MiércoLES
Les relato cómo me fue en mi cita lésbica..
El sábado hablamos mi amiga Dalita y yo sobre lo que habíamos vivido el viernes con nuestros consortes borrachos, a quienes nos tiramos sin que ellos se dieran cuenta; también sobre lo que hicimos las dos al bañarnos juntas ese sábado. Creo que estamos enamoradas y decidimos empezar nuestro romance el miércoles.
A las 7:30 que pasó Pedro a recoger a mi marido, dejó aquí a su esposa Dalita. Yo estaba en bata, sin bragas, ni sujetador por lo que Pedro se pudo dar un buen taco de ojo cuando le abrí la puerta, debido a la transparencia de la tela. Despedimos a nuestros maridos y nos metimos a la casa. Dalita y yo sonreímos cuando él se empalmó pues usa “arma de alto calibre”.
–Cómo no se le iba a parar a mi marido al verte así –dijo Dalita acariciándome el pecho.
–¿Quieres tomar un café? –le pregunté tomándole la mano y dándole un pico en la boca.
–No, yo quiero tomar té – contestó pasándome la mano por encima de la panocha.
–Tengo negro y verde –contesté y ella se rio.
–¿No has oído esa canción de Chava Flores?: “Yo quiero tomar té” –preguntó, y yo caí en cuenta que lo que quería era tomarme
–Entonces quieres negro –le dije levantándome la bata para dejar mi panocha peluda a la vista.
–¡Sí! ¡Me fascinaron tus vellos negros! –gritó y me acarició vigorosamente el monte de venus.
Nos abrazamos con una mano y nos besamos enredando las lenguas; la otra mano de ella seguía hurgando en mi raja y mi otra mano fue dentro de su blusa y sostén para acariciar su pecho. Nos encaminamos a la recámara, donde la desvestí y la tiré a la cama, aún con las sábanas revueltas y con vellos del fragor nocturno de mi marido y yo…
Empecé colocándome en posición 69 para saborear lo que nos dejaron nuestros cornudos esa noche. Lamimos y sorbimos con gran deleite. “¡Mmh! El lechudo de Ramón te atienden bien, querida”, me dijo volviéndose a llenar de pelos la boca y me imaginé a mis putos machos tomando los asientos de la leche de burro bien regada con mis jugos. “A ti también te surtió Pedro lo que fabrica en sus hermosos huevos” contesté y continué sorbiendo sus labios y clítoris, le hice tal y cómo me gusta el tratamiento que recibo fuera de casa haciéndola vibrar y venirse, dándome jugo que arrastraba la leche de Pedro con él. ¡Qué rico sabe! Con razón a los machos les gusta empezar así los juegos del amor…
Descansamos mirando cómo estaban de hinchadas y rojas las partes de los labios de la panocha. ¡Qué bonita se veía esta puta depilada! Los puntos de los vellos luchando por crecer, empujando la piel haciendo un monte micrométrico en cada poro. Veíamos las pepas que habíamos degustado y acariciábamos las nalgas de la dueña. La palma de mi mano recorrió amorosamente las estrías que los embarazos le dejaron en el vientre, y en ese momento comprendí por qué mis amantes me besan cariñosamente y pasan la lengua delicadamente por las mías, ¡la piel de la madura amada también es admirable!
Ella pasó a lamerme la panza y meter su lengua en el ombligo, lo hacía con más delicadez que Bernabé, mi amante, quien quisiera perforarme con su ápice. Dalita se puso sobre mí, me besó y movió su pubis sobre el mío. Yo le acaricié el pelo mientras nuestras lenguas se entrelazaban con gran pasión y ella me daba una magreada a dos manos en las nalgas, sólo me faltaba que ella tuviera pene para que yo me sintiera en el cielo, y me acordé del juguetito que compré el lunes, el cual ya tenía listo y desinfectado para usarlo, pero estaba en el fondo de mi cajón de ropa íntima.
Dalita metió una pierna bajo la mía, me levantó la otra y se sentó sobre mi panocha. Besándome y lamiéndome la pantorrilla me cabalgó en unas tijeritas deliciosas, con cada orgasmo escurrían nuestros jugos “mo-ján-do-lo to-do”, como dice la canción de Auté. Quedamos exhaustas, acostadas frente a frente y compartiendo nuestra respiración y mirándonos las caras con ojos semicerrados y sonrisa de satisfacción.
–Cuéntame de los “otros sabores” de leche que has tomado, ¿cuántos son?, ¿cómo fue? –dijo acariciándome la cara.
Yo le conté sobre Bernabé y Amador, la manera en que los conocí y la regularidad con que nos vemos. Saqué mi laptop, desempaqué los archivos donde tengo mis fotos y le mostré algunas. “Qué guapos amantes tienes, y no se ven tan grandes de edad, se nota que se mantienen ejercitados y sus penes responden muy bien…”, dijo relamiéndose los labios al ver las vergas paradas. También le conté de Ber y le mostré la foto de sus huevos. “¡Qué belleza!”, exclamó al verlos. “Y se chupan muy rico”, le contesté entornando los ojos por el recuerdo. Asimismo le conté los tríos que hice.
–¡Eres una putita…! Dijo y me dio un beso.
–Quiero estrenar algo que compré el lunes, previendo tu visita –dije y me fui a la cómoda para extraer el dildo de dos cabezas.
–¡Qué belleza! –exclamó y lo tomó para lamerlo–. Yo tengo uno normal con el que me entretengo cuando Ramón no está en la ciudad, y también lo uso cuando él está para sentir la doble penetración.
–Voy a pedirle a Bernabé que me compre uno como con el que juego con él –dije muy animada.
–Vamos a estrenar este, mi amor –suplicó Dalita.
Nos acostamos entre cruzando nuestras piernas. Me metió poco a poco la trancota de hule, hasta llegar a topar, luego se la puso ella. “Está como la de Pdro, así la siento…” dijo, y yo lo confirmé “Sí, el mismo grosor y me llegó muy adentro…”. Sosteniendo las piernas de la otra, nos comenzamos a mover. Despacio, primero, luego incrementamos la frecuencia de los embates hasta que estallamos en quejidos y gritos “¡Así, papasito, así, cógete a estas putas!”, gritó y nuestros orgasmos vinieron, sólo faltó el estallido de calor en las vaginas que dan los chorros de semen, pero con lo que obtuvimos estuvo muy bien. Descansamos con el dildo dentro, acariciándole y besándole las piernas a la otra. La cama quedó hecha un asco.
Nos desacoplamos y lamimos cada una la punta que le entró a la otra. Ya encarrerada en la chupadera, me fui sobre las tetas de Dalita. “¡Qué banquetazo se va a dar mi marido en éstas!”, exclamé apretándolas, “Creo que yo le voy a ayudar con una mientras él te mama la otra…”, aseguré.
–Pues las tuyas también están bonitas, se pone tiesa a mi marido cuando las ve –dijo acariciándomelas–. Te cuento que en la noche del sábado, él no paraba de hablar de lo que le enseñaste por la holgura de tu blusa al levantar la mano cuando le servías la comida y yo lo gozaba pues me cogía con mucha calentura: Su verga en mi vagina, sus manos y boca en mi pecho y tus tetas en su mente… –explicó y yo me puse más arrecha con sus caricias.
–Ayúdame a meter las sábanas a la lavadora –le pedí tomando la de arriba.
–¡Cuánto pelo! –dijo juntando los vellos, hasta hacer un montoncito–. Tu marido y tú se van a quedar calvos de tanto que se tallan –dijo al tomar la maraña de vellos y acariciarse el rostro con ella.
–Creo que hay más míos que de mi esposo, porque tú me tallaste delicioso… –le dije y quité la otra sábana.
–¿Estará bien cogernos juntas a nuestros maridos de este sábado en ocho? –le pregunté mientras la lavadora hacía su trabajo y ella y yo tendíamos la cama colocando unas sábanas limpias.
–¿Cabremos los cuatro en esta cama? –preguntó.
–¿Ustedes tienen King sise? –pregunté.
–No, también es Queen. Pero ahora toca coger allá, en mi casa. Además, para coger, hasta uno sobre otro cabemos los cuatro en una matrimonial –certificó–. Además, cuando ya estemos cansados, una pareja se va al cuarto de visitas –señaló, sin aclarar cómo se conformaría cada “pareja”.
–Ya sé, una vez usados los machos, los terminamos de emborrachar para dejarlos dormidos y tú y yo nos vamos al cuarto de visitas, ¡qué delicioso será dormir a tu lado mamando chiche…! –aseguré y volví a tomar su pecho, y mi mano fue a su raja y la de ella a la mía.
Después de dejar tendidas al sol las sábanas en la azotehuela, tendimos unas sábanas en la pequeña zona de pasto y, encueradas, nos acostamos un rato para asolearnos tomadas de la mano.
–¿Sabes que eres muy bonita? Me gustas mucho y también entiendo a tus amores. Eres una mujer que hace feliz a cualquiera en la cama, ¡También a mí…! –declaró y la sentí sincera, luego me dio un beso de lengua subiéndose en mí y tallando su panocha con la mía.
Teniendo sólo el señor sol como testigo nos fuimos al 69, recorriendo desde el clítoris hasta el ano donde intentábamos perforarlo con la lengua “Estás muy rica” me decía ella en cada lamida. “Nunca me habían chupado así de hermoso, una mujer sí sabe mejor cómo nos gusta”, le confesé…
Al rato, nos metimos a la casa y, entre besos y caricias, nos vestimos una a la otra, para ir al mercado.
Mientras preparábamos la comida para los esposos, le mostré los cortes que tenía en el congelador para la cena del sábado elegido.
–¡Uta, estos cortes son carísimos! –dijo al verlos.
–Son cortesía de Bernabé. Mientras yo compraba en la sex shop el dildo para usarlo contigo, también a sugerencia suya y con su dinero, él se metió en el comercio de carnes que está al lado a comprarlos. “Son para compensar al cornudo”, me dijo. Supongo que él pensó en nuestra fiesta… –le conté.
–¡Ese amante tuyo es una adoración! Con ese trato lingual que te da y con todo lo que me has contado que te ha enseñado, tu has de ser feliz con él. ¿Para qué Amador? ¿Cómo repuesto? –preguntó.
–Me enamoré de él desde la primera mamada de panocha que me dio, me agradó su gentileza y el no haber eyaculado dentro de mí para no embarazarme, yo tenía 33 años, él 55, y ya vamos a cumplir 17. Lo de Amador fue circunstancial, pero muy afortunado, yo andaba arrecha, sin marido ni amante a quien recurrir. Mejor te voy a mandar un WhatsApp con un pdf donde escribí cómo inició esa relación y sabrás que no es un “repuesto”
–¿Y el tal Ber, que vino a cogerte hasta acá, también fue circunstancial? –preguntó.
–No, yo me enamoré de sus huevos cuando me mandó una foto –dije y le expliqué también lo de mis amigos del foro y las fotos mías que he publicado–. Luego te mando la dirección de las páginas donde he publicado fotos y relatos.
–¡Eres una joyita, preciosa! Te amo –dijo y me besó amorosamente.
–También te amo –declaré sin sorprenderme y la abracé fuerte.
Cuando terminamos de hacer la comida planeamos calentar a nuestros maridos mientras comían y tomaban algo.
–Vamos a ponernos unas blusas sin sostén ni calzones, te presto una mía, que me queda algo grande, pero a ti te sentará perfecta, se te colgará el pecho divinamente. También me pondré una falda a la que le subiré ahorita la bastilla. También se la subimos a la tuya –sugerí.
–Me parece bien, pero se supone que nos los tiraremos hasta el otro sábado, en eso habíamos quedado –dijo sin entender.
–Sí, pero la calentura para que acepten esa noche, se las daremos ahora que se lo propondremos– dije, y ella entendió que aún faltaba esa parte: la aceptación explícita de ellos –expliqué y nos pusimos a arreglar el vestuario.
Por si fuera poco, nos maquillamos con un poco de exageración, sólo un poco, no se trataba de parecer putas de la zona roja.
–¡Te ves deliciosa, mamacita! –le dije a Dalita y le levanté la blusa para mamarle un pezón.
–También a ti se te adivina dónde terminan esas hermosas piernas –dijo, acariciándome la cabeza con la mano izquierda y metió la derecha bajo la falda hasta llegar a mi raja babeante.
Estábamos en eso cuando se abrió la puerta y salimos de la recámara. Los dos maridos con la boca abierta al vernos con nuestro atuendo. Caminamos hacia ellos que no nos quitaban la vista. Les dimos un beso a nuestros respectivos consortes y, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, les apretamos la verga que la tenían muy erecta, se notaba el monte en el pantalón.
–Vamos a comer, Pedro –le dijo Dalita a su marido sacudiéndole el pene.
–Vámonos a la casa, allá te cojo… –contestó él.
–Dije “a comer”, no “a coger”. Vete a lavar las manos –corrigió Dalita, empujando a su marido hacia el baño de la sala. Mi marido se le quedó viendo al pecho a Dalita cuando vino hacia nosotros bamboleando las chichotas.
–¡Cierra la boca, que se te va a caer la baba! –le grité a mi marido, dándole una nalgada– ¡Al baño que ya está lista la comida! –concluí.
Mi amiga y yo reíamos por la cara que pusieron sin entender qué pasaba. “¡Qué hermosas se ven, mano!”, dijo Pedro. “¡Y muy buenas, las dos!, con tu perdón” respondió mi marido. “¡Sí, bonitas y buenísimas las dos!”, aceptó Pedro. Nosotros servíamos las viandas y escuchábamos sus cuchicheos: “Yo sí aceptaría que de las mamaras, pero si tú me dejaras hacer lo mismo”, “A, cabrón, yo no sólo le mamaría las tetas a tu mujer, se me antoja para más”, “La tuya también, pero…” Se secaron las manos y los recibimos en la mesa.
–¿Así salieron a la calle? –preguntó Pedro –De ti lo creo, porque eres muy provocadora, pero no sabía que ya habías contaminado a Mar.
–No, nos arreglamos para ustedes. Sí nos alcanza con lo que nos dan, no necesitamos salir a “trabajar” para conseguir más, aunque… deberían dar más de lo otro, no sólo del dinero –dije para picarlos.
–Pues me gusta cómo te arréglate para mí, Mar, ¡te ves hermosa y provocativa! –explayó mi marido.
–Sí, mi amor, también fue para ti… –me tragué las palabras “también quería parártelo a ti” y las cambié.
Mi marido se quedó callado y miró a Pedro, quien pasaba saliva, en lugar de sopa. Pedro volteó a ver a su mujer con gesto interrogante. “Sí, yo también lo hice para los dos”, dijo Dalita poniéndose de pie y jalando la parte baja de la blusa, llevándose envueltas hacia arriba las tetas colgantes y remató “¿Les gustó?”, mirando a ambos. Ramón asintió con la cabeza y volvió a tomar una cucharada más de sopa, pero continuó callado mirando el rebote de las tetas cuando Dalita soltó la blusa. Vino un silencio que pareció eterno.
–Pues las dos están muy bonitas… –dijo Pedro al terminar su plato.
–¿Cuál te gustaría más para echarte un palo? –le preguntó Dalita directamente a su marido, quien se quedó callado.
–¿Y tú, a cuál te cogerías con más ganas? –le pregunté a Ramón, quien también se quedó callado. Pero se levantó de su lugar y fue a vernos atentamente a cada una, y se sentó.
–¡Uy, amiga, ya nos quedamos si machos! No se inclinan por ninguna. ¿Vieras lo que Pedro me dijo que te quería hacer? Por lo visto eran puras mentiras.
–Por acá también hay un problema, le echó muchas flores a tus chicotas mientras me cogía y me las mamaba a mí gritando tu nombre. ¡Gracias, manita, fue una de las mejores cogidas del mes! –le dije a Dalita tomándole la mano, mientras la cara de mi marido ardía de vergüenza.
–¡Basta! –dijo Pedro, poniéndose de pie–. Las dos me gustan para coger, pero no lo haría con Mar si ella no quiere. Ya escuché lo que Ramón y yo les dijimos, pero… ¿A ti te ha dicho Mar que le gustaría coger conmigo? Porque Dalita sólo me ha calentado preguntándome cómo me la cogería –dijo dirigiéndose a mi marido.
–Bueno, no. Ella me ha preguntado cosas de ti como las que te preguntó tu mujer de mí. Aunque una vez me comentó que tú tenías la verga muy grande, supongo que te la sintió al bailar con ella –. Expresó Ramón con timidez.
–¡Pues cojámonoslas de una vez! –dijo Pedro y me sacó la blusa para irse sobre mi pecho, al tiempo que mi marido también e quitó la blusa a Dalita.
No era así como estaba planeado y ambas nos resistimos gritando que no lo hicieran. Nuestra negativa hizo que se calmaran y su ímpetu disminuyó de golpe. Nos volvimos a poner la blusa. Y ellos se enojaron.
–Terminemos de comer, y pongámonos de acuerdo cuándo, pero hoy no –dije y tomé la mano de Pedro para meterla bajo mi falda –sí quiero contigo, mira, pero podemos hablarlo antes… –señalé dejando que me acariciara la panocha.
La cara de Pedro cambió a una de exultante alegría. Ni marido miraba lo que yo hacía y se quedó perplejo. En ese momento se acercó Dalita a él he hizo la misma maniobra que yo.
–Yo también quiero contigo, pero no hoy. Tengo ésta, que está depilada, pero soy capaz de no rasurarme si te gustan los pelos en la lengua.
–¡Ahora a comer, con “m”! –dije volviéndome a sentar. Hoy no se puede porque mañana hay que trabajar y queremos despertar ensartadas por uno y mamándosela a otro. Es en serio. ¿Cuándo quieren? –pregunté sirviendo el plato siguiente.
–Pues pasado mañana dijo Pedro –abordando el guisado.
–Mar y yo ya lo platicamos, por eso nos vestimos así, para convencerlos. La próxima reunión será de este sábado al siguiente.
La plática siguió haciéndose ellos las víctimas de nuestro juego. Lavamos los platos mientras nuestros maridos brindaban por su amistad y el refrendo próximo. Al despedirse, lo hicieron con mamada de chiche, beso de lengua y metida de mano en la panocha, nosotras nos dejamos midiendo con las manos la dureza sobre el pantalón. Nosotras nos despedimos con un simple pico en los labios…
¿Cuál era tu miedo a hacer un trío MHM?: Que te gustaran las mujeres. Pues ya ves, te enamoraste de una.
No era miedo, ya lo presentía y no me parecía correcto. Ahora ya me parece muy bien.
¡Manipuladora! Tienes con qué, de eso no hay duda. Ya quiero saber cómo los usaron, me será importante…
¡Calma, todo salió muy bien! Pronto lo leerás.
Me excitas mucho cuando te leo, también las fotos que me has
mandado. ¿Cuándo podré conocete?
No lo sé.
¡Cómo son de seductoras! Sí, con unas tetas se puede jugar con el cerebro del hombre para que envíe la orden de «¡Firmes!» a la verga. Cuenta qué siguió, ya estoy lista para leerte con las piernas abiertas y mis manos ejercitadas…
Ya voy a terminar el relato y lo publicaré.
Sí, vieras cómo las usa Dalita para jugar con la mente de mi viejo…
Oye, ¿qué esperas leer que ya estás » lista, con las piernas abiertas y las manos ejercitadas»? ¿Quieres saber cómo nos dieron, o, cómo nos dimos Dalita y yo?
Cada quién sus gustos… Yo no me despegué de mi marido cuando hice intercambio. A ver si así como te gustó Dalita, a tu viejo le gusta Pedro… Digo, es otra manera de formar a las parejas.
¡Ja, ja, ja, sí, esa sería otra manera! Aunque son buena pareja para emborracharse.