismo, pero no me animo. Yo sé que tenemos confianza, que hace años que venimos teniendo encuentros sexuales, pero es que el tema de la penetración es mucho más fuerte y planteártelo me frenaba un poco.
Yo: ¡no te puedo creer! ¿Te gustaría tener sexo anal?
Lucía: claro. Ya sé lo que se siente, como vos decís. Me gusta, me excita, me calienta, y creo que puede ser una buena forma de mantener algo más caliente entre nosotros.
Yo: se nota que ya no tenés 13 años. La niña que conocí ha cambiado. Ha pasado el tiempo. ¡Cómo maduraste! ¡Cómo creciste!
Lucía: y además, vos sos el hombre ideal para tener sexo anal porque, además de que sos el único con el que tengo confianza para hablar estas cosas, ya me conocés bien y sabés hacerlo sin que duela. Nunca me dolió cuando me metiste los dedos por primera vez en el ano, así que tampoco tiene por qué dolerme el culo cuando me la metas.
Yo: bueno, creo que no hay mucho más que hablar. ¿Cuándo nos vemos?
Lucía: yo te aviso, quizás pasado mañana porque mamá se va a la casa de la abuela y yo tengo que quedarme a estudiar. Pero puedo hacerme un ratito para vos. ¡Ja!
Yo: ¿cómo a qué hora sería eso?
Lucía: a media mañana, ¿podés?
Yo: en realidad, no. Pero voy a llegar más tarde al estudio fingiendo un problema mecánico con el auto, o un atascamiento de mi impresora. Ellos ya saben que nunca tuve suerte con las impresoras.
Lucía: ¿tu esposa no está, no?
Yo: no, ella entra a trabajar bien temprano en la mañana, así que por ello no hay problema. ¿Nos vemos acá, no? –refiriéndome a la casa abandonada, testigo de innumerables encuentros sexuales con Lucía-
Lucía: dale, a las 10 de la mañana, ¿puede ser?
Yo: sí, ok.
Y así comenzó una nueva aventura, un nuevo capítulo dentro de la ya conocida “locura sexual”. Desde que salí de la casa abandonada junto con ella, y luego de esa charla, no pude olvidarme un solo segundo del culo de Lucía. Ya saben, porque lo he contado en anteriores relatos, que el culo de Lucía es realmente de campeonato. Ya era hermoso cuando ella tenía 13 años y comenzamos con nuestras aventuras sexuales. Y lo es más aun a sus 17 años, casi 18.
Y bien, llegado el día y la hora, previa llamada al estudio para avisar que llegaba tarde a trabajar debido a un problema técnico con mi laptop que contenía trabajos a realizar durante esa jornada en el estudio (obviamente, toda una historia inventada), nos encontramos con Lucía en la esquina de la casa abandonada. Por suerte, no había nadie en las calles ni en la vereda, lo cual facilitaba nuestro acceso a la casa abandonada sin que ningún vecino sospechara que entrábamos juntos. Entré yo primero, y a los 10 minutos apareció Lucía. Ese día fui correctamente munido con el lubricante anal, preservativos (los cuales no utilicé), un consolador anal, y una nueva tanga que compré para que la estrenara en ocasión de un estreno, el de su culo. No perdimos mucho tiempo, la ansiedad nos carcomía. Inmediatamente, Lucía se arrodilló, desprendió el cierre de mi pantalón, sacó mi pija hacia afuera (que ya estaba algo endurecida de sólo pensar en el culo que me iba a comer) y comenzó a chuparla como ella sabe, de forma espectacular, sin nada que envidiarle a las actrices porno.
Evidentemente, tantos años haciéndome sexo oral hicieron de Lucia una experta en el tema. Además, sabe cómo me gusta que me lo hagan, qué es lo que me gusta, y en menos de lo que canta un gallo me tiene a tope. Y a ella también le es útil, porque chupar pija la excita muchísimo y en breves instantes su vagina está súper mojada. No les voy a relatar cómo me hizo el sexo oral porque sería perder el tiempo, ya lo conté en los anteriores relatos por lo cual remito al lector en beneficio de la brevedad. Ella sabe que el atributo físico que más me gusta de su cuerpo es su culo, se lo he dicho reiteradas ocasiones. Y cada vez que nos encontramos en la casa abandonada siempre lleva un jean bien ajustado en el culo que le queda espléndido. Según ella, lo hace para embellecerse, y porque sabe que a mí me gusta. Es una hermosura ver sus nalgas bien paraditas sostenidas por la tela ajustada de un buen pantalón de jean. Le realza su trasero, lo hace muy apetecible, y a decir verdad dan ganas de cogerlo con el jean puesto. ¡Je! Ese día llevaba uno de esos jeans. Luego que me chupara la verga y me dejara a mil, se paró, la di vuelta, y comencé a tocarle, manosearle, y sobarle las nalgas y todo su culo por encima del pantalón. Ella ya estaba excitada por la chupada magnífica que me había dado, y con el manoseo de su trasero se excitó aun más porque pude sentir cómo gemía mientras mis manos se deslizaban sobre la tela del jean que cubría perfectamente sus redondas y firmes nalgas. Posteriormente, le dije (otra vez, insisto con que el diálogo no es textual, pero procuro reproducirlo lo más fielmente posible):
Yo: bueno, Lu. ¿Estás preparada?
Lucía: sí.
Yo: ¿estás caliente?
Lucía: ¿y a vos qué te parece? Luego de la chupada que te dí y del manoseo que me hiciste en el culo estoy hecha una loba en celo.
Yo: tengo una sorpresa para vos.
Lucía ¡¿Qué?! –exclamó como si fuera una niña a quien le regalan algo sorpresa en su cumpleaños-.
Yo: tu nueva indumentaria para estrenar en tu estreno anal –le dije, mientras sacaba de uno de mis bolsillos una diminuta tanga negra-. Ponétela, quiero ver cómo te queda y volver a manosearte el culo con ella puesta.
Lucía: gracias. ¡Qué morboso que sos! Igual, me gusta que seas así de morboso como yo. ¡Ja!
Y Lucía se quitó su pantalón de jean de forma muy sexy, de espaldas a mí mostrándome su trasero a tope. Bajo sus pantalones lentamente contorneando sus caderas. Yo creía que me iba a enloquecer ahí mismo. Debajo de su pantalón tenía una tanga también. Y si bien le quedaba hermosa, era lila y no tan diminuta como la que yo le compré. Se quitó su tanga y se puso la nueva. Me preguntó si quería que se quitase el buzo. Le dije que no, que no era necesario pues lo único que me interesaba era su culo. Además, era más rápido salir de allí con algo de ropa puesta si es que ocurre un episodio imprevisto que motive una salida de urgencia. Conociendo ya mi proceder, no fue necesario decirle que se pusiera en cuatro patas, lo hizo voluntariamente sobre una toalla que ella misma había traído para el momento. Con su culo en pompa, y mi verga a mil, me lancé sobre ese culo y comencé a manosearlo descaradamente. Le besé las nalgas, las lamí, y las mordí. Le quité la tira de la tanga hacia un costado y lamí su esfinter a más no poder, mientras con uno de mis dedos recorría de arriba hacia abajo la raya de su culo. Luego de haber ensalivado su ano, y de notar aun más excitación en Lucía no sólo por sus gemidos más fuertes sino también por la enorme cantidad de jugos que desprendía su vagina, comencé con el entrenamiento anal. Primero, le quité la tanga.
Luego, le coloqué mucho lubricante anal en su orificio trasero y empecé a meterle los dedos. Primero uno, luego dos, luego tres, y al cabo de 4 o 5 minutos ya eran cuatro dedos los que entraban casi sin dificultades en su ano. Lucía gemía. Le pregunté en reiterados momentos si le dolía. Me dijo que no, que siguiera, que cuando ella se sintiera molesta me lo iba a decir, que no le hablara y que la dejara disfrutar. Pues bien, así lo hice. Y disfrutó, porque no sólo no me dijo nunca haberse sentido molesta o incómoda, sino que gemía como si se la estuvieran cogiendo. Estuve, además, otros 5 a 10 minutos metiéndole un consolador anal. Gimió muchísimo más. Primero, se lo metí lentamente. Luego, cada vez más rápido, ya que no había ninguna dificultad para metérselo hasta el fondo del ano. A mí todo esto me excitaba muchísimo, y además me gustaba mucho el ruido que hacía el consolador cuando entraba y salía de su ano, lleno de lubricante. En varias oportunidades saqué el consolador anal de su culo y era magestuoso ver el tamaño en que se había abierto su ano. Le quedaba una abertura anal del tamaño del fondo de un vaso, perfectamente circular y comenzando a tomar un color más bien rojo debido a tanto rozamiento por la fricción de los dedos y el consolador. Luego de varios minutos metiéndole el consolador hasta el fondo, y ya con ello terminado el entrenamiento anal, bajé mis pantalones y le avisé a Lucía que se venía el momento más esperado. Sólo atinó a decir un tímido “ok”, luego de tanto ajetreo anal. Así como ella estaba, en cuatro patas y con su culo en pompa, me paré detrás de ella, apunté la cabeza de mi verga en la entrada de su orificio anal, y ésta entró sin dificultad alguna. Yo gemí levemente de placer. Ella también, lo cual evidenciaba que no le había dolido. En breves segundos estaba metiendo mi pija entera y hasta el fondo, toda adentro de su ano, tanto así que mis huevos chocaban contra sus nalgas.
Tampoco tardé demasiado en apurar la cosa y empezar a penetrarla de forma más frenética con un “mete y saca” más agresivo. La apertura de su ano era lo suficientemente grande como para permitirme maniobrar mejor mi verga dentro de su trasero. Fue una cogida infernal, de campeonato. A los pocos minutos de haberla empezado a coger en esa pose, cambié. La hice sentarse encima de mí, y que ella misma buscara su propio placer moviéndose de arriba hacia abajo. Aproveché una pequeña pila de bloques viejos que habían allí (no olvidar que nos encontrábamos dentro de una casa abandonada), me senté, y la senté a ella sobre mí. Era impresionante verla y sentirla saltar encima de mí, cogiéndose ella misma lo que hasta hacía instantes era su virgen culito. Lucía subía y bajaba rápidamente incrustándose hasta el fondo toda mi verga dentro de su orificio anal. Yo también movía mis caderas a su ritmo, hacia arriba y hacia abajo, buscando que la penetración anal fuera lo más profunda posible. Con mis manos, intenté tocarle las tetas, cosa que nunca antes había hecho. Me arriesgué, debido a la calentura que tenía, a sabiendas de que quizás no le gustara la idea de que le manoseara sus senos. Empero, nada dijo. Jugué con sus tetas y sus pezones unos segundos. Ella sólo se limitaba a darse sentones gimiendo y diciendo: “¡qué divino, por Dios!” “¡sí…, sí…! ¡uff….! ¡ahh…! ¡mmm…! y sonidos onomatopéyicos de esa índole. Luego de esa pose, nos acostamos de lado sobre la toalla. Nuevamente, más placer. Nuestros gemidos eran realmente muy sonoros, tanto así que en un momento tuve que decirle que gimiera más bajo, que si bien estábamos en una casa abandonada, algún vecino podría escucharnos. Cuando ya no pude aguantar, le avisé a Lucía que estaba por acabar.
Ella, entonces, comenzó a presionarse y acariciarse más firmemente su clítoris y su vagina, hasta que llegó a un muy intenso orgasmo en segundos. Yo le pregunté si quería tragar el semen, o si quería estrenar su culo con leche dentro de él. Me dijo, sin pensarlo, que quería tragar semen, respuesta que imaginé desde un principio debido a la adicción que ella mantiene por el semen. Sin dudarlo, apuré el polvo y cuando estaba por acabar saqué mi verga de su perforado ano. Pensé en darle el semen en la lengua, ya que pueden imaginarse que sería muy asqueroso meterle la verga en la boca luego de haberla sacado de su culo y encima, con algún terroncito pequeño de mierda pegado en el prepucio y en la piel de la pija. Sin embargo, Lucía tomó una actitud que me sorprendió. Ni bien le saqué la verga del culo, se dio la vuelta y se abalanzó sobre mi pija metiéndosela en la boca. No me dio tiempo a realizar ninguna maniobra evasiva. Luego de acabar, se tragó absolutamente todo el semen, cosa que siempre acostumbra a hacer, lamiendo, además, la cabeza de mi pija hasta dejarla limpita. La hice dar vuelta y que me mostrara el culo, quería ver cómo había quedado el agujero de su ano. Se dio vuelta, se acostó boca abajo, y paró su culo mostrándome sus nalgas bien firmes. Tomé sus nalgas con mis manos y las separé. Pude ver que su orificio anal estaba completamente abierto.
Estiré bien las nalgas, separándolas, y aquello era espectacular. Es realmente maravilloso el diámetro que puede tomar un ano dilatado y cogido. Con un poco de fuerza, podría haberle metido la mano si hubiese querido. Luego, volviendo al tema anterior, le pregunté si no le había parecido asqueroso comerse restos de su propia mierda cuando se abalanzó rápidamente sobre mi verga, que se lo iba a decir pero su actitud desesperada impidió que yo reaccionara a tiempo para avisarle. Y, como esperaba, me dijo que sí, que mi semen estaba riquísimo como todos los días, pero que la próxima vez me limpie la verga con un trapo o que me la lave porque no le agradó el gusto de la pija. Cuando dijo “próxima vez” supe que le había gustado y que esperaba volver a repetir la experiencia anal. Le pregunté qué le había parecido su primera vez por el culo, el diálogo se dio más o menos así:
Yo: ¿Y…? ¿Qué te pareció? ¿Te gustó?
Lucía: muchísimo. La verdad envidio a tu esposa que te tiene todos los días en la cama.
Yo: vos podés tenerme, aunque no todos los días ni en una cama. Tal vez, cuando cumplas los 18 años podamos ir a un albergue transitorio.
Lucía: ¡Ojalá! Estoy un poco aburrida de venir siempre a este mismo lugar. En un hotel supongo que es otra cosa, ¿no? ¿Vos fuiste a alguno?
Yo: por supuesto, y a varios. Decime, ¿qué tuvo de diferente esta vez con todas aquellas veces en que acababas con mis dedos en tu culo?
Lucía: todo. No es lo mismo tener uno, dos, o tres dedos en el culo que tener una pija taladrándome el trasero. Me gusta de las dos formas, pero prefiero una verga en el culo antes que unos dedos. Gocé más, me dio mucho morbo y excitación sentirme completamente dominada y siendo sometida por atrás por un hombre mucho más mayor que yo. No sé cómo explicártelo bien porque capaz que no me lo entiendas, es difícil explicar bien lo que se siente.
Yo: me alegro que haya sido así. Y espero que este no sea nuestro último encuentro anal.
Lucía: más bien que no.
Yo: bueno, ahora vos poné día y hora para la próxima vez, y tiene que ser la semana que viene, porque esta semana estoy complicado con mucho trabajo. Me voy rápido a casa a bañarme y cambiarme pues no te olvides que tengo que ir a trabajar.
Lucía: ok. Yo tengo que empezar a estudiar. No hice nada.
Nos dimos un beso pequeño, rozando nuestros labios. La miré tiernamente, la acaricié, la ayudé a limpiarse el culo con unos pañuelos desechables (que siempre tengo a mano en algún bolsillo de mis pantalones) y a juntar su ropa. Nos fuimos como siempre, ella antes, y yo luego, para no levantar sospechas.
Así comenzó, entonces, un nuevo capítulo de la locura sexual que podríamos denominar “aventura anal”. Luego de esa vez, la cogí por el culo unas quince veces más. Todas con el mismo o mejor placer que la primera. Incluso, con nuevas poses. Eso sí, llevé siempre un pequeño pote con agua herméticamente cerrado dentro de una mochila que cargaba en mi espalda. De esa manera podía lavarme bien la verga luego de sacársela del ano, ya que nunca quiso que le derramara semen dentro del culo, siempre quiso beberlo, fiel a su costumbre.
Desde ya, aprovecho para saludar a todos los lectores, a reiterarles que todo lo precedentemente narrado es, como los anteriores relatos, 100% real, y espero comentarios, sugerencias, o cualquier cosa que quieran compartir. No duden en escribir, tanto hombres como mujeres.
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