Mi vecino, sucio y violador
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MilkyQueen.
Mi nombre es Mónica, tengo 25 años y estoy estudiando gastronomía.
Siempre he sido una persona que se preocupa por su salud, así que todos los días hago ejercicio después del trabajo.
Más de 5 años en el gimnasio y en el spinning habían dado como resultado un cuerpo bien torneado.
¡Y me encantaba presumirlo! Tantos años de esfuerzo en el gimnasio habían formado unas tetas firmes y grandes, una cintura marcada y una cadera firme y potente.
Mis nalgas traspasaban casi la mayor parte de los mallones y la ropa deportiva.
Me encantaba usar tangas para poder resaltar mi cuerpo fitness, a pesar de que muchas compañeras y vecinas me tachaban de puta.
Lo cierto es que, si lo era, realmente no entraba en esa categoría.
Me gustaba provocar a los hombres, pero jamás había dejado que ninguno me pusiera la mano encima sin mi consentimiento.
A muchos no les importaba, pero otros realmente se quedaban con la verga caliente en la mano y tuve problemas por eso.
Vivo en un departamento alto que está frente a un edificio similar al mío.
Como los edificios están enfrentados, podías ver a través de algunos de los cuartos de los vecinos.
Yo aprovechaba esta situación para pasearme en ropa interior por mi ventanal.
Frente a mi departamento había un gran ventanal y en él siempre se asomaba un vecino bastante peculiar.
Era gordo y casi nunca lo veía en las mañanas, sólo en las noches cuando me espiaba.
Había acomodado su sillón de manera que pudiera ver perfectamente hacia mi ventanal.
Su aspecto era sumamente descuidado, tenía la barba demasiado crecida y usaba lentes.
Caminaba con mucha lentitud y podía ver cuando se desplazaba en su departamento.
Era un ser de aspecto repulsivo, y sin embargo, me encantaba calentarlo porque sabía que nunca podría tocarme.
Él y yo habíamos adaptado una rutina no acordada.
A las 8 en punto, yo me paseaba en ropa interior frente a mi ventanal, como si estuviera buscando algo en el piso.
Él se sentaba en su sillón y podía ver cómo se sacaba el pene del pantalón.
Para ser un hombre dejado y sucio, tenía un choto bastante grande y gordo.
Me encantaba ver cómo se masturbaba porque siempre apretaba los labios para demostrarme que lo estaba gozando.
Cuando comenzaba a masturbarse, me empezaba a quitar el sostén y la tanga y comenzaba a bailar frente a él, sin mirarlo.
Cuando podía le echaba un rápido vistazo.
Veía cómo su mirada se perdía en mi culo y en mis tetas, y eso de alguna manera me prendía.
Después me acercaba al mueble de la sala y sacaba mi consolador negro, y lo rozaba por todo mi cuerpo hasta que terminaba masturbándome frente a él.
Prácticamente teníamos sexo a distancia, y a juzgar por el modo en que se masturbaba, a los dos nos encantaba.
Todas las noches era de ley que él sacaba un chorro pequeño de semen, dando por terminada nuestra sesión de voyeurismo.
Era una situación desestresante para mí y el vecino estaba de acuerdo.
Una noche, mientras regresaba del gimnasio, iba caminando por el parque de mi ciudad buscando las llaves de mi departamento.
Hacía algo de viento así que caminé apresuradamente para no enfermarme.
De repente escuché que alguien se movía detrás de mí, y cuando me giré para ver si había alguien, sentí que me golpearon en el rostro y caí desmayada.
Cuando pude recobrar el sentido, abrí los ojos y pude ver que estaba acostada en una cama con una sábana de terciopelo rojo.
No reconocí el lugar y entré en pánico, y traté de levantarme, pero sentí que algo me jaló de regreso hacia la cama.
Miré hacia abajo y tenía mis manos atadas, y la cuerda llegaba hasta el piso.
Tenía un collar de cuero con una cadena pequeña y estaba completamente desnuda.
Pensé que era mi fin, no sabía dónde estaba y me habían secuestrado.
Entré en pánico y de repente se abrió la puerta del cuarto.
De entre las sombras salió mi vecino, el cerdo al que siempre le bailaba.
Me miró burlonamente y me enseñó su polla con el dedo.
Estaba muy roja e hinchada.
-Mira lo que me haces cada noche, puta- me dijo con voz ronca, – mi pobre enano está adolorido y sentido contigo porque no te he podido coger desde hace meses.
Pero eso se acaba ahora.
-¡Sácame de aquí! No quiero que me toques, ¡cerdo! – le grité, pero antes de terminar de insultarlo, me empujó a la cama sentándome a la fuerza e inmediatamente metió su pija asquerosa en mi boca.
Era demasiado grande y sabía salada, por lo que me arqueé e intenté sacarla de ahí.
-Ni lo intentes, puta – me advirtió tomándome por el pelo.
–Tú lo querías, ¿no? Pues trágatelo ahora, así es como te gusta ¿verdad pendeja?
Y tomándome con las dos manos la cabeza, me obligó a mamarle la verga sucia.
Rozaba su miembro con la lengua intentando quitarme, pero pude sentir cómo crecía dentro de mi boca.
Entre más trataba de quitármelo de encima, más fuerza ponía sobre mi cabeza, así que tuve que ceder.
De alguna manera, esa situación comenzaba a calentarme y sentí que mi coño se hinchaba y comenzaba a chorrear jugos.
-Vaya ramera que saliste, ¿te gusta mi choto gordo? Eres una perra sucia.
Vamos a tratarte como tal, ¿te parece?
Y jalándome del collar me obligó a acostarme boca abajo, de manera que mi culo quedó hacia arriba.
Comencé a llorar y le pedí que no me hiciera nada, y sentí que acercó su nariz a mi sexo mojado.
Me dio un escalofrío y traté de sacármelo de encima, pero me jaló del collar y me puso el pie sobre una de mis piernas para que no me moviera.
No podía hacer nada para zafarme, al parecer tenía tiempo preparando todo.
No podía hacer nada… Salvo disfrutar lo que él me hiciera…
Sentí su lengua áspera en mi concha, y comenzó a lamer salvajemente.
Metía su lengua dentro de mi vagina y sus dedos regordetes abrían mis labios mientras él me penetraba con la lengua.
No podía verlo, pero sentía que se regodeaba de su triunfo sobre mí.
-Esta putita está deliciosa, y pensar que tantas veces me chorreaba frente a la ventana… Ahora sí vas a montar a un semental de verdad, cerda.
Me escupió en el coño y sentí que acercó su pene.
Me moví para evitar que me penetrara, pero comenzó a jalarme las manos y el collar y me dejó en una pose incómoda y casi imposible para moverse.
Comenzó a rozar el glande y sentí que abrió mis labios, introduciéndose con firmeza.
Cuando comenzó a penetrarme me dolió terriblemente, pero después sentí que mi vagina se adaptó a su enorme verga, masajeándolo como bienvenida.
Él emitió un gemido ahogado.
-Tsss, qué rica panochita que tienes, de seguro estás apretadita porque no habías tenido una buena verga en años, ¿verdad?
Y no estaba tan errado.
Extrañaba el sexo, pero no recordaba que fuera tan doloroso.
Cuando logró meterme su miembro por completo, y con las cuerdas y las cadenas aún en las manos, tomó mi culo y con una sola monta logró penetrarme en posición de perrito.
Sentí que su pene rasgó mi útero, era tan grande que no podía tomarlo de una sola vez.
-¡E-Espera, m-me duele!
Pero a él no le importó, incluso lo tomó como algo para burlarse y me penetró con más ganas, bamboleando su sucio vientre sobre mi espalda.
Así me cogió durante 30 minutos, y sentía que su miembro bombeaba chorros de líquido preseminal dentro de mí.
Al principio lo odié, pero pasada la media hora comencé a ansiar más de su verga caliente.
Sentía que las venas de su choto brincaban dentro de mi concha, y eso me hacía calentar más.
Él seguía hablándome mientras me penetraba:
-Uuuh sí puta, ¿te gusta? No es lo mismo hacerlo detrás de un vidrio, ¿verdad nenita? Esta es una verga de verdad, no esa estupidez que tienes en tu departamento.
Por un momento me dejé envolver por el placer que me daba su pito duro.
No me importó que fuera tan sucio y degenerado, sólo quería que siguiera cogiéndome.
Había logrado hacerme su puta en tan sólo media hora.
Paró un instante y me levantó.
Yo ya estaba más cooperativa, así que no opuse resistencia.
Jaló mi cadena y acercó su rostro hediondo a mi cara y me besó de lengua.
Yo estaba tan caliente que le respondí el beso, y sentí que aún seguía agarrando mis nalgas con fuerza.
-Aún no acabo contigo cerda asquerosa, es tu turno de brincar.
Él se puso boca abajo y jaló mis cadenas y las cuerdas para que me montara sobre él.
Gracias al entrenamiento, pude aguantar bastante tiempo sobre de él, cabangándolo.
Sentía que estaba sobre una bestia salvaje que me hundía su miembro caliente cada vez más profundo.
Él se relamía los labios como siempre lo hacía, y comenzó a apretar mis tetas fuertemente.
Como pudo se incorporó a medias y los lengueteó con fuerza.
Parecía un cachorrito buscando el pezón de la madre.
Yo me movía por inercia, no estaba consciente de mí, sólo sentía su verga dentro y me concentré en el placer que me daba.
Varias veces me jaló del collar para ponerme a su disposición y a una pose que a él le gustara.
Yo ya era un despojo de mi persona, y cambiamos varias veces de posición para que él no se corriera.
En la última de ellas, me quitó la atadura de las manos y el collar y yo sola trepé a su miembro sin que me sintiera presionada.
Los orgasmos que había tenido durante la follada me tenían hipnotizada, clamando por más.
Comenzó a cogerme por detrás nuevamente, y esta vez no pudo contenerse.
Arqueé la espalda y sentí que brotaban chorros calientes de mi concha.
Tenía litros y litros de semen tan guardados que ahora los desbordaba dentro de mí.
Yo me sentí tan caliente y débil a la vez que volví a desmayarme.
A la mañana siguiente me desperté en la entrada de mi edificio.
Estaba recargada ahí, quizás porque el bastardo me había dejado ahí después de cogerme.
Los vecinos me reconocieron y me despertaron, ayudándome a subir a mi departamento.
Después me dijeron que apestaba a semen y mi aspecto era bastante demacrado, similar a mi violador de verga enorme.
Entré a mi departamento y me di un baño, sin comentar mucho al respecto.
Después de esa situación comencé a visitar más a mi vecino.
Con el pretexto de que yo era de un servicio de comida a domicilio, lo visitaba todos los días para que él me follara todo el día.
Incluso sus vecinos se extrañaron ya que no era una persona muy sociable y era extraño que alguien lo visitara.
Pero a mí no me importaba.
Yo ya no lo veía como alguien sucio y descuidado.
Yo quería que me hiciera sentir como puta que siempre fui y que nunca quise reconocer.
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