Nacho, un «Pichón» con suerte.
Gracias a sus atributos y al amor enfermizo de su vecina, Nacho vive los mejores recuerdo de su adolescencia..
El barrio era habitado por gentes trabajadoras del rebusque y confluían allí, en una constante de emociones y desenfrenos: los bares y la prostitución más económica de la ciudad.
Esto con cierto índice de intolerancia estampaban el ambiente: la gente se iba a los puños limpios por cualquier vaina.
Y en la austeridad de las casas se reflejaban el grado de pobreza sin llegar a la miseria.
Eran los llamados Pasajes Comunales, con una sala amplia y casi en su mayoría de una sola habitación y los baños en la parte trasera pasando un pequeño patio.
Éramos gente alegre con muchos sueños en la cabeza pese a nuestras dificultades, donde las calles representaban el espacio deportivo y de aprendizaje para los niños del sector.
Las casas estaban todas unidas por no tan altas paredes de rígidos ladrillos, el que era propicio para que las madres caras a cara comentaran el chisme del día o el capítulo de la novela con la diva Lupita Ferrer.
Estaban corriéndose la segunda mitad de la década de los setentas y muchos hombres y mujeres y, hasta familias completas habían emigrado a la vecina república bolivariana de Venezuela a buscar un mejor futuro, como obreros, choferes o empleadas domésticas de las poderosas industrias y familias de portugueses y españoles asentados en la capital del Bolívar, una moneda fuerte que llego a cotizarse en 18 pesos colombianos.
Teníamos una vecina cuyo esposo laboraba en Venezuela, y eran -presumo yo- para ella fastidiosa la vida de tener cada vez, amamantar a un hijo parido y el esposo ausente.
Un sábado pude escuchar desde mi casa la algarabía de unas chicas cantando canciones como «Súbete a mi moto…run run run…» y jugando al otro lado de mi casa.
Entonces era un mozalbete que iniciaba ese año la secundaria, que tenía grandes deseos de conocer la sexualidad de las mujeres y aliviar las ganas de mi creciente verga.
Me asomé al patio de la vecina apoyándome en el cajón de madera utilizado por mi madre para chismosear, y no vi nada.
Mis vecina tenía dos niñas de edad escolar, ocho y nueve años, una de tez negra y otra blanca, una alta y flaca y la otra un poco regordeta y baja, respectivamente.
Al asomarme pregunté qué hacían -pregunta estúpida- y una de ellas sacando su cabeza por la percudida cortina de lona, gritó: ¡Nos estamos bañando!
Enseguida, sin pensarlo, me fui a su casa y encontré que su mamá y su abuela miraban la televisión. Su madre no podía pasar de los 30 años y estaba amamantando en ese momento a su ultima hija, al verme, la chica se incorporó y sacó de su boca el grueso y rosado pezón, y pude ver como aún le goteaba la leche de esa teta grande y dura y blanca; pregunté por sus hijas y me respondió «Están jodiendo en el patio». Por ese tono de aburrida, fui a sentarme al piso reluciente y mirar la televisión.
La señora se enderezó en su mecedora con el niño en su regazo y espetó: «¡tú eres marica, ve a mirar que hacen las pelas allá!». Yo voltee a mirarla y miré a su madre, una abuela regordeta y siempre olorosa, de cejas y labios bien delineados, para mi resultaban fascinantes sus disparates y pensamientos, parecía una anciana Madame de algún viejo grill de los años 40s.
Ella apoyó a su hija con éstas palabras: «¡Si ella quiere que te mames a las hijas, pues ve!»
No podía darle crédito a lo que escuchaba, hasta que la mujer me tomó del brazo y me dejó en el patio y les dijo a las hijas: «Oigan, aquí está Nacho».
Me instalé al frente de la cortina y fue mi sorpresa cuando salió desfilando cuál reina otra de mis vecinas, era una morena bella como de mi edad, completamente desnuda y se llamaba Adriana.
Comenzó a pasearse alrededor mío, al son imaginario de una música de striptease, aquellas músicas lejanas que se paseaban en vela las noches de ese barrio de coyas y matones.
Las otras niñas la imitaron y pude ver por primera vez sus sexos, blanco, pardo, gordos y lampiños.
Yo era un muchacho de doce años, alto para mi edad de algún metro setenta, de tez morena y ojos cafés. La situación comenzó a ponerme excitado y se me paró la verga de golpe bajo la pantaloneta a la vista de las bailarinas.
Las chicas desnudas seguían haciendo muestra de sus cuerpos con sensuales movimientos y me pasaban las manos por mi cuerpo como alucinadas, con mucha agitación pude percatar sus pequeños senos y sus cucas insipientes, cantaban y danzaban sin cesar, hasta que la mayor preguntó: ‘¿Nacho por qué no te quitas la ropa y te bañas con nosotras?´
Indeciso, sin saber qué hacer y mi mente caliente a mil, me quedé paralizado. En eso la mamá volvió de nuevo y dijo: «Qué, no te gustan mis pelas, cuidaó con maricadas!?».
Al escuchar esa nueva orden, me desvestí ante ella sin ningún rubor y con su risa hermosa las ordenó:
«Báñense con él!». Sin dejar de ver mi pene en su plenitud.
En el baño, Adrianita, acomodó como pudo mi pene dentro de sus piernas y comenzó a moverse, sentí el rosor de sus pelitos en mi glande, y con mi mano derecha acariciaba y metía mis dedos en sus jugosas y firmes nalgas; las otras niñas observaban en la oscuridad casi total de ese baño, que tenía un chorro como regadera y un escusado de porcelana azul sin tanque para las necesidades.
Adriana me plasmó un beso intenso con lengua y saliva, estaba ardiente y arrecha, me suplicó: «Metete en el choro». Yo le solicité a la niña negra que prendiera el foco y me contestó: ´-No hay´.
La blanca, cogió la cortina y le hizo un moño al centro y ahora había claridad, pero podían vernos en su casa y hasta desde la mía.
Comenzó la mayor a pajear esa, mi extremidad palpitante y le decía al oído que rico se siente.
Una de las niñas interrogó por qué tenía la cosa tan grande para luego concluir que ya no quiere bañarse conmigo.
La hermana mayor la respondió, que no se preocupara que yo estaba por órdenes su mamá.
Adriana cuyos pechitos -como limones partidos- me los repegaba frenética casi a la altura de mi pecho, me agaché hasta ellos y comencé a pasarle la lengua a esos pezoncitos, ella empezó a estremecerse y jadear despacito y pausado: «Pa-pi-to… que- rico…me gusta».
Las hijas de mi vecina no sabían que hacer o por dónde empezar. La flaca se aventuró tomar la cabeza de mi pene con brusquedad que me sacó un grito de dolor, todas se echaron a reír, entonces, para aliviarme la puse en la caída del chorro y les dije: -Esta parte es delicada, vengan, denle unos besitos.
Pero Adriana picandome el ojo, la metió en su boca y empezó a darme quizá la mejor felación de mi vida, chupaba y miraba mis ojos como una experta, las otras niñas preguntaban y ella les decía: «Qué rica y sabrosa la vergota de Nacho».
Se la sacaba de la boca y se las mostraba, fue cuando la chica blanca tomó partido y se pegó a darle lengua y chupos como Adriana le mostraba, ya las dos estaban pegadas a mi miembro y ya quería enterrarla en uno de esos chochos.
La morena no se hizo rogar y ella sola pidió permiso para saborear el bombón de mi roja cabeza, sus labios gruesos le dieron una dedicación especial pues sentía el placer con que lo hacía con sus ojos cerrados.
Yo les devolví el favor bajando hasta cada uno de sus pequeños sexos, pasé
mi lengua arriba y abajo, ellas reían de las cosquillas pero jalaban mi cabeza con fuerza para que mi boca succionara toda la livides de sus vaginas, sin duda, la más jugosa era la de Adriana, sin vellos en su monte de venus, y sus labios gorditos de cuyo ápice sobresalía su pequeño clítoris erecto, ahí me entretuve dándole lengua y la hice gemir hasta que su orgasmo explotó sobre mi cara y su ojos se tornaron blancos y conturbó su cuerpo, que sus amigas y yo pensamos que le había dado un ataque.
Ya llevaba como veinte minutos de estar en ese encuentro espectacular con mis vecinas, y sabía que el tiempo se agotaba, y pensaba que pronto sus madres o tíos vendrían por ellas.
Les dije, que me iba a salir y todas dijeron que también se iban a cambiar. La picha no se me aflojaba estaba allí erecta como una espada. La mayor les informó qué del pipi venían los hijos cuando el hombre se lo metía por la cuca a la mujer, diciendo eso, se abría su bonito chocho a sus amiguitas, a lo que las niñas observaron sus rajitas separándo los labios con ambas manos.
Entonces le dije a Adriana que bajará el lomo que se lo iba enterar, ella se apoyó en la pared y fui metiendo por detrás mi pene entre su hermosas nalgas morenas, buscando su vagina.
Ella se iba acomodando más para que entrará sin obstáculo alguno y mi pene se deslizaba confiado en ese oscuro, estrecho y rojo coño: entró y entró, y me empecé a mover frenético apoyado en sus redondas caderas, ella gozaba jadeante moviendo hacía atrás su trasero, levantandolo hasta mi pelvis. Y yo dándole con ganas a esa niña señora.
Cuando ella sintió que me estaban viniendo «los monos» se separó para decirme que no la quería que se la echara adentro.
Entonces la saqué y era tal la erección y tal su grosor que las hermanas abrieron los ojos de lo grande que se veía, que imponente las señalaba tocandoles el pecho.
Adriana les preguntó si querían sentir eso en sus partes, asegurando que se sentía rico. La pequeña negra, subió al inodoro con calma para quedar a la altura de mi erecto pene, se apoyó en mis hombros y di brochasos en esa caliente pulpa y traté de meterlo en su mojado sexo, pero la fricción lo resbalaba, ella gimió varias veces y besé su boca de labios grandes, sosteniendo sus nalgas firmes y redonditas; la hermana mayor pidió su oportunidad.
Entonces, la puse de espaldas y me recliné sobre su blanco trasero y abriendo sus grandes glúteos y su chocho pequeño, para pujar y babear con mi precum todo su orificio vaginal, mucho más chico que el de su hermana. «-Si, qué es rico, calientico, me dan ganas de orinar». Dijo. Pero mi pene estaba a un tanto para salir la leche de mis huevos, y les dije: -me va salir!!
Y la mayor, Adriana dijo: ‘Leche de Nacho, danos tu leche!’ y al unísono las hermanitas exclamaron: «!Si déjanos ver tu leche!», así agarré mi verga y comencé ayudar mi eyaculación con una paja inolvidable, pues, ya no tenía que pensar demasiado, besando sus bocas complacientes, tocaba y dedeaba sus almejas y anos, miraba los desarrollados labios de la niña menor y negra, los refinados y ocultos de su hermana blanca, y los hermosos y florecientes de una mujer de doce años, con sus nalgas y caderas de la mujerota que iba a ser.
Estaba en un estaxis total con esa manuela, cuando de repente llega la madre de las niñas y pregunta:
«¿Cómo va eso?».
Ellas no contestaron nada, mirándose entre sí, se llevaron sus manos a sus respectivos chochos y nerviosas esperaron ver que quería su mamá.
A esa altura ya mi compañero estaba flácido y lo tapaba con mis manos.
La señora las ordenó que salieran a cambiarse y todas se fueron corriendo por el patio hasta su única habitación.
Recogí mi pantaloneta y el suéter para secarme. Ella, la vecina me pregunta: «Y qué hiciste con las pelas?».
-Nada. Ni me la agarrón…
«Y eso, no se la pudiste meter ni Adrianita?».
-A Ella sí, se la puse en su cuca, hasta entre sus piernas y se excitó bastante…
«Nacho, tú si eres el animal bobo. Te pongo a las pelas para que la pasen bueno y no fuiste capaz de comerte a ninguna ni a la putica de Adriana que ya esta comida y bota baba por ti.»
-Así como estuvo, creo que está bien…, no sabía eso de ella. Sabes que tus hijas son como mis hermanas.
«Cámbiate que en esto llegan mi papá y mis hermanos del mercado.»
Ya, con mi suéter en el hombro y discurriendo el agua por mis pies descalzos, pasé por el cuarto y vi las niñas saltando con piernas abiertas sobre la cama de matrimonio donde dormían casi todos, sus cuquitas se abrían mostrándose el rojo botoncito de su clítoris.
Al llegar a la sala, la abuela me lanzó una mirada de curiosa perplejidad y exclamó:
‘¡Te las comiste!??’ .
Hubo que pasar un tiempo prudencial para poderle dar con certeza la respuesta a esos ojos escrutadores de mi vieja y querida vecina.
Yo había nacido en esa calle y la mamá de las niñas que se llamaba Soyla, en cierto modo era como una hermana grande para mí. Conmigo iba a todas partes en su época de soltería, me sacaba a la playa, a los cines y a los circos y ciudades de hierro, exhibiéndome como un hijo suyo.
Luego se ennovio y se casó porque salió preñada de un tipo petulante y hablador, proveniente de un mejor sector. Así, que el con el matrimonio le sobrevino «el pulgón» por la mala situación de los recién casados, por ello el tipo sin oportunidad para mejorar la economía, le tocó irse en busca de vida a la próspera Caracas, dejando a su joven mujer a la que venía cada año a visitar.
Por ser una especie de vecino carismático, ayudaba en esa casa con los mandados, las acompañaba al médico, organizar los cumpleaños de las niñas y hasta buscarlas y llevarlas a la escuela.
Había veces, que por los viajes de contrabandistas de su papá y sus hermanos, se quedaban solas en las noches, y le pedían a mi mamá que me dejara dormir con ellas por el miedo.
Y me acostaba con ellas en esa cama grande y nueva, una de las niñas entre nosotros y la nena al lado del catre de la abuela
Echaban cuentos remotos de sus vidas y comenzaban a preguntar, la vieja y su hija, sobre cosas de la historia o de la vida. La vieja decía que la gente tiene un gusano en el oído y la cera era la mierda.
Le contestaba que no, que era una especie de lubricante del caracol y el tímpano, y no olía a mierda, y la vieja se reía de mis respuestas; o la hija decía que El Liberador era un vergón (como yo) porque un profesor de su colegio se lo decía al oído, a lo que yo le respondía, que eso lo debía saber La Manuelita… Y nos reíamos toda la noche.
Una de las últimas veces de esas noches de compañía había sido la semana pasada antes de mi bañada con las hijas.
Apagadas las luces, inició su entrada como otras veces, una luz azul, era el reflejo de la luna llena que alumbraba la habitación. Y me preguntó: «ya estás dormido?».
Le contesté que no tenía sueño y que la claridad no me dejaba dormir. La niña de 10 años ya roncaba pegando su trasero a mi cadera. «Sabes Nacho -me dijo despacio- te estas convirtiendo en un hombre guapo, vas a volver a un poco de mujeres locas. Ya yo veo como las pelas de 15 y 20 años, te quedan mirando. Ya te haces la paja?, -continuo- para que te crezca la verga; no hay una cosa que una mujer deseé más qué una buena verga, larga y gruesa».
En ese momento comencé a percibir el olor del sexo de una mujer adulta, debajo de su pijama no ha debido llevar nada.
Podía observar desde mi lado, acostada de frente sus tetas lecheras de lado y lado con sus pezones erectos, y más abajo, la oscuridad de pelos de su entrepierna.
Ella tenía las manos agarradas a la altura de su abdomen y hablaba mirando el techo. Le comenté que me estaba creciendo. Ella me respondió:»Ya ese guevo necesita mujer».
Las progesteronas de mi vecina emprendieron su combinado en el ambiente y mi compañero está erecto por primera vez en esa cama. Ella se levantó y miró a la niña de la cuna sacudió un poco el toldillo y salió hacía la cocina.
Prendió la luz del patio que alumbró mejor el cuarto, y me llamó despacito. Me incorporé, tenía puesto una pantaloneta para dormir. Llegué hasta donde ella bajo la luz de la luna y pude ver su cuerpo nítido, tras la transparente pijama.
El viento fuerte de diciembre le abrió el escote más que dejaron al aire sus erectas tetas de amamantar y las quise tocar. Ella entendió mi ademán y tomó mis manos y las llevó a ellas. Estaban cálidas y duras como roca.
«Tengo mucha leche. Sientes Nacho lo dura que están. Ven, ayúdame a sacarla para que no se me apostemen las tetas, ven, chupamelas»
-No sé, huelen a sarna, me van a dar vómitos.
«No te hagas rogar, necesito que me ames. Chupame?.»
Puse mis labios en su frío pezón y el olor parecía marearme. Y le pasé la lengua para poder asimilar mi paladar a ese sabor de la leche materna y comencé a succionar, y su dulce me comenzó a gustar. Y masajee y exprimí sus tetas lechera por un buen tiempo, y toda la carne blanca de su alrededor, me alimentaba de ella y ella sobaba mi cabeza con ternura y gemia ahogada en medio de esa noche.
«Ahora me toca a mí». Dijo.
Me tomó del cuello y me beso, ardiente su lengua se paseó por mi boca y sus manos se bajaron a mi sexo, me bajó todo hasta los tobillos y se inclinó a besarlo.
«Sí que está creciendo»-susurró-, y lo chupó con tranquila naturalidad.
Era mi primera experiencia de sexo oral con una mujer mayor. Me felicitó: «Aguantas bastante, eso es bueno, pero si ya quieres vente en mi boca, hoy no vamos a poder hacer nada como deseaba, me acaba de llegar la regla», dio dos chupadas más con su experta lengua, y le eché todo mi contenido en su linda boca, ella se la tragó toda, nada hizo caer al sucio suelo, me limpió con su bata y me dijo: «Ahora sí, vamos a dormir».
En realidad, no pude dormir, y me la pasé todo el resto de la noche repasando esa escena en mi memoria.
Continuará.
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